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El resumen del documento en 3 oraciones es:
Juan era un estudiante de un barrio popular que sufría dificultades de aprendizaje y estaba estigmatizado por la escuela, que no atendía a su diversidad cultural ni a sus necesidades. Luego, la escuela cambió su equipo directivo y comenzó a trabajar personalizando la enseñanza de Juan para mejorar su alfabetización y vínculos, logrando que progrese en sus estudios. El documento analiza cómo la escuela original no cumplía con los lineamientos curricul
El resumen del documento en 3 oraciones es:
Juan era un estudiante de un barrio popular que sufría dificultades de aprendizaje y estaba estigmatizado por la escuela, que no atendía a su diversidad cultural ni a sus necesidades. Luego, la escuela cambió su equipo directivo y comenzó a trabajar personalizando la enseñanza de Juan para mejorar su alfabetización y vínculos, logrando que progrese en sus estudios. El documento analiza cómo la escuela original no cumplía con los lineamientos curricul
El resumen del documento en 3 oraciones es:
Juan era un estudiante de un barrio popular que sufría dificultades de aprendizaje y estaba estigmatizado por la escuela, que no atendía a su diversidad cultural ni a sus necesidades. Luego, la escuela cambió su equipo directivo y comenzó a trabajar personalizando la enseñanza de Juan para mejorar su alfabetización y vínculos, logrando que progrese en sus estudios. El documento analiza cómo la escuela original no cumplía con los lineamientos curricul
Juan es un joven argentino de un barrio popular del conurbano bonaerense, castigado
duramente por las políticas neoliberales que condenan a jóvenes y niños de los sectores populares a un perpetuo presente, a una amputación del futuro. Entre estos espacios, estos mundos simbólicos, se movió Juan. Desde la escuela que excluye por inclusión o por inclusión disciplinada o la escuela que se reinventa e intenta constituirse en espacio de inclusión real. Juan, apodado Beto, proviene de una de las familias más castigadas del barrio. Huérfano de madre a muy corta edad, con un padre alcohólico, hermanos que mantienen conductas delictivas, hermanas, una de las cuales, también alumna de la escuela (donde asiste Juan) padeció un cuadro de desnutrición que redundó en enormes dificultades en su aprendizaje. Juan definido de este modo, por la carencia, es el juan estigmatizado que ingresó en la escuela y del que no se registró más que sus “problemas de conducta”. Sabemos que todos somos mucho más que nuestras carencias. Juan es ante todo un niño, ahora un joven de un barrio popular, crecido en medio de carencias de temprano endurecimiento, pero también de lealtades, barras de esquina, marcas identitarias y culturales propias. Juan era ante todo una presencia molesta en una institución que se mostraba rigidizada, imperturbable, en apariencia, ante el nuevo escenario socioeducativo planteado con la crisis aludida. Una institución que no se había replanteado ni su función dinámica en un contexto social, cultural, político y económico radicalmente diferente. Beto estaba apenas alfabetizado, operaba con gran dificultad. La escuela para él era un lugar, creo ajeno en cuanto a sus prácticas; no obstante, eso, él hacía uso de la misma. Él completaba el discurso escuela a su modo. Era un alumno que, como una papa caliente, pasaba de mano en mano a así iba transcurriendo su vida escolar sin grandes avances, sin retrocesos, sin registro, sin historicidad. Era un caso más de “fracaso escolar”, un concepto con el que se pretende dar cuenta, de un modo reduccionista, de las enormes dificultades que presenta la institución escolar para lograr en los jóvenes provenientes de los sectores populares, los aprendizajes que requiere una sociedad cada vez más compleja. Lo único que se sabía de Juan eran los rumores de pasillo y de barrio que, lo colocaban como autor de todo lo malo sucedido. Esa es la función del prejuicio: impedir el conocimiento, negar la historicidad, negar la dinámica, la vida. Juan era así: inadaptado, violento, mal estudiante… La escuela, luego de unos años había cambiado su equipo directivo, estando en cuarto año, con sobreedad (catorce años), Juan empezó a pasar de fondo a figura. El nuevo equipo de conducción había comenzado a desnaturalizar prácticas enquistadas y a iniciar un camino de reflexión- acción en pos de mejorar los aprendizajes de los alumnos. En el caso Juan, se comenzó a trabajar en el logro de la alfabetización básica y en mejorar su capacidad de mejorar su capacidad de operar. Para esto se flexibilizó y personalizó la oferta curricular, mientras que para viabilizarlo se atendió su relación vincular con los docentes. Juan comenzaba a mostrarse, era más participativo y su vínculo con pares y adultos en la escuela mejoraba considerablemente. Juan fue reiteradamente victimizado por la institución. Que supuestamente debía prepararlo para la vida. En el comedor escolar Beto fue víctima de un trato humillante y, prácticamente, obligado a reunir las sobras de otros platos para poder comer. ¿su falta? Haber llegado tarde al horario del comedor. El comedor, un lugar que debe ser un espacio de inclusión, un espacio pedagógico más, se convertía en este caso en escenario de degradación. Juan cayó al maltrato. Se trabajó en la creación de consejos de aula, de algún cuerpo colegiado de alumnos que sirviera para canalizar las inquietudes de éstos. A través de esto se comprobó que las situaciones de maltrato eran frecuentes y que el vínculo adulto-docente/ niño- alumno estaba naturalizado por las mismas víctimas. Así fue como Juan un día se animó y le dijo a la directora: ¿así que a usted le gusta escuchar? Y contó su historia. En esa charla en la dirección, que se repitieron frecuentemente con Juan en las que se lo vio sonreír. Para la institución fue un punto de inflexión: se debía reconocer en el trabajo con jóvenes provenientes de los sectores populares una especificidad, para esa especificidad la institución no estaba preparada. Se debía replantear además la trama vincular institucional, las prioridades, detectar los juanes. Se debía replantear la función alfabetizadora de la escuela, con prácticas sustancialmente diferentes a las establecidas. Se tomaron medidas tendientes a revertir prácticas como las sufridas por Juan a través de jornadas de reflexión y, en algunos casos, por la vía reglamentaria. Era necesaria una intervención, un grupo de trabajo de revisión crítica y transformación de las concepciones institucionales enquistadas y naturalizadas por el tiempo y el uso. Con respecto a Juan, ingresó en un subproyecto que tendía a la preparación intensiva para incorporarlo a un grupo superior con alumnos con los que compartiera intereses y vivencias para favorecer su autoestima y dotar de sentido su permanencia en las aulas. Se puso en marcha una tarea democratizadora en la escuela. La escuela, en estos contextos, debe presentarse como proveedora de derechos y de progreso entendido como despegue de la fatalidad de origen. Juan fue incorporado al año siguiente al sexto año, concurrió todo el ciclo y a raíz de circunstancias familiares abandonó la escuela, a pesar de esto el vínculo nunca se perdió. Fue así que se lo pudo convencer de proseguir sus estudios en el servicio de adultos que se prestaba en el mismo edificio escolar. Juan ahora es un joven que intenta esquivar el destino de exclusión, de biografía anticipada al que parecía condenado como una enorme cantidad de chicos de los sectores populares. “una escuela que no puede retener a Juan, no merece llamarse escuela” Análisis bibliográfico: Me parece oportuno comenzar con el Marco General de Política Curricular, ya que es el documento que explicita las concepciones teóricas, filosófico-epistemológicas, ideológicas y ético- políticas que le dan sustento a las prácticas de la educación. En dicho documento, en el apartado “Estado, educación pública y currículum dice que: hoy nos encontramos en un proceso de recuperación del sentido de educar para una sociedad democrática, inclusiva, que apuesta al desarrolla con justicia en los planos económico, político, y social, de nuestro país, desde una perspectiva intercultural. Para convertir estos cambios en realidad es necesario recentralizar las obligaciones del Estado para garantizar la educación común y fortalecer la participación de los actores del sistema educativo, desde sus respectivas funciones y responsabilidades. En la primera parte del relato, se observa que esta perspectiva no se cumple, porque los agentes del estado, en este caso docentes y equipo directivo, no ayudan a Juan, no garantizaban su educación. Habían naturalizado su problemática de aprendizaje, estaba estigmatizado, lo habían etiquetado por provenir de un sector popular. Además, la escuela de Juan, era una escuela donde no se atendía a la diversidad. Según el enfoque del diseño curricular, éste recupera la noción de diversidad, distinguiéndola claramente del concepto de desigualdad. Mientras la primera hace referencia a las prácticas socio- culturales de los grupos y comunidades, la segunda refiere a las condiciones de índole socio- económica. El currículum da lugar a la diversidad y tiene como propósito formar sujetos que la reconozcan y valoren, que se reconozcan en la diferencia y que se inscriban con lo diferente. Pero al mismo tiempo, el currículum denuncia y rechaza todo tipo de desigualdad y se constituye en instrumento para la producción histórica de más igualdad. En la escuela de Juan este concepto de currículum no se respetaba, ya que Juan no se reconocía como parte de la escuela, no la valoraba, la escuela para él era un lugar ajeno en cuanto a sus prácticas; no obstante, él hacía uso de la misma. Él completaba el discurso escolar a su modo. Otras de las cuestiones centrales que fallaba con Juan era el vínculo con sus docentes y directivos, solo lo concebían como autor de todo lo malo que pasaba, inadaptado, violento, mal estudiante, era mirado desde el prejuicio, impedían su conocimiento, negaban su historicidad, su dinámica en la vida escolar. Debido a esto Juan no tenía grandes avances, ni retrocesos, era un caso más de “fracaso escolar”. Tomando lo expuesto por el Marco Curricular, la enseñanza es entendida como la práctica social de transmisión cultural para favorecer la inserción creativa de los sujetos en las culturas. Enseñar es transmitir conocimientos, prácticas sociales, normas, lenguajes y generar situaciones de aprendizaje para su construcción y reconstrucción. En este proceso no solo se producen saberes sino modos de vincularse con el conocimiento, aspectos que solo se aprenden en relación con otros. La libertad que requiere la construcción subjetiva sólo es posible en marcos culturales. La conquista de la subjetividad y del lazo social se produce, entonces, en el diálogo entre alumnos/as y docentes en torno de lenguajes, convenciones, símbolos e instrumentos de culturas. Esta relación es asimétrica. El/la docente se posiciona en un rol diferente al del alumno/a y , como sujeto adulto, tiene la responsabilidad de proporcionar los medios para que se produzcan los buenos aprendizajes de los alumnos/as, y ellos/as, de comprometer su trabajo para lograrlo. Además, la asimetría entre docentes y alumnos/as nos remite a reflexionar sobre la necesaria solidaridad intergeneracional que hace posible la construcción de un legado ineludible para poder mirar al futuro con esperanza creativa. El intercambio entre generaciones contribuye a la construcción histórica de oportunidades y cuestionamientos, en fin, de avances para la cohesión de una sociedad democrática. Juan no tenía una mirada hacia el futuro, para sus docentes, él no tenía futuro, estaba predeterminado al fracaso escolar. Tampoco se propusieron a tomar decisiones curriculares que favorezcan su aprendizaje, que lo ayudaran para alcanzar los saberes mínimos, no diferenciaban sus tareas y lo condenaban a un fracaso constante, no atendían a la diversidad del grupo. Martinis, en el texto “Sobre escuelas y salidas: la educación como posibilidad más allá del contexto” afirma que no es posible desconocer que muchas veces en nuestras prácticas educativas cotidianas la posibilidad de desarrollar una intencionalidad y de pensar y de pensar un futuro, choca violentamente con el problema de los condicionamientos que la realidad económica y social coloca a las capacidades de desarrollo de los sujetos. Obviamente, la referencia a esta situación es absolutamente inevitable en un contexto histórico y social en el cual las biografías personales y las trayectorias sociales parecen condenar a los sujetos, más allá de cualquier intervención posible. En relación a esto, la concepción del sujeto pedagógico plantea como ineludible considerar al docente como agente activo e irremplazable para la toma de decisiones curriculares. Para recrearlos y transmitirlos, los/as ubica como profesionales críticos/as capaces de dar sentido a su accionar diario. El o la docente es productor/a de conocimiento posibles aprendizajes en cada uno de los contextos específicos. Los docentes deben aplicar su habilidad, en las circunstancias específicas del aula, sensibles ante las diferencias socio-contextuales de sus alumnos/as y la comunidad social en la que se inserta la escuela y encuentren procedimientos originales para no enajenar su tarea. En la vertiginosa y compleja sociedad actual, las intervenciones docentes necesitan ser cada vez más creativas. La búsqueda incesante de estrategias variadas, significativas y pertinentes permite reconocer que no alcanza con saber aquellos conocimientos a transmitir, sino que es preciso, además, el compromiso ético de presencia y confianza en las posibilidades de todos para aprender. (Marco General). Los docentes que estuvieron a cargo de Juan durante su escolaridad no tomaron este compromiso ético del que habla el Marco General, ya que Juan era, como una papa caliente, pasaba de mano en mano y así iba transcurriendo su vida escolar sin grandes avances, sin retrocesos, sin registro, sin historicidad. Como lo dice Delia Lerner en el documento Enseñar en la diversidad: El problema didáctico crucial es generar condiciones para que el alumno pueda comprometerse con el aprendizaje. Esta condición, imprescindible en todas las aulas y para todos los alumnos, adquiere un matiz específico cuando pensamos en enseñar en la diversidad. Y además de estar inmerso en una institución donde no se respetaba la diversidad y no se le brindaba ninguna posibilidad, se naturaliza la situación del niño, y como nos dice Pablo Martinis, la naturalización de la desigualdad ubica a las políticas que la hacen posible como políticas de la producción de la injusticia. Naturalmente, en el centro de este proceso se ubican las políticas económicas. La sociedad aparece claramente dividida en dos segmentos: el de los que tienen derechos y el de los que atentan contra los mismos. Se produce un proceso de fragmentación. Y continúa diciendo que en definitiva se trata de colocarse frente a un sujeto singular y a una experiencia. No un sujeto vacío sino alguien designado como digno. Alguien a quien ofrecer una cultura desarrollando un acto de profunda justicia. Alguien a quien ofrecer objetos comunes y un lugar habitable, hospitalario, para que se encuentre con ellos. Pero Juan no provenía de una familia tipo (mamá, papá, hermanos) ya que él era huérfano de madre y sus hermanos tenían problemas de conductas, su padre era alcohólico. Juan era mirado desde el prejuicio, desde sus carencias, pero todos sabemos que somos más que carencias, que podemos aprender y superarnos a pesar de nuestras carencias. Con respecto a esto el Marco General nos dice: En las últimas décadas, el modelo tradicional de la familia nuclear se ha transformado: cada vez es más evidente que los hogares de muchos alumnos/as no están conformados por un padre, una madre y uno o más hijos/as con roles y funciones predeterminados. Este arquetipo coexiste actualmente con otros modos de organización familiar cada vez más diversos. Las expectativas sociales basadas en la representación tradicional de familia propician valoraciones negativas que provocan sufrimiento en aquellos sujetos que no responden al modelo familiar socialmente aceptado. Sin embargo, sea cual sea la configuración del grupo primario de referencia que ocupa el lugar de familia, se reconoce su significado en la vida de cada sujeto a partir del componente afectivo de las relaciones que la estructuran. En ciertas oportunidades, a las escuelas les resulta difícil problematizar las representaciones sociales cristalizadas acerca de cómo debe estar la familia, qué prácticas y valores deben sostener, qué funciones deben cumplirse. En estas ocasiones, las instituciones educativas pueden adoptar actitudes de exclusión, desvalorización e incomprensión hacia aquellas personas que forman parte del grupo de socialización primaria del niño/a o joven. Esta exclusión es la que padecía Juan, en la escuela. En la escuela de Juan también estaba fallando el equipo directivo, este no se hacía cargo de la situación de fracaso escolar de Juan y seguramente otros Juanes de la misma escuela. Según el Marco General, es responsabilidad del equipo directivo garantizar la socialización de los diseños y propuestas curriculares entre los/as docentes de su escuela. A través de observaciones de clases, análisis de planificaciones, entre otros elementos. Del mismo modo el seguimiento cercano de las producciones de los alumnos/as. Para que todo esto sea posible, es preciso que el equipo directivo establezca mecanismos de coordinación y supervisión de la tarea de sus docentes a fin de garantizar la progresión de la enseñanza y la articulación entre las salas y entre ciclos. Para hacer realidad un presente y un futuro más justos e inclusivos es preciso construir una democracia pedagógica, que se oponga a la concentración del conocimiento y del poder en un sector de la sociedad y establezca principios u estrategias que permitan la democratización de la transmisión cultural y la valoración de los saberes socialmente productivos de todos los grupos sociales. Esto es justamente lo que hizo el nuevo equipo directivo en la escuela de Juan. Cuando Juan ya tenía 14 años y cursaba cuarto grado, este nuevo equipo democratizó la tarea de la escuela, utilizó estrategias para mejorar no sólo el rendimiento escolar y vincular con Juan sino también con mucho de los alumnos en su misma situación, ya que Juan empezó a pasar de fondo a figura. El nuevo equipo directivo de conducción había comenzado a descorrer el velo institucional, a desnaturalizar prácticas enquistadas y a iniciar un camino de reflexión- acción en pos de mejorar los aprendizajes de los alumnos. Para mejorar el rendimiento escolar en el caso de Juan se comenzó a trabajar en el logro de la alfabetización básica y en mejorar su capacidad de operar. Para esto se flexibilizó y personalizó la oferta curricular, es decir se tomaron decisiones curriculares que lo favorecieron, también algo que lo ayudó mucho en su progreso, tanto a nivel contenido como a nivel personal fue, que se viabilizó su relación vincular con los docentes, algo que años atrás no existía para él. Con respecto a esto el Marco General se refiere y dice que generalmente, las figuras de autoridad- los docentes, los directivos, los inspectores- establecen desde los gestos y desde las estrategias las condiciones para la expresión y los intercambios. Cuando lo hacen, no sólo están valorando la palabra del otro/a, además están posibilitando construir otras inclusiones. A través de las interacciones verbales y los lenguajes corporales- sobre todo en las conversaciones- se van exteriorizado y “validando” contenidos, emociones, percepciones. Estas acciones son las que impulsó este nuevo equipo directivo, estas estrategias de inclusión y valoraron la palabra de Juan y de los demás estudiantes, Juan comenzaba a mostrarse, era más participativo y su vínculo con pares y adultos en la escuela mejoraba considerablemente. Una de las estrategias que se utilizó para mejorar, fue la creación de un consejo de aula por un cuerpo colegiado de alumnos que sirvió para canalizar las inquietudes de estos. Se buscaron datos a través de la conducta con alumnos del establecimiento y se comprobó que las situaciones de maltrato eran frecuentes y que el vínculo adulto- docente/ niño-alumno estaba naturalizado por las mismas víctimas. Según Philippe Meirieu en Cuadernos de Pedagogía, escuchar las dificultades de los estudiantes, comprender sus problemas y estar a su lado a lo largo de toda su escolaridad es muy importante, pero hay muchos alumnos para quienes este acompañamiento familiar no existe y para quienes me parece totalmente necesario que la escuela acometa esta tarea. Esto es lo que acertadamente realizó la nueva directora con Juan, tal es así que un día Juan se animó y le dijo a la directora: “¿así que a usted le gusta escuchar?” Y contó su historia. En esas charlas en la dirección, que se repitieron frecuentemente con Juan, fue en las que se lo vio sonreír. Para la institución fue un punto de inflexión: se debía reconocer en el trabajo con jóvenes provenientes de los sectores populares. Con estas charlas Juan se sentía motivado, orgulloso de sus avances y sus logros, ya no era humillado, ahora era valorado, tenido en cuenta. Respecto a esto, Philippe Meirieu agrega que muy a menudo los alumnos con dificultades son aquellos que nunca se han sentido orgullosos. Se dice que un alumno fracasa porque no está motivado. Y yo pienso que es al revés, que los alumnos no están motivados porque fracasan. Porque cuando un alumno está orgulloso de lo que ha hecho, cuando se ha conseguido hacerle hacer alguna cosa de la pueda estar orgulloso, entonces se siente motivado. La humillación desmotiva. Si somos capaces de hacer que los alumnos se sientan orgullosos, estarán motivados. Juan había sido humillados muchas veces en la escuela, por ejemplo en el comedor escolar Beto (su apodo) fue víctima de un trato humillante y, prácticamente obligado a reunir las sobras de otros platos para poder comer. Solo por haber llegado tarde al horario del comedor. El comedor, un lugar que debe ser un espacio de inclusión, un espacio pedagógico más, se convertía en este caso en escenario de degradación. Pero el hecho de estar con sobreedad también había sido seguramente otro motivo de humillación. La situación de Juan y su problemática de aprendizajes había sido naturalizada por el anterior equipo directivo, prejuiciado por su procedencia e historial familiar. Martinis dice que “Es común asistir a la enunciación de discursos sociales, políticos y educativos en las cuales la naturalización de la desigualdad es nombrada como “diferencia”. Desde esas construcciones diversos sujetos sujetos ocuparían posiciones desiguales en la estructura social (y en los procesos educativos) en función de poseer algunas características innatas/adquiridas en una conjugación de herencia familiar e influencia del medio social. En el caso de los sujetos que viven en situación de pobreza este discurso se construye vinculado a las nociones de educabilidad y peligrosidad. Los pobres, sujetos difícilmente educables, tienden naturalmente a conductas socialmente reprobadas linderas con la violencia y el delito. Desde este lugar es lógico que se avance en la construcción de una cadena de equivalencias que articula: niño pobre= niño carente = fracaso escolar = sujeto en riesgo= Sujeto peligroso = delincuente. Así construidas las cosas, se instala como un dato de la realidad la preocupación por la seguridad, siempre producido por el otro, por el inadaptado. La naturalización de la desigualdad ubica a las políticas que la hacen posible como políticas de la producción de la injusticia. Una política educativa o una intervención educativa puntual que sea concebida desde esta perspectiva niega la posibilidad de la educación en tanto concibe al otro desde su carencia o desde su peligrosidad. Lo concibe desde lo que no tiene y prefija un destino, anticipa un futuro clausurando la posibilidad de acontecimiento de lo nuevo, lo diferente, lo impensado”. Juan era concebido por sus carencias, predestinado a un fracaso escolar, sin un futuro satisfactorio. Esto cambió para él desde ese vínculo con el nuevo equipo directivo ya que este se posicionó contra todo futuro definido de antemano, y reconoció que el futuro siempre depende de las acciones de los referentes de la educación, de las autoridades. La escuela (de Juan) reconoció que no estaba preparada para resolver y tratar casos como los de Juan, pero a pesar de eso, se replanteó la trama vincular institucional, la función alfabetizadora, las prioridades, detectar a los juanes que podrían estar atravesando la misma situación. Se tomaron medidas tendientes a revertir prácticas como las sufridas por Juan a través de jornadas de reflexión. Philippe Meirieu afirma que una escuela que no forma a los más desfavorecidos para elegir algo de su vida, de su futuro; una escuela que no los ayuda a hacer elecciones acerca de su vida personal y profesional, tampoco los va a formar para que hagan luego elecciones políticas y ciudadanas. Una escuela democrática debe enseñarles a sus alumnos a postergar, a simbolizar y a cooperar. Lo bueno es que la escuela de Juan sí puso en marcha esta tarea democratizadora, se presentó como proveedora de derechos y de progreso, como despegue de la fatalidad de origen. Hicieron de la escuela un lugar donde se respetaba el derecho a ser diferente. Juan terminó la primaria, fue convencido luego de proseguir sus estudios. Juan es ahora un joven que intenta esquivar el destino de exclusión, de biografía anticipada al que parecía condenado como una enorme cantidad de chicos de los sectores populares. Para concluir el análisis, si tengo que plantearme interrogantes respecto a ¿Cómo pudo Juan? no está demás la pregunta acerca de ¿Cuál es el lugar que la sociedad materialista brinda a los niños de sectores populares?, ¿Qué tan difícil es generar políticas públicas referentes a la educación, para que los más indefensos, los niños de las clases bajas, no sufran esas diferencias? Y en función de esto, ¿qué valor tiene lo que nosotros como docentes ofrecemos dentro de la escuela?
“la escuela que no puede retener a Juan, no merece llamarse escuela”