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Duelo, acidia y melancolía

23/05/2002- Por Isidoro Vegh -

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"...La acidia es la descripción de una estructura que propongo diferenciable del duelo
normal y de la melancolía..."

Voy a proponer una incidencia que se da en el análisis de las neurosis y que suele
diluirse en otras conocidas: el duelo y la melancolía.

Tenemos un texto clásico de Freud, era inevitable que lo mencionara, “Duelo y


melancolía”, figura entre las reflexiones metapsicológicas, fue escrito en 1915, y dice:

“La conjunción de melancolía y duelo parece justificada por el cuadro total de esos dos
estados.(...) El duelo es, por regla general, la reacción frente a la pérdida de una
persona amada o de una abstracción que haga sus veces, como la patria, la libertad,
un ideal, etc. (...) Cosa muy digna de notarse, además, es que a pesar de que el duelo
trae consigo graves desviaciones de la conducta normal en la vida, nunca se nos
ocurre considerarlo un estado patológico ni remitirlo al médico para su tratamiento.
Confiamos en que pasado cierto tiempo se lo superará, y juzgamos inoportuno y aun
dañino perturbarlo.”1[1]

Recuerdo que tiempo atrás los hombres usaban corbata negra, las mujeres su vestido
negro y nadie iba a decir que esas personas estaban mostrando un trastorno
patológico. Cierto saber en la cultura manifestaba un reconocimiento del estado de
duelo. Ante él, Freud opone la melancolía:

“La melancolía se singulariza en lo anímico por una desazón profundamente dolida,


una cancelación del interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de amar,
la inhibición de toda productividad –cosas que por otro lado también suceden en el
duelo- y una rebaja en el sentimiento de sí que se exterioriza en autorreproches y
autodenigraciones y se extrema hasta una delirante expectativa de castigo.” 2[2]Esto
último, más la forma evolutiva, diferencia la melancolía del duelo. Y dice una de esas
frases que terminan siendo aforismos: en la melancolía el sujeto “sabe a quién perdió,
pero no lo que perdió en él”3[3]. Concluye en su interpretación de que el melancólico

1[1] Freud, Sigmund. Obras completas, Duelo y melancolía, pág. 241. Amorrortu editores,
Buenos Aires, 1976.

2[2] Idem., pág. 242.

3[3] Idem., pág. 243.


se identifica con el objeto perdido, segundo aforismo: “La sombra del objeto cayó
sobre el Yo.”4[4]

Voy a decir una herejía: comencé citando a nuestro maestro Freud y lo que él me
enseñó. Pero no me alcanza. Si aceptamos que la melancolía es una entidad, que
implica una estructura diferenciable del duelo, con las características que describe:
autorreproche, rebajamiento de la estima, de la valoración yoica, imposibilidad de
dialectizar el enclave que llevado al extremo puede llevar al delirio de Cotard, cuando
el sujeto se siente como alguien que habita un cuerpo que se está pudriendo, le diría
que eso se podría situar en un campo que está fuera de la neurosis. La suelo ubicar
como una variante de las psicosis que no se iguala a las grandes psicosis que
conocemos -parafrenia, esquizofrenia o paranoia- pero que se incluye dentro del
campo de las psicosis donde el sujeto queda a merced del goce sádico del Superyó sin
posibilidad de producir la flexión operatoria que los analistas llamamos castración. En
la melancolía, la sombra del objeto que yo era para el Otro, perdido el sustento que el
Otro me daba, retorna sobre mí como una sombra. Mi identificación con este objeto es
un modo de entificar el objeto nada. Le diría a Freud ‘maestro, como lo pienso así,
aunque estoy muy agradecido por todo lo que usted nos ha propuesto, no puedo
desconocer que falta un término, “Duelo, x y melancolía”. x para nombrar cuando hay
una depresión que no es el duelo habitual, que implica una dimensión sintomática pero
en la neurosis.

Voy a mencionar el texto donde se me ocurrió el término a proponer. Es de un filósofo


italiano, Giorgio Agamben y el libro se llama “Estancias. La palabra y el fantasma en la
cultura occidental”, es de la Editorial Pre-textos. Buen título, y más por ser de un
filósofo. Es un filósofo moderno, como Santiago Kovadloff, de esos que leen a Lacan, a
Freud porque descubrieron que no pueden excluir al psicoanálisis del campo de la
cultura. Giorgio Agamben escribe su preocupación por objetos que se caracterizan por
tener eficacia a partir de su ausencia. Comienza por uno que sitúa lo que voy a
desarrollar:

“Durante toda la Edad Media, un azote peor que la peste que infecta a los castillos, las
villas y los palacios de la ciudad del mundo se abate sobre las moradas de la vida
espiritual, penetra en las celdas y en los claustros de los monasterios, en las tebaidas
de los eremitas, en las trapas de los reclusos. Acedia, tristitia, taedium vitae, desidia
son los nombres que los padres de la Iglesia dan a la muerte que induce en el
alma;”5[5]

Pertenece a los pecados capitales. En la enumeración de Casiano son: Gastrimargia


que en castellano quiere decir “gula”, ese pedacito de asado que comen cuando ya no
dan más pero que es el más rico; Fornicatio que se traduce por “lujuria”; Philargyria
que se traduce por “avaricia”; Ira; Tristitia –tristeza-; Acedia -o acidia-; Cenodoxia,
que quiere decir “vanagloria”; Supervía o soberbia. Por suerte, creo que disfrutamos
de todos. A partir de San Gregorio, la tristitia se funde con la acedia- yo la voy a
llamar acidia.

4[4] Idem., pág. 246.

5[5] Agamben, Giorgio. Estancias. La palabra y el fantasma en la cultura occidental, pág.


23. Editorial Pre-textos, Valencia, 1995.
Bajo mi baraja y propongo “Duelo, acidia y melancolía”.

Voy a desplegar un contrapunto entre la acidia y la angustia.

Nos dice Agamben:

“Los padres (de la iglesia) se encarnizan con particular fervor contra el peligro de este
‘demonio meridiano’ -se llama demonio meridiano porque en la iconografía medieval
suele aparecer a la hora del mediodía, cuando el sol está en lo más alto- que escoge a
sus víctimas entre los homines religiosi y los asalta cuando el sol culmina sobre el
horizonte.”6[6] Hay descripciones del cuadro en hebreo, su nombre es Keteb. Hay
antecedentes mitológicos de este mismo cuadro, Agamben cita a Rohde, en la tradición
griega.

¿En qué consiste el cuadro de acidia? Agamben dice7[7]:

“Apenas este demonio –para los padres de la iglesia esto surge por acción del
demonio, nosotros vamos a intentar dar la lógica de la estructura, no les vamos a
pedir a ellos que hablen en términos de Inconciente o de gran Otro- empieza a
obsesionar la mente de algún desventurado le insinúa en su interior un horror del
lugar en que se encuentra, un fastidio de la propia celda y un asco de los hermanos
que viven con él, que le parecen ahora negligentes y groseros.”

El sujeto empieza a sentir horror del lugar, no encuentra gusto en donde se encuentra.
No puede habitar bien los límites de su propia piel. Proclama un disgusto de su lugar y
un fastidio dirigido al otro. En nuestra clínica: comienza a dominar la cara de culo. ¿La
registran en algunos pacientes? Empieza a ser sistemático, una cara que acompaña el
sufrimiento del sujeto, no anda feliz por el mundo, muestra horror del lugar que
habita. Tristitia con acidia, al modo de San Gregorio, el estado acidioso es una tristeza
con acidia, el asco hacia el otro es un modo fallido de defensa, ‘no soy yo el
negligente, son los otros”. “Le hace volverse inerte a toda actividad que se desarrolle
entre las paredes de su celda, ...” Acusa al otro de negligente pero sufre, no es un
manejo instrumental, es un sujeto que sufre y hace sufrir a los que comparten con él
ese momento de su vida, y lo encuentran inerte. “...le impide quedar en ella en paz y
atender a su lectura; y he aquí que el desdichado empieza a lamentarse de no sacar
ningún goce de la vida conventual, y suspira y gime que su espíritu no producirá fruto
alguno mientras siga donde se encuentra” Incidencia de la queja que no resuelve sino
que agrava la encrucijada. La trampa en la que el sujeto penetra hace que no pueda
producir los frutos que anhela, la convierte en profecía autocumplida. Pero el sujeto
anhela sus frutos, no es el melancólico que dice ‘no quiero nada’.

“quejumbrosamente se proclama inepto para hacer frente a cualquier tarea del espíritu
y se aflige de pasársela vacío e inmóvil siempre en el mismo punto,...”

Hay aflicción del sujeto por no ponerse en movimiento. Si bien hay complacencia,
domina el disgusto, hay lucha, hay tristeza y defensa – más bien fallida- contra esa
tristeza.

6[6] Idem, pág. 24.

7[7] Idem, pág 25.


“él que hubiera podido ser útil a los demás y guiarlos, y en cambio no ha concluido
nada ni ha sido de provecho a ser alguno. Se hunde en elogios deshilvanados de
monasterios ausentes y lejanos y evoca los lugares donde podría ser sano y feliz;...” El
otro lugar sí que vale; mantiene el valor del ideal, aunque no lo puede situar en su
propia vía. Para un melancólico nada vale.

“describe cenobios dulces de hermanos y flagrantes de conversaciones espirituales; y,


por el contrario, todo lo que tiene al alcance de la mano le parece áspero y difícil,...”
Esto es lo que hace insoportable la trama para quienes conviven y tormentosa la
transferencia para el analista cuando se despliega en el análisis.

“Entonces empieza a mirar en su torno aquí y allá, entra y sale muchas veces de la
celda y fija los ojos en el sol como si pudiera retardar el ocaso; y al fin, le cae en la
mente una insensata confusión, semejante a la calígine que envuelve a la tierra, y lo
deja inerte y como vaciado.”

Descripción de Joannis Cassiani, de su texto De institutis coenobiorum, concluye


mostrando la desorientación del sujeto, no sabe donde está.

Esta estructura, con mayor o menor gravedad, con mayor o menor duración, puede
aparecer, irrumpir en el análisis de un neurótico.

Agamben, en ubicación moderna, reconoce en el dandy, por ejemplo, en Baudelaire,


esta posición de la acidia. Menciona el primer poema de Les Fleurs du mal, Las flores
del mal, que se titula “La destrucción”8[8].

Sin cesar a mis lados se agita el demonio;

Nada a mi alrededor como un aire impalpable;

Lo trago y lo siento que abrasa mi pulmón

Y lo llena de un deseo eterno y culpable.

A veces, toma, sabiendo mi gran amor al Arte,

la forma de la más seductora de las mujeres,

Y, bajo especiosos pretextos de hipócrita,

acostumbra a mi labio con filtros infames.

8[8] Baudelaire, Charles. Obra completa en poesía, pág. 302. Editorial Libros Rio Nuevo,
Barcelona.
Me conduce así, lejos de la mirada de Dios,

jadeante y destrozado de fatiga, en medio

de las llanuras del aburrimiento, profundas y desiertas,

y arroja en mis ojos llenos de confusión

vestidos manchados, heridas abiertas,

y el aparato sangrante de la destrucción.

Es lo mismo en versión más cercana. Es algo que se le aparece al sujeto como una
tentación mortífera, mortificante cuyo precio mayor es el tedio, el aburrimiento, el
sujeto pierde el gusto, incluso por su Arte, por la creación. El poema nos recuerda el
valor de su Arte. No es el melancólico que dice ‘todo es una mierda’, él recuerda el
valor del ideal que tenía puesto en el Arte; pero tentado por el demonio se encuentra
pagando el precio del tedio y la confusión.

En la patrística cristiana se habla de las filiae acediae, las hijas de este diablo
meridiano, cortejo infernal que se caracteriza por malicia, rencor, pusilanimidad,
desesperación, somnoliencia y también la evagatio mentis, aceleración imaginaria sin
anclaje que puede derivar en un movimiento maníaco, a una idea le sigue otra sin
posibilidad de que el sujeto ancle en una. Se manifiesta en la “verbositas, la monserga
vanamente proliferante sobre sí mismo.9[9] Agamben lo resume como ‘hirpertrofia de
la imaginación’. Yo diría aceleración de la imaginación sin anclaje. En el mundo
capitalista, burgués, nos recuerda Agamben, desgraciadamente esta tristitia acidia fue
muchas veces identificada, estigmatizada como pereza, ‘vos no querés hacerlo’. Es un
riesgo que el analista se situé en esta posición equivocada dado que no es un
problema de pereza, el sujeto es desdichado aunque tenga complacencia con su
posición. Quien lo vió bien es Santo Tomás que lo aclara en la Suma Teológica: no
corresponde ponerla bajo el signo de la pereza sino de la angustiosa tristeza y de la
desesperación. Dice, domina, citando a Guilielmi Parisiensis en la Opera omnia,
Venteéis, 1591, la imagen del recessus, del retirarse atrás. Punto esencial de la acidia:
se inicia en el recessus, en la renuncia. Ya digo su contraparte: -la angustia se inicia
con el anuncio. Acidia y angustia, se inician como renuncia y anuncio. Pero se trata de
una renuncia que no es la del melancólico, no es la renuncia de alguien que dice ‘nada
vale’. El sujeto retrocede ante lo mejor que le puede arribar, que Dios le ofrece. Dice:

“El sentido de este recessus a bono divino, de esta fuga del hombre ante la riqueza de
las propias posibilidades espirituales, ...”10[10]

9[9] Agamben, Giorgio. Estancias. La palabra y el fantasma en la cultura occidental, pág.


28. Editorial Pre-textos, Valencia, 1995.

10[10] Idem, pág. 31.


El sujeto no reniega. En el poema, Baudelaire escribe Arte con mayúscula.

“Que el acidioso se retraiga de su fin divino no significa, de hecho, que logre olvidarlo
o que cese en realidad de desearlo.”11[11]

A Agamben le interesa porque quiere investigar la eficacia de este objeto perdido. “La
suya es la perversión de una voluntad que quiere el objeto, pero no la vía que conduce
a él y desea y yerra a la vez el camino hacia el propio deseo.”12[12]

La acidia no se opone al deseo, no lo ignora sino que se opone a la satisfacción del


deseo, al encuentro del sujeto con el objeto de su deseo.

Un autor medieval que podría muy bien inscribirse en los prejuicios burgueses,
Jacopone da Benevento13[13], decía ‘la acidia cada cosa quiere tener, pero no se
quiere fatigar’. Tiene un tono superyoico. Mucho mejor es la cita que Agamben hace de
Kafka14[14]: ‘existe un punto de llegada, pero ningún camino’. Podríamos recordar a
Van Gogh, su cuadro “Retrato del Doctor Gachet”, como una figura típica del acidioso:
un hombre o una mujer apoyando su cara en la mano izquierda, mientras deja caer la
mirada desolada.

En una carta a su hermano Theo, Van Gogh le escribe: ‘- no lo voy a ver más al doctor
Gachet, es muy amable conmigo, bondadoso, pero está más triste que yo’.

Por último –por eso cité a Baudelaire- sería un error ver en esta disposición a la acidia
sólo algo negativo. En la historia del Arte es frecuente que la lucha contra la acidia
haya generado obras importantes. Para Agamben, la obra de Baudelaire podría
situarse en esa perspectiva. Es la tristitia salutifera. Aunque no lo recomiendo, es el
luto que crea alegría.

El último párrafo, bien escrito nos salva de tentar una posición única.

“En la medida en que su tortuosa intención abre un espacio a la epifanía de lo inasible,


el acidioso da testimonio de la oscura sabiduría según la cual sólo para quien ya no
tiene esperanza ha sido dada la esperanza, y sólo para quien en cada caso no podrá
alcanzarlas han sido asignadas metas. Así de dialéctica es la naturaleza de su
‘demonio meridiano’. Como de la enfermedad mortal, que contiene en sí misma la
posibilidad de la propia curación, también de ella puede decirse que ‘la mayor
desgracia es no haberla tenido nunca’.”15[15]

11[11] Idem.

12[12] Idem.

13[13] Idem, pág. 32.

14[14] Idem, pág. 32.

15[15] Idem, pág. 35.


Hasta aquí quise describir un cuadro que cabe encontrarlo en el curso del análisis de
un neurótico, cuando el sujeto nos cuenta su desazón y su sufrimiento, también su
incapacidad de moverse y su imposibilidad de hallar un espacio que le convenga, su
crítica quejosa hacia sí y hacia quienes lo rodean, pero al mismo tiempo, sus anhelos
imposibles desde su perspectiva y su lugar, que sitúa posible en otro espacio. Es una
descripción de una estructura que propongo diferenciable del duelo normal y de lo que
Freud llamó melancolía.

Mi idea es que en lo que Freud llamó melancolía hay una conjunción, una
condensación, de este cuadro de acidia y de la melancolía como estructura
propiamente dicha. Creo que en la literatura psicoanalítica muchas veces suele
hacerse lo mismo. A veces se lo remedia hablando de duelo patológico que puede
tener alguna connotación ligada a la acidia.

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