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Capítulo 6

NEIVA, LA TRANSFORMACIÓN URBANA DESDE


LA TRADICIÓN COLONIAL HASTA LA VIVIENDA
OBRERA DE MEDIADOS DEL SIGLO XX

Jean Paul De Ángelo Ruiz Martínez, Ruth Natalia Caicedo Palacio

PRESENTACIÓN

L
a clasificación de las ciudades señala su jerarquía en las redes urbanas,
de manera que definiciones como grande o pequeña responden a cri-
terios espaciales, demográficos o de función en razón a otros centros
urbanos (Comisión de planificación estratégica urbana, s.f.). La ciudad in-
termedia no es la excepción, es una clasificación que se otorga asumiendo
que la ciudad está en una posición media o que tiene un tamaño medio,
así como que desempeña una función de mediación de flujos (como toda
ciudad), pero en un rango que no es el mayor ni el menor (Sabattini, 1998).
Bajo estas consideraciones, Neiva ha sido clasificada como ciudad interme-
dia según criterios de población, competencias administrativas, presupues-
tales y situación de conectividad.
En estas condiciones Neiva, capital del departamento del Huila desde
1905 y centro político y administrativo de la región desde el periodo colo-
nial, es una ciudad en el medio, incluso a medio camino entre Bogotá y el
sur del país, por tanto, como centro a la vez que intermedia, tiene particula-
ridades y continuidades con los procesos históricos, razones por las cuales
no puede ser subsumida a una historia nacional, ni perderse en el localismo.

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Uno de dichos procesos fue la creación de barrios obreros, que en Neiva sólo
se pudo concretar casi hasta mitad de siglo y que, como en el resto del país,
encontró en la higiene la excusa para controlar territorios con la pretensión
de modelar conductas. En el caso de Neiva, el discurso higienista se sumó a
las geografías humanas del siglo XIX, siendo definida como tierra caliente y,
por consiguiente, como un lugar no apto para el desarrollo de la civilización,
lo que contrastaba con la función que desempeñó desde su fundación.
Así las cosas, en este texto se estudia el proceso de transformación urbana
en Neiva desde la mitad del siglo XIX, cuando era una ciudad anclada en
la tradición colonial, hasta la mitad del siglo XX, cuando se desarrollaron
barrios y proyectos de vivienda obrera con los que se pretendió cambiar el
modo de vida tradicional, ordenando la ciudad y con ello la vida de los ha-
bitantes. Para ello, se presta atención al problema de la jerarquía territorial y
al discurso higienista, así como al crecimiento y planificación de la ciudad.
Esto fue posible gracias a una historiografía regional y local bastante activa,
con obras como la Historia General del Huila y la Historia Comprehensiva de
Neiva, y con rigurosas investigaciones de autores como Rocío Polanía Farfán
(2005; 2007; 2018) y Armando Saavedra Perdomo (2013).

Neiva, ciudad de “tierra caliente”

Neiva fue descrita en 1905 por David Rivera (1996) como un pequeño
poblado al oriente del río Magdalena, al norte de los arroyos del río del Oro
y al sur de La Toma. La ciudad mantenía su fisionomía colonial y estaba con-
formada por siete barrios (Centro, Cantarranas, Santa Bárbara, San Pedro,
Occidente, los Mártires y la Toma). Según Rivera (1996), los asentamientos
urbanos estaban alrededor de la plaza central y sus casas eran, en su mayo-
ría, de bahareque con techos de palmicha, con excepción de las casas más
centrales que estaban construidas con muros de tierra aprisionada y techos
de teja de barro cocido. Entre estas últimas, seis eran de dos pisos. La defi-
nición de pequeño poblado no es errónea, era una ciudad pequeña en com-
paración con Bogotá, Medellín o Cartagena, resultaba más bien cercana a lo
que hoy podemos definir como ciudad intermedia.
Medio siglo antes, la ciudad no era muy distinta, aunque sí más pequeña.
En 1856 la describieron como una ciudad con 4.000 habitantes, distribui-
da en 4 barrios que contenían más de 600 casas, entre las cuales 6 eran de
dos pisos, 50 de teja de barro y las demás de paja (El Alto Magdalena, 1 de
marzo de 1856: 100). Para los editores de la publicación neivana, la ciudad
tenía una superficie de 100 hectáreas por lo que podía corresponder a cada

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habitante un área de 125 metros cuadrados, mucho más que el pie cuadrado
que les correspondía a los londinenses. Esta descripción de Neiva también
señala que en la ciudad habitaban 50 artesanos que ejercían sus oficios en la
ciudad, lo que consideraban un logro del gobernador Manuel María Madie-
do, quien había estimulado la inmigración de estos a la ciudad.
Las descripciones de 1856 incluyen la ubicación de los baños, las aguas
y los vientos, señalando que la forma de la ciudad permitía el acceso y uso
de ellos por los habitantes. Esto era determinante pues correspondía con la
necesidad de mostrar una ciudad salubre y apta para la civilización, dentro
de las geografías humanas que jerarquizaban los territorios desde determi-
naciones geográficas y raciales. Neiva estaba ubicada a una altura de 400
metros aproximadamente y su temperatura era de 28 grados centígrados
-según los neivanos-, por ello se denominada “tierra caliente”, con lo que se
ponía en duda la capacidad de ser el centro político y administrativo de la
región ya que, desde los altos centros andinos, se consideraba que los sitios
calientes eran inferiores y peligrosos, tenían animales y plagas, estaban ha-
bitados por gentes perezosas, que no podían generar progreso por si mismas
sino que tenían que ser dirigidas. Los neivanos defendieron que, a pesar de
la temperatura, tenían todas las condiciones para gozar de buena salud y ja-
lonar el progreso en la región, como era la abundancia de alimentos y fuen-
tes de agua, buenos vientos que corrían por las calles de la ciudad, carencia
de enfermedades y animales ponzoñosos.
Al problema de la jerarquía territorial y la civilización se unió en la se-
gunda mitad del siglo XIX la cada vez mayor relevancia de la higiene, un
grupo de políticas que pretendía evitar la propagación de las enfermeda-
des mediante el aseo, y cuya efectividad se medía en el incremento de la
población. Esta perspectiva frente a la enfermedad estuvo relacionada con
el posicionamiento y reconocimiento del discurso médico profesional, en-
contró en el desaseo el origen de las enfermedades e incentivó el cambio de
costumbres en la población, motivo por el cual hablar de higiene era hablar
de política urbana (Sánchez Castañeda, 2014).
En tiempo de los Estados Unidos de Colombia (1863-1886), en Neiva
hubo varias epidemias de dengue y fiebre amarilla. Existieron en el país jun-
tas de sanidad y el manejo de las epidemias estuvo bajo la responsabilidad de
cada uno de los estados, divididos en provincias, pero el gobierno nacional
podía intervenir ante peticiones de los estados. Así ocurrió por la epidemia
de fiebre amarilla que afectó a Neiva y gran parte del Alto Magdalena entre
mayo y junio de 1880, fue tal la gravedad, que de la capital del Estado So-
berano pasó a El Espinal y el Guamo, ante lo cual, el gobierno central envió
una comisión de médicos profesionales.

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Sin embargo, con la centralización que siguió el país desde el comienzo de


La Regeneración en 1886, se promulgó la Ley 30 de 1886 que creó Juntas de
Higiene en la capital de la República y en las capitales de los departamentos o
ciudades principales, entre ellas Neiva. Con dicha ley, la higiene paso a ser un
servicio organizado a nivel nacional. Cada junta estuvo encargada de informar
al gobierno sobre la situación de salud e higiene para tomar medidas preven-
tivas orientadas principalmente hacia la población más pobre. Así se atendió
la crisis de fiebre amarilla que afectó a Neiva nuevamente en 1887. Llama la
atención que, en 1893 desde El Municipal, los neivanos negaron la idea de que
la ciudad fuera febril, lo hicieron argumentando que los enfermos no eran de
esa ciudad, sino que pasaban por ella o estaban a regular distancia (El Munici-
pal, 19 de agosto de 1893:3), defendiendo así su posición en la región.

Ilustración 20: Mapa de Neiva. Aproximación al área de la ciudad en 1905 sobre el mapa actual.
Neiva, entre ríos. Fuente: Elaboración propia. Una aproximación al área de la ciudad
en 1905 sobre el mapa actual, señala la localización de algunas urbanizaciones.

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En este contexto, problemas como la prostitución (El Municipal, 14 de


octubre de 1893:11; 14 de mayo de 1898:63) o la abundancia de animales en
las calles de la ciudad (El Municipal, 14 de octubre de 1893:20), se trataron
desde la higiene, es decir, mediante una regulación policiva para cambiar
las costumbres con miras a alcanzar el progreso. Las medidas que se propu-
sieron implicaron nuevas formas de habitar la ciudad, como por ejemplo,
la prohibición de que las prostitutas estuvieran por la calle y la orden para
que fueran ubicadas en espacios menos centrales en la ciudad. Sin embargo,
guerras como la de 1895 y la de los Mil Días, hicieron que las prioridades a
nivel nacional y departamental fueran otras (Gutiérrez, 2006).

La expansión urbana del siglo XX y la


vivienda obrera, pero no en Neiva

La ciudad recibió al siglo XX sin sufrir grandes transformaciones. Había


crecido adaptando la forma española sin traspasar los “límites naturales”
que eran los ríos y arroyos (Saavedra Perdomo, 2013), pero estaba en una
situación crítica pues con la guerra de los Mil Días se había desestructurado
la economía regional, al punto en que la ganadería vacuna y caballar estaba
quebrantada (Tovar Zambrano, 2005).
Así, la primera década del siglo XX fue un periodo de reconstrucción
económica y social en Neiva, en el que además se constituyó el departamen-
to del Huila y Neiva fue elegida su capital (1905). En dicho proceso, la región
contó con instituciones y políticas que hasta entonces estaban ausentes: se
otorgó a los prefectos el juzgamiento y castigo de los delitos, se instaló la
Junta Departamental de Estadística y empezó a funcionar la Junta Central
de Higiene, encargada del control de las enfermedades, saneamiento de los
puertos y manejo de las aguas y alimentos (Hernández Álvarez, 2000). Den-
tro de estas políticas, se hicieron campañas de vacunación para enfermeda-
des como la viruela en el departamento.
Para 1918 la ciudad fue idealizada, como todo el país, en el Libro azul
de Colombia, una especie de guía promocional con fines comerciales que
da cuenta del imaginario que el conservatismo en el poder quería difundir
en el extranjero. En él, se describió a Neiva como una ciudad muy aseada,
de calles anchas y rectas, edificios en gran parte en teja y con habitaciones
cómodas muy elegantes. Se describe la plaza como espaciosa y cultivada, se
destaca el acueducto recientemente construido y que la ciudad es atravesada
por el arroyo La Toma. Esta visión idílica, en la que se señala la cultura, fes-
tividad y hospitalidad de los huilenses (Posada Callejas, 1918), contrasta con

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la aglomeración de personas sin vivienda hacía el oriente de la ciudad, sobre


la cual dieron noticia los vecinos pocos años antes en una misiva enviada
al gobernador (Gaceta del Huila, 20 de mayo de 1916:818), la cual motivó
a este para pedir al Consejo Municipal, la protección de la armonía social
mediante la solución del problema. Además, es preciso tener en cuenta
que el acueducto no llegaba a gran parte de la ciudad, que se carecía de
alcantarillado y de un matadero en condiciones, tal y como indicó la Junta
Central de Higiene (Gaceta del Huila, 19 de diciembre de 1916:391-393).
El mismo año en que se publicó el Libro azul, una gripa epidémica afec-
tó a Bogotá y murieron seis mil de sus habitantes. La preocupación por
las condiciones de salud de los habitantes, sobre todo de los pobres, tomó
relevancia y se promulgó en 1918 la Ley 46 por la cual se dictó una medida
de salubridad pública y se proveyó a la existencia de habitaciones higiéni-
cas para la clase proletaria. Dicha ley obligó a todas las ciudades con más
de 15.000 habitantes a destinar el 2% de su presupuesto para la vivienda
popular y esta debía cumplir con los requisitos que había establecido la
Dirección General de Higiene. Es posible afirmar que la ley demuestra
que la vivienda obrera era una preocupación de las élites colombianas, que
encontraban a las clases populares en condiciones antihigiénicas y caren-
tes de salubridad (Espinosa Restrepo, 2005), en espacios insalubres que
producían lástima y asco (Díaz Cotrino, 2007).
Con esta medida se inauguró la fase higienista de la vivienda social en
Colombia (1918-1942). El año siguiente, en Bogotá la Junta de Habitaciones
para Obreros y empezó a hacer vivienda obrera, pero esto no ocurrió en
Neiva, la ciudad encaminó la construcción no a la vivienda sino a edificios y
obras públicas necesarias en Neiva por su condición de capital departamen-
tal, por ejemplo, la sede del gobierno departamental o la catedral.
En este sentido, la vivienda social no era un asunto central para el go-
bierno de Neiva, tampoco lo fue en la década de 1920, periodo en el que se
adelantaron obras civiles relativas al ordenamiento urbano, alcantarillado,
vías, medios de comunicación. Para entonces, Neiva y el Huila estaban
aislados de los centros económicos de mayor desarrollo (Tovar Zambra-
no, 2005), no estaba la ciudad inserta en los mercados nacionales ni en el
proceso de modernización, motivo por el cual desde la administración se
estimuló la llegada de la línea férrea y un plan vial (Saavedra, 2013). La esta-
ción de Ferrocarril de Villavieja no fue entregada sino hasta 1930.

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De “ciudad muerta” a ciudad jardín

Neiva fue descrita en 1932 como una ciudad muerta, adormecida, contem-
plando románticamente sus ríos, disfrutando de la música y mecida en ha-
macas perezosas (Rosas y Espinas, julio de 1932:2, citado por Polanía Far-
fán, 2007). La hamaca había sido desde el siglo XIX un símbolo de opulencia
para los neivanos, de pereza y atraso para otros, que en la ciudad se critique
es muestra de deseos de cambio que se concretaban en la década de 1930,
aunque la transformación del espacio urbano se estaba haciendo evidente
desde la década anterior. Las nuevas propuestas arquitectónicas y urbanís-
ticas estuvieron acorde con un ideal de ciudad en el marco de la República
Liberal y su proyecto de modernización (1930-1946), en el cual era necesa-
rio diagnosticar, censar y planear el desarrollo.
Bajo esta preocupación se desarrollaron censos y Neiva fue censada en
1938. Se identificó que la ciudad se estaba extendiendo, había empezado
a superar los límites de los ríos y arroyos en que se había desarrollado. El
fenómeno fue favorecido por el desplazamiento que generaron las obras del
ferrocarril, ya que los afectados buscaron terrenos para construir viviendas.
Otros datos que aporta el censo tienen que ver con la cantidad de habitantes
y edificaciones. Indica que en 1938 Neiva contaba con 2.459 edificaciones de
las cuales 2.126 eran casas de habitación, 8 eran escuelas públicas o colegios
de internos, 12 estaban entre pensiones y casas de huéspedes, 4 eran hospi-
tales, asilos u orfanatos, 4 eran conventos, cuarteles o prisiones; así mismo,
se indicó que 296 tenían otros usos, estaban desocupadas o en construc-
ción (Contraloría General de la República, Censo General de Población, vol.
8:175). La ciudad había crecido, pero lo hacía sin orden ni planificación. No
contaba con vías ni redes de servicios públicos suficientes (Polanía Farfán,
2007) para sus 15.096 habitantes. El censo indica que 1.278 edificaciones no
contaban con servicios públicos.
También son problemáticos los informes de la Comisión de Cultura Al-
deana, la cual pretendía aportar a la modernización y promover el desarrollo
urbano del país mediante la constitución de un sujeto ideal con la educación
y el acceso al libro. La comisión llegó a Neiva en 1935 y con ella Ricardo Ola-
no, quien describió a Neiva como una ciudad entre ríos (Magdalena, del Oro
y las Ceibas), la cual tenía buen hospital, panóptico, algunos almacenes y
farmacias, pero pocas casas modernas. Olano (1978) Apunta que, salvo por
algunos detalles, Neiva tenía un “pobre aspecto de pueblo grande” (p. 35).
En el mismo sentido, el perito de salubridad de la Comisión identificó
que Neiva era un lugar sin higiene. Dijo que el área urbana de Neiva, con
16.500 habitantes y aproximadamente 1.585 casas, contaba en el centro con

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construcciones y paredes de tierra pisada y techos de teja, pero que la mayoría


de las habitaciones de la población eran de bahareque y techos de paja, todo en
malísimas condiciones higiénicas a pesar de que las calles eran amplias, rectas,
planas y pavimentadas, aunque algunas estaban empedradas (Comisión de
Cultura Aldeana, 1935). También se señala que la ciudad no tenía alcanta-
rillado, ni canales para aguas lluvia ni para aguas sucias, que las calles eran
drenadas por el desnivel natural del terreno, lo que llevaba a que se formaban
pantanos y pozos en las partes bajas de la ciudad, explicando el origen de la
abundancia de zancudos. De otra parte, encontró que el manejo de las basu-
ras era lamentable pues los desperdicios de las casas eran arrojados a caños o
zanjas abiertas en el suelo, que las conducían a resumideros en patios y solares;
es más, los desechos humanos se transportaban de los excusados hacia afuera
de las casas por canales superficiales y descubiertos. Estos excusados a los que
se refiere son las letrinas, que estaban en un 72.42% de las casas. Era entonces
Neiva una ciudad que vista desde fuera era insalubre y antihigiénica, tampoco
se había conseguido que el acueducto fuera suficiente y la gente seguía llevan-
do a su casa el agua desde las fuentes y arroyos en barriles y vasijas.
El reconocimiento de la falta de higiene en Neiva llevó a que se buscara
la inversión de capitales en áreas como el acueducto y el alcantarillado, para
que estos incentivaran la urbanización (Polanía Farfán, 2005). No obstante, las
rentas municipales eran deficientes y no había una oficina de obras públicas
que permitiera consolidar los intereses sociales y gubernamentales. A pesar de
ello, es cierto que en esta década hubo un fuerte impulso por la moderniza-
ción de la ciudad, en el cual se aspiraba a tener acceso total a los servicios pú-
blicos, con espacios de esparcimiento, aseo, ornato e higiene (Saavedra, 2013).
En este contexto, tuvo acogida en Neiva la idea de la arquitectura como
factor clave en la modernización. Así comenzó a circular el ideal de la ciudad
jardín. Se esperaba solucionar los problemas principales con ocasión de las
celebraciones del centenario en la ciudad (Neiva: Órgano de propaganda de
la gran feria exposición del Huila y IV centenario de Neiva, 23 de septiembre
de 1939), comenzando por el arreglo de la plaza de la estación y la construc-
ción de una avenida desde dicha plaza hacia el centro; también se esperaban
obras como las galerías, la sala de maternidad, el hospital infantil, la plaza
de ferias, el club campestre, así como con la construcción de parques. Para
entonces, la ciudad era de barrios y su parcelación se limitaba a manzanas,
calles, carreras y algunos espacios públicos (Polanía Farfán, 2007). Adicio-
nalmente, la venta de los ejidos del municipio entre 1937 y 1942 incidió en
la transformación urbana pues el centro fue paulatinamente abandonado
por las clases altas que se desplazaron hacia el oriente cerca a la estación del
ferrocarril (Polanía Farfán, 2018).

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Ilustración 21: Casas modelo en el Barrio Modelo


Fuente: Ríos Osorio (2004).

Ilustración 22: Casa modelo en el Barrio Popular.


Fuente: Polanía Farfán, (2018: 31).

Fue en este contexto que a mediados de la década de 1940 comenzó a


proyectarse la construcción de vivienda social en Neiva, para obreros, em-
pleados y campesinos, mediante el plan de Barrio Popular Modelo en la
zona conocida como “el Altico” (Polanía Farfán, 2018), con el cual se es-
peraba mejorar las condiciones materiales de los habitantes, a la par que se
implementaban estrategias de higienización y control sobre ellos. Sin em-

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bargo, este no se concretó sino hasta la década siguiente, cuando llegó a Nei-
va el Instituto de Crédito Territorial (ICT), creado en 1939 para estimular
la construcción y el mejoramiento de la vivienda rural país y que en 1942
se encargó de la vivienda urbana, teniendo como función hacer préstamos
a municipios, obreros y empleados con la finalidad de construir vivienda.
Dicho instituto podía crear barrios populares modelos para venderlos a em-
pleados y obreros. El ICT partía de la premisa de construir barrios dentro
de la racionalidad de la vivienda higiénica y planificada mediante proyectos
urbanísticos, a través de los cuales se debía marcar la pauta sobre la forma
de construir la ciudad. Por ello, la vivienda social debía incluir áreas para
educación, culto, parques y zonas verdes, vías de acceso y circulación amplia
con andenes (Roa Saldarriaga, 1995).

El plano regulador y la vivienda obrera en Neiva

Aunque se estaba avanzando en la transformación urbana, era notable la fal-


ta de planes que regularan la expansión de las ciudades. A finales del año se
promulgó la Ley 88 de 1947 sobre fomento del desarrollo urbano del muni-
cipio, que ordenaba a los concejos municipales señalar el área urbana de sus
poblaciones, determinando la nomenclatura de calles y carreras. Se ordena-
ba que el plano urbano debía indicar la manera como tenía que continuarse
la urbanización futura, señalando en el documento enmiendas y mejoras en
lo construido y en lo relativo al posible desarrollo; de igual forma, debían se-
ñalarse los nuevos barrios que habrían de levantarse, así como los sitios don-
de se proyectaban los edificios públicos, sitios de recreo y deporte, templos,
plazas, áreas verdes, escuelas y demás. Adicionalmente, la ley ordenaba que
el matadero se estableciera en un lugar apartado, prohibía la venta de chicha
y guarapo a menos de 200 metros de la plaza principal. Esto debía reflejarse
en planes reguladores que definieran y jerarquizaran lo urbano según las
actividades misionales, pero que en una ciudad como Neiva chocaban con
formas arraigadas que no tenían cabida ante los ideales de higiene, un ejem-
plo de ello se encontraba en la costumbre de tirar las carnes en el piso y el
desaseo en el matadero municipal (Liévano Perdomo, 2013).
Sin embargo, el municipio no contaba con plano regulador y continua-
ba la demanda de terrenos, entonces muchos barrios se construyeron en
la clandestinidad, por ejemplo, el barrio Chapinero. La ausencia de plano
había llevado al Concejo Municipal en 1947 a solicitar el levantamiento del
plano a la empresa Cabrera y Olarte, ingenieros. El Acta 50 del Concejo
Municipal, del mes de diciembre de 1947, señala que a los ingenieros se les

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mandó a dibujar los sectores obreros en los que el problema urbanístico fue-
ra mayor. (Polanía Farfán, 2018). El plan que se estudió entre 1948 y 1952,
es el conocido como plan Bateman, gracias a que Alfredo Bateman fue el
ingeniero que lo realizó. El plan respondió a la necesidad de ordenar vial-
mente la ciudad, proyectando el futuro crecimiento debido a las vías, ya que
aún los ríos del Oro, las Ceibas y el Magdalena eran los límites de la ciudad
(Calderón Molina, 2013). Este plan fue determinante al punto en que hoy se
mantiene parte de las proyecciones viales que trazó.
La creación de vivienda para obreros fue cada vez más relevante, el creci-
miento de la ciudad sin regulación había permitido la formación de barrios
en los espacios residuales entre el centro de la ciudad y sus límites. Así, se
ocuparon barrios como “La Toma, San Pedro, los Mártires, Zambullidero, Ca-
racolí, Puerto Nuevo, el Altico, el Trabajo, Avichente, Hipódromo entre otros”
(Polanía Farfán, 2018). Si se observa que años atrás los vecinos de Avichente
se habían quejado por la ocupación del vecindario, se puede inferir que los
terrenos invadidos fueron añadidos al barrio o tomaron también su nombre.
En este escenario, en 1947 el director del ICT en la ciudad se preocupó
por identificar posibles proyectos y señaló que muchos podían realizarse,
ya que la ciudad contaba con terrenos abundantes, aunque faltaba concre-
tar las iniciativas y conseguir ingenieros capacitados (Biblioteca del Con-
sejo Municipal, Acta 54 de 1947, citada por Polanía Farfán, 2018). Estos
proyectos de barrios populares modelos, debían ser fácilmente accesibles,
estar en área urbanizable y con medios de transporte y comunicación ade-
cuados, tener servicio de alcantarillado, acueducto y energía eléctrica, tener
condiciones higiénicas y planos de las viviendas y servicios. Los servicios
debían ser dotados por el municipio y según la existencia de estos es que se
podían desarrollar los contratos con el ICT, ubicar los barrios y determinar
el número de viviendas. Además, debían tener capilla para el culto católico,
escuelas primarias suficientes, restaurantes escolares, sala cuna y jardín in-
fantil, visitadoras sociales, campos de deporte y recreación, centro cultural
y restaurante obrero, además de plaza de mercado e inspección de policía si
fueran necesarias.
El primer barrio que se pensó bajo esta lógica fue el Barrio Popular Mode-
lo, cuyo contrato fue aprobado en 1944 aunque en 1948 todavía no se había
terminado, pues se buscaba otorgar contrato al ingeniero Víctor Isaza Román
para la elaboración del tercer grupo de casas (Polanía Farfán, 2018). El otro
proyecto concertado entre el municipio y el instituto fue el barrio Obrero.
Empero, no es este la totalidad de lo que hoy recibe ese nombre en la comuna
La Floresta, pues gran parte es producto de las invasiones que comenzaron en
la década de 1930, como la del barrio la esperanza o el barrio Galindo. Hoy es

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denominado obrero todo el sector porque en la década de los 70, el gobier-


no municipal y el ICT les otorgaron crédito a los habitantes para la cons-
trucción de las viviendas, como requisito para no desalojarlos y este espacio
tomó el nombre de un vecindario cercano, algo parecido a lo que ocurrió
con Avichente años antes (Entrevistas a habitantes, 20 de marzo del 2019).
Ahora bien, el barrio obrero del ICT se realizó gracias a la transferencia
que hizo el municipio en 1949 a título de venta y a diez centavos por me-
tro cuadrado de un terreno para que se construyeran, cuando menos, 300
habitaciones con un costo cada una de entre tres mil y cinco mil pesos. El
terreno, según Acta del concejo Municipal número 36 del 27 de junio de
1948, tenía los siguientes linderos: con la cerca que separaba los ejidos y la
hacienda el Chaparro, con el cruce de la cerca hasta el río del Oro, desde el
río hasta la confluencia con el Zanjón que separaba con los ejidos del barrio
Gaitán, desde el punto en que se encuentran el zanjón y el río hacia arriba
por la cañada hasta la cerca al que al occidente separaba los ejidos y la ha-
cienda ya mencionada (Polanía Farfán, 2018).
El construir sobre terrenos transferidos se enmarca en las políticas de
construcción del ICT y representó un ensanchamiento de los límites de
la ciudad, por ello los límites con ejidos y corrientes de agua. El traspasar
dichos límites en una visión de urbanismo planificado, implicó la construc-
ción de espacio habitable en condiciones consideradas higiénicas, amplian-
do las redes de servicios públicos y las vías, dotando al sector de equipa-
mientos que permitían que no fueran obligados a realizar sus actividades
en el centro de la ciudad, sino que pudieran desarrollarlas en el espacio que
se estaba urbanizando. Sin embargo, a la par que los ejidos fueron trans-
feridos y urbanizados, cada vez más, la población desplazada y sin hogar
empezó a ubicarse en los alrededores, con el tiempo los barrios se fueron
legalizando y a través del ICT se les otorgaron créditos para la construcción
de sus viviendas en condiciones higiénicas, pero por ser espacios invadi-
dos y no planeados, hasta el momento no cuentan con trazados urbanos,
y tampoco i el municipio les ha podido suministrar servicios públicos y
equipamientos suficientes.
La relación entre el municipio y el ICT permitió intentar dar orden du-
rante la expansión de Neiva, la cual iba a ser mayor en la década de 1960
con el recrudecimiento de la violencia bipartidista y el desplazamiento que
generó (González Arias, 2013). La expansión hacia la década de 1950 se
puede visualizar desde el censo de edificios y viviendas de 1951, el cual
indica que había 5.292 edificios distribuidos entre habitaciones (4.845), in-
dustria (50), comercio (171), servicios oficiales (12), actividades culturales
(11), colectivos (83), usos mixtos (16) y otros usos (104). Si se compara el

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censo de 1951 con el de 1938, se encuentran 2.833 edificaciones nuevas;


es decir, se habían duplicado los edificios en Neiva. En este crecimiento, la
destinación para habitación pasó de un 86 a un 91 por ciento aproximada-
mente, lo que fue necesario ante las dinámicas migratorias (Departamento
Administrativo Nacional de Estadística DANE, Censo de edificios y vivien-
das de 1951, 1953).

Ilustración 23: Mapa de Neiva. Comuna central y División barrial.


Fuente: De Seamless20 - Trabajo propio, CC BY-SA 3.0, https://bit.ly/2Ye3Vj3
Mapa actual. El centro de Neiva es la comuna 4 y el lugar de fundación de la ciudad en 1612, desde ahí se expandió
la ciudad. Al sur se ve el Río del Oro, al Occidente el Río Magdalena, al norte la quebrada La Toma, más al norte
está el Río Las Ceibas. Se pueden apreciar barrios donde se desarrollaron proyectos de vivienda del ICT, como son
el Obrero (1949) y el Calixto Leyva (1952). Al oriente del barrio que hoy se llama San José fue donde se realizó la
construcción del Barrio Popular Modelo

En este contexto se realizaron otros proyectos que muestran la relación


entre el ICT y el gobierno municipal, como fueron las 217 viviendas en el
barrio Calixto Leyva en 1952, muy cerca del Obrero. Al año siguiente, se
realizaron los proyectos California y Bavaria; incluso una década después,
en 1966, se siguieron realizando proyectos como el barrio económico, el

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Creación de barrios obreros en Colombia a inicios del siglo XX

Alfonso López y el California (Roa Saldarriaga, 1995). Estos proyectos im-


plicaron una transformación de la ciudad y contribuyeron con el intento
de expansión ordenada en ejidos cedidos por el municipio. Sin embargo,
algunos proyectos trascendieron el espacio local y se insertaron también
en el departamental, como fue el de construcción de viviendas para los
maestros, programada en 1954. El proyecto de ordenanza señala que se
autorizaba al gobierno departamental a contratar un empréstito hasta por
700.000 pesos con el ICT, en una inversión que se destinaría a construir
97 habitaciones para maestros con la siguiente distribución: 12 casas, 2
en cada una de las ciudades de Neiva, Campoalegre y Garzón, Pitalito y
la plata con un costo hasta de 10.000 pesos; 50 casas, 2 en cada una de las
otras ciudades del departamento; 36 casas, una en cada uno de los corre-
gimientos e inspecciones departamentales de Policía del Huila. La cesión
del terreno se realizaría gratuitamente (Anales del Consejo Administrati-
vo del Huila, Acta No. 6, 22 de noviembre de 1954) Esto fue confirmado
por la Ordenanza 6 de 1954.
Para diciembre del mismo año, el Acta No. 14 del Consejo Administra-
tivo del Huila, del 13 de diciembre de 1954, señala como los maestros solo
tenían derecho a habitar estas casas, pues eran propiedad del municipio
que pagaba al ICT. Hubo polémica en Consejo por el costo de las vivien-
das, pues el Coronel Gilberto Montoya como presidente de la corporación
y sus consejeros, entre ellos Octavio Pastrana Sierra, desconfiaron del ins-
tituto y del acuerdo, pues consideraron que las habitaciones eran “ridícu-
las”, lo que fue secundado por el gobernador, quien según las actas del 15
de diciembre del mismo año, dijo que era “muy doloroso que un campe-
sino pague por una casita de esas 5.000 pesos” pues si se hacía la misma
casa por conducto de obras públicas del municipio, estas tenían un valor
de 3.000 pesos y contaban con una o dos piezas, una “cocinita” y servicio
sanitario. Añadió el gobernador, que llevar a un maestro a habitar las casas
que entregaba el ICT, era “hasta cierto punto una humillación porque son
casitas muy pequeñas y de mala apariencia” (Anales del Consejo Adminis-
trativo del Huila, Acta No. 9, 15 de diciembre de 1954)
En el debate, que ocupó varias sesiones en los meses de noviembre y
diciembre, se expuso que en los corregimientos e inspecciones las casas
que habitaban los maestros no valían más de 2.000 pesos, pues eran casas
viejitas de algún vecino y en algunas parroquias habían hecho un tambo
(posada improvisada) en que vivía la pobre maestra, lo que contrastaba
con las casas de las cabeceras de los municipios, que costaban 10.000 pe-
sos, o las de los municipios menores, que costaban $8.000. Más allá de las
discusiones, los contratos se firmaron y los terrenos se cedieron, bajo la

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consideración adicional de que las casas debían construirse pensando en


las necesidades de tierra caliente, diferentes a las de tierra fría donde tenía
experiencia el instituto.
Esta discusión comprendía que el modelo de vivienda rural y urbana
del ICT pretendía romper con la mentalidad campesina y los gobernantes
estaban al tanto de ello, también lo buscaban, aunque la respetaban. En-
contraron que, en lo rural, la definición abarcaba todo pueblo que no tu-
viera más de tres mil habitantes, había falta de ilustración y conocimiento
sobre el uso del crédito económico, pues los habitantes conocían créditos,
pero mucho más altos (3 y 4%) y por eso desconfiaban de préstamos de un
instituto nacional por el 2%. Lo mismo ocurría con los servicios del ICT,
pues asumieron los consejeros que los habitantes de municipios pequeños
y zonas rurales, se verían beneficiados por los seguros de vida que se otor-
gaban cuando se adjudicaban las viviendas, así como podían resultarles
útiles los pagos en materiales o jornales, que recibía el instituto para los
préstamos de construcción.
En esta perspectiva, la construcción de viviendas tenía una función pu-
blicitaria de todos los servicios del instituto y por ello, era necesario que rea-
lizara obras en todo el departamento, donde para entonces ya era claro que
así no fuera con el instituto, la construcción de vivienda y de ciudad reque-
ría una planificación y unos requisitos que permitieran habitar bajo unos
estándares de higiene, aunque esto no necesariamente se realizó, ya que el
crecimiento de la ciudad desbordó la capacidad municipal de planificación
y sus rentas. Neiva crecía al igual que su población y se había interiorizado
tanto el discurso higienista que la política departamental y municipal no
discutieron que la expansión y desarrollo de la ciudad debiera hacerse bajo
estos preceptos, solo bajo ellos podían llegar a mostrarse como un polo de
desarrollo en la región. Así operó la construcción de vivienda social y vi-
vienda obrera en Neiva y en el Huila, de manera que cuando en 1991 el ICT
fue reformado para crear el INURBE, se habían desarrollado en el departa-
mento 120 proyectos con 13.114 unidades familiares en total.

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Creación de barrios obreros en Colombia a inicios del siglo XX

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