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PRESENTACIÓN
L
a clasificación de las ciudades señala su jerarquía en las redes urbanas,
de manera que definiciones como grande o pequeña responden a cri-
terios espaciales, demográficos o de función en razón a otros centros
urbanos (Comisión de planificación estratégica urbana, s.f.). La ciudad in-
termedia no es la excepción, es una clasificación que se otorga asumiendo
que la ciudad está en una posición media o que tiene un tamaño medio,
así como que desempeña una función de mediación de flujos (como toda
ciudad), pero en un rango que no es el mayor ni el menor (Sabattini, 1998).
Bajo estas consideraciones, Neiva ha sido clasificada como ciudad interme-
dia según criterios de población, competencias administrativas, presupues-
tales y situación de conectividad.
En estas condiciones Neiva, capital del departamento del Huila desde
1905 y centro político y administrativo de la región desde el periodo colo-
nial, es una ciudad en el medio, incluso a medio camino entre Bogotá y el
sur del país, por tanto, como centro a la vez que intermedia, tiene particula-
ridades y continuidades con los procesos históricos, razones por las cuales
no puede ser subsumida a una historia nacional, ni perderse en el localismo.
Uno de dichos procesos fue la creación de barrios obreros, que en Neiva sólo
se pudo concretar casi hasta mitad de siglo y que, como en el resto del país,
encontró en la higiene la excusa para controlar territorios con la pretensión
de modelar conductas. En el caso de Neiva, el discurso higienista se sumó a
las geografías humanas del siglo XIX, siendo definida como tierra caliente y,
por consiguiente, como un lugar no apto para el desarrollo de la civilización,
lo que contrastaba con la función que desempeñó desde su fundación.
Así las cosas, en este texto se estudia el proceso de transformación urbana
en Neiva desde la mitad del siglo XIX, cuando era una ciudad anclada en
la tradición colonial, hasta la mitad del siglo XX, cuando se desarrollaron
barrios y proyectos de vivienda obrera con los que se pretendió cambiar el
modo de vida tradicional, ordenando la ciudad y con ello la vida de los ha-
bitantes. Para ello, se presta atención al problema de la jerarquía territorial y
al discurso higienista, así como al crecimiento y planificación de la ciudad.
Esto fue posible gracias a una historiografía regional y local bastante activa,
con obras como la Historia General del Huila y la Historia Comprehensiva de
Neiva, y con rigurosas investigaciones de autores como Rocío Polanía Farfán
(2005; 2007; 2018) y Armando Saavedra Perdomo (2013).
Neiva fue descrita en 1905 por David Rivera (1996) como un pequeño
poblado al oriente del río Magdalena, al norte de los arroyos del río del Oro
y al sur de La Toma. La ciudad mantenía su fisionomía colonial y estaba con-
formada por siete barrios (Centro, Cantarranas, Santa Bárbara, San Pedro,
Occidente, los Mártires y la Toma). Según Rivera (1996), los asentamientos
urbanos estaban alrededor de la plaza central y sus casas eran, en su mayo-
ría, de bahareque con techos de palmicha, con excepción de las casas más
centrales que estaban construidas con muros de tierra aprisionada y techos
de teja de barro cocido. Entre estas últimas, seis eran de dos pisos. La defi-
nición de pequeño poblado no es errónea, era una ciudad pequeña en com-
paración con Bogotá, Medellín o Cartagena, resultaba más bien cercana a lo
que hoy podemos definir como ciudad intermedia.
Medio siglo antes, la ciudad no era muy distinta, aunque sí más pequeña.
En 1856 la describieron como una ciudad con 4.000 habitantes, distribui-
da en 4 barrios que contenían más de 600 casas, entre las cuales 6 eran de
dos pisos, 50 de teja de barro y las demás de paja (El Alto Magdalena, 1 de
marzo de 1856: 100). Para los editores de la publicación neivana, la ciudad
tenía una superficie de 100 hectáreas por lo que podía corresponder a cada
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habitante un área de 125 metros cuadrados, mucho más que el pie cuadrado
que les correspondía a los londinenses. Esta descripción de Neiva también
señala que en la ciudad habitaban 50 artesanos que ejercían sus oficios en la
ciudad, lo que consideraban un logro del gobernador Manuel María Madie-
do, quien había estimulado la inmigración de estos a la ciudad.
Las descripciones de 1856 incluyen la ubicación de los baños, las aguas
y los vientos, señalando que la forma de la ciudad permitía el acceso y uso
de ellos por los habitantes. Esto era determinante pues correspondía con la
necesidad de mostrar una ciudad salubre y apta para la civilización, dentro
de las geografías humanas que jerarquizaban los territorios desde determi-
naciones geográficas y raciales. Neiva estaba ubicada a una altura de 400
metros aproximadamente y su temperatura era de 28 grados centígrados
-según los neivanos-, por ello se denominada “tierra caliente”, con lo que se
ponía en duda la capacidad de ser el centro político y administrativo de la
región ya que, desde los altos centros andinos, se consideraba que los sitios
calientes eran inferiores y peligrosos, tenían animales y plagas, estaban ha-
bitados por gentes perezosas, que no podían generar progreso por si mismas
sino que tenían que ser dirigidas. Los neivanos defendieron que, a pesar de
la temperatura, tenían todas las condiciones para gozar de buena salud y ja-
lonar el progreso en la región, como era la abundancia de alimentos y fuen-
tes de agua, buenos vientos que corrían por las calles de la ciudad, carencia
de enfermedades y animales ponzoñosos.
Al problema de la jerarquía territorial y la civilización se unió en la se-
gunda mitad del siglo XIX la cada vez mayor relevancia de la higiene, un
grupo de políticas que pretendía evitar la propagación de las enfermeda-
des mediante el aseo, y cuya efectividad se medía en el incremento de la
población. Esta perspectiva frente a la enfermedad estuvo relacionada con
el posicionamiento y reconocimiento del discurso médico profesional, en-
contró en el desaseo el origen de las enfermedades e incentivó el cambio de
costumbres en la población, motivo por el cual hablar de higiene era hablar
de política urbana (Sánchez Castañeda, 2014).
En tiempo de los Estados Unidos de Colombia (1863-1886), en Neiva
hubo varias epidemias de dengue y fiebre amarilla. Existieron en el país jun-
tas de sanidad y el manejo de las epidemias estuvo bajo la responsabilidad de
cada uno de los estados, divididos en provincias, pero el gobierno nacional
podía intervenir ante peticiones de los estados. Así ocurrió por la epidemia
de fiebre amarilla que afectó a Neiva y gran parte del Alto Magdalena entre
mayo y junio de 1880, fue tal la gravedad, que de la capital del Estado So-
berano pasó a El Espinal y el Guamo, ante lo cual, el gobierno central envió
una comisión de médicos profesionales.
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Ilustración 20: Mapa de Neiva. Aproximación al área de la ciudad en 1905 sobre el mapa actual.
Neiva, entre ríos. Fuente: Elaboración propia. Una aproximación al área de la ciudad
en 1905 sobre el mapa actual, señala la localización de algunas urbanizaciones.
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Neiva fue descrita en 1932 como una ciudad muerta, adormecida, contem-
plando románticamente sus ríos, disfrutando de la música y mecida en ha-
macas perezosas (Rosas y Espinas, julio de 1932:2, citado por Polanía Far-
fán, 2007). La hamaca había sido desde el siglo XIX un símbolo de opulencia
para los neivanos, de pereza y atraso para otros, que en la ciudad se critique
es muestra de deseos de cambio que se concretaban en la década de 1930,
aunque la transformación del espacio urbano se estaba haciendo evidente
desde la década anterior. Las nuevas propuestas arquitectónicas y urbanís-
ticas estuvieron acorde con un ideal de ciudad en el marco de la República
Liberal y su proyecto de modernización (1930-1946), en el cual era necesa-
rio diagnosticar, censar y planear el desarrollo.
Bajo esta preocupación se desarrollaron censos y Neiva fue censada en
1938. Se identificó que la ciudad se estaba extendiendo, había empezado
a superar los límites de los ríos y arroyos en que se había desarrollado. El
fenómeno fue favorecido por el desplazamiento que generaron las obras del
ferrocarril, ya que los afectados buscaron terrenos para construir viviendas.
Otros datos que aporta el censo tienen que ver con la cantidad de habitantes
y edificaciones. Indica que en 1938 Neiva contaba con 2.459 edificaciones de
las cuales 2.126 eran casas de habitación, 8 eran escuelas públicas o colegios
de internos, 12 estaban entre pensiones y casas de huéspedes, 4 eran hospi-
tales, asilos u orfanatos, 4 eran conventos, cuarteles o prisiones; así mismo,
se indicó que 296 tenían otros usos, estaban desocupadas o en construc-
ción (Contraloría General de la República, Censo General de Población, vol.
8:175). La ciudad había crecido, pero lo hacía sin orden ni planificación. No
contaba con vías ni redes de servicios públicos suficientes (Polanía Farfán,
2007) para sus 15.096 habitantes. El censo indica que 1.278 edificaciones no
contaban con servicios públicos.
También son problemáticos los informes de la Comisión de Cultura Al-
deana, la cual pretendía aportar a la modernización y promover el desarrollo
urbano del país mediante la constitución de un sujeto ideal con la educación
y el acceso al libro. La comisión llegó a Neiva en 1935 y con ella Ricardo Ola-
no, quien describió a Neiva como una ciudad entre ríos (Magdalena, del Oro
y las Ceibas), la cual tenía buen hospital, panóptico, algunos almacenes y
farmacias, pero pocas casas modernas. Olano (1978) Apunta que, salvo por
algunos detalles, Neiva tenía un “pobre aspecto de pueblo grande” (p. 35).
En el mismo sentido, el perito de salubridad de la Comisión identificó
que Neiva era un lugar sin higiene. Dijo que el área urbana de Neiva, con
16.500 habitantes y aproximadamente 1.585 casas, contaba en el centro con
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bargo, este no se concretó sino hasta la década siguiente, cuando llegó a Nei-
va el Instituto de Crédito Territorial (ICT), creado en 1939 para estimular
la construcción y el mejoramiento de la vivienda rural país y que en 1942
se encargó de la vivienda urbana, teniendo como función hacer préstamos
a municipios, obreros y empleados con la finalidad de construir vivienda.
Dicho instituto podía crear barrios populares modelos para venderlos a em-
pleados y obreros. El ICT partía de la premisa de construir barrios dentro
de la racionalidad de la vivienda higiénica y planificada mediante proyectos
urbanísticos, a través de los cuales se debía marcar la pauta sobre la forma
de construir la ciudad. Por ello, la vivienda social debía incluir áreas para
educación, culto, parques y zonas verdes, vías de acceso y circulación amplia
con andenes (Roa Saldarriaga, 1995).
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mandó a dibujar los sectores obreros en los que el problema urbanístico fue-
ra mayor. (Polanía Farfán, 2018). El plan que se estudió entre 1948 y 1952,
es el conocido como plan Bateman, gracias a que Alfredo Bateman fue el
ingeniero que lo realizó. El plan respondió a la necesidad de ordenar vial-
mente la ciudad, proyectando el futuro crecimiento debido a las vías, ya que
aún los ríos del Oro, las Ceibas y el Magdalena eran los límites de la ciudad
(Calderón Molina, 2013). Este plan fue determinante al punto en que hoy se
mantiene parte de las proyecciones viales que trazó.
La creación de vivienda para obreros fue cada vez más relevante, el creci-
miento de la ciudad sin regulación había permitido la formación de barrios
en los espacios residuales entre el centro de la ciudad y sus límites. Así, se
ocuparon barrios como “La Toma, San Pedro, los Mártires, Zambullidero, Ca-
racolí, Puerto Nuevo, el Altico, el Trabajo, Avichente, Hipódromo entre otros”
(Polanía Farfán, 2018). Si se observa que años atrás los vecinos de Avichente
se habían quejado por la ocupación del vecindario, se puede inferir que los
terrenos invadidos fueron añadidos al barrio o tomaron también su nombre.
En este escenario, en 1947 el director del ICT en la ciudad se preocupó
por identificar posibles proyectos y señaló que muchos podían realizarse,
ya que la ciudad contaba con terrenos abundantes, aunque faltaba concre-
tar las iniciativas y conseguir ingenieros capacitados (Biblioteca del Con-
sejo Municipal, Acta 54 de 1947, citada por Polanía Farfán, 2018). Estos
proyectos de barrios populares modelos, debían ser fácilmente accesibles,
estar en área urbanizable y con medios de transporte y comunicación ade-
cuados, tener servicio de alcantarillado, acueducto y energía eléctrica, tener
condiciones higiénicas y planos de las viviendas y servicios. Los servicios
debían ser dotados por el municipio y según la existencia de estos es que se
podían desarrollar los contratos con el ICT, ubicar los barrios y determinar
el número de viviendas. Además, debían tener capilla para el culto católico,
escuelas primarias suficientes, restaurantes escolares, sala cuna y jardín in-
fantil, visitadoras sociales, campos de deporte y recreación, centro cultural
y restaurante obrero, además de plaza de mercado e inspección de policía si
fueran necesarias.
El primer barrio que se pensó bajo esta lógica fue el Barrio Popular Mode-
lo, cuyo contrato fue aprobado en 1944 aunque en 1948 todavía no se había
terminado, pues se buscaba otorgar contrato al ingeniero Víctor Isaza Román
para la elaboración del tercer grupo de casas (Polanía Farfán, 2018). El otro
proyecto concertado entre el municipio y el instituto fue el barrio Obrero.
Empero, no es este la totalidad de lo que hoy recibe ese nombre en la comuna
La Floresta, pues gran parte es producto de las invasiones que comenzaron en
la década de 1930, como la del barrio la esperanza o el barrio Galindo. Hoy es
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Bibliografía
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