Está en la página 1de 97

E Disfraz y pluma de todos

Francisco A. Ortega Martínez


Vínculos virtuales ste libro nace al constatar una doble ausencia. En pri- Francisco A. Ortega Martínez
Colección ces mer lugar, la ausencia de cierta conciencia en la comu- Universidad Nacional de Colombia

Alexander Chaparro Silva


Fabián Sanabria, Ed. Alexander Chaparro Silva
nidad académica de investigadores sobre las inmensas
posibilidades que ofrece la prensa periódica del siglo XIX, Opinión pública y cultura política, Universidad Nacional de Colombia
La escultura sagrada chocó en el
contexto de la memoria de la estética más allá del uso selectivo y referencial con que generalmente
se ha abordado. En segundo lugar, y más alarmante aun, la
siglos xviii y xix Grupo de Investigación Prácticas
Culturales, Imaginarios y Representaciones
de África y su diáspora: ritual y arte. Se conforma en 2003, ante la necesidad de crear
Colección ces ausencia de estudios recientes sobre la prensa periódica de y fortalecer comunidades académicas en la uni-

editores
(Premio Fundación Alejandro la primera mitad siglo XIX. En términos generales, tanto Francisco A. Ortega Martínez versidad y el país que aborden la problemática
histórica desde la perspectiva y los métodos
Ángel Escobar 2011, categoría como país como comunidad académica, desconocemos la Alexander Chaparro Silva de la historiografía cultural. En primer lugar,
Ciencias Sociales) riqueza acumulada en este corpus de impresos. editores la que examina los procesos de subordinación
Martha Luz Machado Caicedo y resistencia a la luz de micro-agencias que se

Disfraz y pluma de todos


Opinión pública y cultura política, siglos xviii y xix
apropian y transforman el entorno social. En
Pedagogía, saber y ciencias Así, este libro constituye un primer acercamiento a la historia segundo lugar, la que examina las prácticas,
Colección CES de la publicidad y de la opinión pública en Colombia y más creencias y conductas a la luz de las representa-
ciones, imaginarios y códigos que las sustentan.
Javier Sáenz Obregón, Ed. que agotar el tema pretende poner en evidencia múltiples
En tercer lugar, la que examina la producción,
posibilidades de comprensión de la cultura política del circulación y consumo de bienes simbólicos a la
Trauma, cultura e historia: periodo. Se trata de una publicación pensada de manera luz de las mediaciones culturales que producen
reflexiones interdisciplinarias para el simultánea como un aporte concreto a la historia de la en cada una de sus instancias. Igualmente, el
nuevo milenio grupo comparte una preocupación fundamental
prensa y de la opinión pública en la antigua región granco- por el papel de la historia en la administración y
Lecturas CES
Francisco Ortega, Ed. lombiana y como un análisis crítico del papel desempeñado configuración de la memoria social –tanto en su
quehacer disciplinario como en sus manifesta-
por las publicaciones periódicas en tanto herramientas pri- ciones institucionales– y de sus potencialidades
Acciones afirmativas y ciudadanía vilegiadas de grupos socialmente constituidos y factores de para proyectarse creativa y críticamente en el
diferenciada étnico-racial negra, constitución de nuevas identidades sociales —además de su presente nacional.
afrocolombiana, palenquera y incidencia decisiva sobre nociones como ciudadanía, pueblo,
raizal. Entre Bicentenarios de las Centro de Estudios Sociales (CES)
soberanía, censura, libertad, revolución, etcétera—. No debe Desde 1985 el Centro de Estudios Sociales
Independencias y Constitución de sorprender, entonces, que la mayor parte de los estudios aquí (CES) de la Universidad Nacional de Colombia
1991. se dedica a impulsar el desarrollo de perspectivas
Investigaciones CES recogidos se centren en la primera mitad del siglo XIX. Esto inter y transdisciplinarias de reflexión e inves-
Claudia Mosquera Rosero-Labbé se justifica porque es el periodo menos conocido y porque tigación en ciencias sociales. Las actividades
& Ruby Esther León Díaz, Eds. es el momento en que se sientan las bases de la publicidad de docencia, extensión e investigación que
se desarrollan en el CES responden al reto de
moderna en Colombia, la especificidad y los legados de la enfrentar la diversidad social de la nación desde
Cambio empresarial y tecnologías de irrupción de la esfera pública en nuestro país. diferentes ópticas que permitan afianzar el vín-
información en Colombia. Nuevas culo entre la academia y las entidades tomadoras
formas de organización y trabajo. de decisiones. Como resultado del trabajo de
Investigaciones CES sus integrantes, el CES cuenta con una extensa
S E D E B O G O TÁ producción bibliográfica reconocida nacional e
Anita Weiss, Enrique Seco & FACULTAD DE CIENCIAS HUMANAS
internacionalmente. Dos de sus publicaciones
Julia Ríos, Eds. University of Helsinki CENTRO DE ESTUDIOS SOCIALES - CES
The Research Project Europe Grupo de Investigación Prácticas Culturales, han sido reconocidas con el premio Fundación
Lecturas 1815-1914 Imaginarios y Representaciones
CES Alejandro Ángel Escobar.

Lecturas CES
Colección Lecturas CES

Disfraz y pluma de todos


Opinión pública y cultura
política, siglos XVIII y XIX

Francisco A. Ortega Martínez


Alexander Chaparro Silva
editores

University of Helsinki
The Research Project Europe
1815-1914
Catalogación en la publicación Universidad Nacional de Colombia
Disfraz y pluma de todos. Opinión pública y cultura política, siglos XVIII y XIX /
Francisco A. Ortega Martínez, Alexander Chaparro Silva, editores. – Bogotá :
Universidad Nacional de Colombia. Facultad de Ciencias Humanas. Centro de
Estudios Sociales (CES) ; University of Helsinki. The Research Project Europe
1815-1914, 2012
564 p. – (Lecturas CES)

Incluye referencias bibliográficas

ISBN : 978-958-761-195-3

1. Cultura política – Colombia - Siglos XVIII-XIX 2. Periodismo - Siglos XVIII-


XIX 3. Opinión pública 4. Colombia – Historia - Guerra de independencia, 1810-1819
I. Ortega Martínez, Francisco Alberto, 1967- II. Chaparro Silva, Alexander, 1987-
III. Serie

CDD-21 306.2 / 2012

Disfraz y pluma de todos. Opinión pública y cultura política, siglos XVIII y XIX
© Universidad Nacional de Colombia,
Facultad de Ciencias Humanas, Centro de Estudios Sociales (CES).
© University of Helsinki
© Francisco A. Ortega Martínez, Alexander Chaparro Silva
© Varios autores

ISBN: 978-958-761-195-3
Primera edición: Bogotá, Colombia. Abril de 2012

Universidad Nacional de Colombia Sergio Bolaños Cuellar


Moisés Wassermann Lerner Facultad de Ciencias Humanas
Rector Sede Bogotá
Decano
Alfonso Correa
Vicerrector académico Jorge Rojas Otálora
Vicedecano académico
Julio Esteban Colmenares Montañez
Vicerrector Sede Bogotá Aura Nidia Herrera
Vicedecana de Investigación
University of Helsinki Ilustración de cubierta
The Research Project Europe 1815-1914 Emblema del periódico El Redactor
Bo Stråth y Martti Koskenniemi Americano, Manuel del Socorro Rodríguez,
Directores 1806. Recuperada de los respositorios de la
Biblioteca Nacional de Colombia.
Centro de Estudios Sociales (CES)
Yuri Jack Gómez Imágenes interiores
Director De la Rochette, L. & Faden, W. (1811).
Composite of Colombia Prima or South
Juliana González Villamizar America.
Coordinadora editorial
Restrepo, J. M. (1827). Historia de la
Adriana Paola Forero Ospina revolución de la República de Colombia, Altas.
Corrección de estilo e índice analítico París: Librería Americana.

Julián Hernández Taller de Diseño Cruz Cano y Olmedilla, J. de la. (1799).


Realización gráfica Mapa geográfico de América Meridional

Xpress Estudio Gráfico y Digital


Impresión

Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra en cualquier forma y por
cualquier medio sin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales.
Contenido

Introducción 11
Disfraz y pluma de todos. Opinión pública
y cultura política, siglos XVIII y XIX
Francisco A. Ortega Martínez, Alexander Chaparro Silva

I. El nacimiento de la opinión pública 35

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada,


1785-1830 37
Francisco A. Ortega Martínez, Alexander Chaparro Silva

II. Opinión pública, Monarquía y República 127

La opinión del Rey. Opinión pública y redes de comunicación


impresa en Santafé de Bogotá durante la Reconquista española,
1816-1819 129
Alexander Chaparro Silva

El nombre de las cosas. Prensa e ideas en tiempos de


José Domingo Díaz. Venezuela, 1808-1822 163
Tomás Straka
Libertad, prensa y opinión pública en la Gran Colombia,
1818-1830 197
Leidy Jazmín Torres Cendales

Nación, Constitución y familia en La Bandera Tricolor, 1826-


1827 231
Nicolás Alejandro González Quintero

Opinión pública y cultura de la imprenta en


Cartagena de Colombia,1821-1831 263
Mayxué Ospina Posse

Ministeriales y oposicionistas. La opinión pública entre la unanimidad


y el “espíritu de partido”. Nueva Granada, 1837-1839 293
Zulma Rocío Romero Leal

III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad 327

La mujer y la prensa ilustrada en los periódicos suramericanos,


1790-1812 329
Mariselle Meléndez

“No dudo que este breve plan de literatura ilustrada os electrizará”:


Primicias, lecturas y causa pública en Quito, 1790-1792 353
María Elena Bedoya Hidalgo

La cartografía impresa en la creación de la opinión pública en la


época de Independencia 377
Lina del Castillo

Lenguajes económicos y política económica en la prensa neogra-


nadina, 1820-1850 421
John Jairo Cárdenas Herrera
El Neogranadino, 1848-1857: un periódico situado en el
umbral 447
Gilberto Loaiza Cano

El artesano-publicista y la consolidación de la opinión pública


artesana en Bogotá, 1854-1870 473
Camilo Andrés Páez Jaramillo

Impresos periódicos en Antioquia durante la primera mitad del


siglo XIX. Espacios de sociabilidad y de opinión de las élites
letradas 499
Juan Camilo Escobar Villegas

Epílogo 527

Las varias caras de la opinión pública 529


Víctor Manuel Uribe-Urán

Autores 549

Índice 557
El nacimiento de la opinión pública en
la Nueva Granada, 1785-1830

Francisco A. Ortega Martínez


Universidad Nacional de Colombia

Alexander Chaparro Silva


Universidad Nacional de Colombia

Preámbulo
Hoy en día la existencia de la opinión pública puede parecernos un hecho
social incontrovertible, incluso natural y beneficioso. Sin embargo, ese no
era el caso en 1811, el periodo de transformación política del conjunto
de la monarquía hispánica. Durante la época, en España, un bilioso
Diccionario razonado atacaba los nuevos lenguajes políticos por herejes
y desnaturalizados. Entre sus dianas favoritas figuraban los periódicos y
la opinión pública. A los primeros los definió como “Evacuación fétida y
asquerosa procedida de comunicación pecaminosa con personas infectas
de gálico; hai evacuaciones diarias, semanarias, menstruas y sin regla”
(Diccionario razonado, 1811, p. 56). Y la opinión pública resultaba “un
animal quadrúpedo que anda en los cafés, en las calles y en las plazas. Ved
aquí el oráculo que quieren los filósofos que consulten las Cortes para hacer
la felicidad de la nación: si es que quieren obrar conforme á la voluntad
del pueblo que las ha elegido” (Pérez, 1994, p. 209).1 Desconfianza que
se repetiría innumerables veces a lo largo del siglo XIX. Pero más que la
filiación ideológica de estos pronunciamientos, en este caso lo que nos
interesa destacar es la evidente opacidad que el sintagma tiene para un
amplio espectro de la población.

  Incluido en la edición contemporánea de Gallardo, (1812), seguido de Pérez, (1994).


1

37
Y no era para menos. Antes de 1809 el sintagma opinión pública aparece
sólo de manera extraordinaria en el mundo hispánico (Vanegas, 2009, p.
1.037).2 Es importante insistir en que no es ésta una cuestión meramente
nominal. La ausencia del sintagma apunta a una configuración conceptual
y socio-política radicalmente diferente a la nuestra y evidencia de ese
modo la singularidad de la cultura política de Antiguo Régimen, no su
carácter primitivo o deficitario con relación a nuestra época. Aún más,
la proliferación del concepto opinión pública a partir de 1809 —tanto
para invocarla o elogiarla como para atacarla y desestimarla— sirve so-
bre todo para dar cuenta de la percepción común a los diversos actores
del periodo de que se vivía un tiempo nuevo, azaroso y excepcional, en
nada parecido a lo ya vivido. ¿Cómo entonces dar cuenta de la aparición
de ese concepto político en el escenario marginal de la Nueva Granada?
Este capítulo responde esa pregunta trazando las transformaciones
semánticas y sociales ocurridas en el seno de la publicidad de Antiguo
Régimen para identificar cómo de ella, aunque no sólo de ella, emerge
el concepto de opinión pública que caracterizará los primeros decenios
de la vida política republicana. Hemos organizado la exposición en
cuatro momentos. Primero examinaremos la publicidad americana a
partir de las gacetas e impresos de los siglos XVII y XVIII. Un segundo
momento está destinado a examinar la prensa ilustrada neogranadina.
Posteriormente examinaremos el convulso panorama de las primeras
repúblicas (1810-1816) y la Reconquista española (1816-1819).
Finalmente, trazaremos de manera general las principales líneas que
contribuyeron a la consolidación de la opinión pública como con-
cepto socio-político fundamental en la región desde el Congreso de
Angostura hasta el colapso de la Gran Colombia (1819-1830). Ahora
bien, es necesario señalar que este capítulo está escrito a cuatro manos.

2
  En un artículo reciente, Isidro Vanegas indica que halló cuatro referencias entre más
de 4.500 páginas de documentación proveniente de la Nueva Granada. Por nuestra
parte, no hemos encontrado una sola instancia en un documento publicado en la
Nueva Granada en el periodo.

38 I. El nacimiento de la opinión pública


Y aunque los autores se han dividido el trabajo, de acuerdo a su gusto y
especialización, hemos intensificado lecturas y unificado criterios para
adelantar una argumentación conjunta.

Publicidad colonial y las primeras gacetas (siglos XVII-XVIII)


Opinión y fama
Los vocablos opinión y público existían de tiempo atrás pero se referían a
realidades muy diferentes. La opinión se entendía como una apreciación o
especulación sobre cualquier materia, siempre susceptible a la falibilidad.
El Thesoro de Covarrubias (1611) la define como un enunciado que se
opone a la verdad de la ciencia porque “la opinión es de cosa incierta;
y esta es la causa de aver opiniones contrarias en una misma cosa”. El
diccionario de Autoridades (1737) confirma esta definición temprana al
señalar que es un “Dictamen ò juício que se forma sobre alguna cosa,
habiendo razon para lo contrário”. Público, por su parte, significa “lo
que todos saben y es notorio, publica voz y fama” (Covarrubias, 1611),
pero el diccionario de Autoridades aclara que “Usado como substantivo
se toma por el común del Pueblo o Ciudad. Se toma también por vul-
gar, común y notado por todos. Y assi se dice, Ladrón público, muger
pública” (1737).
De ese modo, la opinión del público designaría, en caso de que el tér-
mino hubiera sido usado, algo así como la modalidad discursiva propia
del vulgo, carente de racionalidad y sometida al vaivén de las pasiones.
Para Calderón de la Barca la opinión era un monstruo de muchas cabezas
mientras que, resignado, Baltasar Gracián sentenciaba “cada uno es hijo
de su madre y de su humor, casado con su opinión, y así, todos parecen
diferentes: cada uno de su gesto y de su gusto” (Calderón de la Barca,
1830, p. 209).3 Menos paciente y más ilustrado, fray Benito Pérez Feijoo
recusa la invocada “voz del pueblo, voz de Dios” al señalar que “Todo

3
  Calderón escribe en la tercera jornada de Los cabellos de Absalón (c. 1634) “Cómo se
vé en tus diversas/ opiniones, vulgo, que eres/ Monstruo de muchas cabezas” (Calderón
de la Barca, 1830). Ver también: Gracián, (1657).

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 39


[…] está lleno de opiniones, que van volteando, y sucediéndose unas á
otras, según el capricho de inteligencias motrices inferiores”.4
Resulta imposible concebir la publicidad en los siglos XVII y XVIII
americanos a partir de nuestras nociones de lo público y lo privado. La
vida social se recortaba de un modo completamente diferente, articulada
en torno a dos grandes instituciones, la Iglesia y la Corte. La primera tiene
en el púlpito y las festividades religiosas (procesiones, Corpus Christi) sus
principales espacios de difusión y en la piedad el valor fundamental; la
segunda encuentra en las cortes virreinales, las reales audiencias e incluso
los ceremoniales en torno a los cabildos, los espacios de publicidad y, en
la lealtad, su valor supremo.5
Más que espacios de intercambio horizontal, estas publicidades loca-
lizadas, corporativas y jerárquicas son lugares de difusión de los ideales
propios de la Corona y la Iglesia. A los vasallos piadosos les compete
desplegar las señas de la fe y la debida lealtad y comportarse de acuerdo
a esos ideales. Y aunque una cierta abstracción de voluntad colectiva esté
recogida en esa publicidad (recordemos el famoso vox populi, vox Dei),
estos no son espacios de consenso sino de sumisión y conformidad.
Quizá se pudiera afirmar que un antecedente relativamente cercano a
la noción de opinión pública es la expresión “común opinión”, es decir
“la honra”, “todo aquello que de alguno se divulga, ora sea bueno ora
malo” (cfr., Covarrubias, 1611). Sin embargo, establecer continuidades
entre una y otra sería desvirtuar las vastas diferencias que la animan. Para
evitar anacronismos valga la pena aclarar que la honra en el siglo XVII y
XVIII es un valor constitutivo de la persona, no un mero agrandamiento

4
  “Voz del pueblo” (1726). Benito Jerónimo Feijoo, (1773). Teatro crítico universal: ó
discursos varios en todo género de materias para desengaño de errores communes. (Tomo I,
Discurso primero, p. 4). Madrid: Imprenta de Don Antonio de Sancha.
5
  Aunque ambas son instancias del mismo fenómeno, en otros lugares de la monarquía,
existen, sin embargo, variantes propias que le dan un dinamismo propio en la Nueva
Granada. Así, la ausencia de una Corte hasta 1739 y de una imprenta secular hasta 1776,
el alto grado de mestizaje y la dispersión por una arisca geografía de los pocos asenta-
mientos castellanos determinaron un cierto modo laxo de publicidad y control social.

40 I. El nacimiento de la opinión pública


de la reputación personal, incluso ni tan siquiera el simple reflejo de sus
virtudes internas. La honra opera en un complejo juego de relaciones
con la fama y el honor en un sistema de subjetivación caballeresca com-
pletamente ajeno a nuestra sensibilidad. De manera sucinta, la honra se
gana con actos propios pero depende de actos ajenos de estimación y se
pierde cuando alguien retira su consideración y respeto o cuando agravia
y deshonra. En otras palabras, el valor personal depende de la opinión
común, lo cual refleja el lugar social que cada uno ocupa. Los hidalgos
y las personas de distinción están obligados igualmente a desplegar un
lenguaje corporal en todos los lugares y no sólo cuando están desempe-
ñando sus funciones oficiales. Esta puesta en escena está profundamente
imbricada en los valores monárquicos y religiosos, en particular en la
lealtad y la piedad que, a través de la caridad, sustenta la reputación de
los notables.6 Así pues, la honra personal existía en público, “lo que todos
saben y es notorio, publica voz y fama” (cfr., Covarrubias, 1611), y por
lo tanto buena parte de la energía social estaba dirigida a mantener la
común opinión de las personas.
Esta fama no es solo personal, sino que definía el lugar de las poblacio-
nes, los claustros, las órdenes en el cuerpo político de la monarquía. Es
por eso que las ciudades y los gremios emplean grandes sumas en los fastos
organizados para conmemorar o celebrar fechas significativas, tales como
el nacimiento del príncipe heredero, las nupcias reales, el ascenso al trono
o la muerte del monarca. Por eso también, con frecuencia, encargaban a
un letrado notable para que los describiera prolijamente. La función de
la publicación es doble, pues en la medida en que un cabildo sea tenido
en mayor estima, mayor y más fastuosas deberán ser sus celebraciones, lo
que a su vez le permitirá solicitar y esperar nuevas gracias o distinciones
reales. De ese modo, la honra o común opinión era simultáneamente un
ideal público y un capital social, por lo que el uso de los impresos para

6
  La ostentación para mantener la estima puede llegar a niveles asombrosos. Para un
excelente estudio sobre el papel del fasto en la fama en la España de los Austrias, ver
García Bernal, (2006).

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 41


exaltar la lealtad al rey, la fe católica y la devoción a la patria americana
constituye uno de los modos apropiados de cultivarla.
Tenemos igualmente una tercera publicidad que podríamos llamar ple-
beya. Ella se da en las fiestas, plazas, el mercado, la calle, las chicherías.7 La
publicidad plebeya se caracteriza por una simultánea participación en las
dos esferas anteriores y una distancia ante ellas. Su marca es la oralidad, con
la consecuente ausencia de fuentes que hace difícil nuestra aprehensión,
aunque no por eso resulte menos cierta. Sus múltiples manifestaciones
—libelos, pasquines, el rumor, etcétera— indican una vitalidad bullicio-
sa tras bambalinas.8 Estudios sobre lo que podemos llamar la economía
moral plebeya neogranadina indican que existía, aun a finales del periodo
colonial, un fuerte substrato pactista.9 Cuando la plebe se sentía ignorada
por las autoridades, apelaba a su respuesta más contundente: el motín.
Como puede verse el tema es vasto y de múltiples aristas. Por esa
razón, en el aparte siguiente no podemos ocuparnos de la totalidad del
fenómeno; pretendemos en cambio un objetivo mucho más modesto:
la incidencia de las gacetas y papeles periódicos en las transformaciones
conceptuales de esa publicidad.

La imprenta y las primeras gacetas


Como bien se sabe, la imprenta de tipos móviles surge en Mainz a
mediados del siglo XV y rápidamente se extiende por toda Europa.

7
  Excelentes estudios recientes empiezan a desentrañar el abigarrado mundo popular de
la fiesta colonial. Ver: Jiménez Meneses, (2007); González Pérez, (2005); y a Hartman
& Velásquez, (2004). Para una visión centrada en la experiencia indígena, ver Llanos
Vargas, (2007).
8
  Puede parecer paradójico argumentar la existencia de una publicidad a la cual no
tenemos acceso. Sin embargo, como ya notaron hace un buen tiempo Alex Kluge y Oskar
Negt en su crítica a Habermas, tras la esfera pública hegemónica existen igualmente
otras esferas de publicidad alterna. Ver Negt & Kluge, (1988). Una formulación en un
sentido análogo, pero desde una perspectiva foucaultiana puede verse en Scott, (1990).
9
  Cfr., Phelan, (1980); Garrido de Payán, (1987). La referencia a economía moral
proviene del trabajo de Thompson, (2001).

42 I. El nacimiento de la opinión pública


La posibilidad de reproducir masiva y mecánicamente un alto volumen
de impresos y libros revoluciona la función de la información en la socie-
dad. Por una parte, propiciará sin duda una democratización en el acceso
al conocimiento a todo aquel que supiera leer y, dadas las condiciones
sociales e institucionales, privilegiará la interpretación sobre el dogma y,
por lo tanto, cuestionará la autoridad establecida. Esto es lo que ocurre
con los reformistas protestantes quienes, Biblia en mano, cuestionarán
la infalibilidad de Roma en la interpretación de los textos sacros. Poco
después que Lutero fijara su Disputatio pro declaratione virtutis indulgen-
tiarum (conocido también como las 95 tesis) en la puerta de la iglesia de
Wittenberg (1517), en el que cuestionara la doctrina católica sobre la
venta de indulgencias, más de trescientas mil copias impresas circulaban
por toda Europa del Norte y llegaban a las manos de lectores ávidos. La
reforma protestante se ponía en marcha (Febvre & Martin, 2002).
Por otra parte, la imprenta se convertirá rápidamente en un arma po-
derosa para la misma Iglesia católica y las nacientes burocracias estatales y
ambas la usarán como herramienta ideal para el proselitismo, para generar
un tipo de publicidad que construya lealtades y cimente legitimidades.
No es fortuito que los dos productos más populares de la imprenta sean
la Biblia (con toda su parafernalia devocional tales como sermonarios,
confesionarios y novenas) y la inmensa variedad de gacetas y papeles
públicos. Tampoco es coincidencia que buena parte de las imprentas en
América estuvieran en manos de las órdenes religiosas.
No sorprende entonces que la imprenta llegara rápidamente a América,
primero a México, a finales de la tercera década del siglo XVI, y posterior-
mente a Lima en 1584, los dos centros políticos y culturales de la monarquía
indiana. En sus talleres se imprimieron tratados evangélicos, catecismos,
gramáticas de lenguas indígenas, algunos libros médicos, crónicas religio-
sas y civiles y, sobre todo, hojas volantes con noticias extraordinarias. El
primer impreso conocido en América es la “Relacion del espantable terre-
moto que agora nuevamente ha acontecido en la Ciudad de Guatimala”
en (1541) que da cuenta de la avalancha de agua y tierra que destruyó la
antigua ciudad de Guatemala en el valle de Almolonga. La relación, que

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 43


describe con minucia la destrucción de la ciudad y las horas angustiantes
de los notables (entre los que se encontraba Beatriz de la Cueva, viuda del
conquistador Pedro de Alvarado), pretende dar “grande exemplo para que
todos nos enmendemos de nuestros pecados y estemos aperscividos para
quando Dios fuere servido de nos llamar” (Rodríguez, 1541).10
Las imprentas locales se usan con frecuencia para imprimir hojas sueltas
a la llegada de la Flota de Indias en las que se destacan los sucesos de la
Corte (por ejemplo, la “Relacion de lo sucedido en el feliz nacimiento
del serenísimo Principe […]” en el que se celebra el nacimiento de Felipe
Próspero, príncipe de Asturias, en México 1657), de armas (por ejemplo,
la “Relación de los grandes progressos que han tenido las Catholicas
Armas de Su Magestad […]” publicado en la misma capital un par de
años después), los eventos más destacados en las cortes extranjeras o
algún suceso que haya ocurrido en otro lugar de la monarquía. Así, la
“Relación verdadera de una criatura que nació en la Ciudad de Lima a
30 del mes de noviembre de 1694”, impreso en México al año siguiente,
narra el nacimiento de un parto de siameses y discute si los bebés se pue-
den considerar monstruosos o si constituyen una señal divina de futuras
desgracias. Estas relaciones son generalmente leídas y comentadas en
tertulias de notables y, en algunas ocasiones, glosadas al margen, lo que
indica el mucho aprecio con que eran recibidas.11
Recordemos que la primera imprenta llega a la Nueva Granada de
mano de los jesuitas a principios del siglo XVIII. Sus impresiones fueron
pocas y casi exclusivamente religiosas (novenas y septenarios), tales como
el “Septenario al corazón doloroso de María Santíssima” (1738), primera
publicación neogranadina conocida (Garzón Marthá, 2008). Y aunque no
tenemos noticia de ninguna reimpresión de las hojas sueltas en la Nueva
Granada ni se han encontrado ejemplares en la Biblioteca Nacional de

10
  Tomado de la reproducción facsimilar publicada por la Massachusetts Historical
Society en Boston, 1940. Para una visión panorámica, ver Lafaye, (2002).
11
  Los ejemplares citados provienen de la colección de manuscritos de la biblioteca
Benson, de la Universidad de Texas en Austin.

44 I. El nacimiento de la opinión pública


Colombia, la Biblioteca Luis Ángel Arango u otros archivos del país, no
nos resulta improbable que estos papeles llegaran hasta la Audiencia de
Santafé y fueran igualmente comentados con fervor.
A mediados del siglo XVII empieza un proceso en Europa de suma
importancia para nuestros fines: las hojas volantes van dando paso a las
gacetas oficiales, publicaciones periódicas patrocinadas por las nacientes
burocracias estatales para informar las leyes, decretos y reglamentos ofi-
ciales, comunicar noticias comerciales de alguna importancia y ofrecer
una visión parcializada de los varios frentes bélicos y diplomáticos que las
diferentes coronas tenían en diversos lugares de Europa y del mundo.12
Ya en 1631 Théophraste Renaudot, con el apoyo del cardenal Richelieu,
creó la Gazette de France (1631), la cual se convirtió rápidamente en el
canal más importante y efectivo de diseminación de información en
Francia y en sus territorios de ultramar. Otras coronas pronto siguieron
el ejemplo y la Gazeta de Madrid salió a la luz en febrero de 1661, con
la intención de ser una relación informativa periódica que mantuviera a
sus lectores enterados de las novedades del día. Su editor, Francisco Fabro
Bremundan, explicaba en el primer número la razón de tal novedad:

Supuesto que en las mas populosas ciudades de la Italia, Flandes,


Francia y Alemania se imprimen cada semana (demás de las relaciones de
sucesos particulares) otras con título de Gazetas, en que se da noticia de
las cosas mas notables, assi Politicas, como Militares, que han sucedido
en la mayor parte del Orbe: seràrazon que se introduzga este genero de
impressiones, ya que no cada semana, por lo menos cada mes; para que
los curiosos tengan aviso de dichos sucesos, y no carezcan los Españoles,
de las noticias de que abundan las Estrangeras Naciones.13

12
  Es interesante notar lo poco que se conoce este fenómeno. No hay muchos estudios,
ni en España ni en América, sobre estos primeros ejercicios publicitarios.
13
  Documento digitalizado por la agencia Boletín Oficial del Estado del Ministerio
de la Presidencia de España y puesto a disposición del público en: http://www.boe.es/
aeboe/consultas/bases_datos/gazeta.php. (Las cursivas son nuestras).

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 45


Valga la pena notar la aparición de una figura recurrente de la publici-
dad moderna: el curioso, el inquieto, “el que trata las cosas con diligéncia,
ò el que se desvela en escudriñar las que son muy ocultas y reservadas”
(Autoridades, 1729). De ese modo la Gaceta aparecería diseñada para sa-
tisfacer la curiosidad del lector, claramente en sintonía con las novedades
que comenzaban a renovar la cultura europea. Pero notemos igualmente
el lugar precario que ocupa esta figura, pues curioso es también el que
“desordenadamente desea saber las cosas que no le pertenecen” (Autori-
dades, 1729).
La Gaceta circuló semanalmente y constaba de cuatro hojas en cuartos,
con noticias nacionales y extranjeras. Junto con la Gazeta de Madrid
también se encuentran con alguna frecuencia traducciones e impresiones
aprobadas de las gacetas de Ámsterdam, París y Londres. Todas las gacetas
se imprimían con permiso del Consejo de Castilla y tenían que superar
la censura eclesiástica.
No es fácil detectar el volumen de circulación, la frecuencia y la va-
riedad de gacetas que circularon en la Nueva Granada. Sabemos que la
Gazeta de Madrid, reimpresa en México y Lima (en esta última ciudad se
reimprime con el nombre de Gazeta de Lima a partir de 1715), circulaba
libremente por toda la Monarquía, incluida la Nueva Granada. Desde
entonces se publican diversas relaciones y noticias curiosas e incluso
hacia 1671 se dará una tentativa de publicar una gaceta mexicana. En
1722 finalmente aparece la Gazeta de México y Noticias de Nueva España
con el compromiso de imprimirse mensualmente. Poco después saldrá
la Gazeta de Goathemala (1729-1731) y en 1744 la de Lima (Checa
Godoy, 1993, pp. 15-18).
Las primeras gacetas americanas, en general, publicaban noticiaros,
informativos locales y de otras provincias de la monarquía. Estas gacetas
reimprimen, incluso con mucho retraso, extractos de las gacetas de
Madrid y Europa que versan sobre la Corte y los frentes diplomáticos
de la monarquía y otras naciones (las referencias al Imperio otomano son
frecuentes). Aunque comunican novedades, no son noticias en el sentido
que nosotros las entendemos, es decir, no están destinadas a informar

46 I. El nacimiento de la opinión pública


sobre la actualidad y a proveer criterios al lector para que participe de
manera informada en la esfera pública y tome decisiones sobre asuntos
que le afectan directamente. Los sucesos de armas de Su Majestad, el
nacimiento de un nuevo heredero, comunican la gloria del monarca y
promueven demostraciones de fervor y lealtad. Tanto o más que el ele-
mento informativo, importa el efecto de simultaneidad e inclusión que
generaba en los lectores americanos al sentirse parte de los destinos de la
monarquía y de la cristiandad.
Del mismo modo que la gaceta permitía a los lectores sentirse parte
de la monarquía, reforzaba la comunidad de creyentes al publicar con
relativa frecuencia historias milagrosas o de devoción extraordinaria. Así
pues, las gacetas presentaban testimonio de la comunidad de creyentes
y permitían reafirmar la fe en territorio americano al recontar milagros
extraordinarios, exaltar la fe y devoción de destacadas figuras religiosas, o
producir calculadamente la congoja y piedad a través de las noticias sobre
los temblores, las epidemias u otros desastres. No sorprende, por lo tanto,
que el primer intento periodístico en la Nueva Granada nazca del terrible
temblor que devastó la capital el 12 de julio de 1785, ni que el primer
número de su sucesor, la Gaceta de Santafé, informara el terrible caso de
un parto milagroso el 25 de agosto de ese año en Ubaté. Para el editor
de la Gaceta, “Aunque siempre es Dios admirable en sus Santos, parece
que algunas veces hace mas visibles los efectos de su Divina misericordia,
para excitar nuestra confianza en la intercesion de sus Escojidos, y que la
Imploremos en nuestras necesidades”.14
Por otra parte, las gacetas buscaron afirmar cierto sentido local al tener
una sección con noticias domésticas y americanas. En general estas noticias
tenían qué ver con la salud de los altos magistrados y notables locales, el
nombramiento, promoción o fallecimiento de autoridades eclesiásticas o
civiles, y con los asuntos de la Corona o la administración de las Indias.
Igualmente, se relataban extensamente las galas con que se celebraban
los numerosos festivales y la erudición evidente en las competiciones

  Gaceta de Santafé, número 1, 31 de agosto de 1785, p. 4.


14

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 47


universitarias; y se informaba sobre los modos en que diversas comuni-
dades enfrentaban “heroicamente” las amenazas de ataques piratas o de
incursiones indígenas. En sus páginas floreció un criollismo exaltado pues
allí aparecían con frecuencia panegíricos para exaltar la fama local de Mé-
xico, “cabeza de la nueva España y corazón de la América”, o la “siempre
ylustre y tres veces coronada Ciudad de Lima”.15 Más que informar, las
gacetas se ocupaban de cultivar la “común opinión” de las virtudes que
adornaban a cada corte, incluida la de Santafé.
Las listas de suscriptores, ordenados de mayor a menor rango, nos
permiten saber un poco más de sus lectores, generalmente oficiales del
virreinato, los miembros de las diversas órdenes religiosas, el alto clero
seglar, los comerciantes trasatlánticos y algunos pocos miembros de las
élites locales. No sorprende entonces que además de cultivar la fama, las
gacetas cumplieran el muy pragmático oficio de informar sobre los recientes
decretos y la cambiante legislación comercial, dar cuenta de los productos
que llegaban en la Flota de Indias y los que se aprestaban para ser em-
barcados en los principales puertos de las Américas. Incluso en muchos
casos, la gaceta incluía, generalmente en la última página, una sección
con anuncios sobre ventas —de productos, de libros, etcétera— recién
llegados de la metrópoli.
Hasta acá podemos decir que las gacetas participaban de una publicidad
muy estable que vinculaba un naciente público al cuerpo político de la
monarquía a través de muestras de lealtad, a la cristiandad a través de
muestras de piedad, y a su patria o comunidad local a través de lazos cor-
porativos. Las gacetas permitían el cultivo de la fama, intentaban hacer
efectiva la cohesión social y, adicionalmente, perseguían la consecución
de fines comerciales. El público representaba simultáneamente estos
ideales con los cuales se procuraba modelar las conductas individuales.
Es decir, con esta publicidad dirigida surge un público que encarna un

15
  Referencias tomadas respectivamente de la Gaceta de México (enero 1, 1722) y de
la Gazeta de Lima (enero 18, 1744), ambos ejemplares consultados en la biblioteca
Benson de la Universidad de Texas, Austin, durante el segundo semestre del 2006.

48 I. El nacimiento de la opinión pública


ideal (la fama) y un objeto a ser administrado (la honra). En ese sentido
emerge la figura del público como pueblo pero sin plebe y comienza
un proceso de abstracción que será fundamental para la aparición de la
publicidad ilustrada de finales del siglo XVIII.

Prensa ilustrada (1785-1808)


El nacimiento de una nueva prensa
Una manera importante que nos permite comprender el peso que lo-
graron las recientes transformaciones de la publicidad, y el intento por
controlarla, es revisar la actitud de las autoridades hacia la imprenta. En
1776 el virrey Manuel Antonio Flórez llama al impresor andaluz Antonio
Espinosa de los Monteros, residenciado en Cartagena, para que asuma el
trabajo de impresión en la capital del virreinato. Para el virrey, la llegada
del impresor es importante para

[…] contribuir al fomento de la instrucción de la juventud de este reino


[…], para el mejor gobierno de este reino, fijando reglas para cada una de
sus provincias, tanto para la dirección de sus ayuntamientos, como para
el manejo y recaudación de las rentas de tabaco, aguardiente, alcabalas y
demás que hasta aquí han estado sujetas a la práctica, estilo y a los abusos
introducidos. Para esto, como para que circulen con más perfección y
prontitud las reales determinaciones que su naturaleza lo pida, como las
gubernativas, es evidente la necesidad de que se provea a esta capital de
imprenta (Toribío Mena, 1958, pp. 149-150).16

Al virrey le resulta evidente que un elemento esencial para el buen go-


bierno es que los vasallos conozcan debidamente las disposiciones reales.
Al llegar a Santafé, Espinosa de los Monteros compra las partes de la
antigua imprenta jesuita y comisiona la fabricación de repuestos y nuevas
planchas en diversos talleres de la ciudad. En 1782 llegan las nuevas letras

  “El Virrey de Santa Fe hace presente la urgente necesidad que en aquella ciudad
16

hay de una Imprenta”. Santa Fe, 15 de enero de 1777. En Toribio Medina, (1958).

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 49


e instrumentos que reemplazarán los gastados y anticuados de los jesuitas
(Garzón Marthá, 2008). Ese mismo año, con ocasión de la ejecución
de los sindicados por el levantamiento comunero, el arzobispo y virrey
Caballero y Góngora manda imprimir en su taller Premios de la obedien-
cia: castigos de la inobediencia, la exhortación que fray Raymundo Azero
pronunció en la plaza Mayor de Santafé, y el “Edicto para manifestar al
publico el indulto general, Concedido por nuestro Catholico Monarca
el señor Don Carlos III. A todos los comprehendidos en las revoluciones
acaecidas en el año pasado de mil setecientos ochenta y uno” (1782).17
Ambos impresos estaban destinados a influir sobre los vasallos neogra-
nadinos en lo que era un reconocimiento tácito de una incipiente esfera
pública. El acto fallido, tres años después, de echar a rodar la primera
gaceta neogranadina —la fugaz Gaceta de Santafé— en la imprenta de
Espinosa de los Monteros lo confirmará, y la llegada a Santafé en 1791
de la imprenta comisionada por Antonio Nariño, que llamó Patriótica,
ratificará de manera definitiva la importancia de una nueva publicidad
en el espacio neogranadino.
A partir de 1785, cuando aparece la primera publicación periódica
en Colombia, el breve Aviso del Terremoto y su continuadora, la Gaceta
de Santafé, se hace sentir la necesidad de una gaceta que comunique la
noticia local a un circuito de lectores dispersos sobre una vasta geografía
y que sirva de instrumento para “promover el bien público” y permitir
“mantener con decoro una conversación entre gente culta”.18

17
  “Fray Raymundo Azero, Premios de la obediencia, castigos de la inobediencia: platica
doctrinal exhortatoria dicha en la Plaza mayor de esta Ciudad de Santa Fé, concluído el
Suplicio, que por Sentencia de la Real Audiencia de este Nuevo Reyno de Granada, se
executó en varios Delinqüentes, el dia I. de Febrero, de este Año de 1782. Bogotá: Por D.
Antonio Espinosa de los Monteros, 1782”. En Biblioteca Nacional de Colombia, Fondo
Vergara 32. Recordemos que los últimos quince años habían irritado los ánimos de los
súbditos neogranadinos. La memoria de esos agravios se remontaba a la expulsión de los
jesuitas, las reformas educativas de Moreno y Escandón (1774-1779), la llegada del Visi-
tador Gutiérrez Piñeres (1777) y culminaron con el estallido del levantamiento comunero
(1781-1782) que sacudió el centro del país.
18
  Gazeta de Santafé de Bogotá, 31 de agosto, 1785.

50 I. El nacimiento de la opinión pública


El esfuerzo decisivo será, sin duda, la aparición de El Papel Periódico de
Santafé de Bogotá (1791-1797), editado por el santiagueño residente en
Santafé Manuel del Socorro Rodríguez. A principios del siglo XIX varias
publicaciones circulan en Santafé —Correo Curioso (1801), Redactor ame-
ricano (1806-1809), Semanario de la Nueva Granada (1808-1810)— todos
ellos vinculados con los ideales de procurar el bien público y promover la
ilustración. Estas publicaciones cultivan el amor a la patria —entendida
ésta de manera difusa como el espacio local, provincial o neogranadino,
y simultáneamente la monarquía hispánica—y se dirigen “á un Publico
ilustrado, católico, y de buena educación”.19
Si bien circulan simultáneamente con las gacetas de Antiguo Régimen,
este nuevo tipo de publicación hace énfasis en la diseminación de los
saberes útiles para la transformación del entorno local. Las publicaciones
locales nacen estimuladas por la proliferación de publicaciones españolas
y americanas.20 Igualmente efectiva como estímulo fueron las iniciativas

19
  “Prospecto”, Redactor americano diciembre 6, 1806, p. 3. Son transformaciones
que no ocurren en el vacío. Para las últimas décadas del siglo XVIII el cuerpo de re-
formas administrativas, fiscales y militares conocidas como borbónicas y los procesos
de trasformación de la cultura política transatlántica se empezaban a dejar sentir con
fuerza en la Nueva Granada. Santafé sobrepasa los 20 mil habitantes y cuenta con doce
templos principales, tres universidades seculares (colegios mayores de San Bartolomé,
Rosario y Santo Tomás), tres eclesiásticas (San Buenaventura, de la Recoleta, y San
Nicolás de Bari), un colegio para niñas (Enseñanza), cinco escuelas populares, y cerca
de 400 estudiantes provenientes de todos los rincones del reino. Su vida intelectual está
animada por la recién creada Real Biblioteca (1777) y varias bibliotecas importantes de
claustros y particulares, dos tertulias conocidas (la Eutropélica, presidida por Manuel
Socorro de Rodríguez y El Arcano de la Filantropía, por Antonio Nariño) y, por dos
imprentas comerciales (Espinosa y Nariño). Por otra parte, en torno a la Expedición
Botánica (1783) y su director, José Celestino Mutis, se articuló y entrenó un selecto
grupo de jóvenes americanos en las ciencias y las artes e incluyó la creación del primer
observatorio astronómico en el continente americano (1803).
20
  De las publicaciones peninsulares que circularon en la monarquía vale la pena
destacar el Mercurio histórico y político 1753; El Memorial Literario, 1784; y El Correo
de los Ciegos de Madrid (1786). Igualmente es importante destacar diversos periódicos
americanos, tales como el Mercurio volante con noticias importantes i curiosas sobre
varios asuntos de fisica i medicina, editado por el mexicano Ignacio Bartolache, 1772-

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 51


editoriales que buscaban presentarle a los lectores hispanos, con algún grado
metódico, lo que se leía en el resto de Europa: El Correo literario de la Europa
(con intermitencias entre 1780 y 1787) y el Espíritu de los mejores diarios
literarios, que se publican en Europa (1787-1791) de Cristóbal Cladera.21
Estas publicaciones reflejan y contribuyen de manera notable a la
re-elaboración de la cultura política local. Si el Aviso surge como simple
relación del espantoso terremoto que sacudió la capital el 12 de julio de
1785, la Gazeta —impresa apenas tres semanas después— aspira a comu-
nicar novedades “dignas de atención” y evidencia una clara consciencia
de la función social de los papeles públicos y las gacetas. “Escribiendo se
comunican los ausentes —señala el editor de la Gazeta— y los que nunca
se han visto llegan a unirse con los más estrechos lazos de la amistad,
vínculos que suelen preferirse a los de la sangre, sin otro principio que
una carta”. Como las antiguas gacetas, los nuevos periódicos también
buscaban producir cohesión social; una cohesión, sin embargo, que ya
no es de cuerpos sino difusamente horizontal, en el que el mérito, más
que el linaje, comienza a jugar un papel importante.
Por otra parte, empieza a surgir un valor que será recurrente en todas
las publicaciones posteriores: la utilidad común. Los impresos, continúa
el editor, son responsables del “auge y esplendor que en el día se ven ele-
vadas las Ciencias, las Artes, la Yndustria y el Comercio” y explica para
el aún bisoño público neogranadino que

Una Gazeta es una carta común por la qual á todos se les avisa de lo que
subsede, ò se sabe en el lugar en que se escribe, y cada uno se aprovecha

1773; la Gazeta de literatura de México, editado por José Antonio Alzate, 1788-1795;
el Mercurio peruano de historia, literatura, y noticias, publicado por la Sociedad
Académica de Amantes de Lima, 1791-1794; y las Primicias de la Cultura de Quito,
el importante periódico ilustrado editado por Francisco Javier Eugenio de Santa Cruz
y Espejo en 1792.
21
  Al hacer más fácil y homogénea la circulación de noticias europeas en la monarquía,
el Espíritu se convirtió rápidamente en una de las fuentes favoritas para los editores y
redactores americanos.

52 I. El nacimiento de la opinión pública


de las noticias que en ella se encuentra á proporcion de su entidad, ò de lo
que se interesa en promover el bien públicos; ò à lo menos emplea honesta-
mente el rato de tiempo que se detiene en leerla, y se halla insensiblemente
instruido de lo que pasa á muchas leguas de su residencia, y en disposición
de mantener con decoro una conversación con gente culta […].22

Como las gacetas anteriores, los nuevos periódicos celebrarán el influjo


beneficioso de la imprenta, luz y felicidad de los pueblos. Sin embargo,
en todos ellos se articulará un nuevo ideal de saber, el conocimiento que
redunda en ciudadanos útiles por lo que se privilegiarán las nuevas cien-
cias experimentales y la economía política. Similarmente, las nuevas
publicaciones se ocuparán, como las viejas gacetas, de noticias locales y
europeas, pero en este caso harán gala de una exacerbada conciencia de
lo americano, hasta el punto que proclamarán que “su único objeto es
publicar cosas Americanas”.23
Reducido el espacio asignado a los sucesos de la Corte por la anti-
gua publicidad, lo local será transformado en objeto de deseo sobre el
cual se posarán los ávidos ojos de los novatores. Evaluaciones, juicios
y proyectos sobre tal o cual empresa aparecen en varios periódicos, los
cuales se convertirán de ese modo en el escenario donde se dan ciertos
debates sobre las debidas reformas al cuerpo social. De ese modo, esas
figuras privilegiadas de la publicidad nos acercan a la auto-comprensión
de los grupos sociales en contienda y a los modos como se construyen
legitimidades e identidades. De ese modo, también, se convierten en
la superficie privilegiada para la elaboración y emergencia de nuevas
configuraciones conceptuales y la redefinición de conceptos tales como
ciudadano o patriota, economía y riqueza, o ciencia y verdad, que lenta-
mente van penetrando diversos rincones de la vida social e institucional
de la Colonia (Ortega, en prensa).

  Gazeta de Santafé, núm. 1, 31 de agosto, 1785.


22

  Redactor Americano, Prospecto, 6 de diciembre, 1806.


23

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 53


Debido al alcance e importancia de esas transformaciones, en lo que
sigue nos detendremos brevemente en las manifestaciones locales de tres
grandes nodos semánticos, aquel que se articula en torno a las nuevas
nociones del ciudadano y patriotismo; en torno a la economía y la riqueza
social; y, finalmente, en torno a la ciencia y la utilidad. Estas transfor-
maciones conceptuales eventualmente se convirtieron en posibilidades
sociales y políticas no solo por la visibilidad y legitimidad que adquirieron
al aparecer en las diversas publicaciones del momento sino, sobre todo,
por las nuevas formas de agencia concebidas por la emergente publicidad
que hemos venido historiando. Del mismo modo, es necesario señalar
que esa publicidad adquiere concreción en la medida que estas transfor-
maciones conceptuales más amplias se afianzan en el orden social. Para
organizar mejor esta discusión centraremos la discusión de cada uno de
los nodos semánticos en una publicación del periodo.

El ciudadano patriota y el Papel periódico de Santafé


El examen de los periódicos ilustrados americanos hasta 1808 indica que
estos no solo reflejan lo que ocurre en la sociedad sino, tal vez aun más
importante, se convierten en verdaderos laboratorios para la elaboración
de nuevas posibilidades conceptuales y políticas. Esa elaboración de una
cultura política que llamaremos por conveniencia pero no por convicción,
de la modernidad, tiene su primer punto de referencia privilegiado en la
Nueva Granda en las páginas del Papel Periódico de Santafé.
La aparición de El papel periódico de Santafé de Bogotá el 9 de febrero
de 1791 marcará un hito ante el cual es necesario detenerse momentánea-
mente. Por cerca de seis años (con una breve interrupción en el segundo
semestre de 1792) circuló en buena parte del territorio de la audiencias
de Santafé, Quito, la capitanía de Caracas, Lima y otros lugares, con un
tiraje no mayor a los 500 periódicos semanales, en un formato de ocho
hojas en cuartos, alcanzando la nada despreciable suma de 265 números.
Su director y redactor fue el cubano Manuel del Socorro Rodríguez, quien
había llegado al virreinato de la Nueva Granada de la mano del virrey
Ezpeleta entre 1789 y 1790.

54 I. El nacimiento de la opinión pública


El Papel Periódico abre su “Preliminar” con la apología habitual a la
prensa como fuente de utilidad y motor de progreso. Pero lo que nos
interesa en este caso es la argumentación republicana que le dará al lugar
común. Según Rodríguez, el hombre que vive por el principio de la ra-
zón pronto verá que la utilidad común es el principio de la felicidad del
universo y esto “hará en su animo una sensación, que no podrá mirar con
indiferencia. Y mucho más quando considerandose un Republicano […]
ve que la definición de este nombre le constituye en el honroso empeño
de contribuir al bien de la causa pública” (9 de febrero, 1791). Siete
números después Rodríguez reproducirá una comunicación vehemente
de Francisco Antonio Zea, colegial del San Bartolomé, que causará bas-
tante escozor. En los “Avisos de Hebephilo”, Zea anunció que sacrificaba
su reputación de literato por el título de ciudadano.24 Sin duda, esta
afirmación, algo estridente, resulta sintomática de la zona conflictiva
de sentidos y experiencias que se habían acumulado a finales del siglo
XVIII y habían dado paso a un conjunto de nuevas representaciones
del saber, de los sujetos en sociedad y de la riqueza social. El juego de
interpelación y auto-denominación —que le permite a Zea descartar el
tradicional título de letrado y optar por el de ciudadano— hace parte
de esas pugnas de sentido, fundamentales para entender la cambiante
cultura política del periodo.
Ciertamente, el concepto de ciudadano no es nuevo. Ya para 1729,
cuando el primer diccionario de la Real Academia lo define como “El
vecino de una Ciudad, que goza de sus privilegios, y está obligado à sus
cargas no relevándole de ellas alguna particular exención”, contaba con
una larga tradición filosófica que se remonta hasta Aristóteles. Pero en
1729 más que ciudadanos republicanos, los sujetos de la monarquía se
reconocían como vasallos y sujetos leales de la Corona. La recurrencia del
término ciudadano en los periódicos de finales del siglo XVIII se debe en
buena medida al neo-republicanismo entonces en boga, pero no se debe

  “Avisos de Hebéphilo a los jóvenes de los dos colegios”. Papel Periódico (1 al 15 de


24

abril de 1791).

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 55


entender, ni mucho menos, como un rechazo de los otros términos. En
efecto, más que negación, es una resignificación a partir de la vincula-
ción del término ciudadano con los de utilidad y patria. A partir de ese
momento, el sujeto modélico de la monarquía no es ya simplemente el
vecino, sino el ciudadano que por medio de los saberes ilustrados pro-
cura el bien común de la patria. Los periódicos del periodo constituyen
espacios privilegiados para la elaboración de “esa llama divina, que se dice
patriotismo, y es la base de la felicidad común, la virtud de los Héroes,
Madre de las virtudes civiles, y por desgracia la menos conocida”.25 El
patriotismo además es una virtud cristiana, la del “espíritu público”, que
así entendido es lo que hace al ciudadano.
El patriotismo también se hace evidente en el cultivo y rescate de la
historia local. De ese modo, en marzo de 1792 Rodríguez publica la pri-
mera historia de la literatura neogranadina, en la cual José María Vergara
y Vergara se apoyará casi 70 años después para su magistral Historia de la
literatura en Nueva Granada; Francisco Antonio Zea, en abierta polémica
con Cornelio de Paw, publica apartes de un manuscrito en el que venía
trabajando, “Memorias para servir a la Historia del Nuevo Reyno de
Granada”, en el que predice la pronta llegada de una era feliz, marcada
por la industria e ilustración en la Nueva Granada (13 de enero 1792,
núm. 48); o el “Rasgo apologético de Sogamoso”, de quien se dice de
haber nacido entre los griegos o los romanos “hubiera logrado el mismo
honor de Demétrio Falereo”, filósofo y político griego y uno de los pri-
meros peripatéticos (24 de mayo, 1793, núm. 91).
A pesar de que no existe incompatibilidad alguna entre este espíritu
patriótico que inunda las primeras páginas del Papel Periódico y la leal-
tad al rey y a la monarquía española, el fuerte ascenso de la concepción
patriótica del ciudadano se verá truncado a mediados de 1792, cuando
varias disposiciones reales clausuraron los periódicos existentes —a ex-
cepción de los oficiales— y establecieron la censura más estricta sobre

  “Avisos de Hebéphilo a los jóvenes de los dos colegios”. Papel Periódico (1 al 15 de


25

abril, 1791).

56 I. El nacimiento de la opinión pública


las noticias procedentes de la Francia revolucionaria. Las alarmas van a
llegar a su punto más álgido cuando en 1794 se inician los juicios contra
Nariño por la impresión del volante con los derechos del ciudadano, y
los colegiales implicados en el escándalo de los pasquines.
La Gazeta de México, La Gaceta de Lima y el Papel Periódico de Santafé
publicaron con regularidad resúmenes autorizados —generalmente to-
mados de la Gazeta de Madrid— sobre los sucesos en Francia. Su actitud
fue predeciblemente dura contra los que llamaron monstruos regicidas,
en particular a partir de la ejecución de Luis XVI, día en que “se firmó
el Decreto de la general desolación de aquel Reyno desgraciado. El dió
principio à la funesta época del desorden y calamidad del Pueblo Ga-
licáno que hasta alli aún respiraba con alguna esperanza de no quedar
sepultado en su misma Revolución”.26 A partir de ese momento, estas
gacetas se deleitaran en la descripción minuciosa de lo que perciben
como anarquía pura y disgregación terrible del cuerpo político francés
en un intento claro de infundir miedo entre sus lectores y prevenir lo
que ya anticipan como la eventual seducción de la opinión pública
por las engañosas ideas revolucionarias. En ese contexto, el término
ciudadano prácticamente desaparece y el de patriota se asimila al de
devoción al rey.27
El Papel Periódico entrega su último número el 6 de enero de 1797,
después de repetidos anuncios de insolvencia económica. Apenas unos
pocos días antes el virrey Ezpeleta, quien había traído a Socorro Rodríguez

26
  Noticias sobre la Revolución francesa en Papel Periódico (1792-1795). Cita tomada
de Papel Periódico del 21 de febrero de 1794, p. 615.
27
  En un excelente trabajo reciente Carlos Villamizar explora las transformaciones
semánticas del concepto “patria” durante la última década del siglo XVIII a través
de una lectura cuidadosa del Papel Periódico. Ver “La felicidad del Nuevo Reyno de
Granada: el lenguaje patriótico en Santafé (1791-1797)”, tesis presentada para optar
el título de magíster en el Departamento de Historia, Universidad Nacional de Co-
lombia, octubre de 2010. Apartes aparecerán con el título “Patria y Monarquía en el
Papel Periódico de la Ciudad de Santafé de Bogotá (1791-1797)” en el libro en prensa
Conceptos fundamentales de la cultura política de la Independencia. Bogotá: Universidad
Nacional de Colombia, 2012.

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 57


a Santafé, embarcaba para España después de cumplir con su periodo de
gobierno. Así pues, a pesar de haber visto la luz durante un lustro y contar
en algún momento hasta con 400 suscriptores, la pronta clausura del
Papel Periódico tras la partida del virrey revela un elemento común a las
publicaciones periódicas de la época: la necesidad de contar con el apoyo
activo de las autoridades peninsulares. En efecto, todas las publicaciones
de la época se quejaban de las dificultades económicas para cubrir los
gastos de impresión y El Correo Curioso, única publicación que no cuenta
con un apoyo oficial, sobrevivirá apenas un año y a costa de buena parte
de la fortuna personal de Tadeo Lozano. Ese apoyo había servido para
enfrentar la resistencia de los sectores más tradicionales que veían, en las
innovaciones ilustradas, una amenaza a sus privilegios y prerrogativas.
El soneto con que Rodríguez cierra el último número del Papel Periódico
da buena cuenta del tumultuoso proceso:

Por cumplir con la ley de la obediencia/


Te pusiste á escribir ¡o pluma mia!/
Llevando á la verdad siempre por guia,/
y al bien común por alma y por esencia,/
¡Mas quehas logrado al fin?- ¡Triste experiencia!/
Mil ataques sangrientos que á porfia/
Te han hecho con infánda tiranía/
Los hijos de la cruel malevolencia./
¡O infausta estrèlla, y premio miserable/
Del que con fino amor servir procura/
A este Mundo despótico y variable!/
Ea pues, descansa en plácida clausùra,/
Que si duermes en òcioperduràble/
Lograràs de la Envidia estàr segura.28

  Último folio del Papel Periódico, 6 de enero 1797.


28

58 I. El nacimiento de la opinión pública


La economía política y la función social de la riqueza: El Correo Curioso
La economía será uno de los ejes de reflexión continua del siglo XVIII y
el impulso reformista encuentra en las publicaciones especializadas una
punta de lanza importante para lograr sus objetivos. Publicaciones como
el Semanario económico de Madrid (1765) o el Semanario de Agricultura
y Artes dirigido a párrocos (1797-1808) no sólo constituían esferas de
intercambio científico sino que eran órganos de popularización de las
ciencias útiles entre amplios sectores de la población. En la Nueva Gra-
nada se configura la Sociedad Económica de los Amigos del País, en 1784
en Mompox, la cual publica al año siguiente un Extracto de las primeras
juntas celebradas por la Sociedad Económica de los Amigos del País con el fin
de generar interés en el mejoramiento del país y “promover y conseguir
el fomento de la industria popular”, “teniendo a la vista las proporciones
que estos terrenos ofrecen por su fertilidad para hacerse tan florecientes,
como felices sus moradores por medio de la Agricultura y Comercio, que
es lo que nutre los Reynos”.29
Aunque el tópico económico ocupa un lugar importante en todas las
publicaciones periódicas de la monarquía, en la Nueva Granada el Correo
Curioso, Erudito, Económico y Mercantil de la ciudad de Santafé de Bogotá
desarrolla una reflexión más sostenida. Este semanario, publicado por
José Luis de Azuola y Lozano y Jorge Tadeo Lozano en febrero 1801, fue el
primer periódico privado —es decir, financiado enteramente por suscripciones
y con caudal privado— de Colombia. La falta de suscriptores y la ausencia
de apoyo del gobierno determinaron que el 29 de noviembre del mismo año
saliera a la calle el último número del Correo, para un total de 46 números.
A pesar de su corta vida y relativa insolvencia económica el Correo
Curioso desarrolló una reflexión amplia sobre los problemas y retos
económicos de la sociedad neogranadina. El punto de partida para los
editores —como para muchos de los economistas coloniales— era el

  Extracto de las primeras juntas celebradas por la Sociedad Económica de los Amigos
29

del País, Santafé de Bogotá, Don Antonio Espinosa de los Monteros, Ympresor Real,
1785, pp. 3-4.

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 59


estado de “la mayor decadencia” en que se encontraba el Reino (Correo
Curioso, núm. 39, 10 de nov. 1801). Sin embargo, los editores son abier-
tamente optimistas pues, como dicen, “Nada impide que nosotros los de
este continente gozemos del mismo beneficio, y se trabaje con amor, y
perpetuidad al fin laudable de nuestra total ilustración”.30 Para contribuir
a la obtención de ese futuro posible, el periódico define el objeto de sus
esfuerzos de la siguiente manera:

En lo Económico se tendrá presente sobre todo la utilidad popular, y así


procurando hacernos comprehender con los más rudos, discurriremos sobre
mejorar el cultivo de los frutos de la tierra; y trataremos de Agricultura en
todas sus partes; procuraremos el fomento y perfección de la Industria,
dando arbitrios, y recetas, para simplificar las operaciones mecánicas; y de
otros varios puntos que conciernen a este fin. Últimamente en lo Mercantil
daremos la idea más sencilla del Comercio, sus cálculos, sus problemas, sus
reciprocas obligaciones, sus utilidades fixas, y las eventuales, la necesidad
del dinero corriente, y la inutilidad del dinero guardado; y de tiempo en
tiempo, publicaremos noticias exactas de los precios en varias Provincias,
tanto de los generos de exportación como de importación.

Agenda de trabajo entusiasta que formula cuatro frentes de acción


novedosa. En primer lugar, el Correo Curioso busca familiarizar al lector
con los principios de la economía política proclamados por los fisiócratas
y por Adam Smith. De ese modo, Jorge Tadeo Lozano insiste en “la ne-
cesidad del dinero corriente y de la inutilidad del dinero guardado” y les
reprocha a los que la guardan de ser “amantes de la inacción, enemigos de
su fortuna, y lo tercero inútiles individuos à la Sociedad” (Correo Curioso,
núm. 17, 9 de junio 1801). Para Lozano “El dinero como la sangre en
el cuerpo, vivifica, y reparte a todos y a cada uno proporcionalmente el
movimiento y robustez que necesita, para cumplir libremente la acción,

  Prospecto, Correo Curioso (17 de febrero de 1801); “Exhortación de la patria”,


30

núm. 2.

60 I. El nacimiento de la opinión pública


que le toca como miembro de la Sociedad” y por lo tanto serán el comer-
ciante y el agricultor —más que el Estado— los llamados a producir la
prosperidad y felicidad del reino.
En segundo lugar, las discusiones en el Correo Curioso buscan generar
conciencia de las riquezas locales, particularmente las derivadas de las
actividades agrícolas y comerciales. Si la discusión de principios eco-
nómicos está destinada a propiciar una re-conceptualización del lector
como agente económico, la exaltación de la exuberancia y fertilidad
del entorno está destinada a motivar esos agentes para que transformen
efectivamente ese entorno en riqueza. Esto significa actuar en contra de
las convenciones sociales y vencer los obstáculos —la usura y el comercio
pasivo, la escasez de población y su supuesto carácter indolente— fac-
tores retardatarios del progreso. De otro modo, las condiciones sociales
imperantes llevan a un círculo vicioso que “obliga […] a los miserables
vestigios del género humano que aquí se encuentran a llevar una vida
[…] vagabunda y holgazana, no pensando en multiplicarse, por no dejar
a sus hijos la triste herencia de la pobreza y al abandono” (Correo Curioso
núm. 41, 24 de noviembre, 1801).
Es por eso que esa movilización en procura de un bien individual,
sin embargo, tiene como resultado el desarrollo y la prosperidad de
la sociedad y es por eso que la observancia de esos simples principios
industriosos constituye una acción patriótica. De ese modo, el tercer
punto es la exhortación a la acción privada a través de la noción del
patriotismo. En efecto, el Correo Curioso abre los dos primeros números
con una apasionada “Exhortación de la Patria” (núm. 3, mayo 3, 1801)
en la que ánima a trabajar por el progreso del Reino. Las asociaciones
de patricios e ilustrados deben mirarse como “uno de los primeros
anuncios de felicidad del reino”. Estas sociedades, dotadas de privilegios
exclusivos, deben fomentar por medio de sus operaciones y factores
la producción y comercio de los artículos agrícolas, particularmente
los exportables.
En cuarto lugar, la serie de artículos publicados en el Correo Curioso
buscan estimular el estudio práctico para lograr una mayor tecnificación

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 61


en los procesos de explotación de las riquezas locales. Siguiendo muy de
cerca la argumentación expuesta unos años antes por el ilustrado español
Pedro Rodríguez de Campomanes, los editores del periódico argumentan
la necesidad de transformar las prácticas tradicionales de los agricultores y
artesanos a través de la educación, la ciencia y la tecnología para mejorar
la rentabilidad del trabajo.
Por último y de manera cautelosa el Correo Curioso ofrece su opinión
sobre las políticas económicas de la metrópolis. En el “Discurso sobre
el medio más asequible de fomentar el Comercio activo de este Reyno,
sin prejuicio del de España”, la publicación adopta una línea argumental
consonante con los fisiócratas españoles al reservar para las provincias
americanas la agricultura y el comercio. Si la primera es “la madre de la
felicidad de los mortales”, el

[…] comercio activo es la fuente y origen de la comodidad y riquezas:


aumenta la población, á proporción que facilita los medios de subsistir
las familias; fomenta la agricultura é industria dando salida a sus géneros
y efectos; sostiene al estado con las contribuciones, cuyo pago facilita y
multiplica […], es el espíritu que aviva la nación y la cadena que une
las familias.31

Por el contrario, para la industrias faltaba “una población tan inmensa


que abaratase los jornales en términos que las manufacturas, por su corto
precio, se hagan preferibles a las de otras naciones”. Así, el Correo Curioso
propone que se limite la industria local “a aquellas artes y tejidos de pri-
mera necesidad [...] reservando nuestra actividad y esmero al aumento
y perfección de la agricultura [...]”. Esta defensa del modelo colonial de
desarrollo sirve de antesala para lanzar su propuesta más controversial,
de abrir los puertos locales al comercio directo con los otros puertos del
imperio español y de ese modo cuestionar las políticas monopolísticas
de la Corona.

31  Correo Curioso, núm. 41, 24 de noviembre de 1801, pp. 185; 187.

62 I. El nacimiento de la opinión pública


La ciencia y la escuela: el Semanario del Nuevo Reyno de Granada
A la par de una incipiente esfera pública en torno a la economía política
y como complemento de ésta surge un número importante de publica-
ciones especializadas en la ciencia experimental en toda la monarquía
hispánica. Esta publicidad especializada encuentra en el Semanario del
Nuevo Reyno de Granada, dirigido por Francisco José de Caldas, su mejor
exponente en la región. Fundado a comienzos de 1808, se publicó con
regularidad hasta 1809, aunque varias memorias independientes apare-
cen como apéndices en 1810. Además de la obra científica de Caldas, el
Semanario contó con las colaboraciones de otros criollos ilustrados, tales
como José Manuel Restrepo, Joaquín Camacho, Sinforoso Mutis, Jorge
Tadeo Lozano y José María Cabal. En particular, sobresalen los trabajos
sobre geografía neogranadina, la polémica sobre el influjo del clima entre
Caldas, Francisco Antonio Ulloa y Diego Martín Tanco, y la prolongada
meditación sobre el lamentable estado de la educación en el virreinato. En
todos los casos, el argumento central será que existe una íntima relación
entre la práctica y difusión de la ciencia, la ilustración general del reino
y la búsqueda de la prosperidad y el bien común.
Caldas abre el primer número del Semanario explicando las razones
por las cuales los conocimientos geográficos —y, por extensión, el saber
científico— son importantes para los neogranadinos:

Los conocimientos geográficos van a ser el termómetro con que


se mide la ilustración, el comercio, la agricultura y la prosperidad de
un pueblo. Su estupidez y su barbarie siempre es proporcionada a
su ignorancia en este punto. La Geografía es la base fundamental de
toda especulación política; ella da la extensión del país sobre el que se
quiere obrar, enseña las relaciones que tiene con los demás pueblos de
la tierra, la bondad de sus costas, los ríos navegables, las montañas que la
atraviesan, los valles que forman, las distancias recíprocas de las pobla-
ciones, los caminos establecidos, los que se pueden establecer, el clima,
la temperatura, la elevación sobre el mar de todos los puntos, el genio,

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 63


las costumbres de sus habitantes, sus producciones espontaneas, y las
que puede domiciliar con arte.32

Las memorias que se publican en el Semanario continúan esa peculiar


vocación política, es decir, esa conciencia aguda con la que el ejercicio
científico adquiere sentido y prestigio social en la medida en que se per-
ciba útil para la consecución de la prosperidad y el bien común. Según
Caldas, el cultivo de la ciencia debe llevar al público a reconocer “[…] los
pasos que hemos dado, lo que sabemos, lo que ignoramos, y [a medir] la
distancia a que nos hallamos de la prosperidad” (Ibídem).
Es importante enfatizar que, tal y como se desprende de la cita, la
publicación del Semanario, además de ser un evento científico de gran
envergadura, resulta fundamental para la historia de la opinión pública en
el país. Para Caldas resulta evidente que la ciencia requiere siempre de la
existencia de un público que la sepa reconocer como tal y que reconozca a
sus practicantes, los científicos, como autoridades del campo. Sin duda, es
un tipo de publicidad inédita en la Nueva Granada y sus procedimientos no
resultan familiares para una sociedad preocupada por el orden, la tradición
y los lazos orgánicos con los diversos cuerpos políticos de la monarquía. En
las polémicas del Semanario las aserciones de sus participantes no adquieren
valor por la autoridad social o el linaje de quien las enuncia sino porque
son verificables a través de la observación y reproducibles a través de la
experimentación. Es una publicidad en la que sólo el especialista puede
cuestionar la veracidad de los enunciados.33
El Semanario será simultáneamente la plataforma desde la cual se busca
construir un espacio público con los valores de la ciencia y un público

32
  Geografía de la Nueva Granada, núm. 1, enero de 1808, pp. 1-2.
33
  Mauricio Nieto Olarte ha explorado a fondo la construcción de una autoridad
científica y un público dócil a través del examen de los recursos argumentativos des-
plegados por los ilustrados en el Semanario. Ver, en especial, el artículo que escribió
junto con Paola Castaño y Diana Ojeda en el 2005, “El influjo del clima sobre los
seres organizados” y la retórica ilustrada en el Seminario del Nuevo Reyno de Granada,
Historia crítica, núm. 30, pp. 91-114.

64 I. El nacimiento de la opinión pública


instruido en las reglas de la ciencia. Nótese que la licencia con que se
autoriza el Semanario —y que aparecerá una semana antes del primer
número— hará énfasis en que los papeles periódicos “se transfunden á
la comprehension y aprovechamiento comun de los inventos y discursos
particulares, cuya utilidad, de lo contrario, tal vez permanecería ceñida
lastimosamente á limites muy estrechos”. Pero el proceso de generalización
requiere, además de un órgano de difusión, de un público instruido, con
la formación necesaria para comprender e incluso apropiarse del saber
especializado. Sin embargo, en vez de público ilustrado, Caldas descubre
que entre los neogranadinos la gran “multitud de pueblos […] va entregado
a la holgazanería, y [vive] envuelta en los horrores de la ignorancia”.34
En reacción contra los horrores de la ignorancia Caldas retorna una y
otra vez al tema de la educación y convierte al Semanario en la plataforma
para promover las Escuelas patrióticas como el medio más seguro “para
que los niños aprendan los elementos de las virtudes christianas y civiles
que los conduzcan después à ser unos hombres útiles à la Patria, benéficos
à sus semejantes, provechosos para si mismos, y al fin que honren con sus
acciones la santa religión que profesan”.35 Tal sistema educativo preparará
un público receptivo a las ventajas de la ciencia y a las posibilidades que
ofrece para el desarrollo social. A su debido tiempo, la proliferación de
escuelas llevará a la Nueva Granada a ver “la bella aurora de aquel día
feliz que ya se dejaba sentir”. Se entiende entonces cómo la creación de
escuelas constituye el acto patriótico por excelencia: “Sí, conciudadanos
de Santafé, quando el patriotismo está acompañado de la sabiduría,
invencible, y uno y otro será siempre el fruto de una educación gratuita,
igual y bien dirigida a todos los jóvenes”.36

34
  Semanario del Nuevo Reyno de Granada, “Discurso sobre la educación”, núm. 9,
febrero 28 de 1808, p. 72.
35
  Caldas extiende “El discurso sobre la educación” hasta el número 15 (10 de abril
de 1808). En el número 20 (15 de mayo de 1808) publica la disposición del virrey de
acoger la iniciativa privada para abrir escuelas públicas de la patria.
36
  Semanario del Nuevo Reyno de Granada, “Reflexiones sobre la educación pública”,
núm. 10, 6 de marzo de 1808, p. 78.

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 65


Como la ciencia, la educación ilustrada presupone un público pasivo,
sobre el cual se actúa. Aunque son esferas públicas modernas, no son, sin
embargo, espacios de inclusión o igualdad. Al contrario, la esfera pública
ilustrada presupone, recordémoslo, la diferenciación entre quienes son
especialistas, los poseedores del saber técnico, y el resto de la población.
Los primeros tienen el saber para proponer profundas transformaciones
sociales; los segundos conforman la opinión pública en tanto su ilustración
les permita comprender y acatar las decisiones de los primeros. Las críticas
de los ilustrados, por punzantes que resulten, no pueden entenderse como
maledicencia, sino como el método riguroso de la ciencia combinado con
“el amor que profesamos al país en que hemos visto luz”.37

De cultivar la fama a fijar la opinión


Finalmente, un examen de la publicidad tardo-colonial debe tomar en
cuenta el proceso por medio del cual, paulatinamente, la opinión deja-
rá de ser entendida en el sentido de fama y empezará a registrarse con
alguna frecuencia el sentido de “dictamen [que] sirve por autoridad en
qualquiera materia” (RAE, 1791). Aunque esta es una acepción antigua,
su uso adquiere pre-eminencia en los periódicos, tertulias y academias
del momento, todos espacios de sociabilidad relativamente inéditos,
para ejercer crítica social y adquirir los conocimientos necesarios para el
progreso de la patria. Un uso similar aparecerá, por ejemplo, en las cartas
que José Celestino Mutis le envía a Linneo solicitándole su opinión sobre
sus investigaciones, las cuales “Ansiosamente esper[a]” para proceder con
su trabajo (Hernández de Alba, 1947).38

  Geografía de la Nueva Granada, núm. 1, enero 1808, p. 2.


37

  “Carta a Linneo”. En Hernández de Alba, (1947). Ambas referencias en el primer


38

volumen. La de octubre 6 de 1763, desde Santafé, a Linneo dice “[...] Me aventuro,


pues, a molestarlo con otra breve carta para expresarle mis ansiosas esperanzas de que
mis anteriores hayan llegado a sus manos, y mis temores de que usted no conozca
aún en cuanto aprecio su buena opinión”. (Carta 2, p. 16). La carta del 3 de octubre
de 1767, desde Cácota de Suratá, a Linneo dice: “[...] Deseo que estos pocos asuntos

66 I. El nacimiento de la opinión pública


No debemos olvidar que estas transformaciones de la publicidad del An-
tiguo Régimen ocurren a escala trasatlántica. Keith Baker la resumió para
Francia contrastando la definición que la Encyclopédie ofrece de opinión
en 1765, que la distingue de manera completamente convencional del
conocimiento racional como incierta y vacilante, con la que ofrece, poco
más de quince años después, la Encyclopédie méthodique (Michael Baker,
1990, pp. 167-168). En esta última aparece el sintagma opinión pública
pero no, como cabría pensar, en el volumen designado Philosophie (Vol.
15) o incluso el de Logique, métaphysique et morale (Vol. 16), volúmenes
en los que se presentan las consideraciones epistemológicas, sino en el de
Finances (Vol. 13), y después es retomado en el de Jurisprudence (Vol. 35).
Aun más extraordinario, la opinión pública aparece investida con
atributos completamente contrarios a los que la caracterizaban, como
los de universalidad, objetividad y racionalidad. La opinión pública,
según la Encyclopédie méthodique es un “tribunal de tipo único que se ha
consagrado en Francia debido al espíritu de la sociedad, al amor a la
consideración y el elogio”.39 Ante ese tribunal todos los funcionarios y
hombres públicos están obligados a comparecer, el cual soberanamente
sabrá discernir los premios y castigos correspondientes.
Por la misma época, aunque con menos estridencia, aparecen las
primeras reflexiones en el mundo hispánico sobre la opinión pública
(Fernández Sebastián & Chassin, 2004, pp. 9-32). Jovellanos, por
ejemplo, usa con frecuencia el sintagma de opinión pública y escribe el
primer ensayo conocido en español al respecto, “Reflexiones sobre la
opinión pública” (c. 1790-1797). En las “Reflexiones” Jovellanos señala
que “opinión pública se dice opinión de la mayor masa de individuos
del cuerpo social”, lo que indica que “esta fuerza es superior a todas

que he estado estudiando concisamente sean de su agrado, como supremos àrbitro de


las ciencias naturales. Ansiosamente espero su opinión sobre ellos”. (Carta 5, p. 21).
39
  Nuestra traducción de “tribunal d´un genre unique qui a été élevé en France par
l´esprit de société, par l´amour des égards et de la louange”. Encyclopédie méthodique,
Finances, Tome Troisieme (París: Plomteux, 1787).

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 67


las sumas de fuerzas de que puede disponer la Sociedad y aun todos los
medios que pueda emplear”. En el mismo escrito indica que la opinión
pública “obra a un mismo tiempo en todos los puntos del territorio social,
y de aquí la extensión de su influjo. Juzga todos los actos del gobierno, y
de aquí la generalidad de su influjo” (Jovellanos, 1956, p. 413).40 Hasta
acá la formulación de Jovellanos es audaz pues inscribe en lo social una
autoridad peligrosamente autónoma. Sin embargo, Jovellanos entiende
muy bien los peligrosos ecos rouseanianos de su fórmula y se repliega
con cautela para insistir que “Donde falta la instrucción, no hay opinión
pública, porque la ignorancia no tiene opinión decidida41, y los pocos
que saben, bien o mal, dan la suya a los que no la tienen. Desde enton-
ces, la opinión pública está por decirlo así, al arbitrio de estos pocos”
(Jovellanos, 1956, p. 413).
Aquí la cuestión ha cambiado de manera decisiva. La opinión ya no nos
remite a la volatilidad propia del vulgo irredimible sino a un problema de
ilustración, de educación. Esta se encarga de asegurarle una constancia,
de guiarla con sus luces para que no esté al vaivén de sus pasiones. La
ilustración general del pueblo requiere “cuerpo[s] que reuna[n] à las luces
necesarias la opinión y la confianza pública” (Jovellanos, 1839, p. 289).42
Se hace simultáneamente una propiedad general y un bien a ser adminis-
trado por la autoridad. De aquí sale uno de los tópicos fundamentales de
finales del siglo XVIII y buena parte del XIX: fijar la opinión, es decir,
“establecer y quitar la variedad [de pareceres] arreglándose á la opinion que
parece mas segura, y desechando las demas que descomforman con ella”.43

40
  Para la importancia de Jovellanos en el surgimiento conceptual, ver Fernández
Sebastián, (2000). Otros autores influyentes, con amplia circulación en la Nueva Gra-
nada, son León de Arroyal, Valentín de Foronda y Cabarrús. Ver Fernández Sarasola,
(2006); Álvarez de Miranda, (1992); Maravall, (1991).
41
  Las cursivas son nuestras.
42
  La referencia específica de Jovellanos es a la Real Academia de la Lengua, la cual
toma de modelo en esta ocasión.
43
  Voz Fixar en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, (1780).

68 I. El nacimiento de la opinión pública


Sin duda el sentido tradicional de opinión como fama sobrevive y
continúa siendo un factor importante. El mismo Jovellanos presenta
a Torcuato, héroe trágico de su obra de teatro El delincuente honrado,
(1773), defendiendo la idea de opinión pública como fama:

Torcuato: “El honor, Señor, es un bien que todos debemos conservar;


pero es un bien que no está en nuestra mano, sino en la estimación de los
demás. La opinión pública le da y le quita. ¿Sabéis que quien no admite
un desafío es al instante tenido por cobarde? Si es un hombre ilustre, un
caballero, un militar, ¿de qué le servirá acudir a la justicia? La nota que le
impuso la opinión pública ¿podrá borrarla una sentencia? Yo bien sé que el
honor es una quimera, pero sé también que sin él no puede subsistir una
monarquía; que es el alma de la sociedad; que distingue las condiciones y
las clases; que es principio de mil virtudes políticas; y en fin, que la legis-
lación, lejos de combatirle, debe fomentarle y protegerle.44

Sin embargo, la asociación entre fama y opinión ya no ocupa el lugar


seguro de hace apenas unos lustros. Recordemos que en este pasaje, clímax
del primer acto, Torcuato se da cuenta de que la justicia está sobre sus pasos
por la muerte de su rival amoroso en un duelo de honor. Es importante
recordar que Torcuato es de origen modesto y su fortuna la ha labrado
con trabajo, sin herencia ni linaje. Al salvar su honor, Torcuato ha puesto
en riesgo todo lo que había logrado durante su vida, incluido el amor de
su vida, doña Laura. De ese modo, la pregunta resulta obvia, si la fama
no es más que una quimera ¿por qué no puede subsistir una sociedad
sin la fama? A través de los padecimientos de Torcuato, Jovellanos forma
opinión pública sobre la obsolescencia de la fama.
Aunque el sintagma opinión pública no aparece aún, un nuevo ideal de
autoridad, producto de la deliberación racional, asoma tímidamente. El
Correo Curioso (1801) declara en el prólogo que “la opulencia de Athenas
[tuvo su origen en] las frecuentes discusiones públicas, en que cada uno

  Acto 1, escena V. Cito de Jovellanos, (1956, vol. 1, p. 85). (Las cursivas son nuestras).
44

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 69


se hacía oír por sus conciudadanos”.45 Sus lectores —funcionarios, cate-
dráticos, colegiales, clérigos y comerciantes, sin duda una minoría de los
habitantes de la Nueva Granada— generan nuevas dinámicas de debate
e interacción y construyen nuevos espacios de sociabilidad que, valga la
pena aclarar, no son ni privados ni excluyen la oralidad.46 Posiblemente,
a comienzos de 1792 Manuel del Socorro Rodríguez, editor del Papel
Periódico, organizó una tertulia llamada Eutropelia o del Buen gusto, muy
seguramente inspirada en la legendaria tertulia madrileña “La Academia
del Buen Gusto”, que había agrupado a algunos de los más prestigiosos
ilustrados españoles como Torres Villaroel, Luzán y Agustín Gabriel de
Montiano y Luyando. La tertulia santafereña ameritó ser publicitada en
el Papel Periódico con la aclaración que esta es una junta de “varios sujetos
instruidos, de ambos sexos, bajo el amistoso pacto de concurrir todas las
noches a pasar tres horas de honesto entretenimiento discurriendo sobre
todo género de materias útiles y agradables”.47 Consecuente con ese ideal,
los editores insisten que “El idioma de la verdad es sencillo, y éste debe ser
siempre el de un escrito popular”.48 A diferencia de la antigua fama que
mantenía la honra, la nueva participación del público deliberante, esencia
de la nueva publicidad, redunda en riqueza material y bienestar social.
Pero la realidad es mucho menos nítida. En el número 8 del Correo
Curioso (1801) se retrata la coexistencia conflictiva de diversas publicidades
en Santafé. El “Duende filósofo”, alter ego de los editores, reporta lo que
ve al entrar en una tertulia y contemplar invisible la recepción que hacen
los tertuliantes del primer número del Correo Curioso. Lo que atestigua el
Duende filósofo es algo que causa simultáneamente hilaridad y disgusto,

45
  Biblioteca Nacional de Colombia, Hemeroteca, Correo Curioso erudito, económico
y mercantil, núm. 1, Santafé, 17 de febrero de 1801, p. 2.
46
  Renán Silva ha descrito los lazos y valores que cohesionaron este grupo de ilustrados
en Silva, (2002). Ver también Peralta Agudelo, (2005).
47
  Papel Periódico, núm. 24, publicado el 21 de septiembre de 1792. Igualmente
legendaria es la tertulia El Arcano Sublime de la Filantropía que Antonio Nariño
organizaba en su estudio entre aproximadamente 1789 y 1793. Ver Blossom, (1967).
48
  “Prospecto”, Redactor Americano, 6 de diciembre de 1806.

70 I. El nacimiento de la opinión pública


una publicidad difícil de precisar, pues en ella se hallan elementos de la
tradicional y la degradación de la nueva. Cinco son los concurrentes: “un
Viejo que pasa de setenta años, y parece espera vivir mucho mas, según el
cuidado, con que procura atesorar; una muger, que aunque cincuentona,
quiere pasar plaza de niña de quince, disfrazando sus canas, y arrugas con
el afeite, moños, y compostura; un letrado de profesión, que por medio
de los títulos de la Universidad, encubre su profunda ignorancia, […]
una dama, que si nó fuera tan preciada de hermosa, parecería bonita” y
el Petimetre, joven frívolo, “fantasma apariencia de hombre, semejanza
de muger, y vilipendio de uno, y otro sexô”. Ellos discurren de manera
caótica y petulante sobre los párrafos programáticos del “Prospecto”.49 El
Petimetre reclama que “será muy bien dado si insertan en su Correo la no-
ticia de todas las modas que se inventan, por ser este el punto substancial,
que se debe tratar, como que de él depende la civilidad, y brillantéz de un
Estado”. Al oír este reclamo, la “cincuentona” coincide en que “las modas
son el alma de la Sociedad, y la ocupación más digna de nuestro sexo;
no obstante, no las nombran en toda esta zarandajas, que aquí ofrecen”.
Pronto la discusión recayó sobre la crítica contra el dinero guardado y
al final, dice el Duende, todos “tuvieron un largo, y gracioso altercado”
a la vez que la lectura del Correo Curioso fue rápidamente olvidada.50 El
desdén evidenciado por esta “ridícula escena” busca activar un renovado
sentido patriótico a través de la denuncia de la inutilidad, aunque quizá
con poco éxito dado que el Correo Curioso cerró a finales de ese mismo año.
Por otra parte, hay consciencia del potencial conflictivo que ese nuevo
ideal, de una esfera de autoridad independiente del soberano y del dog-
ma eclesiástico, conlleva. Aun se escucha la prédica fiera del capuchino
Joaquín de Finestrad, predicador comisionado por el arzobispo virrey
a la zona comunera durante la penúltima década del siglo XVIII: “Al

49
  “Continuó la lectora, hasta que la detubo la bonita, preguntando ¿acia donde caya
el imperio del idiotismo? A que respondió muy serio el Petimetre: acia el Sur, y parece
que confina con Popayan, y el Gran Turco”.
50
  Correo Curioso, 7 de abril de 1801, pp. 30-31.

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 71


vasallo no le toca examinar la justicia y derechos del Rey, sino venerar o
obedecer ciegamente sus reales disposiciones. Su regia potestad no está
en opiniones sino en tradiciones, como igualmente la de sus ministros
regios” (Fienstrad, 2000, p. 185).51
Muy conscientes de esa limitación, los editores aclararán constante-
mente que “[…] solo se imprimirá lo que fuere digno de presentarse a
un Público ilustrado, católico y de buena educación. Jamás se darà á luz
Disertación alguna (por muy bien escrita que esté) si es difusa […] o si
contiene alguna expresión ofensiva a las sagradas leyes de la urbanidad, y
buena harmonía civil”.52 Como ya lo había anunciado Feijoo, la tarea será
entonces también educar y guiar la opinión de los lectores: “Es el pueblo
un instrumento de varias voces, que si no por un rarísimo acaso, jamás se
pondrán por si mismos en el debido tono, hasta que alguna mano sabia le
temple”.53 Un buen gobierno no es el que resulta de las preferencias de la
opinión pública sino el que es capaz de educar a la opinión, someterla a
los designios del buen gobierno. Manuel del Socorro Rodríguez captura
esta compleja formulación con su evocador “Disfraz y pluma de todos”
con el que encabeza el Redactor Americano (1806-1808).
Pero esa fórmula de Rodríguez también evidencia hasta qué punto el
público —el “todos” de la frase— ha adquirido un grado de abstracción
previamente desconocido. Es una abstracción que marca decisivamente
el acto de la escritura. En ese sentido, Caldas, en carta a Santiago Pérez
de Valencia y Arroyo, expresa sus reticencias a publicar sus estudios y
escribe: “El público es inexorable, y le tiemblo.[…] En fin, si algo bueno
ocurriese y llegase a producir algún rasgo, lo remitiré a usted para que,

51
  Y, más adelante, “En el conjunto de los hombres se descubre un extraño y raro
modo de pensar. No es una misma su opinión. Es preciso que haya un superior que
decida la cuestión para la conservación de la paz y quietud en aquellos miembros que
componen el Cuerpo de la República. La Naturaleza destierra toda confusión y pide
la seguridad del buen orden”, (Finestrad, 2000, p. 308).
52
  “Prospecto”, Redactor Americano, 6 de diciembre de 1806, p. 3.
53
  “Voz del pueblo”, Feijoo, Teatro crítico universal: ó discursos varios en todo género de
materias para desengaño de errores communes, p. 2.

72 I. El nacimiento de la opinión pública


más inexorable que el público, lo juzgue y lo sentencie a las llamas o a
la luz pública, pues este público no puede sufrir sino cosas dignas de él”
(Caldas citado en Arias de Greiff & Bateman, 1958, p. 57).

De la promoción a la prohibición de la imprenta:


Cartagena 1800-1806
Hasta ahora hemos centrado nuestra discusión en Santafé. Sin embargo,
otras ciudades y regiones del reino, en especial Cartagena, Popayán y la
región de Antioquia, igualmente asistieron a la emergencia de una nueva
publicidad y evidenciaron anhelo por hacerse a los beneficios de la im-
prenta. En particular las autoridades de Cartagena, cuya vida comercial
se había visto fuertemente estimulada por la construcción del canal del
Dique, la fortificación de las murallas, las mejora en el camino al interior
y, sobre todo, por la apertura del comercio libre trasatlántico a finales del
siglo XVIII, le solicitan al recién creado Real Consulado de la Ciudad para
que por medio de su tesorero, Manuel de Pombo, traiga una imprenta
completa a la ciudad (Toribio Medina, 1958, p. 483).54 Al llegar la im-
prenta en julio de 1800, la Junta del Consulado solicita al gobernador
la aprobación de la licencia para imprimir y éste —contrariando todas

54
  José Toribio Medina (1958) señala que “en julio de 1800 llegaba una de cerca de
cuarenta y nueve arrobas —de letras de cinco cuerpos, una prensa grande de imprimir,
otra para hacer libros y cortar papel, dos mesas de mármol, y los respectivos compo-
nedores, galeras, tinta, y demás instrumentos y utensilios del arte. Lo singular fue que
precisamente a ese tiempo se hallaba en la ciudad un impresor ‘instruido’ a quien no
le fue difícil, como se comprenderá, entenderse desde un principio con la Junta del
Consulado. Ofreció imprimir por un precio equitativo los papeles de la Corporación,
enseñar a dos oficiales hasta dejarlos perfectamente al corriente en las cosas del oficio,
y pagar en cuatro años, por anualidades iguales, los 1.168 pesos 4 reales a que, con
el valor de los seguros, había ascendido el costo total de la imprenta. Pudo, pues, por
un momento lisonjearse el Consulado con que vería logrados sus anhelos de dotar a
la ciudad de un taller tipográfico; y al intento de que éste comenzase a funcionar sin
pérdida de tiempo, en la misma sesión en que se había llegado a un arreglo con el im-
presor, acordó avisar el fausto acontecimiento al prelado y al gobernador de la plaza,
a fin de que, dentro de sus esferas respectivas, prestasen su licencia para dar a luz los
trabajos que se encomendasen a la imprenta”.

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 73


las expectativas— la deniega, remitiendo el caso a Santafé para que el
virrey tomara una decisión final. El caso permanece en Santafé, donde
las autoridades se niegan a tomar una decisión final, hasta que en julio
de 1806 el virrey Amar y Borbón remite el expediente al Consejo en
España con la aclaración que “Los comerciantes en aquel puerto son de
ordinario cajeros de los de Cádiz, que hacen en ese lugar su residencia
para expender sus comisiones. Ellos, por lo común, carecen, no solo de los
conocimientos precisos de lo interior del reino y sus producciones, sino
también de los de aquella provincia, que en la mayor parte es estéril”.55 De
ese modo, si el virrey Flores había argumentado en 1777 la necesidad de
la imprenta para “contribuir al fomento de la instrucción de la juventud
de este reino”, en 1806 Amar y Borbón se opone a la consecución de la
licencia e indica que

[…] siendo las imprentas expuestas a abusos de muy perjudiciales conse-


cuencias, mayormente en parajes como Cartagena, que sin haber copia de
literatos, está rodeada de colonias y posesiones extranjeras de todas clases, de
donde es fácil la introducción de papeles y escritos peligrosos, no parece tan
extraño, como el Consulado se lo figuró, la cautela de impetrar el permiso
del jefe principal del reino para un establecimiento de esta naturaleza, que
allí nunca podrá ser útil para los fines que propone el Consulado.

El clima político había cambiado notablemente después de la Revo-


lución francesa y la imprenta, antaño herramienta de progreso, se con-
vertía en arma peligrosa. Al año siguiente Carlos IV aceptó la opinión
del Consejo y ratifica la prohibición de imprenta en Cartagena, aunque
muy pronto y debido a los acontecimientos que precipitan la caída del
rey en 1808, esa resolución queda sin efecto.

55
  “El Virrey de Santa Fe remite el expediente del Consulado de Cartagena, sobre
el establecimiento de una imprenta en aquella plaza”. Santa Fe, 19 de julio de 1806.
En AGI. Papeles por agregar. Santa Fe, 120-123, legajo titulado “Consultas y reales
resoluciones”, núm. 455. Reproducido en Toribio Medina, (1958, vol. 2, p. 500).

74 I. El nacimiento de la opinión pública


Las primeras repúblicas y el nacimiento de
la prensa política (1808-1821)
La gran toma de la palabra
En agosto de 1808 llegan a Cartagena las primeras noticias oficiales de
la invasión napoleónica y la abdicación de Fernando VII. En medio del
desconcierto prolifera la publicación y circulación de impresos en todas
las provincias de la monarquía, constituyendo lo que François-Xavier
Guerra llamó una gigantesca toma de la palabra por parte de los pueblos
(Guerra, 2002, p. 125). El proceso de emergencia de la opinión pública
va de la mano de la profundización de la crisis y la búsqueda, por parte
de las autoridades provisionales, de nuevos criterios de legitimidad. A
partir de ese momento la opinión pública no sólo influirá sobre decisiones
públicas sino que se convertirá en el modo fundamental de construir el
orden político. La “Consulta a la nación” llevada a cabo en la península
por la Junta Central Suprema en mayo de 1809, realizada para concertar
entre las diversas juntas provinciales la manera en que se deben convocar
y organizar las cortes del reino, será el primer y decisivo paso en esa di-
rección. En América ese mismo proceso llega, aunque con menor inten-
sidad, con las elecciones de los representantes americanos para la Junta
Suprema durante el mismo año y la elaboración de las representaciones
a finales de ese año.
La urgencia de primera hora corresponde, sin duda, a la necesidad de
informarse sobre los desconcertantes eventos que estaban ocurriendo
en España. Sin embargo, conscientes del potencial desestabilizador de
la información, las autoridades trataron de “obstruir y tapiar […] todo
conducto por donde puedan llegar a los pueblos cualesquiera papeles
seductivos, engañosos, y que hagan dudar o balancear la opinión pública
contra el tirano corzo” y publicaron en “papeles públicos” las versiones
apropiadas para fijar “la opinión pública de nuestra nación y de estas
colonias”.56 En el mismo sentido, en 1809 el virrey de Santafé imprime

“Informe del fiscal Don Manuel Mariano de Blaya al virrey Amar y Borbón, en
56 

1808”. Impreso en El Correo Nacional, núm. 430, 3 de marzo de 1892, pp. 2-3.

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 75


una hoja volante instando a “[…] que se excitara a los sabios del Reino
para que emplearan sus luces y talentos en fijar la opinión pública a
favor” del gobierno central (Ibáñez, 1915, p. 301). En Cartagena las
autoridades locales autorizan el uso de la imprenta del Real Consulado
para la publicación de boletines extraordinarios con las noticias más re-
cientes de la península. En septiembre del mismo 1808 nacía la primera
publicación periódica neogranadina en respuesta a la crisis política de la
monarquía denominada Noticias Públicas de Cartagena de Indias (Álvarez
Romero, 1995, p. 51).
Aunque la temida adhesión a Napoleón jamás se da en las Américas,
la agitada circulación de información, las convocatorias a elecciones para
delegados a la Junta Suprema (1809), el represado anhelo reformista, y
pronta liberación de los controles sobre la prensa dieron pie a la publi-
cación de todo tipo de papeles públicos, oportunidad singular para que
los criollos americanos apelaran a la figura de la opinión pública para
expresar sus anhelos, articular sus preocupaciones o dar a conocer sus
frustraciones.
El sintagma opinión pública aparece entonces brusca y avasalladora-
mente, queriendo establecer distancia entre las posibilidades políticas
que se abrían y el supuesto pasado de despotismo con el que se rompía.
Así por lo menos lo sintió el Cabildo del Socorro, el cual conmina al
representante neogranadino ante la Junta Suprema para que una su voz
a “los demás sabios patriotas que componen aquella Augusta asamblea”
para de esa manera “echar los fundamentos de la opinión pública, de la
confianza y del patriotismo […] cuyas virtudes producirán infaliblemente
[una nueva] constitución […]” (Almarza Villalobos & Martínez Garni-
ca, 2008, p. 132).57 La representación propone igualmente reformar el

  “Instrucción que en cumplimiento de la Real orden de 22 de enero de 1809 da el


57

Cabildo de la Villa del Socorro, capital de la Provincia de este nombre en la America


meridional: al Exmo. Sor. Don Antonio Narvaez i la Torre, diputado por el Nuevo
Reino de Granada para su representante en la junta Suprema i Central gubernativa
de España i Indias”. Biblioteca Nacional de Colombia, F. Pineda 843, 114-116 folios.
Reproducida en Almarza Villalobos & Martínez Garnica, (2008).

76 I. El nacimiento de la opinión pública


plan de estudios, con preferencia de las “ciencias exactas que disponen al
hombre al ejercicio útil de todas las artes”, pues de ese modo

[…] se vulgarizarían los principios y grandes resultados de una ciencia


tan importante, y la opinión de los pueblos, así rectificada, acercaría la
época en que por un pacto tácito y general quedase irrevocablemente fijada
la suerte del género humano, que por tantos siglos ha sido la víctima de
todos los errores y de todas las injusticias (Almarza Villalobos & Martínez
Garnica, 2008, pp. 134-136).

A la vez modelo normativo e ideal democrático, la opinión pública


asume la tutela de los pueblos en la senda a la libertad y el progreso.
En España aparecen periódicos de todos los espectros ideológicos:
afrancesados que apoyan las nuevas autoridades napoleónicas, tales como
La Gaceta de Sevilla y El Diario de Barcelona; liberales, tales como el Se-
manario Patriótico o El Robespierre Español; y los denominados serviles
o contrarios a la Constitución de Cádiz, tales como El Censor General o
El Procurador General de la Nación y del Rey. Aparecen igualmente perió-
dicos en el exterior, particularmente en Londres, con amplia circulación
intercontinental. Sin duda, el más influyente de estos es El Español,
editado por el liberal José María Blanco White, en el que polemizaron
americanos como el caraqueño Juan Roscio y el mexicano Servando
Teresa de Mier y del cual se reprodujeron extractos en varios periódicos
americanos, incluida La Bagatela de Antonio Nariño. Aunque si bien es
cierto que estos debates tienen una dimensión propiamente transatlántica,
con varios polos de agitación —Madrid, Cádiz, Caracas, Buenos Aires,
Quito, Bogotá, Lima y México— también es cierto que estas adquieren
una dinámica local muy intensa y particular.
Por su parte, en América los primeros periódicos generalmente se
dividen entre autonomistas —con fuerte presencia en Buenos Aires, Ca-
racas, Bogotá y Cartagena— y partidarios de las autoridades peninsulares
—con fuerte presencia en México, Lima y La Habana—. Los primeros
no reconocen la autoridad de la Junta Suprema, siguen con distancia

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 77


y escepticismo los debates conducentes a la Constitución de Cádiz de
1812, y promueven o apoyan la convocatoria a procesos constituyentes
locales. Los segundos, por su parte, fungen de órganos oficiales de las
autoridades peninsulares y, generalmente, promueven los beneficios de
la Constitución gaditana.
Dentro de esta dinámica la constitución de las diversas juntas neograna-
dinas a mediados de 1810 dio pie, casi inmediatamente, a tres periódicos
en Bogotá —La Constitución feliz, Aviso al Público, Diario político de San-
tafé— y uno en Cartagena, El Argos Americano. Aunque estos periódicos
surgen como apoyo a las nuevas autoridades americanas, en principio no
son armas de agitación sino medios para apaciguar y procurar la unión.
Los papeles periódicos buscaban, como señala el Prospecto del Diario
político de Santafé de Bogotá,

Difundir las luces, instruir a los pueblos, señalar los peligros que nos
amenazan y el camino para evitarlos, fijar la opinión, reunir las voluntades
y afianzar la libertad y la independencia […].

Para el editor, era claro que en las inciertas circunstancias del momento la

[…] circulación rápida de los papeles públicos, la brevedad de los


discursos, el laconismo y la elección de las materias que los caracterizan
los hacen los más a propósito para conseguir estos fines importantes. Son
útiles a todo pueblo civilizado, y precisos en las convulsiones políticas.
Se multiplican a voluntad, llevan a todas partes los principios, las luces y
disipan los nublados que en todo momento forman la sedición y la calum-
nia. Sólo ellos pueden inspirar la unión, calmar los espíritus y tranquilizar
las tempestades. Cualquier otro medio es insuficiente, lento y sospechoso
(Núm. 1, Prospecto: 27-VIII-1810: 1).

Cada periódico se presenta de este modo como la manifestación más


clara de la voluntad general del reino y sus colaboradores son los repre-
sentantes naturales del pueblo. Ellos, señala Camilo Torres, formarán “la

78 I. El nacimiento de la opinión pública


opinión pública [y le harán] conocer la forma de gobierno que mejor
conviene a cada provincia”.58
Una lectura de los periódicos del periodo produce una contundente
sensación de ruptura con el pasado, aun cuando la época está marcada
por la incertidumbre y la coexistencia de múltiples posibilidades políticas.
En efecto, los periódicos contrastan lo que definen como las tinieblas del
Antiguo Régimen con las luces del presente, y la libertad de prensa es el
signo que evidencia la distancia entre el ayer y el hoy. El llamado a una
libertad de prensa como garante de la libertad política parece en primera
instancia un acto de confianza en ese público que Caldas recién había
descrito como holgazán y sumido en los horrores de la ignorancia. En
1809 el liberal español Alberto Lista publica el “Ensayo sobre la opinión
pública” en el Espectador Sevillano, el cual es reimpreso rápidamente en
México y posteriormente en otras partes de América. Para Lista, quien
distingue la opinión popular de la pública, esta última es un fenómeno
reciente que “se funda sobre el conocimiento íntimo de los ciudadanos,
sobre el interés nacional, sobre las ideas de la sana política” (Lista, 2007,
p. 5). El liberal exaltado Manuel José Quintana, editor del Semanario
Patriótico, periódico oficial de la Junta Suprema y leído ampliamente en
América, abre su Prospecto señalando que “La opinión pública es mucho
mas fuerte que la autoridad malquista y los exercitos armados”.59
La Nueva Granada participa de esa defensa eufórica de la opinión pú-
blica: “Sólo el fanatismo y la ignorancia pueden proscribir la libertad de
prensa” (Diario político, núm. 15: 15-X-1810: 58). La conexión con las
anheladas garantías políticas queda consignada en todas las constituciones
de la época. La Constitución de Antioquia de 1812 señala:

La libertad de la Imprenta es el más firme apoyo de un gobierno sa-


bio y liberal; así todo ciudadano puede examinar los procedimientos de

58
  “Carta de Camilo Torres a Ignacio Tenorio, Oidor de Quito”. Cito de Copete
Lizarralde, (1960).
59
  “Prospecto”, Semanario Patriótico, Madrid, fin de agosto de 1808, p. 3.

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 79


cualquiera ramo de gobierno, o la conducta de todo empleado público, y
escribir, hablar e imprimir libremente cuanto quiera […] (Uribe Vargas,
1985, p. 464).60

Aun más, el accionar de los nuevos hombres de gobierno trata de


acomodarse a la aparición de este nuevo fenómeno. Antonio Nariño,
quien más claramente concibió la política como un combate público,
se defiende de las acusaciones de ejercer un poder tiránico en Bogotá
indicando que “con la imprenta libre no puede haber tiranía”. Para el
presidente de Cundinamarca

No hay una defensa más vigorosa y convincente de la libertad del Go-


bierno que los mismos papeles que actualmente se escriben y se imprimen
a su vista; no hay género de dicterios que con disfraz o sin él, no se le
haya dicho por la prensa, y hasta ahora no sabemos que se haya hecho la
menor indagación, ni tomado la menor providencia contra sus autores.61

Los mismos ataques a que se ve expuesto, razona Nariño, son prueba


clara de la liberalidad del gobierno.
Sin embargo, el optimismo pronto es temperado. La ya citada Consti-
tución de Antioquia señalaba que la libertad se otorgaba con la condición
que se debía “responder del abuso que haga de esta” y agregaba en el mismo
artículo que “no se permitirán escritos que sean directamente contra el
dogma, o las buenas costumbres”. La mayor parte de los periódicos de la
Nueva Granada son cautelosos: antes de invocar el pueblo como poder
legitimador, señala el Prospecto del Diario político, es necesario “fijar la
opinión, reunir las voluntades y afianzar la libertad y la independencia”

60
  La disposición corresponde al Artículo 3 de la Sección II “De los derechos del
hombre en sociedad”. Un estudio reciente de Gilberto Loaiza Cano examina las trans-
formaciones culturales, sociales y legales que hicieron pensable la libertad de imprenta.
Loaiza Cano, (2010). Como ya lo reseñaremos más adelante, Loaiza Cano insiste en
que ésta era “una libertad concedida con ambigüedades y temores” (p. 64).
61
  La Bagatela, Bogotá, núm. 38, 12 de abril de 1812, p. 146.

80 I. El nacimiento de la opinión pública


(Núm. 1, Prospecto: 27-VIII-1810: 1). La prensa, por lo tanto, no intenta
reflejar una supuesta opinión pública; al contrario, la constituye a través
de la instrucción del pueblo. Diego Francisco Padilla, editor del Aviso al
Público, pone los términos de manera más contundente. Por una parte,
señala, el periódico está obligado a satisfacer al público y adoptar “el
estilo popular y sencillo […], pues no escribimos para personas ilustra-
das, sino para el común de las gentes” (Núm. 11: 8-XII-1810: 110); por
otra, complementa, su principal objetivo es “instruir al Pueblo idiota”
(Continuación al núm. 15: 5-I-1811: 140). Así, no es casualidad que el
epígrafe de la Gazeta Ministerial de Cundinamarca aluda precisamente a
ello bajo la fórmula: “Donde la opinión no se fija, no tiene vigor las leyes”.
Pronto, sin embargo, las amenazas de una invasión europea y el colapso
de las esperanzas de una unión entre las provincias neogranadinas, torna
más beligerante el tono de los periódicos. Los periódicos se convierten
en el escenario privilegiado donde se debaten los diversos modelos de
gobierno y los intereses regionales. Los debates desbordan los periódicos y
pronto surgen otros géneros como los catecismos políticos y los volantes
burlescos, señales inequívocas de la intensidad de los enfrentamientos y
del gradual rebasamiento de las “contiendas ruidosas que todos los días
se ofrecen, no solo en los estrados, sino hasta en las calles o plazas” (La
Bagatela núm. 1: 14-VII-1811: 3). La opinión pública se vuelve medio
de descalificación y arma de agitación popular, un nuevo factor en la
construcción de la vida política local.
Posiblemente fue Antonio Nariño quien mejor entendió la naturaleza
cambiante de la opinión pública y su nuevo papel en la construcción de
la vida política. Al nombrar juguetonamente su periódico La Bagatela
se distancia de la solemnidad de otros periódicos de la época a la vez que
ironiza el tono imperioso que domina la prensa política; a cambio de
los “tesoros” prometidos por los otros, Nariño ofrece bagatelas, con lo
que se asegura no decepcionar jamás. Pero la ironía es, sobre todo, un
reconocimiento al hecho de que el público se hacía cada día más grande
y ya rebasaba los estrechos círculos de los cabildantes y las redes clien-
telares, los nacientes cafés y las tertulias, para abarcar las calles, plazas y

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 81


chicherías. La misma Bagatela registra en diversas instancias el papel de
los chisperos, esto es, fogosos animadores de la contienda política que
tienen el encargo de promover opiniones entre amplios sectores sociales
con el ánimo de procurar su movilización. En el “Diálogo entre Cotorra,
don Ignacio Otaola y el doctor Munar”, Cotorra registra la novedad de
la voz y trata de definirla para su superior, don Ignacio:

Mire sumerced: en el dia se dice Chispa y Chispazo a tantas cosas, que yo


en Castellano tampoco lo entiendo. Todo está dividido en partidos, y yo los
oigo llamarse chisperos: Unos se alegran quando los llaman así, y otros se
ponen bravos. Lo cierto es que quando forman algun enredo, con su mas
y su menos ó hay alguna novedad de aquellas que se cuentan en secreto a
todo el mundo, dice que anda la chispa. Hay chisperos altos y baxos, como
le he oido à su merced que tienen los Ingleses su Parlimento (Núm. 13:
29-IX-1811: 47).

En otro impreso del mismo año, La verdad sin sobretodo (1811), atri-
buido a Nariño, el diálogo entre un chispero y un joven ingenuo, revela
dos visiones diferentes sobre el papel de la opinión pública en la vida
política. Ante la conmoción de las transformaciones políticas, el chispero
le increpa al ingenuo letrado timorato

Chispero: Como Ud. no sale de su casa, no conoce la opinión pública,


ni oye las juiciosas críticas de la Calle Real. Yo quedé convencido que
nosotros habíamos traído la instrucción a la Capital, y usted lo estaría
sin duda […].
Ingenuo: Lo estoy, de que antes se vendían géneros en la Calle Real, y
de que en el día se rifa también la opinión pública.
Chispero: No digo que se rifa, sino que se forma.

El diálogo comunica la confusión y novedad de la transformación


política, pero igualmente da cuenta de los límites que se imponen.
Claramente la opinión pública es ahora constitutiva de la vida política

82 I. El nacimiento de la opinión pública


y con ella la participación de un importante sector social. Sin embargo,
la opinión se revela menos verdadera de lo deseado, más intangible de lo
temido, susceptible de ser usurpada por advenedizos.
Y el chispero ¿forma o rifa la opinión pública? Según muchos, el chispero
degrada la opinión pública pues su eficacia comunicativa no se debe a la
buena razón sino a su capacidad para agitar las pasiones de la multitud.
Más que un instrumento para la construcción del orden político, es su
perturbador. No sorprende que Nariño sea con frecuencia asimilado a
la figura del chispero y atacado porque sus papeles han “inmoralizado,
y escandalizado, [y es responsable] de los males que ha ocasionado, y
de los pecados que por su causa se han cometido”, según denuncia fray
Diego Francisco Padilla en El Montalván.62 En ese escrito Padilla reto-
ma uno de los temas más candentes del momento, y por el cual Nariño
será impugnado con mayor vehemencia: el de los límites de la opinión
eclesiástica en los asuntos políticos del momento.
Nariño —quien a pesar de usar los chisperos tampoco exhibe gran
entusiasmo por ellos— responde señalando que los eclesiásticos son
igualmente chisperos. Al final del “Diálogo entre Cotorra, don Ignacio
Otaola y el doctor Munar” el doctor Munar, eclesiástico, entra y le in-
crepa a Cotorra:

Doctor Munar: ¡Chispatus! Malvado, nada se te escapa; ya te entiendo.


Tú eres el mayor chispero en medio de esos tus andrajos y mala figura.
Cotorra: Pues a fe que a su merced no se le va en zaga, y pasa por uno
de los más calientes chisperos.
Doctor Munar: ¿Chispero yo?
Cotorra: Sí señor, y bien chispero; con sólo la diferencia de que es su
merced chispero eclesiástico. Porque ha de saber, mi amo don Ignacio, que
como le he dicho que hay chispas criollas y chapetonas, las hay también
eclesiásticas; y éstas quizás son las más temibles.
Doctor Munar: Bribón, ¿Qué entiendes tú por chispas eclesiásticas?

  El Montalván. (1812). Bogotá: En la Imprenta de don Bruno Espinosa, pp. XIX-XX.


62

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 83


Cotorra: ¡Bonito está! Hágase su merced el desentendido: las de mi
amo L... Las de mi amo T... y las de tantos eclesiásticos y padres de los
conventos, que predican, que escriben, y que nos aconsejan a los simples.
¿Qué son, sino chisperos, para quién sabe qué? (Núm. 13: 29-IX-1811: 48).

Chisperos y eclesiásticos levantan las pasiones y abusan de la opinión


popular. Como señala Manuel Bernardo Álvarez

Todo buen ciudadano creyó que con la libertad de imprenta brillarían


las luces y patriotismo de los hombres ilustrados para nuestro común
beneficio; pero hasta ahora tenemos la desgracia de ver aquellas oficinas
ocupadas en la mayor parte en la impresión de sátiras, de sarcasmos, de
injurias y falsedades, que no tienen otro fruto que el de la división, la
discordia y el de los resentimientos.63

El mismo Nariño se queja en varios momentos en La Bagatela de la


ausencia de una verdadera opinión pública e indica que a partir de la trans-
formación política “Cada ciudadano quiere que prevalezca y domine su
opinión, y se cree con igual derecho” (Núm. 12: 22-IX-1811: 46). En una
“fraternal advertencia al Público”, después de asegurar que la imprenta
es “paracensurar lo malo sea del gobierno ó del público, y para aplaudir
lo bueno, y formar opinión”, sostiene:

Mi amado público está pecando en dos extremos opuestos: unos apre-


ciadores del Antiguo Régimen, tan favorable para el egoísmo con una baja
sumisión, una adulación continua y un alma de bronce para no sentir las
miserias de su prójimos ya estaban a cubierto de toda persecución, quisieran
ver renacer el sistema Colonial […]. Otros, exaltados con las bellezas de la

63
  Manuel Bernardo Álvarez, “Justo desengaño al público a que obliga el papel titulado
La Contrabagatela”. Bogotá: En la Imprenta Real, 1811. (Citado en Posada, 1917, p.
255). Otros textos señalan como “llenas de entusiasmo, las pasiones se han metido a
escritoras públicas para deprimir científicamente a las virtudes”. Sin título, Santafé de
Bogotá, Imprenta de Nicolás Calvo y Quixano, 1812. (Posada, 1917, p. 290).

84 I. El nacimiento de la opinión pública


libertad, se ciegan y las confunden con el libertinaje, o se olvidan de que
es menester gozarlas con reglas y leyes a que nos hemos sometido (Núm.
6: 18-VIII-1811: 24).

Nariño, como todos los demás, es heredero de Feijoo: la opinión


popular debe ser guiada por los hombres ilustrados, únicos capaces de
elevar y fijar la opinión pública. Y si bien es cierto que la opinión popular
no es aún, ni lo va a ser por un tiempo, la arena natural de la contienda
política, también es cierto que rápidamente se ha convertido en un factor
político en la vida diaria de la Nueva Granada. Y ya nunca dejará de serlo.

La Primera República, 1810-1815: centralismo-federalismo


Una vez puesta en marcha la actividad política de las diferentes juntas de
gobierno provinciales, las declaraciones revolucionarias iniciales darían
paso a álgidos debates sobre la forma de gobierno más conveniente para
la Nueva Granada. De esta manera, el problema teórico de la retroversión
de la soberanía se volvería un problema práctico de construcción estatal.
¿Cómo pasar de la soberanía de los pueblos —detentada de manera des-
igual por las juntas— a la soberanía de la nación, imaginada difusamente
como correspondiente a las provincias que hacían parte del otrora Nuevo
Reino de Granada? Este sería uno de los problemas políticos centrales
del periodo, en el que la prensa y la opinión pública desempeñarían un
papel decisivo.64 Sin duda, la imprenta permitiría que las juntas locales
incidieran de manera más activa en la configuración del nuevo sistema.
De allí el afán de ciertas élites regionales por hacerse a una, pues hasta
cierto punto tener imprenta significaba tener voz en el escenario político

64
  Para un examen de la noción de soberanía en la Nueva Granada véase Restrepo,
(2005); Thibaud & Calderón, (2006). Por último, ver la reciente compilación de
ensayos de la Universidad Nacional de Colombia titulada Conceptos fundamentales
de la cultura política de la Independencia, en particular los capítulos de Zulma Rocío
Romero Leal, “La soberanía como principio y práctica del nuevo orden político en la
Nueva Granada, 1781-1814” y de Alexander Chaparro Silva, “La voz del Soberano.
Representación en el Nuevo Reino de Granada, 1785-1811”.

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 85


neogranadino. Así lo entenderían prontamente los gobiernos provinciales
de Tunja, Popayán y Antioquia, los cuales hacia 1814 contarían cada uno
en su haber con una imprenta.65 De manera significativa, todavía en ese
año, la Gazeta Ministerial de Antioquia, primera publicación periódica
antioqueña de la que tengamos noticia, dedica sus primeras páginas a
celebrar los prodigios de la imprenta, la cual no duda en calificar como
“una de las invenciones más felices del genio del hombre”, pues permite
“hacer progresos en sus opiniones, y en el modo de prepararse su exis-
tencia política”. Para el periódico, resultaba evidente la vinculación de la
imprenta con la causa republicana, su necesidad imperiosa en aquellos
momentos de incertidumbre. La imprenta, afirma el redactor, “produce
revoluciones importantes”, se constituye en el símbolo por excelencia de
la “libertad de escribir”, estandarte de la civilización y las luces (Núm.
1, 25-IX-1814: 1).
Así, en este renovado concierto de voces impresas, las disputas por la
legitimidad de los gobiernos juntistas no se harían esperar. En términos
generales, las nuevas concepciones del poder pivotarían entre, por un
lado, el esquema centralista, que abogaría por la regulación de la vida
política, económica y social del reino desde Santafé y, por otro, la pro-
puesta federalista, basada en cierta autonomía en el manejo de asuntos
internos (por lo general económicos y burocráticos) por parte de las
provincias firmantes, nacida de la cesión parcial de su soberanía. Esta
confrontación ideológica era inédita en la Nueva Granada, y sus impli-
caciones de grandes proporciones, pues no sólo se tradujo en múltiples
enfrentamientos armados y ocupaciones militares, sino que la mayoría
de sus deliberaciones, tensiones y resultados quedarían plasmados en las
primeras Constituciones proclamadas en lo que se ha venido a llamar la
Primera República (1810-1815) (Uribe Vargas, 1985). Un periodo, con
frecuencia, visto como caótico, anárquico y dominado por los intereses
de cientos de caudillos y patricios regionales. No en vano para muchos

65
  Sobre la imprenta en Antioquia, Popayán y Tunja véanse: Posada, (1928); Higuera,
(1982).

86 I. El nacimiento de la opinión pública


el apelativo Patria Boba sigue siendo legítimo para describir —que no
explicar— los conflictos políticos de la época. Sin duda, impera una
visión reduccionista, que parte del presupuesto de la total transparencia
y articulación de los lenguajes políticos del momento, olvidando con
frecuencia que el significado y el sentido de términos fundamentales de
nuestra modernidad política, como soberanía, representación y libertad,
eran los que estaban en juego en este debate, y que se intentaban fijar a
través de la prensa.66
Las primeras puntadas en esta confrontación ideológica serían dadas
por las élites de Santafé y Cartagena, principales centros económicos, cul-
turales y políticos de la Nueva Granada, y únicas ciudades donde existiría
la imprenta hasta 1813. Así, toda clase de impresos, papeles públicos y
manifiestos intentarían dirimir esta disputa de legitimidad invocando el
alegado respaldo de la opinión pública, su voto unánime, su mandato
imperioso. Uno de los principales interlocutores en esta contienda sería el
papel periódico cartagenero El Argos Americano, puesto en marcha el 10
de septiembre de 1810 bajo el estandarte federalista, y dirigido por José
Fernández Madrid y Manuel Rodríguez Torices. Esta publicación había
surgido como respuesta a la crisis política experimentada por todo el reino,
ante la cual, según sus redactores, “nada conviene tanto como uniformar
las ideas” a través del “conductor mas seguro para comunicarlas, y fixar
la opinión publica”: los papeles periódicos. Las banderas enarboladas por
la publicación en este sentido resultan bastante elocuentes:

Comunicar con criterio y discernimiento las noticias ministeriales


de esta Suprema Junta de Gobierno, las comerciales de bahía, las de las
naciones ultramarinas, de toda la América, y con particularidad las de
este Reyno: manifestar la mutua deferencia y sacrificios reciprocos, que
deben hacer las provincias en obsequio de la union y bienestar de éste:

66
  Sobre la Primera República puede consultarse: Ocampo López, (1999); Llano Isaza,
(1999). Sosa Abella, (2006); Sourdís de La Vega, (1988); Martínez Garnica, (1998);
McFarlane, (2002); Gutiérrez Ardila, (2010).

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 87


zelar con vigilancia como el Argos de la fabula, y presentar al público los
artificios de algunos egoístas y ambiciosos que cubiertos con la capa de
un falso zelo por la utilidad y beneficio del pueblo, abusan de su bondad
y tolerancia, sacrificandolo á su interes privado: proyectos de agricultura,
comercio, artes, industrias y ciencias: dexar el arido campo de estas para
deleitarse por entre las flores de la bella literatura; tales serán los objetos
de este Argos Americano. (Prospecto, 10-IX-1810: s.n.).

Sin duda, se trata de un proyecto ambicioso, que pone en evidencia


su talante ilustrado. No obstante, es importante observar aquí que la
opinión pública a la que apela el Argos ya no tiene como objeto principal
la “utilidad del reino”, en abstracto, sino el desarrollo de un gobierno
legítimo, como queda manifiesto cuando los editores se refieren a la pu-
blicación local Noticias públicas, la cual “no teniendo plan ni forma alguna
regular, es imposible que inspire todo el interés de que es susceptible, ni
que produzca los efectos que el gobierno desea” (Prospecto, 10-IX-1810:
s.n.). De esta manera, el Argos se constituye en todo un programa político
alrededor de “fijar la opinión” y difundir las luces generales como antí-
doto efectivo contra el despotismo, la anarquía y el error. La publicación
se convertiría en artífice de una dimensión del espacio público que, al
tiempo que aparece ligado a los asuntos del gobierno, se imagina como
un escenario privilegiado para elaborar cierto consenso con respecto a
las categorías fundantes del cuerpo político.
En esta medida, no resulta sorprendente que los editores se arroguen
la responsabilidad de “uniformar las ideas”, al tiempo que ponen al des-
cubierto los artificios de algunos “egoístas y ambiciosos”. Justamente,
aquello que legitimaría su intervención en la esfera pública sería hablar
en nombre de la razón, en franco contraste con las políticas del “bárbaro
sistema del gobierno antiguo”, que habían propendido por la “más ciega
ignorancia de nuestros intereses y derechos” (Prospecto, 10-IX-1810:
s.n.). Así, la publicación se encargaría de demostrar que los “intereses” del
reino se verían satisfechos de manera más adecuada gracias a la adopción
de la propuesta federal. Un sistema que no implicaba la dispersión del

88 I. El nacimiento de la opinión pública


poder y de la fuerza sino su distribución regulada. De esta manera, nin-
guna provincia podría imponerle sus leyes a las demás, pues cada una se
reservaría una parte de su soberanía, siguiendo el modelo estadounidense,
reconocida fuente de inspiración de los federalistas locales:

Parece que el gobierno federal ha sido meditado expresamente con el


designio de evitar estos males, porque el Congreso representante de todas
las provincias dispone de los recursos de una en favor de otras, á fin de
estrechar sus mutuas relaciones. Tratados, alianzas, caminos, puentes,
ríos navegables, derechos de importaciones y exportaciones, arreglos de
comercio y finalmente quanto puede contribuir al beneficio, y seguridad
de la unión, todo corresponde al Congreso. Las Provincias de un Reyno
así constituido podrían compararse á los diversos miembros del cuerpo
humano, que teniendo sus particulares juegos y movimientos, organizan
un todo á cuya fuerza y armonía recíprocamente concurren. Tan sabio
sistema reúne á las ventajas de los gobiernos populares el vigor y solidez
de los monarquicos (Núm. 38, 17-VI-1811: 175).

La propuesta del Argos sería ampliamente combatida meses después en La


Bagatela de Nariño. En sus páginas, la crítica al sistema federalista alcanzaría
su mayor definición de la mano de un esfuerzo consciente por reconstruir
la autoridad centralizada en la Nueva Granada. Desde la perspectiva de
Nariño, la federación era una opción poco adecuada a la realidad política
neogranadina debido al profundo arraigamiento de ciertas tradiciones
políticas neo-tomistas; la escasez de luces en el reino; la falta de experiencia
política y administrativa de las élites locales; los mutuos recelos entre las
provincias y su incapacidad manifiesta para sostener económicamente
un amplio funcionariado a disposición del gobierno federal. De allí que
afirmara que no era lo mismo “decretarse la Soberanía que exercerla”
(Núm. 5, 11-VIII-1811: 17):

El sistema de convertir nuestras Provincias en Estados Soberanos para


hacer la federación, es una locura hija de la precipitacion de nuestros juicios

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 89


y de una ambicion mal entendida […] No es la extensión del terreno,
no es la poblacion, no son las riquezas, ni las luces que forman la fuerza
de un Imperio por si solas: la suma total de todas estas cosas forman su
fuerza; y si nosotros en lugar de acumular nuestras luces, nuestras riquezas,
y nuestras fuerzas, las dividimos en otras tantas partes como tenemos de
Provincias, ¿qual será el resultado? Que si con la suma total de nuestros
medios apenas nos podremos salvar; dividiendonos, nuestra perdida será
tanto mas probable quanto mayor sea el número de partes en que nos
dividimos (Núm. 5, 11-VIII-1811: 19).

Nariño llamaba a las demás provincias a trabajar por la unión neograna-


dina bajo un sistema de gobierno centralista—aunque confederado—. Los
periódicos estaban allí para hacerla posible, pues de acuerdo con el criollo
santafereño la prensa, en general, circulaba con dos objetivos: “propagar la
instrucción y fixar la opinión publica” (La Bagatela, Suplemento núm. 4,
4-VIII-1811: s.n.). Un lugar común efectivo sobre la prensa que haría carrera
durante la Primera República. Así, tan solo dos meses después, la Gazeta
Ministerial de Cundinamarca, en plena presidencia de Nariño, definiría la
opinión pública en términos similares, como una fuerza moral fundamental
para consolidar el Estado republicano en la Nueva Granada. Para sus edito-
res, los gobiernos ilustrados debían mantener sus propios papeles públicos
con miras a “fixar la opinión pública, principalmente en favor del sistema
gubernativo que se adapta” e “inspirar virtudes políticas en los Ciudadanos
por medio de discursos energicos y vigorosos” (Núm. 1, 6-X-1811: 1).
Lugares retóricos que no obstante su plasticidad manifiesta revelan un
asunto de gran trascendencia con respecto a lo que atañe a la opinión
pública —además de su portentosa fuerza—. La discusión sobre la forma
de gobierno es también una discusión sobre la constitución del cuerpo
de la nación, una figura abstracta y de difícil aprehensión (por demás,
de unas cualidades muy distintas al cuerpo del rey). La opinión pública
haría posible, justamente, la concreción de esa nación, en tanto sujeto
ideal que debería relevar la soberanía de las provincias. De allí la necesidad
de fijarla como si fuera producto de la voluntad general que se expresa

90 I. El nacimiento de la opinión pública


unánimemente, incluso, cuando la “opinión popular” pareciera contradecir
sus principales dictámenes. No de otra manera podemos explicar que una
de las primeras medidas adoptadas por Nariño durante la entrada de sus
tropas en Popayán, el 15 de enero de 1814, en el marco de la Expedición
del Sur en contra de los realistas de la región, sea la de recomponer una
vieja imprenta para que “se comiensen á imprimir algunos papeles y ver
si de algún modo se puede fixar la opinión pública corrompida al exceso”
(Boletín de Noticias del Día núm. 71: 28-I-1814: s.n.). Frente a una opi-
nión presuntamente corrompida debido al apoyo entusiasta que brindaba
a la causa del rey, Nariño opondría una opinión pública autorizada por
la razón para modelar la legitimidad del gobierno republicano, capaz de
imponerse sobre los peligrosos efectos de la opinión popular que ponían
en riesgo la existencia misma del cuerpo político.
Así pues, la opinión pública se identifica en estos debates, sobre todo,
con los “intereses del reino”, dilucidados de manera privilegiada por los
hombres ilustrados participantes del poder político. En este sentido, la
preocupación por “fijar la opinión”, su contenido y sentido, tendía a
identificarse con el empeño por la unidad de la Nueva Granada. Para
Nariño, las publicaciones impresas permitirían afirmar “nuestra opinión y
nuestras voluntades sobre la forma de gobierno que más nos convenga en
los momentos presentes” (Boletín de Noticas del Día núm. 72a: 29-I-1814:
s.n.). En última instancia, y aquí radica su importancia para nosotros, la
prensa no sólo polemizaría en torno a la forma de gobierno; también se
constituiría en la posibilidad del mismo, pondría los cimientos sobre los
cuales las discusiones acerca de la nación se harían posibles, al tiempo
que permitiría configurar una imagen de organización política anclada en
los principios de la soberanía popular y las instituciones representativas.
No obstante, las polémicas entre la opción federalista y el esquema
centralista se alargarían hasta finales de 1814, y sólo se resolverían con
la incorporación de Cundinamarca a las Provincias Unidas de la Nueva
Granada por la mano militar de Simón Bolívar. Él mismo a su ingreso
en Bogotá, durante la instalación del gobierno de las Provincias Unidas,
insistiría en la necesidad de crear opinión pública como “el objeto más

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 91


sagrado” y digno de “la protección de un Gobierno ilustrado, que cono-
ce que la opinión es la fuente de los más importantes acontecimientos”
(Gazeta Ministerial de Cundinamarca núm. 207, 6-I-1815: 1014-1015).
Si bien el sistema adoptado por las provincias finalmente sería el federal,
en realidad, el gobierno tenía fuertes impulsos centralizadores en ramas
sensibles como la militar y la hacienda pública. Para las élites, centralistas
o federalistas, la unión permitiría hacerle frente a la amenaza de cualquier
potencia extranjera y, particularmente, a una eventual reconquista españo-
la, que ahora, con la vuelta al trono del rey español, comenzaba a tomar
forma, pues la Nueva Granada contaba aún con cientos de seguidores
leales al estandarte monárquico que, dado el caso, estarían dispuestos a
facilitar una invasión del ejército realista y a hacer parte de sus filas. Y
estaban en lo cierto. Las fuerzas de Fernando VII atravesarían el océano
Atlántico en febrero de 1815 con el objetivo explícito de someter a las
provincias rebeldes.

La Reconquista española: El Realismo


Durante el periodo conocido como la Reconquista española los defensores
de la soberanía de Fernando VII en la Nueva Granada encontrarían en
las páginas del Boletín del Exército Expedicionario (1815-1816), la Gaceta
Real de Cartagena de Indias (1816-1817) y la Gazeta de Santafé, Capital
del Nuevo Reyno de Granada(1816-1819) los principales espacios discur-
sivos para legitimar la campaña de reconquista, combatir la propaganda
republicana y contribuir en la reconstrucción de la monarquía hispánica
en tanto comunidad política natural y en tanto forma de gobierno más
conveniente para las provincias americanas. Esta prensa de circulación
periódica se constituiría en la principal armadura editorial del régimen
reconquistador, al lado de múltiples proclamas militares, bandos reales
y sermones religiosos, que en algunos casos serían reproducidos en sus
mismas páginas.67

67
  Un acercamiento panorámico sobre la Reconquista puede verse en: Díaz Díaz,
(1965).

92 I. El nacimiento de la opinión pública


En términos generales, podríamos afirmar que el objetivo principal de
estas publicaciones era restablecer la situación previa a la revolución. Volver
al antiguo régimen: restaurar el sentimiento comunitario que uniformaba
a la monarquía hispánica y volver al trazado institucional confecciona-
do a lo largo de trescientos años de dominación ibérica. La fidelidad al
rey, el respeto por la religión católica y el amor a la patria —entendida
como una comunidad política producto de la historia, conformada por
los reinos americanos y peninsulares—, eran los valores fundamentales
que estas publicaciones querían forjar en los vasallos americanos a partir
de un lenguaje asentado sobre dos principios considerados naturales e
inmutables: el cristianismo y la monarquía. Un lenguaje que pretendía
señalar de manera inequívoca los límites entre la justeza realista y la ini-
quidad republicana. Así, la prensa de la Primera República, ocupada en
buena medida en los debates sobre la soberanía y la forma representativa
de gobierno, daría paso, de manera general, a una prensa de carácter más
propagandístico —que no podemos reducir a meras manipulaciones
ideológicas o a puras estrategias retóricas de dominación sino que debe-
mos entender en términos de construcción de significado, creación de
relaciones políticas y de imaginarios sociales—. Una dinámica editorial
condicionada por el restablecimiento formal de la monarquía absolutista
proclamado por Fernando VII en el decreto del 4 de mayo de 1814, que
declaraba nulas las medidas constitucionales adelantadas en los dominios
hispánicos, entre ellas la proclamación de la libertad de imprenta. Ahora
se requeriría de la aprobación explícita del gobierno para publicar.68
Ciertamente, la imprenta se constituiría en una de las estrategias políticas
más importantes del régimen reconquistador. Una estrategia indispensable
en los tiempos que corrían —“conociendo que la imprenta es uno de
los vehículos más eficaces y á propósito para levar al cabo unas ideas tan
benéficas y tan extensas […]”—.69 Los realistas creían en el poder de la

  Sobre el retorno del absolutismo fernandino, ver: Artola, (1999).


68

  Gobierno Real de Cartagena de Indias. Prospecto de un periódico que se vá á


69

publicar en esta ciudad titulado: Gaceta Real de Cartagena de Indias. Cartagena de

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 93


palabra impresa. No es casualidad que Morillo embarcara una imprenta
portátil, junto con las municiones de guerra, para difundir sus papeles
durante la campaña de reconquista: se trataba de la ambiciosa tarea de
reeducar a los americanos en la fidelidad regia. El turno sería inicialmente
para el Boletín del Exército Expedicionario, el cual se constituiría en el me-
dio de comunicación oficial de las tropas del rey durante la campaña. De
hecho, los diferentes lugares de su publicación dan cuenta de la avanzada
misma de Morillo sobre la Nueva Granada, desde Santa Marta hasta
Santafé. Su primer número saldría a la luz el 22 de agosto de 1815, en
la hacienda Palenquillo, cerca de Cartagena, seis días después de que se
avistaran en sus costas las velas de los buques reales y una vez comenzado
el bloqueo marítimo de la ciudad. La información allí consignada era
únicamente de carácter oficial, producto de disposiciones del gobierno
monárquico, partes de guerra y prensa extranjera. Así, no se daría a la
imprenta información no confirmada debido a “los incidentes que ocu-
rren quando se pelea”, pues “todos los días llegaban noticias favorables
á la causa de los fieles vasallos de S.M. pero el General en Xefe [Pablo
Morillo], constante en su principio de no dar al público sino lo seguro,
no ha permitido se publique cosa alguna hasta tenerlo de Oficio” (Núm.
36:14-IX-1816: s.n.).
Como casi todas las publicaciones inmersas en el conflicto bélico, el
Boletín era una relación sucesiva de batallas entre realistas y republicanos.
Para los primeros, la guerra emprendida por la monarquía hispánica en
América, dejaba una enseñanza y señalaba la evidencia: la justeza de las
pretensiones de Fernando VII, apuntaladas, en buena medida, por el
correcto accionar de sus tropas en la Nueva Granada. De esta manera,
el único juicio válido era el de la victoria y todas las personas debían
someterse a la fuerza de los hechos. Los realistas vencían porque su
causa era justa y se encontraba de acuerdo con los principios divinos.
Ello explicaba el éxito y la rapidez de la campaña pacificadora. En este

Indias, En la Imprenta del Gobierno. Por D. Ramón León del Pozo. Año de 1816,
s.n., BN, Fondo Quijano 29, Pieza 6.

94 I. El nacimiento de la opinión pública


sentido, debemos entender el esfuerzo del Boletín por proyectar una
imagen favorable de los ejércitos realistas como una estrategia para ganar
adeptos para su empresa. Por ello, es notorio el afán por narrar, por fijar
la versión verdadera: “no puedo pasar en silencio”, afirmaría un oficial
realista al relatar los hechos de la guerra (Núm. 25:16-III-1816: s.n.),
cuya narración era tan importante como vencer en el campo de batalla.
Se trataba de convencer a los neogranadinos (y de despistar al “enemigo”)
de la aplastante victoria realista, de dotar de coherencia y significado los
éxitos militares de los ejércitos del rey.
Estos primeros papeles realistas circulaban bajo diferentes modalidades:
eran enviados a la alta oficialidad del gobierno y el ejército realista en diversos
puntos de la Nueva Granada; fijados en la plaza pública o en lugares de
tráfico constante, y repartidos para que pasaran de mano en mano entre la
población (uno de sus objetivos más acuciantes era lograr introducirse en
las filas republicanas para desmoralizar su accionar). En este punto, quizá
más que de prensa de circulación periódica en estricto sentido debemos
hablar de una producción fragmentada en forma de bandos reales, avisos al
público, edictos gubernamentales y, por último, partes de guerra seriados
(aunque de circulación irregular) agrupados bajo el título de Boletín del
Exército Expedicionario. Una vez finalizada, en términos generales, la cam-
paña de reconquista, se encargarían de ampliar el radio de acción editorial
realista las publicaciones periódicas Gazeta Real de Cartagena de Indias y
Gazeta de Santafé, Capital del Nuevo Reyno de Granada. La dinámica de la
esfera pública cambiaría significativamente con su irrupción.70
En cuanto a la primera, comenzaría a circular el 10 de agosto de 1816 en
las calles de Cartagena por orden directa del virrey Francisco de Montalvo.
Se trataba de un agregado de disertaciones sobre el estado económico
y político de la provincia, edictos reales, partes de guerra y reseñas de
eventos importantes llevados a cabo en la ciudad o en otros lugares de la
Nueva Granada. Tan sólo dos números después abandonaría su nombre

  Sobre la campaña militar de Reconquista en la Nueva Granada véase especialmente:


70

Morillo, (1821); Sevilla, (1916).

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 95


primero por el de Gaceta del Gobierno de Cartagena de Indias, dejando en
claro las pretensiones de las restablecidas autoridades monárquicas. Desde
ese momento en adelante no habría espacio para las disensiones, ni para
los partidos: no habría realistas ni republicanos en la ciudad, tan sólo
súbditos de Fernando VII. Gracias al restablecimiento del control sobre
la imprenta todos serían sostenedores de una causa común encarnada en
el gobierno. De esta manera, la oficialidad retomaría su protagonismo
en la esfera pública copando todos los espacios.71 Si bien es cierto que el
público podría participar de este esfuerzo editorial —“para el efecto [se]
invita á los sabios y literatos á que contribuyan con sus luces y erudición
á los importantes fines indicados”—, sería tan sólo en calidad de agente
del buen orden.72 Así pues, la noción de debate, tal y como la conocemos
nosotros, se encuentra fuera de esta prensa. No existe un espacio para la
crítica directa a los fundamentos del cuerpo político ni para la réplica.
Los periódicos estaban para modelar la opinión pública a través de la
exposición ejemplarizante:

Triste y doloroso empeño es por cierto el presentar á la vista el quadro


horroroso de nuestros padecimientos pero indispensable, si hemos de
ocurrir con oportunidad á su extinción. Nuestros males necesitan ser
analizados, sondeados y hechos manifiestos para el mejor acierto en la
aplicacion de los remedios. Un generoso silencio cubriría nuestros labios
sobre la existencia de los referidos males y su origen, si solo se tratase del
inutil consuelo de declamar contra ellos; pero su exposicion á mas de los
resultados antedichos que deben necesariamente seguirse, servirá sin duda
de un saludable escarmiento para lo venidero (Núm. 1:10-VIII-1816:1).

No obstante, sería la Gazeta de Santafé la llamada a dirigir desde la capital


virreinal la restauración política de la Nueva Granada. Ciertamente, esta

71
  Un análisis reciente y pormenorizado sobre el Gobierno Real de Cartagena durante
la Reconquista puede verse en Cuño, (2008).
72
  Gobierno Real de Cartagena de Indias. (Óp. cit., s.n.).

96 I. El nacimiento de la opinión pública


publicación, editada por el clérigo local Juan Manuel García Tejada del Cas-
tillo y puesta en circulación en junio de 1816 por orden expresa de Morillo,
representa el principal esfuerzo editorial emprendido por los defensores del
estandarte real durante la Reconquista, por ello merece que nos detengamos
un momento en sus páginas.73
La Gazeta había sido concebida por el jefe del Ejército pacificador
como un espacio “conducente a rectificar las ideas del público”, que
debía ir “sembrando la buena opinión y confianza que han de tener las
legítimas autoridades y aquella unión de sentimientos que debe estrechar
a todos los Españoles de América y de Europa alrededor del Trono de
S.M.” (Núm. 1: 13-VI-1816: 5). La publicación se encontraba inmersa
en una lucha por la resignificación de los acontecimientos recientes. La
idea misma de “rectificar las ideas del público” da cuenta del carácter del
discurso manejado por el periódico (y en general por todas las publica-
ciones realistas): se trata de un discurso de réplica, ocupado en refutar de
manera sistemática los argumentos y hechos revolucionarios. Se trataba
de poner en evidencia la ilegitimidad del gobierno criollo al tiempo que
la labor del régimen era puesta de relieve como conducente a restaurar la
prosperidad y la felicidad del virreinato. De esta manera, la palabra im-
presa se constituía en una prueba de la magnificencia de Fernando VII,
pues allí se transparentaban sus más generosas intenciones. En este sen-
tido, la conclusión de las publicaciones realistas era lapidaria: el régimen
monárquico en América se asentaba en una tradición de trescientos años
que apuntalaba la felicidad de los pueblos. No era un proyecto agenciado
por la ambición de unos pocos.
La Gazeta sería suspendida el 29 de julio de 1817 y retomaría labores
cerca de un año después gracias al impulso del virrey Juan de Sámano,
en un contexto signado por la disminución de las arcas reales, producto,
entre otros, del estado de guerra permanente, que requería una fuerte y

  Una pequeña nota biográfica sobre García puede verse en Otero Muñoz, (1945).
73

Sobre la obra de García, ver: Jaramillo de Zuleta, (2004, pp. 65-66); y Posada, (1917,
pp. 319-320, 340-341, 353, 365-371, 389-393).

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 97


continua inversión militar. Quizá ello explique, hasta cierto punto, la
reducción del número de ediciones mensuales y la aparición de avisos
comerciales particulares en la publicación. En todo caso, afirmaba el editor,
el virrey conocía muy bien “las utilidades y ventajas” de las publicaciones
periódicas, por ello consideraba prioritaria su puesta en circulación. Una
labor ciertamente ardua en las condiciones de ese momento, pues el estado
de la opinión pública era todo menos monolítico en la Nueva Granada.
Como reconocía el editor, “bien conozco lo difícil que es agradar á todos”:
“Sé también que un Editor se pone en expectáculo á la crítica universal,
pero nada de esto me arredra, pues aunque soy persuadido de la escazes de
mis luces, también lo estoy de que todos debemos obedecer, y contribuir
con lo que alcanzemos al común probecho” (25-VI-1818: 13).
Justamente, bajo la fórmula del “común provecho”, gracias a la cual
haría coincidir en términos discursivos los intereses de los realistas con
los del reino, la publicación intentaría de manera apremiante fijar la
opinión, salir victoriosa en esta guerra de interpretaciones, “más en un
Pueblo central, donde las noticias llegan tarde, y son sabidas antes de darse
a la imprenta” (25-VI-1818: 13). En todo caso, como hemos visto, el
solo hecho de salir a la luz pública le confería autoridad a la información
proporcionada por la Gazeta, que ahora, ante un panorama difícil, acudía
al absolutismo y al culto a la persona real para legitimar el gobierno de
Fernando VII. Se trataba de recuperar el halo trascendente de su mandato
como una estrategia para mantener el sistema monárquico en la Nueva
Granada. De esta manera, la defensa del rey español y la obediencia de
los vasallos americanos redundarían en una nueva edad de oro para la
monarquía hispánica:

Un nuevo siglo de oro empieza, y muy especialmente para toda la


Española Monarquía. La nación católica por excelencia, debe descollar
entre las otras, como el Cedro elevado entre los arbustos. Ella ha obtenido
del Cielo el gaje y prenda que asegura estas esperanzas. Tenemos […] un
Rey formado por Dios, concedido por Dios á los ardientes votos, amantes
sacrificios, y memorables hazañas de sus fieles Vasallos. Fernando como

98 I. El nacimiento de la opinión pública


Astro de primera magnitud, derrama benignas influencias sobre la vasta
extensión de su Monarquía. Conociendo que lo que hace á los Reyes no
es tanto la pompa y la magestad como la grande y suprema virtud, al
mismo tiempo que padre, es modelo y exemplar de sus pueblos (25-VI-
1818: 10-11).

Un rey ungido por Dios en la lucha contra la Revolución y sus corifeos.


En este sentido, “formar la opinión” era una estrategia de indisputados
títulos. Sin duda, la reconstrucción de la legitimidad monárquica debía
pasar ahora por la prensa y por el modelamiento de la opinión pública. No
de otra manera podemos entender la importancia dada por las autoridades
virreinales a la empresa editorial y al control efectivo de las diferentes
imprentas en la Nueva Granada.

La guerra: La prensa bolivariana


La victoria de los ejércitos republicanos en Boyacá, el 7 de agosto de
1819, despejaría el camino para la rápida toma de Santafé y las zonas
circunvecinas, y garantizaría una plataforma segura para continuar en la
lucha contra los monárquicos en el resto de la Nueva Granada, Venezuela
y Ecuador. Una victoria que aseguraría, además del acceso irrestricto a
las cajas reales, el control de las imprentas de la ciudad. Tan sólo dos días
después del arribo a la capital de las huestes de Bolívar sería publicado
el Boletín del Exército Libertador de la Nueva Granada, estampado por el
mismo impresor del gobierno virreinal, José Manuel Galagarza, quien
ahora, despojado de su dignidad de vasallo del rey, anteponía a su nombre
el título de ciudadano, señal inequívoca del advenimiento de un nuevo
orden político. El solio virreinal había sido desterrado de la ciudad:

Puede decirse que la Libertad de la Nueva Granada ha asegurado de un


modo infalible la de toda la América del Sur, y que el año DIEZ Y NUEVE
será el término de la guerra, que con tanto horror de la humanidad nos
hace la España desde el año diez (Núm. 5:11-VIII-1819: s.n.).

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 99


De esta manera, la prensa capitalina había sido, en palabras del editor
del Correo del Orinoco, “libertada del yugo tiránico” y ahora se concen-
traba en “otras muchas atenciones” (Núm. Extraordinario: 19-IX-1819:
157). Ciertamente, bajo el gobierno de Bolívar, ésta debía encargarse de
sembrar la semilla de la República en la región, pues no obstante el triunfo
en Boyacá, los monárquicos aún controlaban vastas zonas de la Nueva
Granada, para no hablar de Ecuador y Venezuela. Imprenta y libertad se
encontraban aunadas de manera indisoluble para los republicanos. Por
ello, vencer en esta guerra de papel era tan importante como anotarse
sendas victorias en el campo de batalla. Reconocimiento hecho por el
mismo Bolívar, quien consideraba la imprenta tan útil como los pertre-
chos de guerra (Cacua Prada, 1968, pp. 88-89). Para el caraqueño esta
prensa revolucionaria debía agenciar definitivamente el final del Antiguo
Régimen en la América hispana.74 Por ello, apenas comenzó a instalarse
el gobierno republicano en la ciudad se puso en marcha la Gazeta de
Santafé de Bogotá, el 19 de agosto de 1819, bajo la dirección de Santan-
der, prometiendo ofrecer un plan editorial para días más serenos. Por lo
pronto podría leerse junto con el Correo del Orinoco.75 Días después, en
un breve párrafo, se esbozarían los propósitos de la publicación:

Por medio de un papel publico se difunden las luces, y se hace co-


nocer á los pueblos el estado de la lucha gloriosa de la América por su

74
  Durante la instalación, en Angostura, del denominado Consejo de Estado, el 10 de
noviembre de 1817, Bolívar sostendría que la opinión pública era la “primera de todas
las fuerzas”, el “más firme escudo del gobierno”, por encima de los ejércitos armados.
“Discurso pronunciado por el libertador en Angostura el 10 de noviembre de 1817,
al declarar solemnemente instalado al Consejo de Estado” (Bolívar, 2009, p. 112).
75
  Para un análisis más detallado véanse las fichas técnicas y analíticas de estas publi-
caciones elaboradas en el marco del Programa Nacional de Investigación “Las culturas
políticas de la independencia, sus memorias y sus legados: 200 años de ciudadanías”
(Vicerrectoría de Investigación de la Universidad Nacional de Colombia, código
9714, con vigencia 2009-2011), en el portal web de la Biblioteca Luis Ángel Arango.
Recuperado de: http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/historia/prensa-colombiana-
del-siglo-XIX

100 I. El nacimiento de la opinión pública


Independencia. Los decretos del Gobierno, sus providencias, y las noticias
particulares llegan á conocimiento de las Provincias con mas facilidad, y
precisión por medio de la Imprenta. No dudamos que los Pueblos de la
Nueva Granada que desean saber el estado del Nuevo Mundo Indepen-
diente concurran a sostener la edición de este papel, en el qual la verdad
será su principal divisa (Núm. 3:29-VIII-1819: 12).

De nuevo, encontramos aquí la idea ilustrada de la precisión ligada


con la autoridad de la imprenta. La Independencia de América debía ser
narrada bajo el manto de la verdad, como correspondía a una causa justa.
Una causa que podría ampliar su voz —y sus adeptos— gracias a aquellos
que respaldaran la publicación de sus presupuestos. De esta manera, el
periódico abonaba la victoria. Sin embargo, la Gazeta no se encontraba
sola en su empeño. Antecedía su esfuerzo el ya mencionado Correo del
Orinoco, puesto en circulación en junio de 1818 y redactado, entre otros,
por Francisco Antonio Zea y Juan Germán Roscio. De hecho, la vida de
ambas publicaciones se encontraba estrechamente ligada. Se referencia-
ban mutuamente y recomendaban su lectura conjunta con el ánimo de
establecer un panorama más amplio de la Revolución en el continente. El
Correo del Orinoco sería publicado en Angostura, sede del Congreso que
daría vía libre a la unión de la Nueva Granada y Venezuela en diciembre
de 1819, y estaba llamado a liderar desde sus páginas el proceso de legi-
timación del naciente Estado. Y no sólo en el interior del país, también
en el extranjero, pues no en vano se publicarían ediciones suyas en inglés
y francés. Del periódico se editarían 133 números hasta el 23 de marzo
de 1822 (128 numerados y 5 extraordinarios) con decretos, boletines del
ejército, cartas, proclamas, extractos de periódicos extranjeros, y artículos
sobre economía, historia y política. Un formato editorial que, hasta cierto
punto, compartía con las publicaciones anteriores a la guerra.76
En medio de esta guerra de manifiestos, alocuciones y folletos, para estas
publicaciones bolivarianas la esfera pública se constituía en un espacio

  Sobre el Correo del Orinoco puede verse especialmente Pino Iturrieta, (1973).
76

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 101


privilegiado para identificar a los verdaderos amigos de la libertad, como
bien anunciaba el Correo del Orinoco en su plan editorial:

Somos libres, escribimos en un País libre, y no nos proponemos engañar


al Público. No por eso nos hacemos responsables de las Noticias Oficiales;
pero anunciandolas como tales, queda a juicio del Lector discernir la mayor
ó menor fe que merescan. El Publico ilustrado aprende muy pronto a leer
qualquier Gazeta, como ha aprendido a leer la [Gaceta realista] de Caracas,
que a fuerza de empeñarse en engañar a todos ha logrado no engañar a
nadie (Núm. 1:27-VI-1818: 4).

La noción de opinión pública a la que apelan, entonces, estos periódi-


cos, se encuentra anclada en la extendida imagen de la opinión pública
como un supremo tribunal de la realidad, donde a partir de la evaluación
y el contraste de las pruebas disponibles (la prensa realista y la prensa
bolivariana) es posible acceder a una instancia definitiva: la verdad, una
voz dotada de cierto halo trascendente y cualitativamente superior, resul-
tado último de toda discusión pública. De allí la interpelación continua
a los lectores en términos de verdad-falsedad y la invitación a su posible
discernimiento. A partir de la lectura de las publicaciones periódicas
disponibles, el público podía aprehender, si no se encontraba preso de las
pasiones, las verdades colectivas que cimentaban la vida social. Así, sólo
aquellos que contaran con las luces suficientes podían ser partícipes del
debate público, identificado, en buena medida, con la defensa del sistema
republicano liberal. Las luces se encontraban indisolublemente ligadas a
la Independencia. Eran el filtro que permitía acceder a la verdad.77
Ciertamente, una de las principales luchas de estas publicaciones sería
la de instituir las premisas del movimiento republicano en el lugar de la
verdad. De allí el evidente cariz moral tanto de la Gazeta de Santafé
como del Correo del Orinoco. Se trataba de movilizar, de convencer a los
lectores. Entre la “admiración” y el “horror”, la “gloria” y el “oprobrio”,

  Al respecto véanse las reflexiones de Palti, (2007) y Goldman, (2009).


77

102 I. El nacimiento de la opinión pública


como afirmaba el mismo prospecto del Correo (Núm. 1:27-VI-1818: 4),
estas publicaciones con frecuencia recreaban el accionar de los dos par-
tidos contendientes como una lucha de opuestos, asimilada a la eterna
batalla entre el bien y el mal morales. No debe sorprender, entonces,
que estos periódicos revolucionarios, inmersos de lleno en el conflicto,
se constituyan en importantes factores de construcción identitaria. Se
trataba de procurar de manera definitiva el deslinde político entre España
y América a partir de la demarcación de fronteras simbólicas entre los
españoles y los americanos: identidades no superpuestas y experimentadas
de manera antagónica, que, justamente, adquirían sentido y coherencia
en su relación de oposición: su opinión en favor o en contra de la Inde-
pendencia americana.
En este sentido, la referencia a España en estas publicaciones permitiría
construir —y reforzar— la legitimidad del nuevo orden. Con frecuencia,
ello se haría privilegiando ciertos registros: el oprobio de la Conquista;
la tiranía y la explotación colonial; los recientes zarpazos del despotismo
fernandino en España y en América; y el supuesto accionar irregular y
desenfrenado del ejército realista. Sin embargo, una veta de legitimidad
explotada ampliamente, y poco advertida por demás, era proporcionada
por la crítica de las publicaciones fidelistas. Sus directas adversarias. Allí,
la crítica al sistema monárquico alcanzaría una de sus mayores cotas. Para
el redactor del Correo del Orinoco, las gacetas realistas “como todas las
de los Españoles de Fernando no llevan otro objeto que mantener los
pueblos en la ilusión y en el error, haciendo muy poco caso de la opinión
del Mundo con tal que la verdad no alcanze á penetrar en los países, por
cuya dominación no repararon en ningún sacrificio del pudor y de la
moral”. Y a continuación citaba como ejemplo a la realista Gazeta de
Santafé: “Insensatos! En vano os esforzais á persuadir lo que vosotros
mismos desesperais de alcanzar […] Vuestra dominación no existirá bien
pronto sino en las Gazetas en que existen vuestros pretendidos triunfos
y vuestros afectados sentimientos de compasión y de filantropía” (Núm.
28:24-IV-1819: 109).

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 103


De esta manera, las gacetas realistas iban contra la corriente, contra la
“opinión del Mundo”, asunto que permitía negarles su capacidad para
enarbolarla, para ser partícipes de la esfera pública; a lo sumo sus discursos
devaluados no llegaban más allá de ser “chismes y sandeces”:

Un gobierno que pretende parecerlo, no debe permitir por su propio


decoro que su Gazeta Oficial sea una compilación indigesta de impos-
turas groseras, de citas falsas, de discursos necios; y el libelo en fin mas
despreciado de quantos libelos despreciables han deshonrrado las letras. El
Redactor de la Gazeta de Caracas ha fastidiado tanto á sus mas interesados
lectores, que ha logrado por último no ser leído, y menos aun persuadir las
mas notorias verdades-. Esta desgraciada Gazeta produce lo contrario de lo
que se pretende, y las noticias de Caracas merecerían algún crédito, si no las
publicase Diaz. Mas daño nos haría su silencio (Núm. 6:1-VIII-1818: 24).

Para los republicanos, los editores de las gacetas realistas habían tomado
partido por una causa inmoral; por ello ya no lograban persuadir a sus
lectores, objetivo fundamental de esta prensa de guerra. La legitimidad
del Antiguo Régimen, y con él la de sus gacetas, se había ido erosionando
paulatinamente, entre otras, por obra del discurso político de las publi-
caciones republicanas, que lo habían convertido en símbolo inequívoco
de tiranía, explotación y oscurantismo. No obstante, estas últimas jamás
bajarían la guardia; hasta el final manejarían un discurso encendido, que
daría cuenta de las dimensiones de su difícil empresa: convencer a los
lectores sobre la inevitabilidad y la conveniencia de la ruptura con España
para embarcarse en un nuevo sistema político independiente.

La Prensa Republicana (1821-1830)


La nueva cultura política y la formación del ciudadano
Una vez conseguido el desmantelamiento formal del Antiguo Régimen en
la Nueva Granada, las élites gobernantes concentrarían sus esfuerzos en la
construcción de un nuevo espacio de poder político cimentado en premisas
radicalmente diferentes a las que habían regido durante la dominación

104 I. El nacimiento de la opinión pública


española. Los nuevos gobiernos liberales se fundarían en los principios de
la soberanía popular, la república representativa y la igualdad formal entre
los integrantes del cuerpo político. El surgimiento de una historiografía
patria encaminada a recrear la ficción unitaria; la consagración del poder
en forma celebraciones patrias y en la erección de símbolos nacionales;
la fundación de escuelas primarias con el fin de ampliar las luces de la
nación e implementar el nuevo credo republicano; y la ampliación de
espacios públicos para el debate político se constituyeron en algunas
de las estrategias principales conducentes a cimentar la legitimidad del
nuevo poder.78
En el marco de esta nueva cultura política, la construcción de la ciuda-
danía política ocupa un lugar central en tanto fundamento de la república
representativa.79 Si el ciudadano liberal emerge en las constituciones
como figura jurídica, en la vida práctica se constituye en agente social en
varios sentidos. En primer lugar, como constructor de un nuevo orden
económico, en tanto la ciudadanía garantiza y defiende la propiedad pri-
vada y establece las condiciones de seguridad e igualdad, fundamentales
para el desarrollo del comercio y la industria. En segundo lugar, y quizá
más importante para el carácter político del ciudadano, éste se convierte
en agente privilegiado del orden republicano. Según la Constitución
de Cúcuta, sancionada en 1821, esto ocurre en dos sentidos comple-
mentarios: en tanto poseedor de derechos, en su carácter de sufragante,
“constitucionalmente nombrados para electores” (Artículo 28), y en tanto
sujeto constitutivo de la comunidad política, obligado por sus deberes
a: “vivir sometido a la Constitución y á las leyes; respetar y obedecer á
las autoridades, que son sus órganos; contribuir á los gastos públicos; y
estar pronto en todo tiempo a servir y defender á la Patria, haciéndole

78
  Sobre el caso colombiano pueden verse: Mejía, (2007); König, (1994); Bushnell,
(1985); Hensel Riveros, (2006).
79
  Para un análisis panorámico sobre la construcción de la ciudadanía durante el siglo
XIX en Iberoamérica véanse Sábato, (1999); Rodríguez, (2008); Annino & Guerra,
(2003); Annino, (1995); Chust Calero, (2008); Pérez Ledesma, (2008).

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 105


el sacrificio de sus bienes y de su vida, si fuere necesario” (Artículo 5)
(Uribe Vargas, 1985, p. 808).
Ciertamente, la prensa desempeñaría un papel de primer orden en
las propuestas fundantes de las nuevas comunidades políticas, pues sería
desde la esfera pública que se plantearía la construcción de la ciudadanía
liberal como problema concreto.80 Y ello se haría explotando una veta
particular, más allá del énfasis en la titularidad y el ejercicio efectivo de
los derechos individuales: la dimensión de utilidad, fuertemente enlazada
a la noción de “bien común” que, como hemos visto, se constituye en
un claro eco del ciudadano modelado por la Ilustración. De allí que la
mayoría de los prospectos de los periódicos de la época señalen de manera
inequívoca la noción de utilidad a la patria (o a los compatriotas) como
uno de sus principales derroteros editoriales. Según leemos en las pri-
meras páginas de El Fósforo de Popayán: “el público nos hará una justicia
en reconocer el deseo sincero de ser útiles que nos á movido a escribir”:
“nuestro objeto es hacer llegar á manos de todos nuestros compatriotas
las pocas noticias o indicaciones útiles que seamos capaces de hacerles”
(Introducción: 19-I-1823: s.n.).
Un presupuesto editorial reafirmado sin cesar a lo largo de la década.
Todavía en 1826 El huerfanito bogotano justificaba su irrupción en la esfera
pública sosteniendo que su principal ambición era el “mayor bien de la
patria” y su principal objetivo anunciar al “heroico pueblo de Colombia”
“el precio de sus sacrificios, que no es ni puede ser otro que el de la virtud”
(Núm. 1: 10-III-1826: 1). De esta manera, la prensa se encontraba al ser-
vicio de la formación de ciudadanos virtuosos, de verdaderos ciudadanos
republicanos. Años antes, ya Bolívar había advertido la importancia de
una ciudadanía virtuosa en el marco del proyecto republicano, durante
la instalación del Congreso de Angostura, en febrero de 1819, donde
propondría la erección de un cuarto poder de carácter moral: el Areópago.
Una propuesta que tendría amplio eco en la prensa de la época, según
leemos en el discurso publicado en el Correo del Orinoco:

  Para una mirada panorámica sobre la prensa grancolombiana véase Bushnell, (1950).
80

106 I. El nacimiento de la opinión pública


Tomemos de Atenas su Areópago, y los guardianes de las costumbres y
de las leyes; tomemos de Roma sus censores y sus tribunales domésticos, y
haciendo una santa alianza de estas instituciones morales, renovemos en el
Mundo la idea de un Pueblo que no se contenta con ser libre y fuerte, sino
que quiere ser virtuoso […] demos a nuestra República una quarta potestad
cuyo dominio sea la infancia y el corazón de los hombres, el espíritu público,
las buenas costumbres y la moral republicana (Núm. 22: 13-III-1819: 96).

Para Bolívar, moral y luces eran las primeras necesidades de la Repú-


blica. De allí que su Areópago se encontrara dividido en dos cámaras: de
moral y de educación. Según su propuesta, la primera se encargaría de
dirigir la “opinión moral” de toda la República, castigar los vicios con
el oprobio y la infamia, y premiar las virtudes públicas con los honores
y la gloria. Para ello contaría con la imprenta como el “órgano de sus
decisiones” —nótese aquí una clara resonancia del sentido antiguo de la
opinión pública entendida como fama y prestigio social—. Un proyecto
que si bien sería rechazado por los constituyentes de Angostura en 1819
posicionaría de manera definitiva en la esfera pública la discusión sobre
la ciudadanía política y el papel de la opinión pública en su formación.81
Así, una breve disquisición sobre el Areópago publicada en El Fósforo de
Popayán sostenía que la propuesta bolivariana era poco adecuada para la
realidad colombiana debido a que atentaba contra las libertades individua-
les recién proclamadas y además no se correspondía con las costumbres
y tradiciones arraigadas durante largo tiempo en la mayoría de la pobla-
ción. El estado de la opinión pública era prueba fehaciente de ello: “¿no
se atreven nuestros periódicos á censurar hechos públicos, y tendremos
areopagitas de frente ruda y arrugada y carácter catoniano?” (Núm. 15:
8-V-1823: 107). Afirmación combatida por los mismos editores de la
publicación en los siguientes términos:

  El famoso Discurso de Angostura, junto con el proyecto original del Areópago


81

presentado por Bolívar al Congreso, se encuentra reproducido en su totalidad en:


Bolívar, (2009).

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 107


Nosotros afirmamos que el respetable y singular establecimiento del
areópago en nada ataca la garantía personal ni la seguridad individual. El
ciudadano puede tener las opiniones que quiera, el puede obrar libremente
en todo. Allí no se trata de religión ni de creencias. Lejos de ser una inqui-
sición, el público entero viene á ser juez; el escándalo es el único acusador
que se admite; y el día en que cualquiera ciudadano llegue á despreciar
la opinión pública, se pone de hecho fuera de la autoridad del areópago
(Núm. 16: 15-V-1823: 119-120).

Se trata, entonces, de una opinión pública que coincide con las normas
de moralidad socialmente compartidas. Su carácter público garantizaba su
corrección. Ante las desviaciones producto de las pasiones individuales, el
Areópago oponía la publicidad, la sanción social producto del escándalo,
del consenso moral. El poder del Areópago era el poder de la opinión en
tanto verdad encarnada en los valores republicanos y la Constitución.
De esta manera, en el marco de estas discusiones sobre la formación del
nuevo ciudadano republicano descuella por su importancia el papel capital
asignado a la opinión pública y a la imprenta. Ya en la discusión anterior
sobre la pertinencia del Areópago se evidenciaba su centralidad cuando
una de las partes proponía conformar un tribunal similar de carácter
educativo con una imprenta y la responsabilidad de redactar un “papel
público en que aparezca con honor y aprecio toda la clase de los más
virtuosos, y lleno de confusión y vituperio, el hombre corrompido, que
desprecia y ultraja la moral pública” (Núm. 15: 8-V-1823: 109-110).
La imprenta aparecía así indisolublemente ligada a los principios
republicanos de libertad, felicidad y virtud. De hecho, para ciertos sec-
tores de las élites la falta de imprentas en Colombia (Nueva Granada,
Venezuela y Ecuador) impedía la formación y consolidación efectiva de
los valores republicanos y la unión de los pueblos. Así lo manifestaba en
1822 Vicente Azuero en el prospecto de su publicación La Indicación.
Según el editor, en el país:

108 I. El nacimiento de la opinión pública


Las imprentas son tan raras y tan pequeñas que hay por esta causa
una imposibilidad de que se multipliquen los periódicos cuanto seria de
desearse y aquellas escasez y la de operarios hace tan costosa la impresión,
que desalienta de imprimir ni aun un folleto á cualquiera que no tenga
sobradas comodidades para hacer un gasto que no reembolzará (Prospecto,
17-VII-1822: s.n.).

Justamente, su periódico esperaba alentar la pluma de los amantes de


la libertad con el objetivo de empezar a allanar el camino a las institu-
ciones liberales:

Puede ser que este periódico logre escitar un vivo y eficaz deseo de
solicitar y traer imprentas á cualquier costa, y puede ser que consiga esti-
mular a personas mas instruidas, para que con sus escritos enseñen a sus
conciudadanos las grandes verdades que tanto les importa conocer, y les
tracen la senda firme y segura que deben emprender para no estraviarse,
ni malograr los óptimos productos de 12 años de sacrificios (Prospecto,
17-VII-1822: s.n.).

No debe sorprender, entonces, el carácter fuertemente pedagógico


de estas publicaciones. Se trataba de la transformación de los antiguos
súbditos de la Corona española en verdaderos ciudadanos republicanos.
De esta manera, la prensa asumiría una función pragmática de forma-
ción de “hombres de bien”. Una función política de intervención sobre
la realidad. Su labor principal era, como afirmaba Azuero, “consolidar
instituciones y costumbres liberales”, “desarraigar viejas y destructoras
preocupaciones” (Prospecto, 17-VII-1822: s.n.). Para ello, nada mejor
que breves lecciones de puro republicanismo y recursos retóricos de fácil
recordación, los cuales, ciertamente, semejan los primeros catecismos
políticos americanos. Publicaciones como La Miscelánea, editada en
1826 en Bogotá por Rufino Cuervo, con frecuencia hacían alarde de esta
didáctica liberal que pretendía fabricar ciudadanos modernos al tiempo

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 109


que subrayaba las virtudes del gobierno republicano y señalaba el futuro
promisorio de la nación en oposición al “sombrío” pasado colonial:

ANTES Se creía que la política fuera un arte independiente y aun con-


trario a la moral, y los Grocios, los Hobbes, los Maquiavelos enseñaron a
los gobiernos los medios de engañar, esclavizar y deprimir a los gobernados.
AHORA Que se profesan principios más sanos, se dice, que la política
es el arte de aplicar la moral a la ciencia del gobierno para la felicidad de
los pueblos. Los medios pues que ella emplee para llegar a sus fines no
podrán ser indiferentes, sino precisamente ajustados a los dictámenes de la
recta razón; y si una máxima contraria pudo ser la regla de conducta de un
príncipe ambicioso, ella sería muy escandalosa para servir de texto a un
escritor que se propone rectificar y dirigir la opinión.
ANTES Se pensaba que la autoridad de los reyes y demás potestades
supremas, era inmediatamente comunicada y trasmitida por Dios solo,
sin alguna intervención humana.
AHORA Hasta los niños saben muy bien que toda autoridad es delegada
por el pueblo en quien reside esencialmente, digan lo que quieran los que
pretenden renovar la doctrina del derecho divino.
ANTES Los gérmenes de los conocimientos humanos se hallaban
estancados en unas pocas personas privilegiadas, que se contemplaban
felices en ocultar su saber, viviendo en la obscuridad.
AHORA Una razón superior se disemina por todas las clases de la so-
ciedad, y el sistema de información generalizado, populariza la instrucción
(Núm. 37: 28-V-1826: 148-149).

De esta manera, la esfera pública se constituye en un espacio funda-


mental para que los nuevos ciudadanos articulen sus propuestas políti-
cas, expresen sus anhelos, expectativas e incertidumbres y plasmen sus
concepciones sobre el bien público, la ley y los cambios experimentados
recientemente por la comunidad política —todo ello sin atentar contra
el “buen nombre” de los individuos, la moral y la religión católica y
los principios fundantes de la República representativa—. Sin duda, la

110 I. El nacimiento de la opinión pública


misma condición pedagógica de esta prensa pone en evidencia su carác-
ter normativo, desplegado, en buena medida, en torno al deber ser de la
política, en tanto “arte de aplicar la moral a la ciencia del gobierno para
la felicidad de los pueblos”, como señalaba la cita anterior. Por ello, la
definición normativa de los alcances y límites de la ciudadanía política se
haría en buena medida apelando a la opinión pública. Así, frente a una
ciudadanía imaginada como abstracta y universal, producto de la Ilustra-
ción, la prensa de la época nos remite a los procesos concretos mediante
los cuales los actores políticos la dotaron de significación y sentido. A
manera de ejemplo baste por el momento mencionar el caso expuesto
por El huerfanito bogotano sobre un “escandaloso atentado” ocurrido en
la ciudad, según el cual un joven había sido llevado con engaños a una
casa de familia y allí había sido suspendido en una argolla y azotado por
espacio de cuatro horas. Ante tal acto de “crueldad y barbarie”, calificado
por la publicación como un “atentado contra las leyes” y una “alta ofensa
a la sociedad”, los editores aseguraban:

En esta Ciudad no ha habido un solo individuo que al oir este infame


hecho, no se haya conmovido y se haya llenado de horror, de indigna-
ción y de piedad. Tales actos son raros aun en los países bárbaros, y no
hay tal vez un ejemplo de tan fea barbaridad en un pueblo civilizado. Se
espera que los magistrados hagan respetar las leyes, y la sociedad; que ellas
castiguen tan atroz é infame delito. Que la igualdad ante la ley no sea
una expresión insignificante. Se espera saber si vivimos en un estado de
anarquía, y si es preciso que la naturaleza reclame sus derechos, entonces
tendrá lugar la represalia, el derecho del más astuto, y del más fuerte
(Núm. 8: 28-IV-1826: 32).

La opinión pública se constituía, entonces, en un importante espacio


para dotar de sentido el accionar colectivo —incluso para fundarlo—,
un escenario que permitía la reelaboración continua de las reglas que
habilitaban la participación efectiva en la comunidad política. Se trataba
del tribunal supremo de la opinión pública, que encarnaba la voluntad

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 111


general, y por lo tanto se constituía en fundamento indiscutible de le-
gitimidad —por ejemplo, la censura unánime del crimen anterior hace
inapelable el castigo de los responsables—. Asunto que nos remite a cierta
voluntad de unanimidad que atraviesa esta prensa grancolombiana y que
se hace más fuerte conforme se quiebra cierto consenso de base sobre las
categorías políticas fundantes del cuerpo político debido, entre otras, a
la confrontación regional, cada vez más álgida, entre Caracas y Bogotá.82
Como sostenía el editor de la publicación El Eco de Antioquia:

El público es descontentadizo: á unos parece bien lo que a otros mal; á


estos lisonjea lo que á aquellos hiere: unos creen perjudicial á la Repúbli-
ca lo que a otros parece ser la verdadera libertad y el uso práctico de sus
derechos (Núm. 27: 24-XI-1822: 111).

Justamente, la quiebra de la transparencia de las categorías políticas


convertiría el espacio público en un espacio abierto de confrontación. De
allí que las publicaciones de la época legitimen su puesta en circulación
apelando a la noción de opinión pública en tanto presunto reflejo de la
voluntad general y de la verdad. Según podemos leer en el prospecto de
El Anglo-Colombiano, una publicación caraqueña fundada en 1822 por
el coronel inglés Francis Hall:

La verdad es el Norte de los Editores. Ellos prometen observarla en


la exposición de los hechos, y en la expresión recta y sincera de sus opi-
niones. En ambas cosas están expuestos a equivocaciones, y á errores:
pero ellos no engañaran al Público voluntariamente y de propósito […]
Los Editores fijaran su atención en lo que pueda contribuir a la mejora
y perfección del sistema social […] deseando que este papel sea en lo
posible el órgano de la opinión pública en todas las materias (Núm. 1:
6-IV-1822: 1-2).

  Al respecto véase Bushnell, (1985).


82

112 I. El nacimiento de la opinión pública


Los editores de El Anglo-Colombiano tienen en mente, entonces, una
opinión pública imaginada como portavoz directa de la razón. De esta
manera, cierta confianza en la naturaleza racional de la humanidad le
permitía a esta publicación tomar las banderas de la opinión pública para
exponer ciertas “verdades políticas” como producto de la voluntad gene-
ral —siempre certera y recta—. Aquellos que no podían aprehenderlas
simplemente eran presa de las pasiones políticas, del error:

Como todas las opiniones tienen sus partidarios puede haber personas
republicanas, y patriotas y considerar como un mal la discusión política,
tanto en sí misma, cuanto por ser inoportuna en el presente estado de
la República […No obstante] las verdades políticas, deben ser expuestas
como el Evangelio con mansedumbre, y caridad, y los errores perdonados
recíprocamente por hombres expuestos a errar (Núm. 1: 6-IV-1822: 3).

Ya en 1826 El huerfanito bogotano denunciaba el delirio de la mayoría


de los periódicos colombianos “de presentarse como el verdadero órgano
de la opinión pública” (Núm. 1: 10-III-1826: 2) como una estrategia
recurrente para deslegitimar a los adversarios políticos. Una afirmación
que revela la centralidad de la opinión pública en la configuración de la
política republicana y en la creciente disputa de legitimidad entre las élites
regionales grancolombianas. Por un lado, la prensa debía convertirse en
una especie de oráculo político para los gobernantes, constituirse en un
espacio donde los ciudadanos pudieran materializar su derecho a la crítica
del poder público. Por otro, las autoridades legitimaban su mandato en
la voluntad general encarnada en la opinión pública. Y como afirmaba El
Fósforo de Popayán “esta opinión se manifiesta por los periódicos”, pues
“la pública opinión es el último tribunal en una nación libre”:

Los papeles públicos han venido á ser la primera arma de una nación
y de un partido: ellos solos pueden difundir con rapidez las opiniones; y
dirigidas por manos diestras obran más efectos útiles que muchos millares

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 113


de hombres armados para sostener la justicia (Adición al núm. 26: 24-
VII-1823: s.n.).

Así, la esfera pública pronto se transformaría en un campo de batalla,


pues los periódicos se convertirían en el espacio privilegiado para debatir
sobre los diversos modelos de gobierno y defender los intereses regio-
nales. De allí que buena parte de la discusión se centrara en el punto de
las reformas constitucionales. Amplios sectores de las élites caraqueñas
y ecuatorianas (estas últimas no habían participado en la constituyente
de manera directa) abogaban por un sistema menos centralizado, que les
permitiera un mayor control de los asuntos y recursos locales en contra-
posición a lo decretado en Cúcuta. Los neogranadinos, particularmente
desde la capital, defenderían la centralización del país como una estra-
tegia efectiva de consolidación institucional. De esta manera, la prensa
del momento se constituye —y se piensa a sí misma—, al tiempo que
sanciona o reprueba el statu quo, como un arma efectiva de agitación y
movilización. Publicaciones bogotanas como La Bandera Tricolor salen
a la luz pública con el objetivo explícito de polemizar con periódicos
caraqueños como La Aurora, o los ya extinguidos El Anglo-Colombiano
y El Venezolano, los cuales habían sembrado las “primeras semillas de
la división” al querer revocar la Constitución, corresponde, entonces, a
la verdadera opinión pública guiara los gobernantes en estos debates y
ejercer un sostenido control político para que no se aparten de la senda
constitucional:

Nuestro intento, pues, al escribir este nuevo periódico, es ayudar tam-


bién con nuestra débil voz al sostenimiento de esta Constitución, que es
la garantía de las libertades nacionales y el vínculo de unión y de orden,
sin el cual nuestra patria sería sepultada en un abismo de desgracias (Núm.
1: 16-VII-1826: 1).

Para las publicaciones venezolanas como El Anglo-Colombiano, los


hombres ilustrados eran los encargados de fijar y sostener la opinión

114 I. El nacimiento de la opinión pública


pública, mientras que la prensa, en tanto juez supremo de las acciones
del poder, debía constituirse en un ojo vigilante, constante en la crítica
hacia los posibles excesos del sistema político:

No hay duda que la unanimidad debe ser deseada en todas las materias,
cuando ella nace del convencimiento racional; pero también es cierto que
nada puede ser más pernicioso á la felicidad de un Estado que la aparente
conformidad que resulta de la indiferencia de los ciudadanos respecto de la
forma de gobierno ó de la falta de libertad, é inteligencia para examinarla
[…] ¿Será falta de patriotismo en las circunstancias presentes hablar de
nuestra Constitución, y gobierno? No parece difícil el responder a estas
cuestiones: un gobierno libre gana fuerza por la discusión como la encina
se endurece por el huracán que la conmueve (Núm. 1: 6-IV-1822: 4-5)

Discusiones que en últimas dan cuenta de las posibilidades y de la natu-


raleza de la noción de opinión pública a la que apelan estas publicaciones.
Una opinión pública instrumentalizada en favor de una dinámica política
intolerante, que pronto se vería rebasada por cientos de escritos, libelos
y panfletos cargados de epítetos insultantes y descalificadores. Como
advertía La Miscelánea en su prospecto, después de prometer hacer uso
de un lenguaje moderado, “esperamos de la justicia de nuestros conciu-
dadanos que no se nos ataque con insultos y sarcasmos, por que sobre
ser demasiado prohibidas estas armas, sólo sirven para desnaturalizar las
cuestiones” (Núm. 1: 18-IX-1825: 1).
Así, estos debates de corte constitucional nos revelan que la prensa
grancolombiana, en su esfuerzo por construir una comunidad política
de carácter nacional, ciertamente define pero también presupone la exis-
tencia de ese ciudadano ideal. Y aunque la implementación del proyecto
liberal, que no seguiría una evolución lineal, sería el resultado de las ac-
ciones de una élite criolla, es importante subrayar que este lenguaje tuvo
un eco importante en grupos sociales subalternos. Expedientes enteros
de la época muestran que mulatos y negros en Caracas, Santa Marta y
Cartagena hicieron peticiones constantes para que sus servicios fueran

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 115


reconocidos a través de cartas de ciudadanía. Muchas de esas luchas por
la ciudadanía son retomadas a mitad del siglo XIX por los artesanos y los
liberales radicales y posteriormente, en el siglo XX, por los movimientos
sociales y de mujeres que han cuestionado los límites tradicionales de la
ciudadanía y enriquecido nuestra democracia.

Conclusión
El presente capítulo ha examinado la emergencia del concepto y ejercicio
de la opinión pública en el antiguo territorio de la Nueva Granada, desde
su transformación en el seno de la publicidad de Antiguo Régimen hasta
su constitución como fundamento del régimen republicano durante la
tercera década del siglo XIX. Para ese entonces, el concepto, que había
generado tanta resistencia en el momento de la crisis política, ya no
causaba gran sobresalto aun cuando los dilemas que había enfrentado
seguían estando presentes. En 1839 un impreso anónimo, Los sastres,
intenta definir lo que significaba la palabra periódico. Chepe, el personaje
interpelado, responde con sarcasmo:

Un periódico es un papel impreso que representa a un partido político,


literario o filosófico. Siempre va solapado con el título de imparcialidad,
patriotismo, bien público, verdad y otras palabras y frases, que figuran
como una moneda corriente en este género de industria, sin embargo de
que esté algo gastada con el uso. Después se le bautiza con un nombre
sonoro y significativo porque esta creación es tan importante como lo
fue para don Quijote la de Dulcinea y Rocinante. Unos le llaman Argos,
aunque sea más ciego que un topo; otros Censor, aún cuando el periodista
no tenga juicio y severidad, y el papel sea más bufón que Sganarelle; esotros
Observador, aunque observe menos que los astrónomos de esta Capital
(Reyes Posada, 2000, p. 120).83

  Los sastres, 1839, núm. 2, 15 de noviembre, 1839. Bogotá: Imp. por N. Gómez.
83

Reproducido en Reyes Posada, (2000).

116 I. El nacimiento de la opinión pública


La opinión pública, remataba el impreso, no era más que un vendaval
injurioso en manos de quien detenta los medios y el poder. Y, sin em-
bargo, concluía el impreso, “nosotros por la imprenta debemos aportar
nuestros cortos conocimientos para se le exija la responsabilidad” (Reyes
Posada, 2000, p. 124). Una ambivalencia constitutiva que acompañará
el concepto durante todo el siglo XIX y garantizaría, además de su in-
vocación sostenida por parte de diferentes sectores sociales, su impronta
perdurable en la arena política neogranadina.

Referencias
Almarza Villalobos, Á. R. & Martínez Garnica, R. (Eds.) (2008). Instrucciones
para los diputados del Nuevo Reino de Granada y Venezuela ante la Junta
Central Gubernativa de España y las Indias. Bucaramanga: Universidad
Industrial de Santander.
Álvarez de Miranda, P. (1992). Palabras e ideas: el léxico de la ilustración
temprana en España (1680-1760). (Anejo del Boletín de la Real Academia
Española 51). Madrid: Real Academia Española.
Álvarez Romero, Á. (1995). La imprenta en Cartagena durante la crisis de
la Independencia. Temas Americanistas 12, pp. 32-58.
Annino, A. & Guerra, F.-X. (Eds.). (2003). Inventando la nación: Iberoamérica
siglo XIX. México: Fondo de Cultura Económica.
Annino, A. (Coord.) (1995). Historia de las elecciones en Iberoamérica. Siglo
XIX. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
Artola, J. (1999). La España de Fernando VII. Madrid: Espasa.
Blossom, T. (1967). Nariño: Hero of Colombian Independence. Temple:
Arizona State University.
Boletín de Noticias del Día.
Boletín del Exército Expedicionario.
Bolívar, S. (2009) [1976]. Doctrina del Libertador. Compilación, notas y
cronología Manuel Pérez Vila. Caracas: Fundación Biblioteca Ayacucho.
Bushnell, D. (1985). El régimen de Santander en la Gran Colombia. Bogotá:
El Áncora Editores.

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 117


Bushnell, D. (1950). The Development of the Press in Great Colombia. En
The Hispanic American Historical Review, vol. 30, núm. 4, pp. 432-452.
Cacua Prada, A. (1968). Historia del periodismo colombiano. Bogotá: Fondo
Rotatorio Policía Nacional.
Caldas, F. J. de. Carta del 5 de marzo 1801. En Arias de Greiff, J. & Bateman,
A. (Eds.). (1978). Cartas de Caldas. Bogotá: Academia Colombiana de
Ciencias Exactas, Físicas y Naturales.
Calderón de la Barca, P. (1830). Las comedias de D. Pedro Calderón de la
Barca. En Keil, J. J. (Ed.). (4 vols.). Leipsique [Leipzig]: Ernesto Fleischer.
Cavallo, G. & Chartier, R. (2002). Historia de la lectura en el mundo occi-
dental. Madrid: Taurus.
Chaparro Silva, A. (En prensa). La voz del Soberano. Representación en
el Nuevo Reino de Granada, 1785-1811. En Ortega F. A. & Chican-
gana Y. A. (Eds.) Conceptos fundamentales de la cultura política de la
Independencia. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia.
Checa Godoy, A. (1993). Historia de la prensa en Iberoamérica. Sevilla: Alfar.
Chust Calero, M. (2008). Las armas de la nación: Independencia y ciudadanía
en Hispanoamérica (1750-1850). Madrid: Iberoamericana.
Copete Lizarralde I. (Ed.) (1960). Proceso histórico del 20 de julio. Bogotá:
Banco de la República, Documentos. Recuperado de: http://www.ban-
repcultural.org/blaavirtual/historia/julio20/indice.htm
Correo Curioso.
Correo Curioso erudito, económico y mercantil.
Correo literario de la Europa, con intermitencias entre 1780 y 1787.
Covarrubias, S. de (1611). Tesoro de la lengua castellana o española. Madrid:
Luis Sánchez.
Cuño, J. (2008). El retorno del rey: el restablecimiento del régimen colonial en
Cartagena de Indias (1815-1821). Castelló de la Plana: Universitat Jaume I.
Díaz Díaz, O. (1965). La Reconquista española: invasión pacificadora, ré-
gimen del terror, mártires, conspiradores y guerrilleros (1815-1817). En
Historia Extensa de Colombia. (Vol. 6, tomo I). Bogotá: Lerner.

118 I. El nacimiento de la opinión pública


Diccionario razonado: manual para inteligencia de ciertos escritores que por
equivocación han nacido en España: aumentado con más de cincuenta vo-
ces, y una receta eficacísima para matar insectos filosóficos. (1811). Cádiz:
Imprenta de la Junta Superior.
El Correo de los Ciegos de Madrid, 1786.
El Correo Nacional.
El Huerfanito bogotano.
El Memorial Literario, 1784.
El Montalván.
Encyclopédie méthodique. (1787). Finances, Tome Troisieme. París: Plomteux.
Espíritu de los mejores diarios literarios, que se publican en Europa, 1787-1791.
Febvre, L. & Martin, H.-J. (2002). La aparición del libro. (Millares, C. A.,
Trad.). México D. F.: Uteha.
Fernández Sarasola, I. (2006). Opinión pública y “libertades de expresión”
en el constitucionalismo español (1726-1845). Historia Constitucional
(revista electrónica) 7, pp. 159-186.
Fernández Sebastián, J. & Chassin, J. (Eds.). (2004). L’avènement de l’opinion
publique. Europe et Amérique XVIIIe-XIXe siécles. En Fernández Sebastián
J. y Chassin, J., (Eds.), (pp. 9-32). París: L’Harmattan.
Fernández Sebastián, J. (2000) The Awakening of Public Opinion in Spain.
The Rise of a New Power and the Sociogenesis of a Concept. En Knabe, P.-E.
Opinion. (pp. 45-79). Berlín: Berlín Verlag Arno Spitz.
Fienstrad, J. (2000). Vasallo instruido en el estado del Nuevo Reino de Granada
y en sus respectivas obligaciones. M. González (Ed.). Santafé de Bogotá:
Universidad Nacional de Colombia.
Gaceta de México.
Gaceta de Santafé.
Gallardo, B. J. (1812). Diccionario crítico-burlesco del que se titula “Diccionario
razonado manual para inteligencia de ciertos escritores que por equivocación
han nacido en España. Madrid: Imprenta de Repullés.
García Bernal, J. J. (2006). El fasto público en la España de los Austrias. Sevilla:
Universidad de Sevilla.

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 119


Garrido de Payán, M. (1987). La política local en la Nueva Granada, 1750-
1810. Anuario colombiano de historia social y de la cultura 15, pp. 37-56.
Garzón Marthá, Á. (2008). Historia y catálogo descriptivo de la imprenta en
Colombia (1738-1810). Bogotá: Gatosgemelos Comunicación.
Gazeta de Goathemala, 1729-1731.
Gazeta de Lima.
Gazeta de literatura de México, 1788-1795.
Gazeta de Madrid.
Gazeta de Santafé de Bogotá.
Gazeta de Santafé, Capital del Nuevo Reyno de Granada.
Gazeta Ministerial de Antioquia.
Gazeta Ministerial de Cundinamarca.
Gazeta Real de Cartagena de Indias.
Gazette de France, 1631.
Geografía de la Nueva Granada, 1808.
Goldman, N. (2009). Legitimidad y deliberación: el concepto de opinión
pública en Iberoamérica, 1750-1850. En Fernández Sebastián, J. (Ed.).
Diccionario político y social del mundo iberoamericano, Iberconceptos (pp.
981-998). Madrid: Centro de Estudios Políticos y Constitucionales,
Fundación Carolina.
González Pérez, M. (2005). Carnestolendas y carnavales en Santa Fe y Bogotá.
Bogotá: Intercultura Colombia.
Gracián, B. (1938). El Criticón. En Romena-Navarro, M. (1938). (Primera
parte, “Crisiquarta”, p. 150). Filadelfia: University of Pennsylvannia Press.
Guerra, F.-X. (2002). El escrito de la revolución y la revolución de lo escri-
to. Información, propaganda y opinión pública en el mundo hispánico
(1808-1814). En Mier y Terán, M. & Serrano Ortega, J. A. Las guerras de
independencia en la América española (pp. 125-147). México: El Colegio
de Michoacán.
Gutiérrez Ardila, D. (2010). Un Nuevo Reino. Geografía política, pactismo y
diplomacia durante el interregno en Nueva Granada (1808-1816). Bogotá:
Universidad Externado de Colombia.

120 I. El nacimiento de la opinión pública


Hartman, H. & Velásquez, M. C. (2004). Cofradías, rogativas y fiestas reli-
giosas en Popayán. Bogotá: Archivo General de la Nación.
Hensel Riveros, F. (2006). Vicios, virtudes y educación moral en la construcción
de la República, 1821-1852. Bogotá: Ediciones Uniandes-CESO.
Hernández de Alba, G. (Ed.) (1947). Archivo Epistolar del Sabio Natura-
lista José Celestino Mutis (1764-1808). (Tomo I). Bogotá: Ministerio de
Educación Nacional.
Higuera, T. (1982). La imprenta en Colombia. Bogotá: Inalpro.
Ibáñez, P. M. (1915). Crónicas de Bogotá. (Colección Biblioteca de Histo-
ria Nacional, 4 vols., tomo II, p. 301). Bogotá: Imprenta Nacional de
Colombia.
Jaramillo de Zuleta, P. (2004). La producción intelectual de los rosaristas,
1700-1799: catálogo bibliográfico. (Tomo I, pp. 65-66). Bogotá: Uni-
versidad del Rosario.
Jiménez Meneses, O. (2007). El frenesí del vulgo. Fiestas, juegos y bailes en la
sociedad colonial. Medellín: Universidad de Antioquia.
Jovellanos, G. M. de. (1956). Reflexiones sobre la opinión pública (c. 1780).
En Jovellanos, G. M. de Obras publicadas é inéditas. (Nocedal, C. (Ed.),
vol. 5. BAE 87). Madrid: Atlas.
_________ (1839). Obras del excelentísimo señor D. Gaspar Melchor de
Jovellanos. De Linares y Pacheco, V. (Ed.). (Vol. 2, p. 289). Barcelona:
Impr. de Francisco Oliva.
König, H.-J. (1994). En el camino hacia la nación: nacionalismo en el proceso
de formación del estado y de la nación de la Nueva Granada, 1750-1856.
Bogotá: Banco de la República.
La Bagatela.
La Bandera Tricolor.
Lafaye, J. (2002). Albores de la imprenta. El libro en España y Portugal y sus
posesiones de ultramar (siglos XV y XVI). México D. F.: Fondo de Cultura
Económica.
Lista, A. (2007). Ensayo sobre la opinión pública. En Los Sueltos de acOPos,
núm. 1.

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 121


Llano Isaza, R. (1999). Centralismo y federalismo (1810-1816). Bogotá:
Banco de la República, El Áncora Editores.
Llanos Vargas, H. (2007). En el nombre del Padre, del Hijo y el Espíritu Santo:
adoctrinamiento de indígenas y religiosidades populares en el Nuevo Reino de
Granada (siglos XVI-XVIII). Bogotá: Universidad Nacional de Colombia.
Loaiza Cano, G. (2010). Prensa y opinión en los inicios republicanos (Nuevo
Reino de Granada, 1808-1815). Historia Crítica 42, pp. 54-83.
Maravall, J. A. (1991). Notas sobre la libertad de pensamiento en España
durante el siglo de la Ilustración. En Maravall, J. A. Estudios de la historia
del pensamiento español, siglo XVIII. (Iglesias M. C. (Ed.), pp. 436-440).
Madrid: Mondadori.
Martínez Garnica, A. (1998). El legado de la Patria Boba. Bucaramanga:
Sistemas y Computadores.
McFarlane, A. (2002). Construcción del orden político: la Primera República
en la Nueva Granada, 1810-1815. Historia y Sociedad, núm. 8, pp. 47-82.
Mejía, S. (2007). La revolución en letras: la historia de la revolución de Colombia
de José Manuel Restrepo (1781-1863). Bogotá: Ediciones Uniandes-Ceso.
Mercurio histórico y político, 1753.
Mercurio peruano de historia, literatura, y noticias, 1791-1794.
Michael Baker, K. (1990). Inventing the French Revolution: Essays on French
Political Culture in the Eighteenth Century. Cambridge: Cambridge
UniversityPress.
Morillo, P. (1821). Manifiesto que hace a la nación española el Teniente
General Don Pablo Morillo, conde de Cartagena, marqués de La Puerta, y
general en gefe del ejército expedicionario de Costa-Firme: con motivo de las
calumnias é imputaciones atroces y falsas publicadas contra su persona en 21
y 28 del mes de abril último en la gaceta de la Isla de León, bajo el nombre
de Enrique Somoyar. Madrid: Imprenta de la Calle de Greda a cargo de
su regente Cosme Martínez
Negt, O. & Kluge, A. (1988). The Public Sphere and Experience: Selections.
October 46, pp. 60-82.

122 I. El nacimiento de la opinión pública


Nieto Olarte, M; Castaño, P. & Ojeda, D. (2005). El influjo del clima sobre
los seres organizados y la retórica ilustrada en el Seminario del Nuevo Reyno
de Granada, Historia Crítica, núm. 30, pp. 91-114.
Noticias de Nueva España.
Ocampo López, J. (1999) [1974]. El proceso ideológico de la emancipación
en Colombia. Bogotá: Planeta.
Ortega, F. (En prensa). Sacrificar la reputación de literato al título de ciuda-
dano: Cultura política neogranadina a finales del siglo XVIII. En Crespo,
V. & Crespo, H. (Eds.) Bicentenario de las Independencias de América La-
tina y el Centenario de la Revolución Mexicana. México: UNAM-UAEM.
Otero Muñoz, G. (1945). Dos centenarios necrológicos. (Don Juan Manuel
García de Castillo y el Coronel José Montes). En Boletín de Historia y
Antigüedades, vol. 32, núm. 371-374, pp. 864-876.
Palti, E. (2007). El tiempo de la política. El siglo XIX reconsiderado. Buenos
Aires: Siglo XXI Editores.
Papel Periódico de Santafé.
Peralta Agudelo, J. A. (2005). Los Novatores: la cultura ilustrada y la prensa
colonial en Nueva Granada (1750-1810). Medellín: Universidad de
Antioquia.
Pérez Ledesma, M. (Ed.). (2008). De súbditos a ciudadanos: una historia
de la ciudadanía en España. Madrid: Centro de Estudios Políticos y
Constitucionales.
Pérez, A. (Ed.). (1994). Diccionario razonado. Madrid: Visor.
Phelan, J. L. (1980). El pueblo y el rey. La revolución comunera en Colombia,
1781. (Valencia-Goelkel, H., Trad.). Bogotá: Carlos Valencia Editores.
Pino Iturrieta, E. (1973). Modernidad y utopía: el mensaje revolucionario del
Correo del Orinoco. Caracas: (s. d.).
Posada, E. (1928). Primeras imprentas en ciudades de Colombia. Boletín de
Historia y Antigüedades, vol. 17, núm. 193 pp. 48-52.
_________ (1917). Bibliografía bogotana. Bogotá: Imprenta de Arboleda
y Valencia.
Primicias de la Cultura de Quito, 1792.

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 123


Real Academia Española. (1791). Diccionario de la lengua castellana compuesto
por la Real Academia Española, reducido a un tomo para su más fácil uso.
Tercera edición, en la qual se han colocado en los lugares correspondientes todas
las voces de los suplementos, que se pusieron al fin de las ediciones de los años
de 1780 y 1783, y se han intercalado en las letras D.E. y F. nuevos artículos,
de los quales se dará un suplemento separado. Madrid: Viuda de Joaquín
Ibarra. Reproducido en línea por la RAE en la base de datos Nuevo Tesoro
Lexicográfico de la Lengua Española. Recuperado de http://buscon.rae.
es/ntlle/SrvltGUILoginNtlle
Real Academia Española. (1780). Diccionario de la lengua castellana compuesto
por la Real Academia Española, reducido a un tomo para su más fácil uso.
Madrid: Joaquín Ibarra.
Real Academia Española. (1737). Diccionario de Autoridades. Diccionario
de la lengua castellana, en que se explica el verdadero sentido de las voces,
su naturaleza y calidad, con las phrases o modos de hablar, los proverbios
o refranes, y otras cosas convenientes al uso de la lengua [...]. Compuesto
por la Real Academia Española. Tomo quinto. Que contiene las letras
O.P.Q.R. Madrid: Imprenta de la Real Academia Española, por los he-
rederos de Francisco del Hierro.
Real Academia Española. (1729). Diccionario de Autoridades. Diccionario
de la lengua castellana, en que se explica el verdadero sentido de las voces,
su naturaleza y calidad, con las phrases o modos de hablar, los proverbios
o refranes, y otras cosas convenientes al uso de la lengua [...]. Compuesto
por la Real Academia Española. Tomo segundo. Que contiene la letra C.
Madrid: Imprenta de Francisco del Hierro.
Redactor Americano.
Restrepo, I. (2005). La soberanía del “pueblo” durante la época de la Inde-
pendencia. Historia Crítica, 29, pp. 101-123.
Reyes Posada, C. J. (Ed.). (2000). Teatro colombiano del siglo XIX. Bogotá:
Biblioteca Nacional de Colombia.
Rodríguez, J. (1541). Relación del espantable terremoto que agora nuevamente
ha acontecido en las Yndias en una ciudad llamada Guatimala, es cosa de
grande admiracion, y de grande exemplo para que todos nos estemos apercibidos

124 I. El nacimiento de la opinión pública


para qyuando Dios fuere servido de nos llamar. Valladolid, México: Juan
de Villaquiran.
Rodríguez, J. (Coord.). (2008). Las nuevas naciones: España y México 1800-
1850. Madrid: MAPFRE.
Romero Leal, Z. (En prensa). La soberanía como principio y práctica del
nuevo orden político en la Nueva Granada, 1781-1814. En Ortega F. A.
& Chicangana Y. A. (Eds.) Conceptos fundamentales de la cultura política
de la Independencia. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia.
Sábato, H. (Coord.). (1999). Ciudadanía política y formación de las naciones:
Perspectivas históricas. México: Fondo de Cultura Económica.
Scott, J. (1990). Domination and the Arts of Resistance. New Haven: Yale
University Press.
Semanario de Agricultura y Artes dirigido a párrocos, 1797-1808.
Semanario del Nuevo Reyno de Granada, 1808.
Semanario económico de Madrid, 1765.
Semanario Patriótico.
Sevilla, R. (1916). Memorias de un oficial del ejército español: campañas contra
Bolívar y los separatistas de América. Madrid: Editorial América.
Silva, R. (2002). Los ilustrados de Nueva Granada 1760-1808. Genealogías de
una comunidad interpretativa. Medellín: EAFIT, Banco de la República.
Sosa Abella, G. (2006). Representación e independencia 1810-1816. Bogotá:
Instituto Colombiano de Antropología e Historia.
Sourdís de La Vega, A. (1988). Cartagena de Indias durante la Primera Re-
pública 1810-1815. Bogotá: Banco de la República.
Thibaud, C. & Calderón, M. T. (2006). De la majestad a la soberanía en
tiempos de la Patria Boba (1810-1816). En Thibaud, C. & Calderón,
M. T. (Coords.). Las Revoluciones en el mundo atlántico (pp. 369-374).
Bogotá: Taurus, Universidad Externado de Colombia, Fundación Carolina.
Thompson, E. P. (2001). The Moral Economy of the English Crowd in
the Eighteenth Century. En Thompson, D. (Ed.). The Essential E. P.
Thompson. Londres: Merlin Press.

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 125


Toribio Medina, J. (1958). Historia de la imprenta en los antiguos dominios
españoles de América y Oceanía. (Vol. 2). Santiago de Chile: Fondo His-
tórico y Bibliográfico José Toribio Medina.
Uribe Vargas, D. (1985). Las constituciones de Colombia (Segunda edición
ampliada y actualizada, 3 vols. Vol. 2, p. 464). Madrid: Ediciones Cultura
Hispánica.
Vanegas, I. (2009). Opinión pública, Colombia. En Fernández Sebastián,
J. (Ed.), Diccionario político y social del mundo iberoamericano. Madrid:
Centro de Estudios Políticos y Constitucionales-Fundación Carolina.
Voz del pueblo.

126 I. El nacimiento de la opinión pública

También podría gustarte