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LA SUBSIDIARIEDAD, ENTRE LA LIBERTAD Y LA

AUTORIDAD
  Stéphane Gaudin (*)
¿Qué se puede esperar de la subsidiariedad hoy en día? Este
principio que levanta muchas interrogantes ha sido puesto de
actualidad por el Tratado de Maastricht, así como gracias a
numerosas obras que le han sido dedicadas. Puede resultarnos útil
por tanto estudiar un poco más a fondo este concepto que ocupa
hoy en día un lugar central en el cuerpo doctrinal de los eco-
federalistas europeos.

Durante la Antigüedad el subsidium era un método de


organización militar: una línea de tropa permanecía en alerta,
por detrás del frente de batalla, dispuesta a dar auxilio en
caso de debilidad. Con el tiempo, este método se convirtió en un
principio que se extendió al orden filosófico, jurídico, social y
político. Sus raíces son muy antiguas, incluso aunque el término
"subsidiariedad" parece más reciente. Los trabajos de Aristóteles,
de Tomás de Aquino, de Althusius, de Proudhon, la Encíclica
Rerum Novarum del Papa León XIII (1891), más la
Quadragesimo Anno de Pío XII tienen su inspiración en este
principio. Más tarde aún, el Papa Pío XII en su Discurso a los
Cardenales, el 20 de febrero de 1946, precisará que: "toda
autoridad social es por naturaleza subsidiaria".
LOS ORÍGENES DE LA SUBSIDIARIEDAD

En su obra "Política", Aristóteles describe una sociedad


orgánica -la Polis- en cuyo seno encajarían jerárquicamente
los grupos: familias - pueblos. Cada uno de estos grupos
tratarían de ser autosuficientes, pero sin jamás conseguirlo
del todo; a excepción de la Polis, considerada como un espacio
político total. Aquí es el único cuerpo autónomo - y por tanto
perfecto (la autonomía, Autarkeia, era considerada por los
antiguos griegos como sinónimo de perfección) - en el que el
ciudadano puede desplegar sus potencialidades, de cara al bien
común. Este "estado natural", permite a los grupos de los que está
constituido, ser "capaces de sobrevivir en el dominio de sus
propias actividades":

1. Actividades que se complementan pero que no se solapan


entre sí. De esta forma, la Polis respeta la autonomía (auto-
nomos: que se da a sí mismo sus propias leyes) de los grupos
que son competentes para asegurarse a sí mismos sus propios
asuntos. Tomás de Aquino retomará por su parte este antiguo
principio, con este importante matiz: la persona sucede a la Polis
como "substancia primera" (Boecio). La persona es, a imagen de
Dios, única, a través de su voluntad, de su conciencia, de sus
actos y de su libre albedrío. "La idea de persona, salida del
pensamiento cristiano y hasta cierto punto de la cultura
escandinava, consagra la dignidad de esta substancia
autónoma, a la que ninguna autoridad le está permitido
ignorar su existencia utilizándola como medio". (¡y UN
HUEVO!

2. El hombre trasciende por tanto a su a su pertenencia por su


relación íntima e individual con Dios, "es miembro de la
sociedad en tanto que ser dependiente, obligado a captar de su
alrededor, en su entorno social, los elementos vitales y de su
desarrollo físico, intelectual y moral. Puesto que es un ser
espiritual, cuyas acciones propias son inmanentes , la persona
transciende el medio social en el que se encuentra
incrustado".

3. Para el pensamiento tomista, el principio de subsidiariedad


está al servicio de la persona (que pertenece a pesar de todo a
una colectividad) mientras que para Aristóteles, se encuentra
al servicio directo de los múltiples grupos - espaciales, "los
clanes"; y temporales, los "linajes" - que conforman la Polis.

ALTHUSIUS, PRECURSOR DEL FEDERALISMO

A principios del siglo XVII, un jurista germánico y calvinista,


Althusius (1557-1638), rector del Escuela Jurídica de Herborn
desde 1602, escribió la gran obra "Política methodice digesta"
(1603) que le hará célebre hasta convertirle, hoy en día, en uno de
los precursores de la "doctrina" federalista.

Hombre de decisión y de acción, se propone poner en práctica


sus ideas en el seno del Síndico de la ciudad portuaria de
Emden, en Frisia oriental, para luchar contra la autoridad del
conde soberano Enno. Permanecerá en ese cargo hasta su
muerte. Althusius es un hombre de su tiempo, que defiende la
tradición comunalista y los cuerpos intermedios que son muy
numerosos en su época (familias, corporaciones, ligas,
gremios, ciudades, provincias...).

Considerando que para ser solidario, es necesario, por encima


de todo, ser libre y autónomo, Althusius es un feroz defensor
de las comunidades en las que sus miembros respetan las leyes
a través del "pacto jurado".

Para él, "la política es la ciencia que consiste en unir a los


hombres entre ellos para mejor integrarlos en la vida social,
de forma que la comunidad permanezca mejor y más
fuertemente conservada entre los asociados". A esto es lo que
denominará "simbiótica". En esta frase se transluce la
influencia aristotélica.
Como él, Althusius considera que la sociedad humana no está
formada por individuos sino por comunidades que se articulan
alrededor de un principio de armonía. Estas comunidades
orgánicas, en tanto que "persona representata" (personas
morales) son, como cada ciudadano, sujetos de derecho, y
gozan de las mismas libertades. Para subsistir, prosperar,
realizarse y proyectarse, los hombres se asocian
voluntariamente con el fin de paliar los deseos que solos,
nunca hubieran podido satisfacer. Si la asociación se reconoce
entonces insuficiente, más asociaciones se pueden reunir y se
prestan a formar un "jus foederis" (o una confederación)
para el bien común.

Esta alianza no tiene necesariamente en cuenta


necesariamente la proximidad geográfica. Dos comunidades
alejadas la una de la otra pueden encontrar intereses e ideales
comunes. Dentro de esta perspectiva Althuseriana, solo el pueblo
detenta la soberanía "puesto que vive en esferas ya soberanas y
casi autosuficientes. La participación en el poder solo se
justifica por la autonomía social, que es ante todo un hecho, y
se convierte en un derecho por su necesidad natural".
Recordemos que en aquella época Alemania era una mosaico
de pequeños estados, de ciudades libres y de minúsculos
reinos (unos 350). El Estado, en aquella época, no debía
intervenir en el interior de estas comunidades; sino que se
debía ocupar de asuntos que se delegaban en su competencia,
es decir la paz, la defensa, la policía, la moneda.

El principio de subsidiariedad era un instrumento jurídico y


un freno a las potenciales derivas totalitarias.

Su pertenencia al Síndico de Emden, permite a Althusius


concretizar socialmente este principio que había quedado como
algo puramente filosófico en Aristóteles y Tomás de Aquino. Este
pensamiento se iba a perpetuar de nuevo en la época
contemporánea con Proudhon.

LA SUBSIDIARIEDAD EN PROUDHON

El principio de subsidiariedad está en el centro mismo de la


teoría federalista de Proudhon; la subsidiariedad, según
Proudhon, permite equilibrar las relaciones por lo general
tirantes entre la autoridad y la libertad. Demasiada autoridad
conduce al despotismo, demasiada libertad a la anarquía.

En su obra: "El Principio Federativo", aparecido en 1862,


afirmaba: "El problema político (...), reducido a su expresión
más simple, consiste en encontrar el equilibrio entre dos
elementos opuestos, la autoridad y la libertad. Todo falso
balance se traduce inmediatamente para el Estado, en
desorden y ruina, y para los ciudadanos, en opresión y
miseria.

En otros términos, las anomalías o perturbaciones en el orden


social resultan del antagonismo de estos dos principios; éstos
desaparecerán cuando los principios se encuentren coordinados de
forma que no se puedan perjudicar el uno al otro". Esta
"coordinación" ideal se encuentra en el principio de
subsidiariedad. El ciudadano oscila entre estos dos polos
(autoridad y libertad), con sus competencias, al servicio de las
comunidades simples (familias, talleres, sindicatos) y de las
comunidades más complejas (comunas, cantones, regiones,
Estados).

El fin buscado en cada uno de los escalones es siempre el de la


autosuficiencia. El ciudadano conserva, en cada nivel, una
parcela de soberanía que le convierte en un actor responsable
en el seno de una ciudad federalista, ya no natural -el pacto-
sino contractual -el contrato-. La forma del contrato prima
sobre la del régimen.

Para Proudhon, el enemigo principal sigue siendo


primordialmente el centralismo estático y nivelador, ya sea
democrático o monárquico. El centralismo beneficiándose de la
"incapacidad ciudadana" (criterio por lo demás muy
subjetivo) intentará progresivamente inmiscuirse en todos los
asuntos sociales privados o públicos, transformando así al
ciudadano-activo en sujeto-pasivo.

El pensamiento proudhoniano nos advierte que la sociedad


debe, en la medida de lo posible, superar al Estado si pretende
la mejor vida.

En la misma época, los Papas, buscarán inspiración


principalmente en los escritos del italiano Taparelli, del obispo
alemán Kettele y del francés La Tour du Pin, para elaborar la
"doctrina social de la Iglesia". En fin, los tres tienen en común el
pretender rehabilitar los cuerpos intermedios.

Para Ketteler (1848): "en tanto que familia, la comuna se


basta para cumplir su fin natural, por lo que debemos dejarle
libre autonomía...El pueblo gobierna por sí mismo sus propios
asuntos: es necesario una escuela práctica de política en la
administración comunal, donde se reproducen a pequeña
escala los asuntos que son tratados a gran escala en los
parlamentos. De esta forma el pueblo adquiere la formación
política y la capacidad que hace al hombre sentirse
independiente", así el autor podrá añadir las bases necesarias a la
práctica de una "ciudadanía ascensional".
Taparelli sugiere que: "el todo debe venir en ayuda de la parte y la
parte del todo, es decir que la parte no desaparezca en
el todo y que el todo no absorba la parte en su unidad".

La Tour du Pin, por su parte, propone construir un orden


orgánico, natural y jerarquizado, fundado en gran parte
sobre las corporaciones. Es necesario, afirma, acabar con el
hombre pervertido por el reinado del dinero y de la usura
restableciendo una moralidad de la solidaridad e inyectando
"Edad Media" en una sociedad cada vez más industrializada.

La nostalgia social de La Tour du Pin acabaría inspirando el


régimen fuertemente corporativista de Salazar, en Portugal; y en
menor medida, el de Mussolini, en Italia.

"EL NUEVO ESTADO" DE FRANÇOIS PERROUX

El economista francés François Perroux ya intuyó los defectos


que iban a presentar estos regímenes excesivamente
corporativistas, inadaptados a la época contemporánea,
indicando que "sin intervención rigurosa del Estado, un
sistema corporativo conduce de forma irremisible a la
formación de neo-feudalidades económicas". Por tanto,
Perroux propone un "Estado Nuevo", puesto que estimaba
que el Estado liberal no iba a ser capaz de superar las graves
crisis sociales de los años treinta.

Fundando, en parte, su teoría económico-social sobre las


comunidades de trabajo, compuestas de representantes, de
patronos, de asalariados, Perroux estimaba que era necesario
contar con un ejecutivo fuerte y una descentralización de
funciones sociales: numerosas competencias que hoy en día se
confían al Estado estarán aseguradas igual de correctamente,
con la misma eficacia y con menor coste en el marco regional,
dotado de una existencia, de unos medios de acción efectivos
incluidos los relacionados con la comunidad de trabajo. Estos
órganos como los engranajes administrativos propiamente dichos
se encuentran en situación de asegurar la regularidad y la
continuidad de los intercambios entre el Estado y la sociedad.

La Revolución Francesa destruiría los cuerpos intermedios,


últimos vestigios del feudalismo. El 4 de agosto se hizo tabla
rasa de las instituciones medievales para que primaran los
engranajes de la República. Poco a poco, el recién creado
ciudadano se encuentra solo cara al todopoderoso Estado
cada vez más centralizador.

El siglo XIX vio surgir el liberalismo triunfante, responsable


de numerosos males sociales, siendo el del éxodo rural el más
característico. El hombre había dejado de ser la "piedra
angular" de la sociedad, puesto que el dinero le había
reemplazado.

Para contrarrestar esta involución, los Papas van a elaborar la


"doctrina social de la Iglesia". Oscilando entre la ingerencia y
la no-ingerencia del Estado, la Iglesia critica los excesos del
materialismo que disuelve la dignidad, y por tanto la libertad
humana. La encíclica Quadragesimo Anno, hace de la
subsidiariedad el eje de su reflexión: "Como no se puede
quitar a los individuos y dar a la comunidad lo que ellos
pueden realizar con su propio esfuerzo e industria, así
tampoco es justo, constituyéndose un grave perju¡cio y
perturbación de recto orden, quitar a las comunidades
menores e inferiores lo que ellas pueden hacer y proporcionar
y dárselo a uña sociedad mayor y más elevada, ya que toda
acción de la sociedad, por su propia fuerza y naturaleza, debe
prestar ayuda a los miembros del cuerpo social, pero sin
destruirlos y absorberlos" (Q.A.79; p.93).

UNA "TERCERA VIA" ESPIRITUAL

Los Papas, en particular León XIII, no pretendían una vuelta


a una utópica Edad Media, sino que deseaban un proyecto
cristiano de cara a la industrialización de una sociedad, una
nueva actitud de cara al materialismo y al individualismo que
afectaban de forma especialmente dramática a las clases más
desfavorecidas; una "tercera vía" espiritual entre el
capitalismo y el socialismo a través de un humanismo
teocéntrico, respetuoso de la diversidad y de la riqueza del
cuerpo social. Precediendo a la Rerum Novarum, la encíclica
Humanum Genus (1884) precisaba: "Mas como no pueden ser
iguales las capacidades de los hombres, y distan mucho uno de
otro por razón de las fuerzas corporales o del espíritu, y son
tantas las diferencias de costumbres, voluntades y
temperamentos, nada más repugnante a la razón que el
pretender abarcarlo y confundirlo todo y llevar a las leyes de
la vida civil tan rigurosa igualdad.

Así como la perfecta constitución del cuerpo humano resulta de la


juntura y composición de miembros diversos, que, diferentes en
forma y funciones, atados y puestos en sus propios lugares,
constituyen un organismo hermoso a la vista, vigoroso y apto para
bien funcionar, así en la humana sociedad son casi infinitas las
diferencias de los individuos que la forman; y si todos fueran
iguales y cada uno se rigiera a su arbitrio, nada habría más
deforme que semejante sociedad; mientras que si todos, en
distinto grado de dignidad, oficios y aptitudes, armoniosamente
conspiran al bien común, retratarán la imagen de una ciudad bien
constituida y según pide la naturaleza."
Así pues, durante mucho tiempo conducido por la Iglesia
Católica a través de su doctrina social, el principio de
subsidiariedad volverá a la esfera política en el siglo XX
gracias al protagonismo dentro de su cuerpo doctrinal que le
asignarán los grupos federalistas militantes por una nueva
Europa democrática. Este término ya era familiar en los
Estados dotados de estatutos de tipo federal o confederal
como Alemania (Länder), Suiza (Cantones) o España
(Comunidades Autónomas)...Solo el Estado francés, unitario y
centralista desde hace siglos parece alérgico a este concepto; hasta
el punto de que el término se encuentra aun ausente de la mayor
parte de los diccionarios de la lengua francesa. Hoy en día este
principio reaparece correlativamente a la construcción del
espacio europeo y con la cuestión de la repartición de las
competencias entre las Comunidades y sus Estados miembros
(especialmente en el famoso artículo 3b del Tratado de
Maastricht)[1], y viene bien recordárselo a ciertos
"euroescépticos" asustados por la deriva centralizadora y
burocrática bruselense.

¿HACIA UN NUEVO CONCEPTO DE SUBSIDIUM?

Pienso no obstante que conviene evitar considerar el principio de


subsidiariedad como el remedio milagroso a nuestro estado de
deficiencia democrática. Creo que hoy en día no se dan las
condiciones mínimas en la base necesarias para una correcta
aplicación de este principio. En efecto, las sociedades modernas
industrializadas sufren una fragmentación del cuerpo social
en una miríada de individuos reagrupados en estructuras
antagonistas y que defienden sus intereses a corto plazo.
Consustancial a esta atomización social y a la pérdida de
referencias identitarias que supone, desaparece
progresivamente el sentimiento natural de pertenencia
comunitaria, a menudo en favor de una cultura de empresa
artificial y pobre.

Añadamos a todo esto la pérdida de la reflexión y de espíritu


crítico de nuestros contemporáneos, distraídos de sus deberes de
ciudadanía por los medios audiovisuales. Además, las
estructuras nacional-estatales están dispuestas a integrarse (y
desintegrarse) en la "Megamáquina" (Mumford, Bahro,
Latouche) de la economía globalizada cuyos principales
corolarios son: el nacimiento de las macro-regiones
económicas (ALENA, MERCOSUR, UE, ANSEA..), la
intensificación de los intercambios de mercancías, de personas
y de capitales, la deslocalización de industrias, la
sobreproducción, la aceleración de las transferencias de
información, la disminución de los costes de transporte y el
aumento del poder de las organización internacionales (ONU,
OTAN, etc...).

Atenazada entre la mundialización de los objetivos y la


individualización de las servidumbres, este tipo de sociedad
no está en disposición de preservar su autonomía y su
soberanía. En este contexto, las instituciones de Bruselas tienen
todas las de ganar al reclamar la utilización de este principio, que
de aplicarse hoy en día, entrañaría de hecho, la instauración de un
principio de ingerencia insoportable y sin contrapartida en los
asuntos nacionales, regionales y locales de los países europeos. El
principio de subsidiariedad necesita para ser efectivamente
aplicado la previa recomposición del cuerpo social alrededor
de principios mutualistas. Esta recomposición ya está en
curso, pero irá cada vez más contra las instituciones legales
nacional-estatales y europeas.

La legítima voluntad de los pueblos a hacerse cargo de su


destino a través de la aparición de estas nuevas comunidades
generatrices de solidaridades concretas y de verdadera
convivencia, se nutrirá irremediablemente del sistema de
partidos y de lobbys portadores de ideologías obsoletas, y que
son hoy en día, los únicos beneficiarios del sistema oligárquico
vigente.
[1]Artículo 3 B del Tratado de la Comunidad Europea,(TCE):
" La Comunidad actuará dentro de los límites de las competencias
que le atribuye el presente Tratado y de los objetivos que éste le
asigna.
En los ámbitos que no sean de su competencia exclusiva, la
Comunidad intervendrá, conforme al principio de
subsidiariedad, sólo en la medida en que los objetivos de la
acción pretendida no puedan ser alcanzados de manera
suficiente por los Estados miembros, y, por consiguiente,
puedan lograrse mejor, debido a la dimensión o a los efectos
de la acción contemplada, a nivel comunitario.

Ninguna acción de la Comunidad excederá de lo necesario para


alcanzar los objetivos del presente Tratado."

 (*) Stéphane Gaudin para Breizh-2004, Movimiento Federalista


Bretón y Europeo.

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