Está en la página 1de 12

CRÍTICA DE LIBROS

CUESTIONES VARIAS, SANTO TOMÁS DE AQUINO


[Quaestiones quodlibetales] . Obra de Santo Tomás de Aquino (1225-1274), que
refleja de modo muy vivo las costumbres doctrinales y pedagógicas de las
Escuelas medievales. Se trata, en efecto, de la preparación escrita y, por lo
tanto, de la información, acerca de algunas discusiones públicas y solemnes,
celebradas delante de toda la masa escolar en una iglesia principal de la
ciudad, sede de un «Studium generale» o universidad, y que tenían lugar
generalmente en adviento o durante la cuaresma. En ellas se ponían en
discusión, no los temas generales de la enseñanza, sino con preferencia las
últimas consecuencias en torno a las cuales las doctrinas y las opiniones de
distintos maestros eran diversas y opuestas. No hay, pues, en esta obra
ninguna verdadera unidad de tratado, y presuponen, para ser entendidas, el
conocimiento de las doctrinas propias de la ciencia teológica y filosófica, moral
y jurídica de la Edad Media. La elección de las cuestiones dependía en los
maestros de su libre iniciativa — «quod libet» — de donde el título de las
cuestiones, que eran luego reunidas en una obrita llamada «Quodlibetum».
Son doce los «Quodlibeta» que escribió Santo Tomás y todos se refieren a su
enseñanza efectuada en París; pero el orden que ahora tienen en las ediciones
no es el cronológico. En efecto, los «Quodlibeta», desde el I al VI, y el XII son de
su segunda época de enseñanza, por los años 1269-72, mientras que del VII al
XI son de su primera época, de 1256 a 1259. Cada «Quodlibetum» contiene de
siete a doce cuestiones; sólo el último contiene veintidós; las cuestiones, a su
vez, se desarrollan en uno o más artículos. Algunas son de grandísima im-
portancia, incluso para la teología y la filosofía actuales; otras son importantes
por referirse a las preocupaciones doctrinales del siglo XIII; otras tratan de
cuestiones de poco interés, y hasta de algunas de pura curiosidad. Muchas se
refieren a Dios y sus perfecciones, o a Jesucristo y la actividad de sus dos
naturalezas; no pocas se refieren a los ángeles, su naturaleza y sus prerroga-
tivas; varias atañen al conocimiento en Dios, en los ángeles, en el hombre, a la
presciencia divina y a la libertad creada; muchísimas tratan del hombre, del
alma humana, de la unión del alma y del cuerpo y, en el orden sobrenatural, de
la gracia y los sacramentos, los pecados, las virtudes y los vicios, la obligación
de la limosna y de la restitución, del matrimonio y sus obligaciones, de la vida
religiosa y sus condiciones, de las penas temporales y las eternas y de la gloria
de los bienaventurados.
C. Giacon, S. J.
Al rehabilitar en Dios la criatura y el orden natural, el humanismo de Santo To-
más rehabilita en Dios el arte y la belleza y rehabilita también la vida de la
ciudad profana, el orden social,  político  y el movimiento de progresión de la
humanidad.  (J. Maritain)
CRÍTICA DE LIBROS
CUESTIONES DISPUTADAS, SANTO TOMÁS DE AQUINO
[Quaestiones disputatae]. Obra de Santo Tomás de Aquino (1225-1274), escrita
en diversos períodos de su vida. Los temas tratados son muy diversos, y bajo
un mismo título se desarrollan cuestiones de asunto muy distinto, algunas de
naturaleza teológica, otras de naturaleza filosófica y otras de ambas disciplinas;
el título dado a un grupo de cuestiones depende del asunto que en ellas se
trate predominantemente. Las primeras, en orden del tiempo, llevan el título De
veritate; las más importantes, en efecto, se refieren a la verdad y, por lo tanto, al
criterio de la certidumbre; las ideas, su naturaleza y origen; el alma y los
principios de la ciencia. Como cuestiones afines son tratadas las referentes al
conocimiento en Dios, en Jesucristo, en los Ángeles y en el alma separada del
cuerpo, la providencia y la predestinación, el conocimiento sobrenatural debido
a una acción especial de Dios en la inspiración profética y en los dones
místicos; y después, por extensión, se trata de la conciencia como conocimien-
to de los principios de la moralidad, de la voluntad y del libre albedrío, de las in-
clinaciones del alma y de la naturaleza de la gracia santificante.
Las cuestiones «De potentia» se refieren ante todo a la omnipotencia divina, y
después a su explicación en la creación; acto seguido se tratan las cuestiones
de la necesidad o de la contingencia de la creación, de su eternidad o
temporalidad. Siguen las cuestiones de la conservación, por parte de Dios, de
las cosas creadas, y de los milagros como efecto del poder divino. Bajo el
mismo título aparecen también desarrolladas las cuestiones que se refieren a
la simplicidad divina en relación con las divinas perfecciones y las personas
divinas en sus mutuas relaciones. Al mismo tiempo fueron escritas las
cuestiones tituladas «De malo», en las cuales, después de las primeras
definiciones generales en torno a la naturaleza del mal, se habla del pecado y
de sus causas, del pecado original y sus penas, del pecado venial y de los
vicios capitales, y, en fin, de la naturaleza y de la actividad de los espíritus
malignos.
En su segunda época de enseñanza en París, Santo Tomás de Aquino trató las
tres últimas cuestiones: «De spiritualibus creaturis», esto es, acerca de la na-
turaleza de los ángeles, del alma humana, de las inteligencias motoras de los
cielos según la astronomía aristotélica, del intelecto agente y posible, admitidos
como separados y únicos por Averroes y sus discípulos contemporáneos de
Santo Tomás; «De anima», un modelo de curso de psicología medieval, en que
son tratadas las cuestiones de la sustancialidad, unidad, conocimiento,
espiritualidad, inmortalidad del alma humana; y finalmente una cuestión «De
virtutibus» como inclinaciones del intelecto o de la voluntad, recibidas de la
naturaleza o adquiridas con el ejercicio y la repetición de los actos.
C. Giacon, S. J.
La posición de Santo Tomás es una posición tan alejada del pesimismo de un
Hobbes y de los teorizadores del despotismo como del optimismo absoluto de
Rousseau; es una posición integralista y progresiva.  (J. Maritain)
CRÍTICA DE LIBROS
COMENTARIO SOBRE LAS «SENTENCIAS» DE PEDRO LOMBARDO, SANTO
TOMÁS DE AQUINO
Obra de juventud de Santo Tomás de Aquino (1225- 1274), escrita en 1254-
1256, testimonio de las primeras enseñanzas dadas en París, cuando aún no
había recibido el grado de doctor y de maestro. El Libro de las sentencias (v.)
de Pedro Lombardo era una recopilación ordenada de las doctrinas de la
Iglesia y de los Santos Padres sobre las verdades de la revelación cristiana; los
principales temas tratados eran Dios, los ángeles, los hombres, las virtudes y
los sacramentos. Por sus méritos, esta obra había sido adoptada como texto de
escuela en las universidades de aquel tiempo, y la enseñanza consistía en
comentar su texto. El Comentario de Santo Tomás es bastante importante no
sólo por hallarse en él las doctrinas propias del Doctor Angélico, sino para
descubrir las infiuencias que experimentó durante el período de su formación
intelectual. Se notan, en efecto, muchas dependencias de San Agustín, que van
disminuyendo en el transcurso de la enseñanza. La obra está distribuida en
cuatro partes, conforme a la división del Libro de las sentencias. En la primera
parte se trata principalmente del misterio de la Trinidad y de cada una de las
divinas Personas, de sus relaciones y propiedades, del conocimiento, de la
providencia y omnipotencia de Dios.
Pero no sólo se expone, ilustra, prueba y defiende la doctrina revelada, sino que
son también tratadas las cuestiones filosóficas acerca de la naturaleza del
conocimiento en general, acerca de las cualidades y de su aumento, acerca de
las relaciones y de su realidad, acerca de los conceptos de sustancia, de
naturaleza, de ser, de persona, acerca de la conciliación entre presciencia
divina y libertad humana, y, por ende, acerca de la naturaleza del libre albedrío.
La segunda parte trata de la creación y de las criaturas en general, y luego de
los Ángeles y de la caída de algunos de ellos, de sus distintas jerarquías y
particulares actividades; seguidamente, de la creación del mundo según el
relato de las Escrituras, de la creación del hombre y de su condición antes y
después de la culpa; de ahí que se trate de la naturaleza de la gracia
sobrenatural y del pecado original, tanto en Adán como en sus descendientes.
En la coyuntura, se estudian los problemas filosóficos relativos a la Creación, a
su posibilidad, eternidad o temporalidad, a la naturaleza de la dependencia de
las criaturas del Creador, a las «rationes seminales», a la multiplicidad de las
almas en relación a la unicidad del intelecto defendida a la sazón por los
averroístas, a la naturaleza de la unión del alma con el cuerpo, a la
responsabilidad de la voluntad en la transgresión de la ley moral, a la
necesidad de la sanción para el valor de la ley.
La tercera parte trata de la encarnación del Hijo de Dios y de la unión de las
dos naturalezas en una sola persona, y de lo que pertenece a Jesucristo en
cuanto a Dios y en cuanto a hombre; trata además de la obra de la redención y
de sus frutos; asimismo, de las tres virtudes de la fe, la esperanza y la caridad,
de las virtudes cardinales y de los dones del Espíritu Santo. Finalmente, la
cuarta parte contiene los tratados sobre la doctrina de los Sacramentos,
especialmente la referente a la Eucaristía, a la Penitencia y al Matrimonio, así
como lo concerniente a la resurrección de los muertos, a las penas y a la
bienaventuranza eterna.
C. Giacon
CRÍTICA DE LIBROS
COMENTARIO A ARISTÓTELES, SANTO TOMÁS DE AQUINO
Obras de Santo Tomás de Aquino (1225-1274), compuestas parte en París y
parte en Italia entre los años 1265-1273; en ellas se encuentran las sugestiones
dadas por el doctor Angélico para hacer aceptable el pensamiento aristotélico
en el mundo cristiano. El mérito principal de Santo Tomás consistió en penetrar
en el alma de las grandes concepciones platónico-aristotélicas
corroborándolas con la aportación del pensamiento cristiano. Desarrolló ideas,
corrigió errores, llenó lagunas; consiguió construir un sistema orgánico,
imposible de obtener sin el pensamiento platónico-aristotélico. El Comen-
tario tomista no se extiende a todas las obras de Aristóteles; comprende, sin
embargo, las más importantes. Entre las obras de lógica que componen
el Organon (v.) aristotélico, comenta los dos libros De Interpretatione,  y los dos
de Analytica posteriora, en los que se tratan las cuestiones referentes a dos
operaciones de la mente, esto es, la afirmación o negación y el razonamiento o
deducción, o sea, el juicio y el silogismo. Entre las obras de física, Santo Tomás
comentó la principal, De Physico auditu, donde comenta las cuestiones
promovidas por los antiguos naturalistas en torno a los principios originarios de
todos los cuerpos, y los propuestos por Parménides acerca de la concepción
total del mundo; Aristóteles les oponía sus doctrinas filosóficas de la materia y
de la forma, de las cuatro causas, del espacio, del lugar, del movimiento y del
tiempo, refutando los argumentos aducidos por Zenón contra la posibilidad del
devenir, y los de Parménides contra la multiplicidad de los seres; finalmente,
por medio del principio de causalidad demostraba la existencia de un primer
motor inmóvil, aunque atribuyendo al movimiento, al tiempo y por lo tanto al
mundo, una existencia necesariamente eterna.
Santo Tomás, en cuanto a este último punto, relacionado con el problema de la
creación, establecía que se trataba de dos cuestiones distintas: la de la
creación y la de la creación «ab aeterno» o «in tempore»; todo lo que no era
Dios había de ser creado, y creado libremente por Dios; necesidad, pues, de la
creación en cuanto a dependencia total de toda cosa que eventualmente existe
además de Dios; pero ninguna necesidad para Dios de crear; y además
ninguna necesidad por parte de Dios de una creación «ab aeterno», y ninguna
imposibilidad de creación «in tempore»; sólo por la revelación se sabe que
efectivamente, el mundo ha tenido un comienzo. Santo Tomás comentó
también los cuatro libros De cáelo et mundo (v. Del cielo) donde están
expuestas las doctrinas cosmológicas de Aristóteles acerca del universo, su
perfección, finitud, unidad, origen, mutabilidad; en cuanto a los cielos y a su
eternidad e incorruptibilidad, al número de las esferas celestes, y de las
estrellas, a su forma y movimiento; acerca de la inmovilidad de la tierra, forma y
lugar que ocupa en el universo; respecto a los cuerpos terrestres y a su
distinción en simples y compuestos, y a su movimiento natural de gravedad.
Santo Tomás adopta generalmente doctrinas aristotélicas, pero haciendo
observar que no se trata de verdades absolutas y definitivas, sino de opiniones
sujetas a cambios y perfeccionamientos según observaciones ulteriores.
Comentó también los dos libros De la generación y corrupción (v.), en los
cuales Aristóteles disputa con Demócrito y Empédocles y demuestra las posi-
bilidades de las mutaciones substanciales ya en el mundo inorgánico ya en el
mundo de la vida; y los cuatro libros en torno a los Meteoros, donde trata de la
Vía Láctea, de los cometas, de la lluvia, de las fuentes, de los ríos, de los mares,
de los vientos, de los terremotos, de los huracanes, de los rayos, del arco iris, de
las minas, de la licuefacción, de la combustión y de la congelación.
De las obras psicológicas, Santo Tomás comentó los tres libros Del alma (v.),
en los cuales Aristóteles, polemizando con Demócrito y Platón, trata de la
naturaleza del alma humana y después de sus varias facultades, exponiendo la
doctrina del intelecto agente, que fue interpretada de manera tan diversa por
sus comentadores, especialmente árabes, Avicena y Averroes, hasta inducir a
muchos a creer que Aristóteles era negador de la espiritualidad y de la inmor-
talidad del alma, opinión refutada por la interpretación tomista. También son de
carácter psicológico los comentarios al libro De sensu et sensato, donde
Aristóteles trata de los cinco sentidos externos, y al De memoria et
reminiscentia, donde trata de esta facultad del alma. El más importante de
todos los comentarios tomistas es, sin embargo, el referente a los primeros
doce libros de la Metafísica (v.) aristotélica; en ellos el Esta- girita, después de
haber referido y criticado las teorías de los que le habían precedido acerca de
la naturaleza de las cosas y de los principios de la realidad, expone sus propias
doctrinas respecto a la substancia en general, a las causas, a los principios
universales del ente, al principio de contradicción y al criterio de la verdad;
acerca de la distinción de la sustancia; de los accidentes; y por tanto de las diez
categorías del ser, en torno a la naturaleza de la materia y al origen de las
formas, a los universales y a su correspondiente realidad; a las mutuas
relaciones entre acto y potencia; y especialmente acerca de las substancias
espirituales, incorruptibles y eternas, entre las cuales sobresale, única y
perfectísima, la sustancia divina, primera causa de todo lo que es y sucede en
el Universo. En fin, Santo Tomás comenta también algunas obras morales de
Aristóteles: la Ética a Nicómaco (v.), en la cual se trata del fin de la vida
humana, de la felicidad y de la virtud, y en qué consisten verdaderamente una y
otra; y luego de las varias virtudes: la fortaleza, la templanza, la liberalidad, el
pudor, la justicia, la prudencia, la continencia, la amistad, la benevolencia, el
amor; y la Política, en la cual se trata del origen natural de la sociedad civil y, se
hace crítica de las varias formas históricas de gobierno. Por la gran semejanza
de hábitos mentales que tuvo Santo Tomás con Aristóteles, se puede afirmar
que se ha aproximado más que otro cualquier comentador al pensamiento
genuino del Estagirita.
C. Giacon
CRÍTICA DE LIBROS
SANTO TOMÁS DE AQUINO

Nació en el tránsito de 1224 a 1225, según parece ya cierto, en el castillo de


Roccasecca, y murió en Fossanova, cerca de Terracina, el 7 de marzo de 1274.
Destinado por la Providencia a una actividad trascendental del pensamiento, la
de la síntesis entre la fe y la razón, y la naturaleza y la gracia, que exigía la
máxima concentración interior, conoció, en cambio, una agitada juventud,
encontró por doquier oposiciones j gustó la amargura de la incomprensión y de
la enemistad de los envidiosos y mediocres. No obstante, la sucesión de tantas
adversidades puso de relieve un plan de superior armonía que su conciencia
sabía percibir y poner en práctica a través de una lúcida deliberación, cual a
impulsos del ritmo de problemas de los que sólo él, y por primera vez en la
historia de la cristiandad, experimentaba el íntimo incentivo, captaba la
significación exacta y trazaba las etapas esenciales.

De su primera infancia cabe mencionar singularmente el episodio de la muerte


de su hermanita en el castillo de Roccasecca, debida a un rayo que, en cambio,
dejó ileso al pequeño Tomás, quien se hallaba junto a la niña. En 1230, a los
cinco años, fue colocado por sus progenitores entre los «pueri oblati» de
Montecassino; con tal decisión los padres esperaban inducirle a la vida
monástica y verle llegar al supremo cargo de abad, circunstancia que habría de
incrementar el poder de la familia. Sin embargo, «motu proprio» y (según el
biógrafo Guglielmo di Tocco) mediante el consentimiento del superior de la
comunidad, así como también a causa de la devastación de Montecassino por
Federico II (1239), Tomás volvió junto a su familia, y luego ingresó en la
Universidad de Nápoles, donde recibió la primera iniciación a la filosofía
aristotélica de Martín de Dacia, en cuanto a la lógica, y de Pedro de Irlanda,
respecto de la filosofía natural.
Allí el joven sintióse nacer una clara y ardiente vocación de dominico, gracias al
predicador Giovanni di S. Giuliano. A la oposición de la familia, que llegó incluso
a recurrir a las violencias físicas y morales, enfrentó el futuro santo una heroica
firmeza que ganó para su ideal de vida devota a su hermana Marotta. Parece
haber recibido el hábito religioso de manos del maestre general Juan
Teutónico a fines de 1244. Obtenida finalmente la libertad con la huida, fue
inducido al perfeccionamiento de los estudios superiores. Algunos
historiadores, de acuerdo con las alusiones de Guglielmo di Tocco, dicen que
estuvo inicialmente en la Universidad parisiense (1245-48); así permite
suponerlo también la famosa carta de los Maestros de Artes de París (2 de
mayo de 1274) en la cual la «omnium studiorum nobilissima Parisiensis civitas»
es presentada como la que «ipsum prius educavit, nutrivit et fovit».

En 1248, fundado por Alberto Magno el estudio general de Colonia, Tomás


frecuentó en él los cursos de Teología para su preparación inmediata al
sacerdocio. En la escuela de Alberto estableció contacto no sólo con todo
el Corpus Aristotelicum, sino también con los comentaristas árabes y griegos
traducidos hasta entonces, y, particularmente, con el Corpus Dionysiacum, que
influirla de una manera decisiva en el desarrollo de su pensamiento. La relación
con Alberto Magno resultó muy importante respecto de toda la actividad
científica de Tomás; gracias a la insistencia del maestro, en efecto, el general
de la orden llamóle en 1253 a París para ocupar la vacante de bachiller en
Teología de la cátedra dominicana.

Luego de ásperas disputas, fomentadas por los profesores seglares, quienes


tuvieron que ceder por la intervención del papa Alejandro IV, obtuvo en jimio de
1256 la «licentia docendi»; sin embargo, no fue admitido en el colegio de
profesores hasta el 15 de agosto de 1257, junto con San Buenaventura, y
empezó a enseñar como «magister regens» en octubre. En adelante, toda la
vida de Tomás se vio absorbida por la actividad científica, que desarrolló
alternativamente en la Universidad de París y en Italia. El primer período
docente parisiense (1256-59) estuvo perturbado por los ataques de los
maestros laicos, guiados por Guillermo de Saint- Amour, que procuraban
impedir el ingreso de las órdenes mendicantes en la entidad universitaria.

Entre las obras principales de tal etapa destacan el Comentario sobre las
«sentencias» de Pedro Lombardo (1254-56, v.) y las Cuestiones disputadas (v.);
esta última, cuyas primeras secciones figuran bajo el título De veritate (1256-
59), constituye, desde el punto de vista analítico, el tratado más importante del
autor respecto de los más arduos problemas de la Filosofía y la Teología. A
fines del año escolar de 1259 marchó a Italia, luego de haber participado por
Pentecostés, en junio, en el capítulo general de Valenciennes y colaborado con
Alberto Magno y Pedro de Tarahtasia (luego papa Inocencio V) en la
compilación de la Ratio studiorum de la orden.

Este primer regreso a Italia, donde permaneció entonces casi diez años, inició
el período más continuo y tranquilo de la vida del Santo, en cuyo transcurso
desarrolló una prodigiosa actividad científica; a tal fase pertenecen la Suma
contra los gentiles (v.), comenzada en París, las dos primeras partes de
la Suma teológica (v.), las cuestiones disputadas De potentia (1265-67) y De
spirituálibus creaturis (1266-68), el oficio y la misa para la nueva festividad del
Corpus, y, en el campo bíblico, la Catena aurea. Por aquel entonces enseñó en
la escuela de la corte pontificia, residió algún tiempo en el convento romano de
Santa Sabina, donde se le encargó la reorganización del estudio general de la
orden, y trabó amistad, en la corte papal, con el hermano de religión flamenco
Guillermo de Moerbeke, quien ayudóle a terminar en 1268 los comentarios a
Aristóteles (Analíticos posteriores, Física, Metafísica, Ética, Política…),  ya
mediante la revisión de las antiguas versiones o bien con otras nuevas del
Estagirita, de sus principales comentaristas griegos y de los textos neo-
platónicos, en particular de los Elementos de teología (v.) de Proclo.

A fines de 1268, y posiblemente por voluntad del Papa, volvió a París, donde en
enero de 1269 reanudó sus lecciones, que prosiguió en el cursó del año
académico 1270-71. Esta segunda etapa docente parisiense fue el período más
agitado y lleno de mayores tribulaciones de la existencia del santo. Inicióse con
la aparición del averroísmo en la Facultad de Artes, condenado el 10 de
diciembre de 1270 por el obispo Tempier; siguió después la lucha sin cuartel
dirigida contra el aristotelismo tomista por el agustinismo conservador de la
Facultad de Teología, que culminó en la borrascosa discusión sobre la
«unicidad» de la forma sustancial, en presencia del obispo de París y en la cual
Tomás «fuit quasi solus huius sententiae»; finalmente, los maestros seglares
Gerardo de Abbeville y Nicolás de Lisieux — discípulos de Guillermo de Saint –
Amour, desterrado — reanudaron los ataques contra las órdenes mendicantes,
oposición que indujo al santo a componer los admirables textos De perfectione
vitae spiritualis y Contra retrahentes a religionis ingressu.

En la primavera de 1272 los superiores confiaron a Tomás la reorganización de


la enseñanza de Teología en la Universidad de Nápoles; por aquel entonces
dedicóse también a la composición de la tercera parte de la Summa
Theologiae y de opúsculos y comentarios a la Sagrada Escritura  y a Aristóteles,
y a la predicación cuaresmal al pueblo en lengua vulgar. Invitado en enero de
1274 al concilio de Lyon por Gregorio X, emprendió el viaje con su fiel secretario
fray Reginaldo de Piperno; pero enfermó por el camino, y, a pesar de los
ardorosos cuidados de su sobrina Francisca, condesa de Ceccano, que le
acogió en el castillo de Maenza, falleció en la abadía de Fossanova, donde,
consciente de la proximidad de su muerte, había pedido hospitalidad. La
personalidad de Tomás es un conjunto de contrastes desconcertantes
dominado por la pasión de la verdad. Indudablemente, se hallaba destinado al
cumplimiento, en el seno de la Iglesia, de una misión de renovación doctrinal,
llevada a cabo en el curso de un período que resulta muy breve si se tienen en
cuenta las vicisitudes de su vida y las dificultades de la empresa.

Aun cuando poseedor de un carácter pacífico y suave, su juventud no fue


tranquila; su vocación contrariada presenta rasgos propios de la audacia de un
guerrero al servicio de Dios. En su obra existen la firme adhesión al dogma
revelado y la inquietud del pensador que busca sin descanso nuevos textos y
presenta nuevos problemas para la ampliación y determinación del sentido de
las cuestiones ya vislumbradas desde el principio. Insensible a las
contrariedades, fruto de la mezquindad del ambiente, no anduvo en pos de un
prestigio al que, sin embargo, tenía derecho, y rehuyó incluso la ironía en la
cual, como dice la bula de canonización, tan fácilmente puede caerse en el
ardor de las discusiones.

Inadvertido en la escuela de Alberto Magno a causa de su humildad, y


considerado casi lento de ingenio por su carácter taciturno, cuando hubo de
manifestarse asombró a sus condiscípulos y al maestro, ante el cual apareció
sin reticencias como un igual en el curso de una disputa, según narra
Guglielmo di Tocco. Apenas llegado a la cátedra de bachiller que Alberto le
procurara en París, impresionó inmediatamente al auditorio por la amplitud y la
elevación de su doctrina, «ut omnes etiam Magistros videretur excedere». Su
ascensión debió de provocar un temblor de novedad audaz, como de una
nueva primavera del pensamiento cristiano, en la asamblea parisiense de la
mejor juventud europea; la empresa más característica de tal audacia fue la
incorporación de la inmanencia aristotélica al trascendentalismo del
platonismo cristiano.

Ajeno al rumor externo de la vida e interesado únicamente en la investigación


de lo eterno, rehuyó con firmeza cuantas dignidades le fueron ofrecidas— la
abadía de Montecassino, el arzobispado de Nápoles y la púrpura cardenalicia
—, y sólo movióse en pos de nuevos textos y versiones que le permitieran
conocer los secretos de la filosofía antigua y las trayectorias del pensamiento.
Absorto siempre en arduos problemas y elevadas contemplaciones, mostró, sin
embargo, solicitud por el bien del prójimo, por el espiritual en particular, que
buscó mediante la predicación al pueblo y la controversia en favor de la
conversión de los infieles. Preocupóse también, empero, de la salud corporal
de los hombres, singularmente de su «carísimo compañero y amigo» fray
Reginaldo, y ofreció una comida a los estudiantes para festejar su curación,
obtenida por la intercesión de Santa Inés; prestó atención a los amigos y a los
humildes, y exaltó a la simple viejecita que mediante su fe sencilla «conoce
verdades mayores que las poseídas antes de Cristo por los filósofos con toda
su ciencia» (In Symb. Apost., Procem.).

Envuelto en la atmósfera pura de la verdad eterna, se reveló insensible a las


ofensas personales; así lo demostró, por ejemplo, cuando en París vio
interrumpido uno de sus sermones por el bedel Guillot, fautor de Guillermo de
Saint-Amour. Guglielmo di Tocco atestigua también la humilde fortaleza de
Tomás cuando refiere cómo soportó la insolencia de un recién licenciado
(probablemente el franciscano Peckham) que atacó en público varios puntos
de las enseñanzas del santo (en particular la tesis de la unidad de la forma),
quien no tomó la palabra hasta el día siguiente, y sólo a instancias de sus
hermanos de religión, que le indujeron a ello cuando el presunto contradictor
repitió el ataque. Inconmovible en la defensa de la doctrina, dice que «el
defensor de la verdad no puede ser derrotado, hable con quien sea» (In
Hiob., c. 13, lect. 2); conoció por sí mismo las sutilezas más eficaces de la
polémica, y no temió atacar de frente a sus adversarios, como hizo con los
averroístas y los enemigos de las órdenes mendicantes.
Nuestro santo pertenece, en cuanto hombre y pensador, al exiguo número de
personalidades excepcionales que han alcanzado los límites de las posibilida-
des humanas y abierto en la vida espiritual un surco no vinculado a una misión
histórica determinada, como sería, por ejemplo, el tránsito de la teología
patrística a la madurez del cristianismo medieval, antes bien perennemente
benéfico para toda la humanidad. Muy justo es el elogio que su viejo maestro
Alberto Magno, llegado a París para defender las doctrinas del querido
discípulo, envuelto en 1277 en una condena, hizo de él ante toda la Universi-
dad: «esplendor y flor del mundo».
C. Fabro

También podría gustarte