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CJ'. I I.-D . W [ - 'n d i . a n j o. e. (11. 42), 129-135.


r> La lite ra tu ra so b re el .sermón tlel m onte es in ab arcab le y rem itim os ;i los
diccionarios, o b ra s cspec¡al¡/.adas, etc. Una presentación sintética y m uy Mh>crcnle
en II. K ü n ií. S e r cristiano, o. e. (n. 30), 307-312.
C a p ít u l o II

D E LA M O R A L DL LOS PAD RES


A LA T E O L O G IA M O RA L DE NUESTROS DIAS

Los Al IJOltl-S ni; LA CIENCIA MORAL CRISTIANA;


L a Gpo c a patrística

Este período abarca los 7-8 primeros siglos de la historia cris­


tiana. Son numerosos los escritores que reflexionan sobre los nue­
vos problem as que surgen y reclaman una respuesta en sintonía
con los tiempos y los condicionamientos socio-culturales de la
época. Se denom ina padres de la iglesia precisamente a los escri­
tores de la antigüedad cristiana cuya santidad de vida y ortodoxia
de pensamiento han sido reconocidos p o r ¡a iglesia; con la expre­
sión escritores eclesiásticos, en cambio, se designa a quienes han
escrito, dentro del marco de la iglesia, obras de gran interés teoló­
gico, pero carecen de la connotación o bien de estar dotados de
una gran santidad o bien de una ortodoxia completa (Tertuliano,
Clemente de Alejandría, Orígenes...).
El primer m om ento de la reflexión etica lo constituye la ense­
ñanza moral de los padres apostólicos, llamados así porque sus
escritos son un trasunto fiel de la predicación de los apóstoles. 1 le
aquí las características más sobresalientes de sus enseñanzas:
— El discurso ético se elabora en relación con la experien­
cia litúrgica: se evidencia así la estrecha vinculación que
media entre e! kcrygma y el mandam iento de Dios, en­
tre el acontecimiento sacramental de Cristo y la vida
cotidiana y concreta del cristiano,

— Se trata de enseñanzas ocasionales, de ordinario, pues se


presentan en homilías, catcquesis niistagógicas y, a ve­
ces, en caitas. No se puede hablar, pues, de un trabajo
sistemático, sino de exhortaciones morales prácticas.

— Las grandes líneas de su doctrina: la apelación a la Es­


critura. que es el único código moral por ellos reconoci­
do y de cuyos textos hacen un uso frecuente; el principio
de la inutación de Cristo Jesús, ya que la vida cristiana
64 l- líA X IS C R IS T IA N A - l-'U N D A M IÍN T A C IO N

es una vida de unión con Cristo, un seguimiento hasta el


martirio si es necesario.
— Cabe advertir incluso una cierta sistematización, al me­
nos inicial, como puede apreciarse en el Pastor de Her­
mas, en el pscudo-Bernabé y en la Didaché. Tal sistema­
tización se realiza sobre todo en torno al tema de las
“ dos vías” , de tan gran trasfondo bíblico (cf. Dt 30,15-
20; Je r 21,8; I Re 5,58; Mal 2,8; Sab 5,6-7): el inicio de
la vida cristiana se configura como una opción funda­
mental: la renuncia a Satanás o la decisión po r Cristo; el
tema so despliega en la descripción de tíos caminos con­
cretos: el de la fe vivida y el de la impiedad.
— Para la descripción de los com portam ientos morales se
acude a los temas bíblicos y a ¡as categorías culturales
propias del jud aism o contemporáneo: el decálogo, las
antítesis del discurso de la m ontaña, las bienaventuran­
zas, la ley nueva de la caridad bajo la formulación del
doble precepto o de la llamada “ regla de o ro ” .

En el siglo 11 destacan un grupo de escritores a quienes, por


haberse propuesto la defensa del cristianismo ante los ataques tic
los paganos, se los conoce como los apologistas. D a d a la afinidad
de propósitos y el contenido de sus escritos, suele agruparse con
ellos a los escritores africanos del siglo til (Tertuliano, san Cipria­
no). D estaquem os los puntos más relevantes de su aportación:

— Prima ante todo la finalidad apologética, pues intentan


c ontraponer la moral cristiana frente a la moral pagana:
la superioridad del cristianismo se apoya en la grandeza
de su doctrina moral y en la santidad de vida de los
seguidores de Cristo.
— Naturalmente, los cristianos siguen viviendo en un m un­
do pagano, que les plantea muchos problemas fuerte­
mente prácticos: la idolatría estatal, el servicio militar
en el ejército pagano, el ejercicio de determinadas profe­
siones liberales, la moda, los juegos del circo, los espec­
táculos teatrales, etc. Los apologistas se muestran más
bien rigurosos a la hora de buscar soluciones, y cargan
las tintas en las condenas de las instituciones y prácticas
paganas (especialmente rigorista es el talante de T ertu­
liano, que acabó en el montañismo).
— C o m o dato de interés hemos de señalar que en esta épo­
ca comienzan a aparecer las primeras monografías sobre
temas éticos; debemos destacar sobre todo las de Tertu­
liano y san Cipriano.
D L L O S l’A D R I S A N U L S T R O S D IA S 65

— Por otra parte, todavía sigue vigente la unidad e inclu-


sión mutua del dogma y la moral, del indicativo y el
imperativo. Basten com o prueba estos dos testimonios:

“ Después de crccr en el Verbo, nos apartamos del culto de los


demonios, y seguimos al solo Dios ingénito. Los que antes nos
complacíamos cu la disolución, ahora abrazamos sólo la casti­
dad... Los que amábamos por encima de todo el dinero y el acre­
centamiento de nuestros bienes, ahora ponemos en común lodo lo
que tenemos, y de ello damos parle a todo el que está necesitado.
Los que nos odiábamos y matábamos mutuamente... ahora, des­
pués de la aparición de Cristo, vivimos todos juntos y rogamos
por nuestros enemigos, y tratamos de persuadir ¡i los que nos abo­
rrecen injustamente” '.
“ No luiy vida sin ciencia, ni ciencia segura sin verdadera vida...
Sea para ti la ciencia corazón, la vicia, empero, el Verbo de verdad
recibido en ti” 2.

La confrontación de la reflexión m oral cristiana


con la tradición filosófica greco-latina
Esta acontece en c! siglo 111. Para entonces se han verifica­
do ya dos hechos clave: el número de los cristianos ha creci­
do considerablemente y su presencia se deja n otar en lodos los
ambientes y profesiones; el contcxlo cultural de la iglesia no
es ya el ju dío o judaizante, sino que comienza de modo sensible el
proceso de helenización del cristianismo. La reflexión moral ya
no puede contentarse con buscar el com portam iento evangélico
que han de tener los cristianos en el ejercicio de sus profesiones y
en la vida civil; aho ra preocupa sobre todo encontrar el m odo en
que puedan articularse las orientaciones morales cristianas, ela­
boradas en el contexto de la experiencia litúrgico-sacramental del
misterio cristiano, con el admirable discurso ético estructurado en
el seno de la filosofía griega.
Muy brevemente indicaremos los aspectos fundamentales a te­
ner en cuenta p ara com prender cóm o la patrística lograra articu­
lar la adecuación kcrygma-cultura, es decir, la ineulturación de la
praxis cristiana.

— Ante todo, la escuela alejandrina "reconoce a ia sabidu ­


ría griega la función de manifestar la sabiduría divina,
en virtud de la presencia, en la historia hum ana, del Lo­
gas. que es el principio del que provienen todas las cosas

1 J u s t i n o . A pohg. t, X I V , 2 - 3 , e n ¡'adres uiwlogixtu.x griegos, l i A C , i>. 116 ,


Mad rid.
2 Carta a Divínete, X II, 4 y 7.
I
l’ K A X I S C R IS T IA N A - l: t l .M E N T A C IO N

y que distribuye progresivamente y de modo diverso la


verdad” . Consecuentemente, los alejandrinos utilizan
los datos y métodos de la ciencia profana para la lectura
filosófica de la revelación, pues también los filósofos p a ­
ganos participan de algún modo de la luz del Logos
spennatikos.

En este ambiente de conciliación aparece el que pudiéra­


mos llamar primer tratado de ética cristiana. Se debe a
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA ( f 215), uno de los hombres
más creativos y arriesgados de la época patrística. Entre
sus obras hay que mencionar l ’rotrcpticus (Exhortación),
S trom ata (Miscellanca) y sobre todo ¡\tiduf’ogos (El Pe­
dagogo); también es suyo el libro Quis (Uves salvetur?
(¿Se pueden salvar los ricos?).
El J’aidagogos, el primer tratado de moral cristiana, se
divide en tres libros: en el primero, Clemente presenta a
Cristo como maestro y modelo de la perfección cristia­
na, que consiste en la restauración de la imagen divina
en el hombre, tarca que'es posible en virtud de la encar­
nación y la inhabitación del Verbo en todo cristiano; en
los otros dos libros encontramos una exposición y expli­
cación de todos los preceptos, a la vez que una detallada
aplicación a la vida práctica.
En su esfuerzo po r inculturizar la etica cristiana, ex­
trae muchas de sus reflexiones morales y gran parte de
su norm ativa de las grandes corrientes filosóficas de su
tiempo, especialmente de ia filosofía platónica y del es­
toicismo, si bien su máximo ínLcres es el conocimiento e
imitación de Jesucristo, “ imagen inmaculada a la que
con todas nuestras fuerzas debemos intentar asimilar
nuestra alm a” .
En ciertas ocasiones, sin embargo, usa expresiones
que reflejan más bien el pensamiento cultural de la épo­
ca, en contraste con el kcrygma cristiano. Por ejemplo,
cuando describe la relación conyugal como “ una epilep­
sia menor, una enfermedad incurable... Advierte el daño
que provoca: toda la persona se pierde en la inconscien­
cia durante la relación” .

O tro de los grandes epígonos es ORÍGENES (f hacia el


254), un hom bre de amplísima formación y de talante
radical (por interpretar literalmente Mt 19,12, se castró
siendo joven). No obstante, m oslró mayor prudencia
que Clemente, del que con piobabilidad fue discípulo,
di : i.os i’Amus a Nur.:( '.s días 67

rcspcclo a las aportaciones de la sabiduría pagana,


“ porque futre ellos 110 hay sabiduría que no esté con ta­
minada de alguna impureza” .
Sin duda fue piedra de contradicción 110 sólo durante
su vida (se le destituyó de su cátedra y del ministerio
sacerdotal), sino también después de su muerte (Justi-
niano indujo al Concilio constantinopolitano 11 a incluir
su nombre en la lista de los herejes, si bien no obtuvo la
aprobación del papa Virgilio; a pesar de lodo, tres con­
cilios posteriores reiteraron la condena). Por lo demás,
adversarios-y admiradores parecen haber rivalizado en
el despropósito de distorsionar su pensamiento.
Su principal obra es el D e pnneipiis, un verdadero tra ­
tado moral: los dos primeros libros tratan de Dios y del
mundo creado; en el tercero habla del hombre, de su
libertad líente a las tentaciones y del uso que debemos
hacer de ella; e¡ cuarto se ocupa de la Escritura, tic su
inspiración e interpretación.


— Un proceso análogo de inculturación y de búsqueda de
solución a los problemas apuntados más arriba tiene lu­
gar cu el mundo latino. El intento se realiza mediante la
asunción de la categoría de “ ley natural", cuyo origen
es estoico y jurídico: por un lado, esta categoría entraña
una base común y firme para la convivencia pacifica y
la determinación de la normativa concreta (“ qu od natu­
ra lis ratio inter omites liomincs constituit” . Gayo); por
otro, Cicerón había profundizado en la concepción es­
toica de la ley natural como eco de la voluntad divina
en los corazones de los hombres.

— La visión de c o n ju n to ■
’ sobre la moral patrística del si­
glo ili nos permite señalar que su gran mérito “ no reside
tanto en la respuesta a cada uno de los problemas con­
cretos, sino más bien en la conciencia y claridad con que
ha elaborado la cuestión fundamental de la que surge el
discurso etico cristiano: ¿Cómo ha de realizarse la ade­
cuación entre kerygma e historia? ¿Cómo se presenta la
praxis cristiana en cuanto tal? E 11 fin, ¿que quiere decir
para el cristiano hacer el bien y evitar el mal?
La moral patrística del siglo 111 ha sugerido también
dos principios heurísticos fundamentales para elaborar
la respuesta: continuidad entre la creación y la reden-

J Sobro el resto tic los i’íiilrcs: Basilín, .hj.in C nsósldnnv, cíc.. ¿I', ki b ib lio ­
grafía.
68 P R A X IS C K IS 'I IA N A - H J N I Í A V I V ' ION
(
ción; la ley natural. Era inevitable, finalmente, que el
discurso ético comenzase a asumir cierta autonom ía en
su desarrollo, puesto que se le había creado el espacio
lógico p a ra ello, al tener que responder a una pregunta
precisa'’. Hicn entendido que se trata de una a uton o­
mía metodológica, ya que el discurso etico sigue tenien­
do su radicación fundamental en el misterio cristiano, es
decir, en el mandam iento de Dios: el compromiso é tk o
es consecuencia de! Acontecimiento celebrado sacra-
mcntalmcntc.

Del siglo II' al final de la patrística


C on el siglo IV sigue en Oriente e¡ inllujo de la escuela alejan­
drina y comienza el nionaquism o (Basilio, ios dos Gregorios), en
tanto que en Occidente alborea un esplendido florecimiento teo­
lógico, cuyos más egregios representantes son san Ambrosio y
san Agustín.
Por lo que respecta a la moral de este siglo, hay que destacar
¡a continuidad con las grandes líneas de la moral de los siglos
precedentes: unidad entre kerygma y etica, no obstante la ampli­
tud de contenido material que a la segunda se le va reconociendo;
unidad entre la celebración litúrgico-sacramental y la conducta
moral de los cristianos, pues ¡os grandes escritores son en su m a­
yoría pastores y catequistas que, de ordinario, imparten la ense­
ñanza moral en el marco de ¡a enseñanza mistagógica que acom­
paña a la liturgia; no obstante, se continúa reconociendo un
ámbito distinto para la ética, ya que no se identifica con el discur­
so propiam ente doctrinal.
Prosigue también la mediación entre cristianismo y cultura, si
bien hemos de precisar que se trata de asumir una parte de la
cultura griega, concretamente el platonismo. Veamos cómo lo
intentaron y realizaron los más genuinos escritores del tiempo.

SAN A mbrosio ( t 397) fue un gran hombre de m undo (gober­


nador de la provincia de Liguria y Emilia, con sede en Milán) y
de iglesia (obispo de Milán p o r aclamación de los (.los partidos y
consagrado oclio días después de haber sido bautizado); mostró
un gran coraje profético, evidenciado en su lucha contra el arria-
nismo y en sus enfrentamientos con la au toridad imperial.
Entre su notable producción literaria, en la que aborda
problemas morales de m anera muy práctica, sobresale el De offi-
ciis m inistronun (Deberes de los eclesiásticos), inspirado en la
obra hom ónim a de Cicerón, del que toma: el esquema general

4 C. C a it a h r a . H istoria (¡le la teología moral), en DIÍTM . 43ÍM 39.


1)1 LO S I’A D lil.S A N U L S IK Ó S D IA S

(libro 1.a, lo honesto; libro útil; libro 3.u, conflicto y conci­


liación entre lo honesto y lo útil); ad op ta el sistema de las cuatro
virtudes cardinales, derivado de la etica estoica, esforzándose por
infundirles contenido cristiano; del propio Cicerón tom a la no­
ción de m oralidad, algunas norm as de com portam iento y la solu­
ción de numerosos casos de conciencia.
Obviamente, san Am brosio realiza un discernimiento cristia­
no de la filosofía pagana que utiliza: “ afirm a el prim ado de los
deberes religiosos, mientras que Cicerón lo había puesto en el
servicio social; señala com o estímulo p ara o b ra r bien el pensa­
miento de Dios-juez, en tanto que p a ra Cicerón lo era la conside­
ración racional de la dignidad humana...; da una nueva definición
de lo útil, que no es lo que aprovecha para conseguir los bienes
terrenos y la gloria de los hombres, sino todo lo que está al
servicio de la gracia de la vida eterna” .
A pesar de todo, el obispo de Milán no parece estar muy con­
vencido de que la moral constituya una verdadera ciencia teológi­
ca. Los cristianos muestran la superioridad de su etica en la con­
ducta moral, no tan to en la elaboración del discurso ético. Los
paganos saben hablar muy bien de las virtudes, pero donde fallan
es justam ente en su ejercicio. L1 impacto de san Ambrosio fue
grande en la iglesia latina, sobre todo a través de san Agustín, a
quien recibió en la iglesia católica.

San Agustín de ¡lipona

Sin duda, A G U S T Í N ( 3 5 4 - 4 3 0 ) es el padre que más amplia, pro­


funda y duraderam ente ha influido en los distintos ámbitos del
pensamiento cristiano y, de m anera especial, en la etica. Llegó a
la iglesia después de una larga m archa a través del maniqueísmo
y del platonismo; pero, en realidad, siempre se advierten en el
ciertos resabios maniqueos y siempre siguió siendo platónico.
T anto su personalidad como su teología pueden ser connotadas
al mismo tiempo por su originalidad y su complejidad. “ L1 genio
de Agustín es único p o r el versátil dom inio de todos los géneros
literarios que manifiesta en sus escritos morales: vividas descrip­
ciones, pro fun do recurso a los principios, cautivadora expresión
de los sentimientos, exhortaciones morales prácticas, am onesta­
ciones epistolares, dirección espiritual. Incluso los diversos méto­
dos que han ido surgiendo en el ámbito de la teología moral cató­
lica —el escolástico y el místico, el ascético y el casuista— han
tenido modelos en su o b r a ” (E. Trocltsch).
N o encaja aquí ni tan siquiera una breve síntesis de toda la
moral agustiniana. Pero resulta indispensable resaltar el original
cariz que con él adquiere la pregunta moral en la reflexión cristia-
70 P R A X IS C R IS T IA N A - I U N I lA M I.N I A C IO N

na. Esta originalidad “ consislc en haber colocado el problema


etico, el problem a de o bra r rectamente, en el marco de la relación
entre lo pensado (ley) y lo vivido, entre el bien y la historia tanto
personal como universal. La estructura neoplatónica de su pensa­
miento lo arra strab a a esta formulación del problema etico como
problema de ‘elevación po r encima de las cuestiones que se venti­
lan en los días de tra b ajo ’ (lo cotidiano), como esfuerzo por ade­
cuar lo vivido con lo pensado, el o bra r con la ley ideal” 5.
Puede decirse también que con san Agustín comienza a elabo­
rarse el estatuto de la reflexión moral como auténtica ciencia teo­
lógica. Uicn es cierto que esta elaboración fue progresiva: al prin­
cipio, consideró las verdades morales simplemente como con­
secuencias prácticas de las verdades “ celestiales” , sin reconocerles
especial consideración teórica; más tarde, integra la exhortación
moral en la enseñanza im partida a los catecúmenos para inmuni­
zarlos contra las seducciones del paganismo y para instruirlos
también sobre lo que deben hacer (De cathechizandis rudibus, De
Jlde el operibus); p o r último, a las verdades relativas al o b ra r y a
las costumbres las incluye en la doctrina moral, llegando a esta­
blecer así un a clara distinción entre la exhortación moral (cuyo
cometido es estimular a la práctica del bien) y la doctrina moral
(conocimiento y reflexión teórica sobre las cosas que se deben
hacer). Puede apreciarse ya lodo ello en su ob ra más sistemática,
ei Enchiridion de Fide. Spe el C haritate (420-421): el libro primero
expone las verdades dogmáticas en torno al estudio de la fe, cuyo
código es el símbolo apostólico; las verdades morales se presen­
tan en pro fun didad en el estudio sobre la esperanza, cuyo código
es el Padre nuestro (libro segundo), y sobre la caridad, cuyo códi­
go está com puesto por los preceptos del decálogo y los consejos
evangélicos (libro tercero).
Tenem os ya, pues, ubicada la teología moral en el seno del
saber teológico; pero ¿cuál es la estructura interna general de la
reflexión ético-teológica de Agustín? Estos parecen ser sus princi­
pales y comunes rasgos. “ Comienza por distinguir, en la conside­
ración de las cosas morales, las res quibus fru im u r y las res quibus
uliinur. La doctrina moral debe, sobre todo, llegar a descubrir
cuál es el fin de que tendremos que gozar, la bienaventuranza a
que tendemos: este fin es la posesión de Dios. T odas las otras
realidades son cosas de las que sólo tenemos que usar, son me­
dios p ara alcanzar el fin; todas deben usarse según la ley suprem a
e interior de la caridad hacia Dios y hacia el prójimo: esta ley nos
ha sido manifestada en la Escritura y podemos observarla con la
gracia de Cristo (y sólo con ella). La desviación, o el pecado,
consiste en la subversión de las dos clases indicadas: lo m ar el fin

s II),. 439.
(
D i: LO S l’A D R ILS A N U E S T R O S D IA S 71

como si fuese un medio o usar de los medios como si fueran el


fin” 6.
H em os dicho que el obispo de H ip on a considera la ética
como el esfuerzo de adecuar lo vivido (por el hombre) con lo
pensado (por Dios), el com portam iento con el ideal; pero ¿cómo
se verifica esta adecuación?, ¿dónde tiene lugar? La respuesta la
elabora Agustín mediante dos categorías conceptuales, que cierta­
mente provienen de la tradición precedente, pero que con él ad­
quieren un nuevo rostro; más aún, a partir de él tales categorías
form arán ya parte del bagaje común de la tradición ética cristia­
na. Nos referimos a las categorías de la ley eterna y de la concien­
cia moral. En síntesis muy apretada, baste recordar que, para
Agustín, el lugar de la adecuación entre lo vivido y lo pensado es
la conciencia hum ana, pues en ella se manifiesta al hom bre la ley
eterna de Dios como voz que le obliga y como fuerza que le
impulsa a recorrer el itinerario de la purificación. “ La vida moral
cristiana es el resultado de un continuo proceso de introspección
y de asccsis personal mediada p o r la escucha de la conciencia".
A fuer de sinceros, hay que levantar acta de un reparo de gran
alcance sobre la moral agustiniana. “ Uno de los puntos más frági­
les en Agustín es su concepción de la sexualidad y del m atrim o­
nio. En este cam po hace numerosas observaciones inteligentes, si
bien, especialmente en los primeros escritos, se refleja fuertemen­
te su pasado maniqueo. Pero como Agustín, a pesar de todo, es
un teólogo muy creativo y fiel, no sorprende que su concepción
del matriminio haya tenido un gran, y con frecuencia desfavora­
ble, influjo sobre la iglesia en los siglos sucesivos. En la encíclica
Casti co m u b ii (1931), po r ejemplo, se cita al santo trece veces y
merece la pena leer los contextos de todas las citas a que remite e¡
texto pontificio” 7.
Podemos cerrar la época patrística de la construcción del dis­
curso ético, evocando las aportaciones de la corriente monástica,
que culminan en ¡as Collalioncs de Casiano y en los Moralia i/i
Job (homilías) de san Gregorio Magno (f 604).

De la pa t r íst ic a a santo T omás dl A q u in o

Suelen estar de acuerdo los historiadores en reconocer que,


desde san Agustín hasta finales del siglo XII, tanto la teología en
general como la ética teológica atravesaron un largo y tenebroso
período de esterilidad. Se intentaba repetir más o menos fielmen­
te, pero no de m odo creativo, el pensamiento de san Agustín. Nos

6 G. Anc¿I:I.in:-A. V a ls i ic c i ii . Disegno storico itella teología mótale. LDIS,


U ologna 1972, 78.
7 B . MARINO, ¡Jbcri c fc ilc li in Cristo, i . I’ a o l i n c , R o m a 1979. 58-59.
72 P R A X IS C R IS T IA N A - I U N D A M I.N I A C IO N

limitamos a reseñar simplemente, pues, los hitos de alguna


importancia.
En este tiempo, los monjes irlandeses y escoceses, en cierta
relación con los orientales, mitigan y a d ap tan la disciplina peni­
tencial de la iglesia rom an a, al instituir y establecer en todas las
iglesias la práctica de la confesión privada. Desde luego, este
acontecimiento tuvo un a gran incidencia en la reflexión moral,
sobre todo a través de los libros penitenciales, de gran influjo en
toda la iglesia occidental al menos durante doce siglos: coleccio­
nes de cánones que indican las penitencias que se han de imponer
a los pecadores según la naturaleza y el núm ero de sus culpas. En
los comienzos, tales libros contenían un simple elenco de tarifas:
las mortificaciones, ayunos y limosnas que corresponden a cada
uno de los pecados; pero, a raíz de la reforma carolingia, se pro­
curó completar este “ arancel de culpas” con otros elementos úti­
les para los confesores.
Antes de proseguir, introduzcamos un paréntesis para descri­
bir, a grandes rasgos y someramente, la situación:

— El discurso moral ya no se elabora en el contexto de la


experiencia litúrgica y la ética cristiana pierde la savia
em anada del contacto vital con el acontecimiento Cristo
celebrado en la liturgia.
— Tras las invasiones de los bárbaros y la implantación de
la penitencia privada, lo que urge c interesa es formar
confesores entre el clero poco instruido; prácticamente
la enseñanza moral se limita, pues, a explicar los barc­
inos de las penitencias correspondientes a cada pecado.
Se realiza así el divorcio entre fe y moral; el discurso
ético se pone prácticamente al servicio exclusivo del sa­
cram ento de la penitencia y se advierten ya los comien­
zos de la casuística. Conviene retener bien estas indica­
ciones, porque muchos (no tantos) siglos después nos
volveremos a encontrar con una situación'análoga.
— De forma progresiva se va elaborando el estatuto cientí­
fico de la reflexión teológico-moral al mismo tiempo
que se atenúa la dimensión mistérica, que constituye sin
duda el aspecto más característico y fecundo del discur­
so ético de los Padres.

La primavera del siglo XII

En este contexto, la primera figura digna de ser destacada es


san ANSlil.MO (1033-1109), hom bre form ado bajo los claustros be­
1)1 I O S P A D U I S A N U I.S T R O S D IA S 73

nedictinos y posteriormente arzobispo de Canterbury. Escribió


numerosas monografías sobre temas particulares; entre las que
dedica a los problemas éticos, encontramos: De libero arbitrio, De
easu diaboli. De conceptu virginali el originaU peccato, Cur Deas
homo. La moralidad, para el santo, consiste en la libre asimila­
ción del hombre al Bien, que es la idea divina; está estructurada
por dos elementos: la bondad de lo querido y la bondad del moti­
vo po r lo que se quiere. En cuanto al motivo, sostiene que no
puede serlo lo “ útil” de la propia bienaventuranza, sino que es lo
“ju sto” querido por sí mismo y, en última instancia, la gloria de
Dios a m ada con verdadera caridad. E insiste en que la libertad
forma parte de la m oralidad del acto hasta el punto de constituir
criterio fundamental para el juicio etico de la acción: la libertad
debe entenderse com o capacidad de autodclcrminarse y de adhe­
rirse al bien.
Nos adentram os así en el siglo x n , uno de los más notables
para la historia de la teología moral. El fervor y fecundidad teo­
lógicos se reflejan en estos indicadores:

— La reorganización y florecimiento de las escuelas monás­


ticas (Cluny, Citeaux), en las que se desarrolla la llama­
da “ teología m onástica” : su método se caracteriza por
su profunda inspiración en la Escritura, su dependencia
de la literatura patrística, sus reservas ante la dialéctica,
a la vez que exige disposiciones de simplicidad y humil­
dad p a ra la p ro fu n d iz a d o » del mensaje, actitud de o r a ­
ción ante el misterio; su contenido lo com pone preferen­
temente la historia de la salvación (particularmente los
misterios de Cristo) narrada en la Escritura y vivida en
la liturgia, y la inagotable problemática de la unión del
alma con Dios. Connotaciones de esta teología: sensibi­
lidad a los argumentos morales y espirituales; concep­
ción moral claramente evangélica y “ cristiana” ; perspec­
tiva típicamente ascética y religiosa; elaboración poco
científica, datla su actitud de rechazo ante los nuevos
fermentos racionales.

— Aires un tanto distintos se perciben en las escuelas cano­


nicales, regidas por canónigos regulares, cspiritualmentc
próximas a los monasterios, pero abiertas a las nuevas
corrientes. Especial mención hay que hacer de la escuela
de san Víctor, que incorpora ya a su estatuto las discipli­
nas racionales. En concreto, se estudia la práctica o éti­
ca, que se divide de este modo: ética solitaria, la que
hace referencia al com portam iento de los individuos;
ética económica o práctica, la que estudia la conducta
de la familia o de la casa; política o pública, la corres-
I’R A X IS C R IS T IA N A - F U N D A M E N T A C IO N
v
pondiente a la vida de lina ciudad o estado. Se imparte,
pues, sim ultáneamente las “ escrituras divinas” y las “ es­
crituras seculares"; pero, en realidad, se trata de una
yuxtaposición extrínseca de estos saberes y se nota una
actitud fuertemente pesimista respecto de las disciplinas
filosóficas. De la “ etica de los filósofos” se dice que es
una moral “ troncada y sin vida” , pues no sabe reformar
al hom bre a imagen de Dios. P or consiguiente, liemos
de reconocer, a pesar de todo, que la escuela de san
Víctor no brinda una aportación suficientemente válida
al desarrollo de la teología moral.
— En esta época surgen también las escudas urbanas, que
se levantan en el centro de las ciudades ju n to a la cate­
dral y posteriorm ente se transform arán en universida­
des. En ellas se hace un uso amplio del método y los
conceptos de las disciplinas profanas, con lo que la teo­
logía (precisamente se la llamará “ escolástica” ) consigue
dar pasos decisivos y se comienzan a recoger frutos me­
jores, incluso algún progreso sustancial, en el cam po de
la ética.

Estamos, pues, ante un rclanzamiento de la reflexión ética: la


ética ocupa un lugar destacado entre las disciplinas que se im par­
ten en las distintas escuelas; salen a la luz numerosos florilegios o
antologías en que se recogen los inventarios sistemáticos de “ sen­
tencias” sobre problemas morales; hacia la mitad del siglo se
cuenta con la traducción latina de los tres primeros libros de la
Etílica Nicomachea, a través de la cual penetra el aristotelismo en
la reflexión moral cristiana.
T odo s estos elementos y circunstancias contribuyen a un nue­
vo giro en la historia de la teología moral. “ La cuestión etica que,
con Agustín, se había planteado y construido platónicamente
como pregunta sobre las relaciones entre el bien y la historia,
entre el ideal y lo real, entre lo pensado y lo vivido, teniendo en
perspectiva la interioridad, la conciencia como ‘locus’ en que di­
cha relación se sitúa de forma correcta o equivocada, penetra,
pues, en la teología moral del medievo, mediante la reflexión de
Anselmo y Abelardo, com o cuestionamicnto sobre el situarse
consciente y libre del hombre en el marco de lo divino pensado y
del orden ideal: este será el pun to nuclear del debate ético” 8.
Se trata de la relación entre la conciencia y la ley, entre la
rectitud de intención y la norm a moral objetiva. De aquí la con­
troversia entre A belardo (1079-1142) y san Bernardo (1090-1153).
El primero subraya tanto la importancia de la intención subjeti­
va, del consentimiento y la conciencia, que convierte la intención
8 C. C a p fa k k a . o. c. (n. 4), 440-441.
di io s i' a o r i s a n i i i -:s t k o s d ía s 75

en el único criterio de valoración moral del com portam iento. San


Bernardo, empero, sin negar !a trascendencia de la pureza de in­
tención, acentúa la necesidad de que el hom bre se inspire en in­
tenciones objetivamente buenas, es decir, conformes con la ley
universal y eterna, que es el fundamento último del Bien. Diga­
mos, p o r último, que Abelardo es un gran a d m ira d o r del pensa­
miento pagano y particularmente de la ética pagana; por eso re­
comienda a los autores cristianos que la asuman en su moral
“ divina” , porque ella nos puede indicar, a su modo, “ en qué con­
siste el supremo bien y de qué modo se puede conseguir” . Tal ve/
haya que considerarlo más bien filósofo que teólogo.
Para cerrar la panorám ica de este siglo, a ñ adam o s que la leo-
logia moral va adquiriendo su ubicación especifica en el cuadro
del saber teológico. En esta línea significó un paso importante
Ai.ANO D E L IE L E ( t 1203), que puede considerarse un teórico del
método teológico (cf. sus Rcgulae de sacra ¡ficología) y establece
ya claramente la distinción de la ética: “ Thcologiac sunt duae
spccics, una rationalis, quac coclcstium scicntia pollicctur, alia
moralis, quac circa mores sive ¡nformationes hominum vertitur”
(De virlutibus el viliis). En el prólogo a la G/ossa sobre las Senten­
cias, atribuida en otro tiempo a Pedro de Poiticrs, podemos leer:
“ Sum m a dívinae paginae in crcdendis consistit et in agendis, id
cst in fidei assertionc ct m orum confirmationc” .
Es bien notorio, sin embargo, que la obra más im portante de
la teología escolástica de este siglo son los Scntcntiarum fíbri ijuai-
tuor de PEDRO L o m u a k d o ( t 1160 ca.). La obra no consagra una
parte especial a la ética; pero de los problemas morales se habla
un poco a lo largo y a lo ancho de todo el libro. Singularmente en
tres momentos se tratan algunas cuestiones éticas: los problemas
de la libertad y el pecado aparecen en el libro segundo, al relle-
xionar sobre la caída del hombre; en el libro tercero el a utor se
cuestiona, a propósito del Verbo encarnado, si Cristo tuvo las
virtudes, y en este contexto elabora su discurso sobre ellas (las
tres teologales y las cuatro cardinales) y sobre los dones del Espí­
ritu Santo, así como sobre los preceptos que hacen referencia a
las virtudes; finalmente, en el libro cuarto, se plantean y resuelven
los problemas morales relativos a los sacramentos. Recordemos,
p o r otra parte, que esta obra tuvo enorme resonancia hasta des­
pués del Concilio de T rento, pues todos los teólogos comenzaban
su enseñanza a partir de las sentencias del “ m aestro” .

Esplendida renovación de la mora! cristiana:


el siglo XIII
Antes de presentar los autores y aportaciones al desarrollo de
la ética cristiana de este siglo, conviene aludir a dos datos de
f
<\
76 P R A X IS C R IS T IA N A - P U N D A M IiN T A C IO N

enorme incidencia en toda su evolución histórica: la etica aristo­


télica se incorpora amplia y profundam ente a la reflexión moral
cristiana, ya que los primeros libros de la Etílica Nicomachea se
usaban como textos de la “ scientia moralis” en la Facultad de
Artes de París y, hacia 1250, Roberto G ossatcsta tradujo del grie­
go los otros siete libros, amén de hacer un a versión corregida de
la traducción ya existente de los primeros; se acepta abiertamente
el hecho de estudiar especulativamente, o sea, de m odo científico
la conducta cristiana.
En lo que atañe a la producción teológica, baste aludir de
pasada a los maestros de París, porque no tratan los problemas
morales de forma específica y unitaria en el marco teológico. M a­
yor interés, en cambio, reviste la producción teológica de la re­
cién aparecida escuela franciscana. A ella pertenece, como prime­
ra expresión, la Sum m a sic dicta fra tris Alcxandri, debida a la
colaboración de varios teólogos franciscanos. Todavía no se re­
serva un lugar específico para la moral; pero se distingue, al me­
nos teóricamente, entre la teología que trata de las cosas de la fe
y la que se o cup a de las costumbres.

El representante más genuino de la escuela franciscana es SAN


BUI í NAV ü NTURA (1221-1274). A unque no haya a p o rta d o grandes
novedades a la teología moral, su producción está marcada por una
doble fidelidad: la fidelidad a la tradición agustiniana y a su vo­
cación franciscana. De aquí las articulaciones fundamentales de
su discurso ctico: “ El problem a etico es el problem a del recorrido
del hom bre hacia Dios, del ‘itinerarium mentís in D c u m ’, de suer­
te que tod o el discurso teológico es un discurso ético, puesto que
se verifica ‘principalius ut boni fiamus’ (ante todo para que nos
hagamos buenos: In Scnt. proetn.), rechazando así la elaboración
de un a teología moral distinta dentro del universo teológico (Iire-
viloijuium, pról.), contrariam ente a lo que había enseñado la Sum ­
ma llalensis en el prólogo a la última parle” 9.
Se com prende así su ro tu nd a oposición a distinguir una parte
especulativa y otra p arte práctica en el ámbito de la teología 10,
pues la teología no es, en su conjunto, ni especulativa ni práctica,
sino que su función es prevalentcmente afectiva y e s p i r i t u a l Por
supuesto que esta visión vuelve abiertamente p or los fueros de los
desposorios teológicos entre kcrygma y ética, entre fe y coinpor-

" lb.. 442.


"R c c lc 11 le il ) S acra S crip lu ra d iv id ilu r in V elus cl N ovum T csfanicnlum , et
non in th co io g tcam et practice m sicul p h ilosophia: quia eu ni Scrip! ura fu n d etu r
p ro p ric su p e r co g n ilioncm fiilei, q uae virtus csl cl fu n d am cn iu m nio ru m et
iu slitiac et to tiu s rcciac vitae, non potest in ca sc q u csirari n otitia rerum sive
c re d c n d o ru m a n otifia m o ru in " ( Breviloquium, Prôl.).
11 “ S eientia tlieologia est h ab itu s affectivus et m édius in ter sp écu laliv u m et
p raclicu m , et p ro fine Iiabet lum co n tcm p latio n em , tum ut b o n i fiam us, et cjuidem
p rin cip aliu s ut boni fiam u s" (In î Sent., Proem .).
DI 1-OS I 'A D R I S A N U li S ’h D IA S 77

tamicnto; pero indudablemente esta actitud impidió o retrasó la


elaboración del estatuto científico de la moral cristiana. Téngase
también en cuenta que, en toda la obra del santo, se advierte una
cierta resistencia 3 usar categorías filosóficas y la negación a asu­
mir la “ ética de los filósofos” .

Llegamos a los tiempos de SAN A l.lJL R T O M A G N O ( 1 193 ó 1206-


1280), “ D octor universalis” y maestro de santo Tom ás de Aqui­
no. En sus obras teológicas mantiene una p ostura próxima a la de
la escuela franciscana, ya que también para él toda la labor teoló­
gica tiene connotación afectiva y lia de perfeccionar el entendi­
miento y el afecto; por consiguiente, toda la teología tiene carác­
ter eminentemente práctico y lo propiam ente ótico queda reducido
a simple exhortación práctica, recabada de los ejemplos bíblicos
de piedad y santidad. Pero hay que subrayar, a su ve/., que san
Alberto conocía la Etílica Nicomachea de Aristóteles, sobre la que
dictó un curso en C olonia y de la que escribió una Parufraxi, con
lo que, en el plano filosófico, reconoció el carácter científico al
saber ético. C om probam os, pues, un cierto dualismo en el santo,
como parece desprenderse de su distinción entre la “ etílica do-
cens” (conocimiento especulativo del objeto moral) y la “ etílica
utens” (exhortación pe rs u a s iv a )12.

M om ento c u m b k ií m l d jh v a l:
santo T omás d i: A q u in o

No resulta fácil presentar en toda su magnitud y fecundidad la


significación de esta figura señera del cristianismo. Basten unos
breves pero profundos rasgos para evocarla. Ln santo T om ás
(1225-1274) “se hace presente y sintetiza, además de la doctrina
de los Padres, la moral de los escritores post-patrísticos; de él
parte la teología científica que ha llegado hasta nosotros, aunque
su S um m a Thcologiae comenzó a leerse en las Escuelas sólo en el
siglo xvi” (Capone).
Pero hemos de resaltar otra nota, frecuentemente olvidada y
de tanto interés p ara estos tiempos difíciles. Para sus contem po­
ráneos, el A quinate “ no fue el ‘docto r com m unis’, sino más bien
un innovador controvertido; no fue un santo canonizado, sino
más bien el que introdujo una nueva corriente de filosofía secu­
lar; no fue un baluarte, sino más bien un maestro ampliamente

w "D u p lic ite r potest co n sid crari scientia ¡Nt.i: secundum q u o d cst docens, el
sic finis esl scire; vcl secundum q u o d cst ulcus, el sic linis ut boni Humus...
M odus h uius in q u a n tu m cst ulcus, est pcrsuasivus; in q u a n tu m esl docens, esl
d cm o n straliv u s, sicut cuiuslibel altcrius scienliae: cl hie m odus su llied ad scirc
in q u a n tu m est docens. scd non in q u an tu m cst u lcus” .
I'I ÍA X I S C R IS T I A N A - I T ' A M L N T A C IO N

sospechoso de herejía... En París, donde hizo sus últimos estudios


y enseñó, los dominicos eran m irados como un a raza extraña y
nociva: ni monjes, ni seculares (sacerdotes), gente que constituía
un desafio p ara todas las categorías tradicionales... Pero el estilo
de vida de santo T om ás y de sus co-hermanos tal vez ni siquiera
hubiera suscitado desaprobación, si no hubiera estado combinado
con otra postura revolucionaria: la aceptación de Aristóteles
como maestro del m étodo filosófico-teológico y científico. Tomás
tuvo que iniciar su carrera de profesor en medio de violentas con­
troversias. En muchas ocasiones, se prohibió a los estudiantes de
la universidad asistir a sus lecciones. Después de su muerte, el
obispo de París y el arzobispo de Canterbury condenaron nume­
rosas tesis defendidas p or santo T o m á s” 13.
Resulta inútil repetir y su brayar nuestra impotencia p ara ofre­
cer aquí una síntesis de la reflexión moral del Angélico. Nos va­
mos a reducir al análisis de la Sum m a Theologiae (1266-1273; el
santo escribió hasta la cuestión 90 de la tercera parte; Rcginaldo
trató de completarla con su Supplcmcntum), a reseñar los rasgos
fundamentales de su concepción ética y a sugerir algunas indica­
ciones críticas.
Para entender la estructura de la o b ra hay que acudir al p ró ­
logo general: “ La principal intención de la doctrina sagrada es
transm itir el conocimiento de Dios, y 110 sólo como es en sí mis­
mo, sino tam bién en cuanto que es principio y fin de las cosas, y
especialmente de la criatura racional. Al acometer la exposición
de esta doctrina, prim ero tratarem os de Dios; en segundo lugar,
del movimiento de la criatura racional hacia Dios; en tercer lu­
gar, de Cristo, que, en cuanto hombre, es nuestro camino para ir
a D ios” M. Se trata, pues, de una arquitectura compleja, ordenada
y unitaria, en la que cabe apreciar una síntesis completa y un
esquem a nuevo del saber teológico moral, recogido en la secunda
pars, la más larga de las tres y subdividida en dos por el mismo
A quinate (prima sccundae y secunda secundac) ,s.

" II. 11 AiUNCí. o. f ..(n . 7), 60-61, de quien liem os to m ad o la cita ilc A. D ullcs.
M .V. 7Vi.. I, q. 2, prol.
15 M erece la pena re p ro d u c ir sin téticam en te el esquem a: P rim era p arte de la
seg u n d a p a rte (I-II): I. E l f i n a que tiende el hom bre (qq. i-5); II. L os actos para
alcanzar el fin : 1.® E n general: I. Los actos hum anos en s i mismos: 1) los propios
del h o m b re: a) su psicología (q q . 0-17); b) su m o ralid a d (qq. 18-21). 2. L os com u­
nes con los animales: a) las pasiones en general (qq. 22-25); b) las pasiones en
p a rtic u la r (qq. 26-48). 2.° Los principios de tos actos humanos: 1) los principios
intrínsecos: a) las p otencias (rem ite a I, qq. 77ss); 2) los h áb ito s buenos (virtudes
y dones) y m alos (vicios: pecados) (qq. 49-89); 2) los principios extrínsecos:
a) la ley (q q . 90-108); b) la gracia (qq. 109-114).
S eg u n d a p a rte de la segunda p a rte (II-II):
2.v F.n particular: !. Los actos comunes a todos los hombres: 1) los de las
v irtudes teológicas: la fe (qq. 1- 16); la esperanza (qq. 17-22); la carid ad (qq. 23-46);
2) los de las v irtu des m orales (cardinales): la p rudencia (qq. 47-56); la justi-
D F LO S P A D R E S A N Ú .R O S D IA S 79

Para desentrañar, sin equívocos, la connotación teológica y la


connotación cristiana de la moral del Aquinate, nada mejor que
la lectura del prólogo de la segunda y la tercera parte l6. Santo
T om ás estudia el com portam iento h u m an o desde la perspectiva
del hombre como “ imagen de D ios” y con la finalidad de trans­
mitir el conocimiento de Dios en cuanto principio y fin de la
criatura racional: dimensión teológica. La marcha del hom bre ha­
cia Dios, que es en lo que consiste la moral (“ el movimiento de la
criatura racional hacia D ios” ), ha de describirse en el contexto de
la actual economía histórica, es decir, por referencia a Cristo,
“ que se nos ha aulom anifcstado como vía de la verdad, por la
cual podem os llegar, mediante la resurrección, a la bienaventu­
ranza de la vida inm ortal” . Sea lo que lucre de la posibilidad del
orden establecido en la Suinma, lo cierto es que los moralistas
posteriores, incluidos los tomistas a la letra, se fijaron y quedaron
fijados exclusivamente en la segunda parte, sin impregnarse su
doctrina de los principios c ideas que se hallan diseminados en la
tercera y que revisten tanta importancia p ara el com portam iento
moral cristiano: la moral cristiana dejó prácticamente de ser
“ cristiana” .
Las categorías fundamentales en torno a las que se centra y
concentra la ética tomista pueden sintetizarse en las siguientes: el
hom bre en cuanto imagen de Dios, el fin, la participación y la
conciencia.

— Para Tomás, el “ origen” y razón de la teología moral


reside en la presencia de Dios en el hombre como en su
imagen; más aún, precisamente la metáfora de la imagen
le cuadra al hom bre “ en cuanto es principio de su obrar
po r estar d o ta d o de libre albedrío y dominio sobre sus
actos” . Q ueda así subrayada de forma profunda e ines-
cindible la dimensión teológica, cristológica y a n tro p o ­
lógica de la moral: el hom bre es un “ ser m oral” en
cuanto que se autocom prendc y autoposcc com o referi­
do a su ejemplar (Dios) y a su fin (Dios), si y en la
medida en que se configura con la “ imagen de Cristo” ,
que, en cuanto hombre, es “ nuestro camino para ir a
D io s” y nos ha sido manifestado “ como vía de la ver­
dad, po r la cual podemos llegar, mediante la resurrec­
ción, a la bienaventuranza de la vida inm ortal” . Ll
hom bre no se presenta, pues, como sujelo en el orden

p ro p io s de algunos hom bres en c ie n o s estallos y condiciones particu lares


(qq. J 71-189). *
16 R eco m en d am os m uy especialm ente la lectura de estos prólogos. P ara una
p rim era ap ro x im ació n a la an tro p o lo g ía teológica de sa n to T o m ás y su incidencia
en la reflexión etica, ef. M. V id a l, El nuevo rostro de ¡a moral, P aulinas, M a­
d rid 1976, 118-148 (con bibliografía).
so l’IÍA X IS C R IS T IA N A - l 'H N Ü A M I N I A C IO N

cósmico, d o ta d o de la capacidad y urgido por el deber


de imprimir su im pronta en dicho orden, la im pronta de
su imagen, que es imagen de Dios.
— La segunda categoría fundamental de la ética tomista es
el fin , a la que dedica la prim era de las dos secciones de
su sistema (qq. 1-5). De la referencia al fin, que es la
unión con Dios en c uanto fuente de bienaventuranza
inmortal, cobran sentido y valor las acciones concretas
y la c o nd uc ta moral del hom bre (“ ca quae sunt ad fi-
ncm ” ); la bienaventuranza, fruto de la unión con Dios,
constituye, pues, el. principio necesario e inmutable que
fund am en ta y articula la elaboración del discurso ético
y sirve de n orm a para todos y cada uno de los actos
morales del hombre.

— El hom bre en cuanto imagen de Dios está llamado a


integrarse en el proyecto divino; pero esta integración
no se puede realizar sólo de m anera ejecutiva, ya que es
“ un ser intelectual, con libre albedrío y potestad pro­
pia” y está “ d o ta d o de libre albedrío y dominio sobre
sus actos". Por consiguiente, su inserción en el plan di­
vino habrá de hacerse de tal m odo que sus obras no sólo
estén conformes con dicho plan (ley eterna), sino que
libremente nazcan de su orientación al fin. Pero ¿cómo
se verifica esta integración? A través de la categoría cla­
ve de la participación, que se desdobla en dos momentos.
“ La primera y más fundam ental participación de la
ley eterna la da la ‘ley natural', en virtud de la cual la
persona h u m ana es consciente de su radical vocación; es
el mismo sello de Dios en nosotros, preñado de prom e­
sas y responsabilidades... La segunda participación es el
don del Espíritu (lex Spiriius), en virtud de la cual el
hom bre puede tender eficazmente a la realización plena
del plan de Dios. Merced a esta doble participación, el
hom bre adquiere la capacidad de contribuir personal­
mente al plan de D ios” l7.

— Esta capacidad del hombre, en virtud de su participa­


ción del proyecto divino, se actúa en y mediante la con­
ciencia, otra categoría básica de la reflexión ética tomis­
ta. Gracias a la doble participación reseñada, el hombre
puede conocer las exigencias éticas del plan de Dios (ley
natural —conocimiento h u m a n o — , participación de la
ley eterna —conocim iento divino— ) y realizarlas de ma-

l; Caí i ahha. o. i', (n. >1), 443.


¡H I O S l’A D U K S A N U IS T K O S D IA S SI

ncra electiva porque es el Espíritu el que da a conocer,


orienta y mueve al hombre. AI actuar así, este se identi­
fica con el fin (orientación hacia Dios) y se autorrealiza,
dado que su condición de imagen se plcnifica en el gra­
do de aproximación al ejemplar. En la conciencia del
hombre, por lo tanto, es donde se da el encuentro entre
el indicativo y el imperativo, entre el bien y la historia,
entre lo pensado y lo vivido, entre lo ideal y lo real;
pero esto no significa que la conciencia sea la norm a
absoluta del com portam iento hum ano, ya que las accio­
nes del hombre han de ser mediaciones históricas del
plan de Dios y han de estar orientadas intencional y
ontológicamcnte hacia el fin último.

Desde un pun to de vista crítico liemos de destacar que los


desposorios entre kerygma y com prom iso ético, entre naturaleza
y gracia, entre dogmática y moral, entre ley natural y ley del
Espíritu, tienen en santo T o m ás su formulación y realización cul­
minante. La estructura de su discurso y el m étodo son rigurosa­
mente teológicos; se puede decir que es el primer autor que nos
presenta una teología moral sistemática. Por otra parte, se ha
servido amplia y formidablemente de la filosofía moral clásica,
especialmente de la aristotélica, reivindicando la racionalidad de
la ética; pero las nociones filosóficas las adapta e incluso corrige
o interpreta diversamente para que sintonicen con las verdades
morales contenidas en la revelación.
En este contexto tan fuertemente antropológico-teológíco,
santo T o m ás no analiza y valora las múltiples actividades hum a­
nas según el esquema de los preceptos, sino según el esquema de
las virtudes teologales y cardinales. Este esquema resalta mucho
más los factores antropológicos de la conducta hum ana y las
posibilidades o potencialidades de la “ vida según el Espíritu";
en él los preceptos se presentan en función de las virtudes,
especialmente de la caridad, cuyo objeto es Dios en su vida
intima.
“ Al igual que san J u a n Crisóstomo, Tom ás es modelo de teó­
logo creativo y fiel en circunstancias que no siempre fueron favo­
rables a estas cualidades. T uvo que sufrir bastante menos que el
Crisóstom o, pero nunca se deplorará lo suficiente que su benéfico
influjo haya sido asfixiado p o r las autoridades eclesiásticas preci­
samente en un tiempo en que hubiera sido más profundam ente
necesario. Posteriormente, el tomismo no siempre estuvo al .servi­
cio de su cometido principal, pues se convirtió en simple repeti­
ción. A veces se reiteraron lisa y llanamente las formulaciones del
Aquinate; pero sin fantasía, sin volver a intentar, como él lo hi­
ciera, una valiente confrontación con el espíritu de la época y al
82 P R A X IS C R IS T IA N A - IT JN D A M E N T A C IO N

margen de la sana visión de los signos de los tiempos que el, en


cambio, tuvo” ls.

C a MUIO DB RUMilO: NUIIVO DIVORCIO


liNTRii l7li Y MORAL (SIGLOS XtV-XVIII)

La u nidad o nuevos desposorios del dogma y la moral, que


tan felizmente se consum ara en las grandes “su m as” de los siglos
anteriores, pro nto se vio com prometida; la formidable síntesis de
santo Tom ás, que representa la prim era elaboración sistemática
de la ética teológica, no tuvo buena acogida en los siglos poste­
riores. Se abre, pues, un nuevo período y el proceso de una nueva
elaboración de la teología moral, que parte de premisas precisa­
mente “ opuestas a las del Angélico (el pensamiento nominalista) y
desemboca, de todas maneras — a través de nuevas vicisitudes, la
aparición de las 'Institutiones morales’ y las controversias sobre
el tratado de la conciencia— en una teología moral cuyos fines y
cuya estructura son distintos de la construcción tomista. Esta ela­
boración está vinculada al nombre de san Alfonso, en cuya obra
alcanza su p u n to culminante de perfección” 19.

E l triunfo del nominalismo

T od av ía está por elaborar una visión histórica suficientemen­


te com pleta de la reflexión teológica de esta primera época (si­
glos XIV-X V); pero es notorio que, en los albores del siglo XIV,
ejerció gran influjo el franciscano J u a n D u n s S c o t o ( | 1308),
considerado com o el último gran teólogo del medievo. Aunque
puede decirse que ha quedado superada la tendencia a presentar el
pensam iento escotista como sistemática y totalmente opuesto al
de santo Tom ás, sin duda existen divergencias sustanciales entre
ambos, debidas sobre todo a la recuperación de las categorías
platónico-agustinianas por parte del “ doctor sutil” , en la línea
característica de la escuela de Oxford y de la orden franciscana.
P or lo que concierne a la moral, las connotaciones diferenciado-
ras más dcstacables son éstas: a) el p rim ado reconocido a la vo­
luntad y a la caridad sobre los valores de la inteligencia; b) la
consideración del H om bre-D ios (la persona de Cristo) como ar­
quetipo, centro y fin de la creación, puesto que la encarnación del
Verbo no se interpreta como un hecho condicionado p o r la culpa
de A dán , sino com o la coronación última del universo en Cristo.

,a B. H X r in g , o . c. (11. 7), 62 .
19 G . A n c e lin i- A . V a ls e c c iii, o . c. (n. 6), 105.
■»f '
1)1 I .o . s P A D R I S A N U J .S T II O S D I A S 83

Entre sus enseñanzas éticas, recordamos especialmente sus origi­


nales tesis sobre la ley natural y la estructura del acto moral.

El nominalismo nace justamente en el seno de la corriente


escotista, siendo su máximo expolíente Guilll-KMO DI; O c k a m
( f 1350 ca.). Su pensamiento ético lia tenido un influjo decisivo y
una incidencia muy fuerte en el desarrollo de toda la moral cris­
tiana ulterior. Veamos, pues, las dos coordenadas fundamentales
de su discurso ético: la concepción que tiene de Dios y la concep­
ción que tiene de la libertad del hombre:

— la idea de Dios se caracteriza sobre todo po r el atributo


de su om nipotencia absoluta sólo en el orden de lo “ fac­
tible” : “ To do lo que no incluye manifiesta contradic­
ción tiene que atribuirse a la potencia divina". Por su­
puesto, esta concepción teológica de Dios tiene que
repercutir en la comprensión del hombre y, en concreto,
en el modo de concebir
— la libertad del hombre. En este punto parece que Ockam
ha llevado “ hasta el límite ¡a concepción franciscana, que
subrayaba la libertad de la voluntad en relación con la
inteligencia, y cambia el concepto de libertad. Parece
que la libertad se entiende como mera facultad de elec­
ción entre los objetos singulares existentes: entre estos
objetos, jun to a muchos otros, se encuentra también
Dios... Dios deja de ser la base fundante y la finaliza­
ción última de la libertad hum ana para convertirse en su
posible objeto catcgorial...

Esta imagen de Dios y esta definición de libertad conllevan un


cambio inevitable en la respuesta al problema ético de fondo: el
fundam ento del bien y del mal moral. Si la libertad es libre de
querer o no querer el fin último, ya no es posible analizar la
bondad de los actos hum anos en términos de su relación al fin
último; resulta imposible determinar una ontología del bien y,
desde el punto de vista metodológico, tal vez se encuentre aquí la
última premisa de la separación de la teología moral respecto
de la teología dogmática, que se verificará definitivamente en el
siglo XVII” 20.
Es incuestionable que el hom bre está sujeto a la obligación
moral; pero el fundam ento absoluto de esta obligación es la vo­
luntad totalmente libre de Dios. De aquí el voluntarismo exaspe­
rado de su pensamiento: algo es bueno porque Dios lo ha queri­
do; algo es malo porque lo ha prohibido Dios. Un comporta-

C . C a í i a k k a . o. t. (n. 4), 444.


"l
K4 P Ií A X I S C R IS T IA N A - F U N D ¡N T A C IO N

miento h u m a n o es bueno por estar m andado po r Dios, pero no


por su racionalidad ética intrínseca, dado que Dios podría m an­
dar tam bién lo contrario. No olvidemos que la verdad auténtica­
mente nom inalista se reconoce p o r la respuesta afirmativa a la
pregunta: Si Dios te m andase que lo odiases, ¿lo odiarías? Ya no
interesa prácticam ente la fundam cntación de la ley moral, sino
que lo im portante es la referencia a lo ‘‘iussum vcl proh ib itum ”
(lo m an dad o o prohibido), es decir, la moral de preceptos.
Por otra parte, los conceptos universales no tienen correspon­
dencia alguna real (puros y simples “ nom bres” ); las únicas reali­
dades verdaderas son los singulares, lo individual. En este aspec­
to, los actos hum anos son lo más singular que pueda concebirse,
puesto que los realiza el individuo singular en un instante singu­
lar. El moralista, por consiguiente, se ha de preocupar no tanto
de la vida ética globalmente considerada, aunque siempre se ha
de actuar y profundizar a través de cada una de las acciones, sino
más bien debe interesarse po r considerar cada uno de los actos en
todas sus circunstancias precisas, puesto que la vida moral es una
continuación de actos irreductibles el uno a! otro y absolutam en­
te singulares. ¡Estamos ante los antecedentes directos del casuis-
mo y de la casuística!
En este contexto, la conciencia no es la mediación entre la
“ aprehensión del fin” y las “ cosas que se ordenan al fin” (Aqui-
natc); es simple mediación entre la libertad h u m ana y la volun­
tad, preceptiva o prohibitiva, de Dios. D e aquí las graves conse­
cuencias que se siguen para el discurso ético-teológico: 1) “ El
problem a moral fundamental ya no es el de cuál es el fin último
del hombre, el valor fundam ental y fundante que da sentido a
toda la existencia, sino este otro: este acto ¿es lícito o está prohi­
bido?; ¿puedo o no puedo realizar esta acción? 2) Semejante giro
de la problemática ética es signo y causa de una concepción de la
conciencia y de la libertad que la fragmenta y pulveriza en cada
uno de los actos, los cuales quedan conjuntados sólo por la subya­
cente y neutral identidad del sujeto que los realiza. ¡Ser buen o’ o
‘ser malo’ representa sólo una calificación que afecta al obra r de
la persona y no a su ser” 2I.

En este tiempo-bisagra entre el medievo y la edad moderna,


hay que destacar también ¡a Sum m a sacrae Theologiae de s a n
A n t o n i n o , arzobispo de Florencia (1389-1459). Se trata de
una obra singular, ya que sólo se ocupa de temas morales y al
margen de la teología dogm ática (se la denom ina también justa­
mente S um m a moralis), distinta de las “ Sumas para confesores” ,
que ya abu n d a b a n por entonces. La obra, impregnada de gran
hálito religioso y gran realismo hum ano, se divide en cuatro volú-

J1 Ib.. 445.
I>¡-. LO S l’A P K I S A N Ili .OS !>!AS

nicncs o partes: en la primera se exponen las nociones generales


(el alma y sus potencias, el pecado, la ley en todas sus m odalida­
des); en la segunda se reseñan cada uno de los vicios capitales
según su enumeración tradicional; la tercera presenta los dere­
chos y obligaciones de cada uno de los estados tic vida; la cuarta,
por último, estudia las virtudes cardinales, las virtudes teologales
y los dones del Espíritu Santo.
Sin duda, san A n to nino fue un precursor y gozó de gran a uto­
ridad en los siglos posteriores: po r un lado, continuó la inspira­
ción religiosa que impregnaba la justicia anselmiano-franciscana;
por otro, se esforzó por afrontar y resolver las instancias y pro­
blemas éticos de su época, especialmente los económicos, con
profundo espíritu cristiano y de manera eminentemente práctica.

M oral a n t r o p o l ó g i c o -j u r i d i c i s t a y c a s u í s t i c a :
LAS “ I N S T I T U C I O N E S M O R A L L S " (siglos XVI-X VIII)

En ciertos aspectos, el siglo xvi puede considerarse el siglo de


oro de la teología moral. Hemos de subrayar lo de cu c ia to s
aspectos, como se desprenderá fácilmente de nuestra visión sintéti­
ca, El dato incuestionable, en cambio, es que la teología moral se
erige en una disciplina a u tó nom a y distinta, por no decir desgaja­
da, de la dogmática. Señalemos, pues, las grandes líneas que pue­
den permitirnos una aproxim ación histórica y doctrinal al discur­
so ético cristiano de esta etapa.

— Con el renacimiento, la antropología em boca cauces dis­


tintos de los seguidos po r la antropología cósmico-
sacral de la edad media o la personalista de santo T o ­
más de Aquino: “ La antropología está dom inada o p o r
el individualismo, de matriz múltiple (nominalismo, lai­
cismo naciente, positivismo jurídico ampliado incluso a
las leyes de la naturaleza, reacción extrema al a utorita­
rismo, secularización total del principio de subjetividad
y, po r tanto, de la conciencia, etc.) o por el esencialis-
mo, defendido con una metafísica que inutilizaba la in­
tuición ontológica de santo T o m á s” 22.
— Los moralistas católicos polarizan su atención más en el
acto de la persona que en la persona que realiza el acto,
com o consecuencia de la connotación individualista de
la reflexión antropológica y como reacción frente a la
reform a protestante, que negaba todo mérito para la
vida eterna a los actos singulares. Y a este mismo resul-
22 D. C A l ’O N r . ¡ a i múrate <tei murtitisli. en " S c m i n : u ¡ m u ". 23 (1971/3), M.V
A
P R A X IS C R IS T IA N A - I U N D A M I N l A C IO N

tado llegó la moral fundam entada en la antropología


csencialista, pues se interesaba ante todo de 1a determi­
nación casuística de los actos para establecer su relación
con las leyes. En conclusión, la moral se ocupa del acto
codificado y tipificado casuísticamente; la ética deviene
minimalista, pues para la caridad “ o rdinaria” y evitar así
el infierno basta la observancia del mínimum de los
m andam ientos; el discurso moral se centra sobre todo
en la determinación de este m ínim um (casuística), tarca
que facilita el uso del decálogo, en lugar del esquema de
las virtudes, en la exposición de la teología moral espe­
cial; de las virtudes y los sacramentos se ocupa la ascéti­
ca, ciencia distinta de la moral, cuyo objeto específico lo
constituyen los factores de la perfección cristiana.

Por otra parte, puede advertirse un renacimiento del to­


m ism o ya desde los albores del siglo XVI, renacimiento
que florece sobre lodo en la escuela de Salamanca (do­
minicos Francisco de Vitoria, Melchor Cano, Domingo
Soto, Bartolomé de Mediná, D om ingo Báñcz), célebres
por sus importantes comentarios a la Sum m a de santo
Tom ás, singularmente a |a segunda parte (la moral).
Discípulos y herederos de esta escuela fueron los jesuí­
tas famosos de finales del XVI y comienzos del XVII, que
ostentaron las cátedras de las universidades más céle­
bres de E uro pa (Francisco de Toledo, Luis Molina, G a ­
briel Vázquez, T o m ás Sánchez, Francisco Suárez, etc.).
En todos sus comentarios se adm ira un gran equilibrio a
la hora de conjugar los principios con los nuevos y gra­
ves problem as políticos, económicos y familiares de su
tiempo; por eso son considerados no sólo como expo-
nentes de la moral “ d octa” impartida en las cátedras de
entonces, sino también como expresión de uno de los
m omentos más elevados de la teología moral.

Las Sum m ae confessorum. Esta teología moral académi­


ca, remansada en esas “ su m as” monumentales y esplén­
didas, no estaba al alcance de la m ayoría de los sacerdo­
tes: eran muy pocos los que frecuentaban la universidad;
no todos podían disponer de los enormes volúmenes en
que se recogían las lecciones de los maestros; se la consi­
deraba, sobre todo, como una teología demasiado com ­
pleja para la mayoría del clero y no utilizable directa­
mente en la práctica pastoral.
Se explica, pues, el éxito de las “ Sum m ae confesso-
ru m ” , continuación en cierto m odo de los “ libros peni­
tenciales” , aunque de más fuste y enjundia teológicos.
1)1 LO S 1‘A D K i S A N IJ IS T K O S D IA S 87

Este genero literario lo cultivaron teólogos y juristas de


diversas épocas, países y órdenes religiosas (enorme éxi­
to tuvo el Enchiridion confessariorum de M artín Azpili-
cucta, el Navarro (f 1586), con 81 ediciones en setenta
años). La estructura y valores de estas obras eran más o
menos siempre los mismos: prontuarios para confesores
en los que se presentaban, frecuentemente en orden alfa­
bético, las nociones más útiles p ara el sacerdote en el
tribunal de la penitencia; la solución práctica de los ca­
sos se exponía de modo claro y breve, sin complejidades
científicas; la preocupación fundamental era facilitar su
lectura rápida y la retención de las soluciones.

La moral posiridentina:
las Instituí iones"

El concilio d e T r e n to había insistido en la necesidad y utilidad


del sacramento de la peniten cia2’; a h o ra bien, uno de los elemen­
tos esenciales del sacramento es la confesión de todos y cada uno
de los pecados mortales según su especie, número y circunstan­
cias. Esta praxis, por tanto, implica una mayor exigencia y prepa­
ración de los sacerdotes en el cam po de la moral. Por otra parte,
el propio concilio había erigido la institución de los seminarios
para prom over la formación pastoral de los candidatos al sacer­
docio; pues bien, la práctica de la confesión representaba también
uno de los momentos fundamentales de la función pastoral. C o n­
secuentemente, se buscaba un instrumento actualizado que brin­
dase una iniciación científica suficiente y el arte de resolver los
casos de acuerdo con los principios.
Se contaba, a la sazón, con dos instrumentos: las voluminosas
“sum as” de teología para la docencia universitaria y las “sumas
prácticas” para confesores. Ninguno de los dos parecía satisfacer
las exigencias teóricas y prácticas del momento: las primeras re­
sultaban excesivamente científicas, complejas y minuciosas; las
segundas, a su vez, demasiado elementales y simplistas. Se echaba
de menos un tipo de obras morales que fueran bastante sólidas
desde el punto de vista especulativo, al mismo tiempo que muy
prácticas en lo relativo a la solución de los casos; un genero de
obras que hicieran llegar de modo accesible a los confesores las
nociones básicas c indispensables de la ciencia teológica y canóni­
ca, en línea con las orientaciones recogidas en el Catecismo roma­
no de 1566.
C o m o consecuencia de estas inquietudes y necesidades surgie­

!> C í. D S. 1680-1683; cánones correspondientes, 1706-1708.


88 l’K A X IS C R IS T IA N A - ¡'L IN D A M E N T A C IO N

ron i;ts llamadas ¡m tituliones theologiae moralis, que en realidad


pueden describirse com o la “ ciencia profesional” de ¡os confeso­
res. A los jesuitas precisamente se les confió la enseñanza de la
teología moral en muchos seminarios. No debemos, pues, extra­
ñarnos de que fueran ellos los principales autores y promotores
de este tipo de obras a mitad de camino entre la moral erudita de
las cátedras universitarias y tos prontuarios-repertorios utilizados
por el clero rural. Señalemos que c rp rim e ro en sacar a la luz una
publicación de este género, y darle justam ente el título de Institu-
íi011 es morales, fue el jesuíta J u a n Azor en los primerísimos años
del siglo XVI¡; dignas de mención son también la Medidla theolo-
giae moralis de líuscm baum (1650 ca.) y el Cursus theologiae m o­
ralis de los Salmanticenses (obra anó n im a de los carmelitas des­
calzos en seis volúmenes).
lil esquema de las “ instituciones morales” es casi siempre e!
mismo y se divide en cuatro partes: en la primera parte se estu­
dian las nociones fundamentales y generales sobre el com porta­
miento hum ano, inspirándose en la Prima secundae de la Suma
de santo Tom ás; en ia segunda, en vez de las virtudes, se expone
la lista de los preceptos del decálogo en la variedad de toda su
problemática, si bien se añaden los tratados sobre la fe, la espe­
ranza y la caridad por no encontrar la form a de ubicarlos en el
esquema de los m andam ientos; la tercera parte se ocupa de los
sacramentos; p o r último, la ob ra se cierra con un pequeño tra ta ­
do sobre las censuras, que suele tom arse o extractarse de los es­
critos de los canonistas.
Se consum a así la ruptura de la moral cristiana respecto de la
Escritura y de la teología dogmática, ya que la reflexión moral
teológica se articula en estos tres momentos: “ principia” (nocio­
nes generales) —• “ unde resotves” (aplicación a los casos prácti­
cos) — “ ergo quacritur” (cuestiones sobre casos controvertidos).
“ Ya no se ve a la vida cristiana b ro tando de ia participación
litúrgica del misterio pascual de Cristo, ni la connaturalidad pro­
funda y estrecha entre la enseñanza moral y el .misterio de la
salvación del que mana, com o aconteciera en la teología form ida­
ble de los Padres, que no situaban los sacramentos al final, sino
al principio. La consecuencia más grave es que se pierde de vista
la especificidad de la ética cristiana como ética de la gracia de
D ios” 24.
El discurso sobre el contenido de la teología moral se centra y
polariza en el decálogo; pero de él se hace sobre todo una lectura
racional, puesto que los m andam ientos se presentan como exigen­
cias de la razón hum ana a fin de huir de cualquier justificación
nominalista. Volvemos así a lo que constituye la característica
clave de esta etica cristiana (?): en las reflexiones se prefiere y

14 C . C aí t a h u a , o. r. (n. 4), 446.


1)1 I.O S l 'A D K I S A N U I S T K O S D IA S 89

enfatiza la fundamentación racional respecto a la bíblica y a la


teológica, incluso de los mismos mandamientos. ¿Por qué se luí
llegado a esta situación incomprensible y absurda? He aquí algu­
nos indicadores que pueden explicarla en cierto modo:

— Tras las terribles y largas guerras de religión, se piensa


que no es posible fundam entar la convivencia civil entre
los estados y dentro de un mismo pueblo en las convic­
ciones de la fe. Sólo cabe invocar, pues, com o elemento
c instrum ento com ún a la razón del hombre, bien com ­
partido por lodos independientemente de la fe que pro­
fesaren: “ la fe separaba, la razón une” ;

— los protestantes, especialmente los luteranos, enfrentan


de m odo maniqueo la razón (el mal, el error) y ¡a fe (el
bien, la verdad). Los católicos y la teología católica se
sintieron obligados, en virtud del contexto polémico y
de controversia en que se mueven, a subrayar de manera
prácticamente unilateral la instancia de ¡a razón;

— surge por entonces la ciencia moderna (Galilco-Newton),


caracterizada fundam entalm ente p o r su racionalismo.
Pues bien, el discurso científico se convierte en paradig­
ma incluso de la reflexión teológico-moral. Pero real­
mente ¿qué quieren significar estos teólogos moralistas
al apelar a la “ ra z ó n ” , al hablar de discurso o reflexión
racional, al enfatizar la “ ratio theologiea” ?

“ La razón era la ‘facultas conclusionum’ (la facultad para sa­


car conclusiones): en virtud de la razón el hom bre puede deducir,
de algunos principios dados intuitivamente, las conclusiones ap­
tas para resolver, desde la perspectiva moral, todos los problemas
de la vida. En virtud de esta concepción, se formulan las siguien­
tes consecuencias. Desde el punto de vista epistemológico, de
ciencia diríamos hermenéutica, la teología moral se convierte en
ciencia deductiva; con otras palabras: en tanto que para los Pa­
dres las exigencias morales nacían del inagotable esfuerzo de in­
terpretar el ‘d a to ’, es decir, la participación litúrgica en el miste­
rio de la salvación a la luz de la Sagrada Escritura, en esta época
se parte, en cambio, de un principio (se entienden mejor los ca­
racteres formales); en un discurso que se pretende sea teológico,
el deductivismo representa la enfermedad más grave que pueda
sobrevenirle” 2S.

25 Ib.. 447.
P R A X IS C R IS T IA N A - F U N D A M E N T A C IO N

L a profunda crisis m oral del x v il y el XVlll

Desde hacía tiempo estaba pendiente la controversia respecto


a los distintos modos en que el hom bre puede formarse un a con­
ciencia cierta a la hora de to m a r una decisión moral. Todos están
acordes en la im portancia o torgada al tratado sobre la concien­
cia; pero el dominico Bartolomé de Medina había formulado este
principio: es licito seguir un a opinión probable, aunque la contra­
ria sea igualmente probable o incluso más p r o b a b le 26. El prin ­
cipio del probabilismo, aplicado en otros tiempos también por
los grandes teólogos com o derivación de otro principio herme-
néutico más general: “ lex dubia non obligat” , se consideraba
muy útil para solucionar los casos con soluciones morales
opuestas.
Este principio se fue ampliando cada vez más, sobre todo por
parte de algunos autores de las “ institutiones morales” , y degene­
ró en lo que se llamó el laxismo: en las cuestiones controvertidas
se podía seguir como norm a moral cualquier opinión con tal que
gozase de un mínimo de probabilidad, aunque ésta fuese de ca­
rácter extrínseco y se apoyase en un solo autor. Nacieron así m u ­
chos manuales de “ resolutioncs” ; listas interminables de “ casos”
más o menos peregrinos c ingeniosos a los que se yuxtaponían,
sin discernimiento alguno, las opiniones más diversas de los dis­
tintos autores. Los redactores de estas obras eran personas muy
piadosas y austeras, aunque com partían las preocupaciones pas­
torales amén del gusto por la casuística. “ D am n a re n tu r plurimi
quos sentatiae probabilitas salvat” , escribió CaramucI, monje cis-
tcrcicnsc y obispo más tarde.
La reacción no tardó en llegar, justam ente en el medio janse­
nista. Reacción legítima sin duda, pero mediatizada p o r dos con­
notaciones deplorables: su exagerado rigorismo y su ensañamien­
to contra los jesuítas (Antonio A rn au d, Pascal con sus célebres
L ettres provinciales). Nació así una moral excesivamente rigurosa,
cuyo lema era: siempre hay obligación de seguir la opinión más
segura (tuciorismo).
T am bién se produjo la correspondiente reacción po r parte de
las autoridades eclesiásticas frente a estas posiciones erróneas:
puesta en el Indice de diversas obras de una y otra tendencia;
condenas p o r parte de Alejandro VII y de Inocencio XI. Unas
110 proposiciones extractadas de las obras de los laxistas fue­
ron condenadas como “ al menos escandalosas” 27, y 31 propo-

16 "S i est o p in io p m b ab ilis (t|uam sel. asscru n t viri supientes et co n firm an t


o p tim a arg u m en ta), licilum est cam scqui, licet o p p o sila p ro b a b ilio r sit" (Prima
iccw utac. q, 19, a. 6, concl. 3).
17 OS. 2021-2065; 2101-2166. ‘‘O m ncs pro p o sitio n es d a m n a ta c ct p ro h ib ilac
sicul iaccn t, ut m inim um ta n q u a m scandalosac et in praxi perniciosae” .
D E LO S P A D R E S A N U E S T R O S D IA S 91

sicioncs jansenistas lo fueron como temerarias o incluso heré­


ticas 28.
Ni aún entonces se calmó la polémica y, para intentar de al­
gún modo resolver los numerosísimos casos dudosos, los domini­
cos pro pug naron el principio del probabiliorismo: en caso de con­
troversia y de duda se puede a d o p ta r la opinión que exonera del
cumplimiento de la ley (la “ minus lu ta ” ) sólo cuando sea nota­
blemente más probable que la opinión que afirma la obligación de
cumplir la ley (la “ tu tio r” ). Esta posición, en el siglo XVtll, se
convierte en la oficial de la escuela dominicana, mientras que los
jesuítas continúan defendiendo el probabilismo, purificado cierta­
mente de todo influjo laxista. Reaparece, pues, la polémica con
m ayor encono; pero ahora se desarrolla entre probabilistas y pro-
babilioristas. Salvo pocas excepciones, puede decirse que la con­
troversia implicó prácticamente a todos y adquirió tonos injurio­
sos y alarmantes sobre todo en Italia. Favoreció este clima, por
otra parte, la extensión de la decadencia moral y la implantación
del rigorismo jansenista.

La obra renovadora de san Alfonso

Los comienzos de la salida de la crisis tienen su máximo repre­


sentante en SAN A l f o n s o M a r í a d i í L i g o k i o ( 1 6 9 6 - 17 8 7 ) . La pri­
mera edición de su Theologia morulis apareció en 1 7 4 8 ; pero no
logró imponerse hasta la prim era mitad del siglo XIX. Se caracte­
riza toda su ob ra por ser una reacción teológica y pastoral frente
al rigorismo, construyendo, a lo largo de las distintas ediciones de
esta obra, el sistema moral con el que ha sido asociado su nom ­
bre: el sistema del equiprobabilismo. El santo admite, como punto
de partida, el principio probabilista “ la ley dudosa no obliga” y,
p o r consiguiente, en esos casos se puede seguir una opinión pro­
bable; pero añade un correctivo de gran im portancia: “ Una ley
no puede calificarse verdaderamente como dudosa más que cuan­
do las opiniones a favor y en contra de ella cuentan con un grado
de probabilidad sensiblemente igual” .
No es el caso de desplegar aquí el desarrollo y evolución de su
actitud y de la de su congregación, que puede calificarse de p ara­
digmática y e je m p lar29. Ya en 1768 su “ Theologia moralis” fue
prohibida por el gobierno portugués y, antes de su muerte, se le
sugirió que reformase su obra, a fin de que la congregación re-
dentorista, por él fundada, no se viera expuesta a “ un descrédito

28 /JA', 2 3 0 1-2332. “ (D a m n a la e ct p ro h ib itae lan q u am ) Icm crariac, scanda-


losac, m alo solían les, iniu riosac, liacrcsi proxim ae, liacrcsim sapientes, erroneae,
schismaticuc, ct liacrelicuc respective” .
2V Cí. G . AnciI-iuni-A. V a ls e c c jii. o. c. (n. 6), 122; cf. también B. Hakinc;.
o. c. (n. 7), 67-69.
92 P R A X IS C R IS 'I IA N A - I U N D A .....N T A C IO N

m ayor y a pique de ru in a ” . Pero en el siglo XIX Pío VII declaraba


que, en sus numerosísimas obras, “ nihil censura dignum reper-
lum fuisse” ; en 1816 tuvo lugar su beatificación; posteriormente,
Pío IX lo proclam ó Doctor E cdesiac (1871). Desde entonces, nue­
va paradoja, todos los rom anos pontífices han exaltado su magis­
terio teológico-pastoral.
Pero ¿cuál ha sido la aportación realmente original y decisiva
de san Alfonso en el cam po moral? Ante todo, hay que referirse
globalmcntc a toda su obra, ya que refleja una concepción “ cristi-
form e" y “ cristodinámica": “ T o d a su doctrina es doctrina moral,
es decir, teo-cristocentrica, lo mismo cuando, en la Theologia mo­
ra! ¡s y otras obras afines, habla de la teología de la conversión
desde el límite del pecado, que cuando, en sus obras de espiritua­
lidad y devoción, trata de la teología del crecimiento en la cari­
dad de Dios por medio de Cristo y con la mediación de María,
cine, en el misterio de Cristo, es teológica y cxistencialmentc ca­
mino a Cristo y, po r consiguiente, a D ios” 30. El que hoy es vene­
rado como p a tron o de ios moralistas, concibió su obra como pas­
tor de almas, aunq ue la redactara según el modelo de las
“ lnstitutioncs morales” . Sus propósitos fueron “ abrir un camino
seguro de conducta m oral” , elaborar una doctrina justamente
equilibrada entre la ley y la libertad, form ar buenos confesores y
directores espirituales. En ese marco hay (.¡ue contextualizar la
grandeza y las limitaciones de su contribución al discurso etico
teológico 3!.

E l DISCURSO TLOLÓOICO-MORAL DilL SIGLO XIX

Vamos a presentar ahora el desenvolvimiento del discurso eti­


co teológico a lo largo del siglo. Lo vamos a hacer polarizando la
atención en las tres grandes orientaciones o movimientos que se
advierten y se imponen; el influjo de la moral alfpnsiana, la reno­
vación de los estudios bíblico-patrísticos y el renacimiento del
pensamiento tomista.
Ante todo, sigue adelante la teología moral manualista y
casuística; pero ah ora ya se ha convertido san Alfonso en el
maestro casi unánimemente aceptado por los moralistas católi­
cos, y su influjo se deja sentir en Francia, Bélgica, H oland a y en

D . Cai-onI.. o. c. (n. 22), 652.


11 Véase, p o r ejem plo, el esquem a de su Theologia m oralís y com párese con
el de la S unui d e sa n io T om ás: “ I. D e regula actu u m h u m an o ru m (de conscienlia,
de legibus); II. De p racccplis v irtu iu m th cologicarum ; III. De pracccptis dceaíogi
el ecclcsiae; IV. H e pracccplis p articu larib u s; V. De ratio n e cógnosccndi el dis-
ecrneiuJi p cccaía; VI. De saeram entis; VII. De ccnsuris ccclesiaslicis el irregulari-
la tib u s” . (4 vol. en la cd. crítica de L.. G a u d í-. R om a 1905-1912).
D i: LO S l’A D KIZS A N U IiS T R t JIA S 93

parte de Alemania. E ntre los manuales que retom an las enseñan­


zas del santo destaca el de J. P. GlJRY, Compendium theologiae
nwralis; su primera edición, de 1850, se distinguía por su absoluta
fidelidad al fundador de los redentoristas; en 1866, sin embargo,
sale a la luz en R om a la 17 edición “ ab auctore rccognita et
Antonii Balierini, in Collcgio R om ano professoris, adnotationi-
bus com pletata” . La polémica estalla de nuevo, ya que Balierini
ha intentado reconducir con sus notas el probabilismo a la forma
pre-alfonsiana y los redentoristas acabaron, tal vez sin apercibirse
suficientemente de ello, por reducir la originalidad y riqueza de la
doctrina de su fundador a la teoría del “ equiprobabilism o” . Cier­
tamente, a pesar de las correcciones ya indicadas, ayudó a difun­
dir las enseñanzas de san Alfonso el m anual del propio /(. B a ila i-
ni, completado por D. PALMIER!, jesuíta y sucesor suyo en la
cátedra en la universidad G regoriana. Pero en realidad hemos de
reconocer que todas estas vicisitudes rebajaron mucho la univer­
salidad del pensamiento alfonsiano y prácticamente su construc­
ción teórica quedó reducida a uno más de los diversos sistemas
morales de esta época, y con esta configuración ha sido integrado
en la manualística moral hasta nuestros días.
C om o segundo movimiento interesante de la época para la
historia de la teología moral, hemos de señalar el de la escuela de
Tubinga, que intenta diversos ensayos po r superar el discurso
fragmentario de la casuística, mediante la reflexión sobre los fun­
damentos de la ética y el establecimiento de un principio unifica-
do r de la vida y la teología moral. Para lograrlo, inicia un retor­
no a las fuentes bíblicas y se propo ne superar la distinción entre
la teología moral y la ascética. Las raíces de todo este movimien­
to pueden sintetizarse en las siguientes:

— la reacción frente al iluminisino, que halló uno de sus


com ponentes esenciales en el interés por la historia,
olvidada po r el propio iluminismo;
— este interés por la historia no podía precisarse de otra
m anera sino com o interés por la Escritura, por los
Padres y p o r los teólogos del pasado;
— la filosofía ética de Fichte y la filosofía religiosa de
Schlcicrmacher 32.

Esta renovación quedó plasmada en las excelentes obras apa­


recidas en este siglo:

— A. STAPI- publicó su Theologia morallx. estructurándo-

" C. C a í - f a r r a , o . c . (ti. 4 ). 4 4 8 .
P R A X IS C R IS T IA N A - H J N l*a M IIN T A C IO N

la en torno a la idea del reino de Dios como ley unifíca-


dora de la vida moral;
— J. M. S a il e r escribió un voluminoso manual (3 vol.),
cuyo centro unificador es la fe, de la que brota la vida
cristiana, y en última instancia la caridad, que funciona
como el principio “ arc a n o” de toda la conducta cris­
tiana;

— B. IIlRSCHEK, p o r su parte, elaboró una obra más


sistemática. Pero su lectura del reino de Dios está hecha
en clave humanístico-romántica, po r lo que adopta
como principio unificador de su tratado el desarrollo
interior de la persona (“ La moral cristiana como doctri­
na de la realización del reino de Dios en la hu m an id ad ” ,
en 3 vol.);
— M. JOCIIAM ha de encuadrarse en este marco, porque
presenta como idea-guia de todo su discurso ético la
autopcrfccción del hijo de Dios a partir de los sacra­
mentos. Su síntesis se caracteriza por el intento de unifi­
car de nuevo la dogmática-y la moral al viejo estilo de
las “ su m a s” escolásticas, y por su constante referencia a
los moralistas alemanes precedentes.

C om o tercer movimiento indicábamos el redescubi imiento del


pensamiento tomista, favorecido por las intervenciones pontificias
y sobre todo por la encíclica A eterni Patris de León XIII (1879).
Pero, además, la renovación se impone p orqu e sigue vivo el deseo
de superar el nivel casuístico de la moral de los manuales y existe
un enfrentamiento con la escuela teológica de Tubinga a causa de
las sospechas que suscitan sus vinculaciones con el idealismo y la
teología evangélica alemana. De aquí que puedan establecerse
dos submovimicntos: el de quienes intentan sintonizar el retorno
al Angélico con las inspiraciones fundamentales de Tubinga; el de
quienes se proponen la restauración tomista de la teología moral
al margen de los aportes de tal escuela.

D el retorno a santo T omás


al V a t ic a n o II (1900-1980)

E xtrem am ente difícil resulta describir con breves indicaciones


la amplia y profunda renovación de la teología moral en nuestro
siglo, ya que llega incluso a sus fundamentos; tal vez desde los
siglos X I 1 y X t l t no había tenido lugar un cambio tan grande y
radical en el discurso ético cristiano. No hay por qué sorprender-
DI LOS PA D KLS A NULSTKOS DIAS

se de esla constatación, puesto que también se ha verificado un


proceso vastísimo de transformación en el ámbito de la cultura y
en el medio social. To do s estos cambios abren, sin duda, nuevos
problemas y plantean nuevas preguntas; pero también descubren
nuevos frentes de renovación.
Para ofrecer a nuestros lectores una breve y precisa síntesis,
seguiremos muy de cerca la exposición histórica de J. G. Zih-
G L E K 33, que distingue tres etapas o períodos: “ El primer capítu­
lo, que se prolonga hasta 1930, se caracteriza por las discusiones
de principio sobre la estructura de la teología moral. Lo especifico
de los años que siguen hasta el concilio lo constituyen las tentati­
vas de dar realidad, en manuales de nueva concepción, a las suge­
rencias presentadas. A partir del concilio, la teología moral se
abre definitivamente a la reflexión crítica de los conceptos funda­
mentales” . En cada una de las etapas estudiaremos su trasfondo
histórico, su planteamiento específico y los problemas particula­
res que en cada una de ellas se cuestionan. Sin entrar en un des­
pliegue minucioso de datos, retom am os los resúmenes de Ziegler
y remitimos, para más detalles y profundizacioncs, a la biblio­
grafía.

E l período de las discusiones de principio (1900-1930)

En cuanto al contexto histórico recordemos que “ el integralis-


mo eclesiástico, el eticismo filosófico y el protestantismo de la
‘K ulturkam pF obligaron a una reconsideración de la estructura y
el método de la moral tradicional” . Las discusiones sobre los p ro ­
blemas de principio tuvieron lugar en los ambientes de lengua
alemana. Consecuentemente, “ el integrismo católico, apretando
sus filas en actitud defensiva y aislándose del mundo en torno,
contribuyó a que se reforzaran los ataques de! protestantism o
nacionalista contra la Iglesia, Bajo la influencia de una ética
exclusivamente filosófica, los distintos movimientos antieclesiásti-
cos concentraron sus ataques sobre la doctrina moral del ca­
tolicismo” .
Las discusiones de principio, prolongadas durante un decenio y
de m odo casi enfermizo en el ám bito alemán, pueden agruparse
en estas tres posiciones: el sí incondicional a la reforma de la
teología moral, la intransigente negativa a tal reforma y ¡os ensa­
yos de conciliación, que apelaban a la fundamentaeión sobrena­
tural, al contacto con la vida y la correcta estructuración tic la
casuística en el marco del discurso ético. Curiosamente, en el res­
to de E uro pa no tuvieron resonancia estos debates; pero por

33 Teología moral, en A A. V V ., I.a teología en el siglo XX. 111, lidien. M a­


d rid 1974, 264-304 (con bibl.).
96 1*14A X IS C R IS T IA N A - I U N D A M I.N T A C IO N

lodas partes irrum pieron los deseos de reforma. “ Id llamado


m odernism o se alzó en Francia, Italia e Inglaterra contra el
m onopolio neo escolástico de un eclcsialismo integrista y el llama­
do catolicismo reformista; en Alemania, contra el ‘ghetto cultu­
ral’ (querella literaria) y contra la discriminación política y social
(lucha sindical). Fl ‘am ericanism o’ de los irlandeses, condenado
en 1899, buscaba, frente a la política de enclave etnográfico de los
inmigrantes alemanes, una acom odación lo más completa posible
a las circunstancias del Nuevo Mundo.
Las complejas corrientes de este periodo turbulento rebotaron
en un primer m o m ento en la rígida coraza de la teología moral.
De ahí que los más violentos ataques de dentro y de lucra de la
Iglesia se c o n c e n tr a ra n p re c isa m e n te so b re esta disciplina...
(Pero) el presente q uedaba desterrado a la espera de la casuística.
Se explicaban los métodos que hubieran llevado a la reforma
radical, pero no se ponían en práctica” .
Por lo que concierne a los principales Lemas o problemas parti­
culares, a pesar de la actitud defensiva del ¡ntegrismo, se advier­
ten ya algunas tesis que vienen a ser hitos luminosos sobre el
m o nóton o trasfondo de los tratados canónico-casuísticos: el pos­
tulado tic que la tarca primaria de la teología moral es exponer
los principios de validez general, cuya aplicación hay que dejar al
discernimiento de la conciencia personal; “ la tesis de la primacía,
en orden a la salvación, de la conciencia de buena fe frente a la
simple posesión de la fe verdadera; el examen del aspecto social
con una honestidad concebida com o virtud moral; la postura en
favor de la igualdad de derechos de ios sexos; dei papel reconci­
liador de los cristianos en el m undo y del respeto a la opinión que
no concuerda con la p ropia” .

De 1930 al Vaticano II

En este período prc-conciliar, el trasfondo histórico reviste sin­


gular importancia. “ La renovación interior de la Iglesia, el conti­
nuo progreso de las disciplinas antropológicas y el movimiento
ecuménico aseguraron a la fundam entación graciosa (!) de la
m oralidad cristiformc, al aspecto personal del com portam iento
ético y a la responsabilidad terrena de los cristianos, el lugar que
les correspondía en la conciencia de los moralistas. El movimien­
to litúrgico, bíblico y kerygmático hicieron posible el paso de una
ética mosaica del cumplimiento, que obliga desde fuera, a una
m oral dinámica de la gracia, que impele desde dentro. La influen­
cia del personalismo filosófico y psicológico aceleró el tránsito de
una moral del ‘más allá n o’, externa y correcta, a una moral de
intención teónom a y de ‘actitudes’. El diálogo dentro del moví-
[>[•: I OS l’A D K I S A N U I S 1RO S D IA S 97

miento ecuménico contribuyó al nacimiento de una moral de la


responsabilidad frente a una moral de la ley, dem asiado segura de
sí misma. La renovación no transcurrió sin intervenciones re-
ta rda do ra s” .
Muy dignos de notar en esta época son los ensayos que se
intentan en la estructuración de los tratados de mora!. “ Ciertam en­
te que la posición de las obras canónico-casuísticas en conexión
con la promulgación del C1C seguía pareciendo inconmovible.
Pero, mientras tanto, la discusión especulativa sobre la nueva
configuración de la doctrina moral había alcanzado am plitud
universal. Las diversas propuestas convergían en la exigencia ele
que la elaboración más p rofunda de que había sido objeto la for­
ma teológica, personal y social de la teología moral, tenía que
hacerse visible en un desarrollo positivo, unificador y kerygmáti-
eo. Lín la disputa sobre el problema del principio moral, la discu­
sión alcanzó sus primeras propuestas tangibles de reform a” .
Pero, a pesar de todo, sigue prim ando la forma canónico-
escolástica espejada sobre todo en los manuales de “ corte ro m a ­
n o ” . Un punto de ru ptura muy destacable representa 13. HÁRING
con su obra La ley de Cristo. Teología moral expuesta para sacer­
dotes y para Uticos (1954), articulando la síntesis especulativa y la
aplicación práctica: “ Lo que nosotros buscamos... es una síntesis
más general en la doctrina de la imitación de Cristo (tom o prime­
ro), en el diálogo de am o r con Dios y con el prójimo (tomo
segundo), que... se continúa en la realización del universal domi­
nio del a m o r de Dios en todas nuestras energías psíquicas y
psico-físicas y en todas las esferas de la vida (tom o tercero)” .
Las grandes líneas de la literatura tcológico-moral de este
período discurren paralelas a las tendencias predominantes de la
teología católica: 1) la renovación cristológica, favorecida p o r el
retorno a las fuentes, bajo el impulso del movimiento bíblico y
especialmente del movimiento litúrgico, que se plasma en la l'un-
damentación cristiana de los deberes morales y la reducción a un
único principio del fundam ento de la ética teológica; 2) la polémi­
ca y debate en torno a la llamada ética de situación, cuyo conteni­
do conceptual es difícil de definir, salvo que se acuda a los escri­
tos de condena promulgados en tiempos de Pío XII-14; 3) la
corriente de inspiración tomista que busca establecer las relacio­
nes entre moral revelada y ética natural, cuyo exponente son las
obras consagradas a la teología de ¡as realidades terrestres y cuyos

14 La b ib liografía sobre la ética de situ ació n es m uy ab u n d an te; rem itim os


a la n o ta bibl. general; en co n creto , ef. G. Ancji i jni. Situación (etica de), en
1)Í"ÍM. 1022-1027. D estacam os sobre to d o la reflexión de K, R ahncr en repe­
lidas ocasiones; p ero en especial el articu lo Sobre el problem a de ana ética existe ti­
d a l form al, en II, T a u ru s, M adrid 1963, 225-244; véase tam bién II. S e n il.11.-
in i ( KX. 1:1 debate en torno a la ética de situación, en Dios y el hombre. Síguem e,
S alam an ca 1968, 329-343; A. G o n m jo r . La m oral de situación. P aulinas, M a­
drid 1971.
l'R A X IS C R IS T IA N A - I tlN O A M I.. .A C IO N

factores de inspiración son: el movimiento cclesial de la Acción


Católica y el deseo de dar una respuesta evangelízadora al fenó­
meno de la laicización de la vida social y a la descristianización
de las masas.

Desde el Vaticano II
a los años setenta: Autocrítica

Esta crónica ya nos es más familiar y, en distintos lugares,


hemos puesto de relieve la significación y alcance del Vaticano II
para el desarrollo de la teología moral en cuanto confrontación,
con los “ signos de los tiem pos” . C o m o trasfondo histórico de la
investigación critica de sus propios fundamentos, hay que subra­
yar el giro antropológico de la teología católica, que facilita el
imprescindible diálogo de la teología moral con las disciplinas
antropológicas de tipo positivista, y la a pertura ecuménica que
favorece un diálogo cada vez más profundo y responsable con la
teología refo rm ad a y ortodoxa. “ A este triple impulso debe la
teología moral el ímpetu para revisar todos sus esquemas, incluso
los más venerables. Con ello se enrola en la situación de la ‘Igle­
sia en servicio’, que se entiende a sí misma no sólo como docente,
sino a la vez también disccnte” .
En esta perspectiva del salto al examen autocrítico de los prin­
cipios, el discurso ético teológico desplaza el “ centro de gravedad
de la estática a la dinámica, de la teoría a la praxis, de la ley a la
conciencia. Sobre este trasfondo se verifica una reconversión a
Cristo com o principio cnlitativo; a la Sagrada Escritura como
principio primordial de conocimiento, y a la caridad como princi­
pio operativo de la conducta m oral” .
La teología moral, ciencia de la praxis del cristiano, llevará a
cabo esta transformación si logra elaborar un discurso fundado
en la palabra de Dios y mediado por la auto-comprensión del
hombre de hoy, si conjuga la lectura de la palabra de Dios y de la
auto-conciencia humana.

Los fren tes actuales de la teología m oral

No es posible ofrecer una síntesis del modo nuevo en que se


construye hoy la cuestión ética y la problem ática moral en el
ámbito cristiano. U na cosa parece segura: hay acuerdo en que la
instancia ética nace necesaria e inapelablemente del kerygma;
pero com o el kerygma 110 se da nunca en estado puro, sino
mediado en y por la prccomprcnsión históríco-cultural, asistimos
a un desdoblam iento de discursos teológicos que intentan expo-
1)1 I O S l’A D K I S A N U I S IR O S . ,\S 99

ncr la realización y verificación del encuentro entre kcrygma e


historia.
Podemos señalar, pues, unas prom etedoras e incipientes refle­
xiones teológico-morales (pueden calificarse incluso de provoca­
doras) que surgen del discurso de la teología de la esperanza y de
la teología política, de la teología de la liberación y de la teología
de la cruz. C om o paradigmática, aunque con las limitaciones que
com porta por tratarse del enfoque propio de la teología política,
transcribimos el ensayo de “ definición” de la fe de los cristianos
en la historia y en la sociedad elaborada por J. B. Metz:

“ La fe de los cristianos es una praxis dentro de la historia


y de la sociedad que se concibe como esperanza solidaria en
el Dios de Jesús, en cuanto Dios de vivos y muertos que
llama a todos a ser sujetos en su presencia.
12n esta praxis (de seguimiento), de gran tensión apoca­
líptica, los cristianos se acrisolan en la lucha histórica p o r el
hombre: se comprometen porque todos lleguen a ser solida­
riamente sujetos; contrarrestan con su praxis el peligro de
la larvada destrucción evolucionista de la historia subjetiva
de los hombres, así como el peligro de la negación de! indi­
viduo con vistas a un nuevo modelo posburgués de
hom bre” -13.

Curiosam ente, sin embargo, hemos de prevenir frente a una


situación realmente llamativa. Todas estas corrientes teológicas
coinciden en acentuar la dimensión socio-política de la fe y el
prim ado de la praxis; pero, en verdad, no esbozan siquiera un
repensamiento fundamental de la ética en cuestión y del discurso
ético-teológico. A veces, se tiene la impresión de que se trata más
bien de un discurso de carácter “ apologético” , que identifica la fe
con una instancia crítico-social. Tam bién ahora nos contentare­
mos con aducir el testimonio de un escritor sudamericano para
apoyar nuestra afirmación.
“ Ln el contexto latinoamericano, la carencia de una reflexión
ética sobre el tema de la liberación ha tenido efectos altamente
negativos. Así, por ejemplo, el enorme retardo de una ética de
liberación con respecto a la teología de la liberación ha dado
como resultado, en la práctica, la usurpación ilegítima por parte
de esta última de las funciones propias de la primera, liste hecho
ha conducido, por una parte, al desconocimiento práctico de la
a utonom ía propia ele la tarea liberadora como tarca secular; y,

■'* I.a f e en ¡a historia r en ¡a suciedad. C ristian d ad . M adrid 1979. 91. Se


tra ía , en p alab ras del a u to r, del “ esbo/.o de una teología política fundam ental
p ara n u estro tie m p o ” .
¡00 P R A X IS C R IS T IA N A - i ... .D A M liN T A C lO N

por otra, a la reducción ética de la fe, asi com o a la utilización de


la ‘teología de la liberación’ cóm o una ideología legitimadora del
cambio social revolucionario. Por lo tanto, la buena salud de la
propia teología de la liberación está exigiendo la mediación de
una ética a u tó n o m a y adulta... Y también la buena salud de la
propia fe” -’6.
Posiblemente esta clusión del problema moral se deba, por
un a parte, al rechazo de la ética social propuesta por la doctrina
pontificia clásica y, po r otra, a ¡a asunción acrítica de la afirma­
ción m arxista de que la opción revolucionaria resulta del análisis
“ científico” de la dinám ica social. No olvidemos que G. G irardi
llega a p ro pu gn ar en línea de principio: “ No es, a fin de cuentas,
la verdad divina la cjnc juzga la verdad hum ana, sino la verdad
hum ana la que juzga la verdad divina. No es Va fe la que juzga a la
ciencia, sino la ciencia la que juzga a la f e " 37.
Muy diverso parece el juicio sobre las modernas versiones de
la “ teología de la cruz” , pues se la considera “ capaz de ofrecer
aportaciones decisivas p ara una investigación teológica que, en el
horizonte tic la fe, intente afrontar las preguntas fundamentales
sobre Dios, sobre Cristo y sobre la presencia cclesial en el m u n­
do, que surgen de las ricas experiencias de las teologías ‘socializa­
das’ (teología ‘política’, de la revolución, de la esperanza, de la
liberación...), a prim era vista dispersas y ‘pródigas’ en las playas
horizontalistas de la problemática h u m ana sociopolítica” 18.
En linca con las intuiciones de san Pablo, subrayadas vital­
mente con tanta intensidad p o r Lulero, que ponía en la cruz el
elemento discernidor del ser y del ob ra r del cristiano, para los
autores de la theologiu crucis, “ la cruz del resucitado constituye el
paradigm a y el banco de prueba de la autenticidad del ob ra r cris­
tiano y lo cualifica en todos sus contenidos. A sumiendo la termi­
nología grata a ciertos moralistas alemanes, la cruz se presenta
como el ‘trascendental’, o el horizonte que da significado y forma
a todo elemento catcgorial, es decir, a todo contenido o elección
particular en que el ‘trascendental’ se expresa sin que llegue nun­
ca a agotarse” .
La relectura del misterio de la cruz en toda su dimensión reli­
giosa (aban do no de Dios), política (rechazo de Jesús por parte
de! poder eclesiástico y civil) y social (marginación dentro de la

G . GimÍiNI z. De la "doctrino social tic la iglesia" a la ética de ¡a liberación.


cu Panoram a de la teología latinoamericana. II. Síguem e, S alam anca 1975, 46-47;
el. I ). D u ssin ., Pora uno ética de la liberación latinoamericana. 2 U>m.. Hílenos
A ires 1973; red u cid o :il área tic la ética social y m uy esi|uem álicam "iilc. véase
el tra b a jo de M. V id a l. "Teología de ta liberación" y ética social cristiana, en
til discernim iento etico. C risliu u d ad , M adrid 1980. 147-159.
C ita d o p o r G. A n i í i u n i , D ilatazione del lem a político ed elusione della
ri/lessione etico, en Problemi e prospettire di teología m onde. Q n crin ian a, Hres-
cia 1976, 461.
’* G . M Al TAI. Cruz, en DlíTM, 1281 (con bibl.J-

DI LO S P A P R I i S A NIJI-'STRO S D IA S 101

dialéctica histórica que excluye a los sin-poder), constituye una


elave de sentido y una motivación para que el hombre alcance su
madurez en el camino de la cruz: y jí* haga cruz, recuperando así
la unidad destruida; para que salga de su apatía y se abra al
sufrimiento y al amor; p ara im pregnar su existencia po r la opción
prcfcrcncial por los marginados, por los condenados y los últimos
de la tierra, que son “ sacram ento” de Cristo; para desmitificar el
poder, tom ar distancias frente a todos los regímenes y sistemas
dominantes y participar con un compromiso crítico en los movi­
mientos y luchas de liberación; para relativizar el tener y valorar
el ser delante de Dios; para adquirir el “ sentido del límite” en
nuestra sociedad del despilfarro; para configurar una economía
de sentimientos, actitudes y realizaciones materiales, a todas las
escalas y niveles, fundam entada en la dimensión “ kenótica", en la
connotación de “ sim -patía" asumidora del dolor del otro, en la
lógica del don oblativo y la gratuídad.
C om o seguir a Cristo implica con-morir con él y con él ser
con-scpullados, la vida nueva a que hemos resucitado exige que
continuemos en nuestro espíritu y en nuestra carne la pasión libe­
radora de Jesús. Así nuestra vida y nuestra praxis se (nos) irá
cristificando (Christum-facere) e identificando con el cuerpo de
Cristo, que es la Iglesia (Col 1,24). Por eso hemos de ser muy
conscientes de las indicaciones de M ollmann: “ Los cristianos que
permanecen fieles a la cruz serán siempre extranjeros y extraños,
incluso en la sociedad sin clases. La identidad cristiana no se
comprende más que como un acto de identificación con Cristo
crucificado, en la medida en que Dios se ha identificado en Jesús
con los sin Dios y los aband onado s de D ios” i'1.

El m om ento presente de Ia teología moral

Cualquiera puede co m p ro bar fácilmente que, en el ám bito de


la misma Iglesia católica, hay distintas formas de hacer teología
moral, y que son muchos y muy im portantes las cuestiones y pro­
blemas éticos que siguen pendientes, esperando una clarificación
y una respuesta, esperando un discurso teológico-moral inCultu-
rizado.
Recientemente lia visto la luz pública una parcial reseña de los
moldes y cauces con que hoy funciona y discurre la ética teológi­
ca: en concreto, la panorám ica se ciñe p o r ahora a tres países
europeos (Italia, Alemania y Francia) y dos de Nortc-América
(listados Unidos y C anadá). Próximamente se completará esta
presentación'"1. Para el contexto latino-americano puede verse el

” II).. I2K2.
40 cr. " S iM o r " , X V I Ii/l (1980).
102 FK A X IS C H IS I I A N A - I UN D A M I i N I'A C IO N

estudio de R. Ml LIAN Di, Trayectoria y sentido de ¡a ética en el


pensam iento latinoam ericano41. En España, en cambio, el p ano ra­
ma tiene características casi desérticas tanto en publicaciones
com o en estudios históricos, aunque se empieza a vislumbrar un
proyecto de primavera que, con sentido de colaboración y res­
ponsabilidad p o r parte de todos, puede florecer y dar frutos en
sazón tal vez p r o n t o 42.

41 " C u a d S a lm l'il” , 5 (1978), 359*375.


4J H ay que d estacar el in ten to , hasta ah o ra aisla d o y so litario , de M . VIDAL.
M ora/ de actitudes, 3 vol., P erpetuo S ocorro, M adrid I974ss; la revista “ Pente­
c o sté s" (a p a rtir de 1979 con el titu lo de “ M o ralia"). revista de ciencias m orales,
ed itad a p o r el In stitu to S u p erio r de Ciencias M orales; la revísta "S al T crrae",
que d edica dos n ú m eros al a n o a los tem as éticos; algunos núm eros m onográficos
de o tra s revistas y p u nto. C o n esta o b ra , l£dicioncs Paulinas pretende salir al
ruedo de la reflexión m oral y enriquecer, a la vez que im pulsar, el d iálo g o entre
los m o ralistas españoles. T am bién qu erem o s a lu d ir a la o b ra de A. M o r t'u la n o .
¡'róblenlas actuales de Moral. 2 vol. (hasta a h o ra), Síguem e, S alam an ca 1979
y I9K0, y a la revista ‘'P ro y ecció n ” , ele la facultad de teología de G ra n a d a , que en
lo d o s sus n ú m ero s p ublica algún artícu lo sobre cuestiones m orales.
Parte seg u n d a

LA DIM ENSION MORAL


DE LOS SINOPTICOS

G A S P A R M O RA BARTRÚS

Doctor en Teología. Hspcciali-


/.ado cu Teología moral. Profe­
sor de Teología mora! y T eolo­
gía espiritual cu la Facultad de
Teología de Barcelona, Sección
San Paeiano

C APITU LO 1: lil conjunto del mensaje sinóptico y el


lugar de su dim ensión moral
C A P I T U L O II: íi! contenido de la ética evangélica
C A P I T U L O 111: Sentido y alcance de la ¿tica evangélica

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