Está en la página 1de 18

LA LENGUA ESPAÑOLA

EN SU HISTORIA Y SU
GEOGRAFÍA
Lunes, 05.24.2021

Resumen
Leticia Lorena Mendoza Aguilar
Matricula: 7200002165
720000216@udal.edu.mx
2

ESQUEMA
1. La lengua española en su historia
El español como lengua milenaria
 Los contactos lingüísticos peninsulares
La expansión de la lengua española
La estandarización del español
2. La lengua español en su geografía
2.1. Perfiles geográficos del dominio hispánico
2.2. El español como lengua de un extenso dominio
2.3. El español como lengua unida y diversa

Introducción
La lengua española ha existido en contextos muy diferentes y coexistido con variedades lingüísticas
muy diversas: lenguas de la misma familia o de familias muy ajenas, lenguas orales o de poderosa
cultura escrita, variedades locales o de extensa geografía. En contacto con todas ellas, el español
hay ido construyendo una marcada personalidad y sus hablantes, unas identidades sociolingüísticas
que no son uniformes, pero que permiten reconocer claramente un aire de familia. Por otro lado, así
como la lengua española dispone de una forma interior que se corresponde con la cultura de
sus hablantes y su visión del mundo, también los hablantes han determinado algunos de sus rasgos
formales y de sus patrones de uso, recurriendo a mecanismos políticos y de planificación. Una
adecuada comprensión de la sociolingüística de la lengua española exige conocer sus características
esenciales en la historia y en la geografía, si bien los aspectos que merecen una atención más detenida
tienen que ver con la historia social de la lengua – con su historia externa –, los relativos a los
contactos con otras lenguas y los que afectan al uso del español en las sociedades de su
dominio. La historia social de la lengua nos lleva a comprender las situaciones sociolingüísticas
que el español ha conocido en las distintas etapas de su existencia, desde su nacimiento a su
consolidación como lengua internacional, y la incidencia que en él ha tenido la planificación y la
política lingüísticas. Los contactos con las lenguas circunvecinas han sido, por su parte, factor esencial
en la constitución del español y de sus variedades, mientras que el uso de la lengua se ha manifestado
en modalidades geolingüísticas y sociolingüísticas que han dado diversidad a la lengua, sin quebrantar
su fundamental unidad
1. La lengua española en su historia
El nacimiento del castellano fue paralelo al de las demás variedades románicas de la Península,
variedades que primero recibieron el nombre genérico de romances y posteriormente fueron
particularizándose como gallego (gallego-portugués), leonés (astur-leonés), riojano, navarro,
aragonés, catalán y, por supuesto, castellano, todas ellas surgidas desde el latín de Hispania.
3

Sabido es que las lenguas no emergen en fecha exacta ni con partida de nacimiento, por eso la dificultad
de datar su antigüedad e incluso de determinar cuáles son sus primeros testimonios. Por otro
lado, en el momento de su gestación, tan importantes como la configuración y el dinamismo de la
propia lengua emergente, son las influencias que recibe de las modalidades lingüísticas con las que
tiene contacto, factor este que también afectará a la evolución subsiguiente. Poco a poco,
conforme las lenguas van ampliando sus mecanismos lingüísticos y sus horizontes comunicativos,
van cumpliendo funciones sociales de distinto orden, pudiendo convertirse en vehículo de la más
refinada expresión literaria, así como en instrumento de la política y de las instituciones sociales. Todos
estos aspectos – gestación, contactos, dimensión política y desarrollos sociolingüísticos – son los
que ahora comentaremos a propósito de la historia de la lengua española (Lapesa 1980, Menéndez
Pidal 1972, 2005)
1.1. El español como lengua milenaria
La condición de lengua milenaria es atribuible a muchas lenguas del mundo, aparte de la española, pero no
por ello deja de ser trascendente. Esa longevidad significa, por un lado, que la lengua ha sido instrumento d e
comunicación útil para
una comunidad de hablantes durante un tiempo considerable, con lo que ello supone para la consolidación
de su uso en ámbitos comunicativos muy diversos; por otro lado, significa que la lengua ha tenido que
adaptarse a muy diferentes circunstancias culturales, políticas y sociales, a partir de las cuales ha
podido enriquecer todos sus recursos lingüísticos, desde los léxicos a los pragmáticos. El origen del castellano
se sitúa en la época en que los hablantes de latín visigótico de la Península (siglos VI-X) dejan de reconocerse
como hablantes de latín y adquieren conciencia de la peculiaridad de su lengua cotidiana (Wright 1989).
Esa conciencia tuvo que alcanzarse a propósito de la lengua hablada, pero la constancia nos ha llegado a
través de la lengua escrita. En efecto, mientras el uso del latín – un latín arcaizante, formal, literario – era
habitual en los escritos de contenido elevado, tanto de materia política como religiosa, en la comunicación con
fines no literarios iban aflorando manifestaciones textuales que sus emisores ya no reconocían como latinas
(Cano 2004). Las primeras manifestaciones escritas de las lenguas románicas – incluido el castellano –
fueron, en gran parte, textos de naturaleza pública, como los fueros y las crónicas, ligados a la esfera del poder
y de carácter jurídico o político, pero también hubo textos de naturaleza privada, redactados con un fin
utilitario e inmediato, sin la idea de darles como destino la lectura pública y general. Aquí se encuadran las
glosas (la glosas emilianenses, las glosas silenses) que se anotaban en los márgenes de los códices
redactados en latín, los listados de objetos o productos, como la “Nodicia de kesos” (relación de suministros
para la despensa de un monasterio), los borradores de textos, las cartas o los testamentos privados. Los
autores de esos textos fueron generalmente monjes o notarios, dado que los lugares de escritura más
habituales fueron los monasterios, las cancillerías y los ambientes jurídicos. Los cenobios tuvieron una gran
importancia en la conservación y difusión de la cultura durante la Alta Edad Media, puesto que allí se
encontraba un buen número de individuos capaces de dominar la lengua escrita: primero en latín; finalmente
en romance. El hecho es decisivo en una época de analfabetismo casi generalizado. Los documentos a los
que se acaba de hacer referencia nos sitúan hacia el año 980, en el caso de la “Nodicia de kesos”, y
hacia 1050 para las glosas emilianenses. Han transcurrido, pues, mil años de historia de una lengua que en
su origen ocupaba una porción del Norte de la Península Ibérica, flanqueada por las hablas astur-leonesas, al
Oeste, y navarro-aragonesas, al Este. Naturalmente, el castellano, como toda lengua natural, ha
evolucionado y cambiado de forma palmaria en el último milenio, sin embargo llama la atención el alto
grado de inteligibilidad de la lengua antigua por parte de los hablantes modernos, cuando son relativamente
cultos. 1.2. Los contactos lingüísticos peninsulares El conde castellano Fernán González desgajó su
4

condado del histórico Reino vecino de León en un proceso de independencia que culminó en 1037 con
la creación del Reino de Castilla. Las primeras tierras castellanas se ubicaban en la confluencia de Burgos,
Cantabria y Guipúzcoa. Castilla fue tierra de fronteras cristianas y de fronteras musulmanas, tierra de
contactos de gentes y de lenguas. Sus dominios fueron poblados por cántabros y vascones y ello se tradujo
en la formación de una variedad romance diferenciada del leonés y del navarro-aragonés, pero que
compartía elementos con ambas. Al mismo tiempo, en esta variedad se dejó sentir la proximidad del
vasco, en forma de transferencias lingüísticas. Así, el reducido número de vocales vascas – como el de otras
lenguas prerromanas – contribuyó a la desfonologización de las oposiciones vocálicas del latín (vocales largas
y breves, después abiertas y cerradas), influyendo en el hecho de que el castellano acabara contando con tan
solo cinco vocales, frente a las siete del catalán, por ejemplo. Por otro lado, el vasco también pudo
contribuir a que alcanzaran el rango de fonemas en castellano ciertos sonidos sibilantes que no existían
en latín (Echenique 1987: 72). La suma de cruces e influencias lingüísticas confirió al castellano, en su
gestación, un carácter de koiné, de variedad de compromiso. Ángel López sostiene en su libro El rumor de los
desarraigados (1985) que el castellano se originó como una koiné de intercambio entre el vasco y el latín, de
modo que su aparición tuvo mucho que ver con la creación de una herramienta básica de relaciones sociales.
Esa herramienta se difundió muy rápidamente, precisamente por su carácter koinético e instrumental.
Emilio Alarcos, por su parte (1982), también piensa que el dialecto rural de Cantabria fue en su origen una
especie de lengua franca utilizada por los hablantes vasco-románicos. Esta forma de interpretar el
nacimiento del castellano y su rápida difusión por el Norte contrasta con la hipótesis que lo presenta
como la lengua de un pueblo que hizo valer su hegemonía política y militar a partir del siglo XI y al
que se rodea de una mitología y una épica deslumbrantes para la época (Menéndez Pidal 2005). Por otro
lado, contrasta con la hipótesis que interpreta la evolución del castellano como un proceso de desarrollo
puramente interno (Gimeno 1995: 123)
Además de los importantes contactos con el vasco, el castellano de la época de orígenes recibió la
influencia de las variedades del Norte de los Pirineos, muy especialmente del provenzal, que tuvo una
importante dimensión literaria, junto a la puramente lingüística. Pero no fue esta la única inf luencia
externa, porque la prolongada presencia del árabe en la Península, desde el siglo VIII hasta el siglo XV, en
distintos niveles e intensidad, también se hizo patente en los usos lingüísticos. En la Península dominada
por los musulmanes, las fronteras lingüísticas eran más bien fronteras interiores, en las que los contactos
lingüísticos (latín-romanceado o romance / árabe / hebreo / bereber) se producían en el seno de la misma
sociedad musulmana, ya fuera rural ya fuera urbana. Estas fronteras interiores, estos contactos en el seno
de las comunidades de al-Ándalus, condujeron a la creación de variedades que acusaban intensamente la
presencia de elementos de la otra lengua. Uno de los ejemplos más claros es el romance andalusí,
también conocido como mozárabe. Federico Corriente (2004) explica con toda claridad que los mozárabes
emigrados al Norte tras las conquistas cristianas son los que introdujeron arabismos que denominaban
conceptos inexistentes e innominados en romance y con los que ellos estaban familiarizados por su
conocimiento de la cultura arábigo-islámica. Las lenguas romances del Norte recibieron desde el Sur
algunos arabismos cultos (a través de las traducciones de obras científicas), muchos andalucismos (voces
del árabe de al-Ándalus), bastantes romancismos mozárabes y voces híbridas arábigo-romances. Por otro
lado, en un epígrafe dedicado a los contactos lingüísticos del castellano – especialmente en sus primeros
siglos de existencia – es imprescindible concederles la importancia que merecen a los contactos con
las demás lenguas románicas de la Península: en un primer momento, gallego-portugués, leonés, navarro-
aragonés y catalán; posteriormente, cuando leonés y aragonés fueron absorbidos por el entorno
sociolingüístico castellano, el portugués, el gallego y el catalán. No hay error si se afirma que la configuración
5

lingüística de estas lenguas, por muy independientes y diferenciadas que sean, no puede entenderse sin
su coexistencia con el castellano, como tampoco se tendría una visión cabal del castellano si se
prescindiera de las influencias (transferencias y convergencias) procedentes de las demás lenguas
peninsulares.
1.2. La expansión de la lengua española
El extraordinario crecimiento del prestigio del castellano, desde la Baja Edad Media, y especialmente desde
el siglo XVI, ha sido uno de los temas que más ha interesado a los historiadores de la lengua española.
La interpretación que hacen los lingüistas de ese crecimiento es clara: se debió a factores extralingüísticos
y su resultado fue la formación de una lengua nacional. Uno de los factores extralingüísticos más
relevantes fue la demografía: en 1348, época de la peste negra, Castilla tenía entre 3 y 4 millones de
habitantes; la corona de Aragón, 1 millón y Navarra, 80.000 almas (Comellas y Suárez 2003). También fue
un factor destacado la economía: Castilla se asomaba a dos mares y alcanzó una fuerza humana y
económica superior a la de los otros reinos; desde Sevilla se establecieron relaciones comerciales con el Norte
de África, que permitieron la entrada de oro y el desarrollo de una incipiente fuerza naval; además, los
banqueros genoveses fueron aliados de Castilla desde mediados del XIV. En términos militares, las
tierras que iban incorporándose al Reino de Castilla aumentaron, desde el siglo XIII, a un ritmo mayor que su
población, hecho que provocó un incremento de la actividad pastoril y, en consecuencia, del número de
cabezas de ganado lanar, lo que obligó a trasladar los rebaños en trashumancia, en busca de los pastos
disponibles, por cañadas adecuadas. Tan poderoso se hizo el sector que se creó una asociación de ganaderos
con reconocimiento real: la Mesta. Por otro lado, la formación de una flota castellana, con base en Sevilla, y
los avances tecnológicos de la navegación durante el siglo XV, hizo posible la exploración de la costa
occidental africana y el arribo a las islas Canarias. Con ello se produjo, sobre todo desde 1478, la llegada a
Canarias de la lengua castellana, que incorporó a su léxico algunos elementos de origen guanche antes de
que esta lengua del tronco bereber desapareciera. La colonización de las islas se había iniciado antes,
con el viaje de dos normandos (Juan de Bethencourt y Gadifer de la Salle), y en ella participaron
marinos de otras procedencias europeas, aunque navegaran bajo el patronazgo de Castilla. Portugal
renunció a sus posibles derechos sobre las islas por el tratado de Alcazobas, en 1479, lo que no significó
la desaparición del elemento portugués en la futura historia lingüística de Canarias. Estos factores
extralingüísticos, junto a factores culturales, como el desarrollo de una literatura abundante y de calidad,
hicieron del castellano una lengua de prestigio, lengua oficial de una administración fuerte, con capacidad,
por tanto, para penetrar en los dominios geopolíticos de las lenguas vecinas. Dentro de Castilla, el peso
del castellano fue reduciendo la lengua leonesa a los usos locales y orales de las regiones de Asturias, así como
de la frontera con el portugués y de Galicia. La lengua escrita, la documentación oficial, se redactaba en
castellano desde fecha muy temprana, en especial desde 1230, cuando Castilla y León se unieron de
un modo definitivo. La repoblación, orientada de Norte a Sur, permitió que muchos pobladores
leoneses extendieran algunas de sus características lingüísticas hacia las tierras de la actual Extremadura y
de la Andalucía occidental, de lo que han quedado muestras vivas y patentes en el español hablado de
estas zonas, pero la lengua general de estas tierras no fue otra que el castellano (Morala 2004). En 1344,
Alfonso XI consiguió la rendición de Algeciras. Desde ese momento, prácticamente toda la Península estuvo
gobernada por coronas cristianas y Castilla se convirtió en su Reino más extenso. La culminación de las
campañas militares iniciadas en el siglo VIII se logró en enero de 1492, con la rendición del Reino
Nazarí de Granada. También en esta ocasión fue Castilla la protagonista, dado que así lo habían previsto los
acuerdos con la Corona de Aragón. Sin embargo, este hecho, definitivo en la vida política y cultural peninsular,
no fue el único de naturaleza determinante que vendría a producirse entre 1469 y 1517, en el transcurso
6

de apenas cincuenta años (Moreno Fernández 2005). Isabel y Fernando se casaron en 1469. Fue este un
enlace que, en definitiva, no supuso la unión efectiva de dos de los tres grandes reinos peninsulares (el tercer
gran reino era Portugal), sino una simple unión dinástica, aparentemente más decisiva en términos de sucesión
que en el plano cultural y político. Con Isabel ya en el trono castellano, el Reino extendió sus dominios hasta
las islas Canarias, incluyéndolas en el ámbito castellano-hablante. En 1492, ya se ha visto, se produce la
rendición de Granada y también ese año se produce la firma de otros importantes documentos, como
las capitulaciones firmadas con Cristóbal Colón, que abrirían la puerta a la aventura transatlántica del
español, y el decreto de expulsión de los judíos, que dispersó el habla sefardí por medio mundo conocido
(Hernández González 2001). En el Norte de África, Pedro de Estopiñán y Francisco Ramírez de Madrid
conquistan para Castilla la plaza de Melilla en 1497 y, en 1505, el Cardenal Cisneros conquista Mazalquivir y
Orán, en la actual Argelia, extendiendo el castellano por el Norte del continente africano. Y se deben añadir
dos hitos históricos: la incorporación de Navarra a la corona de Castilla en 1512, bien que manteniendo
su propio ordenamiento jurídico, sus instituciones y sus costumbres; y la llegada en 1517, procedente
de Flandes, de Carlos I, para someterse al reconocimiento como Rey de las cortes de los distintos reinos
peninsulares. El desembarco de Carlos I inicia el advenimiento de un periodo de expansión y poder imperial,
simbolizado en la elección como emperador, en 1519, del que también recibió el nombre de Carlos V. Los
hechos geopolíticos que acaban de relacionarse hicieron posible la extensión geográfica y la ampliación
de los dominios políticos de la lengua española durante los siglos XVI y XVII. El español se convirtió en la
lengua del territorio nazarí, se instaló en enclaves del Norte de África y puso las bases de su asentamiento en
las
islas Canarias; además, la adhesión de Navarra a Castilla fue definitiva para la intensificación de su
uso en el Reino norteño. Por otro lado, a partir de 1492, el castellano vivió el inicio de su traslado hacia
el continente americano y, más adelante, hacia Asia. La expansión del español en América se realizó
mediante un proceso paulatino de ocupación geográfica, proceso que supuso un desfase cronológico en la
colonización de las distintas áreas americanas (Sánchez Méndez 2002). Así, entre 1492 y 1530 se
coloniza todo el ámbito caribeño, desde las Antillas mayores hasta la costa de la actual Colombia, pasando
por México (1521) o Panamá; entre 1530 y 1550, se coloniza la zona andina, pero la colonización del Cono
Sur no se completará hasta el siglo XVII y, aun así, grandes espacios geográficos de Argentina, por ejemplo,
no fueron poblados por hispanohablantes hasta el siglo XIX, resuelta ya la independencia. En el otro
extremo del mundo, la expedición de Magallanes, iniciada en 1519 y concluida por Juan Sebastián Elcano
en 1522, supuso el inicio de la presencia española en las Islas Marianas y en las Islas Filipinas, que
no fueron exploradas ni conquistadas hasta 1570, aproximadamente, con la expedición de López de Legazpi
ordenada por el Rey Felipe II (Quilis 1992). La presencia del español en esta región del mundo nunca fue
comparable en intensidad a la conocida en América, pero marcó un punto de inflexión en la situación lingüística
de este territorio y permitió que la lengua española alcanzara un protagonismo histórico del que aún
existen importantes secuelas, como el amplio uso de la variedad criolla llamada “chabacano”. En lo que se
refiere, a la costa occidental de África, el dominio del español se extiende por la actual Guinea Ecuatorial
(continente e islas), que comenzó a finales del siglo XVIII como consecuencia de un acuerdo entre España
y Portugal en el que las dos potencias intercambiaron algunos territorios de África y de América. La llegada
de los Borbones al trono, a partir de 1700, supuso un importante cambio de orientación en la política
interior de España. Ese cambio, que respondía a una apreciable influencia de la política de Francia, tuvo
dos claros objetivos: unificación y centralización, fundamentadas en los principios del racionalismo y la
modernidad. Y, en esa circunstancia, el Estado y sus instrumentos institucionales y personales, por ser
únicos y centralizados, debían ejecutar sus acciones en una sola lengua y esa lengua debía ser la común y
7

general, el castellano. Por eso, en la época de Carlos III, en el último tramo del siglo XVIII, se dio inicio a
una política lingüística cuyo principal instrumento fue una Real Cédula de 1768, que en su artículo VIII
establecía la generalización de la lengua castellana en la enseñanza. De este modo, el uso del latín (en los
nieles cultos) o de otras lenguas (en los niveles populares) quedaba excluido con fines educativos
(Lodares: 2001: 94), aunque el objetivo principal de la ley, según se explica, no era otro que buscar la armonía
y cohesión de la nación mediante el uso de un idioma general. La Real Cédula de 1768 tuvo su continuidad
política en otra de 1770, que determinaba que, en la América española y en Filipinas, solo se hablara
la lengua castellana y que se extinguieran los otros idiomas de cada territorio. De este modo, por primera vez
en la legislación de España, se hace explícita una política decididamente propugnadora del monolingüismo y
contraria al espíritu del Concilio de Trento, que propiciaba el apoyo a las lenguas vernáculas para la
evangelización (Triana y Antoverza 1993). En la España europea, la legislación lingüística de la Corona no
había llegado al extremo de apuntar a la extinción de las otras lenguas, tal vez porque no se creía necesario,
ante el estado de debilidad sociolingüística del gallego o del vasco, tal vez porque se temía un rechazo popular,
tal vez porque muchos miembros de los grupos sociales más acomodados de Cataluña consideraban natural y
acorde con las pautas de la época oficializar una lengua general, sin que ello impidiera el uso de la lengua
tradicional. El hecho es que no se hizo una política de plena sustitución lingüística, aunque la legislación
del XVIII proporcionó un respaldo suficiente como para favorecerla. La independencia de los países
hispanoamericanos supuso la consagración y la extensión definitiva del español como lengua nacional de las
nuevas repúblicas, que con el tiempo se convirtieron en el motor demográfico de estas lenguas. El nombre
más ampliamente utilizado en los textos constitucionales de la América hispana es el de “español”, pero, en el
uso general, “español” es la denominación más utilizada en el Caribe y en Centroamérica, mientras que en
Sudamérica, sobre todo en el Cono Sur, es más frecuente el uso de “castellano” (Alvar 1986).
1.4 La estandarización del español
Del paisaje lingüístico florecido durante la Edad Media peninsular, las únicas lenguas que cumplían
sobradamente con los requisitos que, según la terminología de Stewart (1968), llevan al reconocimiento de
una lengua como lengua “estándar” (historicidad, vitalidad, autonomía y estandarización) eran el castellano
y el catalán (Marcel 1987), además del portugués; las demás podían ser calificadas como “vernáculas”
o como “dialectos”. Y de ellas, el castellano fue, sin duda, la lengua que disfrutó de un nivel de
estandarización más avanzado gracias a la “planificación” llevada a cabo por Alfonso X, contribuyendo
a un cierto ordenamiento lingüístico y utilizando la lengua para la ciencia o la filosofía. Hay razones
para pensar que el
castellano forjado en el escritorio alfonsí es difícil de adscribir a un origen dialectal concreto porque
refleja una especie de variedad koinética de Castilla (Fernández Ordóñez 2004: 403). El siglo XVI colocó
al castellano en la vanguardia de la “estandarización” de las lenguas de Europa, gracias a las obras de un
puñado de hombres de letras excepcionales: Elio Antonio de Nebrija, Sebastián de Covarrubias, Bernardo
de Aldrete, Gonzalo Correas. La figura de Nebrija tuvo una enorme dimensión, tanto entre sus coetáneos como
entre los hombres de letras de los dos siglos posteriores. A él le corresponde el mérito de haber publicado
la primera gramática de una lengua románica (Gramática de la Lengua Castellana, Salamanca, 1492). La
obra de Nebrija se agiganta al advertir que la primera gramática de la lengua portuguesa, la de Fernão de
Oliveira, se publicó en 1536, que la primera del vasco apareció en 1587, si se acepta la afirmación de
Hans Arens (1976: 94) o en 1729, si se acepta como tal el arte de la lengua vascongada de Manuel de
Larramendi; que la primera Gramática de lengua mallorquina, de Juan José Amengual, es de 1835 y que
la primera gramática del gallego, firmada por Francisco Mirás, se publicó en 1864, por no hacer referencia más
que a obras relativas a lenguas de la Península. Pero, en el caso de Nebrija, no fue solamente la gramática,
8

porque en 1492 publicó en Salamanca su Diccionario latino-español, complementado hacia 1495 con el
Vocabulario español-latino; en 1517 apareció, en Alcalá de Henares, su Reglas de orthographia en la lengua
castellana. Y la labor de Nebrija respecto a las lenguas romances no terminó aquí, sino que se extendió
al catalán, mediante la adaptación y traducción de Gabriel Busa (Diccionario latín-catalán y catalán-latín,
Barcelona, 1507), y a otras muchas lenguas porque fueron legión los que siguieron su metodología o
utilizaron como base sus diccionarios a la hora de codificar otras lenguas, en Europa y en la joven América
española (Alvar 1992; Moreno Fernández 1994). Con toda la importancia de Nebrija, la labor renacentista
de elaboración de gramáticas y diccionarios tampoco acaba en su obra. En el campo de la lexicografía, nuestro
periodo conoció dos obras fundamentales: el Universal vocabulario de latín en romance, de Alfonso de Palencia
(Sevilla, 1490) y, muy singularmente, el Tesoro de la lengua castellana o española, de Sebastián de
Covarrubias (Madrid, 1611), el primer diccionario monolingüe del español, el primero que puede recibir
el calificativo de “moderno” entre los publicados en la Península. En el ámbito de la gramática, la
relación de obras publicadas a caballo de los siglos XVI y XVII es larga. Basten estas pocas referencias
(Ramajo 1987): Cristóbal de Villalón: Gramática castellana (Amberes, 1558); Útil y breve institución para
aprender los principios y fundamentos de la lengua Hespañola (Lovaina, 1555), Gramática de la lengua
vulgar de España
(Lovaina, 1559); Bartolomé Jiménez Patón: Institutiones de la Gramática Española (Baeza, 1614). Y, en
lugar destacado, la obra de Gonzalo Correas Arte de la lengua española castellana (Salamanca, 1626). Ahora
bien, desde el siglo XVII ninguna intervención ha resultado tan trascendente y decisiva para la historia de
la lengua como las practicadas por la Real Academia Española. La Academia se fundó con los precedentes
directos de la Academia della Crusca de Florencia, creada en 1582, y de la Academie Française, fundada
en 1635 por el Cardenal Richelieu. No se trataba de una iniciativa absolutamente original, dado que ya
desde el siglo XV proliferaron los más diversos tipos de academias en España, que respondían a intereses
tan diversos como la literatura, la arqueología o la historia, aunque en su mayor parte funcionaban como
cenáculos literarios (Zamora Vicente 1999: 13-14). Sin embargo, es palmario el influjo de las academias
francesa e italiana, por su espíritu y por sus obras, así como del modelo francés de mecenazgo por parte
de la Corona. La Real Academia Española nació con un claro propósito: el cuidado de la lengua
castellana. Ese cuidado puede entenderse como un intento de contrarrestar la supuesta decadencia derivada
del barroquismo y el culteranismo o como una forma de plantar cara al empobrecimiento progresivo o a la
influencia excesiva de otras lenguas, como podría ser el caso del francés (Fries 1989). Por otro lado, se hizo
imperiosa la necesidad de fijar una norma general, de crear un modelo de lengua nacional. El espíritu
que impregnaba las ideas lingüísticas de los siglos XVII al XIX era el de la defensa a ultranza de lo
correcto y la concepción de la lengua como un ser vivo, sujeto, por tanto, a todo tipo de deturpaciones
internas y de agresiones externas, que había que evitar y paliar. La labor de planificación del corpus realizada
por la Real Academia Española comenzó a dar sus primeros frutos a lo largo del siglo XVIII, con la publicación,
entre 1726 y 1739, del Diccionario de la Lengua castellana, conocido como Diccionario de Autoridades. El
Diccionario se redujo “para su más fácil uso” en 1780, creando así la primera entrega del diccionario general
de la lengua que en su 15ª. edición, la de 1925, pasó a llamarse Diccionario de la Lengua Española.
En 1741 se publica la Orthographia Española y en 1771 la Gramática de la Lengua Castellana. De
este modo, la Academia sienta las bases de una importante labor de estandarización que se ha prolongado
hasta la actualidad.
2. La lengua española en su geografía
El espacio es un factor esencial en la formación y evolución de las lenguas, como lo es para su articulación
en modalidades o variedades. Aunque el reconocimiento de una lengua pasa por la existencia de una
9

serie de elementos constantes, invariables o generales, identificables a lo largo y ancho de su dominio territorial,
lo cierto es que todas las lenguas naturales ofrecen, junto a los generales, conjuntos de rasgos
variables, en correlación con diversos factores extralingüísticos, entre los que se encuentra la geografía.
Los componentes variables de cada lengua – sean fónicos, gramaticales o léxicos – se actualizan de modo
distinto en cada área geográfica, dependiendo de circunstancias tales como la lejanía, la dificultad de las
comunicaciones entre áreas, los contactos lingüísticos con otras lenguas o la personalidad histórica de cada
territorio. Siendo así y dado que el español es una lengua cuyo dominio casi alcanza el 10% de la superficie de
la Tierra, no es de extrañar que la geografía se correlacione con algunas de sus principales características.
El espacio es un factor esencial en la formación y evolución de las lenguas, como lo es para su articulación
en modalidades o variedades. Aunque el reconocimiento de una lengua pasa por la existencia de una
serie de elementos constantes, invariables o generales, identificables a lo largo y ancho de su dominio territorial,
lo cierto es que todas las lenguas naturales ofrecen, junto a los generales, conjuntos de rasgos
variables, en correlación con diversos factores extralingüísticos, entre los que se encuentra la geografía.
Los componentes variables de cada lengua – sean fónicos, gramaticales o léxicos – se actualizan de modo
distinto en cada área geográfica, dependiendo de circunstancias tales como la lejanía, la dificultad de las
comunicaciones entre áreas, los contactos lingüísticos con otras lenguas o la personalidad histórica de cada
territorio. Siendo así y dado que el español es una lengua cuyo dominio casi alcanza el 10% de la superficie de
la Tierra, no es de extrañar que la geografía se correlacione con algunas de sus principales características.
2.1. Perfiles geográficos del dominio hispánico
En la historia y la situación actual de la lengua española en España, han sido muy importantes
diacrónicamente los siguientes elementos de la geografía:
a) el carácter montañoso de toda la franja norteña, que, en un principio, permitió la aparición de variedades
diferenciadas (catalán, aragonés, navarro, castellano, astur-leonés, gallego) y, más adelante,
favoreció los usos castellanos lingüísticamente más conservadores;
b) la amplitud y llanura de las mesetas del centro de la
Península, que posibilitaron una rápida extensión del
castellano durante la Edad Media y un uso relativamente
homogeneizado de la lengua, por la facilidad de los
movimientos de sus hablantes; c) el efecto de frontera de
las montañas del Norte de la región de Andalucía, que
facilitaron la creación de la modalidad sevillana o
andaluza en el momento en que se dieron las
circunstancias históricas y sociales idóneas para ello; d)
la naturaleza insular de las Canarias y su posición
estratégica en el tránsito de personas y mercancías entre
España y América; e) la naturaleza de enclaves de los
territorios de Ceuta y Melilla (y anteriormente de otras
plazas del Norte de África), que ha hecho que buena parte de los hablantes de español de estos territorios
fueran trasplantados desde la Península y que ha posibilitado el contacto entre diversas variedades y lenguas.
En lo que se refiere a América, la magnitud y variedad de su geografía han sido determinantes para la vida de
la lengua. Pueden destacarse, en relación con México, América Central y el Caribe, los siguientes elementos:
a) La posición estratégica de la isla de Cuba y del puerto de Veracruz, en México, que han servido como puerta
de entrada y salida de gente y de usos lingüísticos de y hacia España; b) la geografía inhóspita del Norte del
10

actual México y del Sur de los EE.UU., que retrasaron y debilitaron el proceso de colonización y que dificultaron
la continuidad de una importante población hispanohablante;
11

c) el carácter de espacio común de los territorios que


circundan el Mar Caribe: la relativa facilidad de los
contactos por mar entre esos territorios y una geografía de
rasgos muy similares han ayudado a mantener una serie
importante de rasgos lingüísticos comunes;
d) la naturaleza montañosa y la feraz vegetación de la
América central, que han hecho difícil el asentamiento de
grandes grupos humanos: Centroamérica siempre ha sido
hábitat natural para la convivencia de multitud de lenguas
indígenas.

Mapa físico de la
región caribeña

En cuanto a América del Sur, se consideran


trascendentes los elementos geográficos siguientes: a) las imponentes alturas de toda la región andina, que
hicieron que el proceso de hispanización fuera débil y tardío, con el consiguiente mantenimiento de una
importante población autóctona; b) las dificultades de comunicación entre las tierras altas de las sierras andina
y las costas del Pacífico, que hicieron posible la creación de variedades dialectales suficientemente
diferenciadas, más conservadoras las primeras e innovadoras las segundas; c) la barrera natural de los
Andes, que le ha conferido a Chile una personalidad lingüística bien marcada; d) la impenetrabilidad de la
selva del Amazonas, que ha impedido el contacto histórico entre el dominio del español y del portugués
y que ha caracterizado lingüísticamente las áreas correspondientes de los países hispánicos; e) la frondosidad
y fragmentación de la región de los grandes ríos (en las fronteras de Paraguay, Uruguay y Argentina), que
han hecho posible el mantenimiento de una importante población guaraní y la formación de una modalidad
de español más conservadora; f) la naturaleza llana y extensa de la región ganadera de los gauchos, entre
Brasil y Uruguay, que permitió unos interesantísimos intercambios lingüísticos, incluida la creación de la
variedad mixta llamada “fronterizo”; g) la importancia del puerto de Buenos Aires, vía de acceso para
procesos migratorios de grandes dimensiones, con todas sus secuelas lingüísticas; h) la gran extensión y
dureza de los territorios del interior argentino, que solo muy tardíamente pudieron ser poblados por
hispanohablantes
12

Mapa físico de américa del sur

En lo que se refiere a la geografía del dominio histórico


hispanohablante de Asia y de África, no puede dejar de
mencionarse el hecho de que Filipinas está formada por miles de
islas que dificultan enormemente la creación de un espacio
lingüístico compacto, ni las dificultades materiales que supone
la penetración de las selvas africanas.

Estos elementos han hecho que una parte esencial de la


presencia del español en esos territorios se haya desarrollado en ciudades costeras, con puertos que hacían
viable el contacto con el exterior.
2.2. El español como lengua de un extenso dominio
Frente a la dispersión geográfica de otras lenguas de cultura, como el inglés o el francés, el español es una
lengua geográficamente compacta, dado que la mayor parte de los países hispanohablantes ocupa territorios
contiguos, lo que concede a su uso una gran solidez. Además, el dominio del español es una de las áreas
lingüísticas más extensas del mundo. Al hablar de solidez en el uso de la lengua, se piensa en situaciones
en las que el español, lengua oficial, se utiliza en condiciones en las que otras lenguas occidentales, aun siendo
oficiales, no lo son. Con otras palabras: es más fácil encontrar a un hablante de español en la mayoría de
los países en los que el español es oficial que a un hablante de francés en muchos países en los que
el francés es lengua oficial. Es cierto que el mundo hispánico incluye importantes zonas bilingües o plurilingües,
sin embargo siempre ofrece un índice de comunicatividad muy alto y un índice de diversidad bajo o mínimo. Se
habla de comunicatividad alta cuando en una comunidad plurilingüe existe una lengua concreta que sirve
de medio de comunicación en toda la sociedad; se habla de diversidad para aludir a la probabilidad de
encontrar dos hablantes, elegidos al azar, que hablen lenguas diferentes: en el caso de los países
hispánicos, si “hablar” una lengua se entiende como “usar” una lengua, la diversidad sería muy baja
(Moreno y Otero 1998).
2.3. El español como lengua unida y diversa
Una característica del español, no siempre bien ponderada, es que se trata de un idioma con un destacado
nivel de homogeneidad lingüística. Este hecho es muy digno de tenerse en cuenta, pues no alcanza el mismo
grado en otras grandes lenguas de cultura. Si bien es difícil cuantificar el nivel de homogeneidad de una
lengua – a pesar de los esfuerzos de la lingüística cuantitativa – y partiendo del hecho de que cualquier
13

lengua del mundo es esencialmente variable y, por lo tanto, presenta variedades internas de naturaleza
geolingüística y sociolingüística, se puede afirmar que el español es una lengua relativamente homogénea
que ofrece un riesgo débil o moderado de fragmentación. Los fundamentos de esta homogeneidad relativa
se encuentran en la simplicidad del sistema vocálico (5 elementos), la amplitud del sistema consonántico
compartido por todo el mundo hispánico, la dimensión del léxico patrimonial compartido (léxico fundamental) y
la comunidad de una sintaxis elemental. Es evidente, sin embargo, que el mundo hispanohablante no es
absolutamente homogéneo y, por tanto, debe hablarse de la existencia de áreas geolectales en su interior.
A lo largo del último siglo se han hecho diversas propuestas de zonificación: unas se fundamentan en
criterios fonéticos, otras en rasgos léxicos y algunas usan como referencia ciertos fenómenos gramaticales.
A propósito de América, se ha hablado de la coincidencia de las principales áreas del español con las de las
lenguas indígenas más difundidas: nahuatl (México), maya (Centroamérica), quechua (zona andina),
mapuche (Chile) y guaraní (La Plata). Todas estas propuestas han tenido una parte de acierto, aunque en el
caso de las lenguas indígenas, está cada día más clara su escasa incidencia en el desarrollo histórico y en
la situación actual de la lengua española, fuera de la presencia de indigenismos específicos y de las
características propias de los hablantes bilingües o semilingües (Moreno Fernández 2000). A grandes rasgos,
la zonificación más diáfana y general del español en el mundo es la que separa las regiones
lingüísticamente conservadoras de las innovadoras. Con ello no nos referimos a la existencia de un español
atlántico frente a un español más castellano, sino la división entre zonas conservadoras e innovadoras, que se
observa tanto en España como en América. Desde este punto de vista, serían conservadoras áreas como
Castilla (sobre todo la norteña), las zonas altas de México, las zonas altas de la región andina o el interior
de Colombia); serían innovadoras áreas como Andalucía y Canarias, las Antillas o las costas de Sudamérica,
en general. El conservadurismo consiste, esencialmente, en mantener o conservar elementos lingüísticos
(sobre todo fonéticos) que en las zonas innovadoras evolucionan o se pierden. Naturalmente, una
aproximación más detallada a la situación geolingüística del español nos permitirá identificar áreas dialectales
más detalladas, que trataremos en su momento. Esas áreas revelan con claridad que la configuración
espacial del español es policéntrica, si bien ello no impide el funcionamiento de una unidad de norma
(estandarización monocéntrica).
Ahora bien, el establecimiento de unas áreas geolectales principales no niega una serie de hechos evidentes
en la naturaleza del español. El primero de ellos es que España y América comparten, no solamente los
rasgos de lo que podemos llamar un español general, sino también la inmensa mayoría de los rasgos
lingüísticos que se manifiestan como variables. Esto ocurre sobre todo en el terreno de la variación fonético-
fonológica y en el de la gramática: raro es el fenómeno perteneciente a estos niveles que no se puede
encontrar a ambos lados del Atlántico, en alguna de sus regiones, en alguna de sus ciudades, en alguna
de sus comarcas o departamentos. Es natural que existan usos no coincidentes, pero los encontramos
más bien en el léxico y en algunos recursos discursivos, aunque haya algún rasgo gramatical muy llamativo,
como el voseo, que en la actualidad solo se localiza en América.
Conclusión
El español es una de las grandes lenguas occidentales de cultura, cuyas características generales, en
lo que a su perfil histórico-geográfico se refiere podrían resumir del siguiente modo.
En su historia
a) El español es una lengua milenaria, con una notable continuidad en cuanto a la inteligibilidad diacrónica.
b) Las primeras muestras de castellano escrito son tanto documentos públicos (fueros, repartimentos),
como documentos privados, de carácter utilitario e inmediato (glosas, listas, cartas, testamentos privados). c)
14

En el origen y la evolución del español han sido decisivos los contactos con sus lenguas circunvecinas
(vasco, lengua romances peninsulares, árabe, lenguas indígenas americanas, lenguas indígenas polinésicas).
d) Tanto en España como en América, el español ha funcionado como koiné o variedad franca para el
entendimiento entre pueblos de procedencia lingüística diversa. e) La conversión del español en lengua
nacional de España respondió a las condiciones socioeconómicas y culturales favorables experimentadas
por Castilla desde la Edad Media y, muy especialmente, desde el siglo XVI. f) El español ha disfrutado a lo
largo de su historia de un nivel de estandarización de los más avanzados entre las lenguas europeas.
En su geografía
a) El español es la lengua de un extenso dominio, geográficamente muy compacto.
b) El español posee un notable nivel de homogeneidad lingüística, compatible con su diversidad geolectal.
c) El español posee un índice de comunicatividad alto y un índice de diversidad bajo.
d) La configuración geolectal del español es policéntrica, aunque su estandarización sea monocéntrica.
Como puede observarse, la dimensión histórica y geográfica de la lengua española es muy rica y compleja;
tanto, que han sido y seguirán siendo campos de estudio enormemente atractivos.
15
16

BIBLIOGRAFÍA
Alarcos, Emilio (1982): El español, lengua milenaria (y otros escritos castellanos), Valladolid, Ámbito.
Alvar, Manuel (1986): Hombre, etnia, estado, Madrid, Gredos.
Alvar, Manuel (coord.) (1992): Estudios Nebrisenses, Madrid, Ediciones de Cultura Hispánica. Arens, Hans
(1976): La lingüística. Sus textos y su evolución desde la Antigüedad hasta nuestros días, Madrid, Gredos.
Cano, Rafael (coord.) (2004): Historia de la lengua española, Barcelona, Ariel. Comellas, José Luis y Luis Suárez
(2003): Historia de los españoles, Barcelona, Ariel. Corriente, Federico (2004): “El elemento árabe en la
historia lingüística peninsular: actuación directa e indirecta. Los arabismos en los romances peninsulares (en
especial en castellano)”. En R. Cano (coord.), Historia de la lengua española (pp. 185-206). Barcelona, Ariel.
Demonte, Violeta (2001): “El español estándar (ab)suelto. Algunos ejemplos del léxico y la gramática”. II
Congreso de la Lengua Española
http://cvc.cervantes.es/obref/congresos/valladolid/ponencias/unidad_diversidad_del_espanol/1_la_norma_hisp
anica/demonte_v.htm. Acceso, 4 de marzo, 2005. Echenique, María Teresa (1987): Historia lingüística
vasco-románica, Madrid, Paraninfo. Echenique, María Teresa y Juan Sánchez (2005): Las lenguas de un
Reino. Historia lingüística hispánica, Madrid: Gredos. Fernández Ordóñez, Inés (2004): “Alfonso X el Sabio en
la historia del español”. En R. Cano (coord.), Historia de la lengua española (pp. 381-422). Barcelona, Ariel.
Fries, Dagmar (1989): La Real Academia Española ante el uso de la lengua (1713-1973), Madrid: SGEL.
Gimeno Menéndez, Francisco (1995): Sociolingüística histórica (siglso X-XI), Madrid, Visor. Hernández
González, Carmen (2001): “Un viaje por Sefarad: la fortuna del judeoespañol”, Anuario del Instituto
Cervantes. El español en el mundo. 2001
http://cvc.cervantes.es/obref/anuario/anuario_01/hernandez/. Acceso, 4 de marzo de 2005. Lapesa, Rafael
(1980): Historia de la lengua española, 8ª. ed., Madrid, Gredos. Lodares, Juan Ramón (2001): Lengua y patria,
Madrid, Taurus. López García, Ángel (1985): El rumor de los desarraigados. Conflicto de lenguas en la península
ibérica, Barcelona, Anagrama. López Morales, Humberto (2001): “Tendencias del léxico hispanoamericano”,
Revista de Occidente, 240: 5-24. Marcet, Pere (1987): Història de la llengua catalana, Barcelona, Teide.
Menéndez Pidal, Ramón (1972): Orígenes del español. Estado lingüístico de la Península Ibérica hasta el
siglo XI, 7ª. ed., Madrid, Espasa-Calpe. Menéndez Pidal, Ramón (2005): Historia de la lengua española,
Madrid: Fundación Ramón Menéndez Pidal – Real Academia Española. Morala, José Ramón (2004): “Del
leonés al castellano”. En R. Cano (coord.), Historia de la lengua española (pp. 555-565). Barcelona, Ariel.
Moreno Fernández, Francisco (1994): “Antonio de Nebrija y la lexicografía del siglo XVI. A propósito del
Lexicón de Fray Domingo de Santo Tomás”, Voz y Letra, V: 79-104. Moreno Fernández, Francisco (2000): Qué
español enseñar, Madrid, Arco/Libros. Moreno Fernández, Francisco (2005): Historia social de las lenguas
de España, Barcelona, Ariel. Moreno Fernández, Francisco (2006): “Perfil histórico-geográfico de la lengua
española”, en M. Lacorte (ed.), Lingüística aplicada del español, Madrid: Arco/Libros. Moreno Fernández,
Francisco y Jaime Otero (1998): Demografía de la lengua española, Anuario del Instituto Cervantes. El
español en el mundo (pp. 59-86). Madrid, Arco/Libros. Quilis, Antonio (1992): La lengua española en cuatro
mundos, Madrid: Mapfre. Ramajo Caño, Antonio (1987): Las gramáticas de la lengua castellana desde Nebrija
a Correas, Salamanca, Universidad de Salamanca. Sánchez Méndez, Juan (2002): Historia de la lengua
española en América, Valencia, Tirant lo Blanch. Stewart, William (1968): “A Sociolinguistic Typology for
Describing National Multilingualism”. En J. Fishman (ed.), Readings in the Sociology of Language (pp. 531-
544), La Haya, Mouton. Triana y Antorveza, Humberto (1993): Las lenguas indígenas en el ocaso del imperio
español, Santafé de Bogotá: Instituto Colombiano de Antropología-Colcultura.
17

Wright, Roger (1989): Latín tardío y romance temprano en España y la Francia carolingia, Madrid, Gredos.
Zamora Vicente, Alonso (1999): La Real Academia Española, Madrid: Espasa-Calpe. Este tema se ha sido
elaborado en parte a partir de los trabajos de Moreno Fernández de 2000, 2005 y 2006. Los mapas proceden
de la página electrónica de la CIA (The Worldfact Book):
https://www.cia.gov/cia/publications/factbook/docs/refmaps.htm
18

Notes
● Lorem ipsum dolor sit amet consectetuer adipiscing elit.
● Vestibulum ante ipsum primis elementum, libero interdum auctor cursus, sapien enim dictum quam.
○ Phasellus vehicula nonummy nunc.

Action Items
1. Lorem ipsum dolor sit amet consectetuer adipiscing elit.

Next Meeting Agenda Items


Lorem ipsum dolor sit amet, consectetuer adipiscing elit.

También podría gustarte