gioia) Sensación de placer difuso producido por la satisfacción de un
deseo o por la previsión de una condición futura positiva. Desde este punto de vista la alegría se contrapone a la tristeza, caracterizada por una visión negativa del futuro. Cuando las condiciones que provocan la alegría se verifican independientemente de las acciones del sujeto, tal emoción es acompañada de estupor. Preocupación (al. Besorgnis; fr. préoccupation; ingl. worry; it. preoccupazione) Temor preventivo acompañado de un estado de ansiedad que tiene absorto a un individuo, impidiéndole el contacto afectivo y la relación con la realidad externa. Cuando no está justificada con datos de la realidad la preocupación tiene rasgos patógenos, con motivaciones que deben buscarse en el nivel inconsciente. Miedo (al. Furcht; fr. peur; ingl. fear; it. paura) Emoción primaria de defensa provocada por una situación de peligro, que puede ser real, anticipada por la previsión, evocada por el recuerdo o producida por la fantasía . El miedo con frecuencia está acompañado por una reacción orgánica, de la que es responsable el sistema nervioso autónomo, que prepara al organismo para las situaciones de emergencia disponiéndolo, aunque de manera no específica, a la preparación para la defensa, que se traduce por lo general en actitudes de lucha y fuga; en cambio, cuando es ampliada y relativa a objetos, animales o situaciones que no pueden ser considerados aterrorizantes, asume los rasgos patológicos de la fobia (v.), que el psicoanálisis interpreta como una defensa ante la angustia. Siempre en el ámbito psicoanalítico, S. Freud distingue el miedo, que “requiere un objeto determinado, en presencia del cual uno lo siente”, de la angustia (v., § 2), que “designa cierto estado como de expectativa frente al peligro y preparación para él, aunque se trate de un peligro desconocido”, y del susto (v.), que “en cambio, se llama terror al estado en que se cae cuando se corre un peligro sin estar preparado: destaca el factor de la sorpresa.” (1920 [1976: 12-13]). Felicidad (al. Glückseligkeit; fr. bonheur; ingl. happiness; int. felicità). Condición de bienestar muy intenso caracterizada por la ausencia de insatisfacción y por el placer relacionado con la realización de un deseo . En su nexo con el deseo la felicidad revela su carácter circunstancial, es decir su vínculo con condiciones de hecho globales y transitorias, de las que depende también su caducidad. La felicidad, además del presente, se puede referir al pasado, cuando se asocia con un estado previo endulzado por el recuerdo y aislado de la posibilidad de contaminarlo con nuevos acontecimientos, o al futuro como situación límite, punto extremo de la tensión que proyecta el hombre hacia la satisfacción de los deseos y de las aspiraciones que acompañan su vida. Junto a la noción de felicidad como pura y simple satisfacción del deseo, se fue afirmando históricamente una noción que, vinculando la felicidad a la virtud y a la sabiduría, desemboca en la idea de una felicidad colectiva, social y cultural, resultante del justo equilibrio entre deseos y datos de realidad, con el consiguiente análisis del sistema de los placeres y de su funcionamiento completo en el ámbito de las relaciones que vinculan al hombre con sus semejantes. Aburrimiento. En este ámbito las caracterizaciones más relevantes del aburrimiento se encuentran con P. Mantegazza, quien identifica la esencia de este estado psicológico en el conflicto entre petición de actividad e incapacidad subjetiva para satisfacerla, anticipando de esta manera el núcleo teórico de las concepciones psicodinámicas del siglo XIX, y en H. Le Savoureux, quien considera el aburrimiento “un sentimiento primario al igual que el placer y el dolor”, caracterizado por ausencia de intereses, monotonía de las impresiones, sensación de inmovilidad, vacío interior, lentificación del curso del tiempo, síntomas que pueden rastrearse a la presencia de energías no utilizadas: “El hombre sano que no gasta suficientemente sus energías disponibles, se aburre” (1914: 142). Siempre en el ámbito psiquiátrico P. Janet, evidenciando el carácter de fases en que se presenta el sentimiento de aburrimiento, aproxima el aburrimiento a la depresión (v.), de la cual representaría el inicio y la convalecencia. En cambio, cuando la enfermedad se ahonda hasta extinguir en el sujeto todo motivo de deseo, el cuadro clínico resulta caracterizado más por el vacío de los sentimientos que por el sentimiento del vacío. En el ámbito fenomenológico E. Minkowski distingue el aburrimiento como sentimiento pasajero, por carecer de estimulación, del aburrimiento estructural caracterizado por interrupción del dinamismo vital y como vaciamiento de la experiencia vivida que cae bajo el dominio de lo monótono y de lo igual, mientras L. Binswanger ve en el aburrimiento un fenómeno de deyección (v.) en la forma de vivir la temporalidad: ya no la temporalidad auténtica (eigentliche Zeitigung) favorecida por la espera y por la tensión hacia una meta, sino la temporalidad deyecta (verfallene Zeitigung), que es la temporalidad objetiva del mundo, “medida por el lento avance de las manecillas del reloj”, ya no un tiempo propio (eigen), sino un tiempo anónimo e inauténtico (uneigentlich). Duda. En este ámbito la nomenclatura psiquiátrica de la escuela francesa introdujo la expresión “locura de la duda” (folie du doute), hoy clasificada entre las neurosis de base obsesiva-coaccionada, caracterizada por la presencia exasperante de dudas persistentes y repetitivas que alimentan la exigencia de continuas comprobaciones y controles, incluso sabiendo que son inútiles. La duda puede referirse al mundo externo con continuas comprobaciones de todas las acciones que se cumplen, o a la propia interioridad, con comprobaciones automáticas de las capacidades mnemónicas, aritméticas o cognoscitivas. Depresión (al. Depression; fr. dépression; ingl. depression; it. depressione) La depresión, o melancolía, es una alteración del tono del humor hacia formas de tristeza profunda, con reducción de la autoestima y necesidad de autocastigo. Cuando la intensidad de la depresión supera ciertos límites o se presenta en circunstancias que no la justifican, se vuelve de competencia de la psiquiatría, en la que se distingue una depresión endógena que, como lo dice el adjetivo, nace “desde adentro”, sin remitir a causas externas, y una depresión reactiva, que es patológica sólo cuando la reacción ante acontecimientos luctuosos o tristes parecen excesivos. o NOSOLOGÍA. Como modificación del tono del humor (en griego θυµο′ζ), la depresión es un trastorno distímico (v. distimia) que tiene en la euforia (v.) su contrario, y cuando es muy marcada asume las formas de la manía (v.). Depresión y manía pueden presentarse en fases o ciclos de semanas con intervalos de períodos de bienestar, y en este caso se habla, de acuerdo con la clasificación de E. Kraepelin, de ciclotimia (v.). El equilibrio entre depresión y euforia está entre los más delicados de los equilibrios psíquicos. Regulado por los centros nerviosos situados en la base del cerebro, puede alterarse por las más variadas estimulaciones, que van desde los factores físicos, químicos, climáticos, hasta las experiencias de vida, la calidad de la educación recibida, los factores hereditarios, los ritmos biológicos cotidianos. Distinguir entre factores hereditarios y factores ambientales es casi imposible; porque padres tendencialmente depresivos someten a sus hijos a un clima familiar triste o a una educación rígida y culpabilizante que facilita la futura depresión. Cada individuo aprende por sí mismo las formas para evitar sus propios desequilibrios del humor, sobre todo aquellos de fondo depresivo, porque también la convención social deja entrever que prefiere y que integra mejor a los sujetos con un cierto grado de euforia, que favorece la pujanza, la proyección, la apertura a las posibilidades de la vida. Esto explica por qué las formas más frecuentes de depresión aparecen después de la edad mediana, cuando se vuelve más difícil esperar de la vida porque el futuro ya está en gran parte determinado por las elecciones que se realizaron antes. La vida de todos los hombres está atravesada por fases depresivas como episodios legítimos y comprensibles, y el sujeto es consciente de que podrá superarlas por sí mismo. Cuando esta conciencia falta o ya no es controlable, entonces el desequilibrio depresivo asume formas psiquiátricas, con características que suelen ser descritas así: a] Trastornos somáticos y neurovegetativos que abarcan desde el insomnio, que con frecuencia anuncia el principio de una fase depresiva, la inapetencia con adelgazamiento rápido, la disminución de los intereses sexuales, hasta las disfunciones hepatobiliares que inspiraron históricamente la etimología de la melancolía (bilis negra). b] Trastornos de la afectividad con sentimientos caracterizados por una profunda tristeza, monótona y sombría, que se resiste a los requerimientos externos. A esto se agrega una progresiva pérdida de interés por la vida, con frecuencia acompañada por un sentimiento de culpa vivida no con miras a una expiación y una salvación, sino como una fatalidad inevitable. De aquí la autoacusación continua a la que se somete el depresivo, siempre invadido por sentimientos de indignidad y de autodesprecio. c] Abulia en el comportamiento e inhibición del pensamiento, que surge lento y monótono, con pérdida de iniciativa y de proyección. La atención, concentrada en temas melancólicos, vuelve pobre la ideación, dificultosas las asociaciones, penosos los recuerdos y difíciles las síntesis mentales. d] Tendencia al suicidio y deseo de muerte acompañan constantemente la vida del deprimido que, de todas las formas de sufrimiento psiquiátrico, es sin lugar a dudas la más expuesta al deseo de muerte. En ocasiones, adquiriendo un significado subjetivo “altruista”, frente a la amenaza de un porvenir cada vez más oscuro, el depresivo arrastra en su muerte también a sus propios familiares, para librarlos de la vida que él considera imposible continuar. Angustia. En psiquiatría se usa generalmente el término ansiedad para denotar un estado afectivo, por así decirlo, puro, y el término angustia para indicar un estado de ansiedad con un componente somático que generalmente se manifiesta en una sensación de opresión torácica. Naturalmente éste no es el único síntoma corporal, porque el estado de angustia puede traer consigo manifestaciones neurovegetativas, bioquímicas, endocrinas y de la conducta, que se traducen en una aceleración de la actividad cardiaca, trastornos vasomotores, respiratorios, de la musculatura estriada y otras alteraciones. Normalmente la ansiedad actúa como aguijón para resolver un problema o para eliminar una amenaza. Desde este punto de vista, si los niveles de ansiedad resultan muy bajos, hay una ejecución subóptima; en cambio, si son muy elevados hay una disminución del rendimiento. La presencia de la ansiedad provoca una respuesta del comportamiento que tiene el objetivo de reducirla, restableciendo la homeostasis (v.) psíquica del individuo. Cuando la ansiedad es patológica está considerada, desde el punto de vista psiquiátrico, como un síntoma y no como una enfermedad en sí; por lo tanto puede presentarse en cualquier enfermedad psiquiátrica u orgánica, con frecuencia como signo inicial. En la depresión, por ejemplo, está presente una actitud ansiosa en las convicciones delirantes de indignidad, de culpa y de pecados imperdonables, mientras en la esquizofrenia puede presentarse en las fases agudas por el surgimiento de alucinaciones delirantes o de delirios aterradores. Por último, en los sujetos que presentan una forma crónica de ansiedad son frecuentes otros síntomas, desde la dificultad para dormirse, sueño no reparador y con pesadillas, hasta la evolución en enfermedad psicosomática. Tolerancia (al. Toleranz; fr. tolérance; ingl. tolerance; it. tolleranza) En el ámbito psicológico el término se utiliza fundamentalmente con tres acepciones: 1] como sinónimo de soportar, para referirse a la capacidad de sostener tensiones y frustraciones dominando y adaptando la propia conducta incluso frente a la falta de gratificaciones instintivas o existenciales inmediatas, o en relación con la propia experiencia, tanto en relación con los demás, absteniéndose de penalizar, aunque sólo sea con un juicio negativo, actitudes, costumbres y opiniones diferentes por su contenido o finalidad de las propias; 2] por extensión se habla de tolerancia social para referirse al límite puesto o adquirido por un contexto social hacia actitudes anómalas o poco adecuadas a las reglas de convivencia; 3] se habla también de tolerancia con referencia a la ingestión de sustancias tóxicas para indicar el estado adaptativo en relación con una cierta cantidad ingerida (v. toxicomanía). Amor (al. Liebe; fr. amour; ingl. love; it. amore) Relación dual que se basa en un intercambio emotivo de diversa intensidad y duración, originado en la necesidad fisiológica de la satisfacción sexual y en la necesidad psicológica del intercambio afectivo. Tema eminente de poetas y narradores, sólo recientemente se transformó el amor en objeto de investigación científica en el ámbito de la psicología, el psicoanálisis, la psicología del comportamiento y la fenomenología. o PSICOLOGÍA. En este ámbito se ha intentado identificar los componentes que intervienen en el evento amoroso y se distinguen cuatro formas de amor, basándose en el componente hegemónico. La subdivisión de C.S. Lewis que, más allá de su nomenclatura de clara derivación griega, es significativamente compartida, prevé: el ágape, que es una forma de amor dirigida hacia el otro para favorecer su sobrevivencia y bienestar, sin esperar a cambio especiales gratificaciones. Corresponde al amor altruista, paterno y, en el lenguaje de A.H. Maslow, al “B-love” o amor por el otro, contrapuesto al “D-love”, que es el amor originado en las necesidades personales; el afecto, que tiene sus raíces en el primitivo “apego” del niño a la madre y cuya continuación está en la solicitud de cercanía y de familiaridad con el otro; la philia, basada en la expectativa de una gratificación real de parte del otro con el que se desea intercambiar. Es un amor que se nutre de admiración, de sostén y de atribución de cualidades positivas en el otro; el eros, que tiene su raíz profunda en el deseo sexual que genera deseo de posesión y de exclusividad; no está separado de la idealización del amado y de una tendencia al dominio total sobre él. o Se consideran factores constitutivos del amor, o “constelaciones”, como las llama R.J. Sternberg: la intimidad, que implica los sentimientos de cercanía, unión y vínculo, típicos de las relaciones amorosas; la pasión, que tiene su centro en la sexualidad, de la que irradian atracción e idealización; la decisión, que a corto plazo implica la determinación de amarse, y a largo plazo el empeño de continuar haciéndolo en el futuro. En este caso es posible destacar que cada uno de estos componentes ejerce una influencia sobre los otros, por lo que un cambio en el esquema del empleo tiene consecuencias profundas sobre la intimidad y sobre la pasión, así como un fuerte interés pasional inducirá a buscar gratificaciones a corto plazo, dejando en el fondo las decisiones a largo plazo. Finalmente, existe una interpretación del amor como expediente al que recurre la personalidad inadecuada que busca en la pareja los ideales que desea pero que no fue capaz de realizar, y una interpretación del amor como desarrollo natural de la personalidad adecuada, en la que el amor no es dictado por la necesidad de adquirir sino por una especie de sobreabundancia oblativa. En el primer caso el amor que nace está caracterizado por la dependencia, y su función eminente es la de remedio contra la ansiedad; en el segundo el amor es capaz de reconocer la libertad del otro y de vivir sin invadir los espacios de la autonomía individual. Otra distinción es la que existe entre el amor-pasión, caracterizado por una intensa excitación sexual que con frecuencia se encuentra en las fases iniciales del amor o, como dice la expresión de F. Alberoni (v. enamoramiento), en el amor en “estado naciente”, y el amor-estima que se alimenta de la familiaridad y la cercanía, así como del reconocimiento de los valores expresados por las respectivas personalidades.