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“La adultez mayor es una etapa del desarrollo del ser humano que inicia a los 60 años y termina en

el momento en el que la persona fallece, y se caracteriza por ser un periodo de grandes cambios
en todas las áreas de funcionamiento” (OMS, 2006).
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Sin embargo, es preciso decir que aunque en América latina hay acuerdos con relación a la
perspectiva del adulto mayor, las concepciones de este varían de acuerdo con la cultura de cada
país, el momento histórico, la clase socioeconómica o la raza.
Los cambios a nivel biológico en la adultez mayor son identificados como “fracasos normativos de
adaptación que finalmente produce un declive en el organismo”, que lleva al origen y
mantenimiento de un sinnúmero de patologías, entre ellas las más comunes son la hipertensión
arterial y la diabetes (Duras Uribe-Rodríguez Molina, Barco & González, 2006).
A nivel psicológico, la persona en esta etapa de desarrollo atraviesa por un proceso de reflexión y
comienza a contemplar su vida como un conjunto, que lo lleva a evaluar la manera como ha vivido
su vida.
A nivel social algunos de los hechos que impactan la vida del adulto mayor se relacionan con el
temor por la pérdida de los seres queridos, la jubilación y con ella la inclusión social, la falta de
actividades físico-recreativas y la disminución de la interacción social (Gallar, 1998; Uribe-
Rodríguez, Buela-Casal, 2003).
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PSCOANALISIS Y CREATIVIDAD EN LA SESCENCIA.


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L a creatividad también aparece en el anciano como una forma de prolongar su propia existencia.
Es un deseo de afirmar su propia identidad, en forma imperecedera a través de la actitud
creadora.
La actitud creativa le permitiría revisar su experiencia de vida y visualizar una nueva perspectiva de
la misma.
En los casos en que esta capacidad creativa se encuentra paralizada o inhibida por causas
modificables internas o externas, es allí donde está indicado el psicoanálisis, ya que brinda al
individuo la oportunidad de restablecer todas sus relaciones objetales abandonadas.
Todo proceso analítico, realizado a esta altura de la vida, implica ineludiblemente una “revisión de
la vida”, del que pueden producirse diversos efectos, creativos, adaptativos, patológicos o alguna
combinación de ellos. La reminiscencia, recuerdo cargado de afecto, puede dar nostalgia, pesar,
dolor, culpa, desesperanza o resolverse en reorganización constructiva, creatividad, sabiduría,
serenidad, madurez y sobre todo deseos de vivir en el presente.
En la segunda mitad de la vida y en la vejez se han acumulado capacidades y funciones potenciales
que estimuladas son la fuente de la capacidad creativa.
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Hay una “crisis de senescencia”, similar a la “crisis de adolescencia” y que se caracteriza por:
a- Sentirse marginado socio-culturalmente;
b- Tener dificultades para concretar una tarea;
c- Tener graves dificultades para integrar una pareja, sino la tiene o la han pedido;
d- Estar presionados por prejuicios sexuales;
e- Estar invadidos por cambios corporales que se le imponen desde afuera;
f- Estar obligados a integrar una nueva identidad y a elaborar los duelos por las perdidas
ocurridas y, a veces, presionados por condiciones económicas deficientes.
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En la creatividad el anciano afirma su propia identidad.
Cuando la capacidad creativa disminuye, siempre está asociada a:
1. Enfermedad física;
2. Condiciones socioeconómicas y/o socioculturales adversas;
3. Perturbaciones de la personalidad.
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Concluyendo: que todo paciente de edad avanzada, capaz de dialogar y narrar libremente, es
pasible de ser psicoanalizado, y nuestra larga experiencia al respecto nos demuestra que toda
perturbación psíquica neurotica que tenga como fundamento un conflicto infantil, reprimido
sexualmente y cuyo paciente se avenga a respetar las normas de la asociación libre y las más
elementales del encuadre psicoanalítico: horarios, honorarios, vacaciones, etc., obtiene beneficios
incuestionables, que son observados primariamente como desaparición de los síntomas y
aplacamiento d la angustia.

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LOS ESTADOS DEPRESIVOS


El termino depresión expresa, para nosotros, un síntoma complejo, pleno de significados.
Representa un humor triste, junto al cual se agrupan, a veces, la inhibición y el dolor moral.
LA inhibición se presenta como un enlentecimiento de los procesos de ideación que reduce el
campo de la conciencia y los intereses, encierra al sujeto sobre sí mismo y lo obliga además a
rehuir las relaciones con sus amigos y familiares.
El paciente experimenta una dificultad tremenda para pensar y para memorizar; una gran
cansancio psíquico que lo lleva a solicitar permanente auxilio y protección.
Este enlentecimiento psíquico va acompañado de quietud en la actividad motriz.
No es raro que se asocien a estas penurias psíquicas, malestares somáticos variados.
Las vivencias depresivas pueden manifestarse a través de una expresión de “dolor moral”, o
sentimientos de autoacusación o culpabilidad según sea su tipo y grado de profundización en la
melancolía; sobre todo la agresividad vuelta contra si, adopta una actitud de aniquilación del
propio yo; siempre hay una intensa angustia.
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Depresiones en la vejez.
¿Cómo se nos presentan, para su tratamiento, los pacientes en nuestra consulta?
Primero: puede ser un paciente con antecedentes de cuadros depresivos anteriores que pueden
remontarse a su juventud y adolescencia, y que ese ánimo depresivo hace a la verdadera
personalidad del paciente.
Además se acompaña de angustia, inhibición, sentimiento de culpa y un polimorfo conjunto de
síntomas físicos: insomnio, inapetencia, pérdida de peso, etc. El paciente agrega que tiene
periodos aun largos de estar bien y otros más, es decir, un cuadro depresivo cíclico.
Es lo que psiquiátricamente como “depresiones endógenas”.
Segundo: el paciente describe que, a raíz de una causa externa real o noxa actual (ruptura de
matrimonio, noviazgo, perdida de un posición importante, etc.), se ha precipitado esta crisis
depresiva. Con el mismo criterio que lo hicimos anteriormente calificaremos a este cuadro de
“depresiones reactiva”.
Tercero: un cuadro depresivo que aparece por primera vez en la tercera edad, carece en absoluto
de antecedentes previos, y se acompaña de grandes temores, agitación, insomnio grave,
sentimiento de culpa muy intensa y severa preocupación somática.
La falta de antecedentes previos, puede ayudar a diferenciarlas de la enfermedad maniaco-
depresiva.
Cuarto: un cuadro depresivo, descripto por el Manual Diagnostico y Estadístico de la O.M.S., como
perturbaciones situacionales transitorias, propias de este periodo de cambio, calificado como
reacciones de adaptación a la vejez. Suelen presentarse con un sentimiento de rechazo asociado al
retiro forzoso y al retraimiento social.

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LA TRANFERENCIA Y CONTRATRANSFERENCIA EN EL TRATAMEITO DE PACIENTES DE EDAD


AVANZADA.

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Trasferencia y reminiscencia
Uno de los aspectos importantes de la psicología del sujeto de edad avanzada es su preocupación
por el pasado. Es común que buena parte de su dialogo o relato este formado por reminiscencias,
entendiendo por estas al “acto o habito de pensar en las propias experiencias pasadas y relatadas
minuciosamente, en especial en aquello que consideran más significativo”. Es como un comprobar
cómo el anciano vive en el pasado y es muy común también tomar este hecho como signo de
deterioro mental.
El relato de la reminiscencia se incluye en la transferencia, el paciente hace nombres y menciona
lugares como si fueran familiares con el analista, quien se siente incluido en el relato como si la
situación fuera de vivencia contemporánea.
Las contratrasferencias en el analista provocan la remoción de sus propios temores al
envejecimiento, invalidez y muerte (castración), y es por eso que la premisa de Freud se vuelve tan
valiosa, el psicoanálisis personal del analista, su especial formación y entrenamiento en esta tarea
lo prepara al respecto. La culpa inconsciente, por contraidentificación con la vejez, el
desvalimiento, la enfermedad y la muerte, siempre presentes en paciente y terapeuta, pueden
generar sentimientos agresivos y rechazantes o sus formas reactivas de excesiva comprensión y
bondad, que culminan indefectiblemente en un fracaso del tratamiento.
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Las reminiscencias- Respuesta adaptativa.
La senescencia es una fase de la vida en que hacen crisis ciertos procesos de cambios específicos
del yo del sujeto, en relación con los objetos.
El sujeto debe ejercer una tarea de “control” de la “tristeza” y de la “depresión”, resultantes de
perdidas personales. El mantenimiento de la autoestima frente a la disminución de capacidades
físicas e intelectuales se vale de un mecanismo compensatorio: el aumento de las reminiscencias.
El aumento de las reminiscencias significa una conducta de control (tomado desde un lado mas
abarcativo que el de defensa) .
El proceso de identificación comienza con la vida misma y no concluye en ningún momento, está
en un permanente desarrollo; la senescencia constituye la ultima pero no por eso la menos
importante fase en la lucha por la constitución de la identidad del ser humano. Es decir que: el
proceso de identificación se realiza mas ampliamente dentro de una mayor y mejor adaptación, y
esta mayor y mejor adaptación en esta etapa del desarrollo, está vinculada al grado de capacidad
de reminiscencias del sujeto, y a la capacidad desempeñada por el analista para elaborarlas con
importantes momentos de su vida, que puedan haber sido hitos en su larga cadena de
identificaciones que llegaron a la constitución de su identidad.
LA sesión psicoanalítica, favorecida por su encuadre metodológico, tiene que ser el marco más
adecuado para que el psicoanalista, en dialogo permanente con su paciente y haciendo uso de las
reminiscencias que el mismo proporciona, como recuerdos cargados de afecto, pueda ir
construyendo y dando sentido a una vida que su paciente.
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LA SEXUALIDAD DE SENESCENTE.
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Sexualidad y senescencia.
Es una opinión generalmente aceptada por las personas y profesionales que la característica de la
sexualidad de la senescencia, es la persistencia de la tensión libidinal y la disminución de la
capacidad orgásmica y la erección. Esto relativamente cierto pero no se ajusta a la verdad en la
totalidad de los casos.
Casi todos los autores coinciden en que existe una correlación entre a intensidad de la vida sexual
en la vejez y la de épocas anteriores, habiéndose podido verificar que una vida sexual
particularmente intensa durante la juventud, se presenta a menudo como antecedente de una
prolongación de la vida sexual en la senescencia.

El envejecer no implica un deterioro del erotismo, entendido este como ese estado del ser
que tiende a poseer placenteramente al otro, y a la vez, en convertirse en el objeto del deseo
de ese otro, y en algunos casos ese otro puede ser el sí mismo. El erotismo se inserta en el
marco de lo psíquico alimentado por los factores orgánicos y sociales.
El erotismo es un factor constituyente e inmerso en la personalidad del individuo y su
función es proporcionarle placer mediante la satisfacción de sus deseos, anhelos, ilusiones y
pensamientos. No siempre se genitaliza el erotismo, el cual puede persistir de por sí en las
relaciones objetales del individuo. El erotismo se relaciona más con la capacidad expresiva
de la afectividad y del pensamiento, y con ese fenómeno espiritual que es el Amor.
El erotismo del anciano es una expresión vivencial, una experiencia psicológica de
pensamientos y emociones que necesitan ser comunicados, establecer una relación de
confianza y de amor y poder experimentar placer, aunque no se mantenga una relación
coital. El erotismo inunda los sentidos y le da sentido a la vida de la persona que lo ejerce.

La sexualidad constituye una función del ser humano que se alimenta del erotismo y a la
vez lo influencia, ejercida en el marco de la cultura y en la cual interactúan factores
hormonales, cardiovasculares, neuroendocrinos y osteomusculares.
Las características de la personalidad del anciano contribuyen al ejercicio de su erotismo y
sexualidad y, por lo tanto, el sentido de autosuficiencia, de autoestima, de confianza en sí
mismo, resultan indispensables para un comportamiento sexual placentero.
La sexualidad en el anciano se rige por el principio del placer y como consecuencia de ello
lo reafirma como un individuo que es capaz de compartir, amar, comunicarse y
experimentar sensaciones corporales que siguen siendo vitales para su existencia y lo
protegen contra el deterioro y el olvido.

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Acompañamiento en la tercera edad

El acompañante terapéutico en adultos mayores ocupa muchas veces un lugar distinto al de


facilitador de la cura.
Ayuda en la aceptación del paso del tiempo, de la enfermedad, de las limitaciones, constituyendo
un verdadero “caminar junto” al paciente.
Podría incluirse como una “herramienta” que favorezca la salida del aislamiento a la que la vejez
ha sido condenada.
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Así mismo el profesional debe luchar con preceptos prehistóricos a su formación, tales como:
 Los viejos no son capaces de aprender  Los viejos no se adaptan al cambio  La sexualidad es
cosa de jóvenes  Los viejos son de mal genio  Vejez es sinónimo de enfermedad  La persona
mayor no tiene futuro
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El acompañante colabora en la contención diaria, en la reinserción social del viejo, a veces en un
nuevo ámbito para el paciente como un geriátrico o casa de día, y en la exploración y reparación
de un yo empobrecido y rígido.
Actuando como “bisagra” entre el mundo exterior y el sufriente mundo interno, inundado de
muerte de familiares y seres queridos, o dándole un sentido nuevo a su realidad.
Los cuidados que los adultos mayores requieren no se agotan en la atención de su salud física,
muchas veces los derrumbes psíquicos en los adultos mayores, se deben a que son objetos de
cuidados, pero no son tratados como sujetos. El paciente se debe sentir cuidado, protegido y
apoyado por su acompañante terapéutico y desde allí, de ese vincular el AT trabajara con su
autoestima fomentando una vejez sana, activa, sin prejuicios y fomentando calidad de vida.
El acompañamiento terapéutico constituye un rol de múltiples funciones: compartir, escuchar,
observar, ayudar a hacer cosas, a frenar impulsos, contener, estimular, etc
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TRASTORNOS COGNOSCITIVOS

El conocimiento actual sobre el envejecimiento cerebral y las funciones cognitivas nos permite
predecir que una persona cuando envejece puede seguir uno de los siguientes cursos:

• Envejecimiento normal, en donde el declive de algunas funciones cognitivas no afectan ni las


actividades instrumentales (AIBD) ni las actividades básicas de la vida diaria (ABVD). Los olvidos,
que son una queja frecuente del anciano, no repercuten en el funcionamiento global del individuo
y aun cuando se observe un declive de la memoria a corto plazo, problemas de atención y de
concentración y disminución de la capacidad visoespacial, que pueden acompañarse de cambios
en el comportamiento y en algunas características de la personalidad
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• Envejecimiento exitoso. En este proceso intervienen diversos factores como la capacidad
cognitiva desarrollada durante la vida (especialmente los conocimientos adquiridos y las
experiencias elaboradas), el poco impacto de enfermedades orgánicas sobre la función cerebral, el
buen manejo de situaciones de tensión y estrés, la realización permanente de actividad física, la
estimulación cognitiva, la ausencia de trastornos mentales crónicos (depresión, ansiedad,
psicosis), el bajo consumo de alcohol, el no utilizar psicotóxicos (marihuana, cocaína, basuco, opio,
pegantes), la actitud permanente de aprendizaje de nuevas habilidades, destrezas o
conocimientos, el buen humor y la realización de una función sexual satisfactoria y placentera.
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• Deterioro cognitivo, leve o de múltiples dominios: El anciano puede presentar un deterioro de su


memoria a corto plazo, de la episódica y de la procedimental sin alteraciones de la memoria a
largo plazo. En algunos casos, el deterioro cognitivo se inicia con dificultades en las praxias
(dificultad para vestirse, comer o asearse), afasia, agnosias y compromiso de otras funciones
intelectuales. En estos casos, a medida que avanza el proceso, denominado deterioro cognitivo de
múltiples dominios, se van deteriorando en forma global todas las funciones y se afectan las
actividades instrumentales de la vida diaria, cuadro clínico, que algunos autores, denominan
síndrome predemencial.
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Las demencias se caracterizan por un proceso neurodegenerativo de tipo progresivo, lento, que
provoca deterioro, casi siempre irreversible, de las funciones cognitivas.
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Cuando se instala el proceso demencial el paciente manifiesta pérdida grave de su memoria,
dificultades en la atención y concentración, compromiso de la capacidad para razonar y emitir
juicios adecuados, dificultades en el pensamiento y el lenguaje, alteraciones del comportamiento
(inhibición o agitación, conductas bizarras), trastornos afectivos (depresión, ansiedad),
alteraciones en los patrones del sueño.
En fase avanzada hay pérdida de control de esfínteres, compromiso de las actividades
instrumentales del diario vivir y pérdida paulatina de las actividades básicas de la vida diaria que
conlleva a un estado progresivo de dependencia de sus cuidadores y de indefensión para subsistir
en forma autónoma.
Es preciso aclarar, que la enfermedad de Alzheimer aunque es la más frecuente, hace parte del
denominado síndrome demencial, que comprende otros tipos de demencia, como las demencias
vasculares, la frontotemporal, la de cuerpos de Lewy o la asociada con la enfermedad de
Parkinson, entre otras.
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ALZHEIMER

Criterios clínicos para el diagnóstico Los criterios exigidos por el DSM-IV-TR de la Asociación
Americana de Psiquiatras para hacer el diagnóstico de demencia tipo Alzheimer se pueden resumir
así (49):
• Existencia de un deterioro múltiple de funciones cognoscitivas, que incluye:
a. Alteración de la memoria.
b. Una o más de las siguientes alteraciones: afasia, apraxia, agnosia, trastornos en las funciones
ejecutivas.
• El deterioro en a) y b) significa un deterioro en relación con el nivel de funcionamiento previo y
es lo suficientemente importante para afectar la vida social o laboral.
• El inicio del cuadro clínico es insidioso y su curso progresivo.
• Los defectos en a) y b) no son debidos a otra enfermedad neurológica conocida, a enfermedades
sistémicas ni a consumo de drogas.
• Los trastornos no ocurren exclusivamente dentro del curso de un delirio.
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Evolución clínica
De acuerdo con los criterios actuales comprende tres fases:
Fase preclínica: los individuos permanecen asintomáticos o presentan síntomas sutiles. Es
necesario tener en cuenta, que muchos de ellos no evolucionan hacia las dos fases siguientes, por
lo que pueden ser considerados como “portadores sanos”. El criterio diagnóstico de la fase tiene la
intención de que sea usado con propósitos investigativos, exclusivamente.

Fase predemencial El comienzo es insidioso pero rápidamente se presenta un deterioro


importante. Las primeras alteraciones comprometen la atención, la memoria y la orientación
témporo-espacial, y el enfermo se pierde en sitios bien conocidos por él. Estas alteraciones
pueden pasar desapercibidas para el paciente y ser confundidas con un proceso de envejecimiento
normal.
En forma precoz pueden presentarse trastornos del lenguaje. El paciente se torna hablador, pero
no encuentra las palabras adecuadas, denomina mal los objetos, mezcla nombres y palabras, crea
neologismos, muestra trastornos en la comprensión del lenguaje.

Fase demencial
Los trastornos de la praxis aparecen más tarde. CAMBIAR DIAPOSTIVA
El paciente muestra dificultad para vestirse (apraxia del vestir), para mantener su autocuidado,
para utilizar los cubiertos y presenta perseveración en la conducta.
La afectividad se altera. En un principio hay irritabilidad, ansiedad y depresión y más tarde
agitación psicomotriz intensa, especialmente en las horas de la noche, con inversión del ciclo
vigilia-sueño (sundowning), con manifestaciones de turbulencia nocturna, que es característica de
la enfermedad.
Su aspecto físico comienza a dejar de preocuparle, y cada vez le cuesta más trabajo seguir una
conversación, quedándose con frecuencia sin saber lo que iba a decir. Empieza a retraerse, tiende
a no salir y a abandonar sus aficiones habituales. Aparecen episodios de desorientación espacial,
que inicialmente se refieren solamente a los lugares menos familiares.
En un estadio posterior se insertan en el cuadro clínico los fenómenos delirantes y alucinatorios,
de tinte persecutorio, que complican el cuadro de confusión mental. El paciente cree “que esta no
es su casa”, que sus familiares “son unos impostores que le van a hacer daño” e, incluso, puede
tomar como reales las imágenes de la televisión para alimentar su cuadro confusional delirante,
originando una emergencia psiquiátrica y poniendo en peligro su vida, la de sus familiares y la del
personal que lo cuida.
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LA VEJEZ EN TIEMPOS DE PANDEMIA


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La pandemia y la crisis sociosanitaria que esta conlleva puede ser concebida a nivel
estructural como una irrupción, un quiebre, un evento inesperado o discontinuidad para la
vida de las naciones en el transcurso sociohistórico de las sociedades.
A nivel individual, la pandemia se configura como un turning point transitorio, es decir,
como una crisis que genera una bifurcación en las biografías o en el curso de las
trayectorias vitales de las personas, que una vez superada la crisis pandémica, podría volver
al vértice que seguía previo a la crisis.
La población mayor es uno de los grupos más vulnerados por esta pandemia, así como por
las condiciones estructurales en las que esta se vive. En efecto, según diversas entidades
(CDC, OMS) las personas mayores son uno de los grupos de mayor riesgo de contagio por
COVID-19 y en el cual se puede manifestar con mayor severidad esta enfermedad, teniendo
una de las más altas tasas de mortalidad por esta causa, en comparación con otros grupos de
edad, a nivel mundial. Este mayor riesgo ha hecho extremar las medidas de aislamiento por
razón de edad, decretándose confinamientos obligatorios para ciertos grupos etarios en
distintos países. El confinamiento obligatorio por edad se traduce, por una parte, en una
protección para la salud de las personas mayores, puesto que reduce el riesgo de exposición
al contagio pero, por otra, conlleva riesgos al vivirse como aislamiento social. Se produce
una situación paradojal, Se puede producir un aumento del deterioro cognitivo por haber
dejado de realizar actividades de estimulación cognitiva y haber disminuido el contacto con
otros. La reducción o inactividad física puede tener implicaciones en trastornos del sueño,
que puede afectar el estado emocional y anímico produciendo un aumento de la
sintomatología depresiva. La falta de contacto con otras personas y la consecuente soledad
se ha mostrado que aumentan el riesgo de una alimentación inadecuada, sedentarismo, de
enfermedad cardiovascular, e incluso de muerte.
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Vejez, curso de vida y desigualdades sociales


El enfoque de curso de vida propone una mirada de largo plazo, que permite observar la
vida entera y la acumulación de ventajas y desventajas sociales, económicas y simbólicas
que se producen a lo largo de esta7. Esto se traduce en desigualdades que se revelan más
agudamente durante la vejez. En contextos de crisis y pandemias, las fisuras y
vulnerabilidades sociales empeoran y dejan al descubierto condiciones de vida y de muerte
injustas para muchos grupos sociales, entre ellos las generaciones mayores. De tal forma
que las ventajas y desventajas acumuladas son el resultado de la diversidad de experiencias
que se relacionan con condiciones en diversos dominios sociales (educación, alimentación,
vivienda, condiciones laborales y familiares, estatus migratorio) a lo largo de la vida de una
persona –primera infancia, niñez, adolescencia, juventud y adultez.
La vejez no es solo una realidad cronológica, sino que también una realidad configurada
desde la intersección de diferentes dimensiones sociales como clase social, género,
territorio u origen étnico.
Esto se manifiesta, por ejemplo, en las características de las viviendas que determinan las
condiciones en que se puede vivir el confinamiento (hacinamiento, materialidad y tipo de
construcción); la calidad de los barrios y entornos (por ejemplo, abastecimiento en forma
segura), los recursos económicos disponibles y el acceso oportuno a atención de salud,
entre otros.
Desde un análisis de curso de vida, las condiciones y posibilidades de afrontamiento ante la
pandemia, no solo dependen de la posición actual como personas mayores, sino también de
las ventajas y desventajas que se han ido acumulando a través de sus biografías y
trayectorias vitales, que se expresan tanto a nivel estructural como a nivel individual.
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Vejez, curso de vida y desigualdades simbólicas


La pandemia, en tanto turning point estructural (son los eventos que generan fuertes
modificaciones, y que se traducen en virajes o discontinuidades en la dirección de las
trayectorias vitales) ha involucrado cambios en la valoración social de la vida en la vejez y
en el ejercicio de los derechos de las personas mayores. Se observan desigualdades a nivel
simbólico expresadas en marcados prejuicios y estereotipos vinculados a transitar la etapa
de la vejez.
Social y simbólicamente la muerte de las personas mayores parece estar trazada para que
las generaciones más jóvenes de la sociedad puedan vivir. Ante el colapso del sistema
sanitario y la escasez de recursos debido a la gran demanda de asistencia hospitalaria
crítica, aparece el principio de vidas interconectadas, arraigándose la idea de que se debe
priorizar la utilización de estos recursos para las generaciones más jóvenes y limitarse para
las mayores.
En diferentes ámbitos de la vida social moderna, simbólicamente la vejez se ha construido
como una carga, como un territorio indeseable, problemático, precario, vulnerable,
enfermizo, solitario. Su existencia social se reduce al rol que tienen al interior de las
familias, nombrándoles como los “abuelos” o “abuelitos”. Nadie quiere ser viejo/a.
A nivel estructural, el viejismo se manifiesta como un refuerzo sistemático del sesgo contra
las personas mayores en las acciones, medidas y discursos de las instituciones sociales.
A nivel subjetivo, por su parte, este se refiere a la interiorización de esos estereotipos
(asimilación de visiones fijas, naturalizadas y generalmente negativas de la vejez) en las
propias personas. Más aún, la transición hacia la vejez en el curso de la vida está permeada
por el viejismo, que se convierte en autoestigma para las personas que cruzan el umbral
hacia la vejez. Es decir, estas desigualdades simbólicas sobre la vejez, se encarnan en los
propios sujetos que viven esta etapa.
La crisis sociosanitaria que ha generado la pandemia por COVID-19 no solo ha
profundizado aquellas desigualdades ya existentes en la vejez, sino que además ha
mostrado en su real dimensión la precariedad de las condiciones de vida de las personas
mayores, en una estructura socioeconómica basada en un Estado subsidiario bajo las reglas
de un modelo económico neoliberal. En estas estructuras políticas y económicas, las
desigualdades sociales y simbólicas que se van acumulando a lo largo de la vida de una
persona, se visibilizan e instalan más agudamente en la etapa de la vejez ante un sistema de
seguridad social y de salud que no asegura derechos económicos, sociales y culturales para
una vida en dignidad, en una sociedad que ve a la vejez como una etapa sacrificable.

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