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RESUMEN FINAL ADULTOS

UNIDAD 1: “DEL METODO DE LA INTERPRETACION AL METODO CLINICO”


“El método de la interpretación-cap. 2” (FREUD)
En este texto Freud se propone demostrar que los sueños son susceptibles a una interpretación.
Interpretar un sueño significa indicar su sentido, sustituirlo por algo que se inserte como
eslabón de pleno derecho, con igual título que los demás en el encadenamiento de nuevas
acciones anímicas. Freud atiende lo que las teorías científicas habían dejado de lado, ya que
consideran al sueño un proceso somático y no un acto anímico. Freud considera que el sueño tiene
un sentido, pero oculto y que este fue remplazado por un sustituto. No habría más que develar de
manera acertada ese sustituto, para alcanzar el significado oculto del sueño. No hay un sentido
univoco de los elementos del sueño, así es que es importante atender no solo al contenido
del sueño, sino a la persona y a las circunstancias de la vida del soñante. Freud asegura que:
“después de un trabajo de interpretación completo de un sueño, se dará a conocer un cumplimiento
de deseo”. Freud sostiene que el sueño posee realmente un significado y que es posible un
procedimiento científico para interpretarlo. Cuando Freud se ocupaba de la resolución de ciertas
formaciones psicopatológicas, fobias histéricas, representaciones obsesivas, entre otras, se
anotició de que: para estas formaciones que encontramos como síntomas patológicos su resolución
y su solución son una y la misma cosa: Si uno ha podido reconducir una de tales representaciones
patológicas a los elementos a partir de los cuales surgió en la vida psíquica del enfermo, enseguida
se desintegra y este se libera de ella. En el curso de esos estudios psicoanalíticos dio con la
interpretación de los sueños. Los pacientes, quienes se habían comprometido a comunicar todas
las ocurrencias y pensamientos que acudiesen a ellos, le contaron sus sueños y así le enseñaron
que un sueño puede insertarse en el encadenamiento psíquico que ha de perseguirse
retrocediendo en el recuerdo a partir de una idea patológica. Ello le sugirió a Freud tratar al
sueño mismo como un síntoma y aplicarle el método de interpretación elaborado para los
síntomas. Ahora bien, para esto se requiere cierta preparación psíquica del enfermo:
ASOCIACIÓN LIBRE: Hemos de conseguir del paciente dos cosas: 1) que intensifique su atención
para sus percepciones psíquicas y 2) que suspenda la crítica con que acostumbra a expurgar los
pensamientos que le afloran. Para que pueda observarse mejor a sí mismo con atención
reconcentrada es ventajoso que adopte una posición de reposo y cierre los ojos;" debe
ordenársele expresamente que renuncie a la crítica de las formaciones de pensamiento
percibidas. Entonces se le dice que el éxito del psicoanálisis depende de que tome nota de
todo cuanto le pase por la cabeza y lo comunique, y que no se deje llevar, por ejemplo, a
sofocar una ocurrencia por considerarla sin importancia o que no viene al caso, u otra por
parecería disparatada. Debe conducirse con sus ocurrencias de manera totalmente neutral;
es que esa crítica es la culpable de que él no haya podido descubrir ya la resolución buscada
del sueño, de la idea obsesiva, etc. El que se observa a sí mismo no tiene más trabajo que el de
sofocar la crítica; conseguido esto, se agolpan en su conciencia una multitud de ocurrencias que
de otro modo habrían permanecido inaprehensibles. Con ayuda de este material así conquistado
para la autopercepción, puede realizarse la interpretación tanto de las ideas patológicas como de
las formaciones oníricas. Con ello se hace de las representaciones «involuntarias»

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representaciones «voluntarias» (HACER CC LO ICC). Muchas personas encuentran difícil
adoptar la actitud aquí exigida ya que los «pensamientos involuntarios» suelen desatar la
resistencia más violenta, pretendiendo impedir su emergencia.
Ahora bien, el primer paso en la aplicación de este procedimiento enseña que no debe
tomarse como objeto de la atención todo el sueño, sino los fragmentos singulares de su
contenido. Hay que presentarle al paciente el sueño en fragmentos, y entonces él ofrecerá para
cada trozo una serie de ocurrencias que pueden definirse como los «segundos pensamientos» de
esa parte del sueño. Así el método freudiano se aleja del método popular de la interpretación
por simbolismo, se aproxima más al «método del descifrado» el cual aprehende de antemano
al sueño como algo compuesto, como un conglomerado de formaciones psíquicas.
“Consejos al médico sobre el tratamiento analítico” (FREUD)
La tarea del analista consiste en guardar en la memoria nombres, fechas, detalles, ocurrencias y
producciones que presenta el sujeto durante la cura.
La técnica consiste en no fijarse en nada particular y en prestar a todo en cuanto uno escucha la
misma (1) atención parejamente flotante. Uno se ahorra un esfuerzo de atención que no podría
sostener, si uno fija un fragmento con particular importancia, elimina otro y en esa selección
obedece a sus propias expectativas o inclinaciones. Se exige al analizado la regla fundamental del
psicoanálisis: que refiera todo en cuanto se le ocurra, sin críticas ni selección previa. (2) no se
puede recomendar tomar notas extensas. En cuanto a los sueños se debe pedirles a los pacientes
que los fijen por escrito luego de relatarlo (3) tomar nota durante la sesión se justifica si el caso ha
de ser tratado como publicación científica (4) mientras el tratamiento de un caso no esté cerrado,
no es bueno elaborarlo científicamente: componer su edificio, establecer de tiempo en tiempo
supuestos sobre su estado presente, como lo exigiría el interés científico. No se debe especular
mientras se analiza y se debe someter el material adquirido al trabajo sintético del pensar sólo
después de concluido el análisis (5) La frialdad de sentimiento por parte del analista crea para
ambas partes condiciones ventajosas: para el médico, el muy deseable cuidado de su propia
vida afectiva; para el enfermo, el máximo grado de socorro que hoy nos es posible presentarle (6)
las reglas desarrolladas pretenden crear el correspondiente de la regla analítica fundamental
instituida para el analizado. El médico debe ponerse en estado de valorizar para los fines de la
interpretación todo en cuanto se le comunique sin sustituir por censura propia la selección
que el enfermo resigno. Debe volver hacia el inconsciente emisor del enfermo, su propio
inconsciente como órgano receptor. Si el médico ha de estar en condiciones de servirse de su
inconsciente como instrumento del análisis, el mismo tiene que llenar una condición psicológica. Se
le debe exigir la purificación psicoanalítica para tomar noticia de sus propios complejos que
pudiera perturbarlo a la hora de aprehender lo que el analizado le ofrece. (7) Desde la actitud
del médico hacia al tratamiento del analizado: es tentador para el psicoanalista joven poner en
juego su propia individualidad para hacer elevar al paciente sobre los límites de su personalidad.
De esta manera uno abandona el terreno psicoanalítico y se aproxima al tratamiento por sugestión.
Así se consigue que el paciente comunique antes o con más facilidad lo que a él mismo le es
notorio, pero habría retenido aún un tiempo por resistencias. Sin embargo, esa técnica no ayuda a
descubrir lo inconsciente para el enfermo si no que lo inhabilita para superar las resistencias (8)
Más allá de su propósito, al médico le cabe en el tratamiento psicoanalítico la actividad pedagógica
(9) los enigmas de la neurosis sólo se resolverán por la paciente obediencia a la regla psicoanalítica
que ordena desconectar la crítica al inconsciente y sus retornos.

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“Mas allá del principio de realidad” (LACAN-Revolución del método Freudiano)
La psicología se constituye como ciencia, cuando la relatividad de su objeto es planteada por Freud.
VERDAD DE LA PSICOLOGIA Y PSICOLOGIA DE LA VERDAD
No juzgamos a la paradoja de negar que la ciencia tenga que conocer la verdad, pero tampoco
olvidamos que la verdad es un valor que responde a la incertidumbre, con la que la experiencia
vivida del hombre se halla fenomenológicamente signada y que esta búsqueda anima las
orientaciones y los hallazgos.
Únicamente importa que un fenómeno sea comunicable en algún lenguaje (condición del orden
mental), registrable de alguna forma (condición del orden experimental) y que logre insertarse en
la cadena de las identificaciones simbólicas en la que su ciencia unifica lo diverso de su objeto
propio (condición del orden racional).
Al interesarse solo por el acto de saber, por su propia actividad de científico, ésa es la mutilación
que comete el psicólogo asociacionista, un mutilación que, debido a su índole especulativa, no deja
de tener para el viviente y humano crueles consecuencias.
La clínica de los psicólogos es la clínica de la palabra, tiene que ver con la escucha, se trata del
decir del paciente.
Lacan plantea que lo que está viniendo por parte de los médicos es un asombroso desprecio por la
realidad psíquica. Uno es un órgano, no es un sujeto que sufre, es un órgano dañado. Lo que Freud
introdujo fue no excluir el testimonio, dejar hablar al paciente. Dejarlo hablar respecto a aquello que
sufre.
Los médicos tienen el prejuicio que lo psicológico es lo imaginario. Estamos en el orden de la
banalización del sufrimiento psíquico. Este prejuicio hace que uno divida entre los síntomas reales
y los síntomas de ficción. Lo que Freud hizo fue suspender esa elección, es decir, uno tiene que
comenzar por no elegir.
Las clínicas no son todas iguales. La clínica enfoca su práctica de distintas maneras:

● Clínica médica: hacer del paciente un objeto. El paciente es un sufrimiento que viene
deambulando. El que tiene el saber es el médico. El modo de abordaje de ese saber es la
comprensión. Que implica un ideal de trasparencia.

● Clínica de la palabra: implica una materialidad que es el sin sentido. Puntos donde
naufragan los sentidos del paciente. Por eso es necesario barrer las falsas comprensiones.
Es necesario para que allí emerja lo no comprendido. Donde aparece esto aparece el
malentendido, lo que no se entiende es la posibilidad de que se aloje un enigma.
Tenemos entonces dos posiciones, pasión por la objetivación, objetivar al otro, desconocer que la
esencia no es un objeto y del otro lado, interrogar, escuchar y hacer que emerja allí un sujeto. No
un sujeto cualquiera, sino un sujeto del ICC. Si este sujeto emerge es porque lo que lo determina
es la estructura del lenguaje. El lenguaje es el material. El sujeto va a estar entre los significantes
y también está la cuestión de la verdad, la verdad no está en los significantes, sino que está entre
los significantes.

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REVOLUCIÓN DEL MÉTODO FREUDIANO
En vista de que la mayoría de los fenómenos psíquicos en el hombre se relacionan con una función
de relación social, no hay motivo para excluir la vía, o sea, el testimonio que acerca de fenómenos
tales dan el sujeto.
Su primera condición se formula en una ley, LEY DE LA NO OMISIÓN, que promueve al nivel del
interés, reservado a lo notable, a decirlo todo, lo cotidiano, lo ordinario, no obstante incompleta sin
una segunda, esto es, LEY DE LA NO SISTEMATIZACIÓN, que concede, al plantear la
incoherencia como condición de la experiencia, una presunción de significación a todo un desecho
de la vida mental, es decir, no solo a las representaciones cuyo sin sentido es lo único que ve la
psicología (sueños, fantasías, delirios) sino también a esos fenómenos que por el hecho de ser
completamente negativos carecen de estado civil; lapsus del lenguaje y fallas en la acción.
Ambas reglas de la experiencia aparecen formuladas por Freud en una sola, LEY DE LA
ASOCIACIÓN LIBRE.

DESCRIPCIÓN FENOMENOLÓGICA DE LA EXPERIENCIA PSICOANALÍTICA


Esta experiencia constituye el elemento de la técnica terapéutica. Lo dado de esta experiencia es
de entrada lenguaje, un lenguaje, es decir, un signo.
El psicoanalista, para no desligar la experiencia del lenguaje, se atiene al hecho de que el lenguaje,
antes de significar algo, significa para alguien. Por el solo hecho de estar presente y escuchar, ese
hombre que habla se dirige a él, y puesto que le impone a su discurso el no querer decir nada,
queda en pie lo que ese hombre quiere decirle.
El analista opera en dos registros de la elucidación intelectual, por la interpretación y de la
maniobra efectiva, por la transferencia. Pero fijar sus tiempos es asunto de la técnica, que los define
en función de las reacciones del sujeto y regular su velocidad es asunto del tacto. A medida que el
sujeto prosigue la experiencia y el proceso vivido en que se reconstituye la imagen, la conducta
deja de imitar la sugestión, los recuerdos recuperan se densidad real, y el analista ve el fin de su
poder, inútil de allí en adelante debido al fin de los síntomas y a las consumación de la personalidad.

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El lugar del oyente resulta crucial en tanto busca suspender la cadena significante para que
advenga otra que le es propia al sujeto. Se trata de dejar vacante el lugar del sentido.
“La dirección de la cura y los principios de su poder” (LACAN- Cap. 1, punto 2,3 y 4; Cap. 4,
punto 7)
¿Quién analiza hoy?
Bajo el nombre de psicoanálisis muchos se dedican a una reeducación emocional del paciente. El
psicoanalista dirige la cura, pero no debe dirigir al paciente. La dirección de la conciencia en el
sentido de guía moral queda radicalmente excluida (de esta forma se acerca a la religión) La
dirección de la cura consiste en hacer aplicar por el sujeto la regla analítica: o sea las directivas
que se presentan en la “situación analítica” El paciente no es el único con sus dificultades que pone
toda la cuota, el analista también debe pagar: - Pagar con palabras: sí la transmutación que sufren
por la operación analítica las eleva a su efecto de interpretación. - Pagar con su persona: la presta
como soporte de los fenómenos singulares que el análisis ha descubierto en la transferencia. -
Pagar con lo que hay de esencial en su juicio más íntimo: para mezclarse en una acción que va al
corazón.
Suele imaginarse que el psicoanalista debería ser un hombre feliz, ya que es felicidad lo que vienen
a pedirle, ¿y cómo podría darla sí no la tuviese? En la relación con el ser es donde el analista debe
tomar su nivel operatorio
El analista es el hombre a quien se habla y a quien se habla libremente. El sujeto invitado a hablar
en análisis no muestra en lo que dice una gran libertad, ya que sus asociaciones desembocan en
una palabra libre y plena que le es penosa. No hay nada más temible que decir algo que podría ser
verdad del todo, y que, por ser verdad, no puede entrar en la duda. El entendimiento no obliga a
comprender. A lo que oigo no tengo nada que replicarle. me callo frustrando al hablante. Sí lo frustro
es que me pide algo, que le responda. Sin embargo, él sabe que sólo le respondería palabras como
podría responderle cualquiera. Esas palabras no me las pide, habla su demanda intransitiva, no
supone ningún objeto. Su petición se despliega en el campo de una demanda implícita, la de
curarlo, revelarlo así mismo, haciendo calificar como analista. Pero esa demanda puede esperar,
ya que no tiene que ver con eso, incluso no es su demanda, porque soy yo quien le ofrece hablar,
quien con oferta crea una demanda. El sujeto aquí sólo es transitivo.
Lacan dice que el primer principio de la cura es que no debe dirigir al paciente, y refiere a no ejercer
sobre él el poder que el paciente le confiere al analista, no debe ser una guía moral. El analista
debe hacer aplicar la regla fundamental: consiste en hacer olvidar al paciente que se trata
únicamente de palabras, pero esto no significa que el analista lo olvide también.
Aborda el tema por el lado del analista, ya que este debe pagar con palabras y también con su
persona, en tanto tiene que pagar con lo que hay de esencial en él, su juicio más íntimo para
mezclarse en una acción que va al corazón del ser. Acá refiere a la abstinencia del analista, se
abstiene de todo juicio, el analista debe ocupar el lugar del muerto, paga con su persona (por eso
es menos libre).
Poner al analista en el banquillo en la medida en que lo estoy yo mismo, para observar qué está
tanto menos seguro de su acción cuanto que en ella está más interesado su ser.
La interpretación, si el analista da la interpretación va a ser recibida como proveniente de la persona
que la transferencia supone que es, pero esto deja al análisis anclado a una sugestión grosera.
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Pero es gracias a lo que el sujeto atribuye de ser al analista, como es posible que una interpretación
regrese al lugar desde donde puede tener alcance sobre la distribución de las respuestas.
¿A dónde va la dirección de la cura?
1. Que la palabra tiene en ella todos los poderes
2. Que estamos bien lejos por la regla fundamental de dirigir al sujeto hacia la palabra plena,
ni hacia el discurso coherente, pero lo dejamos libre de intentarlo. (la regla fundamental
funciona porque es imposible: la asociación libre es imposible, siempre conduce a los
displacentero)
3. Que esta libertad es lo que más le cuesta tolerar.
4. Que la demanda es propiamente lo que se pone entre paréntesis en el análisis, está excluido
que el analista satisfaga ninguna de ellas.
5. No se pone ningún obstáculo a la confesión del deseo, es hacia donde el sujeto es dirigido.
6. La resistencia a esta confesión consiste en la incompatibilidad del deseo con la palabra.
En el capítulo 2 menciona como Freud procede de manera inversa a lo que propone respecto de
cuándo interpretar, tanto en el caso de las ratas como en Dora, ya que, es producto de la
interpretación que se instala la transferencia propiamente dicha.
También sitúa que la dirección de la cura se ordena según un proceso que va desde la rectificación
de las relaciones del sujeto con lo real, hasta el desarrollo de la transferencia, y luego a la
interpretación.
En el capítulo 4 retoma el sueño como realización de Deseo, este deseo se articula con un discurso.
El objeto de deseo es idéntico a las desviaciones, puesto que en el sueño se satisface el deseo por
desplazamiento, por alusión al deseo de otra, un deseo de la víspera, Freud lo ordena como el
deseo de tener un deseo insatisfecho. (refiere al sueño de la bella carnicera).
Dos dimensiones: un deseo de deseo, un deseo significado por un deseo (el deseo de la histérica
de tener un deseo insatisfecho está significado por un deseo de caviar: el deseo de caviar es su
significante), se inscribe en el registro diferente de un deseo sustituido a un deseo (en el sueño, el
deseo de salmón ahumado de la amiga sustituye al deseo de caviar de la paciente, sustitución de
un significante por otro significante).
El sueño está hecho para el reconocimiento del deseo, porque el deseo se capta solo por la
interpretación.
La elaboración del sueño está alimentada por el deseo, y el sueño sirve ante todo al deseo de
dormir (repliegue narcisista de la libido y retiro de las cargas de la realidad). La experiencia muestra
que, si mi sueño llega unirse a mi demanda, o a lo que se muestra como su equivalencia, la
demanda del otro, me despierto.
La función del significante como tal en la búsqueda del deseo es ciertamente, como Freud lo
observó, la clave de lo que hay que saber para terminar los análisis. En medio de tantas actitudes
seductoras, insurgentes, impasibles, hay que captar las angustias anudadas a las realizaciones,
los rencores, las inconstancias mentales. Ya que, el rechazo de la castración es en primer lugar el
rechazo de la castración del Otro.
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El deseo inconsciente es el deseo del Otro, puesto que el sueño está hecho para satisfacer el deseo
del paciente más allá de su demanda. Es la ocasión de hacer captar al paciente la función que tiene
el falo en su deseo. Puesto que es en cuanto tal como opera el falo en el sueño para hacerle
recobrar el uso del órgano que representa (ejemplo del sueño de un caso de N.O), por el lugar al
que apunta el sueño en la estructura donde su deseo está tomado.
Tener un falo no basta para restituirle una posición de objeto que lo apropie a una fantasía, por la
cual, nuestro paciente como obsesivo pueda mantener su deseo en un imposible que preserva sus
condiciones de metonimia.
Lo que se comunica en el sueño es que tener el falo no le impedía en absoluto desearlo. En lo cual
es su propia carencia de ser la que se encontró alcanzada, falta que proviene del éxodo porque su
ser siempre está en otra parte. La garantía de tener un falo no exigiría tanto si no tuviese que
imprimirse en un signo, que es mostrando ese signo como tal, como toma su efecto. La condición
de deseo que retiene al obsesivo es la marca misma, modo de gracia singular por no figurarse sino
con la renegación de la naturaleza.
Algunas observaciones sobre la formación de los síntomas: Freud decía que los síntomas están
sobredetermiandos, para Lacan la sobredeterminación no es estrictamente concebible sino en la
estructura del lenguaje.
La fantasía es la ilustración misma de esa posibilidad original. Por eso toda tentación de reducirla
a la imaginación, es un contrasentido. La fantasía, es aquello por lo cual el sujeto se sostiene al
nivel de su deseo evanescente, evanescente en la medida en que la satisfacción misma de la
demanda le hurta su objeto. Freud equivale a considerar que lo real es racional y que lo racional es
real, mediante lo cual puede articular que aquello poco razonable que se presenta en el deseo es
un efecto del paso de lo racional en cuanto real, es decir, del lenguaje a lo real.
Es pues la posición del neurótico con respecto al deseo, para abreviar la fantasía, la que viene a
marcar con su presencia la respuesta del sujeto a la demanda, la significación de su necesidad.
Esta fantasía no tiene nada que ver con la significación en la cual interfiere. Esta significación en
efecto proviene del Otro, en la medida en que se él depende que la demanda sea colmada. La
fantasía sólo llega allí por encontrarse en el camino de retorno de un circuito, el que, llevando la
demanda hasta los límites del ser, hace interrogarse al sujeto sobre la falta en la que se aparece a
sí mismo como deseo.
Ese punto donde el analista de hoy pretende captar la transferencia es esa distancia que define
entre la fantasía y la respuesta que llaman adaptada, adaptada a la demanda del Otro, que tendría
consistencia si la respuesta obtenida no fuese porque se cree autorizado a negar todo valor a la
fantasía en la medida que toma de su propia realidad.
“¿Qué es la clínica psicoanalítica” (LOMBARDI)
Lacan no hacía coincidir la clínica con la experiencia cotidiana del psicoanálisis, ya que esta puede
permanecer en la rutina del consultorio. Lacan desarrollo la definición del clínica psicoanalítica a
partir del cuatro perspectivas diversas: su posición singular en ese discurso, su interés en las
elaboraciones de la psiquiatría clásica, su lectura de los textos de Freud y la relación del
psicoanálisis con la racionalidad y las ciencias modernas. La clínica se añade a la experiencia del
análisis, orientándola y transformándola, ya que la cuestiona: (1) interrogando al análisis desde el
comienzo hacía el final del tratamiento, a tal punto que se le plantea al analizado las preguntas que
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su analista no podría responder porque la posición del psicoanalista no es una posición de saber si
no de un objeto caído del saber inconsciente del analizante. (2) debe interrogarse también a los
analistas. La clínica no es la experiencia en bruto, pero tampoco la acumulación de experiencias.
Ya que esta última nos ofrece un cierto saber en el que se consolidan esquemas y clasificaciones
que tejen prejuicios (por ejemplo, las distintas estructuras clínicas). este es enemigo del análisis,
así como el sentido común es el reverso del psicoanálisis. El sentido del síntoma no coincide con
el de otro del mismo tipo, porque no recorren las mismas vías significantes. De allí esa necesidad
de respeto del cifrado, de atención al sujeto supuesto saber que en un segundo momento tal vez
permita el descifrado propiamente analítico con la resolución total o parcial de la posición
sintomática del analizante. El valor del tipo clínico de síntoma, así como el de diagnóstico, son una
orientación para el analista y una ubicación para el analizante El psicoanálisis no es un discurso
cerrado ya que su práctica implica una interacción con otros discursos. En primer lugar, se
encuentra el discurso histérico, el del sujeto que con su síntoma en el cuerpo hace lazo social. La
pregunta por la clínica psicoanalítica puede y debe prolongarse y apoyarse en esos discursos Es
importante que los analistas pregunten acerca de los detalles del síntoma, de sus texturas
significantes. Lacan aspira a mostrar que los síntomas dependen de una estructura que es la de
los efectos del lenguaje sobre el viviente. En el caso de la histeria el síntoma hace lazo social, es
quien plantea la pregunta; en el caso del obsesivo el síntoma aísla, no comunica y no hace lazo.
En ambos casos se sabe poco del sentido inconsciente en que se apoya el síntoma La pregunta
por la clínica psicoanalítica exige la articulación de lo típico con el sentido peculiar de cada caso.
Ese empalme del discurso universal con la singularidad de la estructura del sujeto sólo puede
hacerse a partir de la particularidad del síntoma, que es lo único realmente analizable
Lacan (1976) La clínica es lo real en tanto que imposible de soportar (es la experiencia misma
que todos han pasado en tanto sujetos que han experimentado lo insoportable del lenguaje). El
inconsciente es la huella y a la vez el camino, por el saber que constituye: haciéndose un
deber repudiar todo lo que implica la idea de conocimiento. Para está a la altura clínica
psicoanalítica se necesita haber pasado por ella como analizante, haber recorrido el camino que
lleva a pensar que hay de trauma actual en el síntoma, que hay de punto intolerable al que el sujeto
permanece fijado y sin resolver. Para que el síntoma se experimente como imposible de soportar
los disfraces narcisisticos y de la fantasía deben separarse de él, ya que estos son lo que lo vuelven
tolerable y valorable. En oposición al síntoma la fantasía vuelve el placer apropiado al deseo. en la
fantasía el deseo no realizado se soporta de otro modo que, en el síntoma, ya que este en análisis
debe dar manifestaciones más nítidas, más dolorosas y que pierda su apoyo en la fantasía, donde
todo es posible para alcanzar lo imposible (de soportar). El síntoma es la forma dividida o
desgarrada del ser hablante, que el análisis tiene como tarea y debe mostrar en su faceta
insoportable, para que el ser involucrado resulte interesado en resolverlo. Si el síntoma es lo
analizable en la neurosis, una parte decisiva del trabajo del análisis será llevarlo a su forma no
camuflada, a que tome coraje y entregue manifestaciones más nítidas. A lo que el síntoma tiene de
insoportable se accede por el camino del inconsciente, que es huella y camino por el saber que
constituye. Es condición necesaria el propio análisis, pero no suficiente. La clínica psicoanalítica es
un esfuerzo de articulación sobre los impasses sobre el saber para situar allí el saber paradójico en
el que se mantiene el sujeto del inconsciente.

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UNIDAD 2: “FORMAS CLASICAS Y ACTUALES DE PRESENTACION DEL SINTOMA”
“Pegan a un niño” (FREUD)
La representación-fantasía “pegan a un niño” es confesada con frecuencia en distintos pacientes
analizados. A esta fantasía se anudan sentimientos placenteros y se vincula a cierta satisfacción
onanista (obtenida en los genitales). Siempre su confesión sobreviene con titubeos y se anuda al
sentimiento de culpa y vergüenza. Las fantasías de esta clase se remontan a tiempos tempranos,
en la edad escolar o antes, cuando el niño co-presenciaba en la escuela cómo otros niños eran
azotados por el maestro. Esta imagen, volvía a convocar esa fantasía temprana, las fantasías ya
habían estado presentes antes. Si bien la fantasía de que un niño es azotado iba a acompañada
de placer autoerótico, el revivirla, al ver cómo otro niño es azotado en la escuela, provocaba más
bien repulsión. En general no recuerdan más que eso, “pegan a un niño”
Una fantasía que emerge en la temprana infancia y se retiene para la satisfacción autoerótica, debe
considerarse como rasgo primario de perversión. ES DECIR, UNO DE LOS COMPONENTES DE
LA FUNCIÓN SEXUAL SE HABRÍA ANTICIPADO A LOS OTROS EN SU DESARROLLO, SE
HABRÍA VUELTO AUTÓNOMO DE MANERA PREMATURA Y FIJANDOSE LUEGO,
SUSTRAYENDOSE DE LOS ULTERIORES PROCESOS EVOLUTIVOS. Si posteriormente falta la
represión, la sustitución por formación reactiva o la transmutación por sublimación, la perversión se
conserva en la madurez. Si ese componente sexual que se separó es sádico, nos formamos la
expectativa de que su ulterior represión genere una predisposición para la neurosis obsesiva y así,
esas fantasías las más de las veces permanecen apartadas del restante contenido de la neurosis
y no ocupan un sitio legítimo dentro de su ensambladura.
Solo merece el título de Psicoanálisis aquel empeño analítico que ha conseguido levantar la
amnesia que oculta para el adulto el conocimiento de su vida infantil desde su comienzo. Insistir en
la importancia de las vivencias tempranas, no implica subestimar el influjo de las posteriores. En el
período de la infancia entre los dos a cuatro o cinco años es cuando despiertan por primera vez los
factores libidinosos congénitos por las vivencias ligadas a ciertos complejos. La fantasía aquí
desplegada aparece a fines de este periodo, pero el análisis demuestra que la fantasía “Pagan un
niño” tiene una prehistoria, recorre un desarrollo y corresponde a un resultado final, no a una
exteriorización inicial.

PRIMER FASE: “el padre SEGUNDA FASE: “Soy TERCERA FASE: “Pegan a
pega a un niño odiado por azotado por mi padre” un niño” Consciente
mi” Pre – consciente Inconsciente

La primera fase de las Entre la 1º y la 2º fase se Se aproxima a la primera. Su


fantasías de paliza en niñas consuman grandes texto es conocido por la
tiene que corresponder a una trasmudaciones: la persona comunicación de los
época muy temprana de la que pega sigue siendo el pacientes. La persona que
infancia. El niño azotado padre, pero el niño azotado pega nunca es la del padre o

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nunca es el fantaseador: lo devino otro, por lo regular el
se la deja indeterminada como
regular es que sea otro niño fantaseador mismo. La
en la 1º fase, o es investida de
casi siempre un hermanito. La fantasía se tiñe de alto grado
manera típica por un
fantasía se llamaría sádica, de placer. Su texto es ahora:
subrogante del
pero el niño fantaseador nunca “Yo soy azotado por el padre”.
padre(maestro). La persona
es el que pega, sino un adulto. Tiene un indudable carácterpropia del niño fantaseador ya
Esta persona adulta masoquista. En ningún caso no sale a la luz en la fantasía
indeterminada se vuelve más ésta segunda fase de paliza (“probablemente yo
es
tarde reconocible y unívoca: el recordada, nunca llega al estoy mirando”). En lugar de
padre (de la niña). La primera devenir consciente. un solo niño azotado, casi
fase de la fantasía de paliza se siempre son muchos niños, y
formula con el enunciado:” El ninguno de ellos resulta
padre pega al niño” que se familiar individualmente. La
trasluce como “El padre pega situación originaria, simple y
al niño que yo odio”. monótona, del ser azotado
puede experimentar
variaciones y adornos y el
azotar mismo puede ser
sustituido por castigos y
humillaciones de otra índole.
La fantasía es ahora portadora
de una excitación intensa,
sexual, y como tal procura
satisfacción onanista.
Se recuerda como CC Se reconstruye, es ICC Se recuerda como CC
Parece sádica. La persona que Parece masoquista (su Parece sádica. La persona que
pega es un adulto que luego es contenido parece ser: “ser pega es siempre el padre o un
reconocido como el padre del azotado por el padre”). Adhiere subrogado.
fantaseador. carga libidinosa y conciencia
de culpa.
El niño azotado es otro El niño azotado es el El/los niño/s (varones)
fantaseador. azotado/s son siempre otro/s
Fase con significado genital:
surgió por represión y
regresión, del deseo
incestuoso de ser amado por el
padre.

DE LOMBARDI: Debe recordarse que hay una gran diferencia entre la primera fase y la segunda.
La primera consiste en un recuerdo infantil, mientras que la segunda es una construcción en
análisis, un hecho no acontecido que demuestra el valor de la fantasía masoquista primordial. La
fantasía viene a ocupar el lugar de la pérdida. Permite recuperar lo perdido del amor del padre.
Para Lacan, lo verdaderamente traumático es que no hay relación sexual, hay una falla originaria y
esa falla es lo que el neurótico suple mediante sus fantasías y la construcción de su realidad.

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¿POR QUÉ PEGAN A UN NIÑO? Los neuróticos y neuróticas suelen fantasearlo y eso les da
placer, un placer injustificado y no es sociabilizable. No es sociabilizable porque la significación
“pegan a un niño” es una significación no relativa, sino absoluta: pura significación de deseo, capaz
de excitarlo en cualquier contexto, con o sin el Otro. Es una fantasía que transciende los tipos
clínicos. La elaboración freudiana del texto apunta al corazón estructural de la fantasía. Freud nos
explica que el desarrollo de esa fantasía exige reconocer distintas fases, las cuales no solo son
importantes por lo que se dice, sino también por lo que se elude, lo que se ha suprimido en el texto
de cada frase. La fantasía se revela con Freud como una estructura de elisiones, de elementos que
se suprimen de la superficie de las palabras que calientan, pegan a un niño: Los elementos
fundamentales son los que están elididos, pero articulados, en esa frase: el sujeto en tanto sujeto
gramatical, el padre como partenaire, la mirada en tanto objeto excluido de la escena. Son esos
elementos elididos los que la fantasía añade a la pulsión, y que permiten sostener el deseo en las
condiciones de existencia, fuera de la cadena de la demanda, que éste exige para mantenerse sin
que haya que molestarse en llevarlo a las condiciones del acto, que exige el cruce de una acción
pulsional especifica con el deseo del Otro. La fantasía enmarca la realidad psíquica: tiene los más
variados efectos sobre la concepción del mundo que se hace el sujeto.
El análisis de esta fantasía permite obtener esclarecimiento sobre la génesis de las perversiones
en general, en particular del masoquismo, y para apreciar el papel que cumple la diferencia entre
los sexos dentro de la dinámica de la neurosis. El complejo de Edipo es el verdadero núcleo de la
neurosis y la sexualidad infantil que culmina en él, es su condición efectiva. Las fantasías de paliza
y otras fijaciones perversas serían precipitadas del complejo de Edipo, cicatrices del proceso.
Pegan a un niño, no es sólo una matriz de significación, sino que organiza la realidad de esos
sujetos. Articula la vida a un modo particular de goce. La transmutación del sadismo en masoquismo
parece acontecer por el influjo de la cc de culpa que participa en el acto de represión. La represión
se exterioriza en tres efectos: -vuelve Icc el resultado de la organización genital -constriñe a la
organización genital a la regresión hasta el estadio sádico-anal -muda su sadismo en el
masoquismo pasivo. Las pulsiones sexuales son capaces de hacer fracasar el propósito de la
represión y conquistarse una subrogación a través de formaciones sustitutivas perturbadoras. Pero
eso la sexualidad infantil, que sucumbe a la represión, es la principal fuerza pulsional de la
formación del síntoma y por eso la pieza esencial de su contenido, el complejo de Edipo es el
complejo nuclear de la neurosis.
El texto “Pegan a un niño” es paradigmático de la fantasía. Este texto es una construcción que
Freud introduce como corolario de una investigación que lleva a cabo con un grupo de pacientes,
a partir de una frase que se repite sucesivamente en cada uno de ellos. La construcción que hace
Freud es en tres fases, cada fase se puede representar por tres frases distintas.
3ª Fase o frase: es aquella que el paciente le dice, es a partir de la cuál Freud comienza la
investigación. Freud dice que es llamativa porque es una frase impersonal “pegan a un niño”. En
ese punto los pacientes no podían decir ni quién era el castigado, ni quién era el castigador. El
sujeto tiene una posición escópica en la que participa con la mirada, esto le trae satisfacción porque
es una fantasía que acompaña el acto masturbatorio, y es una fantasía de triunfo sobre el supuesto
rival. A pesar de esto Freud no se conforma. No se conforma porque esa frase de “el padre pega a
un niño” sigue sin sujeto gramatical.
2da fase: Es ahí donde Freud va a construir la segunda fase donde el castigado es el sujeto del
relato, es el sujeto gramatical. El goce obtenido en la escena es doble: Por un lado, la satisfacción

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de ser satisfecho sexualmente por el padre por la vía del castigo (me pega porque me ama) y al
mismo tiempo está la satisfacción de la conciencia de culpa, porque no es sin consecuencia desear
el amor del padre. La segunda frase que es construida no responde al vivenciar, no tuvo valor de
acontecimiento. Pertenece a lo filogenético en tanto no pertenece al vivenciar infantil, al vivenciar
del sujeto, no tuvo suceso en la vida del paciente. Además, Freud dice que esa fantasía fue siempre
inconsciente, siempre incestuosa, siempre referida al padre (se trate del sexo del sujeto que se
trate). La Frase es “el padre me pega porque me ama” pero el “me ama” queda reprimido, cae bajo
la represión, pero a su vez “porque me ama” es lo que despliega la carga libidinal a la 1ra parte de
la frase.
Es interesante porque a pesar de encontrar una frase que los sujetos confiesan y que acompaña el
acto masturbatorio, Freud no se conforma. Por ubicar al sujeto gramatical y por ubicar la
procedencia de ese goce, Freud no se conforma y es allí donde avanza a la construcción de la 2ª
fase. Nuevamente encontramos la apuesta de Freud a que sea el propio sujeto, a que eso
representa al sujeto. Si alguien habla de algo eso lo representa: ¿en qué medida está implicado
alguien que cuenta la fantasía del tipo pegan a un niño? Freud por eso no se detiene hasta
encontrar las implicancias que para el sujeto esa fantasía tiene. Es decir, hasta que no encuentra
el punto en el cual el sujeto está implicado en esa fantasía, no detiene la investigación. Hasta que
el sujeto del dicho no es el sujeto gramatical de la fantasía. Freud no se conforma y se pregunta
¿dónde está presente en la escena el sujeto que relata? Es ahí donde construye la 2ª fase.
“Inhibición, Síntoma y Angustia” (FREUD- Cap. 1 a 5)
INHIBICIÓN: Limitación funcional del yo
Cap. I: «Inhibición» tiene un nexo particular con la función y no necesariamente designa algo
patológico: se puede dar ese nombre a una limitación normal de una función. Es decir, es una
simple rebaja de la función. Las inhibiciones son limitaciones de las funciones yoicas, sea por
precaución o a consecuencia de un empobrecimiento de energía.
CAUSAS:
1. Erotización de la función: La función yoica de un órgano se deteriora cuando aumenta su
erogenidad y su significación sexual. Ej.: Cuando se padece de inhibiciones neuróticas para escribir
o aun caminar, la razón de ello es una erotización hiperintensa de los órganos requeridos para esas
funciones: los dedos de la mano, o los pies. El yo renuncia a estas funciones que le competen a fin
de evitar un conflicto con el ello y no verse precisado a emprender una nueva represión.
2. La auto punición: Ej.: en las actividades profesionales. El yo no tiene permitido hacer esas
cosas porque le proporcionarían provecho y éxito, que el severo superyó le ha denegado. Entonces
el yo renuncia a esas operaciones a fin de no entrar en conflicto con el superyó.
3. Empobrecimiento de energía yoica: el yo es requerido por una tarea psíquica particularmente
gravosa, verbigracia un duelo, una enorme sofocación de afectos o la necesidad de sofrenar
fantasías sexuales que afloran de continuo, se empobrece tanto en su energía disponible que se
ve obligado a limitar su gasto de manera simultánea en muchos sitios.
SÍNTOMA
Cap. II: El síntoma equivale a indicio de un proceso patológico. Entonces, también una inhibición
puede ser un síntoma.

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- Se trata de una desacostumbrada variación de la función o de una nueva operación.
- El síntoma NO es un proceso que suceda dentro del yo o que le suceda al yo.
- El síntoma es indicio y sustituto de una satisfacción pulsional interceptada, es un resultado del
proceso represivo. La represión parte del yo, quien, eventualmente por encargo del superyó, no
quiere acatar una investidura pulsional incitada en el ello. Mediante la represión, el yo consigue
coartar el devenir consciente de la representación que era la portadora de la moción desagradable.
Esta se ha conservado como formación inconsciente.
PROCESO REPRESIVO: A consecuencia de la represión, la satisfacción pulsional tendría por
resultado un displacer, ya que el decurso excitatorio intentado en el ello no se produce porque el
yo consigue inhibirlo o desviarlo y por eso se produce la “mudanza de afecto”. Cuando el yo se
revuelve contra un proceso pulsional del ello, no le hace falta más que emitir una señal de displacer
(angustia) para alcanzar su propósito. El yo emprende el mismo camino para preservarse tanto del
peligro interior, como del exterior; así la represión equivale a un intento de huida. El yo quita la
investidura (preconsciente) de la agencia representante de pulsión que es preciso reprimir
{desalojar}, y la emplea para el desprendimiento de displacer (de angustia). La represiones son un
«esfuerzo de dar caza» y todas presuponen represiones primordiales producidas con anterioridad,
y que ejercen su influjo de atracción sobre la situación reciente. Las represiones emergen en dos
diversas situaciones, a saber: cuando una percepción externa evoca una moción pulsional
desagradable, y cuando esta emerge en lo interior sin mediar una provocación así.
El síntoma se engendra a partir de la moción pulsional afectada por la represión. Cuando el yo,
recurriendo a la señal de displacer, consigue su propósito de sofocar por entero la moción pulsional,
no nos enteramos de nada de lo acontecido. Sólo nos enseñan algo los casos que pueden
caracterizarse como represiones fracasadas en mayor o menor medida. (retorno de lo reprimido).
Así, a pesar de la represión, la moción pulsional ha encontrado un sustituto, pero uno harto
mutilado, desplazado {descentrado}, inhibido, y ya no es reconocible como satisfacción. Y si ese
sustituto llega a consumarse, no se produce ninguna sensación de placer; en cambio de ello, tal
consumación ha cobrado el carácter de la compulsión. Pero el proceso sustitutivo es mantenido
lejos, en todo lo posible, de su descarga por la motilidad; y si esto no se logra, se ve forzado a
agotarse en la alteración del cuerpo propio y no se le permite desbordar sobre el mundo exterior;
le está prohibido trasponerse en acción. Lo comprendemos; en la represión el yo trabaja bajo la
influencia de la realidad externa, y por eso segrega de ella al resultado del proceso sustitutivo. El
yo gobierna el acceso a la conciencia, así como el paso a la acción sobre el mundo exterior; en la
represión, afirma su poder en ambas direcciones.
Cap. III: Si el acto de la represión nos ha mostrado la fortaleza del yo, al mismo tiempo atestigua
su impotencia y el carácter no flexible de la moción pulsional singular del ello. En efecto, el proceso
que por obra de la represión ha devenido síntoma afirma ahora su existencia fuera de la
organización yoica y con independencia de ella. Y no sólo él: también todos sus retoños gozan del
mismo privilegio, se diría que de «extraterritorialidad» de la organización yoica y, con esta ganancia,
se extiendan a expensas del yo. Así, el síntoma es como un cuerpo extraño que alimenta sin cesar
fenómenos de estímulo y de reacción dentro del tejido en que está inserto.
LUCHA SECUNDARIA: La lucha contra la moción pulsional encuentra su continuación en la lucha
contra el síntoma: el yo emprende un intento de restablecimiento o de reconciliación, ya que el yo
es una organización con aspiración a la ligazón y la unificación. Así se comprende que el yo intente

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cancelar la ajenidad y el aislamiento del síntoma, aprovechando toda oportunidad para ligarlo de
algún modo a sí e incorporarlo a su organización mediante tales lazos. El yo se comporta como si
el síntoma ya está ahí y no puede ser eliminado; ahora se impone avenirse a esta situación y sacarle
la máxima ventaja posible. Sobreviene una adaptación al fragmento del mundo interior que es ajeno
al yo y está representado por el síntoma, adaptación como la que el yo suele llevar a cabo
normalmente respecto del mundo exterior objetivo. Así el síntoma es encargado poco a poco de
subrogar importantes intereses, cobra un valor para la afirmación de sí, se fusiona cada vez más
con el yo, se vuelve cada vez más indispensable para este. Podría exagerarse también el valor de
esta adaptación secundaria al síntoma mediante el enunciado de que el yo se lo ha procurado
únicamente para gozar de sus ventajas. Así el síntoma aparece como ganancia (secundaria) de la
enfermedad. Viene en auxilio del afán del yo por incorporarse el síntoma, y refuerza la fijación de
este último. Y cuando después intentamos prestar asistencia analítica al yo en su lucha contra el
síntoma, nos encontramos con que estas ligazones de reconciliación entre el yo y el síntoma actúan
en el bando de las resistencias y no nos resulta fácil soltarlas. Pero parece que no sería lícito
reprochar inconsecuencia al yo. Él está dispuesto a la paz y querría incorporarse el síntoma,
acogerlo dentro del conjunto que él constituye. La perturbación parte del síntoma, que sigue
escenificando su papel de correcto sustituto y retoño de la moción reprimida, cuya exigencia de
satisfacción renueva una y otra vez, constriñendo al yo a dar en cada caso la señal de displacer y
a ponerse a la defensiva. La lucha defensiva secundaria contra el síntoma es variada en sus formas,
se despliega en diferentes escenarios y se vale de múltiples medios.
ANGUSTIA
No puede escapársenos la existencia de un nexo entre la inhibición y la angustia. Muchas
inhibiciones son, evidentemente, una renuncia a cierta función porque a raíz de su ejercicio se
desarrollaría angustia. - el yo es el genuino almacigo de la angustia - la angustia no es producida
como algo nuevo a raíz de la represión, sino que es reproducida como estado afectivo siguiendo
una imagen mnémica preexistente. Si nos preguntamos por el origen de esa angustia —así como
de los afectos en general—, abandonamos el indiscutido terreno psicológico para ingresar en el
campo de la fisiología: Los estados afectivos están incorporados en la vida anímica como unas
sedimentaciones de antiquísimas vivencias traumáticas y, en situaciones parecidas, despiertan
como unos símbolos mnémicos. Por ejemplo: En el hombre el acto del nacimiento, en su calidad
de primera vivencia individual de angustia, parece haber prestado rasgos característicos a la
expresión del afecto de angustia. Además, no hay que olvidar que un símbolo de afecto para la
situación del peligro constituye una necesidad biológica y se lo habría creado, en cualquier caso.
Además, considero injustificado suponer que en todo estallido de angustia ocurra en la vida anímica
algo equivalente a una reproducción de la situación del nacimiento.
Cap. IV: Freud en el cap. 4 formula la pregunta ¿Cuál es el síntoma? Entonces podemos valernos
de esta prudencia de Freud para advertir que no es tan sencillo describir el síntoma, tomando en
cuenta que no entendemos por síntoma cualquier padecimiento que enuncie el sujeto. Porque el
síntoma para el psicoanálisis tiene determinadas precisiones que revisar. Para hablar de síntoma
tenemos que hablar de sustitución. Así, entonces veremos cuáles son los problemas que se le
presentan a la hora de definir el síntoma. En principio, lo que aparece en este texto es una
producción de Freud que marca un viraje. El propone tomar el caso Hans, pero el análisis de este
caso no le va a alcanzar y tomará la fobia del Hombre de los Lobos. Así conceptualizará el síntoma
y vinculará la angustia con la represión. Yendo concretamente al texto encontramos que en el 1er
párrafo dice: “El pequeño Hans se rehúsa a andar por la calle porque tiene angustia ante el caballo.
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Ahora bien ¿Cuál es el síntoma: el desarrollo de angustia, la elección del objeto de la angustia, la
renuncia a la libre movilidad, ¿o varias de estas cosas al mismo tiempo? ¿Dónde está la satisfacción
que él se deniega? ¿Por qué tiene que denegársela?” Y luego se contesta: “Se estará tentado a
responder que yendo al caso mismo las cosas no son tan enigmáticas. La incomprensible angustia
frente al caballo es el síntoma, la incapacidad de andar por la calle, un fenómeno de inhibición, una
limitación que el yo se impone para no provocar el síntoma-angustia…” Más abajo Freud dice
“supuesto síntoma”, entonces él no está conforme con lo que está planteando. Así se va
construyendo el pensamiento de Freud para dar cuenta de eso que interroga. Entonces corrige: “Se
trata como lo averiguamos tras escuchar más detenidamente, no de una angustia indeterminada
frente al caballo, sino de una determinada expectativa angustiada: el caballo lo morderá…” ¿Será
este el contenido, el núcleo del síntoma? Sigue sin conformarse. “No podemos designar como
síntoma la angustia de esta fobia; si el pequeño Hans, que está enamorado de su madre, mostrará
angustia frente al padre, y no tendríamos derecho alguno a atribuirle una neurosis, una fobia. Nos
encontraríamos ante una reacción enteramente comprensible. Lo que la convierte en una neurosis
es única y exclusivamente otro rasgo: La sustitución del padre por el caballo. El conflicto de
ambivalencia no se tramita sobre la persona misma; se lo esquiva deslizando las mociones al objeto
sustituto.” El hecho de que el niño se angustiara frente a la llegada del padre sería una angustia
completamente legítima, o sea que tiene mociones hostiles respecto del padre que le producen una
expectativa angustiosa. Entonces hay que pensar en otro lugar, y ese otro lugar es la sustitución
del padre por el caballo. Más abajo dice que “hay algo que no está en orden”. Lo que sigue no va
a rebatir que tenemos que estar ante la sustitución para poder ubicar la neurosis, sino que hay algo
más. Tiene que recurrir a la fobia de Hombre Lobo (HL). El servicio que ofrece ese caso es
responder a ese algo más. Ubica similitudes y diferencias entre las dos fobias. La diferencia
fundamental es en relación con el Edipo. En el pequeño Hans es un Edipo positivo, y en H.L es un
Edipo invertido. “La represión no es el único recurso del yo para defenderse de la moción pulsional
desagradable. En lugar de una única represión nos encontramos con una acumulación de ellas, y
además nos topamos con la regresión…” La representación de ser devorado por el padre es la
expresión, degradada en sentido regresivo, de ser amado por el padre. H.L. desarrolla una fobia al
lobo luego de haber alcanzado la genitalidad por haber recibido una seducción prematura por parte
de la hermana, o sea que hay una primera regresión que opera en este niño a la etapa sádico-anal
y una segunda regresión que opera por la vía del sueño a la etapa oral. Cada una de estas
regresiones va a tener un axioma acorde al momento regresivo, acorde a lo que se goza en ese
momento regresivo.
Por ej.: en la etapa sádico-anal la forma degradada que tenía el Complejo de Castración tenía
esta fórmula: temor a ser golpeado por el padre. En la regresión a la etapa oral, la forma degradada
que tomaba por la vía regresiva del Complejo de Castración era ser devorado por el lobo, por el
padre. “Creemos conocer el motor de la represión en ambos casos… es en los dos el mismo: la
angustia frente a la castración inminente…En ambos casos el motor de la represión es la angustia
frente a la castración: Por angustia a la castración resigna el pequeño Hans la agresión hacia su
padre: su angustia a que el caballo lo muerda es su angustia a que lo castre. También en el H.L.
pasa lo mismo: por angustia de castración, por querer ser amado como objeto sexual por su padre
(Edipo negativo) lo que significaría el sacrificio de sus genitales por ubicarse en el lugar de mujer.
Los contenidos angustiantes – ser mordido por el caballo y ser devorado por el lobo – son sustitutos
desfigurados del contenido ser castrado por el padre”. Ser castrado por el padre es lo que sucumbe
a la represión. Queda sustituido por uno u otro animal. Esta sustitución da cuenta de lo que cayó
bajo efecto de la represión. La angustia de un peligro inminente vivido como real crea la represión.
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Tesis fuerte del texto que invierte la relación entre angustia y represión, hasta este texto la represión
producía la angustia. El efecto-angustia de la fobia no proviene del proceso represivo, sino de lo
represor mismo. La angustia de la zoofobia es la angustia a la castración inmutada, una angustia
realista, angustia frente a un peligro considerado real. La angustia crea la represión, y no como
opinaba Freud antes, la represión a la angustia. El síntoma es la conjunción entonces de la
sustitución y el desplazamiento. El desplazamiento está vinculado a ese algo más, no todo estaba
en orden. Ser devorado por el lobo es la expresión degradada en sentido regresivo de una moción
tierna pasiva: ser amado por el padre. Por eso hacía falta el caso H.L, para poder captar el efecto
del Edipo invertido. El amor al padre conlleva la castración porque implica la identificación con la
madre. La pregunta por el síntoma la va a responder por la vía de los dos mecanismos que operan
en el síntoma: represión y regresión.
Capítulo V: En la histeria de conversión los síntomas se encuentran sin contaminación de angustia.
El síntoma de dolor emerge cuando ese lugar es tocado desde afuera y cuando la situación
patógena que ese lugar subroga es activada por vía asociativa desde adentro, el yo recurre a
medidas precautorias para evitar el despertar del síntoma. En la neurosis obsesiva los síntomas
son prohibiciones, medidas precautorias, penitencias o por lo contrario son satisfacciones
sustitutivas. En el caso más grosero el síntoma es en dos tiempos: a la acción que ejecuta sigue
inmediatamente una segunda que lo cancela o deshace. Se presenta una lucha continuada contra
lo reprimido y el yo el superyó participan en la formación de síntoma. En la neurosis obsesiva se
forma un superyó severísimo.
“De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis” (LACAN- Cap.1 y 5)
¿Qué sucede en la psicosis?, en la psicosis, según Freud, no hay lugar para el analista ya que el
sujeto tiene su libido narcisista, no tiene otro objeto más que sí mismo. No puede establecerse en
ellos el mecanismo de la curación, que se implementa con los neuróticos, es decir, la renovación
del conflicto patógeno y la superación de las resistencias de la represión.
Sin embargo, Lacan, apoyado en la teoría de la negación de Freud, desarrolla un concepto
diferencial para la psicosis, el mecanismo de la forclusión.
En su seminario 3 Lacan plantea que no todo está tan solo reprimido, que para que algo sea
reprimido primero tuvo que haber sido admitido en el aparato, en lo simbólico. A esa inscripción en
lo simbólico la va a llamar, siguiendo a Freud, afirmación primordial. Esto supone un nivel
estructural en la constitución del aparato psíquico, un nivel de inscripción de significantes. Esa
inscripción en lo simbólico podría a su vez faltar. Algo de lo primordial no entra en simbolización y
no es reprimido, sino expulsado.
Entonces, lo que cae bajo la acción de la represión retorna. Lo reprimido siempre está ahí y se
expresa, por ejemplo, en los síntomas. Por su parte, lo que cayó bajo la acción de la negación, es
decir, lo que nunca se inscribió en lo simbólico, tiene un destino diferente, por lo que el retorno no
se producirá en lo simbólico, sino en lo real.
Lo que sucede en la psicosis es que ese significante primordial que fue rechazado, que es el
significante del nombre del padre. Esta ausencia promueve una falla en la instauración de la
metáfora paterna (significante que viene en lugar de otro significante que es el deseo materno) y,
por ende, la castración no se inscribe. Aquí hablamos de una falla en la constitución de lo simbólico,
y en la limitación del goce ya que no está regulado por la función fálica. A partir de aquí, no quedó
en la estructura una falta simbólica, por lo que el objeto no se ha constituido como perdido. Por lo
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tanto, esto que Freud planteaba respecto a que en la neurosis el analista presta su persona para
que la libido insatisfecha del paciente se transfiera a él quedando ubicado como objeto, en la
psicosis no podría darse ya que el sujeto no busca otros objetos.
Lacan empieza desde otro lado, sujeto supuesto a saber. Un sujeto se dirige al otro pidiéndole su
saber. Es una operación que permitirá que se despliegue la cadena asociativa y se instale la
transferencia. Gracias a la escucha analítica, se ponen en juego los significantes que generan la
división subjetiva y se desencadena un saber. En su seminario 11, Lacan expresa que la
transferencia es un fenómeno que incluye juntos al paciente y al analista.
Entonces, para Lacan en la neurosis, es la instauración de este sujeto supuesto a saber quién abre
paso a la transferencia. En la psicosis, no existe un sujeto divido por el lenguaje, no hay un sujeto
del inconsciente, entonces, ¿Qué sucede? El saber queda del lado del sujeto, solo de ese lado, y
esto hace que el mismo paciente se ubique en lugar de objeto.
En “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible para la psicosis”, Lacan plantea
que la falta del significante del nombre del padre determina un agujero en lo simbólico, y a su vez
se produce otro agujero en el campo imaginario por la falta del significante fálico. La función de este
significante es la de crear sentido. Esto determina para el analista, un solo lugar posible: “El analista
es llamado a suplir con sus predicaciones el vacío (…) percibido de la forclusión”. Suplencia que
tiene que ver con la compensación imaginaria, utilizar un significante que vale por estar ahí, en el
discurso delirante. La transferencia con el analista no pedirá cuenta de esas palabras, sino que
oficia como el campo donde esa palabra que viene del otro puede decirse, tomar cuerpo y poner
en movimiento los significantes.
¿Qué lugar queda entonces para el analista?, Colette Soler distingue tres lugares, por un lado, el
analista será como el Otro de la voluntad de goce que toma al sujeto por objeto, en forma de
persecución, por otro, el analista como significante del Ideal, que suple la referencia paterna
inexistente en el sujeto psicótico, y también el analista como lugar de semejante, de testigo, del que
escucha, que toma nota y que supuestamente comprende. Respecto al lugar de testigo, el analista
se ubica en un lugar más pasivo y escucha.
El psicoanálisis debe prestar significantes, su nombre de psicoanalista y también su presencia, es
decir, su capacidad para soportar la transferencia delirante. Pero no basta solo con esto, dice
Colette, el analista no puede hacer esto sino desde el lugar del Otro, que es el partenaire de las
elaboraciones espontáneas del sujeto. El analista mismo será interpretado en sus palabras, en sus
intervenciones.
“Clases VII (punto 3); IX y XXI (Introducción y punto 1)” (LACAN-Seminario 10)
CLASE 8: La causa del deseo
Las dos condiciones esenciales del pasaje al acto son: 1 la identificación absoluta del sujeto con el
(a) al que se reduce (lo que sucede en la muchacha en el momento del encuentro.) 2 la
confrontación del deseo y de la ley (confrontación del deseo del padre con la ley que se
presentificación en la mirada del padre) Esto es lo que la hace sentirse identificada con(a) y, al
mismo tiempo, rechazada, expulsada, fuera de la escena. Y esto, sólo puede realizarlo el dejar
caer, dejarse caer. Lo que le pasa a la joven homosexual se trata de cierta promoción del falo al
lugar de (a).

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Objeto a: Es el objeto hacia el que nos orienta en relación con la angustia: que ella no es sin objeto.
La angustia es la única traducción subjetiva del objeto a. El mismo fue anunciado en la fórmula del
fantasma como soporte del deseo. ($ ROMBO a) "¿Está el objeto del deseo adelante?". Tal es el
espejismo en cuestión. El objeto, el objeto a, ese objeto que no ha de situarse en nada análogo a
la intencionalidad de una noesis (pensamiento), que no está en la intencionalidad del deseo, este
objeto debe ser concebido como la causa del deseo. El objeto está detrás del deseo. Además, esa
función del objeto, en la novedad topológica estructural que exige, es perfectamente sensible en
las formulaciones de Freud, y especialmente en las relativas a la pulsión. El objeto es, en su función
esencial, que se escapa en el plano de nuestra aprehensión. La noción de causa pertenece a ese
exterior, a ese lugar del objeto antes de toda interiorización: a antes de que el sujeto en el lugar del
Otro se capte en X en la forma especular que introduce para él la distinción entre el yo y el no-yo.
La relación con el objeto a está aquí dirigida, indicada de una manera que permite efectuar la
síntesis entre la función de señal de la angustia y su relación, sin embargo, con algo que podemos
llamar, en el sostén de la libido, una interrupción. Allí donde dicen yo (je) es ahí donde en el plano
inconsciente de sitúa a. Para explicar esto Lacan usará el ejemplo del fetiche:
● En el fetiche se devela la dimensión del objeto como causa de deseo ¿qué es lo que se desea?
No es lo que el fetiche encarna en sí sino el fetiche causa de deseo. El deseo, por su parte, va a
agarrarse de donde puede. Para el fetichista, es preciso que el fetiche esté ahí. El fetiche es la
condición en la que se sostiene su deseo. Porque lo deseado no es el zapatito, ni lo que fuere
que encarne el fetiche; el fetiche causa el deseo que va a engancharse donde puede, sobre aquélla
de quien de ningún modo es necesario que lleve el zapatito: el zapatito puede estar en los
alrededores.
● Por ejemplo: en el sadismo, en realidad no es tanto el sufrimiento del otro lo que se busca. Con
la intención sádica se busca la angustia del otro, su existencia esencial como sujeto con relación a
esa angustia: esto es lo que el deseo sádico quiere hacer vibrar. Lo que caracteriza al deseo sádico
es el hecho de que, en el cumplimiento de su acto, de su rito, él no sabe lo que busca, y lo que
busca es: realizarse, hacerse aparecer él mismo, hacerse aparecer como puro objeto, fetiche negro.
En esto se resume, en última instancia, la manifestación del deseo sádico: en tanto que su agente
se dirige hacia tal realización.
● En la posición del masoquista, para quien el fin declarado es su propia encarnación como objeto,
se haga perro bajo la mesa o mercancía, ítem del que se trata en un contrato al cederlo, al venderlo
entre otros objetos a colocar en el mercado; en resumen, su identificación con ese otro objeto que
llamé objeto común, objeto de intercambio, es la ruta, el camino por donde busca, precisamente, lo
imposible: aprehenderse por lo que es, en tanto que, como, todos, él es un a. No dije que el
masoquista llegue lisa y llanamente a su identificación de objeto. Como para el sádico, esa
identificación sólo se presenta sobre una escena. Sólo que, incluso sobre dicha escena, el sádico
no se ve, sólo ve el resto. Reconocerse como objeto del propio deseo es siempre masoquista. Si
de este objeto se trata puesto que, al fin de cuentas, sin él no hay angustia, ese objeto es peligroso.
Por lo tanto, seamos prudentes, pues él falta.
El deseo y la ley son la misma cosa en el sentido de que su objeto les es común. El mito de Edipo
no quiere decir sino eso: en el origen del deseo, el deseo del padre y la ley no son más que una y
misma cosa, y la relación de la ley con el deseo es tan estrecha que sólo la función de la ley traza
el camino del deseo: el deseo, en tanto que deseo de la madre, para la madre, es idéntico a la
función de la ley. En la medida en que la prohíbe, la ley impone desearla: porque, después de todo,
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la madre no es en sí el objeto más deseable. Si todo se organiza alrededor del deseo de la madre,
si a partir de allí se plantea que la mujer a la que ha de preferirse —pues de esto se trata— debe
ser otra que la madre, qué quiere decir esto, sino que en la propia estructura del deseo se impone,
se introduce una orden y que, digámoslo de una vez, se desea porque está ordenado. ¿Qué quiere
decir el mito de Edipo, sino que el deseo del padre hizo la ley? La relación de la ley con el deseo
es tan estrecha que sólo la función de la ley traza el camino del deseo. El deseo, en cuanto deseo
por la madre, es idéntico a la función de la ley. Es en tanto la prohíbe que la ley impone desearla.
Se desea a la orden.
Las manifestaciones del objeto a como falta: El objeto a, a nivel de nuestro sujeto analítico, de la
fuente de lo que subsiste como cuerpo que en parte nos hurta, por así decir, su propia voluntad,
ese objeto a es la roca de que habla Freud, esa reserva última irreductible de la libido.
En la medida en que ese lugar vacío es apuntado como tal, se instituye la dimensión, siempre —y
con motivo— más o menos descuidada, de la transferencia. Ese lugar, en la medida en que pueda
ser cercado por algo que está materializado en esta imagen, cierto borde, cierta apertura, cierta
abertura (béance) donde la constitución de la imagen especular muestra su límite tal es el lugar
elegido de la angustia. Pues es con esa falta que él ama. No por nada les estoy siempre con que
el amor es dar lo que no se tiene. Se trata del principio mismo del complejo de castración para tener
el falo, para poder servirse de él, es preciso, justamente, no serlo.
CLASE 9: ACTING OUT Y PASAJE AL ACTO
El sujeto, en la medida en que parte de la función del significante, el sujeto S hipotético en el origen
de esa dialéctica se constituye en el lugar del otro como marcado por el significante; es el único
sujeto al que tiene acceso nuestra experiencia, e inversamente suspende toda la existencia del
Otro de una garantía que falta, el Otro tachado: A/. Pero de esta operación quede un resto: el a. La
angustia es lo que no engaña, es una señal del yo y el yo es una superficie. a, objeto de la
identificación, identificación que encontramos, por ejemplo, en el principio del duelo. Ese a, objeto
de le identificación, sólo es también a, objeto del amor, en le medida en que es lo que es, ese a,
aquello que arranca metafóricamente a ese amante, para hacerlo, a proponerse como amable,(...)
haciéndolo (...) sujeto de la falta, por lo tanto aquello por lo cual él se constituye propiamente en el
amor, aquello que le da, por así decir, el instrumento del amor, a saber: que se ama, que se es
amante con lo que no se tiene. Se llama a a lo que ya no se tiene. De allí que pueda encontrárselo
por vía regresiva bajo forma de identificación, es decir, al ser, ese a, lo que ya no se tiene. Esto
hace que Freud ponga el término regresión exactamente en el punto donde determina las
relaciones entre la identificación y el amor. Pero en tal regresión donde a sigue siendo lo que es,
instrumento, será con lo que sé es que se podrá, por así decir, tener o no.
● Pasaje al acto
El pasaje al acto es una respuesta del sujeto frente a la angustia, a lo real. Tiene como característica
el exceso, exceso que empuja a lo real. Se trata de un fenómeno dirigido al Otro como imbarrable,
Otro a quién no le falta nada. Por otro lado, el sujeto del pasaje al acto se presenta tan radicalmente
barrado que se “hace” objeto. Se trata de un dejarse caer del sujeto, haciéndose objeto y dirigido
al Otro. Es condición, en el pasaje al acto, la identificación al objeto que se le supone a ese Otro.
Identificación que, en el caso del suicidio, ubica al sujeto como desecho, como resto. Puede
ubicarse en M esta sensación de exceso, de ansiedad incontrolable, que empuja al pasaje al acto.
Predomina un exceso –de goce- que se trata de cortar, de poner un límite. De este modo la

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intervención frente al pasaje al acto no puede ser de tipo interpretativo. Se trata, más bien, de una
intervención en acto que frene ese empuje hacia lo real, esa caída. En el pasaje al acto, ¿de qué
lado es visto ese dejar caer? Precisamente, del lado del sujeto. El pasaje al acto está, si así lo
quieren, en el fantasma, del lado del sujeto, en tanto que aparece borrado al máximo por la barra.
El sujeto cae esencialmente fuera de la escena: tal es la estructura misma del pasaje al acto.
● Acting out (y su diferencia con el síntoma)
En el caso de homosexualidad femenina, si la tentativa de suicidio es un pasaje al acto, yo diría
que toda la aventura con la dama de dudosa reputación, y que es llevada a la función de objeto
supremo, es un Acting-out. Si la bofetada de Dora es un pasaje al acto, yo diría que todo el
paradójico comportamiento que Freud descubre de inmediato con tanta perspicacia, el de Dora en
la pareja de los K., es un Acting-out. Esencialmente, el Acting-out es algo, en la conducta del sujeto,
que se muestra. El acento demostrativo y la orientación hacia el otro de todo Acting-out, deben ser
destacados. Esencialmente, el Acting-out es la mostración: el mostrado, velado sin duda, pero sólo
para nosotros como sujeto, en tanto que eso habla, en tanto que eso podría ser verdadero, no
velado en sí, visible, por el contrario, al máximo, y por esto mismo, en cierto registro, invisible. Al
mostrar su causa, lo esencial de lo que se muestre es el resto, su caída. Entre el sujeto, que aquí
se encuentra, por así decir, "otrificado" en su estructura de ficción, y el Otro, nunca autentificable
por completo, lo que surge es el resto, a, la libra de carne. Tal es el rasgo que siempre han de
encontrar en el Acting-out. Lacan dice que sus alumnos podrían preguntarle: "¿qué tiene de original
ese Acting-out y ese demostración de un deseo desconocido, si Con el síntoma pasa algo parecido?
También el Acting-out es un síntoma que se muestra como otro; prueba de ello es que debe ser
interpretado". Bien, entonces pongamos los puntos sobre las íes. Ustedes saben que el síntoma no
puede ser interpretado directamente; que hace falta la transferencia, es decir, la introducción del
Otro además no es esencialmente de la naturaleza del síntoma el tener que ser interpretado; el
síntoma no llama a la interpretación como el Acting-out. El Acting-out llama a la interpretación y la
cuestión que estoy planteando es saber si ella es posible. Les mostraré que sí. Pero esto esta
dudoso tanto en la práctica como en le teoría analítica.
El síntoma no está, como el Acting-out, llamando a la interpretación. El síntoma, en su esencia, no
es un llamado el Otro, no es lo que muestra al Otro; el síntoma, en su naturaleza, es goce, goce
engañoso, sin duda. El síntoma, no tiene necesidad de ustedes como el Acting out, el síntoma se
basta. A diferencia del síntoma, el Acting-out es el amago de la transferencia. Es la transferencia
salvaje. No hay necesidad de análisis, para que haya transferencia, pero la transferencia sin análisis
es el Acting-out, y el Acting-out sin análisis, es la transferencia. De esto resulta que una de las
maneras de plantear la cuestión, en lo relativo a la organización de la transferencia, es preguntarse
¿cómo domesticar la transferencia salvaje, ¿cómo hacer entrar al elefante salvaje en el cercado?
Esta es una de las formas de plantear el problema de la transferencia; sería muy útil hacerlo por
este extremo, pues es la única manera de saber cómo actuar con el Acting-out.
El problema es saber, por lo tanto, cómo actuar con el Acting-out. La autora Greenacre afirma que
hay tres maneras: interpretarlo, prohibirlo, o reforzar el Yo.
1. Con respecto a interpretarlo, no nos hagamos grandes ilusiones. Dado lo que acabo de decirles,
interpretarlo no producirá mucho efecto, casi siempre advertirán que el sujeto sabe muy bien que
lo hace para ofrecerse a la interpretación. Pero lo que cuenta no es el sentido de lo que interpreten,
cualquiera que fuese: lo que cuenta es el resto.

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2. En cuanto a prohibirlo, es imposible: "podemos hacer muchas cosas, pero decirle al sujeto 'nada
de Acting-out', esto también es muy difícil". Nadie piensa en ello, además. Sin embargo, puede
observarse que siempre hay prohibiciones perjudiciales en el análisis. Se hacen muchas cosas
para evitar los Acting-out en sesión. Y además se les dice que no tomen decisiones esenciales para
su existencia durante el análisis. En realidad, se prohíbe mucho más de lo que se cree. El Acting-
out es el signo de que se le impide mucho. El un Acting-out se dirige al Otro. Y si se es analista,
por lo tanto, se dirige al analista. Si tomó ese lugar, tanto peor para él. Tiene la responsabilidad que
pertenece el lugar que aceptó ocupar
3. En cuanto reforzar al Yo, (algo a lo que lacan siempre se opuso) reforzar al Yo sólo puede querer
decir lo que para cierta literatura es llevar al sujeto a la identificación; no con esa imagen como
reflejo del Yo ideal en el Otro, sino con el Yo del analista. El inconsciente puede engañarnos. Y
alrededor de esto gira todo el debate de Freud, alrededor de la Zutrauen, de la confianza que el
inconsciente merece: El inconsciente sigue mereciendo confianza. El discurso del sueño nos dice,
es algo diferente del inconsciente; esta hecho por un deseo que viene de éste, pero al mismo tiempo
admite que lo que se expresa es ese deseo.
Por lo tanto, el deseo viene de algo, y viniendo del inconsciente, es el deseo lo que se expresa con
mentiras. La propia paciente homosexual le dice que sus sueños son mentirosos. Freud se detiene,
por lo tanto, ante el problema de toda mentira sintomática
En relación con el Acting, Lombardi afirma que en casi todos los casos de Acting out se pueden
ubicar determinadas coordenadas: ‘una acción inmotivada, enmarcada en cierta escenificación,
que es relatada como situación repetida, que se comente antes o después de la sesión. El Acting
out es una acción dirigida al analista, le es relatada, mostrada, y como todo lo que es dirigido al
analista, pide interpretación, llama a la interpretación, se ofrece a la interpretación (pero no hay que
interpretar). Hay algo en el Acting que ostensiblemente excede la forma en que se expresa lo
pulsional en el síntoma neurótico, donde siempre aparece disfrazado, desplazado. Además, el
síntoma neurótico, a diferencia del Acting, no necesariamente pide interpretación’ –sí cuando es un
síntoma de análisis- (Lombardi, 1991, pág. 78)
La característica particular del Acting es que se trata, como afirma Lacan, de una
transferencia salvaje sin analista, una transferencia lateral, fuera de sesión ya que la causa
del deseo se ha desplazado hacia otro escenario distinto del consultorio. El Acting aísla el
objeto que debiera ser aislado en el análisis cuando esto no ocurre. Se afirma entonces que el
Acting es una puesta en escena, dirigida al analista. Se trata de un fenómeno que excede la
transferencia operativa, se constituye en una transferencia salvaje sin analista. Este fenómeno tiene
lugar cuando algo del deseo se está escapando al análisis, cuando algo del objeto no es abordado
en el mismo. Se observa que sujetos que presentan una tendencia al acto, tienden a manejarse en
su vida cotidiana por medio del Acting y tiene sentido, entonces, que en la dirección de la cura algo
del deseo se presente de esta misma manera. Algo del deseo que no puede ser puesto en palabras,
que no puede entrar vía el significante, expresándose la pulsión en primer plano, sin ser
desfigurada. Con relación a la cura, los pacientes que tienden a entrar vía la acción presentan un
desafío, en tanto es necesario poner en práctica un rodeo transferencial con el fin de sintomatizar
algo de ese deseo que busca expresión, algo de ese objeto que no está pudiendo alojarse en el
análisis y que el sujeto, vía Acting, ofrece al corte.

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CLASE 11
Introducción
La angustia reside en la relación fundamental del sujeto con el deseo del Otro. El análisis tiene
como objeto el descubrimiento de un deseo
En todo advenimiento de (a) en cuanto a tal la angustia aparece en función de su relación con el
deseo del Otro, pero hay que tener en cuenta que (a) no es el objeto de deseo que tratamos de
revelar en el análisis, sino su causa. La angustia señala la dependencia de la que tiene la
constitución del sujeto respecto al otro, por lo tanto, el deseo del sujeto de esa relación por el
antecedente de (a). Esta presencia del (a) como causa del deseo se manifiesta en el campo del
síntoma.
PUNTO I.
La angustia yace en esa relación fundamental donde el sujeto se encuentra en lo que hasta aquí
llamé deseo del Otro. El análisis tiene como objeto de descubrimiento un deseo. En toda avanzada,
en todo advenimiento de a como tal, la angustia se presenta justamente en función de su relación
con el deseo del Otro. Pero ¿cuál es su relación con el deseo del sujeto? a no es el objeto del deseo
aquél que buscamos revelar en un análisis, sino su causa. Si la angustia marca la dependencia de
toda constitución del sujeto —su dependencia del Otro—, el deseo del sujeto se ve suspendido de
esa relación por intermedio de la constitución primera, antecedente, del a. La angustia se muestra;
en cuanto al deseo, desde el comienzo, está escondido, y sabemos qué trabajo nos da
desenmascararlo, si es que alguna vez lo logramos.
Lacan parte en este texto del síntoma obsesivo porque es el que permite entrar en la localización
de la función de a, en la medida en que se devela como algo que funciona, desde los datos iniciales
del síntoma, en la dimensión de la causa. El proceder analítico no parte del enunciado del síntoma
(es decir de su descripción clásica: ej.: “compulsión, con lucha ansiosa”) sino que del
reconocimiento de que eso funciona así. (el sujeto debe reconocer el síntoma). El reconocimiento
no es un efecto separado del funcionamiento. El síntoma sólo queda constituido cuando el sujeto
se percata de él; porque por experiencia sabemos que hay formas de comportamiento obsesivo
donde el sujeto no sólo no reparo en sus obsesiones, sino que no las ha constituido como tales. Y
en este caso, el primer paso del análisis es que el síntoma se constituya en su forma clásica. Sin
esto, no hay medio de salir de él, y no simplemente porque no hay medio de hablar de él, sino
porque no hay medio de atraparlo con los orejas. ¿Qué es la oreja en cuestión? Algo que podemos
llamar lo no asimilado del síntoma por el sujeto. Para que el síntoma salga del estado de enigma
que aún no estaría formulado, el paso no es que se formule, sino que en el sujeto se dibuje algo
cuya índole es que se le sugiere que hay una causa para eso. Esta es la dimensión original, tomada
aquí en la forma del fenómeno. Tan sólo por este lado se rompe la implicación del sujeto en su
conducta y esta ruptura es la complementación necesaria para que el síntoma sea abordable para
nosotros (¡que el sujeto se percate que lo que hace lo hace por algo!). Y esto es imposible articularlo
si no podemos de manifiesto la relación radical de la función de a, causa del deseo, con la
dimensión mental de la causa.
Ven ahora el interés que reviste marcar, tornar verosímil el hecho de que la dimensión de la causa
indica la emergencia, la presentificación, en datos de partida del análisis del obsesivo, de ese a
entorno del cual debe girar todo análisis de la transferencia para no verse forzado a dar vueltas en
círculo. Un círculo, ciertamente no es nada, el circuito se recorre; pero resulta claro que hay
22
problema del final del análisis que se enuncia así: la irreductibilidad de una neurosis de
transferencia. Esa neurosis de transferencia es o no la misma que se podía localizar al comienzo.
Pero ciertamente presenta la diferencia de estar presente toda entera; a veces aparece en forma
de callejón sin salida, es decir que a veces desemboca en un perfecto estancamiento de las
relaciones entre el analizado y el analista. No tiene más diferencia con todo lo que se produce de
análogo al comienzo del análisis, que la de estar toda entera reunida, concentrada, presente toda
ella. El verdadero motivo de sorpresa en el circuito del análisis es como, entrando en él a pesar de
la neurosis de transferencia, Se puede obtener la salida de la neurosis de transferencia misma. Si
enuncio que el camino pasa por a, único objeto a proponer al análisis de la transferencia, esto no
quiere decir que no se deje abierto otro problema: la del deseo del analista. El a es la causa, la
causa del deseo. A esa función presente por doquier en nuestro pensamiento la consideramos
como la sombra portada; pero muy precisamente y mejor aún, la metáfora de esa causa primordial,
sustancia de esa función de la causa, es precisamente el a, en tanto que anterior a toda esta
fenomenología. Hemos definido al a como el resto de la constitución del sujeto en el lugar del Otro
en tanto que tiene que constituirse como sujeto hablante, sujeto tachado, $. Si el síntoma es lo que
decimos, o sea que resulta enteramente implicable en el proceso de la constitución del sujeto en
cuanto tiene que efectuarse en el lugar del Otro, la implicación de la causa en el advenimiento
sintomático, tal como lo define, forma parte legítima de dicho advenimiento. Esto quiere decir que
la causa implicada en la cuestión del síntoma es literalmente una pregunta, pero de la que el
síntoma no es el efecto. Es el resultado. El efecto es el deseo. Es que el efecto primordial de esa
causa a, a nivel del deseo, ese efecto que se llama deseo y que acabo de calificar de extraño pues
es precisamente el deseo, es un efecto que no tiene nada de efectuado. El deseo, tomado en esta
perspectiva, se sitúa en efecto esencialmente como una falta de efecto. La causa se constituye
entonces suponiendo efectos por el hecho primordial de que el efecto falta. Hay un grave error en
creer que la palabra existe para comunicar. El efecto del significante es hacer surgir en el sujeto la
dimensión de significado.
“Problemas cruciales en Psicoanálisis” (LACAN)
Ser psicoanalista es estar en una posición responsable, la más responsable de todas, en tanto él
es aquel a quien es confiada la operación de una conversión ética radical, aquélla que introduce al
sujeto en el orden del deseo. Sujeto que se sitúa, se caracteriza, como siendo del orden de la falta,
como lo singular. Por la vía de lo singular… ¿Cómo es que podemos atrapar algo de ello de lo cual
no podemos hablar científicamente?, ¿qué es ese algo? Es el objeto a. En un efecto de resto el
que podemos operar, pero donde resta saber en qué posición es necesario que nos mantengamos,
para poder operar allí correctamente. Hay dos posiciones fundamentales:
1) El significante, a diferencia del signo que representa algo para alguien; el significante es lo que
representa un sujeto para otro significante.
2) Que es lo que quiero decir en nuestro campo, que descubre al Psicoanálisis, la fórmula: El sujeto
supuesto saber.
El signo. No hay humo sin fuego. En fin, por otra parte, no hay nada mejor que el humo para ocultar
el fuego. El humo, signo que lo cubre en alguna parte. El sujeto inmóvil, receptáculo universal de lo
que hay que conocer detrás, el signo de real supuesto, lo cual supone la función del significante, y
lo que de ello resulta para el estatuto del sujeto. ¿Qué nos es sugerido por esta fórmula: el
significante es lo que representa un sujeto para otro significante? No hay juego, el sujeto no es el
receptor universal. Él tiene la cifra o no la tiene. Y el rol de la llave es muy sugestivo y bien divertido
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para representarnos que él es, en efecto, un resto, una pequeña cosa operatoria, un deyecto en el
asunto, pero sin duda indispensable, que nos viene de lo que se representa, el soporte efectivo y
real, donde intervendrá el sujeto. El estatuto del saber. El psicoanalista es llamado a esa situación,
como siendo el sujeto supuesto saber. Lo que él tiene que saber, no es saber de clasificación, no
es saber de lo general, no es saber de silogismo; lo que él tiene que saber es definido por ese nivel
primordial donde hay un sujetó que es llevado en nuestra operación, en ese tiempo de surgimiento,
a lo que se articula en el "Yo no sabía".
Los síntomas como la tos de Dora, por ej., toman el valor de función significante. Cuando Freud
designa allí un síntoma es en función del momento en que este toma función de significante.
(recurrido puramente significante de los dichos de dora respecto al padre “sin recursos” o el hombre
de las ratas cuando empieza con la locura de adelgazar a partir del nombre del primo Dick: él se
esfuerza a adelgazar, hasta el punto de más no poder, ¡para significarse ante el significante Dick y
nada más! El significante vale por el significante y la única persona que no lo sabe hasta que se lo
dicen es el sujeto. Yo no sabía, o bien que ese significante que está allí, que reconozco ahora
estaba allí donde yo estaba como sujeto, o bien, que ese significante que está allí, que ustedes
designan, que ustedes articulan para mí, estaba para representarme a mí cerca de él, que yo era
esto o aquello. Esto es lo que el psicoanálisis descubre.
El síntoma en tanto síntoma analizable, en tanto siempre hay en el síntoma una indicación
de saber. (EL SINTOMA PORTADOR DEL SABER ICC). Esa dimensión ambigua, por el hecho
de que hay algo por saber y que está indicado, puede ser extendido a todo el campo de la
sintomatología psiquiátrica en la medida en que el análisis introduce allí una dimensión nueva, que
es la de que su estatuto es el del significante. Hay algo ahí que se sabe, pero que no se puede
hacer saber. Ese saber en cuestión, en la medida que es falta y hasta fracaso, se diversifica según
tres planos aislados en relación con las tres variedades de psicosis, neurosis y perversión. La
psicosis, que sabe que existe un significado, pero, en la medida en que no está segura de él en
nada. La neurosis, en cuanto la reencuentra, en cuanto yo no tendría la llave, sino la cifra. Y el
perverso para quien el deseo se sitúa él mismo, hablando propiamente, en la dimensión de un
secreto poseído. Vívido como tal y que, como tal, desarrolla la dimensión de su goce, pero que es
a decir aún de ese saber, que, en primer lugar, se inscribe en esta subjetividad del "Yo no sabía".
El análisis está allí para enseñarnos que la astucia está en la razón porque el deseo está
determinado por el juego significante, que el deseo es lo que surge de la marca del
significante sobre el ser viviente y que, desde entonces, lo que se trata para nosotros de articular,
es: ¿qué es lo que pueda querer decir las vías que trazamos del retorno del deseo a su origen
significante? ¿Qué quiere decir que haya hombres que se llaman Psicoanalista?, y que esta
operación interesa. En ese registro el psicoanalista se introduce en primer lugar como sujeto
supuesto saber, es él mismo quien recibe y soporta el estatuto del síntoma. Un sujeto es
psicoanalista en la medida en que entra en el juego significante y es en lo cual un examen clínico,
una, presentación de enfermos no puede absolutamente ser la misma en el tiempo del psicoanálisis
o en el tiempo que lo ha precedido. Si el clínico que presenta no sabe más que una mitad del
síntoma es él que tiene la carga, que no haya presentación del enfermo, sino diálogo de dos
personas y que, sin esta segunda persona, no habría síntoma acabado. El síntoma sería
necesario definirlo como algo que se señala, como un saber ya ahí, para un sujeto que sabe
que eso le concierne, pero que no sabe lo que es. ¿En qué medida podemos nosotros,
analistas, decir qué estamos a la altura de esa tarea de ser aquel que en cada caso sabe lo que
es? Nada más que en ese nivel, ya se plantea toda entera la cuestión del estatuto del psicoanalista.
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Lo que es un saber, es un cuerpo de significantes y no otra cosa. Es de lo real y de su estatuto de
lo que se trata en la operación analítica. La posición del analista se resumiría en lo que llamaríamos
no, fatalismo del saber, sino fetichismo. Que de no saber nada, el analista seria como el hito donde
ese nivel es el punto de impacto.
“El empleo fundamental de la fantasía” (LOMBARDI)
“Análisis” significa desintegración, descomposición, y el camino del psicoanálisis es el que
lleva de los síntomas y manifestación complejas de la neurosis a las pulsiones, a las que
considera los elementos simples y últimos que estarían en la base de los síntomas: (Fantasía
como lo que se interpone entre el síntoma y las pulsiones). La represión impide en las neurosis
que esas pulsiones se manifiesten en su simpleza sin las vueltas que da el neurótico: comer, cagar,
invocar, mirar, todo es muy simple sin rodeos. Pero un neurótico no satisface la pulsión
directamente, ni siquiera cuando todas las condiciones están dadas. Algo en él se enfrenta a lo que
le gusta, incluso cuando nadie se lo impide.
El conflicto se impone sobre la satisfacción directa. Esto refleja la condición estructural en que
la pulsión representa al neurótico: La pulsión divide al sujeto, que quiere la satisfacción y al mismo
tiempo no la quiere, entonces parálisis. El neurótico es un sujeto inhibido, que no realiza la acción
específica que podría satisfacer la pulsión. La represión consiste en que, sobre esas pulsiones
simples, el neurótico “no sabe”, esta desconectado de ellas. No sabe, luego no actúa. Las pulsiones,
sin embargo, retornan, irreconocibles, disfrazadas, bajo la forma de síntomas compuestos,
sobredetermiandos. Todo ese entramado paralizante de lenguaje que complica al sujeto en sus
síntomas. El trabajo analítico consistiría en la descomposición asociativa de esos síntomas
complejos y en el volver consciente los impulsos reprimidos, que involucran unos pocos
significantes. Para actuar, primero, habría que saber eso que no se sabe, lo más simple. Hacer
consciente las mociones pulsionales sería el objetivo epistémico del análisis. El beneficio practico
seria que el saber restablece la posibilidad de actuar, inhibida en la neurosis. Ese es el objetivo que
plantea Freud: saber, superar la represión, para actuar. Forma parte de ese empeño analítico el
recordar, el recordar lo olvidado, lo reprimido, hasta llegas a aquellos momentos de emergencia de
la pulsión bajo la forma accidental de un trauma, que quiere decir: herida, ruptura. ¿Ruptura de
qué?: de cierta armonía que exitista antes del acontecimiento que la rompe, y al que el sujeto luego
queda fijado. Entonces, para actuar, hay que saber, y para saber, hay que recordar.
↓↓↓↓↓
¿Pero con qué problema se encuentra Freud? Las escenas traumáticas, parecen no ser verdades,
no haber ocurrido realmente: son fantasías. En el trayecto del análisis (que va de los síntomas a
las pulsiones), se interponen las fantasías. Hay una realidad psíquica que encuentra su fundamento
en las fantasías, y que viene al lugar de la articulación entre síntoma y pulsión.
● MALENTENDERSE
FANTASIAS: El sujeto en análisis da cuenta de que, para él, realidad y fantasía coinciden, y no
parece dispuesto a revisar el estatuto de sus fantasías. Si son conscientes, suelen proporcionarle
momentos placenteros; si con inconscientes, son el fundamento secreto de una realidad de la que
no está dispuesto a desprenderse, aun si ella implica recortes a sus posibilidades de actuar,
sublimar, amar. El psicoanálisis nos lleva a saber que no todo en la fantasía incluye elementos
reales, y su función es ineliminable de la vida del ser hablante, al menos de su vida sexual. De
hecho, la fantasía viene a suplir una carencia fundamental para el hablante: su pulsión sexual no
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tiene objeto, y es la fantasía la que le provee alguno. El psicoanálisis permite constatar que la
relación sexual no existe, que el falo, en tanto elementos que podría mediar entre hombre y mujer,
no existe, que la mujer ella misma tampoco existe (y si existes, es inaccesible, existe, fuera de la
significación fálica del significante).
Esto permite dar cuenta de un real con el que tiene que lidiar, no solo el psicoanálisis, sino cada
sujeto que habla. Un déficit fundamental afecta a lo sexual del hablante. En efecto, porque es ser
habla, entre él y su partenaire se levanta un muro de lenguaje que no permite “entenderse”
realmente con el Otro sexo. Porque existe el muro del lenguaje, no nos entendemos en el plano
sexual, y entonces solo podemos malentendernos, y atravesar así el muro del lenguaje por las
rendijas que trama el inconsciente. Por malentendido, el inconsciente funciona como enlace con el
Otro, como discurso del Otro. Ahora bien, uno no se malentiende con cualquiera, eso no se produce
necesariamente, es contingente. Para que una mujer le pareja excitable, algo tiene que permitirle
la identificación con el objetivo de una pulsión pregenital. Ese algo, es la fantasía.
● EL OBJETO DE LA FANTASÍA:
La fantasía entra en acción porque el inconsciente (maraña, red infinita de malentendidos) permite
ubicar, en lugar del partenaire, un objeto que es una parte de sí mismo, una parte del cuerpo,
alrededor de la cual toda la trama de equívocos del inconsciente se organiza.
OBJETOS A: Freud encuentra como matriz del partenaire cierta parte del cuerpo naturalmente
ligada a un orifico corporal (la boca, el ano, el orificio palpebral, la oreja) y a un objeto que por su
función misma se pierde: la teta: en tanto se seca y deja de nutrir para tomar una función sexual, la
caca: en tanto el sujeto puede identificar un plus que excede lo admisible, la mirada: en tanto por
su estructura misma está excluida de lo que ve, la voz: en tanto deja de ser audible para dar lugar
al significante, para que este se escuche y nos permita malentendernos. Esos objetos solo
adquieren una función libidinal en tanto efectos del lenguaje. El análisis siempre nos permite
advertir la presencia intersticial en ella de uno de esos objetos (efecto de un recorte significante
operado sobre el cuerpo. Lacan los llamó objeto a). Esos objetos tienen algo de real. Un real que
no se pierde del todo porque el lenguaje, vía malentendido, recorta y entrama ese objeto en el
discurso del Otro, en el inconsciente.
Ahora bien, en ninguno de esos casos se trata de un objeto adecuado: el objeto a no es un buen
objeto. Es un objeto no especularizable, que debe estar excluido de la imagen. Ej: el hombre de las
ratas que se identifica a la “inmunda rata” o Dora con el “objeto de succión paterna” y LO
ESCENCIAL DE LA FANTASIA ES QUE EL SUJETO SE IDENTIFICA CON ÉL, CON ESE
OBJETO. Por la fantasía, el sujeto se identifica con el efecto a del lenguaje. Lacan lo escribió así
$<>a. $ y a son efectos del lenguaje en lo real de la estructuración subjetiva, pero el efecto ilusorio
de la fantasía solo se produce por la operación de identificación (que tiende un velo sobre eso con
lo que uno se identifica).
Angustia: Cuando el sujeto advierte ese efecto a del lenguaje como separado, cuando se advierte
entonces desgarrado de ese secreto “sí mismo” que es el sustrato de su personalidad, el efecto
ilusorio de la fantasía se pierde, y resulta angustioso. La angustia señala una ruptura de la
identificación con el objeto a, es un encuentro con él a. Por eso, la angustia no es sin objeto: más
precisamente, no es sin objeto a. ¿De qué es señal la angustia? Es señal de la presencia
estructural, como efecto del lenguaje, de ese objeto que usualmente el sujeto no ve porque se
identifica con él, mira desde él. La fórmula de la angustia (a -> $), donde el a es la señal que llega

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al sujeto desde lo real, que pugna por despertarlo, por impedir que siga soñando su realidad
cotidiana en el marco dado por sus fantasías. La angustia tiene, por eso, una posición intermedia
entre la fantasía y el acto:
En la FANTASIA el sujeto se identifica inconscientemente con él a. En la ANGUSTIA se
encuentra con él como algo que al mismo tiempo se separa de él y lo despierta en presencia
de un deseo en el Otro, un deseo al que siente como amenazador si no puede reducir a una
demanda de amor o de reconocimiento. En el ACTO el objeto ya intervino como causa del
deseo, es una causa que ya no angustia, sino que impulso al sujeto al encuentro con el Otro
(ACTO) o al rechazo del Otro (PASAJE AL ACTO). Esa causa, esa parte perdida de sí, en el acto
resulta estructuralmente ubicada en su lugar de anudamiento, de enlace de la pulsión con el deseo
del Otro, y está en la base de la decisión y de la certeza del acto. Sólo el acto puede arrancar a la
angustia su certeza, su certeza orientadora hacia la acción. Esto quiere decir que lo ilusorio de la
fantasía no está dado por los elementos que interviene en la identificación, sino por la operación de
identificación en sí misma, que induce un efecto de velo tendido sobre lo real de los elementos con
que se produce. Por eso entre el $ y el a (efectos que el lenguaje introdujo en lo real) se ubica un
tercer elementos, el velo, que permite la identificación, permite no ver lo que ese efecto a tiene de
real, de cierto, de angustiante, de causa del deseo del Otro. Por eso el falo no es un objeto, no es
un a, sino el velo mismo, el instrumento que permite no ver el efecto a del lenguaje sino disfrazado,
con brillo fálico, fetichizado - y como ágalma cuando el partenaire es el analista.
● EL EMPLEO FUNDAMENTAL
Aproximación al deseo del neurótico: la fantasía permite al neurótico sostener su deseo, pero
sostenerlo como inhibido, como no realizado, por identificación con un objeto a que se define por
no satisfacer una demanda (que siempre es, en último análisis, una exigencia significante, una
exigencia pulsional). Lacan dice: “la fantasía, en su empleo fundamental, es aquello por lo cual es
sujeto se sostiene en el nivel de su deseo evanescente, evanescente en la medida en que la
satisfacción misma de la demanda le hurta su objeto.” Le hurta su objeto porque lo propio de la
pulsión es la perdida de objeto.
PULSIÓN ≠ FANTASIA: Es decisivo distinguir entre la pulsión en tanto ella puede escribirse $ <>
D y la fantasía en tanto ella se escribe $ <> a. Es lo propio del neurótico confundirlos, confundir la
exigencia significante con el objeto a que es precisamente lo que la objeta, lo que se caracteriza
por no satisfacerla. La fantasía ahueca en la cadena del significante un intervalo entre los
significantes, que permite al sujeto respirar. La fantasía sostiene, en la neurosis: que la demanda
admite un empleo metafórico, que es la base de su inhibición, empleo por el que la demanda no
sería una exigencia pulsional, sino demanda de Otra cosa, demanda del Otro, demanda en el Otro,
demanda de amor, demanda de reconocimiento, permiso o prohibición (Algo que ya nada tiene que
ver con lo pulsional). Cuando la fantasía falta, la función de intervalo fracasa: reconocemos esa
falta en el síntoma psicótico y en el somático. Lacan enseña que la dirección de la cura, la dirección
en que la confusión del neurótico podría curarse, cuando el psicoanalista advierte que la resistencia
del paciente, cuando se opone a la sugestión del terapeuta, “no es sino deseo de mantener su
deseo”, es decir, que está basada en el empleo fundamental de la fantasía. “Habría que poner la
resistencia en la columna de la transferencia positiva, puesto que es el deseo el que mantiene la
dirección del análisis fuera de los efectos sugestivos de la demanda”. Por eso el analista puede
apoyar su acto en la función de la fantasía, en el empleo fundamental de la fantasía, ubicándose el

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mismo en el lugar del a, para luego cortar la identificación del $ con él a, y así realizar la distinción
entre el a y la demanda. Así, la terapia analítica abarque dos etapas descriptas por Freud:
● PRIMERO: la libido es esforzada a pasar de los síntomas a la transferencia y concentrada en el
analista como objeto (como objeto a)
● SEGUNDO: Se apunta al desprendimiento, a la separación del analizante de ese objeto.
¿Por qué el neurótico hace equivaler el a con la demanda? Porque de ese modo evita la angustia,
evita la certeza de la angustia, con su inminencia de acción específica, de acción que no será del
orden del placer, sino que se situará más allá del principio del placer. Mientras el neurótico puede
sostener esa confusión, puede seguir durmiendo, encerrado en su realidad psíquica ya conocida,
que es una extensión del principio de placer. Pasar a la acción requiere, en cambio, lograr que el a
intervenga de otro modo, bien distinto al de la fantasía: no ya como sostén neurótico de un deseo
inhibido, sino como causa de un deseo en el Otro. Interviene entonces como objeto separador entre
el viviente y el Otro, entre pulsión y deseo, interviene como lo que permite al ser hablante ubicarse
en relación con el deseo del Otro, más allá o más acá de la demanda del Otro, más allá o más acá
del registro del reconocimiento. En el acto, la demanda se ubica, no el él Otro, sino en su lugar
natural: la pulsión. En la neurosis, el síntoma no solo es expresión de una pulsión reprimida, sino
que además expresa fantasías, que se distinguen de ella.
● DE LA PROLIFERACIÓN A LA FRASE INEXTENSIBLE
La fantasía prolifera en la sombra, se hace inconsciente, se esconde tras los síntomas, admite
ensoñaciones diurnas más o menos placenteras e invade los sueños nocturnos. A veces se da
vuelta como un guante, entonces angustia (a->$). El psicoanálisis puede exaltar esa aptitud
expresiva y expansiva de la fantasía. Primer error de traducción: Cuando Lacan habla de fantasma,
habla de la fantasía de Freud. Es decir, que no hay absolutamente ninguna distinción conceptual
entre fantasía y fantasma, para Lombardi. Segundo error: a ese error se añade la idea de que “el
análisis comienza por el síntoma y termina por el fantasma”. Se hace así de la fantasía algo que se
deja para más adelante, respetado y temido a título de fantasma, algo que solo podrá construirse y
atravesarse al final de los análisis.
Cuando Lacan habla de fantasma, siempre se refiere a la fantasía. Habló de un empleo fundamental
de la fantasía, e incluso de una fantasía fundamental, pero no habla de otra cosa, sino que aquello
que Freud, en “pegan a un niño”, hace notar: así como la fantasía prolifera, también admite una
formulación breve, una cadena significante leve, que incluso puede reducirse a una frase como
“pegan a un niño, un niño es golpeado”. Es sin duda la formulación que permite su inclusión en la
gramática pulsional, la de “pulsiones y destino de pulsión”. La fantasía es algo distinto de la pulsión:
su estructura tiene varias etapas, varias capas, mediante las cuales la fantasía logra hacer lugar a
un intervalo fundamental para la constitución del sujeto del deseo en la neurosis.
● FANTASÍA Y ACTO
El deseo, que proporciona una sensación de sentido a la vida, no solo se sostiene en la inhibición
neurótica condicionada por la fantasía; también puede sustentarse en la acción. Por eso emprender
un análisis tiene sentido. Pero, en cualquier caso, eso requiere afrontar una perdida, una “pérdida
de identidad” (aquello a lo cual se ha identificado) que el neurótico no parece dispuesto a
experimentar. Cuando por una paliza se hace caer al Narciso de su posición de omnipotencia, allí
todavía queda otro registro libidinal que sale al rescate del sujeto y del deseo, un imaginario más

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importante en la vida libidinal que es el imaginario especular. Ser azotado significa una destitución
de amor y una humillación. Sin embargo, esa humillación puede ser entendida regresivamente, en
el registro del masoquismo, como una muestra de amor. Las dos referencias fundamentales del
acto, que son la pulsión que él satisface y el deseo del Otro que él interesa, requieren que las
condiciones del acto no solo sean las de un fuera de reconocimiento, sino también las de un fuera
de la identificación de la fantasía. Por eso el psicoanálisis, en la medida en que prepara para la
acción, es una práctica que implica un afrontamiento de la angustia.
La ANGUSTIA es la sensación del sujeto ante el deseo del Otro cuando ha perdido las coordenadas
del reconocimiento, y cuando no logra tampoco identificarse veladamente al objeto a de la fantasía.
Relatar las fantasías en el análisis es ya abrirlas al corte que el deseo del Otro real tiende a producir
en la identificación S<>a. ese corte forma parte de las consecuencias de la REGLA
FUNDAMENTAL cuando el analista la hace cumplir con su autoridad de analista, es decir, de
analizado que dio el paso, el pase de analizante a analista.
Hablar del síntoma en el final del análisis es hablar de lo insoportable, de lo imposible de asimilar,
de lo que no encuentra en el Otro ni siquiera el eco de deseo o de disgusto que sí encuentra la
fantasía. Por eso no es cierto que el análisis comience por el síntoma y termine por el fantasma El
“atravesamiento del fantasma” es la asunción castrativa, el afrontamiento de ciertas condiciones
exigidas por la acción, que aun si tienen efectos irreversibles, no asegura para nada que el
analizado no vuelva su realidad enmarcada por la fantasía, que no vuelva a su neurosis cada cinco
años- o enseguida, si conduce su pase con su título de honor. Promuevo el PASE como dispositivo
específicamente psicoanalítico para interrogar los momentos decisivos del análisis, los que
producen efectos irreversibles, y en particular, efectos didácticos. Un testimonio de pase tiene que
ser genuino, ser el testimonio de alguien a quien algo le pasó en su relación con el síntoma, con la
fantasía, con la pulsión, y con la acción analítica. Tal vez pueda dar cuanta de cuándo y cómo se
produjo su desidentificación a // $, y que paso luego son sus síntomas. El pase fue inventado por
Lacan para dar una oportunidad al pasante de dar cuenta de cómo surgió en el ese deseo nuevo
de analista, que lo lleva a sostener con Otro sujeto la relación analítica, el lazo a -> $, y para que
pueda dar cuenta de cómo eso surgió a partir de su masoquismo previo. De cómo es que el eligió
esa profesión castrativa, por la que se hizo causa y partenaire de un síntoma, para incitar a Otro
sujeto a que cómo el, puede elegir /si quiere, y cuando quiere), rechazar el goce, para poder
alcanzarlo en la escala invertida de la Ley del deseo.
● SOLDADURA: CONDICIÓN DE ANUDAMIENTO
El síntoma histérico se produce por una soldadura entre un síntoma corporal preexistente y el
significado sexual que le proporcionan una o varias fantasías. El síntoma adquiere una
“significación” por soldadura con la fantasía. El nexo más o menos casual entre la pulsión y su
objeto, le es provisto precisamente por la fantasía. La fantasía no es el síntoma, ni la pulsión, pero
está “soldada” a cada uno de estos elementos. Es con la fantasía que para el neurótico la
significación se estabiliza como fálica, como procedente del padre y por ello la fantasía ocupa un
lugar nodal en la estructura subjetiva y en la construcción de la realidad del neurótico. La fantasía
parece ser para Lacan, no solo ineliminable, sino además condición de anudamiento de la
estructura. Aún en el final del análisis el síntoma neurótico sigue anudado a la realidad del padre.
No parece esperarse obtener de la neurosis, mediante el psicoanálisis, un síntoma completamente
des-soldado de la fantasía: A lo que puede llegarse, y a eso se llega efectivamente, es a producir
un sujeto advertido de su constitución, y capaz de destituirse en ciertos actos que son precisamente

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los que satisfacen al mismo tiempo pulsión y deseo del Otro. Lacan dice que después que el sujeto
se ha ubicado en relación con él a, se ha SEPARADO, la experiencia de la fantasía radical se
transforma en pulsión. Eso ocurre solamente en acto, es decir, cuando opera una destitución del
sujeto de la fantasía: Nadie se libera para siempre de la fantasía. Pero ser, ser capaz de actuar, es
bien distinto de ser un neurótico inhibido, carente en ser. El amor no solo es narcisistico: a veces
deja cierta trascendencia, cierta inaccesibilidad al Otro; sea como sea que se lo ame, en el
narcisismo o en acción, el amor al padre forma parte de lo real. No solamente lo real puede ser
mítico, sino que el padre es el único punto en que lo real es más fuerte que la verdad (el sentido).
Por eso un padre puede incluso ser operativo en la ignorancia, ignorando las verdades de su
pequeña familia. Si el síntoma no es causado por un trauma, sino por la fantasía, estemos
advertidos de la discontinuidad especifica que esta introduce y sostiene en las neurosis: la
discontinuidad de lo real, lo simbólico y lo imaginario, que no se sostiene como registros diferentes
sin la función de un cuarto nudo que constituye la realidad psíquica.
¿Qué se puede esperar del análisis al final?
EFECTOS TERAPEUTICOS
Efectos de alivio, desaparición de los síntomas. Pero eso no será gratis, ni siquiera cuando ya no
se le pague más al analista: habrá que satisfacer pulsión y deseo del Otro de una forma diferente
a la del síntoma, con actos, que siempre requieren un afrontamiento de la castración, un más allá
del principio del placer. Acción en lugar de padecimiento. Tampoco puede esperarse que toda la
exigencia pulsional se satisfaga en actos; siempre queda algún resto sintomático, algún resto de
pasividad y de pulsión no socializable.
ANALITICOS
El analista, para operar como tal, debe poder dejar de lado, mientras atiende, su fantasía, su
realidad. La aptitud para lograrlo es un resultado del propio análisis. Pero eso no se logra de una
vez y para siempre. Una vez que se adquiere la aptitud, algo nuevo se sabe, se está advertido de
la existencia de la puerta del acto analítico. Uno se ha corrido de la fantasía a la puerta del acto.
Uno hizo la experiencia de salir una vez y por eso pudo volver a entrar. Es un acto que se decide
cada vez, con cada paciente, en cada sesión. Además de la aptitud, se requiere de la actitud.
“Singular, particular, singular. La función del tipo clínico en Psicoanálisis” (LOMBARDI)
La singularidad cosifica y esto forma parte de las coordenadas de la paranoia cuyo sujeto, en tanto
excepcional, se siente objeto de deseos en el Otro que lo perjudica. No llega a formularse
correctamente ¿Qué quiere el otro de mí? Pero se anticipa a la respuesta de que el Otro quiere
gozar de él de un modo en el que el sujeto rechaza, apartándose de lo social. La paranoia es un
caso de singularidad vivida como tal, realmente por fuera del registro tranquilizador del “para todos”.
En el neurótico en cambio, el sentimiento de singularidad no exige el salir del principio de placer,
siendo una víctima universal y padecer como todo el mundo.
Lacan expresa que la función del padre consiste en encarnar una excepción tal que releva al
sujeto de ese lugar, de ese goce de lo que el Otro desea oscuramente. El padre como función
mítica y lógica alivia al neurótico de lo que la singularidad tiene de cosificante para el psicótico.
Lo que incomoda al neurótico, entonces, no es la singularidad sino la particularidad de su síntoma,
que lo señala como perteneciendo a cierta clase. Por eso, el psicoanálisis debe buscar su
clasificación y su reacción propiamente sintomática a los indicadores de lo que su síntoma tiene de
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típico. Esto es muy importante para advertir que la singularidad no es normal, ni universal, que el
síntoma es algo suyo, pero también ajeno, que le es familiar pero también extranjero ya que les
ocurre a otros neuróticos que padecen la misma neurosis que él. El proceso diagnóstico tiene
como función revelar al síntoma en su extrañeza. Entonces, para situar el síntoma neurótico no
hay que conformarse con la singularidad del caso (asociaciones peculiares, combinaciones inéditas
de la historia) hay que pasar, además, por lo particular y volver a las categorías freudianas que
interrogan lo que tiene de singular.
La particularización del síntoma es decisiva para el proceso diagnóstico en psicoanálisis ya que es
condición de la ubicación del padecimiento subjetivo para el paciente y también de la posibilidad de
abordarlo analíticamente.
A éste 1º movimiento clasificatorio luego responde a un movimiento inverso que singulariza
realmente al analizante, ya que el síntoma es lo que el sujeto conoce de sí mismo sin reconocerse
en ello. El síntoma es la división instalada en el ser hablante, división que de él hace sujeto. El
síntoma no se cura en el análisis, pero su incurabilidad demostrada por el proceso analítico otorga
al ser hablante la posibilidad de arreglárselas con él: El síntoma ha sido simplificado, advertido
como división del ser. Como consecuencia, ahora resulta más doloroso si no se hace algo con él.
Ya no atemperado por los beneficios secundarios de la egosintonía ni la fantasía, se puede
entonces saber que el alivio de ese dolor no depende del otro sino de propio obrar.
“La actualidad de la cínica Psicoanalítica” (LOMBARDI)
“Tres versiones de la angustia” (LOMBARDI)
La angustia es la sensación del ser hablante ante algo, un llamado oscuro de lo real frente al cual
aún no se decide a intervenir. Ese real le concierne en un punto en que no se reconoce. La angustia
le concierne con certeza la capacidad de elegir: huir, quedarse quieto, afrontar. Lo convoca la señal
de angustia hacía al acto.
LA ANGUSTIA SIN DERIVACIÓN PSÍQUICA: Freud afirmó que la neurosis de angustia se produce
cuando la angustia no encuentra derivación psíquica. Al faltar toda preparación subjetiva, el
paciente se ve afectado por un padecimiento del que pareciera no participar; esa angustia
automática. Esta angustia no tiene objeto ni significación alguna. Nada sabe el angustiado de la
génesis de ese afecto tan displacentero, ni tampoco ante que se angustia. Ni siquiera lo sabe de
forma inconsciente. No hay posibilidad de elaboración psíquica a través de una sintomatización
conversiva o fóbica, ni a través de formaciones del inconsciente. La causa de la neurosis de
angustia es un mal hábito sexual. La neurosis de angustia es neurosis actual explica Freud
LA ANGUSTIA AFECTO DE LO REAL: Por la angustia, señal de una configuración real que le
concierne en forma singular, el ser hablante es convocado a un cambio de posición como un
llamado a su intervención que consiste en elegir perder algo para ganar algo. Esta perspectiva
reconoce al angustiado una posibilidad de respuesta distinta del pánico y la conducta de huida. La
angustia es una modalidad de tránsito de pasividad a la actividad; es señal, pero también es
apronte, es disposición a la acción. La angustia sitúa al ser hablante ante la puerta del acto. Es el
momento de destitución subjetiva requerido para recrear un personaje que no es él. La angustia es
realista es una referencia para el ser hablante. Es el afecto-tipo de todo advenimiento de lo real en
tanto apertura de lo que el nudo estructural ofrece como posibilidad de pasar a otra configuración
subjetiva. Ofrece certeza en un mundo engañoso: por mucho que un sujeto se haya extraviado la
angustia está para la señalar la posibilidad de un nuevo estado. La angustia es una sensación
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displacentera que sin embargo puede adquirir un valor ético eminente. No hay acto verdadero que
no implique el pasaje por el momento precedente de la angustia. Es por la angustia que el hombre
puede tomar partido y formar parte del deseo.
LA DEGRADACIÓN NEURÓTICA DE LA ANGUSTIA EN MIEDO: El neurótico, no sabe no puede
o no quiere servirse de la brújula que le ofrece la angustia. Esta indica una posibilidad de elegir,
pero el neurótico la considera una elección forzada entonces la evita mientras puede, armando una
solución de compromiso (ni sí ni no) En la neurosis la angustia es reemplazada por el síntoma que
obstaculiza el pase al acto. Encubre una escisión ética que es fuente de sentimiento inconsciente
de culpa resultado de no haber tomado partido. Ante esta solución obstáculo el psicoanálisis invita
al sujeto a asociar libremente.
El síntoma es la nueva bitácora diferente de la angustia, la cual señala una vacilación (distinto a la
angustia) un ir y venir, una coexistencia de opciones contradictorias: división en lugar de opción. el
miedo va tomando durante el análisis la forma de una angustia degradada parcial, especificada por
Freud: castración en el varón, envidia del pene en la mujer. Siendo un límite, obstáculo para el
análisis, ya que no señala nada, no conducen a nada.

UNIDAD 3: “LIMITACIONES DE LA LIBERTAD ASOCIATIVA: REPETICION Y


TRANSFERENCIA”

“La dinámica de la transferencia” (FREUD)


Todo ser humano adquiere una especificidad determinada para el ejercicio de su vida amorosa, y
las pulsiones que satisfará, así como las metas que habrá de fijarse. Esto da por resultado un clisés
que se repite de manera regular en la trayectoria de la vida. Solo un sector de esas emociones ha
recorrido el pleno desarrollo psíquico: ese sector está vuelto hacia la realidad objetiva, disponible
para la personalidad consciente. Otra parte fue demorada en el desarrollo, está apartada de la
personalidad consciente y la realidad objetiva, y sólo tuvo permitido desplegarse en la fantasía o
ha permanecido por entero en lo inconsciente. Es normal que la investidura libidinal se deposite
hacia el médico. Esa investidura se atendrá a modelos, se anudará a uno de los clisés, repeticiones
preexistentes en la persona. Insertará al médico en una de las series psíquicas que ha formado.
Tanto lo consciente como lo inconsciente produce la transferencia. La transferencia es la más fuerte
resistencia al tratamiento. Cuando las asociaciones libres fallan, se deniegan verdaderamente, es
porque está bajo el imperio de una ocurrencia relativa al analista. Si se persigue un complejo
patógeno desde su subrogación en lo consciente (síntoma) hasta su raíz inconsciente, enseguida
se entrará en una región donde la resistencia se hace valer. En este punto sobreviene la
transferencia: algo del material del complejo es transferido sobre el psicoanalista, esa transferencia
da una ocurrencia inmediata y se anuncia mediante una resistencia (ej.: detención de las
ocurrencias). Siempre que se aproxima a un complejo patógeno, primero se adelanta hasta la
conciencia la parte susceptible de transferencia, y es defendida. Hay dos tipos de transferencias:
una positiva, de sentimientos tiernos, y una negativa de sentimientos hostiles. La positiva puede
ser amistosa (susceptible de conciencia) y erótica (inconsciente). La transferencia es resistencia
cuando es negativa o cuando es erótica.

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“Puntualizaciones sobre el amor de transferencia” (FREUD)
El amor de transferencia se trata de un amor genuino, se compone de reediciones de rasgos
antiguos y repite reacciones infantiles. Así está compuesto todo amor.
Si la paciente se enamoró de su analista, se pensará que hay dos desenlaces posibles, la unión
legitima de ambos o que ambos se separaran abandonando el trabajo como si un accidente lo
hubiera perturbado, la cura es resignada. El estado de la paciente pronto vuelve necesario un
segundo intento analítico (con otro médico) y de nuevo se enamora de este segundo médico.
El médico tiene que discernir que el enamoramiento le ha sido impuesto por la situación analítica y
no se puede atribuir a las excelencias de su persona. Para la paciente se plantea una alternativa,
debe renunciar a todo tratamiento analítico o consentir su enamoramiento como un destino
inevitable.
La paciente ha perdido la inteligencia del tratamiento y todo interés. Por demandar que su amor le
sea correspondido resigna sus síntomas y se declara sana.
La resistencia empieza a servirse del enamoramiento para inhibir la prosecución de la cura, apartar
del trabajo todo interés y poner al médico en un penoso desconcierto. El analista jamás tiene
derecho a aceptar la ternura que se le ofrece, ni a responder a ella. Exhortar a la paciente, cuando
ella le confiesa su amor, no sería tampoco un obrar analítico sino un obrar sin sentido. Tampoco se
puede aconsejar un camino intermedio.
La cura debe ser realizada en abstinencia. Con esto no se refiere a la privación corporal, ni a la
privación de todo cuanto se apetece, pues quizás ningún enfermo lo toleraría. Hay que dejar
subsistir en el enfermo la necesisariedad y añoranza como unas fuerzas pulsionales del trabajo y
la alteración y guardarse de apaciguarlas mediante subrogados.
Si el cortejo de amor fuera correspondido, sería un triunfo para la paciente, pero una derrota total
a la cura. El paciente habría conseguido actuar, repetir en la vida algo que solo debería
recordar, reproducir como material psíquico y conservar en el ámbito psíquico.
Consentir a la apetencia amorosa es tan funesto como sofocarla. El camino del analista es retener
la transferencia de amor y tratarla como algo no real, como una situación por la que se atraviesa
en la cura que debe ser reorientada hacia sus orígenes ICC y ayudar a llevar a la CC lo más
escondido de la vida amorosa para así gobernarlo. La paciente cuya represión de lo sexual no ha
sido cancelada sino solo sofocada al trasfondo, se sentirá lo bastante segura para traer a la luz
todas las condiciones de amor, todas las fantasías, abriendo el camino hacia los fundamentos
infantiles de su amor. El enamoramiento es provoca por la situación analítica, es empujado hacia
arriba por la resistencia que gobierna la situación y carece en alto grado de miramiento por la
realidad objetiva.
“Recordar, repetir, reelaborar” (FREUD)
Tres paso para pensar la transferencia: Diferentes técnicas a lo largo de la historia, con igual meta
todas: en términos descriptivos: llenar las lagunas del recuerdo; en términos dinámicos; vencer las
resistencias de represión. Estas técnicas, anteriores a la asociación libre, son:
-Hipnosis: Abandona porque lo que el paciente producía un saber, pero no se podía preguntar
acerca de eso. El paciente no recordaba lo que había dicho.

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-Artificio técnico: ponía sus manos sobre la frente el sujeto diría todo cuanto sabía acerca de su
malestar)
- La actual: Asociación libre: donde el sujeto puede producir una cadena asociativa y reconocer
sus dichos. Aunque no quiera saber nada de esto. Posibilidad de acceder a algo del Icc reprimido.
Aquí el médico renuncia a enfocar un momento o un problema determinados, se conforma con
estudiar la superficie psíquica que el analizado presenta cada vez, y se vale del arte interpretativo,
en lo esencial, para discernir las resistencias que se recortan en el enfermo y hacérselas
consientes. Así se establece una nueva modalidad de división del trabajo: el médico pone en
descubierto las resistencias desconocidas para el enfermo; dominadas ellas, el paciente narra con
toda facilidad las situaciones y los nexos olvidados. Las distintas formas de la resistencia. El olvido
por represión, la omisión deliberada, la ausencia de asociaciones:
1. Bloqueo: El olvido de impresiones, escenas, vivencias, se reduce las más de las veces a un
«bloqueo» de ellas. Cuando el paciente se refiere a este olvido, rara vez omite agregar; «En verdad
lo he sabido siempre, sólo que no me pasaba por la cabeza».
2. Recuerdos encubridores
3. Recuerdo que nunca fue consciente: Sucede, con particular frecuencia, que se «recuerde» algo
que nunca pudo ser «olvidado» porque en ningún tiempo se lo advirtió, nunca fue consciente;
además, para el decurso psíquico no parece tener importancia alguna que uno de esos «nexos»
fuera consciente y luego se olvidara, o no hubiera llegado nunca a la conciencia.
4. Disolución de nexos: En las diversas formas de la neurosis obsesiva, en particular, lo olvidado
se limita las más de las veces a disolución de nexos, desconocimiento de consecuencias,
aislamiento de recuerdos.
5. Para un tipo particular de importantísimas vivencias, sobrevenidas en épocas muy tempranas de
la infancia y que en su tiempo no fueron entendidas, pero han hallado inteligencia e interpretación
con efecto retardado, la mayoría de las veces es imposible despertar un recuerdo. Se llega a tomar
noticia de ellas a través de sueños,
6. ACTUAR: El analizado no recuerda, en general, nada de lo olvidado y reprimido, sino que lo
actúa. No lo reproduce como recuerdo, sino como acción; lo repite, sin saber, desde luego, que lo
hace.
A menudo, tras comunicar a cierto paciente la regla fundamental del psicoanálisis, y exhortarlo
luego a decir todo cuanto se le ocurra, uno espera que sus comunicaciones afluyan en torrente,
pero experimenta, al principio, que no sabe decir palabra. Calla, y afirma que no se le ocurre nada.
Y durante el lapso que permanezca en tratamiento no se liberará de esta compulsión de
repetición, uno comprende, al fin, que esta es su manera de recordar. Por supuesto que lo que
más nos interesa es la relación de esta compulsión de repetir con la trasferencia y la resistencia.
Pronto advertimos que la trasferencia misma es sólo una pieza de repetición, y la repetición
es la trasferencia del pasado olvidado; pero no sólo sobre el médico: también sobre todos
los otros ámbitos de la situación presente. Por eso tenemos que estar preparados para que el
analizado se entregue a la compulsión de repetir, que le sustituye ahora al impulso de recordar, no
sólo en la relación personal con el médico, sino en todas las otras actividades y vínculos
simultáneos de su vida. Tampoco es difícil discernir la participación de la resistencia. Mientras
mayor sea esta, tanto más será sustituido el recordar por el actuar (repetir).
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Fíjense que, frente a la idea de una instalación progresiva de la transferencia, lo que tenemos es
que la transferencia ya está instalada desde el principio. Y desde el principio comienza a actuar y,
con relación al tema que nos convoca, vemos cómo la transferencia actúa como obstáculo en
el cumplimiento de la regla fundamental desde el comienzo mismo. Y vemos que cuando se
trata de “decirle a” lo que puede aparecer como respuesta del lado del sujeto es un silencio
absoluto, un “no tengo nada que decir” que corresponde a poner en acto algo del orden de su
realidad sexual del inconsciente.
Si la cura empieza bajo el patronazgo de una trasferencia suave, positiva y no expresa, esto
permite, una profundización en el recuerdo, en cuyo trascurso hasta callan los síntomas
patológicos; pero si en el ulterior trayecto esa trasferencia se vuelve hostil o hiperintensa, y por eso
necesita de represión, el recordar deja sitio enseguida al actuar. Y a partir de ese punto las
resistencias comandan la secuencia de lo que se repetirá.
El enfermo extrae del arsenal del pasado las armas con que se defiende de la continuación de la
cura, y que nos es preciso arrancarle pieza por pieza. Tenemos dicho que el analizado repite en
vez de recordar, y repite bajo las condiciones de la resistencia; ahora estamos autorizados
a preguntar: ¿Qué repite o actúa, en verdad? He aquí la respuesta: Repite todo cuanto desde
las fuentes de su reprimido ya se ha abierto paso hasta su ser manifiesto: sus inhibiciones
y actitudes inviables, sus rasgos patológicos de carácter. Y, además, durante el tratamiento
repite todos sus síntomas. Y caemos en la cuenta de que la condición de enfermo del analizado
no puede cesar con el comienzo de su análisis, y que no debemos tratar su enfermedad como
un episodio histórico, sino como un poder actual. Esta condición patológica va entrando pieza
por pieza dentro del horizonte y del campo de acción de la cura, y mientras el enfermo lo vivencia
como algo real, objetivo y actual, tenemos nosotros que realizar el trabajo terapéutico, que
consiste en la reconducción al pasado.
El hacer repetir en el curso del tratamiento analítico, equivale a convocar un fragmento de vida real,
y por eso no en todos los casos puede ser inofensivo y carente de peligro. De aquí arranca todo el
problema del a menudo inevitable «empeoramiento durante la cura».
La introducción del tratamiento conlleva, particularmente, que el enfermo cambie su actitud
consciente frente a la enfermedad. Por lo común se ha conformado con lamentarse de ella,
despreciarla como algo sin sentido, menospreciarla en su valor, pero en lo demás ha
prolongado frente a sus exteriorizaciones la conducta represora, la política del avestruz, que
practicó contra los orígenes de ella.
El mismo paciente que padece y viene a consultar, no sabe de qué padece. Y no sabe porque
justamente la operación de la represión no sólo intervino en la formación del síntoma, sino
que nuevamente la operación de la represión va a recaer sobre los productos de esa
operación. Es decir, va a recaer también la represión sobre ese síntoma neoformado que va
a ser como una suerte de cuerpo extraño dentro del aparato anímico. Y uno de los efectos que
tiene esta represión, que Freud lo llama en términos de política del avestruz, es que uno no sabe
cómo es su síntoma, cómo está conformado, cuáles son las condiciones de su desencadenamiento.
Freud dice “Puede suceder entonces que no tenga noticia formal sobre las condiciones de su fobia,
no escuche el texto correcto de sus ideas obsesivas o no aprehenda el genuino propósito de su
impulso obsesivo” Es decir, alguien puede decir “tengo miedo de salir a la calle” como Juanito que
se angustiaba ante los caballos. Freud en el texto “inhibición, síntoma y angustia” se pregunta por
el síntoma y hace todo un recorrido hasta llegar a lo que llama la expresión efectiva del síntoma.
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La expresión efectiva del síntoma no es el miedo a salir a la calle, no es la angustia ante el caballo,
sino que la expresión efectiva del síntoma es el miedo a que el caballo lo muerda. En ese sentido
es que no sabemos cuándo padecemos cuáles son las condiciones de nuestro padecimiento.
Para la cura, desde luego, ello no sirve: Es preciso que el paciente cobre el coraje de ocupar
su atención en los fenómenos de su enfermedad. Ya no tiene permitido considerarla algo
despreciable; más bien será un digno oponente, un fragmento de su ser que se nutre de
buenos motivos y del que deberá espigar algo valioso para su vida posterior. Así es preparada
desde el comienzo la reconciliación con eso reprimido que se exterioriza en los Síntomas, pero
también se concede cierta tolerancia a la condición de enfermo. Si en virtud de esta nueva relación
con la enfermedad se agudizan conflictos y resaltan al primer plano unos síntomas que antes eran
casi imperceptibles, uno puede fácilmente consolar de ello al paciente puntualizándole que son
unos empeoramientos necesarios, pero pasajeros, ya que no es posible liquidar a un enemigo
ausente o que no esté lo bastante cerca.
Meta del análisis: Para el médico el recordar, el reproducir en un ámbito psíquico, sigue siendo la
meta, aunque sepa que con la nueva técnica no se lo puede lograr. Se dispone a librar una
permanente lucha con el paciente a fin de retener en un ámbito psíquico todos los impulsos que él
querría guiar hacia lo motor, y si consigue tramitar mediante el trabajo del recuerdo algo que el
paciente preferiría descargar por medio de una acción, lo celebra como un triunfo de la cura.
MANEJO DE LA TRANSFERENCIA: El principal recurso para domeñar la compulsión de
repetición del paciente, y transformarla en un motivo para el recordar, reside en el manejo
de la trasferencia. Volvemos esa compulsión inocua y aprovechable si le abrimos la trasferencia
como la palestra donde tiene permitido desplegarse con una libertad casi total, y donde se le ordena
que escenifique para nosotros todo pulsional patógeno que permanezca escondido en la vida
anímica del analizado. Así conseguimos dar a todos los síntomas de la enfermedad, un nuevo
significado trasferencial, sustituir su neurosis ordinaria por una neurosis de trasferencia. La
trasferencia crea así un reino intermedio entre la enfermedad y la vida, en virtud del cual se cumple
el tránsito de aquella a esta. El nuevo estado ha asumido todos los caracteres de la enfermedad,
pero constituye una enfermedad artificial asequible por doquiera a nuestra intervención. Al mismo
tiempo es un fragmento del vivenciar real-objetivo, pero posibilitado por unas condiciones
particularmente favorables, y que posee la naturaleza de algo provisional.
El vencimiento de la resistencia: Comienza con el acto de ponerla en descubierto por parte del
médico, pues el analizado nunca la discierne, y comunicársela a este. Ahora bien, parece que
principiantes en el análisis se inclinan a confundir este comienzo con el análisis en su totalidad.
Pero hay que saber que: nombrar la resistencia no puede producir su cese inmediato. Es preciso
dar tiempo al enfermo para enfrascarse en la resistencia, no consabida para él; para reelaborarla,
vencerla prosiguiendo el trabajo en desafío a ella y obedeciendo a la regla analítica fundamental.
Sólo en el apogeo de la resistencia descubre uno, dentro del trabajo en común con el analizado,
las mociones pulsionales reprimidas que la alimentan y de cuya existencia y poder el paciente se
convence en virtud de tal vivencia. En esas circunstancias, el médico no tiene más que esperar y
consentir un decurso que no puede ser evitado, pero tampoco apurado. Ateniéndose a esta
intelección, se ahorrará a menudo el espejismo de haber fracasado cuando en verdad ha promovido
el tratamiento siguiendo la línea correcta. En la práctica, esta relaboración de las resistencias puede
convertirse en una ardua tarea para el analizado y en una prueba de paciencia para el médico. No
obstante, es la pieza del trabajo que produce el máximo efecto alterador sobre el paciente y que
distingue al tratamiento analítico de todo influjo sugestivo.
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“Clase X, los 4 conceptos fundamentales del psicoanálisis: presencia del analista, en el
Seminario 11” (LACAN)
Punto 1
Lacan dice que la transferencia positiva es cuando al analista lo miran con buenos ojos. La
transferencia estructura todas las relaciones particulares con ese otro que es el analista. El
concepto de transferencia está determinado por la función que tiene una praxis. Este concepto rige
la manera de tratar a los pacientes. La transferencia es el producto de la situación analítica, esa
situación no puede crear en su totalidad el fenómeno. Para producirlo es preciso que, fuera de ella,
ya están presente posibilidades a las cuales ella proporcionará su composición. El concepto de
inconsciente no puede ser separado de la presencia del analista. La propia presencia del analista
es una manifestación del inconsciente. El inconsciente es la suma de los efectos de la palabra
sobre un sujeto, en el nivel en que el sujeto se constituye por los efectos del significante. La causa
inconsciente como causa perdida. Los efectos solo andan bien en ausencia de esta causa.
Punto 2
El concepto de inconsciente no puede ser separado de la presencia del analista. El inconsciente se
ve como los efectos de la palabra sobre el sujeto, es decir, en el nivel en que el sujeto se constituye
por los efectos del significante.
Punto 3
Lo que no puede ser rememorado se repite en la conducta. Está conducta, para revelar lo que se
repite, se ofrece a la reconstrucción del analista. La transmisión de poderes del sujeto al Otro, el
lugar de la palabra, el lugar de la verdad es el punto de aparición de transferencia. La interpretación
del analista recubre el hecho de que el inconsciente en sus formaciones procede mediante la
interpretación. El Otro ya no está presente cada vez que el inconsciente se abre, por más fugaz
que sea esta apertura. Lo que Freud no indica, es que la transferencia es esencialmente resistente.
La transferencia es el medio por el cual se interrumpe la comunicación del inconsciente, porque el
inconsciente se vuelve a cerrar. Lejos de ser el momento de la transmisión de poderes al
inconsciente, la transferencia es, al contrario, su cierre. El analista debe esperar la transferencia
para empezar a dar la interpretación. La parte sana del yo del sujeto es la parte involucrada en la
transferencia, que cierra la puerta. Por lo tanto, intentar realizar una alianza con ella sería un error.
“Proposición del 9 de octubre de 1967” (LACAN- El saber del Psicoanálisis)
Se va a tratar de estructuras aseguradas en el psicoanálisis y de garantizar su efectuación en el
psicoanalista.
Visto desde esta perspectiva, se reconoce que desde ahora responden a estas dos formas:
I. Él AME, o analista miembro de la Escuela, constituido simplemente por el hecho de que la Escuela
lo reconoce como psicoanalista que ha dado pruebas de serlo. Un analista-practicante es registrado
en ella al inicio, exactamente a igual título que cuando se lo inscribe como médico, etnólogo y tutti
quanti.
II. El AE, o analista de la Escuela, al cual se imputa estar entre quienes pueden testimoniar sobre
los problemas cruciales en los puntos vivos en que se encuentran para el análisis, especialmente
en tanto ellos mismos están en la tarea, o al menos en la brecha, de resolverlos.

37
La idea de que el mantenimiento de un régimen semejante es necesario para reglar el gradas debe
ser destacada en sus efectos de malestar. Ese malestar no basta para justificar el mantenimiento
de la idea. Menos aún su retorno práctico. Que haya una regla del gradas está implicado en una
escuela, aún más ciertamente que en una sociedad. Las Sociedades existentes se fundan en ese
real.
Para introducirlos en este tema, me apoyaré en los dos momentos del empalme de lo que llamaré
respectivamente en esta recreación el psicoanálisis en extensión, es decir, todo lo que resume la
función de nuestra Escuela en tanto ella presentifica el psicoanálisis en el mundo, y., el psicoanálisis
en intensión, es decir, el didáctico, en tanto no se reduce preparar operadores.
Esta experiencia es esencial para aislarlo de la terapéutica, la cual distorsiona el psicoanálisis no
solamente por relajar su rigor. Señalaré en efecto que la única definición posible de la terapéutica
es la de la restitución de un estado primero. Definición justamente imposible de plantear en el
psicoanálisis.
Nuestros puntos de empalme, donde tienen que funcionar nuestros órganos de garantía, son
conocidos: son el inicio y el final del psicoanálisis, como en el ajedrez. Por suerte, son los más
ejemplares por su estructura. Esta suerte debe participar de lo que llamamos el encuentro. Al
comienzo del psicoanálisis está la transferencia. Lo está por la gracia de aquel al que llamaremos,
en la linde de esta declaración, el psicoanalizante.
Puede acaso dudarse ahora de que al remitir al sujeto del cogito lo que el inconsciente nos
descubre, que, al haber definido la distinción entre el otro imaginario, llamado familiarmente otro
con minúscula, y el lugar de la operación del lenguaje, planteado como Otro con mayúscula, indico
suficientemente que ningún sujeto puede ser supuesto por otro sujeto
El sujeto supuesto saber es para nosotros el pivote desde donde se articula todo lo que tiene que
ver con la transferencia. Cuyos efectos se sustraen, si se hace pinza para asirlos con el pun
bastante torpe, al afincarse entre la necesidad de repetición y la repetición de la necesidad.
Supuesto, enseñamos nosotros, por el significante que lo representa para otro significante.
Se reconoce en la primera línea al significante S de la transferencia, es decir, de un sujeto, con su
implicación de un significante que llamaremos cualquiera, es decir, que solo supone la
particularidad en el sentido de Aristóteles (siempre bienvenido), que por este hecho supone también
otras cosas. Si es nombrable con un nombre propio, no es que se distinga por el saber, como
veremos a continuación. Debajo de la barra, pero reducido al palmo de suposición del primer
significante: las representa el sujeto que resulta de él, implican do en el paréntesis el saber,
supuesto presente, de los significantes en el inconsciente, significación que ocupa el lugar del
referente aún latente en esa relación tercera que lo adjunta a la pareja significante- significado. Se
ve que si el psicoanálisis consiste en el mantenimiento de una situación convenida entre dos
partenaires que se asumen en ella como • el psicoanalizante y el psicoanalista, él no puede
desarrollarse sino al precio del constituyente ternario que es el significante introducido en el
discurso que en él se instaura, el que tiene nombre: el sujeto supuesto saber, formación esta no de
artificio sino de vena, como desprendida del psicoanalizante.
Está claro que del saber supuesto él no sabe nada. ¿El S1? de la primera línea no tiene nada que
ver con los S en cadena de la segunda, y solo puede hallarse allí por encuentro. Apuntemos este
hecho para reducir a él lo extraño de la insistencia de Freud en recomendarnos abordar cada caso
nuevo como si no hubiésemos adquirido nada de sus primeros desciframientos. Esto no autoriza
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en modo alguno al psicoanalista a contentarse con saber que no sabe nada, porque lo que está en
juego es lo que él tiene que saber.
Lo que debe disponer a un miembro de la Escuela a tales estudios es la prevalencia que ustedes
pueden captar en el algoritmo producido más arriba -que no permanece menos porque se la ignore-
, la prevalencia manifiesta donde sea: tanto en el psicoanálisis en extensión, así como en intensión,
de lo que llamaré el saber textual, para oponerlo a la noción referencial que lo enmascara.
El psicoanálisis tiene consistencia por los textos de Freud, este es un hecho irrefutable.
El deseo del psicoanalista es su enunciación, la que solo puede operar si él viene allí en posición
de x: de esa x misma cuya solución entrega al psicoanalizante su ser y cuyo valor se anota (-cp),
la hiancia que se designa como la función del falo al aislarlo en el complejo de castración, o a
respecto de lo que lo obtura con el objeto de que se reconoce bajo la función aproximativa de la
relación pregenital. La estructura así abreviada les permite hacerse una idea de lo que ocurre al
término de la relación de la transferencia, o sea: cuando por haberse resuelto el deseo que sostuvo
en su operación el psicoanalizante, este ya no tiene ganas de confirmar su opción, es decir, el resto
que como determinante de su división, lo hace caer de su fantasma y lo destituye como sujeto.

UNIDAD 4: “EL DECIR EN ANALISIS”


“Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica de los sexos” (FREUD)
En el complejo de Edipo, el niño retiene el mismo objeto al que había investido con su libido todavía
no genital en el periodo precedente. La actitud edifica del varón pertenece a la fase fálica y se va
al fundamento por la angustia de castración, por el interés narcisista hacia los genitales.
Cuando el varón ve el genital de una niña, al principio desmiente su percepción. Sólo más tarde,
después de que cobró influencia sobre él una amenaza de castración, aquella observación se
volverá significativa y creerá en la amenaza. Dos reacciones resultarán de ello: horror frente a la
criatura mutilada o menosprecio triunfalista sobre ella.
En cambio, cuando la niña nota el pene de algún niño, lo discierne como el correspondiente superior
de su propio órgano, pequeño y escondido. En el acto se forma su juicio y decisión: ha vista eso,
sabe que no lo tiene y quiere tenerlo. La envidia del pene trae una serie de consecuencias:
Por un lado, surge como formación reactiva el complejo de masculinidad, que se bifurca. La
esperanza de recibir alguna vez un pene, igualándose así al varón, puede conservarse durante
mucho tiempo. O puede sobrevenir el proceso de desmentida: la niña se rehúsa a aceptar el hecho
de su castración y mantiene la convicción de que posee un pene, viéndose compelida a
comportarse como si fuera un varón.
Además, con la admisión de su herida narcisista, se establece en la mujer un sentimiento de
inferioridad. Superado el primer intento de explicar su falta de pene como castigo personal, y tras
aprehender la universalidad de ese carácter sexual, empieza a compartir el menosprecio del varón
por ese sexo mutilado. Aunque la envidia del pene haya renunciado a su objeto genuino, no cesa
de existir, sino que persiste en el rasgo de carácter de los celos.
Una tercera consecuencia es el aflojamiento de los vínculos tiernos con el objeto madre, puesto
que ella echó al mundo a la niña con una dotación insuficiente y es responsabilizada por la falta de
pene.
En la niña sobreviene pronto, tras la envidia del pene, una intensa contracorriente opuesta al
onanismo fálico. El factor que le vuelve acerbo el placer que le dispensaría esa práctica podría ser
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la afrenta narcisista enlazada con la envidia del pene, el aviso de que a pesar de todo no puede
habérselas en este punto con el varón y sería mejor abandonar toda competencia con él. Así, el
conocimiento de la diferencia anatómica entre los sexos esfuerza a la niña a apartarse de la
masculinidad y del onanismo masculino, y a encaminarse por nuevas vías que llevan al despliegue
de la feminidad. La masturbación en el clítoris sería una práctica masculina, y el despliegue de la
feminidad tendría por condición la remoción de la sexualidad clitoridea.
La niña resigna el deseo del pene para reemplazarlo por el deseo de un hijo, y con este propósito
toma al padre como objeto de amor. La madre pasa a ser objeto de los celos, y la niña deviene una
pequeña mujer.
En la niña, el complejo de Edipo es una formación secundaria. Las repercusiones del complejo de
castración le preceden y lo preparan. Mientras que el complejo de Edipo en el varón se va al
fundamento debido al complejo de castración, el complejo de Edipo de la niña es posibilitado e
introducido por el complejo de castración. La diferencia entre varón y mujer en cuanto a esta pieza
del desarrollo sexual es una consecuencia de la diversidad anatómica de los genitales y de la
situación psíquica enlazada con ella, corresponde al distingo entre castración consumada y mera
amenaza de castración.
El complejo de Edipo en el varón zozobra formalmente bajo el choque de la amenaza de castración.
Sus investiduras libidinosas son resignadas, de sexualizadas y en parte sublimadas; sus objetos
son incorporados al yo, donde forman el núcleo del superyo.
En la niña falta el motivo para la demolición del complejo de Edipo. La castración ya ha producido
antes su efecto y consistió en esforzar a la niña a la situación del complejo de Edipo. Por eso, este
puede ser abandonado poco a poco, tramitado por represión, o sus efectos penetrar mucho en la
vida anímica que es normal para la mujer. El superyó nunca deviene tan implacable, tan impersonal,
tan independiente de sus orígenes afectivos como en el caso del varón. Ciertos rasgos de carácter
de la mujer (que muestra un sentimiento de justicia menos puro que el varón, y menor inclinación
a someterse a las grandes necesidades de la vida; que con mayor frecuencia se deja guiar por
sentimientos tiernos u hostiles) estarían ampliamente fundamentados en la modificación del
superyo.
“Clase XIX- El falo evanescente” (LACAN-Seminario 10)
En toda la medida en que, como analistas — quiero decir en toda la medida de nuestra mayor o
menor implicación: interesarse un poco por el análisis ya es estar algo implicado—, en toda la
medida de nuestra implicación en la técnica psicoanalítica, debemos encontrar en la elaboración
de los conceptos el mismo obstáculo designado, reconocido como constituyente de los límites de
la experiencia analítica, a saber, la angustia de castración.
Dicha posición del a en el momento de su paso por lo que yo simbolizo con la fórmula -? es uno de
los fines de nuestra explicación de este año. No es valorizable, asumible por vuestros oídos, no
podría ser válidamente transmitido, sino por cierta aproximación, que aquí sólo podría ser rodeo,
de lo que constituye ese momento caracterizado por la notación -? ? y que es y no puede ser sino
la angustia de castración.
Para expresar ya las cosas tal como van a articularse en el paso siguiente, diré que la función del
falo como imaginario funciona por doquier, en todos los niveles — de arriba y de abajo— que definí,
caracterizados por cierta relación del sujeto con él a; el falo funciona por doquier salvo allí donde
se lo espera, en una función mediadora y especialmente en el estadio fálico; esa carencia como tal
del falo presente, observable a menudo, para nuestra gran sorpresa, en cualquier otra parte, ese

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desvanecimiento de la función fálica como tal en el nivel donde se espera que funcione es lo que
constituye el principio de la angustia de castración. De allí la notación - ? que denota una carencia,
por así decir, positiva, y esto por no haber sido formulada nunca como tal con esa forma, lo que
tampoco dejó lugar a que se extrajeran las debidas consecuencias. Todos saben que, a pesar de
que allí esté presente, visible bajo la forma de un funcionamiento del pene, lo que impresiona en la
evocación de la realidad de la forma fantasmada de la escena primaria es siempre cierta
ambigüedad relativa, precisamente, a esa presencia. Cuántas veces podemos decir que justamente
no se lo ve en su lugar, e incluso a veces que lo esencial del efecto traumático de la escena son
las formas bajo las cuales el falo desaparece, se escurre.
No me parece cuestionable que se trata de algo que hace eco a ese polo vívido que definimos
como el del goce.
La primera vez, o la casi primera vez, la primera vez en todo caso en que Freud tiene que valerse
de una manera particular de la función de aparición del objeto excremencial en un momento crítico,
observen que lo articula bajo mil formas en el texto, en una función a la cual no podemos dar otro
nombre que el que creímos tener que articular más ¿arde como característico del estadio genital,
a saber, en función de oblatividad. Es un don, nos dice. Además, todos saben que Freud subrayó
desde el comienzo su carácter de regalo en todas esas ocasiones que ustedes me permitirán
llamar, al pasar y sin otro comentario, ocasiones de pasaje al acto, donde el niñito suelta
intempestivamente algo de su contenido intestinal.
Hago notar al respecto que, al asimilar, al hacer equivalentes el orgasmo como tal y la angustia, yo
tomaba una posición que se unía a lo que había dicho precedente mente sobre la angustia como
indicador, como señal de la única relación que no engaña; en ella podíamos encontrar la razón de
lo que puede haber de satisfactorio en el orgasmo. En algo que ocurre en la perspectiva donde se
confirma que la angustia no es sin objeto, podemos comprender la función del orgasmo y, más
especialmente, lo que llamé "la satisfacción que él se lleva”.
A nivel oral, la distinción de la necesidad con la demanda es fácil de sostener, y además no deja
de plantearnos el problema de dónde se sitúa la pulsión. Si por algún artificio es posible equivocar
en el nivel oral lo que tiene de original la fundación de la demanda en lo que los analistas llamamos
la pulsión, en ningún caso tenemos el derecho de hacer esto a nivel de lo genital. Y justamente allí
donde parecería que nos hallamos ante el instinto más primitivo el instinto sexual, no podemos,
menos aún que en otra parte, dejar de referirnos a la estructura de la pulsión, como soportada por
la fórmula $ ( D: $ relación del deseo con la demanda.
¿Qué es lo que demandamos? Satisfacer una demanda que tiene cierta relación con la muerte. Lo
que demandamos no llega muy lejos: es la pequeña muerte; pero está claro que la demandamos.
La pulsión, está íntimamente mezclada con esa pulsión de la demanda, demandamos hacer el
amor, hacer el "amorir" (faire "I'amourir"), ¡es para morirse (c'est a mourir), hasta para morirse de
risa! No por nada señalo lo que, del amor, participa en lo que llamo un sentimiento cómico, En todo
caso, aquí debe residir lo que hay de descansado en el post-orgasmo. Si lo que se satisface es esa
demanda, y bien, ¡esto es conseguirlo a buen precio! La ventaja de esta concepción consiste en
hacer presente, en poner de manifiesto la razón de lo que sucede en la aparición de la angustia en
cierto número de maneras de obtener el orgasmo. En toda la medida en que el orgasmo se separa
del campo de la demanda al otro —ésta es la primera aprehensión que obtuvo Freud en el coitus
interruptus— la angustia aparece, por así decir, en ese margen de pérdida de significación. Pero
como tal, sigue designando aquello a que se apunta en cierta relación con el otro. No estoy diciendo
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que precisamente la angustia de castración sea una angustia de muerte; es una angustia que se
vincula con el campo donde la muerte se anuda estrechamente con la renovación de la vida; es
una angustia que, si la localizamos en este punto, nos permite comprender que sea
equivalentemente interpretable como aquello por lo cual nos la da la última concepción de Freud,
como la señal de una amenaza al status del "yo" (je) defendido. Ella se vincula con el más allá de
ese "yo" (je) defendido, en ese punto de llamada de un goce que traspasa nuestros límites, en la
medida en que aquí el otro es evocado en ese registro de real, aquello por lo cual cierto tipo, cierta
forma de vida se transmite y se sostiene. Llamen a esto como quieran, Dios o genio de la especie.
En el momento, por así decir, en que podría ser el objeto sacrificial, y bien, digamos que en el caso
ordinario hace ya mucho tiempo que ha desaparecido de la escena. Ya no es más que un trapito,
no está allí más que como un testimonio, como un recuerdo de ternura para la partenaire. En el
complejo de castración se trata de esto, dicho de otro modo, no se convierte en drama sino en la
medida en que es suscitada, impulsada en cierto sentido — aquél que confía plenamente en la
consumación genital— la puesta en cuestión del deseo. Si abandonamos este ideal del
cumplimiento genital, advirtiendo que es estructuralmente, felizmente engañoso, no hay ninguna
razón para que la angustia ligada a la castración no se nos manifieste en una correlación mucho
más flexible con su objeto simbólico y en una apertura, por lo tanto, muy diferente con los objetos
de otro nivel cosa además siempre implicada por las premisas de la teoría freudiana que ponen al
deseo en una relación muy distinta de la pura y simplemente natural con el partenaire natural en
cuanto a su estructuración.
Tales son las vías por las que, considerando el plano genital, la realización genital, se presenta
como un término lo que podríamos llamar "callejones sin salida" del deseo si no existiera la apertura
de la angustia.

“Clases I y XI” (LACAN-Seminario 19)


CLASE I
El señalamiento de que el vacío es la única manera de atrapar algo con el lenguaje es justamente
lo que nos permite penetrar en su naturaleza, al lenguaje. La condición para que eso funcione es
que se ponga el mismo significante en todos los lugares que se conservan vacíos. Es la única
manera con la que el lenguaje llega a algo y es por lo cual me he expresado en esta fórmula de
que no hay metalenguaje. El metalenguaje, seguramente, es necesario que se lo elabore como
ficción, cada vez que se trata de lógica, a saber, que se forja en el interior del discurso lo que se
llama lenguaje-objeto, por medio de lo cual es el lenguaje el que deviene meta, entiendo, el discurso
común, sin el cual no hay medio de establecer esta división. "No hay metalenguaje" niega que esta
división sea sostenible. La fórmula forcluye en el lenguaje que haya discordancia.
"No hay relación sexual" se propone entonces como verdad. Pero ya he dicho que la Verdad no
puede decirse sino a medias (mi-dire). Entonces, lo que digo es que se trata en suma de que la
otra mitad diga peor (pire). Si no hubiera peor, ¿simplificaría eso las cosas? Es el caso de decirlo.
Cuando digo que no hay relación sexual, adelanto precisamente esta verdad en el ser hablante de
que el sexo no define ahí ninguna relación.
La introducción del "No-todo" es aquí esencial. El "no-todo" no es esta universal negativizada, el
"No-todo" no es "ningún", no es "Ningún animal que tenga pinzas se masturba". Es "no todo animal

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que tenga pinzas" está por ahí requerido a lo que sigue. Hay órgano y órgano, como hay fagot y
fagot, el que da los golpes y el que los recibe. Y esto los lleva al corazón de nuestro problema.
Por eso no negaba al comienzo la diferencia que hay, perfectamente notable y desde la primera
edad, entre una niñita y un varoncito, y que esta diferencia que se impone como nativa es en efecto
natural, es decir, responde a esto de que lo que hay de real en el hecho de que, en la especie que
se denomina a sí misma así hija de sus obras, en eso como en muchas otras cosas, que se
denomina "homo sapiens", los sexos parecen repartirse en dos números aproximadamente iguales
de individuos y que bastante temprano, más temprano de lo que se espera, esos individuos se
distinguen. Se distinguen, es cierto. Sólo que, se los señalo al pasar, esto no forma parte de una
lógica, ellos no se reconocen, no se reconocen como seres hablantes sino al rechazar esta
distinción por todo tipo de identificaciones, y es la moneda corriente del psicoanálisis percibir que
es el resorte mayor de las fases de cada niñez. Pero esto es un simple paréntesis. Lo importante
lógicamente es esto: es que lo que yo no negaba, está justamente ahí el deslizamiento, es que ellos
se distinguen. Es un deslizamiento. Lo que yo no negaba es que se los distingue, no son ellos
quienes se distinguen.
En esas condiciones, para acceder al otro sexo, es necesario realmente pagar el precio, justamente
el de la pequeña diferencia que pasa engañosamente a lo real por el intermediario del órgano,
justamente en lo que él deja de ser tomado por tal y al mismo tiempo revela lo que quiere decir por
ser órgano: un órgano no es instrumento sino por intermedio de esto en lo que todo instrumento se
funda, es que es un significante.
Al estudiar lo que resulta de un cierto modo de desconocimiento de lo que constituye el discurso
analítico, a saber las consecuencias que eso tiene sobre lo que llamaría el estilo de lo que se refiere
a la ligazón, ya que finalmente la ausencia de relación sexual es muy manifiestamente lo que no
impide, muy lejos de esto, la ligazón, sino lo que le da sus condiciones, esto permitirá quizás
entrever lo que podría resultar del hecho de que el discurso psicoanalítico permanezca alojado
sobre sus barcos donde actualmente navega y de lo cual algo deja temer que permanezca el
privilegio. Podría ser que algo de este estilo venga a dominar el registro de las ligazones en lo que
impropiamente se llama el vasto campo del mundo, y en verdad eso no es tranquilizante. Sería
seguramente aún más enojoso que el estado presente que es tal que es en este desconocimiento
que vengo de puntuar de donde resulta lo que después de todo no es injustificado, a saber lo que
se ve a menudo a la entrada del psicoanálisis, los temores manifestados a veces por sujetos que
no saben que es en suma por creer el silencio psicoanalítico institucionalizado sobre el punto de
que no hay relación sexual que evoca, en esos sujetos esos temores, a saber, ¡mi Dios!, de todo lo
que puede estrechar, afectar las relaciones interesantes, los actos apasionantes, aún las
perturbaciones creadoras que requiere esta ausencia de relación.
Se trata de una exploración de lo que he llamado una nueva lógica, la que se debe construir sobre
lo que ocurre de esto al plantear en primer lugar que en ningún caso nada de lo que ocurre, por el
hecho de la instancia del lenguaje, puede desembocar sobre la formulación de ningún modo
satisfactoria de la relación, es que no hay acaso algo a tomar de lo que, en la exploración lógica,
es decir en el cuestionamiento de lo que, al lenguaje, no sólo impone límite, en su aprehensión de
lo Real, sino que demuestra en la estructura misma de este esfuerzo de aproximarlo, es decir, de
situar en su propio manejo lo que puede haber de Real, haber determinado el lenguaje, es que
acaso no es conveniente, probable, propio para ser inducido que, si es en el punto de una cierta
falla de lo Real, hablando con propiedad indecible, ya que sería ella la que determina todo el

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discurso, donde reposan las líneas de ese campo que son las que descubrimos en la experiencia
analítica, es que acaso todo lo que la lógica ha diseñado, al referir el lenguaje a lo que es planteado
de Real, no nos permitirá ubicar en algunas líneas a inventar, y está ahí el esfuerzo teórico que
designo por esta facilidad que encontraría una insistencia, ¿es que no es posible acaso encontrar
aquí una orientación? . En el discurso de ese primer abordaje no he hoy encontrado sino el
enunciado del "No-todo".
¿Pero qué es la forclusión? Seguramente debe ubicarse en un registro muy distinto a este de la
discordancia, en el punto en que hemos escrito el término llamado de la función. Ahí se formula la
importancia del decir. No hay forclusión sino del decir. Que de eso que existe, estando la existencia
ya promovida a lo que seguramente nos hace falta dar su estatuto, que algo pueda ser dicho o no,
es de esto que se trata en la forclusión. Y de que algo no pueda ser dicho seguramente no podría
concluirse sino una cuestión sobre lo Real.
Para todo lo que es del ser hablante la relación sexual hace cuestión. Está ahí toda nuestra
experiencia, quiero decir el mínimo que podemos extraer de ahí. Pues esta cuestión, como toda
cuestión (pregunta), no habría pregunta si no hubiera más respuesta que los modos bajo los cuales
esta pregunta se plantea, es decir las respuestas, precisamente lo que se trata de escribir en esta
función, está ahí sin duda lo que va a permitirnos sin ninguna duda hacer función entre lo que se
ha elaborado de la lógica y lo que puede, sobre el principio considerado como efecto de lo Real,
sobre el principio de que no es posible escribir la relación sexual, sobre ese principio mismo fundar
lo que es de la función, de la función que regla todo lo que pertenece a nuestra experiencia, en esto
que al hacer cuestión, la relación sexual que no es, en el sentido de que no se la puede escribir,
esa relación sexual determina todo lo que se elabora de un discurso cuya naturaleza es ser un
discurso quebrado.
CLASE IX O XI (¿?)
Aquello que no es inscribible, lo que no hace más fáciles las cosas. Se trata del Uno.
Este término surge de una suerte de precaución, porque hay muchas cosas diversas que interesan
en el Uno. Intentaré a continuación desbrozar algo que sitúe el interés que mi discurso, en la medida
en que a su vez desbroza el discurso analítico, tiene en pasar por el Uno. Ante todo, consideren el
campo designado genéricamente como lo Uniano.
El cuerpo es evidentemente una de las formas del Uno, de que se mantiene unido, de que es, salvo
accidente, un individuo, el Uno es promovido por Freud. Esto pone en tela de juicio la díada de Eros
y Tánatos propuesta por él. Si esta díada no estuviese sostenida por otra figura, que es
precisamente aquella en la que fracasa la relación sexual, a saber, la del Uno y el No-uno -o sea,
cero-, mal se ve qué función podría tener esta asombrosa pareja.
Por sí solo, esto ya sería una razón para plantear algµnas proposiciones ya desbrozadas por otros
acerca del Uno, si además no existiera esto: que el primer paso de la experiencia analítica es
introducir en ella el Uno como el analista que somos. Le hacemos dar el paso de entrada, a cambio
de lo cual el primer modo de la manifestación del analizante es reprocharles que sean solo uno
entre otros. A cambio de lo cual lo que manifiesta, pero por supuesto sin darse cuenta, es que él
no tiene nada que ver con esos otros, y por eso quisiera ser el único con ustedes, el analista, para
que eso dé dos.

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el discurso analítico puede representar un surgimiento, y quizá sería bueno que ustedes hicieran
algo con él, si es cierto que, a partir de mi desaparición -siempre presente como posible, si no
inminente, en opinión de muchos espíritus-, se cuenta, en el mismo campo, con la verdadera lluvia
de basuras que ya se anuncia, porque se cree que no puede tardar mucho.
Lo hay, entonces, está sobre el fondo de algo que no tiene forma. Cuando decimos lo hay,
habitualmente eso quiere decir hay algo [y en a de] o hay algunos [y en a des]. Se puede incluso
añadir de tanto en tanto a ese algunos [des], algunos que [des qui], algunos que piensan, algunos
que se expresan, algunos que cuentan este tipo de cosas. Esto sigue siendo un fondo de
indeterminación. La cuestión empieza con lo que significa Uno. Pues una vez que Uno es
enunciado, el de ya no está aquí más que como un mínimo pedúnculo sobre lo tocante a ese fondo.
En cuanto a lo que está en juego -el Uno, el responsable-, él lo hay muestra bien, cuando lo
tomamos por las orejas, el fondo a partir del cual existe.
Me veré obligado a esperar hasta la próxima vez para explicarles. Las relaciones de cada uno con
el conjunto no eliminan justamente que haya un conjunto. Esto quiere decir entonces que ustedes
vuelven a poner uno, lo que lleva a aumentar considerablemente el número de combinaciones
tomadas de a dos. En el nivel del triángulo, si yo les hubiera puesto solamente tres 1, habrían
resultado solo tres Combinaciones. De inmediato ustedes tienen seis, si toman el conjunto como 1.
Pero justamente, hay que captar aquí otra dimensión del Uno, que intentaré ilustrarles la próxima
vez por medio del triángulo aritmético. En otros términos, el Uno entonces no tiene siempre el
mismo sentido.
Así es como pretendo llevarlos a algún lado, al perseguir, mediante esta bifidez del Uno -todavía
hay que ver si se sostiene-, ese Uno que Platón distingue tan bien del Ser. El Ser es Uno siempre,
en todos los casos, pero el Uno no sabe ser como Ser: he aquí lo que por cierto está perfectamente
demostrado en el Parménides. Precisamente de aquí surgió la función de la existencia. Aun si no
es, el Uno no deja de plantear la cuestión, y la plantea tanto más cuanto que, dondequiera que de
aquí en más deba tratarse de la existencia, la cuestión girará siempre en tomo al Uno. Eso es
precisamente lo que está en juego en el Uno.
El Uno entonces parece aquí precisamente perderse, y llevar al colmo lo tocante a la existencia,
hasta confinar con la existencia como tal por cuanto surge de lo más difícil de alcanzar, de lo más
huidizo dentro de lo enunciable.
“El analizante perverso” (LOMBARDI)
El sujeto perverso se libera de la división subjetiva, es decir de su síntoma, a su manera: busca y
muchas veces logra producir el efecto de división subjetiva $ en el Otro.
Una fantasía es en efecto bien incomoda cuando no sabes donde acomodarla, por el hecho de que
esta allí, entera en su naturaleza de fantasía que no tiene otra realidad de que de discurso y que
no espera nada de tus poderes, pero que te demanda, ella, que te pongas en regla con tus propios
deseos.
En el relato de su fantasía inicia el pasaje al acto, al transformar el consultorio analítico en escenario
de una fantasía que divide al partenaire que no este en regla con sus deseos. Dividirse, angustiarse,
eso puede ocurrir al analista y el perverso se alivia al producirlo. La división subjetiva y la angustia
deben ser reconducidas al analizante, que su deseo y su acto de analista se realizan, en cambio,
en la destitución subjetiva.
45
Lejos de buscar la aprobación del Otro, el perverso en el ejercicio de su fantasía consigue a veces
desquiciarlo, lo cual a los fines analíticos no tiene ninguna utilidad, sino como oportunidad de
maniobra de la transferencia para relanzar el análisis. En lo que hace el juicio del gusto, si ese
relato excita o angustia, gusta o disgusta no tiene la menos importancia, ya que lo decisivo es que
la intervención del analista se apoye en un deseo ejercido desde la destitución subjetiva que le es
requerida para constituirse en partenaire no de fantasía, sino del síntoma analizante.
Esto explica retroactivamente porque el perverso cada vez con mas frecuencia consulta al analista,
particularmente al que sabe diagnosticar su peculiar posición como algo bien diferente de la
neurosis. La consulta del perverso se produce cuando el sujeto ha sido atraído por un deseo mas
fuerte que el que se satisface en sus performances de fantasía, cuando se ha dividido o se ha
angustiado.
Para que ello sea posible el analista no ha de condenar de antemano al perverso como un hombre
malo, tampoco ha de tratarlo como a un neurótico para evitar emplear ese diagnostico como un
juicio condenatorio. El termino “perversión”, que en el lenguaje vulgar es injuriante o condenatorio,
interesa profundamente al perverso en cuanto ha rechazado profundamente la “normalización”
neurótica del deseo.
Buena parte de la enseñanza de Lacan está destinada a liberar a los analistas del juicio previo de
que el perverso es malo, que el psicótico es loco y que el psicoanálisis es solo para los buenos
pacientes. No ha de emplearse para segregar, sino para admitir, como instrumento para alojar mejor
a distintos tipos de analizantes y no solo a los que responden dócilmente a la interpretación.
“Genesis de las perversiones” (SACHS)
Según Freud, perversión significa el predominio de una pulsión parcial desarrollada con suma
intensidad, que, en lugar de satisfacerse en el placer preliminar, traslada el primado que tiene lo
genital en el desarrollo normal a otra zona erógena que no concuerda con ese fin sexual. Sin
embargo, esta pulsión muy raramente carece de objeto (como en sus formas antiguas), sino que
ha atravesado el complejo de Edipo. La satisfacción perversa queda anudada regularmente a
condiciones muy estrictas y bizarras, que superan las exigencias de la pulsión parcial. Raras veces
las pulsiones parciales predominan en la perversión sin objeto.
Al decir que la neurosis es el reverso de la perversión significa que en las neurosis estarían en
juego las mismas fantasías, reprimidas, aquellas que en el perverso provocan un placer cc.
El análisis de la fantasía “Pegan a un niño” aporta el más profundo esclarecimiento de un modo de
satisfacción perversa. Los tres estados x los q atraviesa esta fantasía (1. el padre pega al niño
odiado por mí, 2. el padre me pega a mí, 3. un niño es golpeado) casi todo se modifica. Pero un
elemento es constante: se trata de la representación de ser golpeado, y justamente a esta se anuda
el placer perverso que conduce de manera casi compulsiva al onanismo.
Un elemento preciso resiste al cambio y aparece como el soporte del placer. Los otros
componentes, que en el transcurso del desarrollo son reprimidos por completo, transfieren todo su
contenido de placer a este elemento que los representa en la conciencia, de la misma manera que
el síntoma neurótico representa la fantasía Icc. En el fetichismo un desplazamiento de afecto
considerable suelda todo el placer proveniente de la infancia a ese único elemento.
El carácter bizarro y grotesco de algunas perversiones se debe a que se trata de un fragmento
aislado, proveniente de las vivencias infantiles y las fantasías, separado de su contexto y por tal
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motivo incomprensible tanto para el perverso como para los otros. Dichas vivencias infantiles y
fantasías celebran su resurrección en ese fragmento, q es como una suerte de memorial.
La perversión se origina en que un elemento del vivenciar o fantasear infantil ha sido retenido en la
cc, salvándose de hundirse en las tormentas del desarrollo. A este elemento se desplaza la
satisfacción perteneciente a la sexualidad infantil, luego de que los restantes representantes de la
pulsión sucumbieron a la represión.
Ese desplazamiento, depende de las pulsiones parciales que fueron dominantes en el desarrollo
infantil. La condición del éxito está dada porque el estadio de la organización pregenital al cual el
individuo quedó fijado con intensidad tiene que encontrar su expresión corporal allí donde la pulsión
parcial dominante puede encontrar su forma de satisfacción específica.
Para tener algún éxito, la represión debe en este caso decidirse a un compromiso: tiene q permitir
q se conserve el placer ligado a un “complejo parcial” integrándolo en el yo, ratificándolo. Los
restantes componentes de ese complejo se dejarán reprimir y mantener bajo represión con mayor
facilidad cuanto más hayan sido debilitados por el cambio de bando de su antiguo aliado.
Este recurso de la división x el q un elemento pasa al servicio de la represión al mismo tiempo q
introduce en el yo el placer de un periodo pregenital –mientras q el resto del mismo complejo
sucumbe a la represión- parece ser el mecanismo específico de la perversión.
El mecanismo expuesto permite además comprender el pasaje de la perversión a la neurosis, si no
perdemos de vista q la represión correspondiente al desarrollo de la organización libidinal es un
proceso gradual. Puede entonces suceder con facilidad q el complejo mismo puesto al servicio de
la represión en el curso del desarrollo ulterior. Pero también puede ocurrir q el mismo vuelva a
emerger favorecido por circunstancias exteriores, y entonces, según se ve con frecuencia, como
consecuencia de esa ruptura resulta no una neurosis sino una perversión. En la lucha de la
represión se aísla un elemento que es incorporado al yo y elevado a la condición imprescindible
para la satisfacción perversa.
Una pulsión parcial conduce a la perversión cuando una parte de las representaciones del yo q la
pulsión inviste se encuentra en posición excepcional en cuanto al deseo a satisfacer y al placer a
obtener, y cuando se logra una alianza entre dicha pulsión parcial y esta parte del yo en el momento
de los combates q libra la represión, en particular contra el complejo de Edipo. Es necesario señalar
q este es solo el mecanismo, y no el motivo de su predominio. Su elección responde al hecho de q
ha sido dotada de una fuerza superior a la normal.

UNIDAD 5: “ETICA DEL PSICOANALISIS Y FORMACION CLINICA”


“La represión” (FREUD)
La represión es el destino que encuentra una moción pulsional al chocar con resistencias que
quieren hacerla inoperante, es la renuncia a la satisfacción pulsional, es una respuesta del aparato
psíquico entre la fuga y el juicio adverso o condenatorio.
Si se tratase del efecto de un estímulo exterior la huida sería el medio apropiado. En el caso de la
pulsión, de nada vale la huida, pues el yo no puede escapar de sí mismo.

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Una moción pulsional se reprime debido a que la meta pulsional causa displacer en lugar de placer.
El motivo, la razón, de la represión esta puesto en el displacer causado al sistema Cc o Prcc. siendo
satisfacción para un sistema Icc. Tenemos, así, que la condición para la represión es que el motivo
de displacer cobre un poder mayor que el placer de la satisfacción. Su esencia consiste en rechazar
algo (la necesidad pulsional) de la conciencia y mantenerlo alejado de ella.
Si la pulsión es una fuerza constante tengo que oponerle una fuerza también constante para
rechazarla y mantenerla alejada, por lo que represión e inconsciente son correlativos, no se puede
pensar uno sin el otro. Debemos suponer un aparato de dimensiones de sistemas, o lugares (topos).
Freud supone la existencia de una primera fase: la represión primordial, originaria o primaria que
consiste en que al representante psíquico (representante de la representación) de la pulsión se le
deniega la admisión en lo consciente. Así se establece una fijación; a partir de ese momento el
representante en cuestión persiste inmutable y la pulsión sigue ligada a él. La pulsión de un órgano
alcanza lo psíquico (queda reprimido para siempre y nunca alcanza el Cc). El Icc se funda por la
fijación del recuerdo psíquico de la pulsión. Todo lo reprimido es Icc, se fija el representante de la
representación. Lo Prcc es lo posible de hacerse Cc, entonces lo que alcanza el Prcc solo necesita
un poco de atención para alcanzar la conciencia, lo pulsional NUNCA alcanza la conciencia.
La represión primaria es solidaria con el Cc porque funda el Icc. Sin represión primaria no hay
humanidad (tótem y tabú, incesto, banquete totémico, etc.)
La segunda etapa de la represión, la represión propiamente dicha, recae sobre retoños psíquicos
del representante reprimido o sobre pensamientos que han entrado en un vínculo asociativo con
él. A causa de ese vínculo, tales representaciones experimentan el mismo destino que lo reprimido
primordial. Entonces la represión propiamente dicha es un “esfuerzo de dar caza”. Esta post
represión recae sobre los retoños que se disfrazan para pasar al Precc/Cc, entonces si la represión
propiamente dicha no los reconoce la burlan y logran devenir Cc. Debe tenerse en cuenta
la atracción que lo reprimido primordial ejerce sobre todo aquello con lo cual puede ponerse en
conexión. Probablemente, la tendencia a la represión no alcanzaría su propósito si estas fuerzas
(atracción y repulsión) no cooperasen, si no existiese algo reprimido desde antes, presto a recoger
lo repelido por lo consciente
La represión no impide al representante de pulsión seguir existiendo en lo inconsciente, continuar
organizándose, formar retoños y anudar conexiones. Prolifera desde las sombras y encuentra
formas extremas de expresión. En realidad, la represión sólo perturba el vínculo con un sistema
psíquico: el de lo consciente.
Si los retoños y las asociaciones se distancian lo suficiente de lo reprimido primordial pueden
acceder a la conciencia debido a que pueden salvar la censura. La represión trabaja de
modo individual (cada uno de los retoños de lo reprimido puede tener su destino particular; un poco
más o un poco menos de desfiguración cambia radicalmente el resultado) y móvil (la primordial es
fija, la principalmente. dicha es móvil.). Necesita un gasto de fuerza constante, lo reprimido ejerce
una presión continua sobre lo consciente que debe ser contrarrestada; la movilidad de la represión
disminuye en el sueño facilitando su formación, al despertar, las investiduras de represión recogidas
se emiten de nuevo.
Un Representante de pulsión es una representación o un grupo de representaciones investidas
desde la pulsión con un determinado monto de energía psíquica (libido, interés). Junto a la
representación se encuentra el Monto de Afecto, que puede experimentar un destino de represión
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totalmente diferente del de la representación. Desde ahora, cuando describamos un caso de
represión, tendremos que rastrear separadamente la representación, por un lado, y la energía
pulsional (el monto de afecto) por el otro. Este factor cuantitativo, (cantidad, quantum, monto de
afecto) de la represión es el que en mayor o menor medida permite el acercamiento al Icc.
El destino general de la representación es el Icc mientras que el Monto de Afecto (quantum) tiene
tres destinos posibles:
a) Icc, la pulsión es suprimida por completo (histeria),
b) sale a la luz como un afecto coloreado cualitativamente de algún modo (neurosis obsesiva),
c) se muda en angustia (fobia).
Las dos últimas posibilidades nos ponen frente a la tarea de discernir como un nuevo destino de
pulsión la transposición de las energías psíquicas de las pulsiones en afectos y, muy
particularmente, en angustia. (Ver mecanismo del proceso represivo)
Si una represión no consigue impedir que nazcan sensaciones de displacer o de angustia, entonces
ha fracasado y la represión fracasada tendrá más interés que la lograda dado que es el retorno de
lo reprimido bajo la forma de síntomas lo que nos permite dar cuenta de la represión. El mecanismo
de la represión es la sustracción de la investidura energética (o libido, si tratamos de pulsiones
sexuales).
Tópica y Dinámica de la Represión
*Cap. IV Lo inconsciente, 3º hipótesis (funcional o económica) del ICC
La represión es un proceso que se cumple sobre representaciones en la frontera de los sistemas
Icc y Prcc (Cc). El mecanismo de la represión es la sustracción de la investidura energética. En el
Icc la representación tiene investidura Icc (por eso es por lo que sigue actuando desde las sombras),
debido a la acción de la represión secundaria a la representación se le sustrae la investidura Prcc
que pertenece a dicho sistema, por lo tanto, los mecanismos de la represión son:
a) Sustracción de investidura Prcc: queda desinvertida impidiendo que la representación
devenga Prcc, la inscripción es de investidura Icc.
b) Sustitución de la investidura Prcc por Icc: recibe investidura Icc
c) Conservación de Investidura Icc: conserva la investidura Icc que ya tenía
Freud observa que la sustracción de investidura Prcc no funcionaría cuando estuviera en juego la
figuración de la represión primordial (en caso de que una representación Inc. que aún no ha recibido
investidura Prcc y por lo tanto no puede ser desinvestida) por lo que da cuenta de otro
mecanismo: la contrainvestidura, proceso por el cual se mantiene la represión secundaria y cuida
la permanencia de la represión primaria. Es el proceso mediante el cual el sistema Prcc se protege
contra el asedio de la representación Icc. (se observa con claridad en la histeria de conversión,
donde sale a la luz con la formación del síntoma). La contrainvestidura en la represión secundaria
da origen a las representaciones sustitutivas (falsos enlaces) que se aseguran de que las
representaciones reprimidas no devengan Conscientes.

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“La negación” (FREUD)
Un contenido de representación o de pensamiento reprimido puede irrumpir en la conciencia a
condición de que se deje negar. La negación es un modo de tomar noticia de lo reprimido; en
verdad, es y a un a cancelación de la represión, aunque no, claro está, una aceptación de lo
reprimido. Se ve cómo la función intelectual se separa aquí del proceso afectivo. Con ayuda de la
negación es enderezada sólo una de las consecuencias del proceso represivo, a saber, la de que
su contenido de representación no llegue a la conciencia. De ahí resulta una suerte de aceptación
intelectual de lo reprimido con persistencia de lo esencial de la represión. En el curso del trabajo
analítico producimos a menudo otra variante, muy importante y bastante llamativa, de esa misma
situación. Logramos triunfar también sobre la negación y establecer la plena aceptación intelectual
de lo reprimido, a pesar de lo cual el proceso represivo mismo no queda todavía cancelado.
Negar algo en el juicio quiere decir, en el fondo, «Eso es algo que yo preferiría reprimir». El juicio
adverso es el sustituto intelectual de la represión, su «no» es una marca de ella, su certificado de
origen. Por medio del símbolo de la negación, el pensar se libera de las restricciones de la represión
y se enriquece con contenidos indispensables para su operación. La función del juicio tiene, en lo
esencial, dos decisiones que adoptar. Debe atribuir o desatribuir un a propiedad a una cosa, y debe
admitir o impugnar la existencia de una representación en la realidad. La propiedad sobre la cual
se debe decidir pudo haber sido originariamente buena o mala, útil o dañina.
La otra de las decisiones de la función del juicio, la que recae sobre la existencia real de una cosa
del mundo representada, es un interés del yo-realidad definitivo, que se desarrolla desde el yo-
placer inicial (examen de realidad). Ahora ya no s e trata de si algo percibido (una cosa del mundo)
debe ser acogido o no en e l interior del yo, sino de s i algo presente como representación dentro
del yo puede ser reencontrado también en la percepción (realidad).
Para comprender este progreso es preciso recordar que todas las representaciones provienen de
percepciones, son repeticiones de estas. Por lo tanto, originariamente y a la existencia misma de
la representación e s una carta de ciudadanía que acredita la realidad de lo representado. La
oposición entre subjetivo y objetivo no se da desde el comienzo. Sólo se establece porque el pensar
posee la capacidad de volver a hacer presente reproduciéndolo en la representación, algo que una
vez fue percibido, para lo cual no hace falta que el objeto siga estando ahí afuera. El fin primer o y
más inmediato del examen de realidad (de objetividad) no es, por tanto, hallar en la percepción
objetiva {real} un objeto que corresponda a lo representado, sino reencontrarlo, con vencerse de
que todavía está ahí.
El examen de realidad tiene que controlar entonces el alcance de tales desfiguraciones. Ahora bien,
discernimos una condición para que se instituya el examen de realidad: tienen que haberse perdido
objetos que antaño procuraron una satisfacción objetiva {real}. El juzgar es la acción intelectual que
elige la acción motriz, que pone fin a la dilación que significa el pensamiento mismo, y conduce del
pensar al actuar. También en otro sitio he tratado ya esa dilación del pensamiento.
El estudio del juicio nos abre acaso, por primera vez, la intelección de la génesis de una función
intelectual a partir del juego de las mociones pulsionales primarias. El juzgar es el ulterior desarrollo,
acorde a fines, de la inclusión dentro del yo o la expulsión de él, que originariamente se rigieron por
el principio de placer. Su polaridad parece corresponder a la oposición de los dos grupos
pulsionales que hemos supuesto. La afirmación —como sustituto de la unión— pertenece al Eros,
y la negación —sucesora de la expulsión—, a la pulsión de destrucción. El gusto de negarlo todo,

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e l negativismo de muchos psicóticos, debe comprenderse probablemente como indicio de la
desmezcla de pulsiones por débito de los componentes libidinosos. Ahora bien, la operación de la
función del juicio se posibilita únicamente por esta vía: que la creación del símbolo de la negación
haya permitido al pensar un primer grado de independencia respecto de las consecuencias de la
represión y, por tanto, de la compulsión del principio de placer.
“La responsabilidad moral por el contenido de los sueños” (FREUD)
Hay autores reaccionan frente al hecho, sentido como penoso, de que el contenido de los sueños
tan a menudo contradiga la sensibilidad ética del soñante. La naturaleza inmoral de los sueños ha
proporcionado, como es comprensible, un nuevo motivo para desmentir el valor psíquico del sueño.
Si este último es un producto carente de sentido de una actividad anímica perturbada, no hay
ninguna razón para asumir la responsabilidad por su contenido aparente. Este problema de la
responsabilidad por el contenido manifiesto del sueño ha sido radicalmente desplazado, y aun en
verdad eliminado, por los esclarecimientos de la «interpretación de sueños». Sabemos que el
contenido manifiesto es una apariencia falsa, una fachada. No merece la pena someterlo a un
examen ético. Cuando se habla del “contenido” del sueño, se habla del contenido de los
pensamientos preconscientes y el de la moción de deseo reprimida, descubiertos tras la fachada
por el trabajo de interpretación. No obstante, también esta fachada inmoral nos presenta un
problema.
¿Cómo puede suceder que la censura, que suele adecentar cosas mucho más nimias, fracase de
manera tan completa frente a los sueños manifiestamente inmorales?
La respuesta no es evidente. En primer lugar, se procederá a someter estos sueños a la
interpretación; así se hallará que algunos de ellos no ofrecieron nada chocante a la censura porque
en el fondo no intentaban nada malo. Son alardeos inocentes, identificaciones que quieren
disimularse tras una máscara; no fueron censurados porque no decían la verdad. Pero otros, la
mayoría, intentan realmente lo que proclaman, y no han experimentado desfiguración alguna de
parte de la censura: Son la expresión de mociones inmorales, incestuosas y perversas, o de
apetencias asesinas, sádicas. Frente a muchos de ellos, y el soñante reacciona con un despertar
angustiado. La censura omitió su actividad, se percató demasiado tarde y el desarrollo de angustia
es ahora el sustituto de la desfiguración ausente. Ahora bien, disminuye mucho nuestro interés por
la génesis de estos sueños manifiestamente inmorales cuando averiguamos, mediante el análisis,
que la mayoría de los sueños —los inocentes, los exentos de afecto y los sueños de angustia— se
revelan, después que uno deshizo las desfiguraciones de la censura, como cumplimientos de
mociones de deseo inmorales —egoístas, sádicas, perversas, incestuosas—.
¿Debemos asumir la responsabilidad por el contenido de nuestros sueños? Desde luego, uno debe
considerarse responsable por sus mociones oníricas ¿Qué se querría hacer, si no, con ellas? Si el
contenido del sueño es una parte de mi ser; si, de acuerdo con criterios sociales, quiero clasificar
como buenas o malas las aspiraciones que encuentro en mí, debo asumir la responsabilidad por
ambas clases, y si para defenderme digo que lo desconocido, inconsciente, reprimido que hay en
mí no es mi «yo», no me sitúo en el terreno del psicoanálisis. Puedo llegar a averiguar que eso
desmentido por mí no sólo «está» en mí, sino en ocasiones también «produce efectos» desde mí.
Es verdad que en el sentido metapsicológico esto reprimido malo no pertenece a mi <<yo>>, sino
a un <<ello>> sobre el que se asienta mi yo. Pero este yo se ha desarrollado desde el ello, forma
una unidad biológica con él, es sólo una parte periférica de él, que ha sufrido una modificación

51
particular; está sometido a sus influjos, obedece a las incitaciones que parten del ello, por lo que
no tiene sentido separar al yo del ello. El yo es la parte organizada del ello.
En la neurosis obsesiva el yo se siente culpable de toda clase de mociones malas de las que nada
sabe, mociones que le son enrostradas en la conciencia, pero es imposible que él pueda
confesarse. Su <conciencia moral> es tanto más puntillosa cuanto más moral sea la persona. La
conciencia moral es una formación reactiva frente a lo malo sentido en el ello. Tanto más intensa
la sofocación de eso malo, tanto más susceptible la conciencia moral
La experiencia demuestra que me hago responsable, que estoy compelido a hacerlo de algún
modo. El médico dejará al jurista la tarea de instituir una responsabilidad artificialmente limitada al
yo metapsicológico.
“El malestar en la cultura” (FREUD)
Sentimiento oceánico: son los restos de aquel momento originario en donde se da cuenta de una
sensación de eternidad, un sentimiento sin barreras, por así decir “oceánico”. Un sentimiento de
atadura indisoluble. Coincide con la situación del lactante, debido a que el no separa todavía su
mundo exterior como fuente de las sensaciones que le afluyen. Originariamente el yo lo contiene
todo, más tarde segrega de si un mundo exterior.

Muchas de las fuentes de excitación que más tarde discernirá a sus órganos corporales pueden
enviarle sensaciones en todo momento, mientras que otras (y entre ellas la más anhelada: el pecho
materno) se le sustraen temporariamente, y solo consigue recuperarlo gritando en reclamo de
asistencia. De este modo se contrapone por primera vez al yo, un “objeto” como algo que se
encuentra “afuera” y solo mediante una acción particular es forzado a aparecer.

No se podría indicar en la infancia una necesidad de fuerza equivalente a la de recibir protección


del padre. De este modo, el papel del sentimiento oceánico, que aspiraría a restablecer el
narcisismo irrestricto, es esforzado a salirse del primer plano. Este ser uno con el Todo, que es el
contenido de pensamiento que le corresponde, se nos presenta como un primer intento de consuelo
religioso.

En el ámbito del alma es frecuente la conservación de lo primitivo junto a lo que ha nacido de él por
transformación. Este hecho es casi siempre consecuencia de la escisión del desarrollo. Una porción
cuantitativa de una actitud, de una moción pulsional, se ha conservado inmutada, mientras que la
otra ha experimentado el ulterior desarrollo.

Nos inclinamos a suponer que en la vida anímica no puede sepultarse nada de lo que una vez se
formó, que todo se conserva de algún modo y puede ser traído a la luz de nuevo en circunstancias
apropiadas, por ejemplo, en virtud de una regresión.
“Análisis terminable e interminables” (FREUD)
Cap. III.
¿Cuáles son los factores desfavorables para el efecto del análisis? ¿Es posible la “tramitación
duradera de la exigencia pulsional”, domeñarla?

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ANALISIS DIDÁCTICOS: Aquí la meta terapéutica es otra: no entraba en cuenta la abreviación de
la cura, sino que el propósito era producir un agotamiento radical de las posibilidades de
enfermedad y una alteración profunda de la persona. De los tres factores que se reconocer como
decisivos para las posibilidades de la terapia analítica: 1. Influjo de traumas 2. Intensidad
constitucional de las pulsiones. 3. Alteración perjudicial del Yo. Interesa aquí solo el segundo: la
Intensidad constitucional de las pulsiones: mediante la terapia analítica ¿es posible tramitar de
manera duradera y definitiva un conflicto pulsional en el Yo?
La “tramitación duradera de la exigencia pulsional” no quiere decir que no queremos saber más de
ella, sino que queremos “domeñarla”, es decir:
- Que la pulsión sea admitida en su totalidad dentro de la armonía del Yo.
- Asequible a toda clase de influjos por otras aspiraciones que hay en el interior del Yo.
- Ya no sigue su camino propio hacia la satisfacción. La posibilidad de tramitar de manera duradera
y definitiva un conflicto de la Pulsión con el Yo, dependerá de la intensidad pulsional.
El factor cuantitativo aparece en la causación de la enfermedad: Para comprender el conflicto
pulsional se deberá tener en cuenta la relación entre robustez de la Pulsión y robustez del Yo. Si
ésta última se rebaja emergerán nuevamente todas las pulsiones que fueron dominadas. La prueba
de esto es el sueño nocturno: donde el yo se relaja para dormir, aparece la exigencia pulsional.
¿El análisis ayuda al sujeto neurótico a hacer lo que en la normalidad acontece solo? O ¿produce
un estado que nunca antes preexistió de manera espontánea en el interior del yo y cuya neo-
creación constituye una diferencia esencial entre el analizado y el hombre que nunca se analizó?
Veamos en qué se basa ese título. Todas las represiones acontecen en la primera infancia; son
unas medidas de defensa primitivas del yo inmaduro, endeble. En años posteriores no se consuman
represiones nuevas, pero son conservadas las antiguas, y el yo recurre en vasta medida a sus
servicios para gobernar las pulsiones. Y bien, el análisis hace que el yo madurado y fortalecido
emprenda una revisión de estas antiguas represiones; algunas serán liquidadas y otras
reconocidas, pero a estas se las edificará de nuevo sobre un material más sólido. Estos nuevos
diques tienen una consistencia por entero diversa que los anteriores; es lícito confiar en que no
cederán tan fácil a la pleamar del acrecentamiento de las pulsiones. La rectificación, con
posterioridad, del proceso represivo originario, la cual pone término al hiperpoder del factor
cuantitativo, sería entonces la operación genuina de la terapia analítica.
¿Cómo se explica la inconstancia de nuestra terapia analítica? Se explica porque no hemos
alcanzado siempre en toda su extensión, o sea, no lo bastante a fondo, nuestro propósito de
sustituir las represiones permeables por unos dominios confiables y acordes al yo. Hay sectores
del mecanismo antiguo que permanecen intocados por el trabajo analítico. Acaso le falte
«profundidad», podemos decir; se trata siempre del factor cuantitativo, que tanto se descuida. Si
esta es la solución, cabe afirmar que el título reivindicado por el análisis, de que él cura las neurosis
asegurando el gobierno sobre lo pulsional, es siempre justo en la teoría, pero no siempre lo es en
la práctica. Y ello porque no siempre consigue asegurar en medida suficiente las bases para el
gobierno sobre lo pulsional. Es fácil descubrir la razón de este fracaso parcial: El factor cuantitativo
de la intensidad pulsional se había contrapuesto en su momento a los empeños defensivos del yo;
por eso debimos recurrir al trabajo analítico, y ahora aquel mismo factor pone un límite a la eficacia
de este nuevo empeño. Dada una intensidad pulsional hipertrófica, el yo madurado y sustentado

53
por el análisis fracasa en la tarea de manera semejante a lo que antes le ocurriera al yo desvalido;
el gobierno sobre lo pulsional mejora, pero sigue incompleto. Es sin duda deseable abreviar la
duración de una cura analítica, pero el camino para el logro de nuestro propósito terapéutico sólo
pasa por el robustecimiento del auxilio que pretendemos aportar con el análisis al yo.
Cap. VII
El análisis propio para poder ser analista: Ferenzi consideraba que el análisis no es un proceso sin
término, sino que puede ser llevado a un cierre natural, si el analista tiene la paciencia y pericia
debida. Sostenía que era decisivo para el éxito, que el analista haya aprendido bastante de sus
propios errores y cobrado imperio sobre los puntos débiles de su personalidad. Opino que ese
trabajo equivale más bien a una advertencia de no poner como meta del análisis su abreviación,
sino su profundización. Para Freud, no sólo la complejidad yoica, sino también las peculiaridades
del analista influyen sobre la cura analítica y la dificultan tal como lo hacen las Resistencias. (LAS
RESISTENCIAS SON DEL ANALISTA DICE LACAN). Los analistas son personas que han
aprendido a ejercer un arte determinado y, junto a ello, tienen derecho a ser hombres como los
demás. Se le exige, como parte de su prueba de aptitud, una medida más alta de normalidad y de
corrección anímicas.
¿Dónde y cómo adquiriría el pobre diablo aquella aptitud ideal que le hace falta en su profesión?
En el análisis propio, con el que comienza su preparación para su actividad futura. Cumple su
cometido si instila en el aprendiz la firme convicción en la existencia de lo inconsciente, le
proporciona las de otro modo increíbles percepciones de sí a raíz de la emergencia de lo reprimido,
y le enseña, en una primera muestra, la técnica únicamente acreditada en la actividad analítica.
Esto por sí solo no bastaría como instrucción, pero se cuenta con que las incitaciones recibidas en
el análisis propio no han de finalizar una vez cesado aquel, con que los procesos de la
recomposición del yo continuarán de manera espontánea en el analizado y todas las ulteriores
experiencias serán aprovechadas en el sentido que se acaba de adquirir. Ello en efecto acontece,
y en la medida en que acontece otorga al analizado aptitud de analista. No sería asombroso que el
hecho de ocuparse constantemente de todo lo reprimido que en el alma humana pugna por
libertarse conmoviera y despertara también en el analista todas aquellas exigencias pulsionales
que de ordinario él es capaz de mantener en la sofocación. También estos son «peligros del
análisis». Todo analista debería hacerse de nuevo objeto de análisis periódicamente, quizá cada
cinco años, sin avergonzarse por dar ese paso. Ello significaría, entonces, que el análisis propio
también, y no sólo el análisis terapéutico de enfermos se convertiría de una tarea terminable {finita}
en una interminable {infinita). No tengo el propósito de aseverar que el análisis como tal sea un
trabajo sin conclusión. Comoquiera que uno se formule esta cuestión en la teoría, la terminación de
un análisis es un asunto práctico. El analista no se propondrá como meta limitar todas las
peculiaridades humanas en favor de una normalidad esquemática, ni demandará que los
«analizados a fondo» no registren pasiones ni puedan desarrollar conflictos internos de ninguna
índole. El análisis debe crear las condiciones psicológicas más favorables para las funciones del
yo; con ello quedaría tramitada su tarea.
Cap. VIII
-En todo análisis hay dos temas que se destacan y dan guerra al analista. Los dos están ligados a
la diferencia entre los sexos:
- La envidia del pene, en la mujer

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- La revuelta contra la actitud pasiva o femenina en el hombre (protesta masculina) Como conductas
frente al complejo de castración.
Lo que en ambos casos cae bajo la represión es lo propio del sexo contrario. La oposición entre los
sexos era la ocasión genuina y el motivo primordial de la represión. En el varón, la masculinidad
aparece desde el comienzo mismo y es acorde con el Yo; la actitud pasiva, puesto que presupone
la castración, es enérgicamente reprimida. También en la mujer el querer alcanzar la masculinidad
es acorde con el Yo en cierta época, en la fase fálica (antes del desarrollo hacia la feminidad).
Luego del insaciable deseo del pene, devendrán el deseo del hijo varón, portador del pene. Pero
con frecuencia hallaremos que el deseo de masculinidad se ha conservado en lo Icc y despliega
desde la represión sus efectos perturbadores.
En el trabajo analítico se padece la sospecha de «predicar en el vacío» cuando se quiere mover a
las mujeres a resignar su deseo del pene por irrealizable, y cuando se pretende convencer a los
hombres de que una actitud pasiva frente al varón, la cual no siempre tiene el significado de una
castración y es indispensable en muchos vínculos de la vida. De la “sobrecompensación desafiante”
del varón deriva una de las más fuertes resistencias trasferenciales: El hombre no quiere someterse
a un sustituto del padre, y por eso no quiere aceptar del médico la curación. No puede establecerse
una trasferencia análoga desde el deseo del pene de la mujer; en cambio, de esa fuente provienen
estallidos de depresión grave por la certeza interior de que la cura analítica no servirá para nada y
de que no es posible obtener remedio. De ahí uno aprende que no es importante la forma en que
se presenta la resistencia, si como trasferencia o no. Lo decisivo es que la resistencia no permite
que se produzca cambio alguno, que todo permanece como es. A menudo uno tiene la impresión
de haber atravesado todos los estratos psicológicos, y haber llegado, con el deseo del pene y la
protesta masculina, a la «roca de base» y, de este modo, al término de su actividad.
“La culpa, índice negativo del deseo” (LOMBARDI)
LA CULPA NO ES MORAL
La moral esta referida a las costumbres, a la legalidad imperante, a lo que puede observarse y
juzgarse desde la opinión externa.
La formulación de Freud resulta todavía inconsistente, ya que la pulsión es para él mismo algo que
se satisface siempre de algún modo, siendo por el contrario el deseo, factor todavía no bien
despejado de la pulsión en su obra, lo que permite trazar una diferencia capital entre:
1) La satisfacción pulsional y los goces conformes al deseo, y
2) Los goces tristes o culpables, que son tales porque su condición es haber cedido en el deseo.
Lacan afirma en base a esto que solo podemos ser culpables de ceder en el deseo.
NI TAMPOCO CONSCIENTE
La llamada conciencia moral no necesariamente es consciente. Freud la sitúa concisamente en
Tótem y tabú: “Conciencia moral es la percepción interior de que desestimamos mociones de deseo
existentes en nosotros”, pero el mismo advirtió que esa percepción interior no necesariamente es
directa, que a veces el reproche que resulta de ella se desplaza sobre cuestiones nimias, tal como
es habitual en la neurosis obsesiva.

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Freud describe la certeza de la culpa, que no requiere ser consciente para imponer al sujeto su
dimensión irreferente, por no depender de ninguna circunstancia exterior al juicio personales sobre
la propia conducta.
El sentimiento inconsciente de culpa resulta simplemente de la percepción del juicio adverso
respecto de la propia conducta: sea por lo que hicimos, sea por lo que omitimos hacer. Que esa
percepción sea consciente o no, es en verdad secundario. Con lo cual Freud abre un enorme campo
clínico hasta el momento poco estudiado, constituido por elementos propiamente patógenos cuya
percepción no es directa. No es directa para el observador externo, tampoco para el analista, y
aunque es inmediata e irreferente para quien la padece, es imperceptible de un modo directo para
su conciencia.
COINCIDENCIAS ENTRE CULPA IRREFENTE Y SENTIMIENTO MORAL
Mas allá de que pueda haber lesión jurídica a un tercer, del fuero comercial u otro, Heidegger sitúa
el ser deudor o el ser culpable del siguiente modo: ser deudor es “ser el fundamento de una
deficiencia en el ser de otro”, de modo tal que este “ser el fundamento” se presente como “falta” en
cuanto a su finalidad: la deficiencia consiste en no haber dado satisfacción a una exigencia que
afecta al existente “ser con” otros. El ser culpable o deudor es entonces una forma de ser del Ser-
ahí, abierto al “hacerse punible”, al “tener una deuda”, al “tener la culpa de…”, incluso al ser
“cargado con una deuda moral”. Todas estas formas de declinación de la culpa/deuda no hacen
sino caracterizar una determinación o resolución del ser.
El ser culpable constituye el ser al que llamamos cura.
DE LA FILOSOFIA A LA CLINICA ANALITICA
Heidegger introduce, a través de la culpa, la dimensión del síntoma, que es la división inherente al
ser que se niega a si mismo, que al decir “no” desconoce su propio ser, encerrándose en un no-ser
que afecta a su vinculo esencial con el otro. Al arrojarse en el impersonal “uno” en el que se
desconoce, al percibirse como “eso” o como “ello”, como no-yo entonces, como cuerpo extraño.
Nos referimos a la percepción de esa dimensión del cuerpo al mismo tiempo propio y ajeno, que
convoca al ser a retomar a su deseo en tanto falta-en-ser que llama, y que desde la falta puede
llevar al ser, al ser en acto, el acto en que ese deseo, atravesando la angustia, podría realizarse.
La cura analítica y la Sorge heideggeriana parecen tener el mismo objetivo.
El analista se ocupa precisamente del sujeto que no tiene el coraje del hombre capaz de afrontar
la angustia, de atravesarla y arrancar de ella su certeza, para actuar, para decir, para decidir. El
analista no preconiza entonces la autoayuda, no para aquellos casos que no pueden lograrlo solos,
y que precisamente por eso piden ayuda a Otro.
El análisis, con su regla fundamental, introduce, en la intersección entre lo universal y la
singularidad de cada uno, la particularidad del síntoma, y solo desde esa particularidad el estado
de culpable/deudos deviene analizable.
¿COMO LA CULPA DEV IENE SENTIMIENTO MORAL EN EL ANALISIS?
Hay una razón analítica que hace a la estructura del deseo. El deseo es deseo de deseo,
permanece reprimido o se pierde si no se referencia en deseo del Otro. Ceder en el deseo,
extraviarlo en el camino, o renunciar a él, son diversos modos de cultivar la culpabilidad. Un acto,

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a diferencia de un pasaje al acto, es un evento social y por mas ínfimo que sea no da la espalda al
deseo del Otro, sino que le responde.
Ceder en el deseo es ceder en lo esencial, recordando esa otra precisión de un filósofo, Spinoza
en este caso, que es citada por Lacan: el deseo es la esencia del hombre. Esa esencia no se realiza
sino cuando al deseo responder el deseo del Otro o, cuando el deseo del viviente suscita el deseo
del Otro. El análisis permite discernir que, mas que el amor o el goce, es el deseo lo que hace lazo,
y que renunciar a él, en consecuencia, es un pasaje al acto, es ruptura del lazo, es auto destierro
melancólico o maniaco. En el caso extremo, encontramos esos casos de hipocondría o melancolía.
Existen los goces tristes. Pero es un error pensar que todos los goces contradicen el deseo. La
solución analítica no pasa por acotar goces en el sentido de ponerles limites desde el discurso del
amo, sino por devolver su sentido etimológico de este término, “acotar”.
Desde un punto de vista analítico, la expresión “acotar el goce” no es totalmente errónea, si la
entendemos como cuidarlo analíticamente, como curarse de él no tratándolo si no por la magia o
la gracia de un deseo. Volver el goce apto para el deseo, lograr que condescienda al deseo, que
se destine al deseo, esa es la clave de la operación analítica, que solo se comprende si
respondemos a la pregunta de este subtitulo.
LACAN, CULPABLE DE LO REAL
El sujeto-síntoma es ese real que insiste en nosotros, incurable, ya que aun analizado, retorna. Es
por eso por lo que el analista, el artista, el hombre de acción capaz de destituirse como sujeto en
su acto, en sus respiros vuelve a su división de sujeto, a su necesidad de dormir, de reeditar sus
deseos en calidad de insatisfechos y que solo se satisfacen alucinatoriamente. Aun ellos vuelven a
ese proceso primario freudiano que es de obstrucción, de desconexión entre el deseo y el polo
motriz- la puerta que hace posible la acción cualquiera que esta sea, de la espada, del pincel o la
palabra-
De allí que el pase de analizante a analista, que implica una destitución subjetiva, no sea algo que
se conquiste de una vez y para siempre. Evidentemente una vez alcanzada esa posición, hay una
huella que facilita el volver a pasar por el mismo desfiladero; pero hay que pasar cada vez, hay que
volver a cruzar el umbral, la pequeña efracción de angustia que implica instalarse en el sillón de la
escucha cuando se recibe a un analizante. “Me paso la vida pasando el pase”, decía Lacan
consecuente con esta perspectiva, que no contradice la ética del análisis. El análisis es una cosa
seria, ósea que puede devenir una estafa, si sostiene la neurosis de transferencia, el sueño
hipnótico del sujeto supuesto saber, de modo que impide el pase.
El síntoma, en lo que tiene de incurable, tiene valor revolucionario. El dormirse en el síntoma es
poner palos en la rueda, en posición culpable pero que al mismo tiempo reedita la posición electiva
aun no realizada del hablante. Si el deseo es la esencia del hombre, el síntoma incurable preserva
siempre en germen su valor revolucionario. Es desde allí que se puede volver al acto, a la elección
efectiva que implica la destitución, lo terapéutico de la destitución subjetiva, que es algo saludable,
cada vez “Hablar de destitución no detendrá al inocente, que no tiene otra ley que su deseo”.
Desde que hablamos, estamos en deuda, atrapados en las cadenas simbólicas que implican
también la cadenas de parentesco y de la transmisión de generación en generación. Reprimimos
esa deuda en la neurosis o en la perversión, la forcluimos en la psicosis. Pero la cadena continúa
expresando sus exigencias, esas que nos llegan bajo otro termino de la segunda tópica, el superyó,

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bajo la forma de síntoma. El psicoanálisis no se ocupa del intelecto sino del decir, es acto que
permite al hablar una salida de esa deuda simbólica, alienante.
Y si el análisis desde sus comienzos limita los motivos del inconsciente al deseo sexual, con una
firmeza sobre la que Freud nunca cedió, es porque la deuda simbólica que esas cadenas expresan
solo se paga con actos que admiten la condición que se deduce de la permanencia de ese deseo
bajo todas las formas en que el hablar se inhibe o se expresa.

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