Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
El edicto de repatriación de los judeos exiliados en Babilonia (538) fue iniciativa de Ciro el
persa, a quien el Déutero-Isaías honra con el título de "pastor" y de "ungido" de Yavé.
La restauración iba a posibilitar la reconstrucción del templo de Jerusalén, centro que polariza
la esperanza de los exiliados.
Ezequiel, el profeta sacerdote, había centrado en el templo futuro el interés de los desterrados.
Gracias a las gestiones proféticas de Ageo y Zacarías, los judíos se deciden a continuar las
obras. El primero pasa fugazmente (de agosto a diciembre del año 520) indica al pueblo y a sus
conductores lo que deben hacer. En el país hay pobreza y escasez y Ageo vaticina jubiloso la
gloria futura de la casa de Yavé, fuente de paz. Yavé retoma la alianza pactada con David, y la
edificación de su templo condiciona la continuidad de la promesa dinástica. Esta temática es
desarrollada contemporáneamente por Zacarías, quien destaca más que Ageo la elección de
Jerusalén, y su mensaje es acogido rápidamente por el pueblo, que termina la reconstrucción
de la casa de Yavé.
Si los oráculos de Ageo y Zacarías tienen una impostación dinástica, la pascua, festejada por
todo el pueblo, es una vuelta a los orígenes. Y este retorno significa una toma de conciencia de
las exigencias del Sinaí.
Según sabemos, la formula entre amor al prójimo y justicia social equivale a una definición de
la alianza.
Se puede explorar más la riqueza teológica del texto del Tercer Isaías asomándose a su
estructura literaria concéntrica:
Con la muerte de Darío I (486) y el advenimiento de Jerjes (486-465), la cohesión del mundo
persa se resquebraja hondamente. El siguiente contacto judeo-persa data del reinado de
Artajerjers I. Los samaritanos acusan a los judíos ante la cancillería persa, de la que emana
una orden de detener la reconstrucción de las murallas y de la ciudad de Jerusalén. Los judeos
no se contentaban evidentemente con el templo. Querían reedificar la antigua capital, con lo
que herían las susceptibilidades de Samaria.
Las misiones de Esdras y Nehemías, llegados ambos de Babilonia, como sacerdote-escriba el
primero, y como gobernador el segundo, se sitúan en la segunda parte del siglo V. Esdras llega
en calidad de misionero, es enviado desde Babilonia por el rey, e impone una severa
prohibición de los matrimonios mixtos. Nehemías, copero del rey Artajerjes en Susa, solicita
una licencia temporal para ir a Jerusalén y reconstruir la ciudad y sus murallas. En el año 445
Nehemías llega con intenciones idealistas. La Jerusalén del siglo V era mucho más reducida
que en la época monárquica. El libro de Nehemías insiste justamente en la pobreza reinante y
en la urgencia de edificar una muralla defensiva, no una obra majestuosa. Las murallas se
construyen en dos meses.
La experiencia religiosa de Israel es vivida con gran intensidad. La ciudad nueva de Jerusalén
suscita esperanzas y totalizaba las hierofanías de Yavé en la historia salvífica. Su presencia
total quedaba simbólicamente visualizada en el templo. Éste era el eje del mundo, sobre el que
giraban las epifanías de Dios.
La lectura solemne de la ley concluye con la celebración de la fiesta de los tabernáculos. Todo
el mundo se provee de ramas de árboles y hace cabañas en los terrados, en los patios, en los
atrios de las casas, como lo hacen todavía hoy los judíos piadosos. Es la actualización del
éxodo y de su etapa final, la peregrinación por el desierto, cuando los hijos de Israel habitaban
en carpas.
Según la tradición Deuteronomista, la fiesta de los tabernáculos está ligada a la lectura de la
ley, por ende, a la renovación de la alianza. La historia de la salvación es una puja entre el
amor de Dios que perdona y salva, y la ingratitud humana que no aprecia el don. Y la
renovación de ésta, es una nueva opción llena de optimismo.
La época postexílica señala simultáneamente la formación del judaísmo, centrado
fundamentalmente en la ley y en el privilegio de la elección. Sin autonomía política, los judíos
tomaban conciencia de ser una raza especial, cuyos derechos divinos esgrimían como una
defensa vital. El nacionalismo judío derivaría fácilmente en una escatología particularista. Ésta
es una de las tendencias que afloran en los predicadores de los siglos V – IV: Joel, los autores
anónimos de los “apocalipsis” y Abdías.
Abdías, anuncia el juicio divino contra Edén, que desde el exilio es el enemigo “clásico” de
Judá. Por otro lado, Joel se extiende en la descripción del “Día de Yavé”, que es también un
juicio contra las naciones opresoras, y que será precedido por la efusión del Espíritu Santo,
según el ideal universalista. Sión será la ciudad del "resto" de los salvados.
El exclusivismo judío de la época persa o principios de la helenista es contrarrestado por una
tendencia universalista, reflejada en los libros de Jonás y de Rut. El primero representa una
ficción didáctica cuyo objeto es edificar y enseñar partiendo de un dato bíblico. Rut es
judaizada, adopta el culto de los antepasados betlemitas de David y desacredita el mito de la
raza.
Las dos tendencias que hemos observado, nacionalista una y ecuménica la segunda, iban a
tener su resonancia positiva. Mientras la primera permitía la conservación y maduración de los
valores propios, la otra salvaba el verdadero destino de Israel, el de ser vehículo de un mensaje
de salvación universal.
El estudio progresivo de la experiencia religiosa de Israel nos está mostrando a cada paso que
la revelación se va encarnando en la historia. Trasmitida por instrumentos humanos, ya no
puede maravillar su condicionamiento histórico. Y es justamente la situación de Judá en la
época persa la que hace germinar la "teología de los pobres", que señala un notable progreso
en la concepción de Israel como pueblo de Dios.
Sin ventajas políticas ni económicas, vasallo de un poder lejano y extraño, Israel se concentra
en la recuperación de sus tradiciones, fuente de su identidad. La única realidad significativa es
el templo reedificado en Sión. La dinastía es sustituida, en el orden ideológico, por el
sacerdocio. Jerusalén es el centro que polariza la bendición. Y el templo es el núcleo que hace
girar en su órbita la vida del pueblo.
Israel se define como una "asamblea santa" a la que son convocados los elegidos por Yavé.
Ekklesía, iglesia, taducido normalmente por sunagogé, sinagoga. La iglesia es, según la fuerza
de su etimología, la reunión de los "llamados".
Esta "iglesia" programática sabe también valorar su pequeñez humana. En su itinerario
espiritual, Israel se convierte en la "iglesia de los pobres", esos "anawin" o clientes de Yavé.
Son los pobres en sentido sociológico, pero también en el plano espiritual. Sin apoyo humano,
no pueden "gloriarse" sino en Dios. Están abiertos a él, disponibles. Son los humildes por
antonomasia, los que se vuelven incondicionalmente a Dios. El concepto de "pobreza" es aquí
denso y profundo.
La virtud de la anawá no es sólo una condición social. Es pobreza-humildad-piedad, todo a la
vez. Son los pobres-humildes-piadosos que forman el auténtico Israel de Dios. Son el signo de
los tiempos. A ellos se les dirigirá la primera bienaventuranza de Jesús. Los salmos son
considerados con justicia como la oración de los “anawin”.
7. La literatura religiosa de la Época persa.
Conclusión
Hay toda una serie de novedades en el mensaje bíblico postexílico. La atención está dirigida
hacia Jerusalén y su templo. El sacerdocio cobra un gran impulso. La ideología se cultualiza
visiblemente. La ley centra la praxis religiosa de los judíos. Al lado de una preocupación
meticulosa por el rito y la norma jurídica, brota la fecunda espiritualidad de los "pobres de
Yavé".
Dios aparece cada vez más trascendental, herencia probable del pensamiento de Ezequiel y
del Déutero-Isaías. La inaccesibilidad de Dios es superada por los ángeles intermediarios. La
angelología es un desarrollo típico del postexilio.