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El tema es simple, todo el mundo sabe que las noticias malas siempre se saben
más rápido y la principal consecuencia es que la reputación de la empresa se ve
duramente dañada. Con ello, nos podemos ir despidiendo fácilmente de nuestra
cuota de mercado.
Con la gestión de calidad no solo nos evitamos malos ratos sino que se
consiguen otros objetivos, como mejorar la calidad de los procesos, lo que
se traduce en menores pérdidas, retrasos y desechos pro reproceso.
Bueno, la gestión de calidad es todas esas cosas pero con un ingrediente más que
hace la diferencia: la integración y sistematización de todos estos elementos y la
aplicación conjunta de todos ellos.
Por lo general, todo aquello que no pasaba los controles de calidad no se podían
reutilizar y se transformaban en pérdidas para la organización. Además, el control
de calidad al final del proceso no permitía saber por qué se produjo la anomalía y
tampoco permitía evitar que se volvieran a cometer los errores que produjeron la
falla.
Por todas estas razones, el enfoque en el producto final se cambió por un enfoque
en los procesos. Es decir, se pasó del control de calidad al control de procesos, lo
que se traduce en el control de las variables claves de los procesos y el análisis
permanente de su comportamiento de forma que permita evaluar el desempeño y
tomar las medidas necesarias cuando el proceso se salga del estándar.
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