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EL PSICOANALISIS DE LAS CONFIGURACIONES VINCULARES

Marcos Bernard

l.- Psicoanálisis y vínculo

El interés de las ciencias del hombre por establecer la relación entre el


individuo y sus vínculos significativos (sean éstos la sociedad en su conjunto,
los grupos de pertenencia y referencia y la familia, entre otros) no es nueva.
Una rama de la psicología, la psicología social, se aboca al estudio de esta
articulación. El desarrollo del psicoanálisis, en el transcurso de este siglo, ha
añadido un capítulo, por cierto importante, a estas investigaciones. Aún cuando
esta disciplina está centrada en el develamiento de la "significación de
palabras, actos, producciones imaginarias (...) de un individuo". (Laplanche, J.
y Pontalis, J-B. l967). Los trabajos de Freud, como Psicología de las masas y
Análisis del Yo (l921) son una extensión de la teoría psicoanalítica en un
campo que no es el específico, una "aplicación" del método fuera de sus
fronteras naturales.

Es mi intención, a través de estas líneas, plantear algunos interrogantes que


surgen del intento de utilizar el método psicoanalítico para el estudio, no ya del
individuo o aún del individuo en situación, sino del mismo contexto vincular en
el que éste emerge, se desarrolla y apuntala. ¿Qué sucede entonces con los
conceptos mayores de identificación, fantasía o transferencia, para mencionar
algunos de los puntales teóricos del método psicoanalítico? ¿Qué extensión se
puede hacer legítimamente de ellos, sin caer en una extrapolación?

Se ha escrito bastante sobre el psicoanálisis de las configuraciones vinculares:


esta disciplina ha salido ya del taller de creación y está en los campos de
prueba. Aparece como necesaria una reflexión sobre sus pilares fundacionales.

l.l. El impacto del conjunto

Algo que ha llamado siempre la atención a quienes se dedicaron -nos


dedicamos- al estudio de los conjuntos humanos, es esa sincronización de
actitudes, ese afiatamiento de la conducta de aquellos incluídos en un vínculo,
que hace pensar en un acuerdo, en el despliegue de algo preestablecido,
eficaz para determinar a cada uno de los participantes, algunas veces aún en
contra de su voluntad y muchas otras sin tenerla en cuenta. El ejército de
Holofernes, disolviéndose en el momento de la muerte de su comandante,
estudiado por Freud, y los supuestos básicos de Bion, son un ejemplo
paradigmático de esos fenómenos.

Es inevitable tal vez, en estos casos, hacernos la idea de un principio


organizador que actúa más allá de las determinaciones individuales. Se plantea
entonces un primer problema: considerada la existencia de tal principio
organizador, ¿qué estatuto otorgarle? En especial, partiendo de categorías
psicoanalíticas, ¿qué entenderemos, desde esta perspectiva, como
determinaciones individuales? El mismo concepto de individuo debe ser
interrogado, tironeado como aparece entre sus determinaciones egoístas (l), y
otras que no son siempre reconocidas como propias por quien las padece. Y si
no fueran propias, ¿de dónde provienen? ¿Del otro, que podría tampoco
reconocerlas como de su autoría? ¿Del conjunto? Una vez más surge el
problema de cómo definir, qué cualidades atribuirle a este conjunto, supuesto
generador de tales efectos. Lo que impacta al observador, la imagen de un
más-allá-del-sujeto que lo determina, puede llegar a transformarse en una
explicación: atribuir lo observable al efecto de una mentalidad vincular, sea ésta
grupal, familiar, social, etc. es escamotear lo que debemos explicar, dándole
precisamente el carácter de causalidad suficiente. (2)

Definamos el punto más precisamente, en términos psicoanalíticos: qué es lo


que hace que el objeto asuma los contenidos de los que le hace depositario el
sujeto, lo que transforma a ambos, si el proceso es recíproco, en un conjunto
que se retroalimenta.

Algunos autores (3) han atribuído este efecto a la utilización, por parte del
sujeto, de mecanismos de identificación proyectiva masivas. Este concepto
psicoanalítico, sin embargo, no ha sido elaborado para dar cuenta de estos
observables, sino de determinados estados intrapsíquicos; su aplicación en un
contexto multipersonal fuerza su sentido. Lo mismo podríamos decir de la
transferencia, en sus distintas variables: neurótica, psicótica, etc.: en todos los
casos remite a la vivencia del sujeto frente a su objeto, no al poder real que
pueda desplegar frente a éste.

2.- Clasificación de los vínculos

Consideraré otro aspecto de esta cuestión: el referido a la diversidad en los


tipos de vínculos.

Queda claro que las características de un pequeño grupo humano son diversas
a las de una institución o una familia. Esta variación ha llevado a su abordaje
particularizado y a la creación de especialidades profesionales destinadas a su
estudio y eventual tratamiento. A primera vista, los distintos tipos de vínculo
sólo tendrían en común el hecho de enfrentarse el analista con un objeto de
estudio multipersonal. Desde lo manifiesto, esta diversidad seguramente se
impone.

D. Anzieu (l98l) nos permite abrir el abordaje de esta cuestión. Los grupos, nos
dice (y ésto puede aplicarse, a mi juicio, a todo vínculo) están provistos de una
envoltura a doble superficie: una externa, adaptativa, que mira hacia el
contorno grupal, y otra interna que sirve de pantalla para la proyección y
soporte del imaginario de sus integrantes. Cuando un conjunto humano se
constituye, surgen, entre sus integrantes, normas y roles, se establece una
historia, tradiciones, mitos. Todo ésto está destinado a sostener y cumplir la
tarea manifiesta que dicho conjunto se ha propuesto, y que constituye su
motivo y sentido racional. Al mismo tiempo, esta estructura formal es utilizada
por los miembros de la agrupación como pantalla para el juego de
proyecciones e introyecciones propia del inconsciente de cada uno, movilizado
por la situación vivida y por el acerbo de experiencias que cada cual aporta (4).
Anzieu habla aquí de envoltura porque esta estructura de normas y roles marca
un límite preciso al conjunto: un nosotros, que las comparte y un los otros, que
no lo hace. Desde lo manifiesto, las semejanzas y diferencias entre los vínculos
(pareja, grupo, etc.) son evidentes, y están marcadas por las características de
la tarea que se proponen resolver. Desde el imaginario que canalizan, la
situación es más compleja.

3.- La función imaginaria del vínculo

Partiríamos de la premisa que desde la vertiente consciente, adaptativa, la


diferencia entre los distintos vínculos es evidente. Exploraremos lo que ocurre
desde lo inconsciente. Para ello, debemos hacer un rodeo teórico que
contemple la génesis del vínculo humano.

3.1. Los orígenes del vínculo

He desarrollado en otro lugar (Bernard, M. l992, l993) mi punto de vista sobre la


génesis del vínculo, ligada a la del psiquismo. Haré aquí una síntesis de esas
reflexiones, aplicables al tema que nos convoca.

Es inevitable que un intento de conceptualización sobre la fantasía inconsciente


(tomada como contenido del psiquismo, especialmente del inconsciente)
imponga la consideración de una hipótesis acerca de su origen. Esto es
necesario, para dar cuenta de los mecanismos tanto de regresión como de
progresión que se observan en la clínica, más aún trabajando en un contexto
psicoanalítico vincular.

Podemos situar ese origen en los momentos que suceden al nacimiento,


tomando éste no como un acontecimiento puntual, sino como un proceso que
avanza con la maduración del infans. Antes del nacimiento, la madre es un
complemento biológico del niño, que no tiene percepción de ella. Esta unión es
la que se rompe en el nacimiento. La simbiosis biológica cederá su lugar a la
psicológica: la prematuración del recién nacido, factor decisivo determinante de
las características que asumirá su desarrollo futuro, necesita de este
protovínculo, en el que tendrán lugar las vicisitudes del nacimiento psicológico.

La membrana -la piel- que envolvía al nonato ha sido reemplazada por una
nueva: la del vínculo simbiótico con la madre. La sobrevida del niño sólo es
posible dentro de la unidad-dual establecida con ella (o su sustituto). El nuevo
vínculo simbiótico restablece, en ese primer y fugaz momento, la primitiva
fusión.

Existe, a diferencia de la etapa de simbiosis biológica, un registro, por parte del


niño, de esos primeros momentos, que corresponde al que P. Aulagnier (l975)
describiera como pictograma. Si, de acuerdo con el modelo teórico que intento
exponer, denominamos a esta representación grupo interno, encontraremos
que un solo elemento (pecho fusionado a la boca del niño) contiene lo que,
desde un observador externo, es una relación de dos.
Podemos pensar que este momento no puede durar mucho: la escansión
producida por la secuencia de presencias-ausencias de la madre, introducirá
un elemento de discriminación, que aparecerá como una efracción en la piel del
vínculo.

Este momento se corresponde con cambios profundos en el registro del niño:

- surge la sexualidad, que se separa de la función nutricia a partir de un


desplazamiento del objeto leche (nutricio más sexual) hacia el pecho, ahora
objeto sexual.

- La pulsión sexual dá lugar a la emergencia del autoerotismo, con la


alucinación optativa del pecho, que podemos poner en el lugar mítico de la
primera fantasía.

El registro intrapsíquico, coincidente con el comienzo de un aparato psíquico


que lo contiene, implica entonces un primer bosquejo de diferencia adentro-
afuera. Todos estos surgimientos son simultáneos. En la estructura de esta
primera fantasía encontraremos la marca de un doble apuntalamiento: en el
cuerpo del niño (la sexualidad se apuntala sobre la autoconservación) y en el
grupo (a través de su portavoz, la madre). (Kaës, R. l984).

En este primer bosquejo de vínculo, y su correspondiente registro intrapsíquico,


antecesor de los que vendrán a posteriori, encontramos ya la doble superficie
que describiera Anzieu: la relación con la madre tiene una vertiente adaptativa
obvia, impuesta por la indefensión del lactante. Esto organiza al vínculo
alrededor de las operaciones de cuidado (y aprendizaje) que son necesarias
para la crianza del niño. Apuntalada sobre esta estructura de relación se
genera el correlato sexual, que dá origen a la actividad psíquica más primitiva,
la fantasía, en este caso, la alucinación optativa. Pensamiento y fantasía se
crean juntos, separados por la represión primaria y con funciones bien
diferenciadas: el proceso secundario tenderá a la incorporación del sujeto a su
mundo, al manejo de aquellas operaciones que tiendan a su inserción en las
leyes de la economía y la historia. La fantasía, en cambio, permanecerá como
un permanente intento de retorno a las fuentes, más o menos complejo en sus
recursos y estructura. El apuntalamiento recíproco hace que ambas vertientes
del psiquismo aparezcan como las caras opuestas de una misma hoja de
papel, cada una de ellas, sin embargo, con funciones diferenciadas.

3.2. Las categorías fundantes

Si hiciéramos un diagrama de este momento del vínculo intrapsíquico,


veríamos que, a diferencia del pictograma, se reflejan aquí los bosquejos de un
adentro, que a su vez determina un afuera, en el que está implícito un ahora,
que remite a un antes, y que plantea la problemática de lo mismo y lo otro.
Aclaro qué quiero decir con ésto: El pictograma no mostraba señales de una
brecha entre sujeto y objeto. Una sola marca abarcaba un vínculo dual. Ahora,
en cambio, el hecho que exista una representación psíquica interna dá cuenta
de un intento, por parte del infans, de negar una realidad que queda definida
como externa a él, la de la alteridad del objeto madre. La diferencia adentro-
afuera, paradojalmente, queda establecida en el momento en que se la niega.
La fantasía es aquí un intento de volver a un tiempo en que la necesidad de un
objeto (ahora exterior) no existía. Este objeto, en tanto impone su extrañidad,
se define a sí mismo como otro respecto del infans. Estas categorías serán
encontradas posteriormente en todo vínculo humano, conformando la esencia
de su estructura.

3.3. La secuencia de fantasías

En este primer momento, mítico, de formación del psiquismo, las categorías


dentro-fuera, antes-después y lo mismo-lo otro, son una experiencia, una
vivencia del infans, y al mismo tiempo una forma organizativa que modela su
naciente relación con el mundo, lo ubica frente al otro, plantea la problemática
más esencial de todo vínculo. Es una experiencia, y, más aún, es la estructura
de una experiencia. Las relaciones futuras del infas con su entorno podrán
enriquecerse y diversificarse, pero estas categorías permanecen con su
carácter organizador. Las relaciones con el afuera serán complejas, pero se
ubican necesariamente en el contexto de un adentro-afuera; la historia del
infans progresa, pero respetando siempre la problemática antes-después, y la
discriminación creciente trabaja en las categorías de lo mismo-lo otro.

En el comienzo, entonces, vivencia y estructura de esta vivencia se generan


recíprocamente. De ahí en más, la vivencia se encuentra con la estructura que
la modela, la ordena, la organiza. Las vivencias pueden variar
considerablemente de un sujeto a otro, y van diferenciándolo en el proceso de
subjetivación. La estructura básica de su mundo de fantasías (prefiero utilizar
este concepto, refiriéndome con él a lo que Freud denominó fantasías
originarias) es común a todo ser humano y determina en lo esencial la
ubicación del propio cuerpo respecto del de los otros. El defecto de esta
estructura arroja al sujeto a la soledad de la psicosis.

Si bien hemos puesto el acento en la relación diádica entre el niño y la madre,


la estructura de la fantasía es básicamente triangular. Cuando enumeré las
categorías fundantes, encontramos en todos los casos un par de opuestos
(adentro-afuera, por ejemplo) separados por un guión. Este guión es el que
marca una distancia entre ambos términos, y será el lugar al que advenirá la
figura del padre. Esta estructura de fantasía precede y conduce a la estructura
edípica, ya manifiestamente triangular.

Toda fantasía presenta una doble polaridad: la narcisista, en tanto su lugar y


función es negar y reemplazar un vínculo exterior por uno dentro del sujeto, y
una objetal, en tanto figura en el adentro una realidad vincular. Diciéndolo de
otra manera, la función de la fantasía es reemplazar el vínculo perdido con la
madre en el nacimiento, cerrar la brecha que se abriera entonces, y por otra
parte producir un instrumento de reconocimiento de la aventura vincular, un
acerbo de experiencias acumuladas que permitirá encarar los futuros vínculos
con eficacia. La mayor complejidad fantasmática adecúa al psiquismo a la
adaptación; el polo narcisista tiende en cambio, a mantener las formas más
básicas, y aún a abolirlas. En líneas generales y si no aparecen elementos
perturbadores, el sentido del desarrollo es desde la menor a la mayor
complejidad. Las formas simples se van incluyendo en formas más complejas
que las superan dialécticamente, sin llegar nunca a hacerlas desaparecer. Las
teorías sexuales infantiles incluyen, en la diferencia sexual, el nacimiento de los
niños, etc., la problemática inaugurada por las posiciones antes-después (del
nacimiento), adentro-afuera (de la madre), lo mismo-lo otro (sexos diferentes,
como antes el niño se diferenció de la madre).

En un futuro serán la infraestructura de una relación de pareja, de una familia,


se elaborarán en un contexto grupal. Una pareja, por ejemplo, establecerá un
espacio de intimidad -un adentro- que excluirá -afuera- otras alternativas
sexuales. El ideal de fidelidad con el que se normatiza este espacio, está
expresado en términos genitales, pero puede reconocerse en él la marca de la
más primitiva categoría, del que desciende.

3.4. La regresión, la progresión

El hecho que niveles de fantasía primitivos se incluyan en otros más


evolucionados, permite el complejo juego de progresiones y regresiones que se
producen en un contexto vincular. Habíamos dicho que el acerbo de fantasías
es un instrumento de reconocimiento de la realidad (recordemos que ésto
constituye la base de los fenómenos transferenciales, en su función,
especialmente, de "experiencia") (Laganche, D. l95l). En ocasión del
enfrentamiento con un nuevo vínculo, la situación de desconocimiento y
desestructuración que se desencadena, retrotrae al sujeto a sus más primitivas
experiencias. Esta regresión es inevitable y forma parte de las vicisitudes de la
historia de toda nueva relación. (Bion había llegado a definir a los grupos como
constituídos por sujetos con un idéntico grado de regresión).

En los sujetos incluídos en el contexto vincular se reactivan las fantasías


propias de las primeras etapas de la vida, ya que todo comienzo vincular pone
en juego nuevamente las problemáticas comprendidas en las categorías
adentro-afuera, antes-después, mismo-otro. La regresión es parcial, sim
embargo: se mantienen capacidades yoicas propias de los períodos más
evolucionados. Podemos decir que este momento regresivo se produce
predominantemente a nivel de la capa interna de la piel del vínculo, es decir, en
el campo de lo imaginario, aunque no deja de producir efectos en los procesos
adaptativos. Todo proceso de aprendizaje tiene como base, no sólo una
ejercitación de habilidades pertinentes a la tarea hacia la que se dirige el
entrenamiento, sino, además, una resolución y elaboración de estos momentos
de regresión y progresión a nivel inconsciente. Un momento de regresión, de
desestructuración psíquica, es inevitable.Todo aprendizaje, además, implica un
vínculo con aquello que se va a aprehender; el reconocimiento de una
carencia, un pasaje de afuera-adentro. La inserción en un vínculo implica,
desde lo manifiesto, modalidades diferentes, según las características de cada
situación. Desde la vivencia inconsciente, la problemática movilizada es la
misma. He descripto en otro trabajo (Bernard, M. l99l) los mecanismos
actuantes en un vínculo de pareja, en el momento del enamoramiento, y sus
equivalencias con el estado de ilusión grupal descripto por Anzieu. En ambos
casos, el sentimiento de elación es producto de una fantasía de fusión
(borramiento del límite afuera-adentro).

El vínculo humano, desde lo imaginario, es un intento insuficiente de colmar la


falta, la brecha que funda al sujeto. Las vicisitudes de este acontecimiento
liminar constituyen el núcleo último de todo conflicto inconsciente. Desde otro
punto de vista, todo vínculo implica un pacto denegativo (Kaës, R. l989) entre
sus integrantes frente a esta falta.

4.- El apuntalamiento psíquico grupal y el ensamblaje de los conjuntos.

El proceso de complejización de la fantasía es correlativo con el de


subjetivación del ser humano. En los momentos de fantasía más primitivas
predomina en el psiquismo la identidad de percepción, es decir, la
representación no puede ser separada de su referente externo. La imagen de
la madre debe apuntalarse, en ese momento, en la presencia concreta de la
madre. Este fenómeno, base de la simbiosis infantil fisiológica y de la adulta
patológica, tiende a disminuir, sin desaparecer nunca del todo, en el transcurso
del desarrollo del psiquismo, en la medida en que las representaciones
psíquicas se autonomizan de sus referentes exteriores, estableciéndose la
identidad de percepción. El sujeto necesitará siempre de un vínculo, para
apuntalar este resto de su identidad que permanece ligado a los referentes
concretos.

La identidad personal está sustentada, en este nivel, en fantasías inconscientes


en las que el sujeto ocupa un lugar más o menos determinado. El nivel de
identidad de percepción de estas fantasías obliga a su apuntalamiento en la
sustancia real de los vínculos concretos. (5)

Así, esta fantasía, en la que el sujeto se reconoce, se "derrama" en una escena


que incluye a sus interlocutores. Estamos en un momento de dramática,
facilitado por las características de las fantasías inconscientes que son su
sustento: recordemos que Laplanche y Pontalis subrayaron su esencia en
guiones escénicos.

El sujeto va al vínculo, entre otras cosas, porque lo necesita para ser; para
apoyar su identidad, para negar su irremediable soledad. A través de él accede
a formar parte de un cuerpo nuevamente recuperado (el propio=al de la madre)
y sutura su herida. Esta función del vínculo, esencial como es para la economía
psíquica, sólo puede alcanzarse si él o los otros integran la dramatización que
el sujeto propone. El rechazo, la indiferencia del/de los otros al guión puesto en
acto, retrotrae al sujeto al punto inicial del proceso, enfrentándolo nuevamente
con su angustia de desamparo. Las esperanzas parecen ser remotas en lo que
hace a este acuerdo, y, sin embargo, el alcanzarlo es algo casi automático.
Veamos cuál es el mecanismo.

Por diverso que sea el caudal de experiencia de los aspirantes a integrar el


vínculo, la regresión inicial los ha colocado en una situación en que las
problemáticas son confluyentes. Las posiciones básicas en lo que hace al
cuerpo del otro, afuera-adentro, antes-depués, lo mismo-lo otro, se ponen en
juego y fácilmente entran en resonancias complementarias o contradictorias, en
las que es posible encontrar una ubicación. Cada uno de los aspirantes al
vínculo puede contar con que los otros también necesitan entrar en la
"negociación" que les permita acceder a una dramática compartida, en la que
cada uno pueda apuntalar su escena fantasmática. Subrayo que lo compartido
es la dramática: la fantasía sigue siendo patrimonio de cada uno de los
integrantes del vínculo (6). Lo que comparten es ese juego de posiciones, esas
categorías que constituyen al ser humano, en tanto son ubicadas en un vínculo,
surgen de un vínculo y se instalan en un vínculo. La experiencia individual,
subjetiva, corre a ubicarse, como por gravedad, a estos lugares, casilleros, en
la que compartirán posiciones con los demás sin confundirse nunca del todo
con ellos (aunque ilusoriamente el conjunto dé una sensación de unidad total).

El sentimiento de desamparo, en un contexto vincular, se transforma en


angustia de no asignación (Kaës, R. l976), de no pertenecer, de no tener
puntales para una identidad a veces desfalleciente. De aquí surge el poder de
ciertas instituciones o vínculos, que cobran caro este suministro narcisista, y lo
otorgan al precio de un sometimiento extremo de los que aspiran a él.

La sensación de completud, el afiatamiento de la conducta de los integrantes


de un vínculo surge entonces de esta integración a estructuras dramáticas,
habitualmente cabalgadas -no sin conflicto- sobre la estructura de roles
manifiesta del vínculo, ligada a la tarea que éste se ha propuesto.

5.- Los organizadores del vínculo

Volvamos sobre algunas de las preguntas que se nos planteaban al principio.


¿Qué tienen los vínculos en común? ¿Qué tienen de peculiar?

Aproximémonos al tema desde la propuesta de Anzieu de la doble faz de la piel


grupal, y desde el concepto de organizador. (7)

El aparato psíquico está organizado grupalmente, y en esta organización


intervienen factores específicos. Por una parte el juego de las categorías que
hemos mencionado; por otra parte la experiencia, en la que la función materna
es portavoz del grupo y de la cultura. Dos series de organizadores entran
entonces en juego: los intrapsíquicos, provistos por las categorías que emergen
de la posición del cuerpo del infans respecto del de los otros, en especial el de
la madre, y los socioculturales, que aportan un contenido organizable que dá
sustancia a la forma precedente, e inserta al sujeto en la cultura y la historia.
Como motor del proceso, desde lo adaptativo, las necesidades vitales de
supervivencia; y desde lo sexual, la fuerza siempre actuante del deseo. Como
metaorganizador, es decir, como tendencia general del proceso, el complejo de
Edipo: una corriente que tiende a la simbolización y a la complejización de las
estructuras vinculares. Podemos afirmar que son éstos los organizadores de
todo vínculo, cualquiera que sea su función y forma manifiesta. En toda
actividad humana, el tiempo, los límites externos y la identidad frente a lo
diverso son elementos organizadores, y responden a la exigencia formal de las
fantasías más primitivas, las que fundan el psiquismo. Ellas están allí vigentes,
habitualmente en el momento de comienzo del vínculo, y siempre formando
ese zócalo que permanece inconsciente, depositado en los encuadres,
dispuestos a reanimarse y retomar el comando en los momentos críticos. Esta
serie es, entonces, lo que todos los vínculos tienen en común, lo que nos
autoriza a hablar de un psicoanálisis de las configuraciones vinculares.

En la diversidad, en lo que distingue a un grupo de una pareja, y a una pareja


de otras, debemos tener en cuenta el interjuego de organizadores específicos:
el complejo de Edipo, ya no sólo como metaorganizador sino, además, como
organizador en las estructuras familiares; fantasías pregenitales en los grupos,
etc. y también organizadores socioculturales específicos para cada uno de
estos vínculos.

No pienso hacer aquí un análisis exhaustivo de estos organizadores, sino


marcar lo que, a mi juicio, es el camino a seguir para el desarrollo teórico de los
distintos abordajes. Es evidente, también, la necesidad de un lenguaje común,
que contribuya a no dispersar las investigaciones que se hacen en cada campo
específico, transformándolos en dominios feudales.

6.- Psicoanálisis de las configuraciones vinculares

He mencionado la dificultad que surge del hecho de tener que utilizar


conceptos aportados por la teoría psicoanalítica, aplicados a un contexto
multipersonal. El de transferencia, por ejemplo, dá cuenta de lo que ocurre en
un nivel intrapsíquico, es decir, dentro de cada uno de los participantes, en
ocasión de la actividad vincular. Recordemos las dificultades que enfrentaron
algunos autores -Ezriel (1952) por ejemplo- para aplicar el modelo de
interpretación de Strachey a un grupo: al no tener éste historia, parte de la
interpretación (la relación con el allá-y-entonces), no podía hacerse. La
solución encontrada por este autor -no fue el único en recurrir a ella- fue tomar
al grupo como una unidad capaz de producir transferencia. El sujeto, en este
enfoque, desaparecía como tal. En el caso de la fantasía inconsciente nos
encontramos con el mismo inconveniente, aunque el razonamiento expuesto en
el item 4 de estas páginas nos permitan pensar en una alternativa teórica.

No existe un psicoanálisis del grupo, de la pareja, de la institución. Sí, de los


miembros de un grupo, de una familia, de una institución. Lo patognomónico
del psicoanálisis de las configuraciones vinculares no es el análisis del conjunto
como tal, sino de sus miembros en tanto pertenecientes a él.

El grupo, los conjuntos humanos, cualesquiera que sean, no transferencian, no


vivencian, no sienten, salvo en los niveles en que sus integrantes han
alcanzado un nivel de integración simbólico. Lo otro, tal vez lo más esencial de
los vínculos desde el punto de vista psicoanalítico, nos remite a un espacio de
ilusión: sólo puede accederse legítimamente al otro en la medida en que se ha
podido renunciar a él.

El psicoanálisis sigue siendo "individual" (ya lo afirmaban Foulkes y Anthony


(l957), que no dejaron por ésto de utilizarlo para la comprensión de sus
grupos). Su aplicación (8) a las configuraciones vinculares es pertinente, en
tanto se dirige a la relación de cada uno con el conjunto, en presencia del
conjunto. Varían en este caso los fundamentos de la técnica, la forma de
despliegue de la fantasía inconsciente, la forma de intervención del analista.

Un nuevo campo se abre ante nosotros, con no más de cincuenta años de


historia, y con numerosas posibilidades de enriquecimiento de nuestro
instrumento de comprensión y tratamiento de lo humano.

NOTAS

(1) Utilizo este término en el sentido que le dá A. Lalande (1962): "(...)


Tendencia natural a defenderse, a mantenerse y a desarrollarse".

(2) Esta es la línea que se desprende de las hipótesis de Bion (1948) y que
tanto ha influído en el movimiento grupalista psicoanalítico argentino.

(3) Bleger (1967) por ejemplo, en sus trabajos sobre la simbiosis clínica.

(4) Me he referido a este proceso en mis trabajos sobre la correlación entre la


estructura de roles de un grupo y el despliegue del inconsciente de sus
integrantes (Bernard, M. l977, l980).

(5) Me he ocupado de la relación entre identidad personal y pertenencia al


grupo en otros trabajos (Bernard, M. l986, l987, l99l).

(6) Estas consideraciones nos permiten obviar, como se ve, la hipótesis de un


psiquismo grupal.

(7) Este concepto fue acuñado por A. Missenard y R. Kaës, especialmente,


quienes lo tomaron de J. Lacan y S. Spitz, y éstos a su vez de la embriología.

(8) Utilizo aquí aplicación en el sentido que lo hace D. Anzieu (l98l, pág. 22):
"La tarea, muy avanzada ya del psicoanálisis general consiste en elaborar la
teoría del aparato psíquico (su génesis, funcionamiento y transformaciones) a
partir de la tarea que los psicoanalistas (y Freud primero) hicieron y aún han de
hacer valiéndose de este método. La tarea del psicoanálisis aplicado es la de
descubrir los efectos específicos del inconsciente en una esfera determinada y
la de realizar trasposiciones, que en este campo requiere especialmente del
Método general, en función, por ejemplo, de la naturaleza de los objetos
analizados ("normales", neuróticos, narcisistas o casos psicosomáticos;
adultos, adolescentes o niños; individuos, grupos o instituciones) o de la
naturaleza del objetivo que el trabajo psicoanalítico pretende alcanzar
(diagnóstico, terapia, formación, intervención en un ambiente natural)".

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LAPLANCHE, J. y PONTALIS, J-B. (1967) Vocabulaire de la Psychanalyse.


P.U.F. Paris, l967.

RESUMEN.

En este trabajo se plantean algunos interrogantes que surgen del intento de


utilizar el método psicoanalítico para el estudio, no ya del individuo, o aún del
individuo en situación, sino del mismo contexto vincular en el que éste emerge,
se desarrolla y apuntala. Se considera qué sucede entonces con los conceptos
mayores de transferencia, identificación o fantasía, para mencionar solo
algunos de los puntales teóricos del método psicoanalítico, y la extensión que
se puede hacer de ellos, sin caer en una extrapolación inadecuada.

Marcos Bernard.

Doctor en Medicina, psicoanalista. Ex profesor de las Universidades de Buenos


Aires, La Plata, Mendoza y Católica Argentina. Miembro Titular y Director del
Departamento de Grupos de la AAPPG. Profesor de Teoría de los Grupos del
Instituto de Psicoanálisis de las Configuraciones Vinculares. Presidente de la
FLAPAG. Autor y coautor de varios libros y de numerosas publicaciones sobre
la especialidad.

Arenales 1242 P.B. "B" (l06l) Buenos Aires.

TE. y FAX 8ll-6844.

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