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Del Psicoanálisis al Análisis Existencial

1. El Sentido de la Vida
El Psicoanálisis tiende a tornar consciente lo psíquico. La Logoterapia torna consciente lo espiritual. Se la concibe
como un análisis de la existencia, que se esfuerza por hacer que el hombre cobre conciencia de su responsabilidad.
La cual significa siempre “responsabilidad ante un deber que puede se interpretado cuando partimos de un sentido
concreto de la vida humana.
El Cuestionamiento del Sentido de la Vida
El problema del Sentido de la Vida, debe ser considerado como un problema verdaderamente humano; por lo tanto
no debe interpretarse como un síntoma sino como algo que expresa lo más humano que tiene el hombre.
El problema del Sentido de la Vida, planteado de un modo radical, puede llegar a avasallar totalmente al individuo.
Por lo general, suele darse en el período de la pubertad, o sea en el período en que el joven va madurando
espiritualmente y lucha espiritualmente por ver claro el problema esencial de la existencia humana. El hombre es un
ser histórico (por su historia de vida).
Strauss califica la existencia presentista como la deformación específica de la vida, que consiste en creer que se
puede renunciar a toda orientación, a toda meta. A un comportamiento que no se basa en las enseñanzas del
pasado, ni se orienta a las metas del futuro, sino que se contrae en el puro presente sin historia. El hombre se olvida
de si mismo, de sus deberes, que el significado histórico-individual de su existencia le impone.
También puede plantearse el problema del Sentido de la Vida en ocasiones que el propio destino lo plantea. Se
considera que la angustia espiritual tampoco representa algo patológico.
La Logoterapia guarda relación, por lo común con hombres que sufren espiritualmente, pero que no deben ser
considerados como enfermos en el sentido clínico.
Se considera a la problemática espiritual como una aportación realizada ya sea por el paciente, o por una aportación
que nosotros debemos ayudarle a hacer.
El Suprasentido
Debemos preguntarnos por el sentido de un acaecer parcial, nunca por el fin del acaecer universal. La categoría del
“fin” es trascendente, puesto que se halla fuera de aquello que se tiene. Por lo que se considera al sentido total del
universo bajo la forma de un concepto límite. Consideramos este sentido como “SUPRASENTIDO”, con lo que
expresaríamos que el significado del todo no es captable, es más que captable.
Del mismo modo que un animal no puede, trascendiendo su medio, llegar a comprender nunca el mundo de los
hombres que está por encima de él, el hombre no puede llegar nunca a comprender que es lo que está por encima
de su mundo propio. Puede, a lo sumo, llegar a vislumbrarlo (por medio de la Fe).
¿Cómo podría el hombre llegar a saber cuál es el “fin último” de su vida, cuál es el sentido superior a que obedece el
universo como un todo? Cuando Hartmann afirma que la libertad y la responsabilidad del hombre se hallan en
contradicción con una finalidad oculta a sus ojos, pero superior a él, formula a nuestro entender una idea inexacta. El
propio Hartmannn reconoce que la libertad del hombre es una “libertad a pesar de la dependencia”, en cuanta en
que también la libertad espiritual se erige sobre las leyes de la naturaleza, en una “capa del ser” propia y superior, la
cual, pese a la “dependencia” con respecto a éstas. Sería perfectamente concebible la existencia de una relación
análoga entre el reino de la libertad humana y un reino sobrepuesto a él, de modo que el hombre pueda ser
considerado como un ser libre en cuanto a su voluntad.
La fe en un sentido superior tiene importancia psicoterapeútica y psicohigiénica. La fe creadora hace al hombre más
fuerte, como auténtica fe que es, nacida de una fortaleza interior. Para quien se hace fuerte en esta fe no existe
nada carente de sentido. Por lo tanto, la historia interior de la vida del hombre nunca acaecerá en vano.
No se puede volver a traer el tiempo transcurrido, lo que ha ocurrido en el es intocable. Todo lo bueno y hermoso
del pasado está guardado en él contra todo peligro. Toda culpa y todo mal es redimible mientras se está en vida. Por
lo tanto, todo lo que le ocurra al hombre depende de su responsabilidad. La responsabilidad es aquello que nos hace
responsables, aquello que rehuimos. Somos responsables de cada decisión para toda una eternidad; puesto que en
todo momento estoy realizando una posibilidad o la estoy perdiendo.
El Principio del Placer y el Principio de la Nivelación
La vida no tiene mayor sentido que el placer, puesto que todas las acciones humanas obedecen al deseo de ser
felices; de que todos los procesos anímicos se hallan gobernados por el Principio del Placer. El Principio de realidad
no representa, en rigor, nada contrapuesto al Principio del Placer, sino que se limita a extender el campo de este
mismo principio, a cuyo servicio está, en cuanto que constituye una mera “modificación” del Principio del Placer, que
“ en el fondo quiere tomar también como fin el placer”.
En la realidad, el placer no constituye la meta de nuestras aspiraciones, sino que es la consecuencia de su realización.
Existen ciertos estados o circunstancias en los que el placer puede constituir la meta de un acto de voluntad.
En general, el hombre no quiere el placer, sino que quiere “lo que quiere”, por lo tanto, si el placer fuese el real
Sentido de la Vida, habría que llegar a la conclusión de que la vida carece de todo sentido. Por lo que el placer es sólo
un estado; es un proceso que se desarrolla en la sustancia gris del cerebro.
La alegría puede dar sentido a la vida, si ella misma lo tiene. El sentido riguroso de la alegría se encuentra fuera de
ella, apunta siempre hacia un objeto. La alegría es un sentimiento intencional, al contrario del simple placer. El
hombre siente placer a causa “de algo”, mientras que la alegría se experimenta “por algo”. El concepto del modo de
vida “presentista”, es el del hombre que se aferra precisamente al estado de placer, sin salir para nada al reino de los
valores, que es lo único que puede acarrear verdadera “alegría” al hombre.
La fenomenología ha puesto de manifiesto que el carácter trascendente del objeto está dado, intrínsecamente, en
cada acto intencional.
El valor trasciende el acto valorador que se dirige hacia él, de modo análogo al objeto de un acto cognoscitivo que
también se halla fuera de ese acto. El carácter trascendente del objeto está dado (intrínsecamente) en cada acto
intencional. En el conocimiento de un objeto como real va ya implícito el hecho de que reconozcamos su realidad
con independencia de que lo conozcamos o no de hecho. Nuestra visión de los valores, al igual que nuestra visión del
universo, no nos dejan ver más que un sector del mundo, un simple corte de él, lo que hace que nos encontremos,
por tanto, vinculados a la perspectiva.
Todo deber le es dado al hombre de un modo concreto, en la concreción de lo que el hombre “debe hacer aquí y
ahora”. Los valores absolutos y objetivos se convierten en deberes concretos.
Toda persona representa algo único, cada una de sus situaciones de vida algo singular, que se produce una sola vez.
Estos dos caracteres, el de algo único y el de lo que se produce una sola vez, informan de un modo relativo, en cada
caso, el deber concreto del hombre. Esto hace que cada hombre pueda tener un deber único en cada momento;
pero esta unicidad es precisamente lo que presta a este deber su carácter absoluto. A cada punto de vista
corresponde una sola perspectiva, que es precisamente la certera. Existe una justeza absoluta, no a pesar, sino
precisamente a causa de la relatividad de la perspectiva.
Subjetivismo y Relativismo
El Sentido de la Vida es subjetivo, en cuanto no hay sentido para todos, sino que para cada uno hay un sentido
diferente. Pero dicho sentido no puede ser mera expresión y mera reflexión de mi ser.
Y es relativo, es decir, está en relación con una persona y con una situación en que está metida y se encuentra una
persona. Una persona tiene que captar y comprender el sentido de la situación, tiene que reconocerlo, sentirlo y
comprobarlo, es decir, tiene que realizarlo.
El sentido de las cosas es también relativo a la situación, único e irrepetible, y esta unicidad de “lo uno que hace
falta” constituye su transubjetividad: hace que el sentido nos sea dado aún cuando su percepción y su realización
pueda depender de la subjetividad del conocimiento y de la conciencia del hombre. La fabilidad del conocimiento y
de la conciencia del hombre no perjudica a la transubjetividad del ser entendido por el conocimiento del hombre ni a
la del deber ser captado por el conocimiento humano.
La conciencia (capacidad intuitiva de percibir el sentido único e irrepetible que está escondido en cada situación) es
uno de los fenómenos específicamente humanos. Es un órgano que percibe el sentido. Al estar, la conciencia,
sometida a la condición humana, podemos decir que ésta puede hacer que se equivoque el hombre. Para cada
pregunta que se haga el hombre hay solamente una respuesta; por lo que el hombre “debe encontrar el sentido” y
no inventarlo.
Aunque el sentido está ligado a una situación única e irrepetible, hay además universales en el mundo de sentido y
esas amplias posibilidades de sentido es lo que llamamos valores. El descargo de conciencia que experiemente el
hombre al referirse a valores de validez más o menos universal, a principios morales y éticos que se han cristalizado
a lo largo de la historia de la sociedad humana y a partir de ella, ese descargo lo tiene al precio de verse envuelto en
conflictos. El carácter conflictivo es más bien intrínseco a los valores, que, en contraste en el carácter siempre único
e irrepetible del sentido concreto de las situaciones, los valores son por definición, universales abstractos del reino
de los sentidos.
Las Tres Categorías de Valores
No existen solamente los valores realizables por medio de los actos de creación, los “valores creadores”, también
existen los valores que se alcanzan por medio de la vida misma, los “valores vivenciales”.
En la vida del hombre son los puntos culminantes los que deciden en cuanto a su sentido, y un instante por más
fugaz que sea puede proyectar retrospectivamente un sentido sobre la vida entera.
También existen los valores de actitud, lo que importa es la actitud que el hombre adopte ante un destino
irremisible. Lo importante es como el hombre lo soporta. Se trata de actitudes humanas como el valor ante el
sufrimiento, o como la dignidad frente al fracaso.
La posibilidad de llegar a realizar esta clase de valores se da siempre que un hombre se enfrenta con un destino que
no le deja otra opción que la de afrontarlo; lo que importa es como lo soporta, como carga con él como con una cruz.
Se trata de actitudes humanas como el valor ante el sufrimiento, o como la dignidad frente a la ruina o el fracaso.
La vida del hombre no puede carecer nunca de sentido: la vida del hombre conserva su sentido hasta el aliento final.
Mientras el hombre es un ser-consciente, es también un ser-responsable. El ser-hombre equivale a ser-consciente y
a ser-responsable. Mientras el hombre conserva la conciencia, sigue siendo responsable frente a los valores de la
vida.
La Eutanasia
El morir de un hombre siempre forma parte substancial de su vivir y cierra su vida como una totalidad de sentido.
Se piensa (desde el punto de vista de la Logoterapia) que el médico no es el llamado a juzgar acerca del valor o
carencia de valor de una vida humana. La misión del médico, o sea, su deber incondicional es salvar la vida del
hombre.
El Suicidio
Se considera suicidio - balance: cuando el hombre toma la decisión de quitarse la vida en base a un balance al que
somete su vida entera.
El suicidio no tiene nunca justificación moral, puesto que lo incapacita para reparar de una u otra manera el mal
causado a otro. Con lo cual el suicidio perpetua lo pasado, en vez de borrar del mundo una desventura ocurrida. Lo
que borra del mundo es el yo.
La vida como misión
Si queremos ayudar a un paciente a convertirse en un agente no debemos limitarnos a hacer que experimente su
existir como un ser responsable frente a las posibilidades de realización de los valores; y hacerle ver que la misión de
cuyo cumplimiento se le hace responsable es siempre una misión específica.
El carácter específico de la misión es doble: la misión no sólo cambia de unos individuos a otros, con arreglo al
carácter peculiar - insustituible de cada persona, sino que cambia también de hora a hora a tenor del carácter
singular - irrepetible de cada situación.
Además del carácter singular y peculiar posee un valor constitutivo en cuanto al sentido de la existencia humana.
Lo más importante es ayudarlo al paciente a encontrar el camino hacia el cumplimiento de su propia misión y
avanzar resueltamente hacia el sentido de su vida, con lo que tiene de singular y peculiar.
La misión que el hombre tiene que cumplir en la vida existe siempre, necesariamente, susceptible de ser cumplida.
Lo importante para el Análisis Existencial es que el hombre sienta y viva su responsabilidad en cuanto al
cumplimiento de todas y cada una de sus misiones, tal como en cada caso se le planteen, cuanto mejor comprenda
el carácter de misión que la vida tiene, tanto mayor sentido tendrá su vida para él.
El Principio homeostático y la dinámica existencial
En la práctica, la Logoterapia trata de llegar a una confrontación de la existencia con el logos. En la teoría, parte de
una motivación de la existencia por el logos.
En la Neurología y Psiquiatría fue Kurt Goldstein quien logró demostrar que el principio de la “reducción de la
tensión”, en el que se han apoyado las hipótesis psicoanalíticas y psicodinámicas constituye un principio patológico;
el hombre debe más bien soportar las tensiones y orientarlas a los valores, y no deshacerse de ellos.
Nosotros opinamos que una de las características esenciales del ser humano es estar en el campo polarizado de
tensiones entre el ser y el deber ser, estar en la presencia del sentido y de los valores, ser objeto de sus exigencias.
La dinámica que se establece se denomina en la Logoterapia: Noodinámica, para diferenciarla de toda
psicodinámica. De esta se distingue el 1º lugar porque constituye una situación de libertad y al mismo tiempo que
me impulsan los instintos, me atraen los valores, puedo decidir por una o por otra cosa.
Allport explica: “Siempre hay una brecha saludable entre el yo y el yo ideal, entre la existencia presente y la
aspiración. En cambio, una satisfacción demasiado grande indica patología”. Por esta razón, los autores
estadounidenses certifican que la orientación del hombre al sentido debe considerarse como medida de salud
anímica.
Freud había presentado el aparato anímico como algo cuya “intención” consistía en “dominar” y finiquitar la
multitud de estímulos y la fuerza de las imitaciones que se le presentan desde fuera y desde dentro, y los arquetipos
de Jung están concebidos de manera homeostática y nos presenta al hombre como alguien cuyas tendencias van
hacia la realización de posibilidades que están preformadas arquetípicamente, y a cuya tendencia sirve de base la
intención de escapar del aguijón de arquetipos cuya fuerza todavía no se ha agotado y todavía y de evitar las
tensiones provocadas por ellos.
Así como el Psicoanálisis destacó la voluntad de placer bajo la forma de Principio del Placer, la Psicología Individual
pone en relieve la voluntad de poder bajo la forma la llamada tendencia a la propia valía.
En el sistema cerrado de un aparato anímico dominado por el Principio del Placer, no hay ningún lugar para lo que
nosotros llamamos Voluntad de Sentido, que ordena y orienta al hombre hacia el mundo. El que hablemos de la
Voluntad de Sentido y no de la “propensión al sentido” significa que no se debe perder de vista el hecho de la
intención (primordialmente) directa, al sentido, es decir del hecho de que lo que le importa al hombre en 1º y último
término es el sentido y solamente el sentido: porque si se tratara de una propensión o impulso, entonces el hombre
realizaría el sentido exclusivamente para deshacerse del aguijón del impulso y recuperar su equilibrio. Pero ya no
estaría actuando por el sentido, y nuestra teoría de la motivación vendría a reducirse de nuevo al Principio de la
Homeostasis.
El psicólogo existencialista, Rollo May, afirma que el Psicoanálisis se hace cómplice de la tendencia del paciente a la
pasividad y lo induce a que ya no se conciba a si mismo como el único responsable de sus dificultades; y el enfoque
existencialista pone de nuevo la decisión y la voluntad en el centro del cuadro.
Hoy debe interpretarse la idea de una Voluntad de Sentido como una apelación a la voluntad, a la fe, al amor y la
esperanza no se pueden manipular ni fabricar. Se sustraen incluso a la intervención de la propia voluntad. No puedo
querer creer, no puedo querer amar, no puedo querer esperar y, ante todo, no puedo querer querer. Resulta ocioso
exigirle a un hombre que “quiera el sentido”. Apelar a la Voluntad de Sentido significa hacer que resplandezca el
sentido y dejarle a la voluntad quererlo o no.
Charlotte Böhler sostiene: “Al presente hay dos concepciones de las tendencias básicas de la vida, la 1º es la teoría
psicoanalítica, según la cual la única tendencia fundamental de la vida es la doctrina de la autorrealización como fin
último de la vida. Pero sólo en la medida en que el hombre cumpla el sentido se está realizando a sí mismo. La
autorrealización se presenta después por si misma, como efecto de haber cumplido el sentido, y no como su fin.
Solamente la existencia que se trasciende a sí misma puede autorrealizarse. Corresponde a la esencia del hombre el
estar subordinado, ordenado o dirigido a algo o a alguien, a una idea o a una persona.
En mi opinión, el motivo oculto que está detrás de ambas teorías tiende a reducir todas las tendencias provocadas
por la brecha entre lo que es un hombre y lo que quiere llegar a ser, entre la realidad y aquellos ideales que todavía
faltan realizar; o la tensión entre la existencia y la esencia, entre el ser y el sentido.
Nosotros sabemos que esa tensión se basa en la esencia del hombre y es un parte constitutiva del ser hombre. Por
ello, es también condición inalienable del estar sano del alma.
En un ser finito como el hombre la existencia y la esencia no pueden ni deben coincidir y ser congruentes; por el
contrario, el sentido debe siempre preceder al ser, porque sólo así puede el sentido ser aquello que es su propio
sentido; marcapaso del ser. La existencia se desploma y se viene abajo cuando no se trasciende a sí misma, cuando
no sale de sí misma para alcanzar algo que está más allá de ella.
Una vez captada esta dinámica existencial podemos distinguir entre dos clases de hombres: marcapasos y
pacificadores, los marcapasos nos confrontan con los valores y el sentido, nos lo ofrecen a nuestra Voluntad de
Sentido. Los pacificadores tratan de descargarnos del peso de cualquier confrontación con el sentido.
Lo que realmente necesita el hombre es una cierta, una saludable dosis de tensión: como sería esa tensión
dosificada que es provocada por la exigencia y la apelación del hombre por el sentido.
Sólo que en una sociedad de bienestar y abundancia se presenta menos tensión que en las épocas de dificultad; y
cuando se reduce la tensión del hombre, este crea tensión, sea dedicación al deporte, sea aventurándose en formas
menos sanas, como los jóvenes que provocan a la policía, cometen toda suerte de imprudencias en automóviles o
motocicletas, o se entregan a manías que los ponen en peligro.
La necesidad de sentido en el hombre puede localizarse hasta en los fundamentos biológicos de su existencia.
Volviendo al espacio de los fenómenos específicamente humanos, el tema principal de la Logoterapia, que tiende un
puente entre las significaciones del logos, espíritu y sentido, suena como una fuga musical: el espíritu necesita del
sentido, el nous necesita del nous y la enfermedad noógena necesita un tratamiento logoterapeútico.
Pero al lado de las neurosis noógenas, no sólo están las psicógenas, sino también las pseudoneurosis somatógenas
como: agorafobias, claustrofobias, síntomas de despersonalización o el síndrome psicodinámico. No se puede decir
que la Logoterapia sea espiritualista en su teoría y moralista en su práctica, esto se podría decir de la medicina
psicosomática.
De ninguna manera es el cuerpo del hombre el espejo fiel de su espíritu; eso se podía decir de un cuerpo
“transfigurado”. Pero el cuerpo del hombre caído, si es un espejo, es un espejo roto, que desfigura. Es verdad que
toda enfermedad tiene su sentido que está en el cómo de sufrirla, en la actitud que toma el enfermo frente a ella, en
la posición con que dialoga con la enfermedad.
La Logoterapia no es moralista en su práctica, porque el sentido no se puede recetar. El médico no le puede dar a la
vida del paciente un sentido, el sentido tiene que ser encontrado. La Logoterapia no juzga sobre el sentido o falta de
sentido, sobre el valor o la ausencia de valor, porque no fue la Logoterapia sino la serpiente la que prometió al
hombre que iba a hacer “como Dios, conocedor del bien y del mal”.
El sentido de la Muerte
En el intento de dar una respuesta a la cuestión de la vida, el hombre se ve remitido a sí mismo como aquel a quien
la vida le pregunta y que tiene que responder y ser responsable ante ella. Se ve remitido al hecho primigenio de que
la existencia es ser-consciente y ser-responsable. En el Análisis de la Existencia la responsabilidad es algo que brota
del carácter concreto de la persona y la situación y surge con esta concreción misma. La responsabilidad crece con el
carácter peculiar de la persona y con el hecho de que la situación es siempre singular e irrepetible.
En estos dos aspectos esenciales de su existencia se manifiesta el carácter finito del hombre, esta finitud tiene que
representar algo que de una sentido a la existencia humana, en vez de quitárselo.
Viviendo con la presencia de la muerte como límite infranqueable de nuestro futuro y nuestras posibilidades, nos
vemos obligados a aprovechar el tiempo de la vida de que disponemos, la finitud, la temporalidad es una
característica esencial de la existencia humana, un factor constitutivo del Sentido de la Vida.
Al comienzo, la vida es sustancia, sustancia aún no consumida, a medida que discurre va perdiendo la sustancia, para
convertirse poco a poco en función, hasta que sólo consiste en acciones, vivencias y los sufrimientos que su portados
a ido acumulando. Otro tanto podemos decir de la vida, en cuanto que carácter material originario va viéndose
relegado a un 2º plano y por último se trueca en forma pura. El hombre elabora la materia que el destino le brinda,
para convertir su vida en valores de creación, vivencia o de actitud.
La vida no puede ser nunca un fin en sí misma, y la propagación de la vida no puede ser concebida, como el sentido
propio de esta. Lejos de ello, recibe su sentido por obra de otros factores: espirituales, morales, estéticos, etc. Estos
factores representan un momento trascendente. La vida no trasciende de sí misma “en longitud” sino en
“profundidad”.
Sociedad y Masa
La peculiaridad de cada hombre es la coexistencia de los individuos. Así como la muerte no priva de sentido la vida,
así la limitación interior del hombre, sirve para dar sentido a su vida. Si todos los hombres fueran perfectos, todos
serían iguales entre sí, cada individuo podría reemplazarse por otro sustituto cualquiera. La imperfección es la que
determina que cada individuo sea indispensable o insustituible.
No sólo la existencia Individual necesita de la comunidad para cobrar un sentido, sino que, la comunidad necesita
también de la existencia Individual para significar algo.
La peculiaridad de la existencia humana descansa sobre un fundamento ontológico. No en vano la existencia
personal representa una forma especial de ser. Ser persona quiere decir ser-otro absolutamente.
La verdadera comunidad es una comunidad de personas responsables, mientras que la simple masa no es sino la
suma de entes despesonalizados.
Al perderse en la masa, el hombre pierde su cualidad más propia y peculiar: la responsabilidad. En cambio, mediante
la entrega a la misión que la comunidad le impone, el hombre gana una suma de responsabilidad adicional.
El huir hacia la masa equivale, por parte de la persona, a huir de su responsabilidad individual que es el móvil del
colectivismo. La verdadera comunidad es una comunidad de personas responsables, mientras que la simple masa no
es más que la suma de los despersonalizados.
Libertad y Responsabilidad
La responsabilidad del hombre es encuadrada dentro del carácter peculiar y singular de la existencia, como algo
único y que sólo se vive una vez, el existir humanamente consiste en ser-responsable a la vista de la finitud. Hemos
dicho que el carácter singular la vida lo lleva consigo respecto a toda situación; la peculiaridad de la vida la lleva
también consigo la peculiaridad de todo destino. Podemos decir que el destino también es parte constitutiva de la
vida. El hombre no puede salirse nunca de nuevo: del marco general e irrepetible de su destino. Si maldice su destino
es porque no llega a comprender el sentido de su destino. Dentro del marco de su destino cada hombre es
insustituible. Es lo que hace que el hombre sea responsable de la conformación de su destino. Su destino no se
repite. Nadie vendrá al mundo con sus mismas posibilidades que él, ni el mismo volverá a tenerlas.
La libertad sin destino es imposible; la libertad sólo puede ser libertad frente a su destino, un comportarse con el
destino. El hombre es libre y se halla frente a una muchedumbre de vínculos. Pero estos vínculos son propiamente el
punto de apoyo de su libertad. El hombre se define como un ser que va liberándose en cada caso de aquello que lo
determina (como tipo biológico, psicológico y sociológico); es decir, como un ser que va trascendiendo todas estas
determinaciones al superarlas o conformarlas, pero también a medida que va sometiéndose a ellas.
Esta paradoja define el carácter dialéctico del hombre, uno de cuyos rasgos esenciales es el permanecer
perennemente abierto y problemático para sí mismo: su realidad es siempre una posibilidad y su ser un poder. El
hombre no se agota nunca en su facticidad. Ser hombre no consiste en los hechos sino en las posibilidades.
La existencia humana es ser responsable, porque es ser libre. Es un ser que decide cada vez lo que es: un “ser-que-
decide”. Es Existencia (Dasein, da-sein; “ser ahí”, ser concretamente “aquí y ahora”), y no está siendo simplemente,
como una cosa. Lo que caracteriza su Existencia como tal es la multiplicidad de posibilidades distintas, de las que su
ser sólo realiza una en cada caso. El hombre que es Existencia tiene en cada caso la posibilidad de destruirse así
mismo, de extinguirse por su propia voluntad.
Si todo ser es un ser-otro, deberemos emplear ahora esta fórmula: el ser-hombre no significa solamente ser-otro,
sino también poder ser-otro.
A la libertad se contrapone el destino. Llamamos destino a lo que se sustrae esencialmente a la libertad del hombre,
lo que no se halla en su padecer ni es de ello responsable. Sin que olvidemos que toda libertad humana implica
siempre un destino, en cuanto que sólo puede desplegarse en él, contando con él.
Del destino forma parte todo lo pasado, pues es algo incambiable. El factum (lo hecho, devenido, pasado), es no
sólo factum, sino fatum, el hado o fatalidad. A pesar de lo cual podemos afirmar que, el hombre es todavía libre
frente a su pasado, su destino. El pasado hace compresible al presente, pero no hay derecho a que el futuro se
determine exclusivamente partiendo de él. El hombre es libre de situarse ante el pasado en una actitud fatalista o
aprender de él.
La inmutabilidad del pasado, convertido en destino, provoca a la libertad: el destino tiene que ser siempre un acicate
para la acción responsable del hombre, ya que se enfrenta siempre a la vida como un ser que escoge en cada
momento posibilidades, desplazándola siempre mediante su realización al reino de lo pasado poniéndola a buen
recaudo. Lo pasado queda en el mundo del pasado y queda no a pesar de ser pasado, sino precisamente porque lo
es. El pasado le salva de ser pasajero, lo pasajero son las posibilidades: lo que se halla a salvo de ser-pasajero es lo ya
asumpto en el pasado, la realidad salvada por ser-pasado. El instante se trueca en eternidad cuando se logra trocar
las posibilidades que el presente alberga en aquellas realidades albergadas en el pasado para toda una eternidad.
La capacidad de oposición del espíritu
El destino se presenta al hombre en tres formas: 1) como sus disposiciones, lo que Tandler llama “fatalidad somática
del hombre”; 2) como su “situación”, como la totalidad de las circunstancias suyas de cada momento. Las
disposiciones y la situación integran “la posición” de un hombre. Y esta actitud es libre. Prueba de ello es que existe
la posibilidad de dar un viraje en la vida, cambiando de posición en ella o ante ella. Del cambio de posición forma
parte, por ej.: todo lo que llamamos educación, posteducación y autoeducación, también la psicoterapia y
fenómenos como el de la conversión.
Las disposiciones representan el destino biológico del hombre mientras que la situación representa su destino
sociológico. Hay que añadir su destino psicológico, entendiendo por tal la actitud psíquica del hombre, en cuanto no
es libre ni entraña una libre actitud espiritual. Examinaremos como estos interfieren con la libertad humana:
         El destino biológico
Fijémonos en aquellas circunstancias en las que el hombre se enfrenta con el destino biológico y nos veremos frente
al problema del radio de acción de la libertad humana frente al acaecer orgánico, del poder de penetración de su
libre albedrío en el campo de lo fisiológico.
Lo que caracteriza la vida del hombre es la eterna lucha entre su libertad espiritual y su destino interior y exterior.
El destino biológico constituye el material que la libertad espiritual tiene que encargarse de plasmar y conformar en
cada caso. Tal es, visto desde el hombre, su sentido último. Continuamente nos encontramos con personas que han
logrado de manera ejemplar superar los entorpecimientos y limitaciones originarios a su libertad desde el lado
biológico, vencer las dificultades con que en un principio tropezaba el desarrollo de su espíritu.
         El destino psicológico
Entendiendo por tal el conjunto de aquellos factores anímicos que se interponen ante la acción de la libertad
espiritual.
Mientras una persona comete el error de empeñarse en creer, antes de intentar algo, que el intento está condenado
necesariamente al fracaso y se aferre a tal creencia, es evidente que fracasará en lo que se proponga; porque nadie
gusta de quitarse la razón, no siquiera ante sí mismo.
El fatalismo neurótico invoca también lo que ha “hecho” de él, en su infancia, las influencias de la educación y el
medio, hasta el punto de convertirse para él en un destino, etc. Se trata, simplemente, de tentativas para excusar la
debilidad de carácter.
Los defectos de la educación no deberán invocarse como una disculpa, sino corregirse mediante la autoeducación de
quien los padece.
El fatalismo neurótico constituye un huir de la responsabilidad para refugiarse en lo típico, en la naturaleza
aparentemente fatal del hecho de pertenecer a un tipo humano.
En muchos casos de enfermedades mentales, como mejor se logra la posible libre actitud espiritual ante ellas es en
la forma de una reconciliación con el destino que la enfermedad presenta. Quien sabe aceptar pacientemente los
estados patológicos a que se ve inevitablemente sujeto puede ignorarlos con mayor facilidad y está en mejores
condiciones para sobreponerse a ellos.
         El destino sociológico
El individuo aparece siempre ante nosotros dentro de una trama social. Se halla sujeto, desde dos puntos de vista, a
la acción de la comunidad; de una parte, su vida está condicionada por el organismo social en su conjunto, de otra,
se le educa simultáneamente con vistas a este organismo social. Podemos hablar de la causalidad social que actúa
sobre el individuo y de su finalidad social. La causalidad, no determina nunca totalmente al individuo y, no lo
despojan de su libertad. Lejos de ello, tienen que pasar por una zona de libertad individual, antes de poder
manifestarse en el individuo mismo y en su conducta. Por donde el hombre conserva frente a su destino social un
margen libre de posibilidad de decisión.
Pasando ahora a lo que llamamos finalidad social, debemos referirnos al error en que la Psicología Individual incurre
en el campo de la Psicoterapia: a la equivocada concepción según la cual toda conducta valiosa del hombre no es
sino una conducta socialmente correcta. Esto sólo puede conducir a un empobrecimiento de los valores de la
existencia humana. No resulta difícil demostrar que existen en el mundo de los valores reservas individuales, en el
sentido de valores cuya realización puede incluso y puede llevarse a cabo más allá de toda comunidad humana e
independientemente de ella.
La plenitud de valores que brindan al individuo es independiente del hecho de que la comunidad puede beneficiarse
de ella.
Debemos dirigir la mirada hacia lo social, como verdadero destino, es decir, como algo más o menos inmutable o
ininfluenciable, como algo que escapa a la voluntad humana y la reta a combate.

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