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El ascenso de los nacional-socialistas.

Klaus-Jörg Ruhl.

El quinto día del año 1919 se creó en la sala trasera de una pequeña taberna de
Munich un partido. Su nombre era “Partido Obrero Alemán” (DAP). En medio de la
confusión de los primeros meses de la postguerra salieron a luz docenas de partidos.
La mayoría desaparecían tan deprisa como habían aparecido. El mismo DAP,
antisemita y anticomunista, que no se diferenciaba de otras organizaciones de extrema
derecha sino por matices, no habría tenido posibilidades de supervivencia como
partido autónomo si no hubiese contado con un agitador político como Adolf Hitler en
sus filas.

Hitler, el confidente.
Es difícil hallar algo significativo o valioso en la trayectoria vital anterior de este
hombre, que contaba por entonces treinta años de edad. El camino hacia la política se
lo allanó el Ejército, que se había fijado en sus dotes retóricas. Tras un “Cursillo sobre
ideas políticas” se encargó a Hitler la vigilancia de grupos políticos. Convertido en
confidente, Hitler participó el 12 de septiembre de 1919 en una reunión del DAP. Sus
intervenciones complacieron a los dirigentes del DAP y se le propuso el ingreso en el
partido, a lo que Hitler accedió días más tarde. Se convirtió en militante y en el
séptimo miembro del consejo de dirección, donde se encargó de las labores de
proselitismo y fue responsable de propaganda.
Hasta febrero de 1920 este pequeño partido de extrema derecha se limita a
efectuar una o dos reuniones al mes, aunque su resonancia era creciente. No eran
pocos los que acudían a las asambleas sólo para ver a Hitler. Sin duda el “Partido
Obrero Alemán” se esforzaba por penetrar en el medio obrero, pero sus seguidores
procedían sobre todo de las capas medias y la pequeña burguesía.
Hacia finales de 1919 y a principios de 1920 se planteó en el DAP la cuestión
central de cómo debía proceder en lo sucesivo el partido. El ambicioso responsable del
proselitismo propugnaba que el partido saliese a la luz pública y organizase grandes
actos de masas para darse a conocer. Los fundadores del partido estaban en contra,
pero Hitler impuso sus puntos de vista. El primer gran acto público del DAP atrajo una
audiencia de dos mil personas, y dio ocasión para que Hitler presentase los 25 puntos
que resumían el programa del partido.
Esos “25 puntos” eran un revoltijo de lemas nacionalistas y promesas
anticapitalistas. Iban contra el Tratado de Paz de Versalles y reivindicaban una Gran
Alemania y un imperio colonial alemán, se atacaba a los judíos, otros puntos hablaban
de vagas reivindicaciones de tipo social. En los puntos restantes del DAP, que pasaría a
llamarse “Partido Nacionalsocialista Obrero Aleman” (NSDAP) exigía una educación
basada “en el espíritu nacional”, la implantación del servicio militar obligatorio, la

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abolición de la libertad de prensa burguesa, la constitución de cámaras corporativas y
profesionales y finalmente la “creación de un fuerte poder central del Reich”.
El interés público por el NSDAP aumentó bruscamente. Hitler era el orador
estrella. Principalmente se centraba en la supuestamente necesaria lucha contra el
judaísmo. Hacía a los judíos culpables de todos los males. Otros temas eran el Tratado
de Versalles y el marxismo. Excitaba los sentimientos nacionalistas y los prejuicios
racistas. Muchos se unieron al NSDAP. Estaban manifiestamente impresionados por la
aparente claridad con que Hitler exponía las dificultades políticas y sociales. Pero les
atraía también el estilo patético del orador y su apabullante actividad.
Quienes coreaban las frases y consignas eran sobre todo oficiales y soldados
desarraigados, tenderos en apuros, gentes políticamente desamparadas y
defraudadas, individuos de escasa formación cultural y fácilmente manipulables.
Empezaron a surgir los primeros grupos locales fuera de Munich. A finales e 1920 el
NSDAP disponía ya de su propio periódico. Con el ascenso experimentado crecieron
también las ambiciones de Hitler. A mediados de 1923 exigió la jefatura del partido,
que obtuvo tras una “revuelta palaciega”. Hitler se convirtió en “Führer del NSDAP”
con plenos poderes dictatoriales, una novedad en la historia del partido. En su
trasfondo estaba ya la intención de utilizar en beneficio del NSDAP el anhelo de un
“renovador del Reich”. El “culto al Führer” inició aquí su andadura.

El “rey de Munich”.
El número de afiliados aumentaba sin cesar, el partido adquiría cada vez más
peso político en Baviera. Esto lo hizo posible el proceso de la inflación. Los artesanos y
tenderos veían en Hitler al salvador frente al caos. No dejó de tener su efecto sobre
amplias capas de la población la actitud de las autoridades bávaras, que favorecían
abiertamente al NSDAP. En el seno del sector bávaro del Ejército y entre la gran
burguesía muniquesa gustaba Hitler, a quien se reconocía su elocuencia. Se confiaba
en él como alguien capaz de sacar a Alemania de la miseria económica y política. El
“rey de Munich”, como pronto empezaron a llamarle con un matiz de respeto sus
adversarios políticos, fue bien recibido en los salones y encontró padrinos y mecenas
que no escatimaban el dinero.
El NSDAP obtuvo un fuerte impulso a raíz del establecimiento del sistema fascista
en Italia. La “marcha sobre Roma” que llevó a cabo Mussolini a finales de octubre de
1922 suscitó grandes esperanzas políticas entre los seguidores de Hitler. Se
aseguraban unos a otros que una “marcha sobre Berlín” podría tener éxito. A finales
de 1923 Hitler se sintió lo suficientemente fuerte como para emprender una
intentona. El plan era aventurero. En octubre de 1923 se había producido un conflicto
entre el gobierno central y el comisario general de Baviera Kahr. El gobierno central y
el bávaro no se reconocían mutuamente. Hitler aprovechó esta situación. Se apoderó
de Kahr para persuadirle de que apoyase su intento de golpe contra el gobierno
central. Pero el comisario general se retractó al poco tiempo y, tras recuperar la

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libertad de movimientos, ordenó detener el “desfile demostrativo” de los nacional-
socialistas y hacer, en caso de necesidad, uso de las armas. Murieron 16 nacional-
socialistas y tres policías. Hitler fue arrestado y el NSDAP fue declarado fuera de ley.
La derrota era total y en realidad los nacional-socialistas tendrían que haberse
dispersado en ese momento. Pero no fue así. La intentona golpista y el proceso que
concluyó con la condena de Hitler a la ridícula pena de seis meses de prisión,
condujeron más bien a que Hitler se diese a conocer en toda Alemania y a que le
homenajeasen numerosos seguidores y simpatizantes. El NSDAP se había convertido
en el “movimiento hitleriano”. En las elecciones del 6 de abril de 1924 dieron algunos
nacional-socialistas el salto al Reichstag.
Cuatro días antes de la Navidad de 1924 Hitler abandonó la fortaleza de
Landsberg, donde había cumplido su condena. En breve plazo consiguió imponer
nuevamente su jefatura en el NSDAP, refundado el 27 de febrero de 1925, pero
también en el seno del más amplio y fraccionado movimiento nacionalista. Optó por
una nueva táctica para alcanzar el dominio sobre Alemania. Hitler abandonó la “táctica
golpista” anterior a favor de una política al menos en apariencia parlamentaria. Su
“táctica legalista” suscitó en una parte de sus seguidores decepción e incomprensión e
incluso una activa resistencia: Halló el rechazo sobre todo entre las “secciones del
norte y el noroeste de Alemania del NSDAP” dirigidas por los hermanos Strasser.
Gregor Strasser, uno de los dirigentes nazis más capaces, había sido enviado por Hitler
al norte de Alemania para hacerse cargo de la jefatura de todos los grupos del NSDAP
en aquella zona. Se le consideraba representante del ala “izquierda” del NSDAP, para
quien el “nacional-socialismo” debía significar algo más que un “socialismo nacional”.

Lucha de tendencias.
Strasser y los suyos afirmaban que el NSDAP debía procurar ganarse el apoyo de
los trabajadores. Exigían de la dirección del partido una acentuación de los aspectos
anticapitalistas del “programa de los 25 puntos”. El enfrentamiento interno pareció
irremediable y la escisión del partido inminente cuando Strasser presentó un proyecto
de programa. Los asociados a esta corriente llegaron incluso a criticar abiertamente a
Hitler y Joseph Goebbels pidió que se expulsase del partido a ese “pequeño burgués”
de Hitler. Sin embargo, éste consiguió ratificar su liderazgo. El grupo de Strasser se
debilitó aún más cuando Goebbels basculó hacia la línea de la dirección central del
partido.
Los nacional-socialistas perfeccionaban constantemente su estrategia de
influencia entre las masas y sus procedimientos de concentraciones masivas. El aflujo
de militantes era considerable, pero hasta finales de 1929 el NSDAP no consiguió
despegar por completo. Eso se debía a que los tiempos de bonanza económica y
política daban escaso estímulo para la expansión de la extrema derecha. Dada la nueva
situación, no era infrecuente que los actos públicos del NSDAP se viesen poco
concurridos. En las elecciones de mayo de 1928 los nacional-socialistas obtuvieron una

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docena de representantes en el Reichstag. Pero era poco en comparación con la
amplitud del movimiento nacionalista. Los nacional-socialistas consiguieron unos
resultados electorales superiores a la media sólo en ciudades con una estructura social
predominantemente pequeño-burguesa y principalmente en las zonas rurales.

Las elecciones de septiembre de 1930.


El panorama cambió de golpe en el otoño de 1929 cuando se inició en Estados
Unidos la crisis económica mundial y cuando ésta empezó a repercutir en Alemania. La
miseria social y el miedo al futuro hacían estragos. El “movimiento hitleriano” se
benefició de todo ello.
Fue muy oportuna para los nacional-socialistas la disolución del Reichstag y la
convocatoria de nuevas elecciones para el 14 de septiembre de 1930. Se lanzaron a la
campaña electoral con enorme entusiasmo y con unas posibilidades económicas como
nunca antes habían tenido en unas elecciones parlamentarias.
Los nacional-socialistas trabajaban de manera sistemática a la población de las
pequeñas ciudades y de las áreas rurales. La cosa seguía siempre idéntico esquema. En
una determinada población aparecían docenas de miembros del partido, incluyendo a
destacados dirigentes, y organizaban sin descanso mitines, marchas, desfiles y
festivales deportivos. Tales actuaciones duraban por lo común entre ocho y diez días.
Tras toda esta vistosa campaña propagandística de los nacional-socialistas, la
opinión alemana daba por descontado que el NSDAP conseguiría un aumento
sustancial de sufragios. Pero el éxito conseguido en la jornada electoral desbordó con
mucho todos los pronósticos. Este resultado no lo esperaba ni siquiera la dirección de
los nacional-socialistas. Los porcentajes más altos los consiguió el NSDAP en las
ciudades pequeñas y medianas y en las zonas rurales de la parte protestante del país
situada al Norte y el Noreste. Muy por debajo de la media nacional quedaban los
resultados de los centros industriales y de las zonas con predominio de población
católica. La victoria de Hitler cambió de repente el clima político. Sus repercusiones
afectaron por igual a la base, a la dirección y a los patrocinadores del NSDAP. También
a la política del gobierno.
Los militantes del partido estaban llenos de euforia. Estaban convencidos de que
era inminente el traslado de Hitler a la Cancillería del Reich. Ya llegaría el momento de
Hitler, que era también el suyo, de eso estaban completamente seguros. La jefatura
nazi no estaba, sin embargo, tan segura. Eso no lo decía, naturalmente. Antes bien
transmitía optimismo a raudales y reforzaba la confianza en sí mismo de sus
seguidores con discursos estentóreos. La dirección del partido en Munich era muy
consciente de que el NSDAP estaba aún relativamente lejos de la toma del poder.
Primero había que eliminar algunos obstáculos del camino. Uno de ellos era el temor
de la burguesía acomodada a un golpe nacional-socialista y a transformaciones sociales
y económicas profundas.

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A Hitler le vino muy bien la oportunidad que tuvo de asegurar públicamente que
su partido descartaba una derogación violenta de la Constitución de Weimar. También
ganó puntos trazando ante los industriales un cuadro muy esperanzador de una
economía privada en un estado dirigido dictatorialmente. Los industriales quedaron
muy impresionados. Algunos pudieron muy pronto imaginarse a Adolf Hitler como
canciller y en lo sucesivo pasaron a apoyar con fuerza al NSDAP.

Hitler quiere el poder.


La decisión de si Hitler entraría en la Wilhelmstrasse estaba en manos del
presidente del Reich Hindenburg. Inicialmente éste encomendó el cargo de canciller al
centrista Brüning. Pero Brüning no se hizo con la solución de la crisis. Incluso daba la
impresión de que agravaba la situación. Brüning fue sustituido por Papen, quien
intentó reforzar su posición con unas nuevas elecciones. Los nacional-socialistas
llevaron a cabo una campaña electoral desusadamente agresiva. Querían la mayoría,
querían el poder. Los Hitler y Goebbels, los Göring y Streicher prometían a sus
auditorios muchas cosas: una Alemania mejor y más grande, la prosperidad económica
y el bienestar para todos, el final de las querellas políticas y una gran comunidad
nacional del pueblo alemán. Todo eso eran deseos, esperanzas y sueños que
anhelaban los alemanes desde hacía años. Cómo lo conseguirían los nacional-
socialistas, eso se lo callaban. Porque ni ellos mismos lo sabían.
Muchos alemanes creían lo que se les decía. Confiaban que los nacional-
socialistas acabarían con la miseria. Y así sucedió que el NSDAP consiguió el 31 de julio
de 1932 más de 13 millones de votos, convirtiéndose en el grupo más numeroso del
Reichstag. Era una victoria triunfal, pero Hitler no estaba aún en el poder. Sus
seguidores se inquietaban. Cuando el 6 de noviembre se celebraron por segunda vez
en un año nuevas elecciones generales, el NSDAP sufrió una sensible derrota. Más de
dos millones de electores se apartaron de Hitler. Era manifiesto que con sus solas
fuerzas el NSDAP no estaba en condiciones de arrastrar tras de sí a la mayoría del
pueblo alemán. Los alemanes no estaban interesados en un poder único de los
nacional-socialistas. Los nacional-socialistas eran para ellos demasiado extremistas,
demasiado imprevisibles y por tanto demasiado peligrosos. Si que estaban interesados,
en cambio, en un gobierno de coalición como los usuales con participación del partido
de Hitler. Ahí podrían demostrar los políticos de nazis lo que sabían y si realmente
estaban capacitados para hacer frente a la crisis. Pero para Hitler lo único que tenía
sentido era o todo el poder o la continuación de la oposición extraparlamentaria en la
calle. Pero su táctica chocaba con un rechazo creciente entre sus partidarios. Estos
estaban fatigados de esperar y temían que el NSDAP se agotase con las elecciones. Los
descontentos se agruparon finalmente en torno a Gregor Strasser, y parecía que era
sólo una cuestión de tiempo la escisión del NSDAP y la entrada de la tendencia Strasser
en el gobierno Schleicher.

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Pero tras las bambalinas de la Wilhelmstrasse un pequeño grupo de intrigantes
se puso de acuerdo: Schleicher debía irse y Hitler convertirse en nuevo Canciller. De
este procedimiento de hecho, las élites del poder esperaban un reforzamiento de sus
posiciones y la realización de sus objetivos políticos, que apenas se distinguían de las
intenciones públicamente anunciadas por Hitler.
Cuando se percataron de que Hitler se la estaba jugando, ya era demasiado
tarde. Pero aunque aquellos “hacedores del monarca” hubiesen pensado seriamente
en apartar a Hitler, los nacional-socialistas no habrían dejado arrebatar el poder. Hitler
lo dijo claramente el 30 de enero de 1933 cuando asumió la cancillería: “Ningún poder
del mundo podrá hacerme salir vivo de aquí”.

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