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Angel Riviére

El sujeto de la
Psicología Cognitiva
a mágica etiqueta de lo a la historia interna de la psicolo­
cognltivo ha conquistado gía y a la sustitución del paradig­
tanto las instituciones aca­ ma conductista por otro que sub­
démicas y los laboratorios sane sus anomalías. Es preciso
de psicología como las teo­ también recurrir a su historia ex­
rías e interpretaciones de terna: los intereses educativos, los
los datos, las publicacio­ avances de la cibernética y la er-*
nes, la!s disertaciones y las prácti­ gonomía, los progresos tecnológi­
cas de explicación e intervención cos en el ámbito del tratamiento
de la disciplina. Si bien son pocos de la información y la importan­
los psicólogos que no hagan —en cia de los símbolos y las represen­
uno u otro momento— declara­ taciones en los sistemas de inter­
ción pública de su conversión o de cambio de las sociedades avanza­
sus cdnvicciones cognitivas, esa das. El autor afirma que se ha
etiqueta corre el peligro (como producido una modificación pro­
cualquier otro paradigma en ex­ funda del modelo o imagen de
pansión) de vaciarse de sentido en sujeto con que se hace la psicolo­
el intento de dar cuenta de fenó­ gía y de la perspectiva metateórica
meno^1muy alejados de su ámbito en que tiende a situarse el estudio
explicativo originario. Ahora que científico del comportamiento; y
casi todos los profesionales pare­ también mantiene la necesidad de
cen mostrarse partidarios de la hacer hincapié en el problema del
psicología cognitiva es el momen­ significado y de analizar más a
to de plantear una pregunta ino­ fondo el tejido epistemológico de
portuna: ¿en qué consiste ser cog- base que guarda relación con el
nitivo* y qué es, en realidad, la crecimiento espectacular de la psi­
psicología cognitiva? Para expli­ cología cognitiva.
car el‘origen y la significación de
esta disciplina no basta con aludir

Alianza Psimlneía
Angel Riviére

El sujeto de la
Psicología Cognitiva

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Alianza
Editorial
A la memoria de mi padre, que
me recuerda que cada sujeto es, por encima
de todo, una identidad irrepetible.
INDICE

INTRODUCCION.—La mágica etiqueta de lo más o menos cognitivo,


o de cómo la psicología es perseguida por un térm ino....................... 11
CAPITULO 1.—El concepto de psicología cognitiva...................:.......... 19
CAPITULO 2.—El procesamiento de la información y el sujeto de la
psicología cognitiva.................................................................................... 33
CAPITULO 3.—El sujeto modular de Fodor y algunas críticas a la psi­
cología cognitiva........................................................................................ 49
CAPITULO 4.—Gramática, sujeto y conocimiento en C hom sky......... 63^
CAPITULO 5.—La génesis del sujeto y la estructura de la acción en la
obra de Piaget............................................................................................ 75
CAPITULO 6.—Sujeto, interacción y conciencia en la escuela históri-
co-cultural de Moscú................................................................................. 89
Bibliografía........................................................................................................ 99

9
\

Introducción .
LA MAGICA ETIQUETA DE LO
MAS O MENOS COGNITIVO,
O DE COMO LA PSICOLOGIA
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TERMINO
En 1956, uno de los investigadores más lúcidos e intuitivos de la Psico­
logía Norteamericana, George Miller, publicaba un artículo en Psychological
Review, que comenzaba con la confesión de una extraña inquietud: se sentía
perseguido por un dígito. Treinta años después, aquellos primeros síntomas
de inquietud se han desarrollado hasta tal punto que es la propia Psicología,
en sus aspectos científicos e institucionales, la que se ve perseguida por un
término. El dígito era, naturalmente, el «mágico número siete más/menos
dos», y hacía referencia a una posible limitación del sistema humano de pro­
cesamiento de la información. El término es, obviamente, la mágica etiqueta
de lo más o menos cognitivo, y hace referencia al paradigma psicológico por
el cual consideramos al propio sujeto humano como un sistema de procesa­
miento de la información.
Los números tienen una cosa buena: que, como diría Piaget, «se conser­
van», y no cambian por mucho que nos persigan. Pero los términos que nos
acosan se desgastan por el uso, llegan a saturarse, y corren el peligro de per­
der cualquier significado preciso. Ello es especialmente cierto en el caso de
las etiquetas y nociones centrales de los paradigmas en expansión, que ter­
minan por colapsarse y vaciarse de sentido en el intento de dar cuenta de fe­
nómenos muy alejados de su ámbito explicativo originario, como destacaba
perspicazmente Vygotsld (1926) en su ensayo sobre El significado histórico
de la crisis en Psicología. Y el adjetivo «cognitivo», que ha invadido nuestras
instituciones académicas y laboratorios, nuestras teorías e interpretaciones de
los datos, nuestras prácticas de explicación e intervención, nuestras publica­
ciones y disertaciones, remite, indudablemente, a un paradigma en expan­
sión. Pocos son los psicólogos que no hacen, en uno u otro momento, decla­

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14 El sujeto de la Psicología Cognitiva

ración pública de su conversión o convicción cognitiva. Por eso, cuando «casi


todos somos cognitivos», ha llegado el momento más oportuno de hacer la
pregunta más inoportuna: «¿Y en qué consiste ser cognitivo?, ¿qué es, en rea­
lidad, la Psicología Cognitiva?»
Es importante dar alguna clase de respuesta a esta cuestión, si no que­
remos perder el hilo de la significación de lo que hacemos y decimos. El con­
cepto de lo cognitivo ha adquirido progresivamente un significado tan pluri-
forme, y unos límites tan imprecisos, que su empleo repetido y su carácter
de «emblema paradigmático» no son garantía (sino todo lo contrario) de un
significado compartido. Si no establecemos los límites de su uso significativo,
podemos terminar como aquel millón de personas, que lloraban amargamen­
te porque se habían perdido. Por eso, conviene que dediquemos las primeras
páginas de este libro al complejo asunto del significado del concepto de Psi­
cología Cognitiva.
Tenemos la suerte de que la propia Psicología Cognitiva nos proporcio­
na algunos recursos para enfrentarnos a la difícil tarea de definirla. Frente a
la perspectiva clásica de los conceptos como conjuntos de elementos equiva­
lentes, bien definidos por unos límites claros y unos determinados atributos
suficientes y necesarios (Hull, 1920; Bruner, Goodnow y Austin, 1966; Bo-
wer y Trabasso, 1963; Levine, 1975), algunos psicólogos cognitivos han de­
sarrollado la idea de que las categorías naturales tienen más bien unos límites
difusos, y sus elementos no son equivalentes, sino que definen un continuo
de «tipicidad» o representatividad, de forma que determinados ejemplares
son más representativos o prototípicos del concepto definido. Por otra parte,
no habría, según esta concepción, unos atributos únicos compartidos por to­
dos lo miembros de una categoría (Rosch, 1978; Rosch y Mervis, 1975; Mer-
vis y Rosch, 1981).
El concepto de Psicología Cognitiva tiene la estructura de una categoría
natural, y no la demarcación más neta que suelen tener los conceptos lógi­
cos, matemáticos o físicos. Sus límites son borrosos, y sus ejemplares desi­
gualmente representativos y no definidos por unos mismos atributos. Se or­
ganiza en torno a ciertos elementos prototípicos, que son los modelos com-
putacionales y las teorías del procesamiento de la información (a los que todo
el mundo está de acuerdo en aplicar la etiqueta de «Psicología Cognitiva») y
tiene fronteras imprecisas en torno a otros ejemplares teóricos, como el es-
tructuralismo genético de la Escuela de Ginebra, las ideas sobre la génesis so­
cio-cultural de las funciones superiores de la Escuela de Moscú, o la perspec­
tiva «ecologista» de Gibson en el estudio de la percepción. Desde este punto
de vista, preguntarse si «Piaget es cognitivo», por ejemplo, no tiene mucho
más sentido que preguntarse si una lámpara es un mueble. Lo que sí pode­
mos decir es que las concepciones teóricas de Piaget, y sus métodos empíri­
cos, no son un prototipo de lo que se entiende por «Psicología Cognitiva» en
Introducción 15

sentido estricto, mientras que sí lo son las concepciones teóricas de Simón


(1978) o Anderson (1976) o los procedimientos de Saúl Sternberg (1969 a y
b). Pero ello no quiere decir, naturalmente, que las aportaciones de Piaget
no sean relevantes para el conocimiento científico de las funciones de cono­
cimiento, o no pertenezcan a lo que podríamos denominar «Psicología Cog­
nitiva en sentido amplio».
De las consideraciones anteriores se deduce que sí tiene sentido hablar
de «la mágica etiqueta de lo más o menos cognitivo», como hacíamos en nues­
tro título. La etiqueta es mágica porque parece proporcionar, al que la em:
plea, el marchamo de prestigio social y académico que tienen, entre otras ca­
racterísticas, los paradigmas dominantes en las distintas ciencias. Y lo cogni­
tivo puede ser «más o menos», porque remite a un concepto con la estructu­
ra de una categoría natural, cuyos ejemplares pueden ser más o menos típi­
cos, y se organizan alrededor de prototipos centrales, que son los que poseen
mayor «parecido familiar» y un mayor número de los atributos más pertinen­
tes en la definición de la categoría.
¿Y cuáles son los atributos que definen, en mayor grado, a los ejempla­
res típicos de la Psicología Cognitiva? En los capítulos introductorios de los
textos de nuestra disciplina, suelen establecerse estos atributos haciendo una
especie de contrapunto con los rasgos que definirían al paradigma dominante
en la psicología científica norteamericana de los años cuarenta: el conductis-
mo. Se suele decir, por ejemplo, que la Psicología Cognitiva nos ofrece la ima­
gen de un sujeto activo, que no se limita a responder pasivamente a los es­
tímulos del medio, sino que los elabora significativamente, organizando su ac­
tividad con arreglo a planes y estrategias que controlan y guían su conducta
(Miller, Galanter y Pribram, 1960). Se contraponen las explicaciones en tér­
minos de «cadenas» de elementos, que se determinan o condicionan de for­
ma lineal, a las nociones explicativas de la Psicología Cognitiva, que presu­
ponen una determinación jerárquica y recursiva del comportamiento. Se com­
para la parsimonia reduccionista de las explicaciones E-R con la proliferación
de conceptos internos de la Psicología Cognitiva, referidos a estrategias, pla­
nes, procesos y representaciones, esquemas y estructuras que organizan las
funciones de conocimiento. Se destaca la diferencia entre la epistemología ra­
cionalista que defienden algunos de los teóricos más perspicaces de la Psico­
logía Cognitiva, como Jerry Fodor (1975) o Zenon Pylyshyn (1981). Así, se
ofrece el cuadro del paso del conductismo a la Psicología Cognitiva en térmi­
nos de una sustitución revolucionaria de un paradigma dominante por otro
(Lachman, Lachman y Butterfield, 1979; Weimer y Palermo, 1973; Arnau,
1982; De Vega, 1984), y esta imagen tiene mucho de cierto.
Sin embargo, los rasgos de continuidad entre el conductismo y la Psico­
logía Cognitiva son, probablemente, mayores y más profundos que lo que se
perfila en el cuadro anterior, como ha destacado Leahey (1981). El respeto
16 El sujeto de la Psicología Cognitiva

a los métodos objetivos y las supicacias hacia la introspección y la conciencia


(Nisbett y Wilson, 1977; Evans, 1980), el empleo de modelos explicativos me-
canicistas (aunque varíe el tipo de máquina que se emplea como metáfora),
y una perspectiva más bien solipsista en el análisis de la génesis del compor­
tamiento son, por ejemplo, características en que se identifican algunos mo­
delos conductistas con las teorías computacionales más estrictas de la Psico­
logía Cognitiva.
En cualquier caso, el intento de explicar el origen del paradigma cogni­
tivo en términos exclusivamente internos a la Psicología, de sustitución de un
paradigma por otro en función de las anomalías del primero, ofrece una ima­
gen empobrecida de la génesis y, lo que es peor, de la significación de la Psi­
cología Cognitiva. Como ha señalado De Vega (1984), la «emergencia del cog-
Ifiitivismo se debe no sólo a la crisis del conductismo sino a ciertos factores
sociales, históricos o al influjo de otras disciplinas científicas» (p.28). La Psi­
cología Cognitiva es, en realidad, una de las manifestaciones más claras y ge-
nuinas del Zeitgeist científico, la organización tecnológica y ciertos intereses
productivos dominantes en las sociedades tecnológicamente más desarrolla­
das en la segunda mitad de nuestro siglo. Es expresión, si se me permite de­
cirlo así, de una «compulsión hacia la información, la computación y la re­
presentación» que tiene un significado mucho más profundo e influyente que
el de un cambio de paradigmas en una ciencia particular. No es extraña, por
eso, la ubicación de los modelos explicativos más prototípicos de la Psicolo­
gía Cognitiva en el marco de «las ciencias de lo artificial» (Simón, 1968), cuyo
desarrollo ha sido considerable en un mundo que, como dice Simón, «es un
mundo creado por el hombre, un mundo artificial más que natural» (p.16).
Tampoco es extraña, en este contexto, la creciente reivindicación de una Cien­
cia Cognitiva, concebida por unos como un saber unitario y por otros como
una red interdisciplinar, y de la que la propia Psicología Cognitiva constitui­
ría un aspecto particular (Norman, 1981; Kintsch, Miller y Polson, 1984;
Gardner, 1985). Todo ello —el auge de la Psicología Cognitiva, el desarrollo
de las ciencias de lo artificial, la reivindicación de una Ciencia Cognitiva—
es, a un tiempo, consecuencia y causa de la evolución de la sociedad post-in-
dustrial en el trecho de tiempo que nos ha tocado vivir.
Hay que recurrir, por tanto, a la «historia externa», y no sólo a la his­
toria interna de la Psicología, para explicar el origen y la significación de la
Psicología Cognitiva. Los intereses educativos, los desarrollos tecnológicos en
el área del tratamiento de la información, los avances de la cibernética y la
ergonomía, la propia importancia de los símbolos y representaciones en los
sistemas de intercambio de las sociedades avanzadas, están en ese origen.
Pero ello no quiere decir que la Psicología Cognitiva sea una mera expresión
ideológica, como ha pretendido Sampson (1981). Aunque reconozcamos que
ha implicado, en sus formulaciones más prototípicas, las formas de reducción
Introducción 17

subjetivista (esto es, la primacía de las estructuras y procesos del sujeto en la


explicación del conocimiento) y de reducción individualista, que él atribuye
a nuestra ciencia, lo cierto es que el desarrollo de la Psicología Cognitiva ha
supuesto también el estudio empírico y objetivo de viejos problemas episte­
mológicos, la acumulación de una enorme cantidad de datos relevantes sobre
los procesos, estructuras, representaciones y limitaciones de la mente, y una
comprensión teórica mucho más profunda que la que se poseía anteriormen­
te de los mecanismos subyacentes a las funciones superiores y más complejas
de conocimiento (De Vega, 1984). Ha supuesto, finalmente, y esto es lo más
importante, una modificación profunda del modelo o la imagen de sujeto con
que hacemos psicología, de las explicaciones que damos de sus funciones, y
de la perspectiva metateórica en que tiende a situarse el estudio científico del
comportamiento. En otras palabras: el desarrollo de la Psicología Cognitiva
ha implicado una transformación sustancial en el objeto mismo de la Psicolo­
gía.
Comencemos por el aspecto más externo y verificable: el referido a la
acumulación de datos empíricos sobre las funciones superiores, es decir: so­
bre los procesos de percepción, memoria, lenguaje y pensamiento. Para ana­
lizar el crecimiento de las investigaciones sobre estos y otros procesos, en Psi­
cología Experimental, podemos servirnos de la ley establecida por Price
(1973), según la cual todos los aspectos mensurables de una ciencia crecen
con arreglo a una ley de crecimiento exponencial. Este investigador ha cal­
culado en 10 años el índice de duración en psicología experimental. Sin em­
bargo, en el caso de los estudios sobre las funciones superiores, la tasa de cre­
cimiento exponencial fue mucho más alta en los 30 años transcurridos entre
1946 y 1976. Si tomamos como índice las publicaciones reseñadas en Psycho-
logical Abstraéis, veremos que, mientras que el número total de publicacio­
nes citadas se multiplicó por 5 en ese período, el de artículos y libros sobre
percepción, memoria, pensamiento y lenguaje se multiplicó por 16 (pasando
de 78 a 1.275). En otros términos: se duplicó 4 veces, lo que proporciona un
índice de duplicación de siete años y medio. Esta duplicación continuada en
períodos tan breves da lugar a una situación peculiar, a la que Price denomi­
na «contemporaneidad»: los creadores de la Psicología Cognitiva (Simón, Mi-
11er, Bruner, etc.) son, en este momento, investigadores productivos y, en bas­
tantes casos, relativamente jóvenes. Debemos tener en cuenta que la produc­
ción en Psicología Cognitiva se duplica en la mitad de tiempo que en la ma­
yoría de las ciencias experimentales (en que el índice de duplicación medio
es de 15 años), para las que Price (1973) calcula un índice de contempora­
neidad del 87,7%
Este rápido crecimiento exponencial se manifiesta también en la apari­
ción de numerosas revistas y manuales de Psicología Cognitiva: entre las pri­
meras, podemos citar el Journal o f Verbal Learning and Verbal Behavior
18 El sujeto de la Psicología Cognitiva

(1962), Cognitive Psychology (1970), Cognition (1972), Memory and Cogni-


tion (1973) y, con una perspectiva más general, Cognitivo Sciencie (1977), así
como el interés otorgado a los temas cognitivos por revistas más clásicas, como
el Journal o f Experimental Psychology, que dedica un monográfico por cada
número a este tipo de temas, y Psychological Review, que ha dado acogida
a problemas y polémicas teóricas muy relevantes en Psicología Cognitiva,
como por ejemplo el debate sobre la significación de las imágenes mentales
entre Pylyshyn (1981) y Kosslyn (1981). En cuanto a los manuales, una lista
exhaustiva sería demasiado farragosa. Baste con citar los de Reynolds y Flagg
(1977), Bourne, Dominowski y Loftus (1979), Glass, Holyoak y Santa (1979),
Wickelgren (1979), Anderson (1980), Claxton (1980), Moates y Schumacher
(1980), Reed (1982), Wessells (1982), Delclaux y Seoane (1982), Cohén
(1983), Matlin (1983), Eysenck (1984) y De Vega (1984). Las monografías es­
pecíficas con la etiqueta cognitiva constituyen ya una cadena interminable,
aunque no siempre está claro qué se quiere significar con esta etiqueta.
Por muy impresionantes que puedan ser los índices cuantitativos de cre­
cimiento, hay que insistir en el problema del significado, y analizar más a fon­
do el tejido epistemológico de base que se ha relacionado con ese crecimien­
to. Algunos filósofos (vid., por ejemplo, Bueno, 1985; Fuentes, 1983, 1985;
Coulter, 1983; Rorty, 1979) y psicólogos (Sampson, 1981, y Skinner, 1985,
por ejemplo) sospechan que, a pesar de su crecimiento, la Psicología Cogni­
tiva tiene problemas profundos en ese tejido, como esos niños gorditos y de
mejillas rosadas, con buen peso, y una anemia severa por debajo de tan re­
luciente desarrollo.
Capítulo 1
EL CONCEPTO DE
PSICOLOGIA COGNITIVA
Cuando nos enfrentamos a la tarea de definir el tejido epistemológico
a partir del cual se ha desarrollado la Psicología Cognitiva, nos encontramos
con dificultades relacionadas con el carácter difuso del concepto que quere­
mos definir. El intento de establecer unos atributos comunes a los distintos
«subparadigmas» (Mayor, 1980) del estudio psicológico del conocimiento pue­
de tener unos resultados tan decepcionantes como los que tiene el esfuerzo
por determinar cuáles son los atributos comunes a todos los muebles, a partir
del concepto natural que las personas tenemos de ellos: suelen ser de made­
ra, pero los hay metálicos o de cristal, susceptibles de ser movidos, excepto
cuando son armarios empotrados, útiles cuando no exclusivamente ornamen­
tales, etc. Del mismo modo, los atributos con que podemos caracterizar del
modo más general a la Psicología Cognitiva deben entenderse como «tenden­
cias», o rasgos que suelen darse en los ejemplares teóricos más típicos, pero
que no son compartidos necesariamente por todos los subparadigmas, y cuya
definición exige que nos situemos en un nivel de abstracción muy alto, tra­
tando de establecer los aspectos más comunes, es decir aquellos que deter­
minan un cierto «parecido familiar» entre los ejemplares teóricos más típicos
de la Psicología Cognitiva. Hechas estas salvedades, podemos enfrentarnos a
nuestra elusiva tarea.
Probablemente, lo más general y común que podemos decir de la Psico­
logía Cognitiva es que refiere la explicación de la conducta a entidades men­
tales, a estados, procesos y disposiciones de naturaleza mental, para los que
reclama un nivel de discurso propio, que es distinto de aquel que se limita al
establecimiento de relaciones entre eventos y conductas externas (tal como
se da, por ejemplo, en el análisis experimental de la conducta) y del referido

21
22 El sujeto de la Psicología Cognitiva

a los procesos fisiológicos subyacentes a las funciones mentales. Además, ese


nivel de discurso tampoco es reductible al que utilizan las personas cuando
«dan razones» de sus propias conductas o las de los demás en términos de
intenciones conscientes o contenidos mentales que creen reconocer introspec­
tivamente o atribuyen a los otros.
En este nivel de discurso se sitúan las operaciones y estructuras de que
nos hablan los miembros de la Escuela de Ginebra, las computaciones sobre
representaciones de los proposicionalistas, las imágenes mentales de Kosslyn
o Shepard, los prototipos de Rosch, los esquemas de Bransford o Rumelhart,
e incluso las affordances de que habla Gibson, aunque éste trate de despo­
jarlas de todo carácter representacional.
Una caracterización muy semejante a ésta es la que establece Gardner
(1985) para la ciencia cognitiva en general, cuando dice que «lo primero que
caracteriza a la ciencia cognitiva es la creencia de que, para hablar de las ac­
tividades cognitivas humanas, es necesario hablar de representaciones men­
tales y postular un nivel de análisis completamente independiente del bioló­
gico o neurológico, por una parte, y del sociológico o cultural, por otra» (p.6).
Sin embargo, la idea de un nivel de análisis «completamente independiente»
del biológico y sociocultural, o irreductible al de la conciencia y el de las re­
laciones funcionales entre sucesos y conductas externas nos enfrenta, de en­
trada, a algunos de los peligros más serios del tejido epistemológico a que ha­
cíamos referencia: una consideración demasiado radical de la idea de «com­
pleta independencia» es la que está por debajo de ciertas tendencias solipsis-
tas y dualistas, y de la dificultad para dar cuenta de la naturaleza pragmática
y adaptativa del conocimiento y de la funcionalidad de la conciencia, en el
paradigma representacional-computacional dominante en Psicología Cogniti­
va (vid. Riviere, 1986).
Por otra parte, nada más comenzar nuestra definición, ya encontramos
ejemplares teóricos que no encajan bien en ella: para los seguidores de
Vygotski, en la Escuela Socio-cultural de Moscú, las funciones superiores que
pretendemos estudiar los psicólogos del conocimiento, son precisamente el re­
sultado de una génesis sociocultural, de la interiorización de pautas de inte­
racción, y constituyen la trama fundamental de la conciencia humana (Vygots­
ki, 1979; Riviére, 1984), cuya explicación es un objetivo esencial de la Psico­
logía. Además, el proceso de interiorización, que da lugar a las funciones su­
periores, implica una reorganización funcional de los procesos neurofisioló-
gicos, a la que la Psicología no puede permanecer ajena. En otras palabras,
el núcleo de la concepción explicativa de los discípulos de Vygotski parece
consistir, precisamente, en negar la posibilidad de una «completa indepen­
dencia» del nivel mental o representacional con respecto a los otros planos:
el fenoménico (o plano de la conciencia), el «máquina» (en el nivel neurofi-
siológico) y el sociocultural.
El concepto de psicología cognitiva 23

¿Diremos entonces que lo que hacen los psicólogos de la Escuela de Mos­


cú no es Psicología Cognitiva? Desde luego, no lo es si nos atenemos al sig­
nificado más estricto del término, que limita su referencia al subparadigma
de procesamiento de la información, o, más aún, al núcleo computacional-
representacional dé ese paradigma. Sí, en cambio, si nos limitamos a la de­
finición que nosotros (y no Gardner) proponíamos de este primer atributo de
la Psicología Cognitiva: «referir la explicación de la conducta a entidades men­
tales, para las que reclama un nivel de discurso propio». Pues la afirmación
de la génesis sociocultural de las funciones superiores no ha significado, para
los psicólogos de Moscú, un intento de reducción de tales funciones a su gé­
nesis sociocultural. Muy al contrario, Vygotski reclamaba un nivel de auto­
nomía (y, por consiguiente, de discurso propio de explicación) a partir de la
constitución del mundo simbólico, y de una conciencia con una estructura se­
miótica, que reobraría sobre las funciones neurofisiológicas del nivel inferior,
modificándolas e integrándolas en funciones ya propiamente psicológicas.
En su formulación más débil, y que podría referirse a los distintos sub­
paradigmas de la Psicología Cognitiva, la afirmación de que ésta remite la ex­
plicación de la conducta a entidades mentales, que se incluyen en un nivel
de discurso propio, diferenciable del de los planos de conciencia, relaciones
«externas» entre medio y conducta, y procesos neurofisiológicos y sociocul-
turales, no debe interpretarse como un enunciado de independencia genética
(ni, menos aún, ontológica) entre el plano cognitivo y esos otros planos. Se
trata, más bien, de un enunciado de estrategia científica: es útil situar la ex­
plicación del comportamiento, cuando los sujetos recuerdan, reconocen, ra­
zonan, comprenden, etc., en el plano de las estructuras, representaciones y
procesos del conocimiento, el cual se define por un grado de entidad (esto
es, de autonomía) funcional.
Por ahora (y si queremos mantenernos en el nivel muy general de carac­
terización en que estamos), esta idea de autonomía funcional debe interpre­
tarse en un sentido muy débil: trata de expresar, simplemente, el hecho de
que en la conducta se dan ciertas regularidades y formas de determinación
que van más allá de lo que puede expresarse mediante cadenas asociativas de
izquierda a derecha, y que no pueden describirse, sin pérdida de información
sustancial, en términos de relaciones probabilísticas conducta-medio, proce­
sos neurofisiológicos, influencias sociales o culturales, o «razones» intencio­
nales conscientes de que se sirven las personas para dar cuenta de su compor­
tamiento.
Además, aunque tales regularidades puedan corresponder de una forma
más o menos «realista» a regularidades que se dan en el mundo real (como
pretenden los teóricos de concepciones más «ecologistas», entre los que se
cuentan Gibson, 1966, y, en los últimos años, Neisser, 1976) no pueden ex­
presarse mediante el simple establecimiento de relaciones puntuales entre las
24 El sujeto de la Psicología Cognitiva

variaciones de las energías físicas del mundo y las variaciones de las conduc­
tas del organismo. En otras palabras, por muy «ecológico», adaptativo y rea­
lista que sea lo que el organismo «pone de su parte» en la actividad de co­
nocimiento, lo cierto es que pone algo de su parte, que organiza y estructura,
que extrae regularidades que van más allá de la variación «aquí y ahora» de
los parámetros de energía con que se describe físicamente el medio.
De nuevo, este segundo atributo de autonomía funcional vuelve a situar­
nos ante concepciones que encajan con gran dificultad en el significado clá­
sico del término «Psicología Cognitiva» y que, incluso, se apartan intencio­
nadamente de ella. Me refiero, naturalmente, a las teorías de Gibson y los
gibsonianos sobre la percepción y otras funciones (vid., por ejemplo, Gib­
son, 1950, 1966 y 1979, y Turvey, et. al., 1981). Para Gibson, el mundo y los
organismos están constituidos de forma que éstos obtienen la información que
necesitan para su adaptación de una forma «directa», extrayéndola de las ri­
cas variaciones de las energías del medio. Por ejemplo, cuando percibimos
objetos en un espacio de tres dimensiones, la información espacial relevante
está ya en la luz, y no es necesario inferir distancias, o relacionar informa­
ciones de distintos sentidos, o recurrir a la experiencia pasada para percibir
la tercera dimensión. No es preciso recurrir a procesos de «inferencia incons­
ciente» como los que proponía Hemholtz. El propio estímulo contiene sufi­
ciente información como para explicar que el medio sea percibido en tres di­
mensiones. Un estímulo que no se concibe simplemente en términos de la
energía puntual que se transduce por los receptores, sino como estructura ob­
jetiva relacionada con las invariantes y relaciones a que da lugar la reflexión
de la luz en las superficies, ángulos, etc. de los objetos (Fernández Trespa-
lacios, 1985). En definitiva, el mundo físico contiene un grado de estructura­
ción suficiente como para explicar muchos de los fenómenos perceptivos que
tradicionalmente se han atribuido a organizaciones impuestas por el sujeto
que percibe. Podríamos decir, metafóricamente, que éste lo que tiene que ha­
cer (como la propia Psicología) es «abrir los ojos» y extraer esa estructura ob­
jetiva, en vez de inventar o construir una estructura subjetiva.
Como ha señalado Fernández Trespalacios, «la concepción de Gibson es
una concepción ecológica y una teoría de la percepción directa. La estimula­
ción que el organismo consigue operando en el mundo es función del medio
ambiente y la percepción es función de la estimulación» (1985, p.74). En este
sentido, Gibson se opone explícitamente a los intentos de explicar la percep­
ción en términos de computaciones y representaciones de naturaleza cons­
tructiva y, desde el momento en que el paradigma computacional-represen-
tacional es el que suele considerarse como «prototipo» de la Psicología Cog­
nitiva, se opone también a ese paradigma y está muy lejos de considerarse a
sí mismo como un psicólogo cognitivo.
Prescindiendo ahora de los aspectos específicos de la teoría ecológica de
El concepto de psicología cognitiva 25

la percepción, que no vienen al caso, y del mérito de los gibsonianos en des­


tacar la naturaleza adaptativa de las funciones de conocimiento, en su crítica
al carácter excesivamente solipsista del paradigma dominante, lo cierto es que
no tendría ningún sentido hablar de autonomía funcional si los procesos de
conocimiento consistieran solamente en funciones bottom-up de extracción
de las estructuras reales del mundo. Sin embargo, esta posición es difícil de
defender por muchas razones, que me limitaré a enunciar brevemente.
En primer lugar, se plantea la compleja cuestión del significado del con­
cepto de «estructura real» del mundo, y de la consistencia científica que pue­
da tener este concepto, en Psicología, más allá del enunciado de que existe
una correspondencia adaptativa entre la conducta de los organismos y los con­
textos en que ésta se produce. Somos los científicos, en nuestra calidad de sis­
temas cognitivos, los que establecemos esa estructura gracias a las regulari­
dades que abstraemos porque somos capaces de percibir, conservar informa­
ción en la memoria e inferir o generar información nueva a partir de la pre­
viamente poseída. No se trata de negar que lo que llamamos «lo real» posee,
quizá, una estructura objetiva, independiente de que la conozcamos o no. En
todo caso, éste es un problema ontológico, con el que ya se estrellaron repe­
tidamente los realistas y nominalistas de la escolástica medieval, y que no pue­
de pretender resolver la Psicología del conocimiento. La función de ésta es
más bien la de determinar cuáles son los procesos, las estructuras y las re­
presentaciones, los esquemas que empleamos para abstraer esas regularida­
des. «Estoy convencido —dice Gibson— de que la invariancia proviene de la
realidad, y no de ningún otro origen. La invariancia en el ambiente óptico
no se construye o deduce, sino que se descubre» (citado por Royce y Rozem-
boom, 1972, p.239). El problema es precisamente ése: ¿cómo se descubre?
¿Sería posible el «descubrimiento» de la invariancia del ambiente óptico o de
cualquier otro ambiente si el organismo no conservara, en alguna clase de me­
moria —aunque pudiera ser tan breve y huidiza como las memorias sensoria­
les— , representaciones de experiencias anteriores para compararlas con la in­
formación actualmente extraída? Creo que sin algún mecanismo de compa­
ración y, por tanto, de conservación de información, el organismo no podría
establecer ni las invari andas perceptivas más elementales, estaría sometido a
la «exclavitud de lo particular» (en la gráfica expresión de Bruner, et. a i,
1956) y su conducta no sería, en absoluto, adaptativa.
Si la reflexión anterior es correcta, quiere decir que la función de abs­
traer regularidades en el medio, el «descubrimiento» de invariancias, como
las que se dan en los fenómenos de constancia de brillo, forma, color, loca­
lización, tamaño, etc., exige necesariamente la conservación de la informa­
ción en alguna clase de memoria. La función de las memorias sensoriales,
que se ha cuestionado desde la crítica de Neisser (1976) a la artificialidad de
los fenómenos estudiados mediante técnicas taquistoscópicas, podría estar re­
26 El sujeto de la Psicología Cognitiva

lacionada con esa función central de los mecanismos perceptivos de extrac­


ción de regularidades. Pero, prescindiendo ahora de la naturaleza de la me­
moria necesaria para los fenómenos de constancia, lo importante es que és­
tos ya requieren que el organismo ponga de su parte alguna estructura, agre­
gue algo que no está en la variación puntual de la energía física, complemen­
te las funciones bottom-up con procesos top-down, que serían inexplicables
sin estructuras de representación en el propio organismo.
Puede parecer que la discusión nos ha llevado demasiado lejos, más allá
del hilo de la caracterización general que nos proponíamos. Pero no es cierto
del todo: nos permite comprender mejor un tercer atributo general de la Psi­
cología Cognitiva, que se añade a los de referencia a entidades mentales y
suposición de cierto grado de autonomía funcional en éstas, que habíamos es­
tablecido anteriormente. Me refiero al hecho de que la psicología cognitiva,
en todas sus variantes, presupone la idea de que las funciones de conocimien-
( to no sólo están determinadas por funciones «de abajo arriba», sino tam­
bién, en mayor o menor grado, por funciones de arriba a abajo, por procesos
que determinan niveles estructurales inferiores desde otros superiores. Me
atreveré, incluso, a decir esto mismo de un modo más tajante: si la conducta
de los organismos, o sus procesos de conocimiento, no estuvieran determina­
dos (por muy parcialmente que lo estén) «desde arriba», la Psicología Cog­
nitiva no sería necesaria. La parsimonia nos obligaría, en tal caso, a prescin­
dir de sus representaciones y esquemas, sus mapas cognitivos e imágenes men­
tales, sus planes y estrategias, sus operaciones y estructuras, sus modelos men­
tales, en una palabra.
Es evidente que si la conducta de los organismos estuviera absolutamen­
te determinada por las variaciones de los estímulos del medio, en su calidad
de energías físicas (y no de estímulos percibidos o significativos), no habría
ninguna justificación para postular la intervención de entidades mentales con
algún grado de autonomía funcional. Como ha destacado Yela (1974), el re-
duccionismo de Watson se basaba en una confusión entre estímulos proxima-
les y distales, entre las energías físicas que afectan a los receptores y aquello
a que responden los organismos. Sin embargo, éstos son conceptos distintos,
desde el momento en que las propias «respuestas» obedecen a regularidades
cuya descripción no se agota mediante el establecimiento de corresponden­
cias puntuales con las puntuales variaciones de las energías físicas del medio.
¿En qué términos es posible, entonces, realizar la descripción de tales re­
gularidades? Para decirlo de un modo muy general, es preciso recurrir a fo r­
mas de organización del propio sujeto, de su conocimiento o de su actividad,
así como a las relaciones entre estos diferentes «niveles de organización», en
que creo que podemos situar las explicaciones cognitivas.
Para el intento de caracterización global de la Psicología Cognitiva, he
elegido el término «formas de organización», porque en este nivel podemos
El concepto de psicología cognitiva 27

sacar provecho de su propia ambigüedad. Otros términos, como «estrategias»,


«estructuras», «reglas», «esquemas», «procedimientos», «operaciones», etc.,
nos comprometerían excesivamente con subparadigmas específicos o niveles
específicos de descripción. Y, en definitiva, todos esos términos hacen refe­
rencia a formas de organización cuya justificación proviene de su capacidad
para dar cuenta de regularidades de conducta que nos obligan a recurrir a
algo que influye «desde dentro hacia afuera» (y no sólo en la dirección in­
versa) en la regulación del comportamiento. A algo que, además, está efec­
tivamente organizado, y cuyo modo de intervención no puede explicitarse con
descripciones de intercambios bioquímicos, fisiológicos, etc., sino de formas
de conocimiento y representación.
Ahora, el concepto de autonomía funcional, que justifica la referencia
de los psicólogos cognitivos a entidades mentales, comienza a adquirir cuer­
po. Esas entidades mentales son, esencialmente, formas de organización «in­
terna», necesarias para explicar las regularidades de conducta, y la necesidad
de describirlas con un nivel de discurso propio se fundamenta en el hecho de
que su caracterización no se resuelve en términos de intercambios o estruc­
turas de energía, sino en términos de estructuras e intercambios de informa­
ción (en el sentido no-técnico) o, mejor, de conocimiento. Tales formas de
organización serían «irreconocibles» (podemos decir que serían invisibles) si
no hubiera alguna clase, por muy vaga y limitada que sea, de determinación
top-down del comportamiento.
Al hablar de «formas de organización» estamos apuntando a un atributo
central de la Psicología Cognitiva que, como todos los demás, nos sitúa ante
algunos de los peligros y limitaciones más obvias de sus perspectivas explica­
tivas. En primer lugar, debemos destacar el hecho de que los distintos sub­
paradigmas de nuestra ciencia se han caracterizado, realmente, por un com­
promiso con las formas y han tendido a dejar de lado los problemas más re­
lacionados con los contenidos del conocimiento. Solo recientemente se atis-
ban signos de un mayor interés por los contenidos, que resulta necesario para
ofrecer una perspectiva contextual de las funciones de conocimiento, y para
comprender su función adaptativa. En segundo lugar, tales formas han ten­
dido históricamente a identificarse con formalizaciones importadas de la ló­
gica, las matemáticas, la inteligencia artificial o la gramática, configurando lo
que De Vega ha denominado «metapostulado logicista» de la Psicología Cog­
nitiva, que establece que «las representaciones y/o procesos mentales huma­
nos son isomorfos con respecto al sistema de reglas formales lógico o mate­
mático (vg. lógica de proposiciones moderna y lógica de predicados de pri­
mer orden)» (1981, p.3). Es cierto que este «compromiso histórico» con las
formalizaciones lógicas, matemáticas y gramaticales ha tenido un coste que
iba más allá del puro uso instrumental de tales formalismos para expresar rea­
lidades psicológicas, desde el momento en que llevó a una «imagen logicista»
28 El sujeto de la Psicología Cognitiva

del sujeto: un sujeto que, para hablar o comprender emplearía sus conoci­
mientos tácitos de las reglas morfo-sintácticas de la gramática generativo-
transformacional (Miller y McKean, 1964; Savin y Perchonock, 1965; Meh-
ler, 1963; McMahon, 1963; Slobin, 1966; Gough, 1965, 1966, etc.), cuya evo­
lución cognitiva podría describirse en términos de estructuras cada vez más
poderosas y reversibles, que le acercarían progresivamente a un «modelo fi­
nal» de sujeto competente en esquemas de inferencia definidos por la lógica
de clases, proposiciones y relaciones (Inhelder y Piaget, 1955), un procesa­
dor óptimo de la información (Levine, 1966, 1969, 1975), que construiría
«conceptos limpios», semejantes a las clases lógicas, mediante estrategias ac­
tivas de formación y comprobación de hipótesis (Bruner, Goodnow y Austin,
1956), y realizaría operaciones lógicas sobre la información al razonar (Hun-
ter, 1957), un sujeto que ajustaría sus juicios de semejanza al modelo métri­
co euclidiano (Atneave, 1950; Torgerston, 1965; Shepard, 1962) y sus predic­
ciones intuitivas a las leyes bayesianas del cálculo de probabilidades (Ed-
wards, 1968; Peterson y Beach, 1967), etc.
En los últimos años, ese sujeto ha cambiado tanto que resulta práctica­
mente irreconocible: las estructuras con que produce y comprende el lengua­
je están agujereadas de difusas influencias semánticas y pragmáticas (Clark y
Clark, 1977), su competencia final en el manejo de tareas lógicas es más bien
limitada y específica de ciertos campos (Wason, 1966, 1968), sus categorías
difusas y de límites imprecisos (Rosch, 1978), su razonamiento frecuentemen­
te alógico (Evans, 1972) y guiado por «modelos mentales» más que por re­
glas formales (Johnson-Laird, 1983), y sus estimaciones de semejanzas y pre­
dicciones intuitivas están influidas por sesgos irrepresentables en la métrica
euclidiana o el cálculo de probabilidades (Tversky, 1977; Kahneman y
Tversky, 1973). A medida que ha crecido, el sujeto de la Psicología Cogniti­
va se ha hecho menos lógico, más difícil de formalizar, quizá más impredic-
tible y divertido también. Si el interés fundamental de los psicólogos cogniti­
vos de la primera generación parecía residir en demostrar a toda costa la ló­
gica seriedad formal de las competencias cognitivas de su sujeto, el interés
de los psicólogos de la segunda generación parece residir, en gran parte, en
mostrar sus sorprendentes limitaciones y sesgos, las deformaciones (en un sen­
tido muy literal, de divergencia con respecto a las formas pretendidamente
normales) con que procesa la información del medio.
¿Quiere decir esto que la Psicología Cognitiva ha renunciado a determi­
nar las formas de organización atribuibles al sujeto, o su estructura de cono­
cimiento? Creo que no. La creciente divergencia con respecto a los formalis­
mos de la lógica y la lingüística, el descubrimiento de sesgos en el modo de
procesar o representar el conocimiento, son,por el contrario, muestras evi­
dentes de la intervención activa de las formas de organización de la acción,
el conocimiento y el sujeto. Manifestaciones del hecho de que las funciones
El concepto de psicología cognitiva 29

de conocimiento no se limitan a acomodarse a una axiomática objetiva o ex­


terna, sino que expresan un orden interno, que no es un calco del orden de
lo real, ni una sombra de las formas ideales que elaboran los lógicos, mate­
máticos y lingüistas. Un orden quizá más vinculado a la «racionalidad bioló­
gica» que a la racionalidad lógica (De Vega, 1981; Riedl, 1983). El problema
que se plantea, entonces, no es el de la afirmación de la influencia de las for­
mas internas, sino más bien el de los límites de la formalización, y el de la
utilidad de los formalismos lógicos, lingüísticos, computacionales, etc., para
expresar las funciones reales de conocimiento.
Si observamos el desarrollo de la Psicología Cognitiva en los últimos
treinta años vemos que, mientras la primera etapa estuvo caracterizada por
una actitud de importación de los sistemas notacionales de las ciencias for­
males por parte de los psicólogos cognitivos, la más reciente empieza a definir­
se por el hecho de que es la propia Psicología Cognitiva la que exige de los
lógicos, los matemáticos, los lingüistas y los teóricos de la inteligencia artifi­
cial el desarrollo de formalizaciones asimilables a la naturaleza real de los pro­
cesos y representaciones del conocimiento: los marcos, guiones y esquemas,
los conjuntos borrosos y las formalizaciones lingüísticas de fuerte impregna­
ción semántica o pragmática (como las gramáticas de casos o las que asignan
un papel central al componente léxico) se han convertido progresivamente
en nociones de uso muy común en las ciencias formales. El ideal logicista de
las ciencias formales está siendo completado (cuando no sustituido) por una
aspiración más «naturalista», condicionada en gran parte por el fuerte desa-„
rrollo y la influencia de la Psicología del conocimiento, y por las exigencias
de la inteligencia artificial, que llevan a la búsqueda de sistemas de represen­
tación de aquellas funciones en que la versatilidad, rapidez, «inteligencia» de
los sistemas naturales sigue siendo muy superior a las que tienen los sistemas
artificiales de procesamiento de la información.
Este desarrollo plantea dos cuestiones, cuya elaboración desborda por
completo los objetivos de este libro, pero que no podemos dejar de mencio­
nar: ¿hasta qué punto puede ser formalizable la organización «natural» de las
funciones de conocimiento?, y ¿hasta qué punto se apartan efectivamente es­
tas funciones del ideal logicista sostenido tradicionalmente por las ciencias for­
males? La repuesta a una y otra es, en gran parte, común: son cuestiones
que no parecen tener una solución a priori. No parece posible establecer de
antemano las posibilidades de representación formal de las funciones natura­
les de conocimiento, ni decretar, de una vez por todas, su grado de logici-
dad. Sólo la paciente elaboración de una Psicología de conocimiento natural
y social irá dando respuestas matizadas a estas cuestiones. Todo parece indi­
car que estas respuestas se caracterizarán, precisamente, por su carácter ma­
tizado y contextual: probablemente, el ideal de definir un solo formalismo uni­
versal para las funciones de conocimiento deba ser abandonado, porque la
30 El sujeto de la Psicología Cognitiva

mente se caracteriza por la capacidad de formalizar con distintos lenguajes


en función de variables contextúales, intencionales, etc. (Riviere, 1986), y,
por lo mismo, el «grado de logicidad» es variable en función de factores con­
textúales e ínter o intra-individuales. Es decir, para enfrentarnos a los pro­
blemas de formalizabilidad y logicidad, sería necesario que los psicólogos cog­
nitivos empleáramos la flexibilidad y versatilidad que utilizamos cotidiana­
mente cuando resolvemos problemas naturales en un medio natural y proble­
mas sociales en nuestro ambiente social.
La conclusión que se obtiene de las reflexiones anteriores es que el o b -,
jetivo de definir las formas de organización, que se ha marcado históricamen­
te la Psicología Cognitiva, no tiene por qué comprometer con una perspecti­
va formalista o logicista de su objeto, por mucho que se haya comprometido
históricamente la Psicología Cognitiva con esta clase de perspectivas. Tam­
poco supone un compromiso con una posición racionalista, a pesar de la in­
fluencia racionalista en el paradigma dominante
En otro momento señalaba que estas «formas de organización» pueden
situarse en tres planos, que permiten establecer distintos niveles de generali-
dad-especifidad y, en cierto modo, de molecularismo-molaridad en las teo­
rías cognitivas: está, en primer lugar, el plano del sujeto cognitivo. Después,
el plano del conocimiento representado de forma más o menos permanente.
Y, finalmente, el plano de la actividad. Aunque esta distinción no había sido
establecida anteriormente, creo que puede constituir un recurso heurístico
para el análisis de las teorías cognitivas. Antes de emplear el recurso, con­
viene aclarar que los tres planos no son, en absoluto, independientes, y que
los modelos cognitivos suelen remitirse, de forma implícita o explícita, a to­
dos ellos. Sin embargo, también es conveniente advertir que las diferentes teo­
rías cognitivas tienden a situarse preferentemente en uno de estos planos, y
, de ello deriva la utilidad de su distinción.
El nivel más general de descripción de formas de organización mental,
funcionalmente autónomas, en que puede situarse la Psicología Cognitiva, es
el del sujeto cognitivo como tal. Y antes de nada, conviene que nos enfren­
temos a una pregunta más bien inquietante: ¿quién es ese sujeto? Desde lue­
go, no es el que solemos entender por tal en nuestra vida cotidiana. No suele
serlo, por lo menos. Es decir: no suele identificarse el sujeto cognitivo con
ese marco de auto-referencia al que atribuimos, en nuestros intercambios so­
ciales y reflexiones personales, unas ciertas intenciones y metas, un determi­
nado sentido de la identidad personal, una conciencia de segundo orden de
ciertos contenidos, objetivos y razones de conducta. Dicho en otras palabras:
el sujeto cognitivo no se identifica con el «sujeto de atribución de la Psicolo­
gía natural» (Humphrey, 1984). La confusión entre uno y otro sujeto (que es
bastante frecuente) provoca serios malentendidos sobre las metas que se ha
establecido históricamente la Psicología Cognitiva en casi todas sus variantes.
El concepto de psicología cognitiva 31
"| i’ 'm--------1"'“gTygífflnfflfi- I irrrnn y.r-s•mamíTA^x ______:•:•■ . ,

Estas consideraciones dejan flotando una cuestión que constituye uno de


los más formidables retos explicativos con que se enfrenta actualmente la Psi­
cología Cognitiva: ¿cuáles son las relaciones entre el sujeto cognitivo y ese
otro al que hemos llamado «sujeto de atribución de la psicología natural»?
El asunto es complejo y exige, entre otras cosas, dar cuenta de la funciona­
lidad cognitiva de la conciencia y, especialmente, de las formas más específi­
camente humanas de ella. Las respuestas propiamente cognitivas a este pro­
blema son, por ahora, muy especulativas (vid. Johnson-Laird, 1983; Dennett,
1980; Pinillos, 1983) y las más elaboradas y «cognitivas» han sufrido fuertes
críticas (Broadbent, 1984). En cualquier caso, lo que nos interesa ahora es
que el sujeto cognitivo no puede identificarse con el sujeto personal. Como
ha destacado Dennett (1978), las explicaciones cognitivas se sitúan en un ni­
vel sub-personal: «Si uno está de acuerdo con Fodor en que el objetivo de la
Psicología Cognitiva es representar procesos psicológicamente reales que se
dan en las personas, y puesto que la adscripción de creencias y deseos sólo
está relacionada indirectamente con tales procesos, bien podemos decir que
creencias y deseos no son objeto propio de estudio de la Psicología Cogniti­
va. Dicho de otro modo, las teorías cognitivas son o deben ser teorías del ni­
vel sub-personal, en que desaparecen las creencias y los deseos, para ser reem­
plazados por representaciones de otros tipos y sobre otros temas» (Dennett,
op. cit., p. 107).
Algunos investigadores no están de acuerdo en que las teorías cognitivas
deban o puedan situarse en ese nivel sub-personal (Coulter, 1984), pero lo
cierto es que históricamente no se ha dado la identidad sujeto cognitivo-su-
jeto personal, y eso es lo que aquí nos interesa.
Sin embargo, una vez establecido lo que no es el sujeto cognitivo (lo que
no ha sido en la historia de la Psicología Cognitiva), vuelve a plantearse nues­
tra pregunta anterior: ¿qué es entonces?, ¿cómo se ha definido históricamen­
te? En pocas palabras, podemos decir que se ha definido en términos de una
cierta arquitectura funcional (por emplear la feliz expresión de Pylyshyn,
1980), que expresa una forma de organización del sistema cognitivo como tal,
y que —por ello mismo— establece unos límites de competencia en el funcio­
namiento cognitivo del sujeto. Esta definición es intencionadamente muy ge­
neral, de modo que permite incluir concepciones de las distintas «psicologías
cognitivas».
En efecto: una característica de todos los sub-paradigmas cognitivos es
la suposición de que el agente de conducta no es un organismo vacío, ilimi­
tadamente moldeable, sino que se define funcionalmente por una cierta or­
ganización, una determinada estructura o arquitectura. El «diseño» de esa ar­
quitectura es variable, según los intereses temáticos y marcos teóricos de los
modelos cognitivos, pero la suposición de que ese diseño es un recurso expli­
cativo necesario para dar cuenta de la conducta y las funciones de conoci-
32 El sujeto de la Psicología Cognitiva

miento es común: de él hablan Vygotski y Luria, cuando se refieren al carác­


ter «sistemático» de la conciencia y a su estructura interfuncional (Vygotski,
1934), o Piaget cuando define estructuras operatorias, que delimitan la com­
petencia lógica en el desarrollo (Piaget, 1968, 1971), y Chomsky, cuando tra­
ta de definir, a partir de ciertos universales lingüísticos, un mecanismo innato
de adquisición del lenguaje (Chomsky, 1981), o Anderson (1976), cuando tra­
ta de demostrar la equivalencia de su modelo ACT con la máquina de Turing.
Capítulo 2
EL PROCESAMIENTO DE LA
INFORMACION Y EL SUJETO
DE LA PSICOLOGIA
COGNITIVA
Es precisamente en el marco del «núcleo paradigmático» más represen­
tativo de la Psicología Cognitiva, es decir en la perspectiva del procesamien­
to de la información, donde son más débiles los supuestos sobre el sujeto cog­
nitivo. Como señalaba recientemente Adarraga (1986), «del mismo modo que
existen diversas ópticas para abordar lo cognitivo, una de las cuales es el pro­
cesamiento de la información, también dentro de éste son posibles distintas
concepciones del sujeto procesador». Estrictamente, el marco sólo especifica
que éste es descriptible en términos de procesos computacionales (procedi­
mientos de manejo de la información), pero esto no equivale a una defini­
ción concreta de la arquitectura del sistema (1986, p. 23). Ciertamente, los teó­
ricos del procesamiento de la información han hecho, en general, sólo supo­
siciones muy débiles sobre las «formas de organización» del sujeto y su ar­
quitectura funcional. En el artículo seminal de Newell, Simón y Shaw (1958)
estas suposiciones se limitaban a la idea de que el sistema cognitivo puede
asimilarse a una «máquina de manipulación de símbolos» y varias memorias
interconectadas. Naturalmente, el supuesto subyacente era el de que la ma­
quinaria natural de manipulación de símbolos podía asimilarse funcionalmen­
te a los sistemas artificiales de procesamiento de la información. La noción
de un procesador central de propósitos generales permitía mantener un es­
quema débilmente articulado de la arquitectura del sistema cognitivo: el su­
jeto se asimilaría, según este esquema, con un procesador de la información
multipropósito, en que sería posible la implementación de cualquier clase de
algoritmos, con la condición de ser «procedimientos afectivos» (Johnson-
Laird, 1983). El desarrollo del Solucionador General de Problemas (G.P.S.)
de Newell y Simón (1972) partía, en realidad, de esta hipótesis de la capaci­

35
36 El sujeto de la Psicología Cognitiva

dad computacional general (Adarraga, 1986; Zaccagnini, en preparación;


Gardner, 1985). El sistema ACT de Anderson (1976) es, probablemente, el
intento más elaborado de explicitar los supuestos generalistas del marco clá­
sico de procesamiento. La tesis de que cualquier procedimiento efectivo pue­
de ser resuelto por un artefacto formal tan simple como la Máquina de Tu-
ring (1936) se ha tomado, clásicamente, como garantía de que es posible de­
sarrollar una Psicología Cognitiva con supuestos muy débiles sobre la arqui­
tectura funcional del sujeto cognitivo, basados en la hipótesis citada de la «ca­
pacidad computacional general».
La influencia de estos supuestos, no siempre explícitos, en los modelos
de procesamiento de la información ha sido notable. De igual modo que los
sistemas digitales multi-propósito cuentan con un conjunto de algoritmos ge­
nerales independientes, que admiten cualquier clase de datos formalmente
compatibles con su estructura, estos modelos han partido de la idea implícita
de que es posible estudiar aisladamente algoritmos secuenciales, independien­
tes entre sí, que constituirían explicaciones funcionales de procesos cogniti­
vos aislados (Marx, 1970; Adarraga, 1986). La consecuencia ha sido el desa­
rrollo de multitud de «mini-modelos», que son más modelos de tarea que mo­
delos de sujeto, y que tienen una generalidad muy limitada, ofreciéndose im­
plícitamente «un modelo de sujeto bastante semejante a un paquete de soft­
ware de utilidades, compuesto por programas difícilmente articulables» (Ada­
rraga, op. cit.).
Como ha señalado Fodor (1983), la simple suposición de que el sistema
cognitivo es un sistema tan general como la Máquina de Turing escamotea la
necesidad de establecer la arquitectura funcional de dicho sistema, puesto que
«en las máquinas de Turing, la arquitectura fija es, a todos los efectos, ine­
xistente» (p. 128). Tal como él lo ve, el problema es grave', y expresa una di­
ficultad que no es simplemente el producto de una circunstancia histórica o
de una peculiar renuncia de los teóricos cognitivos a definir la arquitectura
funcional del sistema como un todo. Si los procesos cognitivos que «fijan
creencias» (es decir los procesos de pensamiento) son, como dice Fodor, «iso­
tópicos» y «Quineanos», es decir si son sensibles al sistema global de cono­
cimiento y capaces de establecer relaciones con cualquier parte de ese siste­
ma, entonces la falta de una arquitectura funcional fija sería una caracterís­
tica intrínseca de tales procesos. La consecuencia sería que los llamados por
Fodor «sistemas centrales» del funcionamiento cognitivo (es decir aquellos
que establecen relaciones entre conocimientos después del análisis del in-
put) serían, por su propia naturaleza «holística» y global, inaccesibles a un co­
nocimiento científico y «malos candidatos» para las explicaciones computa-
cionales. La expresión más clara de esta idea es la que él mismo llama iróni­
camente «Primera ley de Fodor de la inexistencia de la ciencia cognitiva»,
que establece que «cuanto más global (es decir más isotrópico) es un proceso
El procesamiento de la información 37

cognitivo, menos se entiende. Los procesos muy globales, como los de razo­
namiento analógico, no se comprenden en absoluto» (1983, p. 107).
En definitiva, la consideración del sujeto como una especie de «paquete
de software de utilidades», con escasa o nula articulación, y la proliferación
de «mini-modelos» de procesos superiores, restringidos a tareas específicas
enormemente sensibles a ligeras variaciones de situaciones, contextos, conte­
nidos, etc., la falta de un «modelo cognitivo del sujeto», en una palabra, se­
ría el resultado de una condena inevitable, originada en la propia naturaleza
de las funciones superiores de conocimiento. Es la tesis que podemos llamar
de «Pesimismo Fodoriano», y —como suele suceder con las ideas de Fodor—
constituye una expresión lúcida y profunda de un problema muy real en Psi­
cología Cognitiva.
Nuestras reflexiones nos han traído, por ahora, a un nudo bastante difí­
cil de resolver: dijimos, en otro momento, que la Psicología Cognitiva no se­
ría posible (o, si se quiere, que la autonomía funcional de las formas de or­
ganización, a que remite, no sería «visible») si no fuera porque hay «proce­
sos top-down», es decir procesos en que las estructuras más molares y supe­
riores de conocimiento influyen en las funciones más moleculares. Y parece
evidente que, si no fuera por la influencia de lo más global sobre lo más es­
pecífico, las regularidades que se originan en las formas de organización in­
ternas del sujeto, el conocimiento o la actividad, permanecerían ocultas, y se­
ría posible construir una Psicología completamente explicativa al estilo de
Skinner o, en cierto modo, de Gibson: determinando relaciones funcionales
entre estímulos y conductas, que agotarían todas las regularidades de las pro­
pias conductas. Pero lo que Fodor nos dice es que, en la medida en que los
procesos son más top-down, y exigen un recurso más masivo a lo global para
explicar lo específico y particular, hacen menos posible la construcción ¿a la
Psicología Cognitiva en el núcleo paradigmático de procesamiento de la infor­
mación. Llegados a este punto, parece que lo más sensato sería tirar los tras­
tos y caer realmente en un «pesimismo fodoriano»: acudir, quizá, a un psi­
cólogo al que pediríamos que no nos hiciese un «tratamiento cognitivo» de
la depresión, sino un planteamiento operante, basado en la única psicología
sensata y posible...
¿Es ésta la única solución, o hay alguna forma de deshacer este nudo?
Creo que sí hay formas, aunque no fáciles. En primer lugar, los desarrollos
objetivos de la Psicología del pensamiento no tienen por qué producir un pe­
simismo tan acusado como el de Fodor. Es muy discutible su opinión de que
«el intento de desarrollar modelos generales de la solución inteligente de pro­
blemas —que se asocia, sobre todo, con el trabajo en inteligencia artificial
de figuras como Schank, Minsky, Newell, Winograd, y otros— ha producido
una comprensión de estos procesos sorprendentemente escasa, a pesar del in­
genio y la seriedad con que, frecuentemente, se ha perseguido este propósi-
38 El sujeto de la Psicología Cognitiva
fafasarv mu.. *<aBajr.asg»»-n>aa.-.a omwmx .tuiu

to .‘Tengo la impresión de que cada vez estamos más de acuerdo en que esta
primera fase, por así decirlo «wagneriana», de la investigación sobre inteli­
gencia artificial ha llevado a un callejón sin salida, y que los intereses se di­
rigen, cada vez más, a la simulación de procesos relativamente encapsulados
asociados con la percepción y el lenguaje» (1983, p. 126). Esta es una forma
muy particular de ver las cosas y, desde luego, no sería compartida por todo
el mundo. A pesar de la debilidad de los supuestos sobre la arquitectura fun­
cional del sujeto de esta investigación, que está en la frontera de la Psicolo­
gía Cognitiva y la inteligencia artificial, lo cierto es que sí nos ha permitido
comprender mejor la «arquitectura», o las formas de organización del cono­
cimiento: los conceptos de «esquema», «marco», «guión», asociados a esa
fase «wagneriana» de la inteligencia artificial, han pasado a formar parte de
las explicaciones cognitivas de las funciones «menos encapsuladas», y éstas se
comprenden mucho mejor que hace treinta años.
La consideración anterior nos permite entender un rasgo muy importante
de la «segunda generación» de las teorías cognitivas del paradigma de proce­
samiento de la información: la propensión a ser cada vez más molares, a es­
tablecer (ya que no unos supuestos fuertes sobre las formas de organización
en el plano del sujeto) modelos de organización, relativamente permanente,
del conocimiento. En suma, a reconvertir el problema de organización del su­
jeto en un problema de organización del conocimiento. Los esquemas, guio­
nes y marcos son expresión de este movimiento, que se ha traducido por un
interés cada vez mayor por el tema de la estructura de la Memoria a largo
plazo (vid. Cofer, 1979).
Pero sucede, además, que el axioma clásico del procesamiento de la in­
formación, según el cual el sistema cognitivo puede asimilarse a un procesa­
dor multi-propósito capaz de inplementar cualquier clase de procedimientos
efectivos, no tiene por qué ser seguido a ojos cerrados. Como han señalado
Carello, Turvey, Kluger y Shaw (1982), el concepto de Máquina Universal de
Turing implica la idea de una manipulación formal de símbolos, que no está
sometida a restricciones o leyes físicas o biológicas. Cuando se realiza su com­
petencia a través de procedimientos efectivos en un computador digital, el
funcionamiento de éste sí supone un coste en términos de disipación de ener­
gía. Pero, como señalan Carello et. a i, mientras que el sistema artificial del
procesamiento tiene que cumplir una sola demanda (la de computación) con
unos recursos energéticos muy altos, el organismo está sometido a múltiples
demandas, con recursos energéticos limitados. En estas condiciones, la diná­
mica relacionada con la limitación, distribución y optimización de tales recur­
sos (por ejemplo, en las funciones de atención) puede ser tan pertinente, des­
de el punto de vista cognitivo, como para obligar a una ampliación del mo­
delo explicativo dominante, que tendría que ir más allá de la consideración
de la mente como una «máquina de manipulación de símbolos», e incluir as­
El procesamiento de la información 39

pectos relacionados con el funcionamiento dinámico del organismo, cuyas im­


posiciones al funcionamiento mental podrían ser más altas de lo que presu­
pone el axioma cognitivo clásico de total independencia entre software y hard­
ware.
Evidentemente, uno de los sistemas para acomodar las demandas de co­
nocimiento a los recursos energéticos limitados es la «automatización» y, en
términos más fodorianos el «encapsulamiento» y modularización de ciertas
funciones, ya que, por definición, las funciones automáticas y modularizadas
consumen menos recursos atencionales que las controladas y generales. El in­
terés de los psicólogos y teóricos de la inteligencia artificial por los «sistemas
expertos» (Feigenbaum y McCorduck, 1983) tiene mucho que ver con este
proceso. En la terminología que estamos empleando, podemos decir que, para
hacer compatibles sus recursos limitados con las demandas de conocimiento,
que son crecientes y no prefijadas en el desarrollo «cultural» —para emplear
un término muy afín a Vygotski— , el sujeto construye progresivamente su pro­
pia arquitectura funcional.* Transforma formas de organización de conocimien­
to en formas de organización de sujeto. Diferencia progresivamente una ar­
quitectura específica a partir de mecanismos más o menos globales e inespe­
cíficos.
Lo que sucede es que, para comprender el proceso de construcción de
una arquitectura funcional, es preciso superar algunas limitaciones clásicas
del paradigma de procesamiento de la información, como son las siguientes:
(1) la reducción de las explicaciones de la conducta a términos micro-genéti­
cos, y el relativo desinterés por la macrogénesis, es decir por el desarrollo de
las funciones superiores en la evolución del niño y de la especie; (2) la re­
ducción de la micro-génesis de la conducta a computaciones discretas sobre
representaciones analíticas y discretas (Riviére, 1986); (3) el relativo desinte­
rés por los procesos de aprendizaje; (4) el supuesto axiomático de que la ar­
quitectura funcional del sujeto está prefijada y debe ser fundamentalmente in­
nata; (5) la suposición de que las distinciones general-modular, automático-
controlado y encapsulado-cognitivamente penetrable son dicotómicas, en vez
de expresar dimensiones graduables, según las funciones, su contexto de adap­
tación, el momento de desarrollo y un amplio conjunto de variables indivi­
duales y situacionales.
Sé que la discusión nos ha llevado más lejos, quizá, de lo que debíamos
ir, pero aún quedan algunos flecos, que merecen, por lo menos, un breve co­
mentario: si el cuadro que se perfila en las reflexiones anteriores es correcto,
es decir si el sujeto construye, hasta cierto punto, su arquitectura funcional,
modularizando funciones y liberando recursos generales, para poder adaptar­
se a un medio cultural cuya complejidad no se puede limitar de antemano (me­
diante procesos por los cuales el aprendizaje se convierte en desarrollo), ello
significa que podrá situar sus decisiones sobre la base de niveles cada vez más
40 El sujeto de la Psicología Cognitiva

molares de conocimiento, prescindiendo del crecimiento de los propios re­


cursos de atención y memoria. Y por aquí encontramos, sorprendentemente,
uno de los cabos de un hilo que creíamos perdido irremisiblemente: el del pro­
blema de la funcionalidad cognitiva de la conciencia. En la medida en que los
procesos controlados remiten a niveles más molares de conocimiento, y se
montan sobre una arquitectura funcional más compleja, permiten al sistema
cognitivo situar sus decisiones en planos más altos de abstracción de regula­
ridades. Algo a lo que hace referencia Pinillos (1983), cuando habla de la
«función hiperformalizadora» de la conciencia.
Al buen conocedor, las reflexiones anteriores le habrán traído a la boca
un sabor peculiarmente vygotskiano. Ciertamente, en las observaciones de
Vygotski sobre las relaciones entre aprendizaje y desarrollo, los cambios cua­
litativos de la estructura interfuncional de la conciencia, y la génesis interac­
tiva y cultural de las funciones superiores, se perfila la idea de construcción
de la arquitectura funcional del sujeto, a la que estamos haciendo referencia.
Aunque estas consideraciones sean reconocidamente laxas (y no podrían
ser de otro modo, en el nivel global de definición en que estamos) sugieren
una vía de superación del dualismo entre el sujeto cognitivo y el «sujeto de
atribución de la psicología natural»: el proceso de desarrollo de la arquitec­
tura funcional del sistema cognitivo está estrechamente relacionado con la gé­
nesis de los mecanismos de auto-identidad y constitución de una «conciencia
de segundo orden», entendida como «contacto social con uno mismo». Los
procesos de modularización, liberación de recursos generales, y configuración
de capacidades simbólicas, establecen, probablemente, algunas de las condi­
ciones de posibilidad de la génesis de los aspectos más específicamente hu­
manos de la conciencia.
Pero me temo que estemos yendo demasiado lejos para nuestros propó­
sitos actuales. Hemos recuperado un cabo del hilo perdido de la conciencia,
pero podemos perder el hilo del tema que nos ocupa: el de la relativa falta
de articulación del plano del sujeto cognitivo en el paradigma de procesa­
miento de la información. Aún queda algo por decir sobre este asunto.
En primer lugar, debemos destacar una analogía sorprendente —una
más— entre las concepciones clásicas del modelo computacional y la idea del
sujeto en la tradición empirista y asociacionista de la Psicología, que fue de­
sarrollada por el conductismo, en su vertiente más objetivista: estos últimos
enfoques se han caracterizado siempre por la adopción de unos supuestos mí­
nimos sobre la arquitectura funcional del sujeto. Unos supuestos reducidos
al concepto de asociación. Como dice Fodor (1983, p. 29), el asociacionismo
«no toleraba la proliferación gótica de estructuras mentales», proponía un
aparato mental o de cadenas asociativas subyacentes a la conducta (por ejem­
plo, en el conductismo mediacional) tan parsimonioso que era prácticamente
inexistente. Y, partiendo de un supuesto implícito de isomorfismo entre las
El procesamiento de la información 41

asociaciones por contigüidad de los eventos «reales» del mundo y las asocia­
ciones de elementos mentales o comportamentales, se veía abocado a una con­
sideración extremadamente ambientalista y, por así decirlo, «situacionista»
de la génesis de los procesos mentales o comportamentales.
La hipótesis de la «capacidad computacional general», de un procesador
de la información multipropósito, comparte algunos de estos supuestos y con­
secuencias. Una vez más, debemos atribuir a Fodor (1983) el mérito de su­
gerir esta analogía: si sustituimos el mecanismo de asociación por los proce­
sos de computación, y partimos de supuestos muy débiles sobre la arquitec­
tura del sistema, estamos, como dice Fodor, ante una especie de asociacio-
nismo refinado, o «purificado». La idea de que el sujeto cognitivo es como
una Máquina de Turing, o la reducción de toda arquitectura funcional de di­
cho sujeto a «sistemas de producciones» (Newell y Simón, 1972), equivale a
la suposición de que todo lo que necesitamos para definir al sujeto cognitivo
es un conjunto de elementos computacionales, y un número limitado de ope­
raciones básicas, de forma que el out-put de cualquier modelo cognitivo es­
taría definido por aplicaciones de éstas sobre aquéllos. Tanto en el enfoque
asociacionista como en el de. procesamiento de la información basado en la
hipótesis de la capacidad computacional general, el aparato teórico se redu­
ciría, en último término, a conjuntos de elementos y conjuntos de operacio­
nes combinatorias (asociativas o computacionales) realizables sobre ellos.
Esta semejanza se ve, con la mayor claridad, en el concepto de «Sistemas de
producciones», empleado por los pioneros más destacados del enfoque com-
putacional-representacional en Psicología: Newell y Simón (1972). Si inter­
pretamos los pares de elementos, a-b, del asociacionismo clásico, como «es­
tados mentales», en vez de como elementos conductuales o ideas conscien­
tes, y establecemos mecanismos simples, de tipo condicional, que llevan de
unos estados a otros, estamos ante un sistema de producciones. Anderson
(1976) ha destacado esta posibilidad de asimilar los sistemas de producciones
a mecanismos E-R.
Probablemente, los investigadores que han sido más conscientes de esta
analogía son Anderson y Bower (1973), que sitúan su modelo general del co­
nocimiento de Memoria Asociativa Humana (MAH) en un marco neo-aso-
ciacionista, y reconocen su deuda con la tradición asociacionista clásica. No
es extraño que sea, precisamente, uno de los modelos más ambiciosos y de
ámbito más general de la Psicología Cognitiva (un modelo basado, sin duda,
en la hipótesis de la capacidad computacional general) el que reconoce esa
deuda. Al sustituir las asociaciones «neutras» tradicionales por asociaciones
etiquetadas, y los mecanismos E-R por sistemas de producciones, que tam­
bién «disparan» acciones cuando se cumplen determinadas condiciones, esta­
mos ante los supuestos «arquitectónicos» de un modelo como el ACT de An­
derson (1976), de poder computacional equivalente al que tiene la Máquina
42 El sujeto de la Psicología Cognitiva

de Turing, y que es probablemente la teoría más general y ambiciosa que se


ha propuesto nunca para explicar los procesos superiores desde el enfoque
computacional
Pero, llegados a este punto, se nos plantean dos problemas: en primer
lugar, no está claro que la competencia de computación de los sistemas «na­
turales» (y, más específicamente, del sistema humano de procesamiento de
la información) sea equivalente a la de la Máquina de Turing. La cuestión es
añadir restricciones formales inherentes, que impidan «predecir cualquier
conducta de cualquier forma» (Hayes-Roth, 1979; De Vega, 1981; Kosslyn y
Pomerantz, 1977). Ello equivale a definir, de modo más articulado, una ar­
quitectura funcional para el sistema cognitivo. El segundo problema es que
esos supuestos tan débiles sobre la arquitectura funcional abocan, como su­
cedía con las concepciones empiristas, asociacionistas y conductistas, al mis­
mo enfoque «situacionista» de la génesis del comportamiento que señalába­
mos en aquéllas. La proliferación de «mini-modelos» ad-hoc, bastante inde­
pendientes entre sí, y que son «modelos de la tarea» más que «modelos del
sujeto» es, en cierta medida, una consecuencia inevitable de todo lo anterior.
Desde el momento en que tales «mini-modelos» están determinados funda­
mentalmente por las características de las tareas y de las situaciones, ello quie­
re decir que pueden ser perfectamente compatibles con una epistemología em-
pirista, a diferencia de lo que suele afirmarse.
Pero quizá no hallamos sido justos del todo en el tratamiento que hemos
dado al paradigma computacional-representacíonal. Es cierto que, en lo que
se refiere a los supuestos sobre el «procesador central», no ha sido, en gene­
ral, demasiado cuidadoso en definir una organización concreta, o ha partido
de una aceptación explícita de la hipótesis de que dicho procesador puede asi­
milarse a los sistemas de cómputo de propósitos más generales, y un hard­
ware más permisivo, si se me permite decirlo así. Sin embargo, sí ha estable­
cido ciertas restricciones a la competencia cognitiva humana. Lo que sucede
es que las limitaciones no se han referido tanto a la «máquina de manipula­
ción de símbolos», de que hablaban Newell, Simón y Shaw (1958), como a
las «memorias interconectadas», a las que también aludían, y más concreta­
mente a la memoria a corto plazo, que suele identificarse con la memoria de
trabajo de ese procesador central
No debemos olvidar que, por los años en que comenzaba a definirse con
claridad el paradigma computacional de la Psicología Cognitiva, las investi­
gaciones pioneras de Peterson y Peterson (1959), Brown (1958), y las obser­
vaciones de Miller (1956) y Attneave (1959), estaban permitiendo definir tam­
bién la existencia de un sistema de memoria, funcionalmente diferenciado, y
que parecía imponer severas restricciones a la competencia global del sistema
cognitivo como un todo. El modelo de Atkinson y Shiffrin (1968) permitió
integrar teóricamente un amplio conjunto de datos sobre ese sistema de me-
El procesamiento de la información 43

moría, y constituyó la primera formulación explícita de su arquitectura: las


«estructuras de memoria», constituidas «tanto por el sistema físico como por
los procesos de carácter estructural, y que son invariantes y fijos de unas si­
tuaciones a otras» (Atkinson y Shiffrin, 1968, p. 90). Es decir: Atkinson y
Shiffrin consideraban necesario establecer una cierta «estructura fija» de las
memorias, que —por consiguiente— delimitaría realmente una arquitectura
invariante del sujeto cognitivo, y unos límites de competencia a sus posibili­
dades de tratamiento de la información.
Si tenemos en cuenta las consideraciones anteriores, no podemos extra­
ñarnos de que la memoria a corto plazo se convirtiera en el tema central de
las investigaciones y conceptualizaciones cognitivas durante los primeros quin­
ce años de desarrollo del paradigma de procesamiento de la información. Por­
que era en ese sistema funcional donde se hallaban las estructuras invarian­
tes, las limitaciones «arquitectónicas», que impedían «predecir cualquier con­
ducta de cualquier forma». Ahí estaba el «cuello de botella» del sistema cog­
nitivo, que obviamente no se había encontrado en el procesador central, su­
puestamente equipotente a la Máquina de Turing
Resulta enormemente significativo, en relación con las consideraciones
anteriores, el intento de «traducir» a los términos del procesamiento de la in­
formación ciertos fenómenos e interpretaciones derivados del paradigma que
más claramente establecía una arquitectura funcional y unos límites de com­
petencia en la «arena» cognitiva: el modelo estructural de Piaget. Cuando los
teóricos del procesamiento de la información se han acercado a los fenóme­
nos que parecían indicar una competencia estructural (lógica) insuficiente en
los sujetos en desarrollo, su interés principal ha consistido en demostrar que
dichos fenómenos podrían explicarse por limitaciones en la capacidad de me­
moria de trabajo requerida por las tareas. Por ejemplo, mientras que Piaget
y sus colaboradores (vid. Piaget, Inhelder y Szeminska, 1960; Flavell, 1963)
explicaban la incapacidad de niños de preoperatorio para establecer inferen­
cias transitivas en términos de dificultad para entender la reversibilidad de
las relaciones de orden y agrupar lógicamente relaciones, los investigadores
más cercanos al procesamiento de la información la explicaban por la inca­
pacidad de conservar en la memoria las relaciones entre los términos orde­
nados, y han tratado de demostrar que, cuando se asegura la retención de di­
chas relaciones, niños muy pequeños o adolescentes con retraso mental eran
capaces de realizar inferencias transitivas (Bryant y Trabasso, 1971; Bryant,
1973,1974; Luktus y Trabasso, 1974. Vid. revisión de Thayer y Collier, 1978).
En definitiva: lo que hacen los teóricos del procesamiento de la información,
en este y otros casos, es asignar los límites de competencia del sujeto al único
sistema funcional que parece demarcar esos límites dentro de su marco teó­
rico, que es evidentemente la memoria a corto plazo.
Estas mismas observaciones pueden ayudarnos a comprender mejor los
44 El sujeto de la Psicología Cognitiva

modelos de algunos teóricos que han tratado de acercar el modelo piagetiano


y el de procesamiento de la información, como Juan Pascual-Leone (1980) o
Robbic Case (1978, 1981, 1984, 1985). Pascual-Leone propone un cierto ope­
rador M (identificable con la memoria a corto plazo), que crece de forma
constante en el desarrollo, hasta alcanzar un límite final, y que se lleva «la
parte del león» en la explicación del desarrollo cognitivo. Case formula una
teoría sobre los mecanismos subyacentes al desarrollo intelectual, que esta­
blece explícitamente los siguientes principios: (1) el desarrollo procede por
estadios, caracterizados por una progresiva complejidad en las estrategias o
reglas empleadas para solucionar problemas; (2) una condición necesaria para
este desarrollo es la exposición a información relevante; (3) una segunda con­
dición es la adquisición de una memoria de trabajo suficiente como para coor­
dinar la información relevante a las estrategias más avanzadas; (4) la capaci­
dad de memoria a corto plazo es constante, pero hay un incremento gradual
de la memoria a corto plazo funcional, por el proceso de automatización de
las operaciones características de cada estadio. Además, añade que «la me­
moria de trabajo de un sujeto en un determinado dominio constituye una bue­
na medida de su “inteligencia general” en dicho dominio» (1980, p. 23). El
intento de estos investigadores «neopiagetianos» es el de traducir la descrip­
ción del desarrollo ofrecido por Piaget, para el cual éste consiste en una serie
de cambios cualitativos de unas estructuras a otras, a una formulación en tér­
minos de cambios cuantitativos de la capacidad estructural o funcional (en
este punto hay diferencias) de la memoria de trabajo del sistema cognitivo.
Lo que ya no está tan claro es qué es lo que queda del sistema estructural de
Piaget después de esta traducción, ni por qué siguen considerándose «neo­
piagetianos» estos investigadores.
Ciertamente, la reducción del problema del desarrollo de la competen­
cia cognitiva a un crecimiento subyacente de la capacidad de la memoria a
corto plazo ha constituido la estrategia fundamental utilizada para re-inter­
pretar, en términos de procesamiento de la información, las observaciones re­
cogidas por los investigadores de la Escuela de Ginebra. No parece existir nin­
guna razón de principio para negar la posibilidad de que las modificaciones
cualitativas de la estrategias de pensamiento, y estructuras operatorias que de­
finen a los sujetos en desarrollo, puedan ser resultado de cambios cuantitati­
vos en la capacidad de almacenamiento o chunking de la memoria a corto pla­
zo. Sin embargo, debemos ser conscientes de que, al aceptar esta posibili­
dad, estamos cuestionando implícitamente los supuestos sobre los mecanis­
mos del desarrollo establecidos por Piaget y sus colaboradores: las ideas so­
bre los procesos de equilibración y su importancia en la construcción de es­
tructuras operatorias cada vez'más poderosas, y el papel asignado a los re­
cursos funcionales de adaptación en todo este desarrollo. Es decir: la rein­
terpretación de las observaciones piagetianas en los términos de memoria a
El procesamiento de la información 45

corto plazo (más afines a los teóricos del procesamiento de la información)


no es un movimiento neutro desde el punto de vista de la concepción funda­
mental del desarrollo cognitivo, sino que conlleva un cambio de enfoque de
mucho más largo alcance.
Pero temo que todas estas consideraciones vuelvan a desviarnos del tema
que nos ocupaba en este momento, que era el de los supuestos del modelo
de procesamiento acerca de la arquitectura funcional del sujeto cognitivo. Por
lo que hemos visto hasta ahora, éste suele definirse mediante un sistema que
contiene un procesador central de propósitos generales conectado a dos o más
memorias, una de las cuales (aquella con la que cuenta, de forma directa,
para realizar su trabajo) establece serias limitaciones a la competencia global
del sistema.
La otra fuente de limitaciones, que suele incluir este modelo clásico de
Procesamiento de la Información, se origina en los procesos de atención. D e­
bemos recordar aquí que, del mismo modo que George Miller (1956) emplea­
ba conceptos de la teoría de la comunicación para establecer una limitación
estructural del sujeto humano (por ejemplo en la memoria a corto plazo),
que alejaba a la Psicología de los años cincuenta del modelo de caja-negra o
de mínima arquitectura funcional dominante en el período conductista, por
esas mismas fechas algunos psicólogos británicos, como Colin Cherry (1953)
y Donald Broadbent (1954), estudiaban la capacidad limitada de las personas
para obtener información de «canales con ruido». Como ha señalado Gard-
ner (1985), «el modelo —desarrollado por Broadbent y Cherry— estaba ín­
timamente relacionado con los estudios de Miller sobre el mágico número 7,
puesto que también acentuaba los límites en el procesamiento de la informa­
ción» (pp. 91-92). Los investigadores británicos no se limitaron a señalar los
límites estructurales del sujeto cognitivo de una manera estática, sino que tra­
taron de definir lo que sucede con la información, una vez que ha sido reco­
gida por el sistema cognitivo. En realidad, Broadbent (1958) fue el primer psi­
cólogo moderno que se sirvió de un diagrama de flujo para describir el fun­
cionamiento cognitivo (Lachman, Lachman y Butterfield, 1979; Broadbent,
1958).
Mucho ha llovido sobre la Psicología de la atención, desde que Welford
(1968) y Broadbent (1958) propusieron los primeros modelos que planteaban
limitaciones estructurales muy simples al sistema atencional. La teoría del ca­
nal simple de Welford y la del filtro selectivo de Broadbent (1958) han sido
abandonadas, hace tiempo, por su incapacidad de explicar observaciones ex­
perimentales, como las recogidas por Moray (1959), Treisman (1960) y otros
muchos investigadores. La idea primera de la atención como una especie de
«conmutador», que actuaría sobre la base de características físicas muy sim­
ples de los estímulos, ha sido sustituida, en función de los datos, por concep­
ciones más complejas, que admiten la posibilidad de una selección más tardía
46 El sujeto de la Psicología Cognitiva

(Deutsch y Deutsch, 1963) o, incluso, flexible de los estímulos (Johnson y


Heinz, 1978). La atención no se concibe en términos de un filtro selectivo o
atenuado, sino más bien como un sistema de asignación de recursos de libre
disposición (Kahneman, 1973) o de disposición condicionada por la organi­
zación del sistema cognitivo, o como un sistema de canales múltiples (All-
port, Antonis y Reynolds, 1972) o de recursos múltiples (Navon y Gopher,
1979). Además, la distinción funcional entre procesos automáticos y contro­
lados (Posner y Snyder, 1975; Schneider y Shiffrin, 1977; Shiffrin y Schnei-
der, 1977) ha modificado profundamente las perspectivas teóricas sobre el
funcionamiento de la atención y está en la base de los modelos más actuales,
como el de integración de caracteres de Treisman y Gelade (1980). Pero lo
que nos interesa destacar es que el estudio psicológico de la atención ha im­
plicado un análisis sobre los límites de competencia del sistema cognitivo, que
permitía ir mucho más allá de lo que permitía la laxa definición de su arqui­
tectura funcional en el modelo dominante de procesamiento de la informa­
ción.
Es más: las investigaciones y teorías de la atención han sido siempre de
gran relevancia para la definición misma de esa arquitectura funcional. Por
ejemplo, los trabajos de Neisser y sus colaboradores sobre realización simul­
tánea de tareas complejas, que implican un análisis semántico (Neisser y
Becklen, 1975; Neisser, 1976; Spelke, Hirst y Neisser, 1976; Hirst, Spelke,
Reaves, Caharack y Neisser, 1980) han llevado a cuestionar la idea de que
haya un solo conjunto de recursos atencionales de propósito general (De
Vega, 1984). Además, el grado de interferencia entre tareas concurrentes,
por ejemplo, se ha empleado normalmente como un criterio para establecer
una cierta arquitectura funcional en el sistema cognitivo, por muy débil que
sea, y diferenciar —cuando menos en términos relativos— distintos sistemas
de cómputo. En efecto: si existe interferencia selectiva entre tareas, y ésta es
variable en función de determinadas características estructurales de las tareas,
¿cómo podemos aceptar, sin más, la existencia de un sólo sistema central de
procesamiento, globalmente válido e igualmente funcional para todos los pro­
pósitos?, ¿cómo aceptar que la arquitectura de tal sistema es igual en todas
sus «partes»? Más bien, habrá que suponer precisamente que el sistema con­
tiene partes (ahora sin comillas) o subsistemas con un cierto grado de dife­
renciación funcional. Probablemente, y como ya hemos comentado en otro
momento, ese proceso de (relativa) diferenciación funcional es coextensivo
con el proceso de automatización de determinados mecanismos o recursos,
lo que implica admitir la posibilidad de que se especialicen (no sólo en la fi­
logénesis, sino también en la ontogénesis) sistemas de cómputo. Esta obser­
vación sugiere una línea de investigación, que consistiría en determinar el gra­
do de interferencia «selectiva» entre tareas (versus interferencia general) en
función del desarrollo cognitivo y del grado en que los sujetos han desarro-
El procesamiento de la información 47

liado habilidades de «expertos» en dichas tareas. La predicción general es


que la interferencia será tanto menor y más selectiva cuanto más automati­
zada y encapsulada esté la tarea, es decir cuanto más experto sea el sujeto
en su realización.
Hasta aquí hemos establecido los supuestos más generales sobre la es­
tructura, o la organización, del sujeto cognitivo en el paradigma estándar de
Procesamiento de la Información: hay un procesador central multipropósito,
una memoria permanente, cuyos límites de competencia no son conocidos, y
una memoria de trabajo, que establece serias limitaciones al sistema como
un todo. Además, es muy común la suposición de que el sistema cuenta con
unos recursos globales limitados de atención, aunque algunos investigadores
son remisos a aceptar esta idea (Allport, 1980; Spelke, Hirst y Neisser, 1976;
Neisser, 1976; Neisser, Hirst y Spelke, 1981).
Recientemente, Fodor (1983) ha tratado de ofrecer un modelo más arti­
culado de la arquitectura funcional del sistema cognitivo, sin abandonar el pa­
radigma computacional-representacional. Sus propuestas en The Modularity
o f Mind han provocado ya un considerable debate en Psicología Cognitiva y,
sin duda, van a condicionar mucho el tipo de temas y de problemas a los que
nos dedicaremos preferentemente los psicólogos cognitivos en los próximos
años. El libro ha constituido un acicate para la reflexión y el debate. Debe­
mos, por tanto, analizar aquí las propuestas de Fodor.
C apítulo 3
EL SUJETO MODULAR DE
FODOR Y ALGUNAS
CRITICAS A LA PSICOLOGIA
COGNITIVA
De una forma deliberadamente provocativa, Fodor recupera para la Psi­
cología Cognitiva ciertas tesis.que, en una forma menos refinada, habían sido
mantenidas por la vieja «Psicología de las Facultades», y hace resucitar a una
de las figuras más denostadas y ridiculizadas de toda la historia de la Psico­
logía: la figura de Gall. Aunque, desde luego, Fodor no parece estar dispues­
to a volver a la tarea de medir cabezas o protuberancias craneales, sí le pa­
rece pertinente la idea de que, dejando aparte la distinción funcional clásica
que ha estado implícita en toda nuestra discursión anterior (es decir la dis­
tinción entre las que Fodor llama «facultades horizontales», como la aten­
ción, la memoria y el pensamiento, cuya naturaleza es independiente de los
contenidos a que se aplican), la mente posee una estructura funcional que pue­
de describirse en términos de lo que Fodor denomina «facultades verticales»,
i.e. capacidades que son específicas de ciertos dominios, están genéticamente
determinadas, se asocian a estructuras neurales diferenciadas, y (para decirlo
con palabras de Fodor, que naturalmente no son las de Gall) son «computa-
cionalmente autónomas». Fodor considera que «la noción de facultad verti­
cal es una de las mayores contribuciones históricas al desarrollo de la psico­
logía teórica» (op. cit., p. 22).
El concepto con el que Fodor recupera esta noción de facultad vertical
es el de «modulo cognitivo». Para decirlo brevemente, los módulos serían me­
canismos de computación especializados en el tratamiento de determinados
dominios de contenido (por ejemplo el color, la forma, las relaciones tridi­
mensionales en el espacio, etc.), y cuya organización física corresponde ínti­
mamente a sus mecanismos funcionales. Tales sistemas serían autónomos y
«encapsulados»; es decir, su funcionamiento sería, en gran parte, indepen­

51
52 El sujeto de la Psicología Cognitiva

diente del de otros sistemas cognitivos, y darían lugar a representaciones no-


penetrables por estados globales de conocimientos del sistema cognitivo como
un todo. Además, la organización de los módulos estaría especificada de for­
ma innata, y no sería el resultado de una construcción o ensamblaje de me­
canismos de computación más primitivos.
Una idea importante de Fodor es que tales mecanismos modulares tie­
nen, además, una función diferenciada, que es la de analizar los in-puts esti­
mulares, o —para decirlo en términos algo más técnicos— computar repre­
sentaciones del mundo en un formato que sea accesible a un sistema de com­
putación de propósitos generales, como el que hemos descrito en las páginas
anteriores. Como dice Fodor, «lo que hace la percepción es representar el
mundo de forma que sea accesible al pensamiento» (p. 40). Aunque Fodor
no identifique los sistemas modulares con sistemas perceptivos a todos los
efectos, sí les asigna una función fundamental, que es la de mediar entre los
out-puts de los transductores sensoriales y los mecanismos cognitivos centra­
les. Ello no quiere decir que se limiten a «traducir» las representaciones pro­
ducidas por los traductores (ya que la traducción implica una preservación
del contenido informacional), sino que los sistemas de análisis del in-put son,
en cierto modo, como «mecanismos inferenciales encapsulados», que presen­
tan al sistema central de procesamiento «cosas en el mundo». Por eso, aun­
que sean «impenetrables» por los estados globales de conocimiento de ese sis­
tema, y consiguientemente su funcionamiento pueda describirse como bot-
tom-up con respecto al del sistema como un todo, admiten (si lo pensamos
bien diríamos que «requieren») mecanismos top-down internos.
Fodor piensa que «los analizadores de in-puts», con su especificidad de
dominio y automatismo de funcionamiento relativamente rígidos, son los pro­
totipos primitivos de los sistemas psicológicos de realización de inferencias.
Así, la evolución cognitiva se habría dado en la dirección de una liberación
progresiva de ciertos tipos de sistemas de solución de problemas de las res­
tricciones con las que funcionan los sistemas de análisis de in-puts como me­
canismos de realización de inferencias (por muy primitivas que éstas sean);
Fodor vuelve a la concepción de la percepción de Hemholtz y a la idea de la
inferencia inconsciente, situándose en un terreno muy afín al de los teóricos
de la percepción más cercanos al marco del procesamiento de la información
(vid., por ejemplo, Marr, 1986), y muy lejanos al de los gibsonianos.
A mi entender, hay razones serias para concebir los sistemas de análisis
de in-puts como «inferenciales primitivos», y no como meros traductores, pero
Fodor no saca toda la punta que debiera a estas razones. Trataré de expli­
carme brevemente: cualquier sistema inferencial requiere una memoria. Un
mecanismo que sólo fuese capaz de contar con los datos puntuales del pre­
sente, sería incapaz de ir más allá de ellos. Si aceptamos la argumentación
de Fodor, según la cual los sistemas de análisis de in-puts son, al tiempo, me-
El sujeto modular de Fodor y algunas críticas 53

canismos inferenciales y encapsulados de naturaleza modular, no penetrables


por los conocimientos del sistema general, tendríamos que demostrar empí­
ricamente que tales mecanismos poseen su propia «memoria encapsulada».
Como todos sabemos, esta demostración se realizó, hace bastante tiempo,
con los experimentos de Sperling (1960), que permitieron establecer la exis­
tencia de un registro sensorial visual, y las investigaciones de Averbach y Co-
riell (1961). No es extraño que los investigadores de una tendencia epistemo­
lógica más afín al «realismo directo» hayan cuestionado la funcionalidad de
los registros sensoriales (Haber, 1983; Neisser, 1976; Turvey, 1977), pero ésta
parece fuera de toda duda: estos registros aseguran la «continuidad» de la per­
cepción (Gregory, 1973), la construcción de un «esbozo original» —el primal
sketch de que habla Marr, 1986— de las «cosas del mundo» y se localizan no
sólo en el nivel de los transductores, sino muy probablemente en planos más
altos del procesamiento de los in-puts (Breitmeyer, 1984). Además, no son
un simple resultado estático del trabajo de los analizadores de in-puts, sino
que parecen formar parte constitutiva de estos mecanismos, y aseguran, en
definitiva, su rendimiento inferencial, que les hace capaces de presentar al sis­
tema cognitivo un mundo con un cierto nivel de orden, un mundo de esbozos
representativos con un grado de constancia, diferenciación y continuidad
(Colheart, 1983; Eysenck, 1984; vid. también la excelente revisión de Ruiz
Vargas, 1986, y en prensa).
Hay muchos argumentos para defender la idea de la modularidad (en los
términos de Fodor) de los registros sensoriales. Tienen las mismas caracte­
rísticas que Fodor asigna a los sistemas de análisis de in-put: son específicos
de ciertos dominios (parece haber, por ejemplo, bastantes diferencias funcio­
nales entre la memoria icónica y el registro sensorial auditivo), su funciona­
miento tiene, por así decirlo, un carácter «obligatorio» y no controlable a vo­
luntad, sólo hay un acceso limitado a las representaciones mentales que com­
putan, son rápidos (es decir de breve duración), están «informativamente en­
capsulados» y parecen asociarse a una arquitectura neural más diferenciada
que la que emplean los sistemas centrales.
En suma, los datos que conocemos sobre los registros sensoriales (y que
Fodor no utiliza en su argumentación) encajan sorprendentemente con la ima­
gen fodoriana de los analizadores de in-puts como sistemas inferenciales y mo­
dulares y con la idea de que cualquier sistema inferencial requiere alguna cla­
se de memoria.
Lo que ya no está tan claro es que el lenguaje pueda considerarse tam­
bién como un sistema modular. Y ésta es, sin duda, la hipótesis más fuerte
y contra-intuitiva que maneja Fodor en The Modularity o f Mind. Para defen­
derla, mezcla argumentos muy dignos de consideración con otros de consis­
tencia más dudosa. Por ejemplo, en lo que se refiere a la primera caracterís­
tica de los módulos, la especificidad de dominio, es cierto que los datos em-
54 El sujeto de la Psicología Cognitiva

píricos parecen demostrar que existe una especificidad funcional de los me­
canismos de percepción fonética con respecto a los de percepción acústica en
general (vid., por ejemplo, Liberman y Mattingly, 1985). Pero Fodor da un
salto más peligroso cuando especula con la idea de que la «percepción de ora­
ciones» —con todo lo equívoco que resulta el término «percepción» en este
contexto— pueda corresponder también a mecanismos modularizados, basán­
dose en la consideración de que existen «universales lingüísticos» en un do­
minio tan «excéntrico» como éste, que podría requerir sistemas de procesa­
miento de propósitos limitados.
Tampoco es obvia la idea de que la comprensión sea «obligatoria» y se
dispare «como un reflejo», o pueda hacerse corresponder a un mecanismo de
computación de ruta única. Aunque los procesos de comprensión puedan
incluir mecanismos muy automatizados, puede ser fértil la idea de que pue­
den asimilarse a sistemas capaces de representar el conocimiento de out-put
con niveles de profundidad variable, en función de muy diversos factores
(Riviére, 1986). Ahora bien: los sistemas de computación capaces de variar
la profundidad de las representaciones de out-put tienen que hacerse de­
pender de mecanismos muy generales y, por definición, escasamente modu­
larizados y muy penetrables por estructuras de conocimiento más molares
que sus propios out-puts. Esta reflexión nos acerca a los modelos más top-
down, y basados en la noción de esquema, de la comprensión (como los de
Schank, 1984; o Rumelhart y colaboraciones, 1975), cuestionados por Fodor
(1983).
Una tercera característica de los sistemas de análisis de in-puts es que los
procesos centrales sólo tienen un acceso limitado a las representaciones in­
termedias que computan. Este rasgo es funcional, debido a que «el mundo
es, en general, más estable de lo que lo son sus proyecciones en las superfi­
cies de los transductores» (p. 60), y tales representaciones intermedias con­
servarían aún muchas impurezas relacionadas con variaciones no-regulares de
las energías transducidas. El hecho de que se computen representaciones in­
termedias parcial o totalmente inaccesibles se demuestra en el fenómeno de
que hay rasgos regulares de la estimulación que influyen en la conducta, sin
que seamos capaces de informar de ellos o distinguirlos de forma consciente.
Por ejemplo, diferencias sub-fonéticas, que no se distinguen según los infor­
mes «introspectivos» de los sujetos, afectan a sus tiempos de reacción (Pisoní
y Tash, 1974).
En fin, no es éste el momento de analizar el conjunto de datos a los que
recurre Fodor para demostrar la modularidad del lenguaje. Sí debemos, sin
embargo, resumir la impresión general que producen estos datos. A saber:
constituyen una clara evidencia a favor de la naturaleza modular de ciertos
mecanismos de percepción del habla, pero no de los procesos más complejos
de análisis de los in-puts lingüísticos. Cuando se trata de aspectos propiamen­
El sujeto modular de Fodor y algunas críticas 55

te perceptivos y más ligados al análisis fonológico, Fodor cuenta con pruebas


empíricas relativamente claras; cuando se refiere a procesos más complejos
relacionados con la comprensión y los mecanismos de análisis léxico, sintác­
tico o semántico, suele recurrir a argumentaciones racionales, de naturaleza
mucho más oscura. En suma, aunque esté bastante bien establecida la natu­
raleza modular de la percepción del habla, ello no quiere decir que lo esté la
del lenguaje como tal.
Con esto, podemos volver al asunto que nos ocupaba, que era el de la
estructura funcional del sujeto cognitivo en esta nueva versión del paradigma
computacional. El cuadro que nos ofrece Fodor es el de un conjunto de sis­
temas modulares de propósitos limitados, encargados de la computación de
dominios estimulares específicos, y que sirven para analizar los in-puts y cons­
truir representaciones accesibles, por su formato, a un sistema de computa­
ción de propósitos generales, de naturaleza inespecífica y «holista», y con una
arquitectura suficientemente indiferenciada como para permitir un alto grado
de penetración entre procesos y estructuras de conocimiento. Este sistema ya
no tiene la función de analizar in-puts, sino de «fijar creencias», en términos
de Fodor. El lo define por dos características: (1) es isotrópico, es decir pue­
de acudir a cualquier clase de conocimientos representados en el sistema, para
sus fines de inferencia, y (2) es «quineano», es decir el grado de confirmación
asignado a dichas inferencias es sensible a las propiedades de todo el sistema.
Como ya vimos en otro momento, Fodor es muy escéptico con respecto a las
posibilidades de conocer científicamente un sistema de este tipo y, consecuen­
temente, propone que la Psicología se dedique preferentemente al estudio de
sistemas modulares de análisis perceptivo y lingüístico.
Ya comentábamos en otro momento que no parecen existir razones fun­
damentales para un pesimismo como el de Fodor. Aparentemente, su posi­
ción escéptica con respecto a las posibilidades de estudiar científicamente las
funciones superiores de pensamiento se basa en una cierta confusión entre la
idea explícita de que tales funciones no están encapsuladas y, por tanto, son
sensibles a estructuras generales de conocimiento, como los scripts, esque­
mas, marcos cognitivos, etc., y el supuesto implícito de que son sistemas con
un funcionamiento tan «holista» que «todo está determinado por todo». En
mi lectura, las reflexiones de Fodor no deberían llevar a abandonar la em­
presa de construir una psicología científica del pensamiento, sino a establecer
unos criterios teóricos y metodológicos que permitan explicar cómo es posi­
ble que dichos procesos sean adaptativos cuando tienen un grado tan alto de
penetrabilidad potencial. Es decir: ¿cómo $omos capaces de seleccionar los
esquemas y estructuras de conocimiento que son precisamente los relevantes
para nuestros propósitos de inferencia? Y, si el sistema central es tan isotró­
pico y quineano como dice Fodor, ¿por qué no se extiende la activación de
estructuras de conocimiento hasta abarcar a todo lo que conocemos cuando
56 El sujeto de la Psicología Cognitiva

pensamos en algo determinado?, ¿cuáles son los mecanismos de inhibición


que impiden esta especie de «metástasis cognitiva»?
Sin duda, no poseemos todavía respuestas completas a estas cuestiones,
pero algunos de los desarrollos recientes, en diversas áreas de la Psicología
Cognitiva, nos permiten mantener la esperanza en encontrar alguna solución
para ellas. Por ejemplo, las investigaciones de Tony Marcel (1980, 1983 a y-
b) vuelven a situarnos ante la inevitable categoría de conciencia, como uno
de los recursos necesarios para explicar cómo es que no se produce esa me­
tástasis cognitiva a que parecería condenarnos inevitablemente la naturaleza
isotrópica y quineana de los procesos a que hace referencia Fodor. Aunque
los estímulos sean procesados, de forma no consciente, de forma más porme­
norizada y exhaustiva que la requerida por el carácter categórico, intencional
y adaptativo (es decir contextualmente condicionado) de la acción, sólo son
seleccionados los registros compatibles con las hipótesis perceptuales (que
son, en sí mismas, resultado de un curso de acción adaptativa al contexto),
como base de las representaciones conscientes. Los datos de Marcel ponen
en evidencia la importancia de la función selectiva de la conciencia (Tudela,
1985). En el estudio del razonamiento, Evans (1984), por su parte, ha des­
tacado la importancia de procesos heurísticos, de carácter pre-atencional y
no consciente, y que servirían para seleccionar la información relevante en
un curso de pensamiento. Tales procesos heurísticos de selección establece­
rían, por así decirlo, los «espacios de problema» {vid. Newell, 1980), sobre
los cuales se llevarían a cabo procesos analíticos más relacionados con fun­
ciones conscientes y controladas.
A mi entender, estas observaciones conducen a una cierta línea de refle­
xión que merece la pena seguir, aunque nos desvíe momentáneamente de
nuestro objetivo principal de definición del sujeto cognitivo. Como hemos di­
cho en otro momento, la posibilidad de desarrollar una Psicología Cognitiva
se basa en el supuesto de que existen ciertas regularidades de conducta para
cuya descripción es necesario recurrir a formas mentales de organización, con
cierto grado de autonomía funcional, y que no pueden reducirse ni al plano
máquina de descripción del funcionamiento del hardware neurobiológico ni
al plano fenoménico de la conciencia.
Pero no todo el mundo está de acuerdo con esta idea. El filósofo John
Searle (1985), por ejemplo, ha realizado recientemente una lúcida crítica de
la Psicología Cognitiva, cuyo argumento fundamental es que entre el «plano
máquina» de las funciones neurobiológicas y el «plano fenoménico» de la con­
ciencia intencional no hay nada que añadir. «Además de un nivel de estados
mentales, como las creencias y deseos, y un nivel de neurofisiología, no se
necesita nada que rellene el hueco entre la mente y el cerebro, porque no
hay hueco que rellenar. Como metáfora para el cerebro el computador no es
probablemente ni mejor ni peor que anteriores metáforas mecánicas. Apren­
El sujeto modular de Fodor y algunas críticas 57

demos tanto sobre el cerebro diciendo que es un computador como diciendo


que es una centralita telefónica, un sistema telegráfico, una bomba de agua
o un motor de vapor» (p. 64).
Es decir, Searle presenta un punto de vista, alternativo al de la Psicolo­
gía Cognitiva (en cualquiera de sus variantes), y que trata de hacer compati­
bles lo que él mismo llama un «fisicalismo ingenuo» y un «mentalismo inge­
nuo»: los fenómenos mentales, definidos por ser intencionales, subjetivos, y
«frecuentemente» conscientes, «son solamente rasgos del cerebro» (p. 32).
Pueden definirse en un nivel macroestructural como actos intencionales, o en
un plano microestructural, como funciones neurobiológicas. Pero no es ne­
cesario recurrir a un plano representacional-computacional de descripción.
En realidad, el recurso a ese plano se basaría en una seria confusión: la de
suponer que, como decían Newell y Simón, los sistemas artificiales de com­
putación «manipulan símbolos». A mi entender, Searle tiene razón cuando
insiste en que el concepto de símbolo en Inteligencia Artificial no es más que
una metáfora dudosa: los «símbolos» humanos tienen necesariamente una re­
ferencia intencional a un»significado, es decir se definen semánticamente. Pero
los símbolos del computador sólo se definen formalmente, sintácticamente. Es
decir: no tienen significado en un sentido auténtico.
La problemática de la conciencia vuelve a revolotear sobre estas refle­
xiones. El problema que se plantea, en el fondo, es el siguiente: ¿hay nece­
sidad de recurrir a un plano de representaciones no-conscientes, que serían,
a un tiempo, base y resultado de computaciones, para dar cuenta de las fun­
ciones de conocimiento? Si la respuesta es negativa, la supuesta autonomía
funcional del plano representacional, en que se basaba nuestra definición de
la Psicología Cognitiva, se evapora como por ensalmo. Si no hay nada rele­
vante entre el plano neurobiológico y el fenoménico, no hay por qué crear
un plano cognitivo diferenciado. O, en caso de hacerlo, éste se identificaría
enteramente con el plano de la conciencia, configurando un tipo de Psicolo­
gía Cognitiva muy diferente del que conocemos ahora. Una Psicología Cog­
nitiva cuyo sujeto estaría mucho más identificado con el que hemos llamado
«sujeto de atribución de la psicología natural», es decir, aquel al que asigna­
mos intenciones, creencias, etc. en nuestros intercambios interpersonales o in-
tra-personales —con nosotros mismos— . La tesis de Searle (1985) es que no
existe ningún plano explicativo entre el organismo y el sujeto de atribución de
la Psicología Natural. La toma en consideración de esta tesis llevaría a un do­
ble movimiento: (a) un intento de reducir al lenguaje de la neurobiología las
explicaciones sobre las funciones mentales, y (b) un intento de tomar en se­
rio el lenguaje de la Psicología Natural, cuya característica principal es la
«atribución al sujeto de predicados intencionales».
Ahora bien, estos procesos intencionales se dan con respecto a los objetos
del mundo, que son «construcciones o modelos de la conciencia» (Yates,
58 El sujeto de la Psicología Cognitiva

1985). Si damos un paso más de los dados por Searle, y nos acercamos a cier­
tas posiciones mantenidas recientemente por psicólogos del conocimiento
(vid. Yates, op. cit.), podemos decir que la conciencia construye «modelos
de mundo», que funcionan como simulaciones de aspectos de lo real, a los
que se asignan planes de acción específica. Yates, que ha formulado la teoría
de la conciencia como sistema de construcción de «modelos de mundo», tam­
bién duda de que sea necesario recurrir a representaciones intermedias no-
conscientes, para dar cuenta de los procesos de percepción o pensamiento,
aunque reconoce que son necesarias para explicar los procesos de acción y
producción del lenguaje (es decir los aspectos más eferenciales del compor­
tamiento), en que las intenciones conscientes se realizan a través de la des­
composición de las representaciones intencionales en niveles más específicos,
y no conscientes, de especificaciones de micro-acciones.
Llevadas hasta sus últimas consecuencias, las posiciones de Searle (y las
de Yates, en parte) supondrían la desaparición de la Psicología Cognitiva, tal
como se concibe actualmente. En esencia, lo que se plantea es la posibilidad
de ir directamente desde el organismo al sujeto de intenciones de la Psicolo­
gía Natural, sin pasar por el camino de un supuesto «sujeto cognitivo» capaz
de computar representaciones. En opinión de Searle, la única diferencia en­
tre la descripción neurobiológica y la intencional reside en la «molaridad» de
la segunda, frente al carácter más molecular de la primera. «Lo mismo que
necesitamos la distinción micro-macro para cualquier sistema físico, así tam­
bién, por las mismas razones, necesitamos la distinción micro-macro para el
cerebro, dice. Y aunque podamos decir de un sistema de partículas que está
a 10° C o que es sólido o que es líquido, no podemos decir de ninguna par­
tícula dada que esa partícula es sólida, o líquida, o que está a 10° C... De la
misma manera, en la medida en que sabemos algo sobre ello, aunque pode­
mos decir de un cerebro en particular: “Este cerebro es consciente” o “este
cerebro está teniendo una experiencia de sed o de dolor” , no podemos decir
de ninguna neurona particular del cerebro: “Esta neurona tiene dolor, esta
neurona está teniendo una experiencia de sed” ... aunque hay enormes mis­
terios empíricos sobre cómo funciona en detalle el cerebro, no hay obstácu­
los lógicos o filosóficos, o metafísicos, para dar cuenta de la relación entre la
mente y el cerebro en términos que son completamente familiares para no­
sotros a partir del resto de la naturaleza» (1985, p. 27).
Sin embargo, sí existen algunos problemas en este intento de pasar di­
rectamente del cerebro al sujeto consciente e intencional de la Psicología Na­
tural. En primer lugar, está el hecho reconocido de que, en el nivel «macro»
de descripción, emergen propiedades no conceptualizables en el nivel más mi­
cro-estructural. Por eso mismo es una metáfora inadecuada decir que «el ce­
rebro tiene intenciones», como lo es decir que «una molécula está mojada».
No; es un sujeto el que tiene intenciones, un sujeto —y no un cerebro— el
El sujeto modular de Fodor y algunas críticas 59
•msm ......

que es consciente, y el que tiene experiencias de sed y de dolor, y éstas son


funciones de adaptación, cuya descripción no se agota con sólo decir que son
«rasgos del cerebro», sino que debe situarse en la interfase entre el sujeto y
un sistema más amplio, que es su medio de adaptación.
Pero sucede, además, que cuando nos situamos en el nivel más macro-
estructural de descripción de las funciones del cerebro, ese nivel se caracte­
riza precisamente por consistir en la descripción de funciones de conocimien­
to. Naturalmente que el cerebro es como cualquier sistema físico, pero eso
no es relevante para definir su peculiaridad funcional como organización ca­
paz de representar, de algún modo, regularidades del mundo y del propio su­
jeto, y consiguientemente capaz también de coordinar adaptativamente, y de
forma jerárquica y regulada, la interacción entre el mundo representado y el
sujeto en que se representa.
Y esta reflexión nos lleva a una tercera cuestión: ¿son sólo las represen­
taciones intencionales y conscientes las que explican esa regulación adaptiva
de la conducta? Es importante que nos demos cuenta de que si lo son, es de­
cir si la repuesta a esta pregunta es positiva, el proyecto de Searle de com-
patibilizar un fisicalismo ingenuo con un mentalismo ingenuo, dando al traste
con la Psicología Cognitiva,- es perfectamente posible y de lo más sensato. Di­
cho de otro modo, si las regularidades de la conducta adaptiva pudiesen ex­
plicar exclusivamente como función de las representaciones fenoménicas y ac­
cesibles a la conciencia subjetiva, las formas de organización funcionalmente'
autónomas, a que hace referencia la Psicología Cognitiva, no serían necesa­
rias. La única «arquitectura funcional» requerida para hacer Psicología sería
la arquitectura funcional del cerebro, y las únicas representaciones, o formas
de organización del conocimiento necesarias, serían los contenidos fenomé­
nicos de la conciencia. Algo semejante a lo que pensaban Wundt y los psicó­
logos de la Gestalt, y que ya fracasó en su tiempo. Esta observación nos lleva
a un principio interesante, y que no suele formularse explícitamente. A sa­
ber: que la Psicología Cognitiva, en su concepción actual, se basa en el su­
puesto fundamental de que hay representaciones no identif¿cables con las de la
conciencia, capaces de explicar, en su calidad de estructuras de conocimiento,
determinadas regularidades de la conducta.
Frente al «mentalismo ingenuo» que propone Searle, la Psicología Cog­
nitiva ofrece la imagen de un mentalismo «sofisticado», construido sobre la
idea de que es posible reconstruir estructuras de conocimiento que no son
transparentes para el propio sujeto, y que, sin embargo, influyen, de forma
efectiva, en su conducta. ¿Hay argumentos empíricos para sostener esta idea?
Creo que los hay, y en una cantidad apabullante. Nisbett y Wilson (1977),
por ejemplo, han revisado una abundante literatura que demuestra que, con
mucha frecuencia, las personas no somos conscientes de la existencia de de­
terminados estímulos que influyen en nuestras respuestas, ni de las propias
60 El sujeto de la Psicología Cognitiva

respuestas, ni de las verdaderas relaciones causales entre estímulos y respues­


tas. Nuestras explicaciones conscientes de la conducta se basarían más en teo­
rías causales implícitas (es decir, de nuevo, en estructuras no-conscientes de
conocimiento) que una verdadera trasparencia de las causas de la conducta.
Ya hemos citado los datos de Marcel (1983 a y b), que demuestran la abs­
tracción de representaciones no-conscientes de conocimientos, a partir de es­
tímulos presentados por debajo del S.O.A. (Stimulus Onser Asynchsony), y
que influyen en los tiempos de reacción en tareas de decisión léxica. Gene­
ralmente, no somos conscientes ni siquiera de las estrategias, reglas y esque-
mas'de que nos servimos para resolver problemas (Evans, 1980 a y b). Frou-
fe (1985) ha realizado una excelente revisión de un amplio conjunto de ob­
servaciones que demuestran que la conciencia de los procesos y representa­
ciones intermedias (incluso, en muchas ocasiones, de los productos finales del
procesamiento de la información) es escasa y poco digna de confianza. Y, lo
más curioso de todo, Yates (1985), al mismo tiempo que duda de la necesi­
dad de acudir a «representaciones intermedias» y no-conscientes para expli­
car los procesos de percepción y pensamiento, recurre a ellas para explicar
los fenómenos de la propia conciencia, concebidos en términos de «aplica­
ción de prototipos mentales» a las sensaciones. Pero, ¿qué son esos prototi­
pos sino representaciones que no son conscientes como tales, representacio­
nes «intermedias» tales como las que Yates rechaza?
En definitiva: el sujeto de atribución de la Psicología Natural ha demos­
trado, una y otra vez, ser un mal psicólogo del conocimiento. Para explicar
los procesos de conocimiento y las regularidades de la conducta, tenemos que
recurrir a estructuras cognitivas, procesos y representaciones a los que ese su­
jeto no tiene acceso directo. A formas cuyo valor explicativo no depende de
que consistan en trasiegos de materia y energía en el cerebro, sino del hecho
de que son conocimientos. Estructuras que abstraen, de forma regular y re­
glada, relaciones que se dan en el medio o en la propia acción. Sin la esca­
lera de las representaciones intermedias, el salto del organismo al sujeto de
atribución de la Psicología Natural es un salto en el vacío. De la intención a
la neurona hay un camino más largo de lo que piensa Searle (1985).
Aunque el sujeto de atribución de la Psicología Natural sea un mal psi­
cólogo cognitivo, puede que sea un buen psicólogo natural. Probablemente,
la descripción de Nicholas Humphrey (1984) de la evolución humana y de la
conciencia hasta desarrollar un homo psychologicus, con una capacidad no­
table de identificarse con los demás y preveer su propia conducta y las de los
otros, debe ser tenida en cuenta por la Psicología Cognitiva, excesivamente
encerrada en un mundo solitario de computaciones y representaciones. Es su-
gerente la idea de que la forma de las computaciones y de las estructuras de
conocimiento no es indiferente al hecho de que, en cierto modo, el hombre
ha evolucionado hasta convertirse en un tipo especial de psicólogo de sí mis­
El sujeto modular de Fodor y algunas críticas 61

mo y de los demás, que se atribuye y atribuye intenciones. Quizá su notable


poder de cómputo tenga, en gran parte, su origen evolutivo en una necesidad
de coordinar su conducta con la de otros, y de ir más allá de la representa­
ción de las propiedades de comportamientos puntuales, hasta la representa­
ción de intenciones más invariantes, que dan sentido a los comportamientos
propios y ajenos. Desde cierto punto de vista, los propios psicólogos cogni­
tivos somos un resultado de la evolución del homo psychologicus de Hum-
phrey (1984), y hemos llegado a darnos cuenta de que, más allá de las inten­
ciones nuestras y de los demás, hay representaciones no-conscientes de conoci­
miento que permiten explicar una porción aún mayor de las regularidades sub­
yacentes al comportamiento. Pero me temo que, desgraciadamente, la bro­
ma del psicólogo cognitivo como resultado de la evolución del homo psycho­
logicus muestra su carácter insatisfactorio cuando se compara la gran habili­
dad pragmática que tiene éste en las situaciones de interacción con la eficacia
pragmática que ha tenido, hasta hoy, la Psicología Cognitiva.
C apítulo 4
GRAMATICA, SUJETO Y
CONOCIMIENTO EN
CHOMSKY
En realidad, si uno es «psicólogo natural sofisticado», le es difícil resistir­
se a la idea de que debe haber ciertas representaciones que, sin ser identifi-
cables con las intenciones conscientes, nos permiten comportarnos como lo
hacemos. Por ejemplo, mientras escribo me doy cuenta de que mis intencio­
nes de comunicación se realizan a través de oraciones de mi lenguaje que son
gramaticalmente correctas y contienen los elementos léxicos adecuados para
esos propósitos de comunicación. Como psicólogo natural, diría que las pa­
labras y las oraciones «salen de mí», con sus formas hermosamente reguladas
y regladas, sin que yo tenga ninguna conciencia de los procesos y represen­
taciones que me llevan a escribir en el papel oraciones gramaticales con pa­
labras adecuadas. Mi intención de transmitir determinados significados, de
los que soy más o menos conciente, alcanza su cumplimiento gracias a que
debo conocer algo de lo que no soy, sin embargo, consciente. Algo como cier­
tas reglas, que me permiten decir que «las palabras y las oraciones salen de
mí» y me impiden decir que «mí las oraciones las de palabras salen», por ejem­
plo. Y otras reglas, que me permiten encontrar, sin esfuerzo, las palabras que
necesito para transmitir los significados que quiero transmitir. Pero, sin duda,
las representaciones de esas reglas no son accesibles a mi conciencia. No las
encuentro en mis introspecciones. Me permiten comunicarme eficazmente,
pero no saber cómo lo hago. Esas reglas parecen formar parte de mí, como
sujeto cognitivo, pero al mismo tiempo no siento que formen parte de mí
como sujeto al que atribuyo determinadas intenciones conscientes. Paradóji­
camente, las conozco pero no puedo expresarlas formalmente o reconocerlas
introspectivamente. Y, como psicólogo natural, como homo psychologicus
(no como profesional de la Psicología Cognitiva), tengo la intuición de que

65
66 El sujeto de la Psicología Cognitiva

ni el mismísimo Chomsky, con el cual me identifico muy literalmente en mi


calidad (y la suya) de homo psychologicus, debe ser capaz de descubrir, en
algún escondrijo de sus introspecciones, las reglas que a él y a mí nos permi­
ten comunicarnos por medio de un sistema estructurado, regular, tan pode­
roso como el lenguaje natural.Tengo la impresión de que, hasta el propio
Searle, cuando niega la posible relevancia de las reglas y representaciones no-
conscientes para explicar el comportamiento humano, se sirve de ellas para
construir las oraciones gramaticales con que las niega.
Estas reflexiones nos permiten perfilar una tercera concepción del sujeto
cognitivo, en la que el lector habrá reconocido fácilmente la mano inconfun­
dible de Noam Chomsky (1957, 1965, 1980). En los términos que hemos em­
pleado a lo largo de la explicación, podemos decir que la esencia de la posi­
ción chomskiana consiste precisamente en identificar la forma de organiza­
ción del sujeto con una determinada forma de organización del conocimiento.
Es decir, en entender al sujeto cognitivo como un conjunto de representacio­
nes de reglas, que definen ab initio una determinada arquitectura funcional
muy poderosa, un núcleo fijo e innato que hace posible el desarrollo del co­
nocimiento o, para ser más específicos, el desarrollo del lenguaje. Aunque
pueda parecerlo, esta posición no es igual a la de Fodor (1983), como este
mismo autor ha tenido buen cuidado en destacar. Fodor define la arquitec­
tura funcional del sujeto cognitivo por un conjunto de sistemas de computa­
ción de propósitos específicos y un sistema de propósitos generales. Chomsky,
mucho más cercano al racionalismo clásico de Descartes, por un conjunto de
conocimientos, en un sentido más literal. «Lo importante en el cuadro que
dibujan los neocartesianos —dice Fodor— es que lo que se representa de for­
ma innata podría constituirse bona fide en objeto de actitudes preposiciona­
les; lo innato debe ser el tipo de cosa que puede servir de valor de una va­
riable proposicional en esquemas del tipo (X sabe(/cree/conoce) que P)»
(1983, p. 5).
El sujeto debe conocer ciertas verdades acerca de la estructura posible
de los lenguajes para poder desarrollar su lenguaje. Es decir, debe poseer cier­
tos contenidos proposicionales acerca de la naturaleza de determinados ras­
gos universales a todos los lenguajes. Y esos contenidos proposicionales, que
no se identifican con contenidos conscientes, son los que definen la organi­
zación, la arquitectura del sujeto como ser competente para desarrollar, o
«desplegar» a partir de ese núcleo, las reglas específicas del lenguaje que se
habla en su comunidad. Ahora bien: ni el conjunto de conocimientos repre­
sentados en ese núcleo fijo, cuyo crecimiento está madurativamente prede­
terminado como si fuera una especie de «Organo mental», ni las reglas deri­
vadas de la interacción entre el equipo cognitivo innato y el lenguaje de la
comunidad, son conscientes. Chomsky señala que «la accesibilidad de los con­
tenidos de la mente es en principio una doctrina bien establecida que aparece
Gramática, sujeto y conocimiento en Chomsky 67

en varias formas y en diversas corrientes de nuestra tradición intelectual. El


estudio del lenguaje me parece sugerir que debe ser abandonada incluso como
punto de partida. No hay razón para suponer que tenemos accesos privile­
giados a los principios de conocimiento involucrados en nuestros conocimien­
to y uso del lenguaje, que determinan la forma y el significado de la oracio­
nes o las condiciones para su uso, o que relacionan el órgano mental del len­
guaje a otros sistemas cognoscitivos» (1983, p. 254).
Nos hallamos ante una pintura del sujeto que, aunque sea muy compa­
tible con la que se realiza desde las diversas variantes —más o menos modu­
lares— del paradigma representacional-computacional, debe distinguirse cui­
dadosamente de ella. Lo que define al sujeto lingüístico de Chomsky no son,
por así decirlo, unas «herramientas de computación vacías», aplicables a do­
minios específicos o generales, sino unos contenidos inconscientes de conoci­
miento referidos bien a todos los lenguajes humanamente posibles (lo que de­
fine el sujeto como competente para desarrollar cualquier lenguaje natural al
que pueda estar expuesto) o bien a su propio lenguaje (lo que le define como
sujeto competente para producir y comprender infinitas oraciones gramatica­
les), que no es más que una especificación de esa especia de «lenguaje uni­
versal», que el sujeto conoce desde un principio.
En cierto modo, podemos decir que, si la Psicología Cognitiva se define
por la suposición de que hay representaciones no-conscientes capaces de ex­
plicar determinadas regularidades de la conducta, la posición chomskiana
constituye, al mismo tiempo, un prototipo y una formulación radical del pa­
radigma cognitivo. Una formulación que no se contenta, además, con las dé­
biles suposiciones sobre la arquitectura del sujeto del paradigma estándar de
procesamiento de la información, sino que requiere y exige una rica estruc­
tura de conocimientos, que definen al sujeto como lingüísticamente compe­
tente (en el «estado final» de desarrollo del lenguaje) o como competente
para desarrollar un lenguaje (en el «estado inicial»). En suma, Chomsky asu­
me la posición más fuerte acerca de las formas de organización del sujeto cog­
nitivo: la posición clásica del racionalismo cartesiano, que consiste en propo­
ner que el sujeto no sólo no es un cuenco vacío en que la experiencia escribe
sus palabras, ni siquiera es sólo un organizador de la experiencia, a partir de
puras formas que impusiera sobre ella (a la manera kantiana y, en cierto
modo, piagetiana), sino que posee conocimientos anteriores a cualquier ex­
periencia, y que son los que la dan sentido y estructuran.
¿Y en qué consisten esos conocimientos?, ¿qué clases de conocimiento
son? Como ha señalado Hierro Pescador, en su lúcido análisis de La teoría
de las ideas innatas en Chomsky (1976), la respuesta a estas preguntas no es
nada fácil. A veces, Chomsky identifica el conocimiento con un saber incons­
ciente de las reglas de la gramática universal (estado inicial) o de la gramá­
tica particular de su lenguaje (estado final); otras asimila el conocimiento del
68 El sujeto de la Psicología Cognitiva

lenguaje, o la competencia lingüística, no ya con el conocimiento de la gra­


mática sino con la gramática misma, entendida como un sistema abstracto de
reglas subyacentes a la conducta y que determinan la forma y el significado
de un número potencialmente infinito de oraciones gramaticales y significa­
tivas. En ocasiones, Chomsky habla de esa gramática como «un sistema de
creencias», o de estrategias o hipótesis para interpretar los estímulos. En fin,
no está claro si el «saber» de que habla Chomsky es un «saber qué» o, más
bien, un «saber cómo», con arreglo a la distinción de Ryle (1949), aunque
parece creer que es las dos cosas al mismo tiempo.
En cualquier caso, lo que sí parece darse es una identificación de la es­
tructura de conocimientos que define al sujeto con una gramática. Aunque
resulte peculiar esta definición, podemos decir que el sujeto se concibe aquí
como una gramática, es decir como una cierta organización de reglas que son
capaces de generar las reglas de un lenguaje particular (gramática universal,
con que se define el estado inicial) o las oraciones específicas del lenguaje ge­
nerado (gramática particular del lenguaje desarrollado). Para decirlo con
otras palabras, el sujeto se define por poseer un «conocimiento genético»
(Chomsky, 1980) de una cierta gramática universal, que podemos decir que
se caracteriza por unas reglas capaces de generar cualquier lenguaje natural y
sólo un lenguaje natural. Y a esta definición «genotípica» del sujeto se añade
una definición «genotípica» del hablante, ya competente lingüísticamente,
como detentador de un conocimiento derivado de la gramática de su lengua­
je específico, que se define por unas reglas capaces de generar todas las ora­
ciones gramaticales, y quizá semánticamente adecuadas, de su lenguaje, y sólo
esas oraciones.
Puede parecer una exageración o una impertinencia definir al sujeto
como una gramática, pero esta metáfora cumple una función heurística, por­
que sirve para destacar justamente lo que Chomsky quiere destacar en el su­
jeto lingüístico, y que ha tenido una gran importancia para el desarrollo glo­
bal de la Psicología Cognitiva: me refiero naturalmente a la «creatividad»,
como característica más sobresaliente de la competencia lingüística. Una crea­
tividad que se marca, en primer lugar, en la capacidad de producir y com­
prender un número potencialmente infinito de oraciones nuevas. También en
el hecho de que el lenguaje no está determinado unívocamente por los estí­
mulos del medio (desplazamiento). En tercer lugar, en el carácter coherente
y apropiado a las situaciones que suele tener el lenguaje. Por último (y aun­
que Chomsky no lo exprese así), en la propia capacidad humana de desarro­
llar un lenguaje (una especie de «creatividad genotípica» definida por la gra­
mática universal).
Ahora bien, esa creatividad se define precisamente por la capacidad de
usar ciertas reglas formales para generar cualquier lenguaje humano o el len­
guaje específico que posee el sujeto «competente» en una lengua. En otras
Gramática, sujeto y conocimiento en Chomsky 69

palabras, Chomsky lleva hasta sus últimas consecuencias (en este caso tam­
bién) la nota de formalismo que ha definido, desde su origen, a la Psicología
Cognitiva. Y en este punto, de nuevo, se muestra como un fiel heredero de
la tradición racionalista, que tanto ha influido en ella.
Si situamos este bosquejo telegráfico en el contexto de nuestro intento
de definir el concepto de «Psicología Cognitiva», nos damos cuenta de la enor­
me importancia de las posiciones de Chomsky en el origen y el desarrollo de
nuestra ciencia. En realidad, sería difícil exagerar esa importancia: en los años
de constitución de la Psicología Cognitiva, Chomsky presentaba un paradig­
ma formalista, que había sido capaz de oponerse con éxito a las pretensiones
conductistas de explicar el lenguaje, y que era no sólo compatible sino mo­
délico para el «nuevo mecanicismo» (del ordenador y las «máquinas forma­
les») que perfilaba la Psicología Cognitiva. Porque, en realidad, ¿qué es una
gramática sino una máquina formal? El mismo pathos racionalista que guiaba
las poderosas intuiciones de Chomsky era el que había originado el sueño de
construir una máquina universal capaz de resolver cualquier duda sobre los
resultados de un razonamiento y de manejar los símbolos escritos en un su­
puesto lenguaje universal de pensamiento: la intuición histórica de los racio­
nalistas, que ha venido a parar en los sistemas digitales de computación de
propósitos generales que conocemos hoy.
Pero además la nueva formulación del sujeto como poseedor de un con­
junto de representaciones sobre reglas gramaticales, capaces de producir los
rasgos más creativos del lenguaje, ofrecía a los psicólogos cognitivos la ima­
gen de que, en último término, ese proyecto podría generalizarse a todo el
comportamiento, cumpliendo la aspiración de compatibilizar una explicación
algorítmica del origen de la conducta con la posibilidad de dar cuenta de los
aspectos creativos y «verdaderamente nuevos» de ella. En Plains and the Struc-
ture o f Behavior, de Miller, Galanter y Pribram (1960), se expresaba con toda
claridad esta aspiración, que ha sido uno de los motores más fundamentales
para la evolución de la Psicología Cognitiva en su paradigma más representa­
tivo.
A todo ello hay que añadir el hecho de que Chomsky ha considerado
siempre que la lingüística forma parte de la Psicología, o más específicamen­
te es «aquella parte de la Psicología que dirige su atención a un sólo dominio
cognoscitivo y una sola facultad mental: la del lenguaje» (1983, p. 12). La ex­
plicación de esa «facultad» era muy afín a las formas de explicación de la con­
ducta en el nuevo paradigma: la generación de una oración gramatical, en el
modelo de Chomsky, se define, en realidad, por una serie de computaciones
sobre «representaciones simbólicas», como aquellas a las que hacían referen­
cia Newell, Simón y Shaw (1958).
No se trata de infravalorar las diferencias entre la posición de Chomsky
y el paradigma estándar de procesamiento de la información. Por ejemplo,
70 El sujeto de la Psicología Cognitiva

Chomsky (1980) tiene una concepción mucho más articulada, «fuerte» y mo­
dular del sujeto cognitivo que la que tienen normalmente los teóricos cogni­
tivos, y piensa que «es útil pensar en la facultad lingüística, la facultad nu­
mérica y otras, como órganos mentales, análogos al corazón, al sistema vi­
sual o ai sistema de planeamiento y coordinación motora» (1983, p. 47). Sin
embargo, dejando aparte las diferencias en los supuestos sobre la «arquitec­
tura funcional» del sujeto —más diferenciada y estructurada para Chomsky— ,
lo que nos interesa ahora es destacar los puntos de semejanza e influencia mu­
tua: el supuesto de que el sujeto cognitivo es esencialmente creativo, y de
que es posible dar cuenta de esa creatividad a partir de ciertas reglas, la idea
de que tales reglas configuran una especie de gramática, la explicación de la
conducta sobre la base de algoritmos definidos por esa gramática, y que con­
sisten en la aplicación de computaciones a representaciones, el modelo jerár­
quico y recursivo de las estructuras definidas por las reglas, etc.
Las consecuencias de todo ello han sido mucho más profundas de lo que
podría parecer a primera vista: podemos resumirlas diciendo que, en Psico­
logía Cognitiva, ha tendido a imponerse un modelo lingüístico de explicación.
Un tipo de modelo que rastreamos en muchas de las formalizaciones de la
memoria semántica, en las teorías proposicionales de la representación del co­
nocimiento, en gran parte las explicaciones de los procesos de pensamiento
y razonamiento, incluso en algunos modelos de la percepción visual (vid.
Marr, 1986). El supuesto de que las funciones de conocimiento pueden des­
componerse en computaciones discretas sobre representaciones también dis­
cretas y analíticas (quizá sea a esta característica a la que se referían Newell
y sus colaboradores cuando hablaban de «representaciones simbólicas»), que
se ordenan con arreglo a «reglas de reescritura» (y los sistemas de produc­
ciones se componen de tales reglas), configura ese modo lingüístico.
Pero este «modo explicativo», que constituye indudablemente una de las
«marcas de fábrica» más claras de la Psicología Cognitiva, plantea ciertos pro­
blemas de fondo, a los que ya me he referido en otros lugares (Riviére, 1985,
1986), pero que merecen, de nuevo, algún comentario en este contexto teó­
rico de la concepción del sujeto cognitivo.
Tanto el modelo de Chomsky como las formulaciones más reflexivas y
coherentes del procesamiento de la información se basan en la premisa de
que la inteligencia puede explicarse en términos de sucesos discretos en au­
tómatas: es lo que algunos (Pattee, 1974, 1977, 1982; Carello, Turvey, Ku-
gler y Shaw, 1982) han denominado modo simbólico-discreto o lingüístico de
explicación. En biología se conocen códigos que pueden describirse de forma
discreta, como por ejemplo la cadena de DNA. Pero sabemos que, en el caso
de los sistemas naturales, las descripciones discretas no pueden, a su vez, ser
creadas o interpretadas de form a discreta. Es decir: el código «simbólico» (si
se me permite esta licencia) de DNA no agota las posibilidades de explicar
Gramática, sujeto y conocimiento en Chomsky 71

una cierta dinámica, de carácter continuo, a la que controla. La construcción


de enzimas cuenta con un alto grado de libertad y, sobre todo, el significado
del código genético no puede expresarse simplemente por traducción de unos
códigos discretos a otros. Si nos limitamos, por ejemplo, a transcribir las ca­
denas de DNA en otras de RNA, y éstas en cadenas de polipéptidos, no ga­
namos nada en la comprensión del proceso, cuyo significado reside precisa­
mente en un proceso continuo y dinámico de despliegue. Pues bien: cuando
los psicólogos cognitivos explicamos la comprensión, por ejemplo, por la tra­
ducción de un código lingüístico discreto a otro código proposicional también
discreto, hacemos algo parecido a lo que haría un biólogo que, para explicar
los procesos genéticos, se limitara a transcribir cadenas de DNA a RNA, etc.,
sin explicar realmente el proceso.
Si los procesos biológicos contasen con «algoritmos fijos» de traducción
de DNA a RNA, y de éste a polipéptidos, toda esa libertad, permitida por
los procesos dinámicos, se vendría abajo. Y este ejemplo nos sitúa paradóji­
camente ante el problema fundamental del modo exclusivamente discreto de
explicación en la Psicología del conocimiento: su dificultad para dar cuenta
de la creatividad inherente de las funciones superiores. Y digo «paradójica­
mente» porque, como es sabido, el modo lingüístico de explicación nació con
la motivación de dar cuenta de esa creatividad. Esta ha sido la motivación
fundamental de Chomsky, y una de las motivaciones principales de los pri­
meros psicólogos cognitivos. ¿Cómo podemos decir, entonces, que estos mo­
delos encuentran dificultades para explicar la naturaleza creativa de las fun­
ciones superiores?
El problema está en que las explicaciones exclusivamente discretas cie­
rran, total o parcialmente, las posibilidades de auto-complicación de los sis­
temas que pretenden explicar. «Cuando se suprimen artificialmente los pro­
cesos dinámicos continuos, como en la teoría formal de autómatas o en los
modelos computacionales de determinados aspectos del conocimiento, la ge­
neración intrínseca de nuevos primitivos queda excluida» (Carello et. al.,
1982, p. 233). Dicho con otras palabras: un sistema cuyo nivel actual de com­
petencia se define por una lógica de un cierto poder representacional no pue­
de progresar hasta un nivel más alto de competencia mediante operaciones
exclusivamente discretas definidas por esa lógica. Los sistemas que manejan
información de forma exclusivamente lingüística (es decir ignorando procesos
continuos y relaciones causales, quedándose en el nivel de las reglas) no pue­
den incrementar espontáneamente su poder expresivo.
Y por este camino llegamos a donde queríamos llegar: el innatismo de
Chomsky no es un añadido gratuito a su modelo de explicación, sino que re­
sulta de una exigencia intrínseca al propio modelo. Si sólo contamos con com­
putaciones discretas sobre representaciones discretas para explicar la micro-
génesis del lenguaje, nos vemos obligados a suponer (y ahora no discuto los
72 El sujeto de la Psicología Cognitiva

fundamentos empíricos de esta suposición) que, en cierto modo, el sistema


lingüístico tiene pre-determinada genéticamente su competencia final de re­
presentación. En otros términos: el tipo de explicación microgenética condi­
ciona la forma de explicación macrogenética que podemos dar de las funcio­
nes superiores. Los teóricos más profundos del paradigma computacional-
representacional (en que podemos incluir perfectamente al sub-paradigma
chomskiano), como Jerry Fodor (1983) y Zenon Pylyshyn (1977), son perfec­
tamente conscientes de lo que estoy diciendo. Recordemos que, en el en­
cuentro de Royaumont entre Piaget y Chomsky, Fodor comenzaba una de
sus intervenciones más sonadas diciendo lo siguiente: «Me parece que en cier­
to sentido no existe teoría alguna del aprendizaje. Ello es perfectamente com­
patible con la idea de Chomsky de que no hay ningún mecanismo general del
aprendizaje que pueda aplicarse indistintamente a la percepción o el lengua­
je, etc. Por mi parte, pondré de relieve no sólo que no existe ninguna teoría
del aprendizaje, sino que, en cierto sentido, no podría existir ninguna; la idea
misma de un aprendizaje de conceptos es, a mi juicio, confusa» (1983,
pp. 187-188).
Una vez más, y con su estilo tan característicamente provocativo, Fodor
está poniendo el dedo en una de las llagas más sangrantes de toda la Psico­
logía Cognitiva, en sentido estricto: la falta de una teoría del aprendizaje que,
entiéndase bien, no es la simple consecuencia de un «olvido» de los psicólo­
gos cognitivos del paradigma computacional-representacional, sino un resul­
tado de fondo del modelo explicativo dominante ¿Cómo puede aprender un
sistema dotado de algoritmos fijos de computación? ¿Cómo es posible que se
incremente el poder representacional de esos algoritmos? En definitiva ¿qué
teoría del desarrollo, y no ya sólo del aprendizaje, puede hacerse compatible
con el supuesto de que las funciones cognitivas consisten esencialmente en
procesos discretos de computación sobre representaciones analíticas y discre­
tas?
El modelo del computador hace bastante difícil la respuesta a estas pre­
guntas. Porque, en el caso de los sistemas artificiales de computación, los al­
goritmos proporcionan una especie de «historia artificial» (Shaw y Todd,
1980). La forma de la relación con el medio está impuesta desde fuera. Pero,
en el caso de los organismos vivos, se da una relación natural, de mutuali­
dad, con el medio. Y, en el caso del hombre, una relación con historia
(Vygotski, 1979). Una relación condicionada por la filogénesis, la ontogéne­
sis y las leyes dinámicas (Carello et. a i, 1982) que no es fácil de entender a
partir de la reducción computacional-representacional. Por todo ello, no re­
sulta extraño que los procesos de desarrollo y aprendizaje hayan constituido
uno de los grandes «olvidos» de la Psicología Cognitiva, y que ésta haya ten­
dido a reducir las explicaciones a la «microgénesis» de procesos específicos
que se dan en tiempo real. En una reciente revisión de diecinueve textos de
Gramática, sujeto y conocimiento en Chomsky 73
' ...............- ' m »m .. .. wmsm.. ■■■ fmmmme»

Psicología Cognitiva, Carretero (1986) encontraba que los temas menos in­
cluidos eran precisamente los de aprendizaje y desarrollo cognitivo. Hay al­
gunos intentos recientes de superar este olvido (por ejemplo, Segal, Chipman
y Glaser, 1983, 1985), pero sigue siendo cierta la opinión de Siegles y Klahr
(1982) cuando señalan que la Psicología Cognitiva ha descuidado el estudio del
aprendizaje del mismo modo que el conductismo descuidó el estudio de los
procesos complejos. Y esto mismo podría decirse del desarrollo en general
(vid. Carretero, 1985, 1986).
Por esta vía de reflexión, empezamos a encontrarnos con algunos pro­
blemas serios del sujeto de la Psicología Cognitiva. Aparentemente, en el pa­
radigma nuclear, es un sujeto que es como es desde el principio. Una arqui­
tectura funcional pre-construida o que, si crece, suele hacerlo con arreglo a
un modelo extremadamente simple de «aumento de tamaño del almacén» en
que se guarda, a corto plazo, la información, o de mera acumulación, de co­
nocimiento, sin transformaciones de la propia arquitectura funcional, es de­
cir del sujeto como tal. Es como si creciera sólo la posibilidad de actuación,
pero no la competencia que define al propio sujeto, para basarnos en una dis­
tinción empleada por Chomsky. Naturalmente, éste no es sólo un problema
teórico que afecte a la Psicología Cognitiva, sino que implica una cuestión tec­
nológica de largo alcance en Inteligencia Artificial: ¿cómo hacer que «apren­
dan» y se desarrollen los sistemas artificiales de computación?, ¿cómo puede
ser posible que modifiquen sus procedimientos en función de la experiencia
y, más aún, que se transforme su propia «arquitectura», haciéndose cada vez
más poderosa? Podemos suponer que el día en que la inteligencia artificial
dé una repuesta eficaz a estas cuestiones, será histórico desde el punto de vis­
ta del desarrollo tecnológico y, probablemente, de nuestras formas de vida.
No quisiera exagerar esta nota de la dificultad del sujeto de las compu­
taciones y las representaciones discretas para desarrollarse. En la propia in­
teligencia artificial hay sugerencias muy interesantes sobre «procesos de
aprendizaje y desarrollo» que serían posibles en sistemas digitales de proce­
samiento de la información (vid., por ejemplo, el interesante artículo de Sey-
mour Papert, en Piatelli-Palmarini, 1983). Pero ni las propuestas cognitivas
ni las de la inteligencia artificial han cruzado el marco de las sugerencias in­
teresantes, ni unas ni otras han permitido formular una teoría general del de­
sarrollo del sujeto cognitivo.
C apítulo 5
LA GENESIS DEL SUJETO Y
LA ESTRUCTURA DE LA
ACCION EN LA OBRA DE
PIAGET

a'ANCO BÜ la ICPUfcüKa
*«uOí£-CA LWS-ANGft
05ÍT<x Oí ADOUWCJOlR
Para encontrar una teoría general del desarrollo del sujeto cognitivo te­
nemos que acudir a un concepto de sujeto muy diferente del que hemos es­
bozado hasta ahora, a un marco teórico originariamente independiente del
«paradigma duro» de procesamiento de la información, aunque ricamente in­
terrelacionado con él (como puede verse en los trabajos de Guy Cellerier,
1979 a y b, y de Inhelder y Piaget, 1979): me refiero, naturalmente, al «su­
jeto epistémico» de Piaget, y al paradigma del estructuralismo genético de­
sarrollado por la Escuela de Ginebra. Y, si queremos entender un aspecto
esencial de la definición de ese sujeto, debemos volver a nuestra idea de la
Psicología del conocimiento como ciencia referida a formas mentales de or­
ganización del sujeto, del conocimiento, o de la acción. Pues bien: del mismo
modo que la posición de Chomsky se caracterizaba por identificar las formas
de organización del sujeto con una cierta organización del conocimiento, la
de Piaget se define por caracterizar al sujeto en términos de las estructuras de
sus acciones virtuales, es decir de las acciones externas o interiorizadas (ope­
raciones) que es capaz de hacer: que entran en los límites de su competencia.
En este caso, la arquitectura funcional del sujeto se asimila a la forma
de organización de sus acciones. Y esta organización no es fija, sino variante,
de forma que delimita una competencia adaptiva cada vez más poderosa.
Ahora, las acciones no se definen como el resultado puntual de procesos mo­
leculares de computación de representaciones (aunque no tenga por qué ser
incompatible esta definición con la más molar de Piaget) sino por sus rela­
ciones en estructuras de conjunto, a las que debe asimilarse el medio para
ser «comprendido».
Es interesante destacar que, cuando hablamos de la arquitectura funcio-

77
78 El sujeto de la Psicología Cognitiva

nal del sujeto en el esquema explicativo de Piaget, debemos diferenciar con


claridad los dos aspectos del concepto: hablar de la arquitectura del sistema
cognitivo, por una parte, y de lo funcional, por otra. Porque el componente
funcional es precisamente el que no varía en el desarrollo del sujeto como
ser capaz de conocer. Las funciones de la inteligencia son siempre las mismas
y constituyen en realidad una prolongación de funciones biológicas más ele­
mentales. Lo que se modifica es precisamente la arquitectura, la estructura
que permite realizar esas funciones: «En el desarrollo mental —dice Piaget—
existen elementos variables y otros invariantes. De aquí proceden los equívo­
cos del lenguaje psicológico, algunos de los cuales conducen a la atribución
de caracteres superiores a estados inferiores, y otros a la pulverización de los
estadios y de las operaciones. Así pues, conviene evitar a la vez el preformis-
mo de la psicología intelectualista y la hipótesis de las heterogeneidades men­
tales. La solución de esta dificultad se halla precisamente en la distinción en­
tre las estructuras variables y las funciones invariantes. Así como las grandes
funciones del ser viviente son idénticas en todos los organismos, pero corres­
ponden a órganos muy diferentes de un grupo a otro, se asiste, entre el niño
y el adulto, a una construcción continua de estructuras variadas, aunque las
grandes funciones del pensamiento permanezcan constantes» (1969, p. 5).
Así, Piaget mantiene una posición claramente diferente, en lo que se re­
fiere a la definición del sujeto cognitivo, de la que sostienen los teóricos del
paradigma chomskiano o computacional: mientras éstos tienden a establecer
una cierta arquitectura fija, que establece generalmente unos muy laxos lími­
tes de competencia que permiten la realización de una amplia gama de fun­
ciones específicas, Piaget define unas funciones generales invariantes de adap­
tación y organización, cuya dinámica permitiría explicar el desarrollo de «ar­
quitecturas operatorias», es decir de estructuras de operaciones cada vez más
poderosas, reversibles y móviles. En gran parte, esta diferencia en la defini­
ción del sujeto cognitivo se explica por el modelo ejemplar que subyace a una
y otra concepción: es lógico que el modelo de «máquina» formal o real lleve
al supuesto de una arquitectura funcional fija y, en el caso de los sistemas mul-
ti-propósito de procesamiento de la información, a la idea de una funciona­
lidad variable. Pero el modelo ejemplar de Piaget es el de la evolución orgá­
nica, el del organismo, que ofrece la imagen de arquitectura variable para fun­
ciones fijas, porque, como dice Piaget, «la vida es una creación continua de
formas cada vez más complejas y un equilibrio progresivo entre estas formas
y el medio» (ibid.). Sí: tanto la vida como la inteligencia son «creadoras de
formas». La diferencia entre ellas es que la vida crea formas materiales, mien­
tras que la inteligencia crea formas funcionales, que no implican ya una in­
corporación material del medio al organismo, sino una asimilación de lo real
a las estructuras de acción del sujeto. «No se trata ya de formas materiales,
sino de estructuras funcionales, que constituyen la forma de actividades ejer­
La génesis del sujeto y la estructura de la acción 79

cidas sobre las cosas, y sobre todo de las operaciones aplicadas a lo real: de
todas maneras, se trata de formas cuya riqueza y fecundidad superan en cier­
to sentido las formas de lo real» (Piaget, 1975, p. 111).
Desde el punto de vista del conocimiento, lo real no es un supuesto pre­
vio que se registre en el sujeto, sino que se construye como resultado de la
asimilación del mundo a sus acciones. Por otra parte, en la medida en que
estas acciones tienen que acomodarse a las propiedades objetivas de las cosas
para ser adaptativas, sufren transformaciones que dan lugar a coordinaciones
cada vez más equilibradas, a estructuras de acción que son cada vez más ca­
paces de cumplir las funciones invariantes de adaptación y organización. El
conocimiento objetivo, por tanto, no consiste en una copia pasiva de la rea­
lidad externa, sino que se origina y desarrolla en la interacción entre el suje­
to y los objetos. La objetividad es un producto de la estructura de la acción,
en tanto que es conocimiento, y es un motor de estructuración, en la medida
en que ofrece resistencias a la asimilación del mundo a la acción propia. En
una paradoja sólo aparente, lo «real objetivo» alcanza su más alto grado de
construcción y estructuración cuando, por así decirlo, es desbordado por
estructuras operatorias tan poderosas que permiten concebirlo simple­
mente como un subconjunto de lo posible, definido implicativamente por es­
tructuras axiomáticas (lógicas y matemáticas) derivadas, por abstracción re­
flexiva, de las propias estructuras de las acciones. Por eso dice Piaget que
las formas de las acciones superan, en riqueza y fecundidad, a las formas
de lo real.
Ahora bien: si la lógica y las matemáticas son «axiomáticas de la acción»,
si como dice Piaget «la lógica es la axiomática de las estructuras operatorias
de las que la Psicología y la Sociología del pensamiento estudian el funciona­
miento real» (1949, p. 15), ello significa que es posible definir en términos
lógicos (o semi-lógicos en el caso de las estructuras que aún no alcanzan los
niveles más altos de equilibrio) la arquitectura operatoria de los sujetos, es­
tableciendo así los límites de su competencia.
Esta característica es la que explica la nota de logicismo con la que suele
definirse la concepción estructural de Piaget (vid. De Vega, 1981), y que se
manifiesta en la suposición idealista de que el desarrollo cognitivo se corona
siempre en el dominio de un dispositivo de competencia definido por la ló­
gica de clases, proposiciones y relaciones, en la visión teleológica del desarro­
llo, concebido como guiado por un vector cuya dirección y sentido final está
definido por esa competencia lógica, y en una tendencia a establecer un iso-
morfismo entre los procesos mentales y las operaciones lógicas. Irónicamen­
te, mientras que los psicólogos han tendido a destacar el logicismo de la con­
cepción piagetiana del desarrollo (Wason, 1977; Braine, 1969,1978; De Vega,
1981), los lógicos han destacado su psicologismo, es decir su propensión a ex­
plicar psicológicamente la génesis de las reglas de la lógica. Piaget se ha de-
80 El sujeto de la Psicología Cognitiva

fendido de esta acusación haciendo notar que sus análisis no analizan las es­
tructuras lógicas a título de normas, sino de hechos.
De todas formas, el comentario anterior nos sitúa ante el núcleo mismo
desde el que crece la concepción genética del conocimiento en la obra de Pia­
get: este núcleo originario se define por un conjunto de problemas epistemo­
lógicos que han ocupado a la conciencia racional de Occidente desde su na­
cimiento. Uno de estos problemas (y no de los menos importantes) es preci­
samente el de la relación entre las normas y los hechos, entre la inmutable
necesidad de los principios y deducciones de la lógica y las matemáticas y la
contingente variedad de los fenómenos que se ofrecen a la experiencia. No
está de más recordar que uno de los motores fundamentales de la diferencia­
ción de la rjmxq en los pitagóricos y Platón fue también el intento de dar una
explicación racional a la dialéctica entre necesidad y contingencia, entre las
normas de la razón y los hechos de la experiencia. Piaget, que había acudido
a la Psicología con la motivación fundamental de encontrar respuesta a sus
preocupaciones epistemológicas, recuperaba así, para la Psicología, algunos
de los temas que habían permitido ab initio tematizarla como un saber dife­
renciado.
Metafóricamente, podríamos describir su visión del desarrollo como una
explicación del origen de la necesidad en la contingencia, de cómo nacen las
necesarias normas de la razón que piensa sobre lo posible de las acciones con­
tingentes que transforman lo real. Cuando decimos que Piaget propone una
descripción lógica del desarrollo de la competencia cognitiva (si se quiere:
que define en términos lógicos al sujeto cognitivo), debemos situar esta ca­
racterística en el contexto de los propósitos específicos con que hace esa des­
cripción del desarrollo; a saber: no trata de estudiar cualquier forma de co­
nocimiento, sino justamente aquella que le permite al sujeto ser «racional»
en el sentido más clásico del término, es decir en el sentido lógico-matemá­
tico de él. Lo que trata de explicar es, esencialmente, la génesis de la razón.
Por ello, no es extraño que reduzca la definición del sujeto cognitivo a la del
sujeto racional.
Por lo dicho, es fácil entender que esta definición del sujeto racional se
realice en términos de estructuras de acciones o de operaciones (i.e. de ac­
ciones interiorizadas y reversibles), que tienen una forma lógica y que expre­
san el nivel de equilibrio adaptativo que alcanza el sujeto en sus interacciones
con el medio y en un momento determinado de su desarrollo. Si se me per­
mite decirlo así, los puntos de equilibrio sucesivo pueden caracterizarse, en
el plano del sujeto, por las estructuras operatorias (agrupamientos, grupo
INRC, etc.) que es capaz de movilizar en esas interacciones, y en el plano
del «mundo del sujeto» por los rasgos invariantes que le dan una estabilidad
y un orden que desborda, con mucho, a la estabilidad y orden del mundo per­
cibido. En otras palabras, el desarrollo cognitivo puede definirse por la gé­
La génesis del sujeto y la estructura de la acción 81

nesis de arquitecturas logico-pragmáticas cada vez más poderosas o, de for­


ma estrechamente solidaria con la anterior, por una expansión progresiva de
lo real, desde el momento en que esas «arquitecturas» configuran «mundos
reales» en el desarrollo sensoriomotor (de objetos permanentes, en un espa­
cio objetivo, etc) que luego son comprendidos, de forma cada vez más pode­
rosa, en términos de propiedades y relaciones invariantes (nociones de con­
servación) y, finalmente, como realizaciones específicas de los mundos posi­
bles que puede crear la arquitectura operatoria del sujeto lógicamente com­
petente (pensemos en los espacios no-imaginables de «-dimensiones, etc.).
Comprendo que ésta no es una explicación estándar de la teoría genética,
pero me parece que resume concisamente alguna de sus características prin­
cipales y es suficientemente heurística para nuestros propósitos.
En la medida en que las estructuras de acción son cada vez más equili­
bradas, lo real es cada vez más estable para el sujeto. «Dado que el conoci­
miento objetivo no se logra mediante un simple registro de la actividad ex­
terior, Sino que se inicia con las interacciones entre el sujeto y los objetos,
implica necesariamente dos tipos de actividad: por una parte, la coordinación
de las acciones mismas, y por otra la introducción de interrelaciones entre los
objetos... Así, el conocimiento objetivo está siempre subordinado a ciertas
estructuras de acción», dice Piaget (1970, p. 15). En realidad, el propio su­
jeto y los objetos como tales resultan de la coordinación progresiva de las ac­
ciones en estructuras más reversibles y poderosas. Por ejemplo, la noción de
que los objetos son entidades con una permanencia independiente de la pro­
pia acción, sólo es posible cuando —hacia el final del período sensoriomo­
tor— el sujeto es capaz de coordinar sus acciones en «grupos de desplaza­
mientos», definidos por ser asociativos, contener un elemento idéntico y otro
inverso, etc. Del mismo modo, la noción de que ciertas relaciones, como el
número, el volumen, el peso, etc., se «conservan» y son estables, más allá
de variaciones perceptivas de naturaleza fenoménica, se relaciona con el de­
sarrollo de agrupamientos de operaciones lógicas elementales, que son las pri­
meras estructuras implicatorias que se producen por la coordinación de ope­
raciones del sujeto, y que se definen de forma «semislógica» por poseer una
operación directa e inversa, cuya composición da lugar a una operación idén­
tica, etcétera.
En suma, la posibilidad misma de diferenciar un «mundo real represen­
tado» y la diferenciación del sujeto cognitivo resultan de las estructuras de la
acción. Estas estructuras, al tiempo que definen al sujeto, configuran lo real
en niveles cada vez más altos de equilibrio, y permiten abstraer rasgos inva­
riantes que son, por decirlo de algún modo, cada vez más «profundos», es
decir menos dependientes de las variaciones, más o menos aleatorias y asis­
temáticas, de los campos perceptivos. En este sentido, podríamos decir que
la imagen del sujeto que nos ofrece Piaget es semejante, en parte, a la del
82 El sujeto de la Psicología Cognitiva

sujeto transcendental de Kant, con la diferencia de que en este caso se trata


de un sujeto trascendental que no está preconstruido, sino que se construye
en el desarrollo, y las nociones y esquemas que posee no son formas a priori,
sino resultados de la coordinación de las acciones en estructuras cada vez más
poderosas.
Cuando situamos este enfoque en el contexto de nuestra explicación ge­
neral de lo que es la Psicología Cognitiva, nos damos cuenta de que su pe­
culiaridad consiste precisamente en identificar los tres términos que hemos
empleado en esa definición: las formas de organización del sujeto, del cono­
cimiento y de la acción. Lo que define al sujeto es, justamente, el modo en
que organiza sus acciones, y sus estructuras de conocimiento son resultado
de esa organización. Conocer es, en realidad, hacer. «Para conocer los obje­
tos, el sujeto tiene que actuar sobre ellos y, por consiguiente, transformarlos:
tiene que desplazarlos, conectarlos, combinarlos, separarlos y juntarlos», dice
Piaget (1970, p. 14). Los objetos no se conocen, incluso ni siquiera se cons­
truyen como tales objetos de conocimiento, sino a través de sus transforma­
ciones. En esta perspectiva, las estructuras sensoriomotoras y operatorias de­
finen conjuntos de transformaciones que permiten abstraer a los objetos mis­
mos, o sus propiedades y relaciones. Configuran, para decirlo con unos tér­
minos que ya nos son familiares, una especie de «gramáticas de la acción»,
que pueden entenderse, recordando las posiciones de Chomsky, como siste­
mas de reglas capaces de generar todas las acciones posibles (o mejor, todos
los esquemas posibles) en un cierto momento del desarrollo y sólo de esos
esquemas, estableciendo unas fronteras precisas a las competencias de cono­
cimiento del sujeto.
Desde las consideraciones anteriores podemos comprender mejor cier­
tos aspectos constantes en la posición de Piaget, como la supeditación de los
aspectos figurativos y representacionales del conocimiento a sus aspectos ope­
ratorios, el escaso papel otorgado a las formas de los significantes (incluidos
los lingüísticos) en la explicación del desarrollo, y la implícita negación de
cualquier arquitectura de «facultades verticales» en el sentido definido por Fo­
dor (1983). Por otra parte, la relación entre la memoria y el «procesador cen­
tral» tiende a invertirse con respecto a la supuesta habitualmente en las teo­
rías de procesamiento de la información: mientras que en éstas es la capaci­
dad de la memoria la que suele establecer los límites de competencia del sis­
tema, los investigadores de la Escuela de Ginebra destacan la sumisión de lo
recordado a los esquemas definidos por las estructuras operatorias del suje­
to, aunque debemos destacar que su investigación se sitúa en el terreno de
la memoria a largo plazo y no de la «memoria de trabajo» que fija los límites
en el paradigma computacional (vid. Piaget e Inhelder, 1972).
En suma, una de las tendencias más características de la investigación de
Ginebra es la inclinación a mostrar que el recuerdo, la imagen, las propias
La génesis del sujeto y la estructura de la acción 83

formas lingüísticas dependen en último término de una competencia opera­


toria global, acentuando hasta el extremo la influencia de ese sistema que Fo­
dor definía como «isotrópico» y «quineano», y la determinación de lo espe­
cífico por lo general, de lo inferior por lo superior. Podemos hablar metafó­
ricamente de un cierto «imperialismo de la inteligencia» en la posición de Pia­
get. Una inteligencia definida por estructuras de operaciones interiorizadas y
reversibles, y cuya referencia genética está en la acción misma. Una inteli­
gencia que se delimita sencillamente por la forma de las acciones virtuales
del sujeto cognitivo.
En relación con lo anterior, suele establecerse como diferencia esencial
entre la psicología genética y el modelo de procesamiento de la información
el hecho de que en aquélla la acción precede al pensamiento, mientras que
en ésta es el pensamiento el que antecede a la acción. Pero ésta es una apre­
ciación equívoca si no se toma en consideración el propósito genético de las
explicaciones de uno y otro marco teórico: un propósito micro-genético (el
de reconstruir los procesos específicos y moleculares que dan lugar, en un m o­
mento determinado, a una cierta operación cognitiva) en el paradigma de pro­
cesamiento de la información, frente al intento de explicar la ontogénesis de
la inteligencia en el de Piaget. Como dice Guy Cellerier (1979 a), «la psico­
logía genética tiene como objeto el estudio de lo que llamaremos la transfor­
mación epistémica: la construcción del conocimiento a partir de la acción, es
decir la reconstrucción del las etapas intermedias de este proceso, y la infe­
rencia del mecanismo de transformación de la acción en conocimiento» (pá­
gina 89). La psicología del procesamiento de la información tiene como objeto
«describir cómo son controladas las acciones por la representación interna de
su entorno que posee el organismo» (Miller, Galanter y Pribram, 1960, p.
16). Es decir: lo que Cellerier denomina la transformación pragmática del co­
nocimiento en acción.
El marco explicativo macrogenético, que reconstruye el proceso por el
cual las acciones se transforman y estructuran hasta definir las formas más
complejas del pensamiento, es perfectamente compatible con la posibilidad
de definir microgenéticamente los procesos y representaciones por los cuales
el pensamiento se convierte en acción. Esto lo han visto tanto Cellerier (1979
a y b) como Inhelder y Piaget (1979), que han destacado el carácter comple­
mentario de estas explicaciones y, al mismo tiempo, las diferencias entre las
estructuras definidas por la macrogénesis y los procedimientos que dan cuen­
ta, en cada momento, de la microgénesis de la conducta: el carácter atempo­
ral de las primeras frente al temporal de los procedimientos, el crecimiento
por «encajes sucesivos» de las estructuras, en comparación con los procesos
de cambio de los procedimientos, que implican encadenamientos, sustitucio­
nes o subordinaciones de unos procedimientos a otros, el carácter extrema­
damente general de las estructuras a diferencia de la variabilidad contextual
84 El sujeto de la Psicología Cognitiva

de los procedimientos, etc. En realidad, las estructuras establecerían un mar­


co que delimitaría los procedimientos que el sujeto sería competente para em­
plear en cada estadio del desarrollo.
Parece, por tanto, que una de las vías posibles para superar la dificultad
que tiene el paradigma computacional-representacional para explicar la ma-
crogénesis de las funciones superiores podría ser su inserción en el marco pro­
puesto por la Psicología Genética, es decir la inserción de las explicaciones so­
bre el proceso de transformación pragmática en el cuadro más amplio de los
procesos de transformación epistémica. Inhelder y Cellerier han hecho suge­
rencias muy interesantes para esta «vía complementaria».
Pero lo que queda por explicar, en todo lo anterior, es precisamente el
proceso de transformación epistémica, es decir el proceso que permite la ge­
neración de estructuras más poderosas a partir de otras más débiles. Piaget
(1970) destaca el papel de los factores clásicos del desarrollo, como la madu­
ración biológica, la experiencia física o la influencia social, en este desarro­
llo. Pero esos factores no explican, por sí mismos, el mecanismo que permi­
tiría construir lógicas más potentes partiendo de otras que lo son menos. Y
éste es, en definitiva, el problema fundamental que debe resolver la explica­
ción del desarrollo en los términos de la génesis del sujeto racional, es decir:
en los términos planteados por Piaget. Como es sabido, la descripción del me­
canismo de transformación epistémica se realiza en términos de «equilibra-
ción maximizadora» o «meliorativa», que deriva de la naturaleza esencial­
mente autorregulatoria de la acción adaptativa. En la medida en que las
estructuras «que son formas de autorregulación» son sometidas a desequili­
brios, originados en la resistencia de los objetos a ser asimilados, tienden a
re-estructurarse en formas más poderosas e inclusivas, por recombinación de
estructuras previamente existentes, o construcción de formas nuevas. El desa­
rrollo del modelo de equilibración es uno de los aspectos más complejos de
la teoría de Piaget, al que preocupó hasta sus últimos años (como lo demues­
tra el hecho de que sus últimos trabajos se refieran, sobre todo, a temas re­
lacionados con la equilibración, como la abstracción reflexiva, 1977, la con­
tradicción, 1974 a y b, la toma de conciencia, 1974, y la formulación de un
modelo general de equilibración, 1975).
Podemos decir que los factores del desarrollo contribuyen a modificar la
arquitectura funcional del sujeto cognitivo a través de un mecanismo de equi­
libración. El significado implícito en la observación anterior es más serio de
io que parece a primera vista: quiere decir que tales factores no determinan
esencialmente la forma de organización de esa arquitectura, aunque puedan
modificar el ritmo de su construcción. En otros términos, hay un vector in­
manente de construcción cognitiva, sobre el que los factores exógenos de de­
sarrollo pueden ejercer una función activante, pero no formante (para em­
plear una distinción utilizada por Chomsky, 1980). Pueden contribuir a ace­
La génesis del sujeto y la estructura de la acción 85

lerar o decelerar el proceso de desarrollo, pero no determinan la forma de


las estructuras que se construyen en ese proceso.
Por eso emplea Piaget el concepto de «creodas», acuñado por Wadding-
ton, para referirse al desarrollo epigenético. Las creodas son «trayectorias ca­
nalizadas de desarrollo». En el caso de las estructuras cognitivas, la canaliza­
ción se explica por el hecho de que las leyes causales que explican el desa­
rrollo, con arreglo a un modelo de causalidad circular, se entrañan en la mis­
ma naturaleza, a un tiempo autorregulatoria y abierta, de las estructuras y
los esquemas cuyo desarrollo tratan de explicar. Del mismo modo que en la
evolución serían posibles procesos de formación de «fenocopias», que reem­
plazarían genotípicamente a un determinado fenotipo (vid. las críticas de Ja­
cob y Danchin al concepto piagetiano de «fenocopia», en Piattelli-Palmarini,
1983), en el desarrollo ontogenético de la inteligencia las formaciones estruc­
turales determinadas por necesidades de acomodación al mundo externo pue­
den transformarse en formaciones endógenas, que definen la propia arqui­
tectura del sujeto. Por otra parte, las mismas «fenocopias» están determina­
das, en la biología, por la dotación genética previa de la especie, y en el caso
de la inteligencia por las estructuras anteriores a las que son asimilados los
objetos.
De ahí proviene la concepción «vectorial» del desarrollo que mantiene
Piaget. No hay a prioris estructurales en ese desarrollo, pero sí funciones a ""
priori, cuya dinámica es suficiente para explicar la trayectoria canalizada de
la construcción de la inteligencia. «No hay por qué decir que todo sea recha­
zable en la tesis apriorista», comenta Piaget, «ciertamente el a priori no se
manifiesta nunca en forma de mecanismos innatos ya hechos... (pero) junto
a la incoherencia de hecho, propia de los sucesivos caminos de la inteligen­
cia, debemos admitir la existencia de un equilibrio ideal, indefinible a título
de estructura, pero implicado en ese funcionamiento» (1924, p. 323) y, en
otro párrafo muy significativo, establece la necesidad de atribuir una vección
al desarrollo de la razón: «Quien dice desarrollo de la razón parece que debe
incluir ahí un mínimo de vección. Es posible comprender que... el arte, la so­
ciedad, la vida, el universo mismo, quizá se transformen sin dirección. Pero
una razón que cambia sin cesar su estructura no puede cambiar más que con
razón y, por tanto, seguir una vección inmanente a su propia naturaleza»
(1950, p. 307).
No entraremos aquí en las numerosísimas revisiones, críticas, refinamien­
tos y propuestas alternativas a distintos aspectos de la teoría de Piaget (vid.
por ejemplo, Siegel y Brainerd, 1978; Flavell, 1977, 1984; Gross, 1985; etc.),
sólo nos referiremos a un punto concreto que constituye una de sus carencias
más notables, y que nos permitirá remitirnos a una concepción fundamental­
mente diferente del desarrollo y el sujeto cognitivo. Me refiero al limitado
papel que, como hemos visto, se atribuye a los factores de cultura e influen­
86 El sujeto de la Psicología Cognitiva

cia social e interactiva en la definición de esa «vección» del desarrollo de la


razón, a que se refiere Piaget (1950). Aun cuando aceptemos que la concep­
ción piagetiana permitiera dar el salto de la microgénesis a la macrogénesis
de las funciones del conocimiento (cosa que no está clara, ni mucho menos)
permitiendo establecer una génesis constructiva para las formas de organiza­
ción del sujeto, el conocimiento y la acción, lo cierto es que seguimos tenien­
do la impresión de que no hemos salido del todo del encierro solipsista al
que parece condenada la Psicología Cognitiva en sus paradigmas más elabo­
rados. Piaget, sí, habla del conocimiento como producto de una interacción,
pero de hecho restringe fundamentalmente esa interacción a la relación entre
el sujeto y los objetos físicos, y enraiza las formas de la razón, las estructuras
operatorias, en la acción sobre el mundo físico, y no en la interrelación con
el mundo social. Como hemos visto, éste juega un papel activante, pero no
da forma al sujeto cognitivo, no es el mundo social el que define la forma de
la arquitectura de la razón, sino la razón misma, activada por su influencia, y
gracias a esa «vección inmanente a su propia naturaleza» de que nos habla Pia­
get. Como dice Emile Jalley, «el solipsismo trascendental nace quizá en el sis­
tema de Piaget de una concepción peculiar del lugar de la Psicología, arrinco­
nada en el “círculo de las ciencias entre la biología y la lógica”» (1981, p. 208).
Ciertamente, ni las relaciones de buena vecindad entre la Psicología y la
Inteligencia Artificial, ni la fría descripción del sujeto de conocimiento como
una especie de gramática genéticamente definida, ni el arrinconamiento de
la Psicología en el sitio que queda entre la lógica y la biología, permiten salir
de un cierto recinto solipsista, en que «los otros» y las formas de la cultura
juegan un papel de comparsas en la definición del sujeto de conocimiento.
Queda por saldar una de las cuentas más gravosas que tiene pendiente la Psi­
cología Cognitiva desde su constitución como tal: la de explicar, de forma
efectiva, el papel de la interacción y la cultura en el desarrollo y definición
del sujeto. Las especulaciones actuales sobre la evolución de nuestra especie
(Humphrey, 1984), y los datos que poseemos sobre la influencia de la inte­
racción con personas en el desarrollo de las funciones superiores (Riviére y
Coll, en prensa), son poco compatibles con la imagen de unas funciones su­
periores activadas por la influencia social, pero formadas por una lógica in­
manente, indiferentes en su forma a las formas de la cultura. Una imagen
que deja sin respuesta una pregunta que, sin duda, tenemos que hacernos los
psicólogos del conocimiento: ¿qué relación tiene el hecho de que la nuestra
sea una especie cultural, de individuos con una notable «competencia natu­
ral» para entender y anticipar las intenciones de otros miembros de la espe­
cie, con la forma en que se organiza la arquitectura cognitiva de los sujetos
de esa especie?, ¿qué relación tiene todo ello con nuestra forma de organizar
el conocimiento y la acción? Sólo recientemente comienzan a darse respues­
tas tentativas a estas cuestiones (vid. De Vega, 1985).
La génesis del sujeto y la estructura de la acción 87

Tenemos que reconocer que, en sus formulaciones más clásicas y «pu­


ras», la Psicología Cognitiva ha tendido a desgajar al sujeto de conocimiento
de su contexto interpersonal, social y cultural. Como dice Howard Gardner
(1985), «aunque los científicos cognitivos no tengan por qué sentir ninguna
animosidad contra los aspectos afectivos, contra el contexto en que se reali­
zan las acciones y pensamientos, o contra los análisis históricos y culturales,
en la práctica tratan de prescindir de estos factores lo máximo posible» (pági­
na 41). Lo que sucede es que no está claro que sea ni siquiera posible construir
una explicación coherente de la macro o microgénesis de los procesos de co­
nocimiento prescindiendo de estos factores. El interés de esta empresa puede
ser semejante al que tuvo históricamente, en psicología, el intento de desa­
rrollar una explicación de la memoria prescindiendo de los factores de signi­
ficado. Porque, como ha comentado Julio Seoane, «la mente es un sistema
de procesamiento de la información que adquiere significado dentro de una
interacción social o, si se prefiere, en presencia de otras mentes» (1985, pági­
na 388). La forma misma de sus esquemas, estructuras, procedimientos y gra­
máticas está determinada, probablemente, por el hecho de que la mente tie­
ne un origen social, tanto en la filogénesis como en la ontogénesis. En los úl­
timos cien años, se observa un.creciente descontento, entre los psicólogos cog­
nitivos, con respecto al dibujo descontextualizado, de puras formas sin con­
tenido ni «color», que habíamos trazado del sujeto cognitivo.
Creo que puede ser útil hablar de la imagen acromática del sujeto cog­
nitivo en las formulaciones formalistas tradicionales, tanto del núcleo para­
digmático de procesamiento de la información como de Piaget y Chomsky.
Es obvio que resulta difícil dar cuenta de las profundas y difusas influencias
de la interacción y la cultura cuando el modelo de sujeto aspira a parecerse
a los sistemas artificiales de procesamiento de la información. Al fin y al cabo,
los ordenadores no están en presencia de nuestras mentes, sino de nuestros
datos y algoritmos. No aspiran a comprender nuestras intenciones, sino que
se limitan a computar estructuras formales. No nos engañemos: son poco em­
páticos con nosotros. Es más, debemos reconocer que no lo son en absoluto.
Y, por lo que se refiere a esas «trayectorias canalizadas de desarrollo», que
parecen llevar de las adaptaciones biológicas más concretas a las formas ló­
gicas más abstractas, es sensato pensar que son de todo menos directas, y que
quizá no pasen de la biología a la lógica sin una larga estación en las formas
de organización social y cultural (o proto-cultural) de nuestros antepasados
como especie y como individuos.
La imagen acromática del sujeto cognitivo puede caracterizarse por ser
una imagen de formas que no tienen contenidos o son independientes de ellos,
por ser la imagen de un sujeto sin más objetos que las cosas o las tareas, por
delinear figuras sin contexto. Es un dibujo que empieza a parecemos poco
válido, desde el punto de vista ecológico y pragmático, y muy parcial como
88 El sujeto de la Psicología Cognitiva

marco explicativo. La Psicología Cognitiva de estos últimos años se ha carac­


terizado por los intentos, difíciles y no siempre afortunados, de recuperar las
raíces interactivas, culturales y sociales de las funciones de conocimiento, de
ofrecer una visión más pragmática y contextualizada de estas funciones, y de
alcanzar una mayor validez explicativa, ecológica y práctica. Pero estamos
muy lejos de poder compatibilizar los paradigmas clásicos de las computacio­
nes y representaciones y la génesis de las estructuras con las intuiciones in­
teraccionistas y culturalistas. Estas son algunas de las piezas del rompecabe­
zas que tendremos que completar en los próximos años.
C apítulo 6
SUJETO, INTERACCION Y
CONCIENCIA EN LA
ESCUELA
HISTORICO-CULTURAL DE
MOSCU
Hay, en la historia de la Psicología del Conocimiento, sugerencias que
pueden ayudarnos a juntar las piezas del rompecabezas. Estas sugerencias
provienen de marcos teóricos que, sin embargo, no resultan fáciles de enca­
jar en los modelos formalistas, que han constituido clásicamente el núcleo
esencial de nuestra ciencia. Un ejemplo muy significativo es el de la obra de
Vygotski y los psicólogos de la Escuela de Moscú: somos cada vez más cons­
cientes de que es preciso recuperar de forma concreta muchas de las ideas in­
teraccionistas, de los conceptos sobre la conciencia y de las nociones sobre la
actividad humana, el desarrollo y el aprendizaje, que han ido moldeando los
discípulos de Vygotski a partir de un núcleo paradigmático bastante alejado,
en sus propósitos, formulaciones, y metodología, del de esos otros modelos
formalistas (que en un sentido tanto literal como metafórico han «dado for­
ma» a nuestra ciencia). Lo que sucede es que no sabemos bien cómo es po­
sible relacionar esa «imagen cromática» del sujeto, definido por una concien­
cia «semiótica» y contextuada en su origen interactivo, de los psicólogos de
Moscú, con las formas más nítidas del sujeto de las computaciones o de las
estructuras. Tenemos que reconocer que lo que tenemos es un cuadro más
bien impresionista, por un lado, y un dibujo lineal por otro. En general, no
tenemos claro si preferimos quedarnos en un paradigma confortable y sólido
pero descolorido, o si es necesario abandonarlo por completo, exponiéndo­
nos a un cierto vacío metolológico y explicativo, o si es posible dar color y
contexto a las formas del sujeto cognitivo, acercándole al sujeto definido por
los psicólogos de tendencias más interaccionistas o ecológicas.
El problema está en que ese sujeto consciente e interactuante, más cer­
cano al que hemos llamado «sujeto de atribución de la psicología natural»,

91
92 El sujeto de la Psicología Cognitiva

está todavía muy lejos del sujeto de las «formas de organización» de la Psi­
cología Cognitiva. En primer lugar, porque lo que le define más fundamen­
talmente es, justamente, la categoría de conciencia que, como hemos visto,
se articula con gran dificultad en el paradigma clásico de procesamiento de
la información. En segundo, porque su conciencia se define por una estruc­
tura semiótica, es decir estructurada en significantes con contenidos, y tanto
los significantes como los contenidos ocupan un lugar subsidiario en los mo­
delos más formalistas. En tercer lugar, porque es un sujeto escasamente fo r­
mal, que carece de definición lógica, gramatical o computacional, y es poco
refinado para la «estética explicativa» de los psicólogos cognitivos occidenta­
les, que estamos acostumbrados a explicar la conducta en términos de un fo r­
malismo (un procedimiento efectivo, un esquema de conocimiento, una estruc­
tura, una gramática, un algoritmo) que reconstruye su génesis. Y por último,
porque ese sujeto se ha ido moldeando con procedimientos (como el método
genético experimental de Vygotski) que rara vez se atienen a los requisitos
operacionales de nuestros métodos experimentales o de simulación.
Fue, efectivamente, la categoría de conciencia la que permitió a Vygots­
ki enfrentarse a su problema fundamental, que era originariamente el de en­
contrar una explicación científica de la génesis de la cultura. Como ha seña­
lado Schedrovitski (1982), los intereses estéticos y semiológicos del creador
de la Escuela de Moscú fueron los que le llevaron a esta categoría, y también
a darse cuenta de que la Psicología de su tiempo no era capaz de proporcio­
nar una explicación adecuada de ella. Podía, eso sí, brindar una descripción
fenoménica de sus contenidos (por ejemplo en las formulaciones de la Teoría
de la Gestalt), pero cuando trataba de explicarla, la reducía a procesos ele­
mentales (por ejemplo, reflejos) tan lejanos de los productos simbólicos de
la cultura que obviamente resultaban poco satisfactorios para un semiólogo
interesado por el origen psicológico del arte y la cultura. Fue esta insatisfac­
ción la que llevó a Vygotski a analizar, primero, las raíces de esa incapacidad
de la psicología de su tiempo para dar una explicación científica de la con­
ciencia, y luego a tratar de construir una psicología científica que, al tiempo
que conservara su naturaleza explicativa y su fundamento metodológico co­
mún a toda la ciencia de la naturaleza, fuera capaz de dar cuenta de las crea­
ciones más complejas de la cultura.
Como es sabido, Vygotski analizó en profundidad las dificultades de la
Psicología de los años veinte para explicar las funciones superiores, en un tex­
to que ha sido prácticamente desconocido hasta hace poco tiempo: El sentido
histórico de la crisis de la psicología. Allí señalaba que la rica y pluriforme
realidad de aquella psicología era expresión, a pesar de su floreciente apa­
riencia, de una profunda crisis, de una escisión fundamental entre un enfo­
que naturalista, incapaz de explicar las funciones superiores y más específi­
camente humanas de conocimiento y acción, y otro idealista, que tenía un ca­
Sujeto, interacción y conciencia en la escuela histórico-cultural de Moscú 93

rácter meramente descriptivo y no explicativo y era incapaz de asimilarse al


método científico, tendiendo a desgajar el conocimiento y la acción de sus
condiciones materiales. En suma, Vygotski realizó una especie de «crítica de
la razón psicológica» (Yaroshevski, 1982), que le convenció de la necesidad
de encontrar categorías y principios que deberían configurar una especie de
«Psicología fundamental» que fuese, al mismo tiempo, (1) no reduccionista,
(2) explicativa, y (3) de carácter genético y dialéctico.
Se trataba, en definitiva, de desarrollar categorías que permitieran con­
figurar un puente, una mediación entre los procesos elementales y las funcio­
nes superiores y conscientes. Y, para cruzar ese puente, había que salir fuera
de los límites de lo subjetivo y de lo meramente biológico, acudir a las for­
mas objetivas de la vida social y de la relación del hombre con la naturaleza.
Encontrar alguna clase de unidades que, sin dejar de ser psicológicas, con­
servaran la marca de referencia al contexto social y natural, originante de la
conciencia y de sus productos culturales más elaborados. Unidades que, ade­
más, conservaran las propiedades de las totalidades más complejas de la con­
ciencia, en vez de reducirlas a elementos que, como los reflejos, dejaban sin
explicar las propiedades emergentes de las funciones superiores.
Para seguir con nuestra terminología, podemos decir que la unidad de
construcción de la «arquitectura funcional» de la conciencia es, para Vygots­
ki, la actividad misma (deyateVnost): una actividad no concebida simplemen­
te como respuesta o reflejo, sino como sistema de transformación del medio
con ayuda de instrumentos. Es decir, una actividad entendida como media­
ción. El empleo de útiles e instrumentos representa, al mismo tiempo, el de­
sarrollo de un sistema de regulación de la conducta refleja (con la que no se
confunde) y la unidad esencial de construcción de la conciencia. De forma
que las herramientas, los instrumentos, las mediaciones, son tan necesarias
para la construcción del medio externo humano, de la cultura material, como
del medio interno de la conciencia (Riviére, 1985). Porque permiten la regu­
lación y la transformación del medio externo, pero también la regulación de
la propia conducta y la de los demás a través de los signos, que son utensilios
especiales que median la relación del hombre con los otros y consigo mismo.
Pero sucede que la conciencia humana, en su sentido más pleno, es precisa­
mente «contacto social con uno mismo», y por ello tiene una estructura se­
miótica, está constituida por signos, tiene literalmente un origen cultural, y
es al mismo tiempo una función instrumental de adaptación.
Por eso dice Vygotski que «el análisis de los signos es el único método
adecuado para investigar la conciencia humana» (1977, p. 94). Pero de los sig­
nos entendidos no a la manera de los símbolos puramente formales del pro­
cesador de Newell, Simón y Shaw (1958), sino como funciones intencionales
de adaptación, cuyo origen y meta reside en la comunicación misma, en el
contacto social. Ello quiere decir que este nuevo «sujeto cognitivo», desde el
94 El sujeto de la Psicología Cognitiva

momento en que se define por poseer una conciencia cuya estructura es se­
miótica, es un destilado de la relación, del contacto social.
A partir de las consideraciones anteriores, puede entenderse la afirma­
ción de que el «vector» fundamental del desarrollo humano es el definido por
la interiorización de los instrumentos y signos: por la conversión de los siste­
mas de regulación externa en medios de auto-regulación que, a su vez, mo­
difican dialécticamente la estructura de la conducta externa y, aún más, la pro­
pia «arquitectura funcional» del cerebro. En efecto: si partimos de la base de
que las funciones superiores se constituyen en la historia y modifican dialéc­
ticamente en el desarrollo, si son un resultado de la cultura a través de la in­
teracción, tenemos que suponer que su substrato funcional, en el sistema ner­
vioso, consiste en sistemas flexibles que interrelacionan, de diversos modos,
el funcionamiento de centros más específicos. Vygotski y Luria suponen que,
en el curso del desarrollo, se crean órganos funcionales, que no requieren or­
ganizaciones morfológicas nuevas, sino que implican reorganizaciones diná­
micas de sistemas previos. En cierto modo, se podría decir que el cerebro hu­
mano es, desde el punto de vista funcional, un producto de la historia.
Es fácil ver que el cuadro que se nos presenta sobre la organización del
sujeto es, aquí, muy diferente tanto del modelo de «arquitectura fija» del pro­
cesamiento de la información como del de estructuras configuradas por una
lógica inmanente, que nos ofrece Piaget. Se trata de un modelo de arquitec­
tura variable, en la ontogénesis, pero cuya forma está definida precisamente
por la interacción y la cultura. Es más, las formas de la conciencia son sim­
plemente formas de interacción, signos con los que el sujeto se dibuja como
objeto de sus propias relaciones y, por eso mismo, se constituye en sujeto hu­
mano en sentido pleno: consciente y capaz de regular intencionalmente su
conducta.
Decíamos en otro momento que la Psicología Cognitiva se define por su­
poner la existencia de formas mentales de regulación, funcionalmente autó­
nomas, que se diferencian en el plano del sujeto, el conocimiento y la acción.
Pues bien: para los investigadores de la Escuela de Moscú, las formas de re­
gulación son formas de relación. De modo que la sociedad y la cultura no tie­
nen simplemente un papel activante de estructuras endógenas de la razón,
sino una función efectivamente formante.
Esto explica la tendencia a un cierto relativismo cultural que tuvieron his­
tóricamente Vygotski y sus colaboradores. Las investigaciones llevadas a cabo
en Uzbekistán y Khigiria, en Asia Central, y que fueron inspiradas por
Vygotski y dirigidas por Luria en 1931-1932, estaban destinadas a demostrar
que las funciones perceptivas, los procesos de clasificación, deducción e in­
ferencia, las actividades de razonamiento, solución de problemas e imagina­
ción adquirían formas diversas determinadas por la cultura, y por los siste­
mas de producción material y organización social. De esta forma, se abría ca-
Sujeto, interacción y conciencia en la escuela histórico-cultural de Moscú 9 5
twawmrCTTi wnimmmammkmiam- ... ..

mino a una psicología transcultural de los procesos cognitivos que ha cues­


tionado el «modelo estándar» de sujeto cognitivo supuestamente universal
que suelen ofrecer las teorías formalistas (vid. Luria, 1971, 1976, 1979; Ca­
rretero, 1981, 1982; L.C .H .C ., 1979). La idea en que se basaban estas inves­
tigaciones era la misma establecida por Marx, en la Introducción a la crítica
de la Economía Política, cuando decía que «no es la conciencia de los hom­
bres la que determina su ser, sino por el contrario, es su ser social lo que de­
termina su conciencia». Sin embargo, no está claro que sea posible mantener
una posición tan cercana al relativismo como la de los psicólogos de Moscú
(vid., por ejemplo, Berlín, 1978; Rosch, 1978; Dougherty, 1978; Berlín y Kay,
1969), entre otras razones porque el propio diseño filogenético de una «es­
pecie cultural» implica la posesión de ciertos rasgos y principios universales
de funcionamiento cognitivo (De Vega, 1985), como un alto nivel de elabo­
ración de las representaciones, unos supuestos de economía cognitiva, ciertos
sesgos de preferencia por la información social y, muy especialmente, un gran
desarrollo de un sistema de procesamiento de naturaleza global e «isotrópi-
ca», liberado de las restricciones de los sistemas más modulares, y capaz de
dar cuenta de la influencia masiva de los procesos top-down en las funciones
de conocimiento y las pautas de desarrollo y aprendizaje de nuestra especie.
El problema reside, por tanto, en determinar hasta dónde llegan las limita­
ciones y estructuras determinadas por la filogénesis, y hasta qué punto las for­
mas de un origen más cultural.
Ciertas posiciones mantenidas recientemente por Roger Shepard (1984)
pueden servir para aclarar brevemente algunos aspectos de la oposición re­
lativismo-universalismo. Shepard defiende la idea de que los sistemas cogni­
tivos, como productos de una larga evolución filogenética, internalizan cier­
tos invariantes del medio, cuya abstracción es necesaria para la adaptación a
su nicho ecológico. Por ejemplo, el sistema visual humano es capaz de reali­
zar automáticamente y, como diría Fodor, «de forma modular», inferencias
basadas en principios de geometría cinemática, tales como las que se dan en
los fenómenos de movimiento aparente. Estas abstracciones son de gran im­
portancia adaptativa, y sería peligroso que dependieran, por ejemplo, de for­
mas culturales más o menos variables, por lo que están aseguradas por el equi­
po genético de la especie.
Probablemente, competencias como la de abstraer en el medio físico ob­
jetos diferenciados, permanentes y estables, o abstraer en el mundo social in­
tenciones subyacentes a las conductas puntuales son tan necesarias para la
adaptación de nuestra especie que tienen un fuerte componente madurativo
y genéticamente determinado, aunque tengan que ser activadas por las in­
fluencias del medio. El núcleo fijo de la arquitectura funcional del sujeto tie­
ne que asegurar la abstracción de aquellos invariantes que han convivido du­
rante más tiempo con la evolución de la especie o son más necesarios para
«ANCO De LA
*®UOfECA LUJS-ANG íl A&AMSt
96 El sujeto de la Psicología Cognitiva

su supervivencia. Lo que sucede es que nuestra especie se caracteriza, preci­


samente, por la posibilidad de definición exógena, y culturalmente determi­
nada, de abstracciones (y, por consiguiente de «órganos funcionales» capaces
de realizarlas) que determinarían, si se permite esta paradójica expresión, «in­
v a ria n tes culturalmente variables». Como ha señalado Bruner (1972), la in­
madurez de las crías humanas juega un papel decisivo en esta posibilidad, y
permite introducir un parámetro de variación en el desarrollo de las estruc­
turas cognitivas más isotrópicas, de las representaciones de invariantes más
profundos, y por tanto en el desarrollo de significantes y formas culturales.
Desde esta perspectiva podemos entender el aspecto modular de la po-
; sición vygotskiana en el sentido de que son las funciones superiores (entre las
i que no deberíamos incluir los procesos más fijos y modularizados) las que se
^enraízan en el «espacio exterior», en la relación con los objetos y las perso­
g a s , en las condiciones objetivas de la vida social. A esas funciones superio­
res se aplicaría la ley de doble formación, con que Vygotski resumía lo esen­
cial de su posición en 1930: «En el desarrollo cultural del niño —decía— toda
función aparece dos veces: primero, a nivel social, y más tarde a nivel indi­
vidual; es primero entre personas (interpsicológica) y después se da en el in­
terior del propio niño (intrapsicológica). Esto puede aplicarse igualmente a
la atención voluntaria, a la memoria lógica y a la formación de conceptos. To­
das las funciones superiores se originan como relaciones entre seres huma­
nos» (op. cit., p. 94).
Esta tesis de la génesis social e instrumental de las funciones superiores
implicaba un replanteamiento de una de las cuestiones que nos han preocu­
pado inevitablemente en nuestra caracterización de la Psicología Cognitiva:
,, el problema del aprendizaje y el desarrollo. Desde el momento en que el de­
sarrollo de las funciones superiores exige la internalización de instrumentos
. y signos en contextos de interacción, el aprendizaje se convierte en la condi­
ción de desarrollo de estas funciones, pero lo es en tanto en cuanto se sitúe
precisamente en la zona de desarrollo potencial del sujeto, definida por la di­
ferencia entre lo que es capaz de hacer por sí solo y lo que hace con ayuda
de otros. En este concepto se sintetiza, por tanto, la concepción del desarro­
llo como apropiación de instrumentos (y especialmente signos) proporciona­
dos por agentes culturales de interacción, la idea de que el sujeto humano
no es sólo un destilado de la especie, sino también —en un sentido menos
metafórico de lo que pudiera parecer— una creación de la cultura.
¿Hemos salido, entonces, del círculo solipsista de los ejemplares teóri­
cos más «típicos» de la Psicología Cognitiva? Creo que contestar afirmativa­
mente, y terminar esta historia con un happy end, sería trivializar demasiado
las cosas. Y una razón fundamental para que no podamos dar una respuesta
afirmativa es que el enfoque de la Escuela de Moscú no cuadra con los re­
quisitos que han definido de facto a la Psicología Cognitiva. Debemos recor­
Sujeto, interacción y conciencia en la escuela histórico-cultural de Moscú 97

darlos ahora. Hemos dicho que la Psicología Cognitiva se define por referir
la explicación de la conducta a entidades mentales, funcionalmente autóno­
mas, y que son formas de organización del sujeto, el conocimiento y la ac­
ción. Hemos visto que estas formas son necesarias para explicar las regulari­
dades de la conducta, y que su autonomía funcional deriva del hecho de que
su caracterización no se realiza en términos de intercambios de energía, sino
de estructuras e intercambios de conocimiento. También nos hemos dado
cuenta de que, sin la influencia de lo superior sobre lo inferior estas formas
serían invisibles y no sería posible construir una Psicología Cognitiva. Ade­
más, hemos descubierto algo más inesperado: que la Psicología Cognitiva, en
su concepción actual, se basa en la suposición de que hay representaciones,
que no son identificables con las de la conciencia ni con las que tiene el sujeto
de atribución de la Psicología Natural, y que explican, en su calidad de es­
tructuras de conocimiento, ciertas regularidades de la conducta.
Evidentemente, el sujeto de que hablaba Vygotski es, más bien, el su­
jeto de la conciencia y de las intenciones. El enfoque socio-cultural es senci­
llamente mudo con respecto a las formas que no son ni estructuras de la con­
ciencia ni organizaciones funcionales del cerebro. No creo que Searle (1985)
pudiera incluir a Vygotski en su rechazo general de la Psicología Cognitiva.
El sí que trató de establecer, con gran lucidez, un camino muy directo (pero
de ida y vuelta) entre las funciones del cerebro y las intenciones de la con­
ciencia, un camino que carecía obviamente de computaciones y representa­
ciones intermedias.
con esto sí que llegamos al final, no tan feliz, de nuestra historia, que
comenzó en la persecución de la Psicología por un término. En ella hemos
perseguido al sujeto cognitivo, pero nos hemos encontrado con varios sujetos
diferentes: un sujeto que computa representaciones, y otro que conoce re­
glas, un sujeto que desarrolla estructuras formales por una vección inmanen­
te, y otro que se constituye en conciencia por medio de la relación consigo
mismo. Todos son, sin duda, el mismo sujeto, pero su imagen es fragmenta­
ria.;! Nuestro camino ha puesto de manifiesto la gran cantidad de dificultades
con que nos encontramos para construir una Psicología Cognitiva en sentido
estricto: contamos, sí, con el paradigma compacto de las computaciones y las
representaciones, cuya coherencia interna nadie puede poner en duda (vid.
García-Albea, 1983). Pero resulta difícil dar cuenta, desde él, del carácter
adaptativo y funcional del conocimiento, de sus procesos de cambio en el
aprendizaje y el desarrollo, de la funcionalidad cognitiva de la conciencia, de
la relación entre el plano cognitivo y el hardware biológico, de la importancia
del contenido y el contexto, de la influencia de la cultura en los procesos cog­
nitivos.
Probablemente, el estrecho marco de las explicaciones microgenéticas
sea insuficiente para lograr el objetivo de la Psicología Cognitiva, consistente
98 El sujeto de la Psicología Cognitiva

en reconstruir formas de organización del sujeto, el conocimiento y la acción.


A veces tenemos la impresión de que tratamos de ver el mundo entero por
el ojo de una cerradura, o sencillamente de buscar la llave de ésta debajo del
único farol que tenemos, aunque sepamos que se ha perdido en otra parte.
O quizá suceda que cualquier mente sea insuficiente para comprenderse a sí
misma, como ha sugerido Johnson-Laird (1983), y siempre deba quedar un
residuo indescifrable.
Lo que sí es cierto es que la propia búsqueda es, en sí misma, una tarea
apasionante.
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