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Riviére 1987 El Sujeto de La Psicologia Cognitiva
Riviére 1987 El Sujeto de La Psicologia Cognitiva
El sujeto de la
Psicología Cognitiva
a mágica etiqueta de lo a la historia interna de la psicolo
cognltivo ha conquistado gía y a la sustitución del paradig
tanto las instituciones aca ma conductista por otro que sub
démicas y los laboratorios sane sus anomalías. Es preciso
de psicología como las teo también recurrir a su historia ex
rías e interpretaciones de terna: los intereses educativos, los
los datos, las publicacio avances de la cibernética y la er-*
nes, la!s disertaciones y las prácti gonomía, los progresos tecnológi
cas de explicación e intervención cos en el ámbito del tratamiento
de la disciplina. Si bien son pocos de la información y la importan
los psicólogos que no hagan —en cia de los símbolos y las represen
uno u otro momento— declara taciones en los sistemas de inter
ción pública de su conversión o de cambio de las sociedades avanza
sus cdnvicciones cognitivas, esa das. El autor afirma que se ha
etiqueta corre el peligro (como producido una modificación pro
cualquier otro paradigma en ex funda del modelo o imagen de
pansión) de vaciarse de sentido en sujeto con que se hace la psicolo
el intento de dar cuenta de fenó gía y de la perspectiva metateórica
meno^1muy alejados de su ámbito en que tiende a situarse el estudio
explicativo originario. Ahora que científico del comportamiento; y
casi todos los profesionales pare también mantiene la necesidad de
cen mostrarse partidarios de la hacer hincapié en el problema del
psicología cognitiva es el momen significado y de analizar más a
to de plantear una pregunta ino fondo el tejido epistemológico de
portuna: ¿en qué consiste ser cog- base que guarda relación con el
nitivo* y qué es, en realidad, la crecimiento espectacular de la psi
psicología cognitiva? Para expli cología cognitiva.
car el‘origen y la significación de
esta disciplina no basta con aludir
Alianza Psimlneía
Angel Riviére
El sujeto de la
Psicología Cognitiva
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Alianza
Editorial
A la memoria de mi padre, que
me recuerda que cada sujeto es, por encima
de todo, una identidad irrepetible.
INDICE
9
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Introducción .
LA MAGICA ETIQUETA DE LO
MAS O MENOS COGNITIVO,
O DE COMO LA PSICOLOGIA
JS2¡l IJ^rk Ir OK. U I i
TERMINO
En 1956, uno de los investigadores más lúcidos e intuitivos de la Psico
logía Norteamericana, George Miller, publicaba un artículo en Psychological
Review, que comenzaba con la confesión de una extraña inquietud: se sentía
perseguido por un dígito. Treinta años después, aquellos primeros síntomas
de inquietud se han desarrollado hasta tal punto que es la propia Psicología,
en sus aspectos científicos e institucionales, la que se ve perseguida por un
término. El dígito era, naturalmente, el «mágico número siete más/menos
dos», y hacía referencia a una posible limitación del sistema humano de pro
cesamiento de la información. El término es, obviamente, la mágica etiqueta
de lo más o menos cognitivo, y hace referencia al paradigma psicológico por
el cual consideramos al propio sujeto humano como un sistema de procesa
miento de la información.
Los números tienen una cosa buena: que, como diría Piaget, «se conser
van», y no cambian por mucho que nos persigan. Pero los términos que nos
acosan se desgastan por el uso, llegan a saturarse, y corren el peligro de per
der cualquier significado preciso. Ello es especialmente cierto en el caso de
las etiquetas y nociones centrales de los paradigmas en expansión, que ter
minan por colapsarse y vaciarse de sentido en el intento de dar cuenta de fe
nómenos muy alejados de su ámbito explicativo originario, como destacaba
perspicazmente Vygotsld (1926) en su ensayo sobre El significado histórico
de la crisis en Psicología. Y el adjetivo «cognitivo», que ha invadido nuestras
instituciones académicas y laboratorios, nuestras teorías e interpretaciones de
los datos, nuestras prácticas de explicación e intervención, nuestras publica
ciones y disertaciones, remite, indudablemente, a un paradigma en expan
sión. Pocos son los psicólogos que no hacen, en uno u otro momento, decla
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14 El sujeto de la Psicología Cognitiva
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22 El sujeto de la Psicología Cognitiva
variaciones de las energías físicas del mundo y las variaciones de las conduc
tas del organismo. En otras palabras, por muy «ecológico», adaptativo y rea
lista que sea lo que el organismo «pone de su parte» en la actividad de co
nocimiento, lo cierto es que pone algo de su parte, que organiza y estructura,
que extrae regularidades que van más allá de la variación «aquí y ahora» de
los parámetros de energía con que se describe físicamente el medio.
De nuevo, este segundo atributo de autonomía funcional vuelve a situar
nos ante concepciones que encajan con gran dificultad en el significado clá
sico del término «Psicología Cognitiva» y que, incluso, se apartan intencio
nadamente de ella. Me refiero, naturalmente, a las teorías de Gibson y los
gibsonianos sobre la percepción y otras funciones (vid., por ejemplo, Gib
son, 1950, 1966 y 1979, y Turvey, et. al., 1981). Para Gibson, el mundo y los
organismos están constituidos de forma que éstos obtienen la información que
necesitan para su adaptación de una forma «directa», extrayéndola de las ri
cas variaciones de las energías del medio. Por ejemplo, cuando percibimos
objetos en un espacio de tres dimensiones, la información espacial relevante
está ya en la luz, y no es necesario inferir distancias, o relacionar informa
ciones de distintos sentidos, o recurrir a la experiencia pasada para percibir
la tercera dimensión. No es preciso recurrir a procesos de «inferencia incons
ciente» como los que proponía Hemholtz. El propio estímulo contiene sufi
ciente información como para explicar que el medio sea percibido en tres di
mensiones. Un estímulo que no se concibe simplemente en términos de la
energía puntual que se transduce por los receptores, sino como estructura ob
jetiva relacionada con las invariantes y relaciones a que da lugar la reflexión
de la luz en las superficies, ángulos, etc. de los objetos (Fernández Trespa-
lacios, 1985). En definitiva, el mundo físico contiene un grado de estructura
ción suficiente como para explicar muchos de los fenómenos perceptivos que
tradicionalmente se han atribuido a organizaciones impuestas por el sujeto
que percibe. Podríamos decir, metafóricamente, que éste lo que tiene que ha
cer (como la propia Psicología) es «abrir los ojos» y extraer esa estructura ob
jetiva, en vez de inventar o construir una estructura subjetiva.
Como ha señalado Fernández Trespalacios, «la concepción de Gibson es
una concepción ecológica y una teoría de la percepción directa. La estimula
ción que el organismo consigue operando en el mundo es función del medio
ambiente y la percepción es función de la estimulación» (1985, p.74). En este
sentido, Gibson se opone explícitamente a los intentos de explicar la percep
ción en términos de computaciones y representaciones de naturaleza cons
tructiva y, desde el momento en que el paradigma computacional-represen-
tacional es el que suele considerarse como «prototipo» de la Psicología Cog
nitiva, se opone también a ese paradigma y está muy lejos de considerarse a
sí mismo como un psicólogo cognitivo.
Prescindiendo ahora de los aspectos específicos de la teoría ecológica de
El concepto de psicología cognitiva 25
del sujeto: un sujeto que, para hablar o comprender emplearía sus conoci
mientos tácitos de las reglas morfo-sintácticas de la gramática generativo-
transformacional (Miller y McKean, 1964; Savin y Perchonock, 1965; Meh-
ler, 1963; McMahon, 1963; Slobin, 1966; Gough, 1965, 1966, etc.), cuya evo
lución cognitiva podría describirse en términos de estructuras cada vez más
poderosas y reversibles, que le acercarían progresivamente a un «modelo fi
nal» de sujeto competente en esquemas de inferencia definidos por la lógica
de clases, proposiciones y relaciones (Inhelder y Piaget, 1955), un procesa
dor óptimo de la información (Levine, 1966, 1969, 1975), que construiría
«conceptos limpios», semejantes a las clases lógicas, mediante estrategias ac
tivas de formación y comprobación de hipótesis (Bruner, Goodnow y Austin,
1956), y realizaría operaciones lógicas sobre la información al razonar (Hun-
ter, 1957), un sujeto que ajustaría sus juicios de semejanza al modelo métri
co euclidiano (Atneave, 1950; Torgerston, 1965; Shepard, 1962) y sus predic
ciones intuitivas a las leyes bayesianas del cálculo de probabilidades (Ed-
wards, 1968; Peterson y Beach, 1967), etc.
En los últimos años, ese sujeto ha cambiado tanto que resulta práctica
mente irreconocible: las estructuras con que produce y comprende el lengua
je están agujereadas de difusas influencias semánticas y pragmáticas (Clark y
Clark, 1977), su competencia final en el manejo de tareas lógicas es más bien
limitada y específica de ciertos campos (Wason, 1966, 1968), sus categorías
difusas y de límites imprecisos (Rosch, 1978), su razonamiento frecuentemen
te alógico (Evans, 1972) y guiado por «modelos mentales» más que por re
glas formales (Johnson-Laird, 1983), y sus estimaciones de semejanzas y pre
dicciones intuitivas están influidas por sesgos irrepresentables en la métrica
euclidiana o el cálculo de probabilidades (Tversky, 1977; Kahneman y
Tversky, 1973). A medida que ha crecido, el sujeto de la Psicología Cogniti
va se ha hecho menos lógico, más difícil de formalizar, quizá más impredic-
tible y divertido también. Si el interés fundamental de los psicólogos cogniti
vos de la primera generación parecía residir en demostrar a toda costa la ló
gica seriedad formal de las competencias cognitivas de su sujeto, el interés
de los psicólogos de la segunda generación parece residir, en gran parte, en
mostrar sus sorprendentes limitaciones y sesgos, las deformaciones (en un sen
tido muy literal, de divergencia con respecto a las formas pretendidamente
normales) con que procesa la información del medio.
¿Quiere decir esto que la Psicología Cognitiva ha renunciado a determi
nar las formas de organización atribuibles al sujeto, o su estructura de cono
cimiento? Creo que no. La creciente divergencia con respecto a los formalis
mos de la lógica y la lingüística, el descubrimiento de sesgos en el modo de
procesar o representar el conocimiento, son,por el contrario, muestras evi
dentes de la intervención activa de las formas de organización de la acción,
el conocimiento y el sujeto. Manifestaciones del hecho de que las funciones
El concepto de psicología cognitiva 29
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36 El sujeto de la Psicología Cognitiva
cognitivo, menos se entiende. Los procesos muy globales, como los de razo
namiento analógico, no se comprenden en absoluto» (1983, p. 107).
En definitiva, la consideración del sujeto como una especie de «paquete
de software de utilidades», con escasa o nula articulación, y la proliferación
de «mini-modelos» de procesos superiores, restringidos a tareas específicas
enormemente sensibles a ligeras variaciones de situaciones, contextos, conte
nidos, etc., la falta de un «modelo cognitivo del sujeto», en una palabra, se
ría el resultado de una condena inevitable, originada en la propia naturaleza
de las funciones superiores de conocimiento. Es la tesis que podemos llamar
de «Pesimismo Fodoriano», y —como suele suceder con las ideas de Fodor—
constituye una expresión lúcida y profunda de un problema muy real en Psi
cología Cognitiva.
Nuestras reflexiones nos han traído, por ahora, a un nudo bastante difí
cil de resolver: dijimos, en otro momento, que la Psicología Cognitiva no se
ría posible (o, si se quiere, que la autonomía funcional de las formas de or
ganización, a que remite, no sería «visible») si no fuera porque hay «proce
sos top-down», es decir procesos en que las estructuras más molares y supe
riores de conocimiento influyen en las funciones más moleculares. Y parece
evidente que, si no fuera por la influencia de lo más global sobre lo más es
pecífico, las regularidades que se originan en las formas de organización in
ternas del sujeto, el conocimiento o la actividad, permanecerían ocultas, y se
ría posible construir una Psicología completamente explicativa al estilo de
Skinner o, en cierto modo, de Gibson: determinando relaciones funcionales
entre estímulos y conductas, que agotarían todas las regularidades de las pro
pias conductas. Pero lo que Fodor nos dice es que, en la medida en que los
procesos son más top-down, y exigen un recurso más masivo a lo global para
explicar lo específico y particular, hacen menos posible la construcción ¿a la
Psicología Cognitiva en el núcleo paradigmático de procesamiento de la infor
mación. Llegados a este punto, parece que lo más sensato sería tirar los tras
tos y caer realmente en un «pesimismo fodoriano»: acudir, quizá, a un psi
cólogo al que pediríamos que no nos hiciese un «tratamiento cognitivo» de
la depresión, sino un planteamiento operante, basado en la única psicología
sensata y posible...
¿Es ésta la única solución, o hay alguna forma de deshacer este nudo?
Creo que sí hay formas, aunque no fáciles. En primer lugar, los desarrollos
objetivos de la Psicología del pensamiento no tienen por qué producir un pe
simismo tan acusado como el de Fodor. Es muy discutible su opinión de que
«el intento de desarrollar modelos generales de la solución inteligente de pro
blemas —que se asocia, sobre todo, con el trabajo en inteligencia artificial
de figuras como Schank, Minsky, Newell, Winograd, y otros— ha producido
una comprensión de estos procesos sorprendentemente escasa, a pesar del in
genio y la seriedad con que, frecuentemente, se ha perseguido este propósi-
38 El sujeto de la Psicología Cognitiva
fafasarv mu.. *<aBajr.asg»»-n>aa.-.a omwmx .tuiu
to .‘Tengo la impresión de que cada vez estamos más de acuerdo en que esta
primera fase, por así decirlo «wagneriana», de la investigación sobre inteli
gencia artificial ha llevado a un callejón sin salida, y que los intereses se di
rigen, cada vez más, a la simulación de procesos relativamente encapsulados
asociados con la percepción y el lenguaje» (1983, p. 126). Esta es una forma
muy particular de ver las cosas y, desde luego, no sería compartida por todo
el mundo. A pesar de la debilidad de los supuestos sobre la arquitectura fun
cional del sujeto de esta investigación, que está en la frontera de la Psicolo
gía Cognitiva y la inteligencia artificial, lo cierto es que sí nos ha permitido
comprender mejor la «arquitectura», o las formas de organización del cono
cimiento: los conceptos de «esquema», «marco», «guión», asociados a esa
fase «wagneriana» de la inteligencia artificial, han pasado a formar parte de
las explicaciones cognitivas de las funciones «menos encapsuladas», y éstas se
comprenden mucho mejor que hace treinta años.
La consideración anterior nos permite entender un rasgo muy importante
de la «segunda generación» de las teorías cognitivas del paradigma de proce
samiento de la información: la propensión a ser cada vez más molares, a es
tablecer (ya que no unos supuestos fuertes sobre las formas de organización
en el plano del sujeto) modelos de organización, relativamente permanente,
del conocimiento. En suma, a reconvertir el problema de organización del su
jeto en un problema de organización del conocimiento. Los esquemas, guio
nes y marcos son expresión de este movimiento, que se ha traducido por un
interés cada vez mayor por el tema de la estructura de la Memoria a largo
plazo (vid. Cofer, 1979).
Pero sucede, además, que el axioma clásico del procesamiento de la in
formación, según el cual el sistema cognitivo puede asimilarse a un procesa
dor multi-propósito capaz de inplementar cualquier clase de procedimientos
efectivos, no tiene por qué ser seguido a ojos cerrados. Como han señalado
Carello, Turvey, Kluger y Shaw (1982), el concepto de Máquina Universal de
Turing implica la idea de una manipulación formal de símbolos, que no está
sometida a restricciones o leyes físicas o biológicas. Cuando se realiza su com
petencia a través de procedimientos efectivos en un computador digital, el
funcionamiento de éste sí supone un coste en términos de disipación de ener
gía. Pero, como señalan Carello et. a i, mientras que el sistema artificial del
procesamiento tiene que cumplir una sola demanda (la de computación) con
unos recursos energéticos muy altos, el organismo está sometido a múltiples
demandas, con recursos energéticos limitados. En estas condiciones, la diná
mica relacionada con la limitación, distribución y optimización de tales recur
sos (por ejemplo, en las funciones de atención) puede ser tan pertinente, des
de el punto de vista cognitivo, como para obligar a una ampliación del mo
delo explicativo dominante, que tendría que ir más allá de la consideración
de la mente como una «máquina de manipulación de símbolos», e incluir as
El procesamiento de la información 39
asociaciones por contigüidad de los eventos «reales» del mundo y las asocia
ciones de elementos mentales o comportamentales, se veía abocado a una con
sideración extremadamente ambientalista y, por así decirlo, «situacionista»
de la génesis de los procesos mentales o comportamentales.
La hipótesis de la «capacidad computacional general», de un procesador
de la información multipropósito, comparte algunos de estos supuestos y con
secuencias. Una vez más, debemos atribuir a Fodor (1983) el mérito de su
gerir esta analogía: si sustituimos el mecanismo de asociación por los proce
sos de computación, y partimos de supuestos muy débiles sobre la arquitec
tura del sistema, estamos, como dice Fodor, ante una especie de asociacio-
nismo refinado, o «purificado». La idea de que el sujeto cognitivo es como
una Máquina de Turing, o la reducción de toda arquitectura funcional de di
cho sujeto a «sistemas de producciones» (Newell y Simón, 1972), equivale a
la suposición de que todo lo que necesitamos para definir al sujeto cognitivo
es un conjunto de elementos computacionales, y un número limitado de ope
raciones básicas, de forma que el out-put de cualquier modelo cognitivo es
taría definido por aplicaciones de éstas sobre aquéllos. Tanto en el enfoque
asociacionista como en el de. procesamiento de la información basado en la
hipótesis de la capacidad computacional general, el aparato teórico se redu
ciría, en último término, a conjuntos de elementos y conjuntos de operacio
nes combinatorias (asociativas o computacionales) realizables sobre ellos.
Esta semejanza se ve, con la mayor claridad, en el concepto de «Sistemas de
producciones», empleado por los pioneros más destacados del enfoque com-
putacional-representacional en Psicología: Newell y Simón (1972). Si inter
pretamos los pares de elementos, a-b, del asociacionismo clásico, como «es
tados mentales», en vez de como elementos conductuales o ideas conscien
tes, y establecemos mecanismos simples, de tipo condicional, que llevan de
unos estados a otros, estamos ante un sistema de producciones. Anderson
(1976) ha destacado esta posibilidad de asimilar los sistemas de producciones
a mecanismos E-R.
Probablemente, los investigadores que han sido más conscientes de esta
analogía son Anderson y Bower (1973), que sitúan su modelo general del co
nocimiento de Memoria Asociativa Humana (MAH) en un marco neo-aso-
ciacionista, y reconocen su deuda con la tradición asociacionista clásica. No
es extraño que sea, precisamente, uno de los modelos más ambiciosos y de
ámbito más general de la Psicología Cognitiva (un modelo basado, sin duda,
en la hipótesis de la capacidad computacional general) el que reconoce esa
deuda. Al sustituir las asociaciones «neutras» tradicionales por asociaciones
etiquetadas, y los mecanismos E-R por sistemas de producciones, que tam
bién «disparan» acciones cuando se cumplen determinadas condiciones, esta
mos ante los supuestos «arquitectónicos» de un modelo como el ACT de An
derson (1976), de poder computacional equivalente al que tiene la Máquina
42 El sujeto de la Psicología Cognitiva
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52 El sujeto de la Psicología Cognitiva
píricos parecen demostrar que existe una especificidad funcional de los me
canismos de percepción fonética con respecto a los de percepción acústica en
general (vid., por ejemplo, Liberman y Mattingly, 1985). Pero Fodor da un
salto más peligroso cuando especula con la idea de que la «percepción de ora
ciones» —con todo lo equívoco que resulta el término «percepción» en este
contexto— pueda corresponder también a mecanismos modularizados, basán
dose en la consideración de que existen «universales lingüísticos» en un do
minio tan «excéntrico» como éste, que podría requerir sistemas de procesa
miento de propósitos limitados.
Tampoco es obvia la idea de que la comprensión sea «obligatoria» y se
dispare «como un reflejo», o pueda hacerse corresponder a un mecanismo de
computación de ruta única. Aunque los procesos de comprensión puedan
incluir mecanismos muy automatizados, puede ser fértil la idea de que pue
den asimilarse a sistemas capaces de representar el conocimiento de out-put
con niveles de profundidad variable, en función de muy diversos factores
(Riviére, 1986). Ahora bien: los sistemas de computación capaces de variar
la profundidad de las representaciones de out-put tienen que hacerse de
pender de mecanismos muy generales y, por definición, escasamente modu
larizados y muy penetrables por estructuras de conocimiento más molares
que sus propios out-puts. Esta reflexión nos acerca a los modelos más top-
down, y basados en la noción de esquema, de la comprensión (como los de
Schank, 1984; o Rumelhart y colaboraciones, 1975), cuestionados por Fodor
(1983).
Una tercera característica de los sistemas de análisis de in-puts es que los
procesos centrales sólo tienen un acceso limitado a las representaciones in
termedias que computan. Este rasgo es funcional, debido a que «el mundo
es, en general, más estable de lo que lo son sus proyecciones en las superfi
cies de los transductores» (p. 60), y tales representaciones intermedias con
servarían aún muchas impurezas relacionadas con variaciones no-regulares de
las energías transducidas. El hecho de que se computen representaciones in
termedias parcial o totalmente inaccesibles se demuestra en el fenómeno de
que hay rasgos regulares de la estimulación que influyen en la conducta, sin
que seamos capaces de informar de ellos o distinguirlos de forma consciente.
Por ejemplo, diferencias sub-fonéticas, que no se distinguen según los infor
mes «introspectivos» de los sujetos, afectan a sus tiempos de reacción (Pisoní
y Tash, 1974).
En fin, no es éste el momento de analizar el conjunto de datos a los que
recurre Fodor para demostrar la modularidad del lenguaje. Sí debemos, sin
embargo, resumir la impresión general que producen estos datos. A saber:
constituyen una clara evidencia a favor de la naturaleza modular de ciertos
mecanismos de percepción del habla, pero no de los procesos más complejos
de análisis de los in-puts lingüísticos. Cuando se trata de aspectos propiamen
El sujeto modular de Fodor y algunas críticas 55
1985). Si damos un paso más de los dados por Searle, y nos acercamos a cier
tas posiciones mantenidas recientemente por psicólogos del conocimiento
(vid. Yates, op. cit.), podemos decir que la conciencia construye «modelos
de mundo», que funcionan como simulaciones de aspectos de lo real, a los
que se asignan planes de acción específica. Yates, que ha formulado la teoría
de la conciencia como sistema de construcción de «modelos de mundo», tam
bién duda de que sea necesario recurrir a representaciones intermedias no-
conscientes, para dar cuenta de los procesos de percepción o pensamiento,
aunque reconoce que son necesarias para explicar los procesos de acción y
producción del lenguaje (es decir los aspectos más eferenciales del compor
tamiento), en que las intenciones conscientes se realizan a través de la des
composición de las representaciones intencionales en niveles más específicos,
y no conscientes, de especificaciones de micro-acciones.
Llevadas hasta sus últimas consecuencias, las posiciones de Searle (y las
de Yates, en parte) supondrían la desaparición de la Psicología Cognitiva, tal
como se concibe actualmente. En esencia, lo que se plantea es la posibilidad
de ir directamente desde el organismo al sujeto de intenciones de la Psicolo
gía Natural, sin pasar por el camino de un supuesto «sujeto cognitivo» capaz
de computar representaciones. En opinión de Searle, la única diferencia en
tre la descripción neurobiológica y la intencional reside en la «molaridad» de
la segunda, frente al carácter más molecular de la primera. «Lo mismo que
necesitamos la distinción micro-macro para cualquier sistema físico, así tam
bién, por las mismas razones, necesitamos la distinción micro-macro para el
cerebro, dice. Y aunque podamos decir de un sistema de partículas que está
a 10° C o que es sólido o que es líquido, no podemos decir de ninguna par
tícula dada que esa partícula es sólida, o líquida, o que está a 10° C... De la
misma manera, en la medida en que sabemos algo sobre ello, aunque pode
mos decir de un cerebro en particular: “Este cerebro es consciente” o “este
cerebro está teniendo una experiencia de sed o de dolor” , no podemos decir
de ninguna neurona particular del cerebro: “Esta neurona tiene dolor, esta
neurona está teniendo una experiencia de sed” ... aunque hay enormes mis
terios empíricos sobre cómo funciona en detalle el cerebro, no hay obstácu
los lógicos o filosóficos, o metafísicos, para dar cuenta de la relación entre la
mente y el cerebro en términos que son completamente familiares para no
sotros a partir del resto de la naturaleza» (1985, p. 27).
Sin embargo, sí existen algunos problemas en este intento de pasar di
rectamente del cerebro al sujeto consciente e intencional de la Psicología Na
tural. En primer lugar, está el hecho reconocido de que, en el nivel «macro»
de descripción, emergen propiedades no conceptualizables en el nivel más mi
cro-estructural. Por eso mismo es una metáfora inadecuada decir que «el ce
rebro tiene intenciones», como lo es decir que «una molécula está mojada».
No; es un sujeto el que tiene intenciones, un sujeto —y no un cerebro— el
El sujeto modular de Fodor y algunas críticas 59
•msm ......
65
66 El sujeto de la Psicología Cognitiva
palabras, Chomsky lleva hasta sus últimas consecuencias (en este caso tam
bién) la nota de formalismo que ha definido, desde su origen, a la Psicología
Cognitiva. Y en este punto, de nuevo, se muestra como un fiel heredero de
la tradición racionalista, que tanto ha influido en ella.
Si situamos este bosquejo telegráfico en el contexto de nuestro intento
de definir el concepto de «Psicología Cognitiva», nos damos cuenta de la enor
me importancia de las posiciones de Chomsky en el origen y el desarrollo de
nuestra ciencia. En realidad, sería difícil exagerar esa importancia: en los años
de constitución de la Psicología Cognitiva, Chomsky presentaba un paradig
ma formalista, que había sido capaz de oponerse con éxito a las pretensiones
conductistas de explicar el lenguaje, y que era no sólo compatible sino mo
délico para el «nuevo mecanicismo» (del ordenador y las «máquinas forma
les») que perfilaba la Psicología Cognitiva. Porque, en realidad, ¿qué es una
gramática sino una máquina formal? El mismo pathos racionalista que guiaba
las poderosas intuiciones de Chomsky era el que había originado el sueño de
construir una máquina universal capaz de resolver cualquier duda sobre los
resultados de un razonamiento y de manejar los símbolos escritos en un su
puesto lenguaje universal de pensamiento: la intuición histórica de los racio
nalistas, que ha venido a parar en los sistemas digitales de computación de
propósitos generales que conocemos hoy.
Pero además la nueva formulación del sujeto como poseedor de un con
junto de representaciones sobre reglas gramaticales, capaces de producir los
rasgos más creativos del lenguaje, ofrecía a los psicólogos cognitivos la ima
gen de que, en último término, ese proyecto podría generalizarse a todo el
comportamiento, cumpliendo la aspiración de compatibilizar una explicación
algorítmica del origen de la conducta con la posibilidad de dar cuenta de los
aspectos creativos y «verdaderamente nuevos» de ella. En Plains and the Struc-
ture o f Behavior, de Miller, Galanter y Pribram (1960), se expresaba con toda
claridad esta aspiración, que ha sido uno de los motores más fundamentales
para la evolución de la Psicología Cognitiva en su paradigma más representa
tivo.
A todo ello hay que añadir el hecho de que Chomsky ha considerado
siempre que la lingüística forma parte de la Psicología, o más específicamen
te es «aquella parte de la Psicología que dirige su atención a un sólo dominio
cognoscitivo y una sola facultad mental: la del lenguaje» (1983, p. 12). La ex
plicación de esa «facultad» era muy afín a las formas de explicación de la con
ducta en el nuevo paradigma: la generación de una oración gramatical, en el
modelo de Chomsky, se define, en realidad, por una serie de computaciones
sobre «representaciones simbólicas», como aquellas a las que hacían referen
cia Newell, Simón y Shaw (1958).
No se trata de infravalorar las diferencias entre la posición de Chomsky
y el paradigma estándar de procesamiento de la información. Por ejemplo,
70 El sujeto de la Psicología Cognitiva
Chomsky (1980) tiene una concepción mucho más articulada, «fuerte» y mo
dular del sujeto cognitivo que la que tienen normalmente los teóricos cogni
tivos, y piensa que «es útil pensar en la facultad lingüística, la facultad nu
mérica y otras, como órganos mentales, análogos al corazón, al sistema vi
sual o ai sistema de planeamiento y coordinación motora» (1983, p. 47). Sin
embargo, dejando aparte las diferencias en los supuestos sobre la «arquitec
tura funcional» del sujeto —más diferenciada y estructurada para Chomsky— ,
lo que nos interesa ahora es destacar los puntos de semejanza e influencia mu
tua: el supuesto de que el sujeto cognitivo es esencialmente creativo, y de
que es posible dar cuenta de esa creatividad a partir de ciertas reglas, la idea
de que tales reglas configuran una especie de gramática, la explicación de la
conducta sobre la base de algoritmos definidos por esa gramática, y que con
sisten en la aplicación de computaciones a representaciones, el modelo jerár
quico y recursivo de las estructuras definidas por las reglas, etc.
Las consecuencias de todo ello han sido mucho más profundas de lo que
podría parecer a primera vista: podemos resumirlas diciendo que, en Psico
logía Cognitiva, ha tendido a imponerse un modelo lingüístico de explicación.
Un tipo de modelo que rastreamos en muchas de las formalizaciones de la
memoria semántica, en las teorías proposicionales de la representación del co
nocimiento, en gran parte las explicaciones de los procesos de pensamiento
y razonamiento, incluso en algunos modelos de la percepción visual (vid.
Marr, 1986). El supuesto de que las funciones de conocimiento pueden des
componerse en computaciones discretas sobre representaciones también dis
cretas y analíticas (quizá sea a esta característica a la que se referían Newell
y sus colaboradores cuando hablaban de «representaciones simbólicas»), que
se ordenan con arreglo a «reglas de reescritura» (y los sistemas de produc
ciones se componen de tales reglas), configura ese modo lingüístico.
Pero este «modo explicativo», que constituye indudablemente una de las
«marcas de fábrica» más claras de la Psicología Cognitiva, plantea ciertos pro
blemas de fondo, a los que ya me he referido en otros lugares (Riviére, 1985,
1986), pero que merecen, de nuevo, algún comentario en este contexto teó
rico de la concepción del sujeto cognitivo.
Tanto el modelo de Chomsky como las formulaciones más reflexivas y
coherentes del procesamiento de la información se basan en la premisa de
que la inteligencia puede explicarse en términos de sucesos discretos en au
tómatas: es lo que algunos (Pattee, 1974, 1977, 1982; Carello, Turvey, Ku-
gler y Shaw, 1982) han denominado modo simbólico-discreto o lingüístico de
explicación. En biología se conocen códigos que pueden describirse de forma
discreta, como por ejemplo la cadena de DNA. Pero sabemos que, en el caso
de los sistemas naturales, las descripciones discretas no pueden, a su vez, ser
creadas o interpretadas de form a discreta. Es decir: el código «simbólico» (si
se me permite esta licencia) de DNA no agota las posibilidades de explicar
Gramática, sujeto y conocimiento en Chomsky 71
Psicología Cognitiva, Carretero (1986) encontraba que los temas menos in
cluidos eran precisamente los de aprendizaje y desarrollo cognitivo. Hay al
gunos intentos recientes de superar este olvido (por ejemplo, Segal, Chipman
y Glaser, 1983, 1985), pero sigue siendo cierta la opinión de Siegles y Klahr
(1982) cuando señalan que la Psicología Cognitiva ha descuidado el estudio del
aprendizaje del mismo modo que el conductismo descuidó el estudio de los
procesos complejos. Y esto mismo podría decirse del desarrollo en general
(vid. Carretero, 1985, 1986).
Por esta vía de reflexión, empezamos a encontrarnos con algunos pro
blemas serios del sujeto de la Psicología Cognitiva. Aparentemente, en el pa
radigma nuclear, es un sujeto que es como es desde el principio. Una arqui
tectura funcional pre-construida o que, si crece, suele hacerlo con arreglo a
un modelo extremadamente simple de «aumento de tamaño del almacén» en
que se guarda, a corto plazo, la información, o de mera acumulación, de co
nocimiento, sin transformaciones de la propia arquitectura funcional, es de
cir del sujeto como tal. Es como si creciera sólo la posibilidad de actuación,
pero no la competencia que define al propio sujeto, para basarnos en una dis
tinción empleada por Chomsky. Naturalmente, éste no es sólo un problema
teórico que afecte a la Psicología Cognitiva, sino que implica una cuestión tec
nológica de largo alcance en Inteligencia Artificial: ¿cómo hacer que «apren
dan» y se desarrollen los sistemas artificiales de computación?, ¿cómo puede
ser posible que modifiquen sus procedimientos en función de la experiencia
y, más aún, que se transforme su propia «arquitectura», haciéndose cada vez
más poderosa? Podemos suponer que el día en que la inteligencia artificial
dé una repuesta eficaz a estas cuestiones, será histórico desde el punto de vis
ta del desarrollo tecnológico y, probablemente, de nuestras formas de vida.
No quisiera exagerar esta nota de la dificultad del sujeto de las compu
taciones y las representaciones discretas para desarrollarse. En la propia in
teligencia artificial hay sugerencias muy interesantes sobre «procesos de
aprendizaje y desarrollo» que serían posibles en sistemas digitales de proce
samiento de la información (vid., por ejemplo, el interesante artículo de Sey-
mour Papert, en Piatelli-Palmarini, 1983). Pero ni las propuestas cognitivas
ni las de la inteligencia artificial han cruzado el marco de las sugerencias in
teresantes, ni unas ni otras han permitido formular una teoría general del de
sarrollo del sujeto cognitivo.
C apítulo 5
LA GENESIS DEL SUJETO Y
LA ESTRUCTURA DE LA
ACCION EN LA OBRA DE
PIAGET
a'ANCO BÜ la ICPUfcüKa
*«uOí£-CA LWS-ANGft
05ÍT<x Oí ADOUWCJOlR
Para encontrar una teoría general del desarrollo del sujeto cognitivo te
nemos que acudir a un concepto de sujeto muy diferente del que hemos es
bozado hasta ahora, a un marco teórico originariamente independiente del
«paradigma duro» de procesamiento de la información, aunque ricamente in
terrelacionado con él (como puede verse en los trabajos de Guy Cellerier,
1979 a y b, y de Inhelder y Piaget, 1979): me refiero, naturalmente, al «su
jeto epistémico» de Piaget, y al paradigma del estructuralismo genético de
sarrollado por la Escuela de Ginebra. Y, si queremos entender un aspecto
esencial de la definición de ese sujeto, debemos volver a nuestra idea de la
Psicología del conocimiento como ciencia referida a formas mentales de or
ganización del sujeto, del conocimiento, o de la acción. Pues bien: del mismo
modo que la posición de Chomsky se caracterizaba por identificar las formas
de organización del sujeto con una cierta organización del conocimiento, la
de Piaget se define por caracterizar al sujeto en términos de las estructuras de
sus acciones virtuales, es decir de las acciones externas o interiorizadas (ope
raciones) que es capaz de hacer: que entran en los límites de su competencia.
En este caso, la arquitectura funcional del sujeto se asimila a la forma
de organización de sus acciones. Y esta organización no es fija, sino variante,
de forma que delimita una competencia adaptiva cada vez más poderosa.
Ahora, las acciones no se definen como el resultado puntual de procesos mo
leculares de computación de representaciones (aunque no tenga por qué ser
incompatible esta definición con la más molar de Piaget) sino por sus rela
ciones en estructuras de conjunto, a las que debe asimilarse el medio para
ser «comprendido».
Es interesante destacar que, cuando hablamos de la arquitectura funcio-
77
78 El sujeto de la Psicología Cognitiva
cidas sobre las cosas, y sobre todo de las operaciones aplicadas a lo real: de
todas maneras, se trata de formas cuya riqueza y fecundidad superan en cier
to sentido las formas de lo real» (Piaget, 1975, p. 111).
Desde el punto de vista del conocimiento, lo real no es un supuesto pre
vio que se registre en el sujeto, sino que se construye como resultado de la
asimilación del mundo a sus acciones. Por otra parte, en la medida en que
estas acciones tienen que acomodarse a las propiedades objetivas de las cosas
para ser adaptativas, sufren transformaciones que dan lugar a coordinaciones
cada vez más equilibradas, a estructuras de acción que son cada vez más ca
paces de cumplir las funciones invariantes de adaptación y organización. El
conocimiento objetivo, por tanto, no consiste en una copia pasiva de la rea
lidad externa, sino que se origina y desarrolla en la interacción entre el suje
to y los objetos. La objetividad es un producto de la estructura de la acción,
en tanto que es conocimiento, y es un motor de estructuración, en la medida
en que ofrece resistencias a la asimilación del mundo a la acción propia. En
una paradoja sólo aparente, lo «real objetivo» alcanza su más alto grado de
construcción y estructuración cuando, por así decirlo, es desbordado por
estructuras operatorias tan poderosas que permiten concebirlo simple
mente como un subconjunto de lo posible, definido implicativamente por es
tructuras axiomáticas (lógicas y matemáticas) derivadas, por abstracción re
flexiva, de las propias estructuras de las acciones. Por eso dice Piaget que
las formas de las acciones superan, en riqueza y fecundidad, a las formas
de lo real.
Ahora bien: si la lógica y las matemáticas son «axiomáticas de la acción»,
si como dice Piaget «la lógica es la axiomática de las estructuras operatorias
de las que la Psicología y la Sociología del pensamiento estudian el funciona
miento real» (1949, p. 15), ello significa que es posible definir en términos
lógicos (o semi-lógicos en el caso de las estructuras que aún no alcanzan los
niveles más altos de equilibrio) la arquitectura operatoria de los sujetos, es
tableciendo así los límites de su competencia.
Esta característica es la que explica la nota de logicismo con la que suele
definirse la concepción estructural de Piaget (vid. De Vega, 1981), y que se
manifiesta en la suposición idealista de que el desarrollo cognitivo se corona
siempre en el dominio de un dispositivo de competencia definido por la ló
gica de clases, proposiciones y relaciones, en la visión teleológica del desarro
llo, concebido como guiado por un vector cuya dirección y sentido final está
definido por esa competencia lógica, y en una tendencia a establecer un iso-
morfismo entre los procesos mentales y las operaciones lógicas. Irónicamen
te, mientras que los psicólogos han tendido a destacar el logicismo de la con
cepción piagetiana del desarrollo (Wason, 1977; Braine, 1969,1978; De Vega,
1981), los lógicos han destacado su psicologismo, es decir su propensión a ex
plicar psicológicamente la génesis de las reglas de la lógica. Piaget se ha de-
80 El sujeto de la Psicología Cognitiva
fendido de esta acusación haciendo notar que sus análisis no analizan las es
tructuras lógicas a título de normas, sino de hechos.
De todas formas, el comentario anterior nos sitúa ante el núcleo mismo
desde el que crece la concepción genética del conocimiento en la obra de Pia
get: este núcleo originario se define por un conjunto de problemas epistemo
lógicos que han ocupado a la conciencia racional de Occidente desde su na
cimiento. Uno de estos problemas (y no de los menos importantes) es preci
samente el de la relación entre las normas y los hechos, entre la inmutable
necesidad de los principios y deducciones de la lógica y las matemáticas y la
contingente variedad de los fenómenos que se ofrecen a la experiencia. No
está de más recordar que uno de los motores fundamentales de la diferencia
ción de la rjmxq en los pitagóricos y Platón fue también el intento de dar una
explicación racional a la dialéctica entre necesidad y contingencia, entre las
normas de la razón y los hechos de la experiencia. Piaget, que había acudido
a la Psicología con la motivación fundamental de encontrar respuesta a sus
preocupaciones epistemológicas, recuperaba así, para la Psicología, algunos
de los temas que habían permitido ab initio tematizarla como un saber dife
renciado.
Metafóricamente, podríamos describir su visión del desarrollo como una
explicación del origen de la necesidad en la contingencia, de cómo nacen las
necesarias normas de la razón que piensa sobre lo posible de las acciones con
tingentes que transforman lo real. Cuando decimos que Piaget propone una
descripción lógica del desarrollo de la competencia cognitiva (si se quiere:
que define en términos lógicos al sujeto cognitivo), debemos situar esta ca
racterística en el contexto de los propósitos específicos con que hace esa des
cripción del desarrollo; a saber: no trata de estudiar cualquier forma de co
nocimiento, sino justamente aquella que le permite al sujeto ser «racional»
en el sentido más clásico del término, es decir en el sentido lógico-matemá
tico de él. Lo que trata de explicar es, esencialmente, la génesis de la razón.
Por ello, no es extraño que reduzca la definición del sujeto cognitivo a la del
sujeto racional.
Por lo dicho, es fácil entender que esta definición del sujeto racional se
realice en términos de estructuras de acciones o de operaciones (i.e. de ac
ciones interiorizadas y reversibles), que tienen una forma lógica y que expre
san el nivel de equilibrio adaptativo que alcanza el sujeto en sus interacciones
con el medio y en un momento determinado de su desarrollo. Si se me per
mite decirlo así, los puntos de equilibrio sucesivo pueden caracterizarse, en
el plano del sujeto, por las estructuras operatorias (agrupamientos, grupo
INRC, etc.) que es capaz de movilizar en esas interacciones, y en el plano
del «mundo del sujeto» por los rasgos invariantes que le dan una estabilidad
y un orden que desborda, con mucho, a la estabilidad y orden del mundo per
cibido. En otras palabras, el desarrollo cognitivo puede definirse por la gé
La génesis del sujeto y la estructura de la acción 81
91
92 El sujeto de la Psicología Cognitiva
está todavía muy lejos del sujeto de las «formas de organización» de la Psi
cología Cognitiva. En primer lugar, porque lo que le define más fundamen
talmente es, justamente, la categoría de conciencia que, como hemos visto,
se articula con gran dificultad en el paradigma clásico de procesamiento de
la información. En segundo, porque su conciencia se define por una estruc
tura semiótica, es decir estructurada en significantes con contenidos, y tanto
los significantes como los contenidos ocupan un lugar subsidiario en los mo
delos más formalistas. En tercer lugar, porque es un sujeto escasamente fo r
mal, que carece de definición lógica, gramatical o computacional, y es poco
refinado para la «estética explicativa» de los psicólogos cognitivos occidenta
les, que estamos acostumbrados a explicar la conducta en términos de un fo r
malismo (un procedimiento efectivo, un esquema de conocimiento, una estruc
tura, una gramática, un algoritmo) que reconstruye su génesis. Y por último,
porque ese sujeto se ha ido moldeando con procedimientos (como el método
genético experimental de Vygotski) que rara vez se atienen a los requisitos
operacionales de nuestros métodos experimentales o de simulación.
Fue, efectivamente, la categoría de conciencia la que permitió a Vygots
ki enfrentarse a su problema fundamental, que era originariamente el de en
contrar una explicación científica de la génesis de la cultura. Como ha seña
lado Schedrovitski (1982), los intereses estéticos y semiológicos del creador
de la Escuela de Moscú fueron los que le llevaron a esta categoría, y también
a darse cuenta de que la Psicología de su tiempo no era capaz de proporcio
nar una explicación adecuada de ella. Podía, eso sí, brindar una descripción
fenoménica de sus contenidos (por ejemplo en las formulaciones de la Teoría
de la Gestalt), pero cuando trataba de explicarla, la reducía a procesos ele
mentales (por ejemplo, reflejos) tan lejanos de los productos simbólicos de
la cultura que obviamente resultaban poco satisfactorios para un semiólogo
interesado por el origen psicológico del arte y la cultura. Fue esta insatisfac
ción la que llevó a Vygotski a analizar, primero, las raíces de esa incapacidad
de la psicología de su tiempo para dar una explicación científica de la con
ciencia, y luego a tratar de construir una psicología científica que, al tiempo
que conservara su naturaleza explicativa y su fundamento metodológico co
mún a toda la ciencia de la naturaleza, fuera capaz de dar cuenta de las crea
ciones más complejas de la cultura.
Como es sabido, Vygotski analizó en profundidad las dificultades de la
Psicología de los años veinte para explicar las funciones superiores, en un tex
to que ha sido prácticamente desconocido hasta hace poco tiempo: El sentido
histórico de la crisis de la psicología. Allí señalaba que la rica y pluriforme
realidad de aquella psicología era expresión, a pesar de su floreciente apa
riencia, de una profunda crisis, de una escisión fundamental entre un enfo
que naturalista, incapaz de explicar las funciones superiores y más específi
camente humanas de conocimiento y acción, y otro idealista, que tenía un ca
Sujeto, interacción y conciencia en la escuela histórico-cultural de Moscú 93
momento en que se define por poseer una conciencia cuya estructura es se
miótica, es un destilado de la relación, del contacto social.
A partir de las consideraciones anteriores, puede entenderse la afirma
ción de que el «vector» fundamental del desarrollo humano es el definido por
la interiorización de los instrumentos y signos: por la conversión de los siste
mas de regulación externa en medios de auto-regulación que, a su vez, mo
difican dialécticamente la estructura de la conducta externa y, aún más, la pro
pia «arquitectura funcional» del cerebro. En efecto: si partimos de la base de
que las funciones superiores se constituyen en la historia y modifican dialéc
ticamente en el desarrollo, si son un resultado de la cultura a través de la in
teracción, tenemos que suponer que su substrato funcional, en el sistema ner
vioso, consiste en sistemas flexibles que interrelacionan, de diversos modos,
el funcionamiento de centros más específicos. Vygotski y Luria suponen que,
en el curso del desarrollo, se crean órganos funcionales, que no requieren or
ganizaciones morfológicas nuevas, sino que implican reorganizaciones diná
micas de sistemas previos. En cierto modo, se podría decir que el cerebro hu
mano es, desde el punto de vista funcional, un producto de la historia.
Es fácil ver que el cuadro que se nos presenta sobre la organización del
sujeto es, aquí, muy diferente tanto del modelo de «arquitectura fija» del pro
cesamiento de la información como del de estructuras configuradas por una
lógica inmanente, que nos ofrece Piaget. Se trata de un modelo de arquitec
tura variable, en la ontogénesis, pero cuya forma está definida precisamente
por la interacción y la cultura. Es más, las formas de la conciencia son sim
plemente formas de interacción, signos con los que el sujeto se dibuja como
objeto de sus propias relaciones y, por eso mismo, se constituye en sujeto hu
mano en sentido pleno: consciente y capaz de regular intencionalmente su
conducta.
Decíamos en otro momento que la Psicología Cognitiva se define por su
poner la existencia de formas mentales de regulación, funcionalmente autó
nomas, que se diferencian en el plano del sujeto, el conocimiento y la acción.
Pues bien: para los investigadores de la Escuela de Moscú, las formas de re
gulación son formas de relación. De modo que la sociedad y la cultura no tie
nen simplemente un papel activante de estructuras endógenas de la razón,
sino una función efectivamente formante.
Esto explica la tendencia a un cierto relativismo cultural que tuvieron his
tóricamente Vygotski y sus colaboradores. Las investigaciones llevadas a cabo
en Uzbekistán y Khigiria, en Asia Central, y que fueron inspiradas por
Vygotski y dirigidas por Luria en 1931-1932, estaban destinadas a demostrar
que las funciones perceptivas, los procesos de clasificación, deducción e in
ferencia, las actividades de razonamiento, solución de problemas e imagina
ción adquirían formas diversas determinadas por la cultura, y por los siste
mas de producción material y organización social. De esta forma, se abría ca-
Sujeto, interacción y conciencia en la escuela histórico-cultural de Moscú 9 5
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darlos ahora. Hemos dicho que la Psicología Cognitiva se define por referir
la explicación de la conducta a entidades mentales, funcionalmente autóno
mas, y que son formas de organización del sujeto, el conocimiento y la ac
ción. Hemos visto que estas formas son necesarias para explicar las regulari
dades de la conducta, y que su autonomía funcional deriva del hecho de que
su caracterización no se realiza en términos de intercambios de energía, sino
de estructuras e intercambios de conocimiento. También nos hemos dado
cuenta de que, sin la influencia de lo superior sobre lo inferior estas formas
serían invisibles y no sería posible construir una Psicología Cognitiva. Ade
más, hemos descubierto algo más inesperado: que la Psicología Cognitiva, en
su concepción actual, se basa en la suposición de que hay representaciones,
que no son identificables con las de la conciencia ni con las que tiene el sujeto
de atribución de la Psicología Natural, y que explican, en su calidad de es
tructuras de conocimiento, ciertas regularidades de la conducta.
Evidentemente, el sujeto de que hablaba Vygotski es, más bien, el su
jeto de la conciencia y de las intenciones. El enfoque socio-cultural es senci
llamente mudo con respecto a las formas que no son ni estructuras de la con
ciencia ni organizaciones funcionales del cerebro. No creo que Searle (1985)
pudiera incluir a Vygotski en su rechazo general de la Psicología Cognitiva.
El sí que trató de establecer, con gran lucidez, un camino muy directo (pero
de ida y vuelta) entre las funciones del cerebro y las intenciones de la con
ciencia, un camino que carecía obviamente de computaciones y representa
ciones intermedias.
con esto sí que llegamos al final, no tan feliz, de nuestra historia, que
comenzó en la persecución de la Psicología por un término. En ella hemos
perseguido al sujeto cognitivo, pero nos hemos encontrado con varios sujetos
diferentes: un sujeto que computa representaciones, y otro que conoce re
glas, un sujeto que desarrolla estructuras formales por una vección inmanen
te, y otro que se constituye en conciencia por medio de la relación consigo
mismo. Todos son, sin duda, el mismo sujeto, pero su imagen es fragmenta
ria.;! Nuestro camino ha puesto de manifiesto la gran cantidad de dificultades
con que nos encontramos para construir una Psicología Cognitiva en sentido
estricto: contamos, sí, con el paradigma compacto de las computaciones y las
representaciones, cuya coherencia interna nadie puede poner en duda (vid.
García-Albea, 1983). Pero resulta difícil dar cuenta, desde él, del carácter
adaptativo y funcional del conocimiento, de sus procesos de cambio en el
aprendizaje y el desarrollo, de la funcionalidad cognitiva de la conciencia, de
la relación entre el plano cognitivo y el hardware biológico, de la importancia
del contenido y el contexto, de la influencia de la cultura en los procesos cog
nitivos.
Probablemente, el estrecho marco de las explicaciones microgenéticas
sea insuficiente para lograr el objetivo de la Psicología Cognitiva, consistente
98 El sujeto de la Psicología Cognitiva
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