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La Supervisión Clínica en Psicopedagogía

Lic. María Teresa Sarthe*


Introducción

La supervisión psicopedagógica es otra de nuestras tareas más reconocidas en la


práctica clínica.

¿Pero, en qué consiste la supervisión clínica psicopedagógica?

Muchas veces se ha entendido como el simple pedido de ayuda que el “novel


practicante” le hace al experimentado supervisor.

Ante un caso psicopedagógico, el psicopedagogo, al finalizar su diagnóstico o bien


en pleno tratamiento psicopedagógico, demanda que otro de su misma especialidad, con
sólida y reconocida formación, ofrezca orientación y apoyo para continuar con su labor
clínica.

Esta práctica habitual en los psicopedagogos que ejercen la tarea clínica se


complejiza. Intervienen variables teóricas, éticas, discursivas, estratégicas y metodológicas

¿Qué entendemos por “supervisión”?

Una vez más, nos encontramos con la problemática forma de nombras las cosas en
psicopedagogía.

“Supervisar”, también conocido como “controlar”, quizás no sean las expresiones


más adecuadas para referirnos a un interesante espacio de intercambio psicopedagógico.

Como bien manifestó Foucault, la palabra no nombra la cosa, sino que la construye,
y el significado nunca es inocente siempre hay una intención que está mediada por
relaciones de poder.

Tanto la palabra supervisar como controlar refiere a una práctica estática y vertical
de poder que muchas veces determina comportamientos de dominación y sumisión según
el rol del participante.

Por tanto, esperamos que supervisión en psicopedagogía sea entendida como “una
visión más” y no como una visión superior. Se trata de “pensar con otros”, de descentrar la
problemática, mirar desde un lugar distinto, escuchar, descubrir variables y buscar
estrategias. De esto se trata la supervisión.

Un poco de historia para entender más

Freud escribe “… la orientación teórica que le es imprescindible (el psicoanalista) la


obtiene mediante el estudio de la bibliografía respectiva y, más concretamente en las
sesiones científicas de las asociaciones psicoanalíticas, así como por el contacto personal
con los miembros más antiguos y experimentados de estas. En cuanto a su experiencia
práctica, aparte de adquirirla a través de su propio análisis, podrá lograrla mediante
tratamientos efectuados bajo el control y guía de los psicoanalistas más reconocidos”.

El término acuñado por Freud, control, supervisión o superaudición (para Lacan),


con el tiempo pasó a ser una práctica sistematizada de psicoanalistas, psicólogos y, por
supuesto, psicopedagogos.

¿Quién supervisa?, ¿quién es supervisado?

Alicia Fernández propone decir “co-visión” en lugar de supervisión, aludiendo a la


importancia de las palabras al momento de nombrar las prácticas. Sucede que es difícil
generalizar este término cuando se ha instalado con fuerza desde la perspectiva
psicoanalítica.

Pero parecería que, si bien la palabra determina la práctica, la actitud del supervisor
frente al supervisado también ejerce su impronta.

Necesariamente, hay que establecer un vínculo con nuestro “supervisor/a”. La


elección de quien acompañe y oriente nuestros casos será un trabajo arduo de tiempo extra.
Dependerá de nuestra forma de ser, pensar, de nuestra habilidad para detectar destrezas,
habilidades técnicas y teóricas en otro que de alguna manera nos represente. La cuestión es
“sentirnos bien” con quien compartiremos el acto de supervisar.

Aquellas supervisiones rayanas en la violencia, con demostración de poder y


soberbia que pocas veces hemos padecido, igualmente, nos han dejado un saber.
La violencia en ciertas prácticas supervisivas, ubicadas en el lugar del saber
absoluto, desde un discurso amo, que menoscaban el rol del psicopedagogo o lo que es
peor su capacidad profesional deben ser fuertemente cuestionadas y denunciadas.

El supervisor orienta, no dictamina, enseña, no instruye, permite que lo interpelen.


Es capaz de un intercambio dialógico.

Cuando supervisamos buscamos un supervisor por su identidad profesional, su


experiencia, su marco teórico, pero también su marco empático, afectivo. Para supervisar
tiene que existir un reconocimiento mutuo, de lo contrario no hay transferencia.

Quien supervisa también debe “dejarse atravesar” por el saber del otro. Dejar a un
costado su saber omnipotente y permitirse pensar, acompañado, se trata de una relación
dialéctica.

Hebe Tizio aclara una idea fundamental y es la hermandad que existe entre el
análisis personal y el control. La supervisión tiene una relación directa con el análisis: “Es
interesante ver la relación del control con el análisis ya que a veces puede ser una
indicación controlar con el propio analista, pero la más de las veces es importante la
elección de otra transferencia. Otras veces el control es la puerta de entrada para un
análisis.”

¿Qué supervisamos, cuándo?

Supervisamos nuestras prácticas psicopedagógicas. Aquello que delimitamos y


consideramos como problema, aquello que nos preocupa, desorienta: nuestros casos
clínicos, alguna tarea específica en la escuela, intervenciones comunitarias. Supervisamos
los talleres que hacemos de alfabetización, de juego, de estrategias de aprendizaje…

Supervisamos cuando ‘finalizamos’ un diagnóstico y durante el tratamiento


psicopedagógico, cuando nos ‘’pasa algo’’. No hay una cantidad fija, podemos hacerlo 2, 3
o muchas veces.

Un equipo de orientación de una escuela puede acudir a un supervisor/a ante


determinada problemática. Es decir, podemos supervisar en grupo pero entiéndase que
muchos no consideran esta práctica de supervisión grupal dentro de un marco institucional
como una verdadera supervisión sino que se trata de una presentación de casos (muy
importante, por cierto).
Hebe Tizio nos cuenta que los profesionales más recientes supervisan el diagnóstico
y la organización general del caso, mientras que aquellos más avezados llegan a la
supervisión con inquietudes acerca sus propias interpretaciones, temores acerca de estar
empujando al paciente, no conectarse con él, etc.

La supervisión psicopedagógica: ¿una práctica en desuso?

¿Práctica abandonada? Es difícil determinarlo sin una investigación previa.


Ciertamente, es algo frecuente escuchar “hace mucho que no superviso”, “ya no me hace
falta supervisar”, etc.

Primero, la práctica supervisiva es un ejercicio ético. Es imperioso saber cómo


estamos ejerciendo nuestras prácticas. Es una responsabilidad frente a nuestro pacientito.
Los años de experiencia, el saber acumulado, no pueden justificar la falta de supervisión,
no habilitan su omisión. Menos aún un criterio de superioridad sostenido por el
profesional.

Segundo: Tanto el diagnóstico como el tratamiento psicopedagógico no están


exentos de las vicisitudes transferenciales. Es imposible negarlas. Reconocer el aspecto
transferencial permite no quedar entrampados en aspectos imaginarios que obstaculizan el
proceso clínico. Es prioritario conversar sobre estos obstáculos.

Es interesante la postura de Glasman cuando considera a la supervisión como


“práctica de los obstáculos”: “quienes se acerquen a la misma tienen que estar dispuestos,
inclusive el supervisor, al cuestionamiento de su práctica, única forma de no terminar
haciendo, de la nuestra, una rutina burocrática”

En este cuestionamiento será relevante la toma de posición del psicopedagogo


frente a la cura que dirige.

Nos dice Izcovich (2014):


La sensación de perplejidad vuelve a aparecer muchos años
después cuando ya en un curso que dicto en la Universidad a
psicólogos desde hace tres años, me encuentro con que no sólo
ninguno controla sino que a duras penas saben lo que es (no
hablemos de analizarse). Se orientan, me señalan algunos por cierto
“sentido común”.
En mi caso la práctica del control ya no tiene que ver con lo que
buscaba al principio: el consejo y la orientación. Para mí, se trata
de una práctica en la que se pone en juego la transferencia y donde
uno trabaja los propios impasses. Una conversación en la que uno
se aleja de la soledad del despacho y trabaja las preguntas que
emergen.

Últimas consideraciones prácticas

Sería esperable entender la supervisión como un espacio de discusión e intercambio


clínico. Pensarla en términos de mejora.

No siempre vamos a supervisar con un psicopedagogo/a, sino que, en algún


momento, según el caso, supervisaremos con un psicólogo, fonoaudiólogo, docente u otro
profesional.

Podemos hacerlo de manera individual o grupal.

La búsqueda del supervisor es toda una tarea, pero tiene que ser parte de nuestra
identidad profesional.

Hay quienes trabajan con un reloj sobre el escritorio y hay quienes pueden pasar dos
horas o más en un intercambio permanente.

Todos cobran por su trabajo.

Es importante que en el proceso de supervisión se desarrollen tres instancias:

- Aspectos transferenciales

- Aspectos estratégicos

- Sugerencia bibliográfica

Al salir de una supervisión el/la psicopedagoga se llevará “puesto” estas tres


instancias.
*Lic. en Psicopedagogía (USal). Profesora en Psicopedagogía. Esp. en Educación y TIC.
Especialista en Psicoanálisis y Prácticas Socioeducativas (FLACSO). Maestría en
Educación (USal)

Referencias

Freud, Sigmund: “¿Debe enseñarse el psicoanálisis en la universidad?”, Obras Completas


Tomo XVII
Fernandez, A. (1987). La inteligencia atrapada. Nueva Visión
Foucalt, M. (1968). Las palabras y las cosas, una arqueología de las ciencias humanas.
Siglo XXI editores
Glasman, C. (1994). Admitir la supervisión. Revista “Psicoanálisis y el hospital. Año 3, N°
5
Izcovich, M (2014). Notas sobre el control. Control, supervisión, superaudición.
recuperado de http://cid-lima-psicoanalisislacaniano.blogspot.com/2014/04/
Tizio, H. (2014). Notas sobre el control. La gran conversación en la Escuela Una.
recuperado de http://cid-lima-psicoanalisislacaniano.blogspot.com/2014/04/

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