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El PUEBLO DE DIOS

Nº3
Tema bíblico traducido y adaptado de J. Giblet por: Luis Esponda Samaniego

I. INTRODUCCIÓN

Dios ha querido formar para sí un pueblo capaz de recibir sus dones y de corresponderle sin
reservas. La historia de la salvación no es otra, que la historia de la formación y de la
santificación de este pueblo. Inaugurada con la vocación de Abraham y los acontecimientos
del éxodo, esta historia prosigue hasta los días de Cristo y de la Iglesia, porque es
finalmente, con la " PARUSIA " que el pueblo de Dios alcanzará su fin y aparecerá en
todo su esplendor "La Multiforme Sabiduría de Dios " (Ef. 3, 10). Y en este pueblo y en
función de él, cada hombre estará en grado de encontrar al Señor.

II. EL PUEBLO DE ISRAEL

Para captar la posición de Israel es necesario, ponerla en relación al mundo que lo rodea.
Los once primeros capítulos del Génesis, evocan, con la ayuda de algunos relatos
sugestivos, la condición concreta del mundo abandonado a sí mismo. Ofrecen de algún
modo el panorama en el que se desarrollará la historia de la salvación que comienza.

El mundo es obra de Dios, quien es el Señor de todos los hombres. El los llama a un
servicio filial que es también cooperación con su obra creadora. (Génesis 1, 2).

Pero el hombre, ha rechazado la vocación divina- se ha separado del Señor para intentar la
conquista de una condición divina, sin él y contra él. El egoísmo ha triunfado y desde aquí
comienza a proliferar.

Cada uno tiende a apoderarse lo más pronto posible y contra los demás de estos bienes
terrenos, que sin embargo conoce que son efímeros, Desde Caín las violencias de las
generaciones del diluvio, hasta el fracaso de la loca pretensión de llegar hasta el cielo con la
construcción de la Torre de Babel-, hay una continuidad, Todo se hace con la dispersión de
pueblos enemigos. Hay por eso esparcida por el mundo una multitud de naciones N, de
tribus que se atrincheran y pretenden ignorarse, el mundo del pecado es pues el triunfo de
los nacionalismos de la soledad y de la violencia.

III. EL NACIMIENTO DEL PUEBLO DE DIOS

En este contexto, sabernos como Dios debía responder con un nuevo gesto de amor él
intervendrá con su poder para rehacer, de esta humanidad destrozada, una sola familia
finalmente reunida en torno a su Padre (Hebreos 2, 8). Es lo que promete inmediatamente a
Abraham en él quiere bendecir a todas las familias de la tierra, (Gén. 12, 3 Pero las cosas se
harán lentamente, con infinita discreción; no se construye una familia a fuerza de decretos,
el pueblo de Dios no se realiza sino con extrema lentitud.

Todo comienza con la vocación de un hombre y la promesa de un hijo que será a su vez el
punto de partida de un pueblo. Sara era estéril y Abraham ya había perdido la esperanza de
tener un hijo, Dios interviene y Abraham cree contra toda esperanza (Rom. 4, 18). Este hijo
que les será dado, Isaac, es una imagen de aquella que será el pueblo de Dios.

Ha nacido por Lina explícita voluntad de servicio humilde y confiado que es toda su Gloria.
Será un pueblo que seguirá día a día las huellas de Dios, en compañía de su Dios, vivirá en
la firme y decidida esperanza de la herencia prometida, en la expectativa de aquella tierra
Santa que Dios lo hará capaz de conquistar.

IV. LA COMUNIDAD DEL DESIERTO

Cuatro siglos más tarde, es una multitud que desciende de los patriarcas que acude a la
llamada, y el pueblo en cuanto tal se comprometerá con su Señor. En toda la historia de
Israel se referirá a los acontecimientos, decisivos del Éxodo (Dut. 5, 3). Jamás cesó de
descubrir su significado tan fecundo aún para nosotros.

Todo comienza con un gesto de Jahvé que, después de haberse revelado a Moisés en modo
extraordinario (Éxodo 3): Dios es más fuerte que cualquiera de los más fuertes imperios.
Pero no quiere tratar como una conquista al pueblo, a quien más bien, guía y sostiene sobre
el Sinaí él lo invita a estrechar una "Alianza" a decidir libremente para convertirse en el
Pueblo de Dios.

"Si vosotros escucháis mi voz y observáis mi ley seréis mi especial propiedad entre todos
los pueblos. Seréis para mí un reino de sacerdotes, gente santa...” (Ex. 19, 5-6). Estas
palabras definen los deberes de Israel que serán capaces de asumir del Pueblo de Dios

Ellos formarán una nación que tendrá en Dios, a su Soberano potente y bueno. De hecho
históricamente, es sólo el Dios del Sinaí, que recoge y lentamente reúne las tribus
descendientes de Abraham. Israel no ha nacido con una conciencia social ' sino que ha sido
formado con una conciencia de correspondencia a Dios. Los libros de Josué y Jueces lo
muestran claramente, al comienzo, sólo se reunía con ocasión de las fiestas religiosas, en
torno a viejos santuarios. Por mucho tiempo no habrá otra autoridad soberana fuera de
aquella de Jahvé que, ocasionalmente interviene con los jueces videntes (1 Samuel 8).
Desde entonces la fe en Jahvé liará de él un pueblo santo Dios lo ha tornado y, separado de
los otros para consagrarlo así en modo particular. Dios es el Santo, Israel no cesará de
descubrirlo. El manifiesta su santidad santificando al pueblo a quien ha escogido. La
santidad se refiere justamente a su infinita potencia y, a su infinita misericordia. Santifica a
su pueblo adaptándolo así mismo, haciéndolo partícipe de su condición divina, obrando con
potencia y bondad en su favor, en cooperación y en el amor, el pueblo que corresponde a la
Santidad operante de Dios en medio de este inundo pecador.

« Yo soy el Señor que los santificó N, que los ha sacado fuera del Egipto, por ser vuestro
Dios. Yo soy El Señor « (Lev. 22, 33).
«Yo soy el Señor, Dios vuestro, que os ha separado de los otros pueblos... para que seáis
mío” (Lev. 20, 24-26, Levítico 71, 44: Ezequiel 20, 12; 37, 28).

Participando íntimamente en el poder y en la pureza de su Señor, este pueblo será como un


signo entre las naciones, un pueblo testimonio, un pueblo mediador. Viéndolo se aprenderá
a conocer al verdadero Dios.

Pero todavía esta santidad implica un servicio-, ellos formaran un reino de sacerdotes, un
pueblo consagrado al culto de Jahvé, y este culto no se limitará a las ceremonias litúrgicas.

Jahvé es un Dios personal e infinitamente bueno y justo se le sirve únicamente amándolo y


configurándose y amoldándose a su voluntad; confiando y dejándose moldear scot1n él, a
su imagen. El culto implica un compromiso de todos los instantes, una vida moral y santa:
recuérdense de poner en práctica todos los mandamientos - Y serán santos frente a su Dios"
(Num 15, 40). Así ellos se liaran capaces de santificar a Jahvé de proclamar su bondad y su
poder, y hacerlo respetar entre las demás naciones: «No profanéis mi Santo Nombre para
que Yo sea santificado en medio de los hijos de Israel» (Lev. 22, 32.- Num 20, 12; 27,14;
Isaías 8, 13; 29, 23).

V. LA INVOCACION DEL «PATER>

"Sea santificado tu nombre " orienta ya, la oración de la antigua alianza. Habrá sin duda un
sacerdocio especializado y esta gracia concedida a la Tribu de Leví, pero los israelitas
adquirirán siempre conciencia de la vocación personal a la que Dios lo ha llamado (Isaías
61, 6).

Se comprende entonces que este pueblo se haya definido como la comunidad del culto,
aquella que, frecuentemente es llamada, la Qahal, que se traducirá un día en griego como
Ekklesia. Se trata de la asamblea del pueblo reunido en el templo, en derredor de sus jefes
religiosos y civiles en vista del culto (Números 15, 15; 18, 3; 2 0, 4; Dt. 23, 2 5;

, Miqueas 2, 5 -1 Nehemías 5, 13 -1 1 Crónicas 13, 4). El pueblo en el desierto aparecerá


enseguida como la comunidad de Israel, que va lentamente organizándose Ni dándose una
estructura, es concebida como el Pueblo de Dios, santificada por Él y consagrado a su
servicio litúrgico, que comprende toda la vida de cada uno de sus miembros.

El pueblo no existe sino en función de Jahvé, tratar de vivir según una medida humana,
buscar por vías humanas las ventajas humanas, sería traicionarlo; los profetas recordarán a
los reyes y a los potentes.

VI. UN PUEBLO COMBATIENTE

Pero este pueblo separado y santificado, no es llevado para siempre lejos dc todo contacto
con las otras naciones. Sino, por el contrario, deberá afrontarlos con la fuerza de su
Soberano. Puesto frente a las naciones que rechazan a Jahvé y comenten abominaciones el
pueblo de Dios será un pueblo en lucha. Jahvé lo ayuda, pero él debe conquistar con todo
coraje los dones divinos. Basta oír las órdenes de la misión confiada a Josué.

"Moisés mi siervo, ha muerto; pues entonces, atravesad este río, el Jordán tú y todo el
pueblo Y entrad en la tierra que Yo do-v a los hijos de Israel todo lugar que pisarán las
plantas de tus pies lo dono a vosotros... Por lodo los días de tu vida ninguno podrá
oponerse a ti, como fui con Moisés así será contigo; no te dejaré ni te abandonaré jamás...
ánimo, sé fuerte; tú deberás llevar este pueblo a la posesión de la tierra que Yo le daré
como lo he jurado a sus padres (Js. 1, 2 - 6).

Jahvé es la fuerza de Israel, Dios de las armas, Jahvé Sabaoth (Dios de los ejércitos) por
medio de Él. Israel está por conquistar la tierra santa y la heredad prometida a los
antepasados.
Pero es necesario conquistar los dones de Dios, ser fuertes y mantener dura aquella firmeza,
aquella perseverancia que es una forma de la fe... Dios lo ayuda en proporción a su
fidelidad. Esta lucha contra las naciones paganas tiene un puesto importante en las
narraciones. Es la imagen de la hostilidad de las fuerzas del mundo, de los pueblos en
pecado contra Dios que regresa. No es posible llegar a compromisos: aquellos que rechazan
son excluidos, rechazados y condenados (Gén. 6, 17.

Ciertas violencias serán la consecuencia de esta visión-, no se trata entonces de '


justificarla- ellas vienen a testimoniar el carácter todavía imperfecto del sentido de Dios a
los que habían llegado las primeras generaciones israelitas. Pero muestra también el sentido
exacto de aquello que será siempre esencial.
La necesidad de corresponder sin reservas a Dios y rechazar todo compromiso con
cualquier indiferencia.
En breve: El pueblo sabe que debe defender el amor de Dios contra las fuerzas del mal.
Pero la esperanza que el Reino de Dios será el premio de una victoria final. El Apocalipsis
no cesa de referirlo.

VII. LA INFIDELIDAD DEL PUEBLO DE DIOS

Con David el pueblo alcanza una especie de apogeo. El joven rey unificó las fuerzas de
Israé1 y combatió victoriosamente contra los antiguos enemigos cananeos. Reforzó la
unidad así lograda y fundó la capital de Jerusalén, y puso los cimientos del templo que
debería construir Salomón.

El aprovechamiento del suelo, la organización política y militar, las relaciones exteriores y


las posibilidades comerciales se desarrollarán, bajo los reyes, el pueblo de Dios triunfante
está por conocer la tentación del éxito humano, sin preocuparse de la óptica divina y
reemplazará con las intrigas la debilidad de las armas.

Obrando así el pueblo, dócil a sus reyes tiende a renegar de su misión-, el pueblo no existe
sino en función del Dios que lo ha escogido no existe sino en la medida en que corresponde
al diseño del Señor desde el momento en el cual, sigue la ventaja terrena y busca lograr solo
por astucia humana poniendo SU fe en los medios de este se niega como pueblo de Dios.
La alianza misma sería una ilusión si, Dios fiel no velase por ellos. Él mandará sus profetas
a llamar y hacer reflexionar sobre las bellezas de la alianza y, a amenazar con castigos de
infidelidad entonces estos castigos no indican una ruptura definitiva y abandono, son más
bien el signo de la vigilante fidelidad y del amor exigente, el Dios de Israel "Un resto"
(Oseas) perseverará en una creciente fidelidad y por medio de ella se cumplirán las
promesas. La noción de Pueblo de Dios, es cualitativa sólo en función de una fidelidad
humilde y activa se es miembro del verdadero pueblo de Dios, Así va formándose en serio
Israel, el pueblo de los pobres a quien Jahvé solamente reconoce como suyo (Sof. 3, 11, 13
Isaías 55).

VIII. EL FUTURO ISRAEL

La catástrofe del 587 señala una fecha fundamental en la historia del Pueblo de Dios; la
Ciudad de Jerusalén cae bajo los golpes de Nabucodonosor; es la ruina del templo, el exilio,
la destrucción de todas las instituciones. Al pueblo despojado de todo, los profetas llevarán
un mensaje de esperanza. Los signos y las prendas de la alianza, el templo y la monarquía
se han destruido, pero permanece Dios que es fiel y para su pueblo humillado y contrito,
realizará sus promesas. Dios es aquel que no abandona jamás (Ezequiel, - Isaías 40-66-1
Zacarías) Y de hecho un día, aparece el alba de la liberación, columnas de exiliados que
regresan a la patria N, comienzan a reconstruirla con fe. El pueblo queda bajo el control
extranjero sea persa, griego o romano. Pero privado de sus prerrogativas políticas, se
organiza religiosamente bajo la dirección de sacerdotes y escribas. La ley de Moisés y las
antiguas usanzas fogueadas en el exilio, lo guiarán, todo se determina mediante la -Ley, y el
Templo». Se busca hacer nuevamente la Qahal del desierto, como nos da testimonio la
lectura sacerdotal, especialmente los libros de las crónicas.

Nota: Los manuscritos esenios descubiertos en Qumram, nos revelan una comunidad que
trata de encontrar la organización del desierto.

Sin embargo, el conocimiento de las carencias y el sentido agudo del mal, operante en este
mundo, que las persecuciones elenísticas acentúan, están por llevarlos a nuevos horizontes.
Lejos de amedrentarlos, la visión de las violencias desplegadas por Antíoco IV y la
contemplación de las debilidades de muchos judíos asustados, llevan a los mejores a soñar
en aquellos tiempos que los profetas habían hablado.

Aparecerá un pueblo nuevo y solamente entonces revivirá con esplendor la comunidad del
desierto. Será este un verdadero Don Divino, una realidad verdaderamente celestial, en la
que los fieles serán realmente introducidos por la gracia.

El pueblo nuevo, será invitado a celebrar la liturgia celeste con los ángeles y los santos y se
conocerá a Dios se dilatará hasta los confines de la tierra: (Isaías 56; Salinos 87; Job.).

Mientras ciertos ambientes se cierran en nacionalísimos oscuros los pobres esperan la


venida del enviado que establecerá el Nuevo Pueblo de Dios.

A la Vigilia del Nuevo Testamento son indudablemente pocos aquellos que viven en esta
esperanza y parece que el pueblo se haya reducido poco a poco; desde Moisés al exilio, ya
los pobres de Jahvé, se ha venido afirmando la doctrina del pequeño «resto». Ellos miran
hacia aquel en el cual todo está por retomarse y del cual todo esta por renacer:
JESUCRISTO.

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