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EXAMEN DE CRISTOLOGÍA

TEMA 7

1. 7.2. Un anhelo que venía de lejos. La idea del Reino en el pensamiento


veterotestamentario.

A pesar del escaso uso en la literatura veterotestamentaria de la expresión «reino de


Dios», la idea del reinado de YHWH, sin ser central, no es ajena al A.T. Proclamaciones
cúlticas como «Yhwh malak» («YHWH es rey» o «YHWH gobierna como rey») y promesas
proféticas como «yhwh yimlok» («YHWH reinará») enmarcan la comprensión
veterotestamentaria del reinado pasado, presente y futuro de YHWH.
1. De Isaías y los Salmos habría aprendido Jesús la verdad fundamental de que Dios
como Creador ha reinado, reina y reinará siempre sobre su Creación. “Tu reinado es un
reinado eterno, tu gobierno continúa de edad en edad” (Sal 145, 13). Israel, en consecuencia,
podía sentirse seguro. Todo estaba en manos de Dios.
2. Su soberanía, no obstante, está íntimamente ligada a la praxis de Dios con su
pueblo. YHWH se hizo rey de Israel luchando por este pueblo, como un guerrero divino
contra los egipcios, y liberándolo del Mar Rojo. Basta con escuchar el gran canto de acción
de gracias de Éx 15, que culmina con una exhortación a la esperanza, sostenida en la acción
redentora que su Dios y «gō’ēl» acaba de realizar: “YHWH reinará por siempre jamás” (Éx
15,18). Posteriormente, la soberanía de YHWH es legalmente sellada con la alianza en el
monte Sinaí, donde Israel se convierte para su Dios en un «reino de sacerdotes» (Éx 19,6, Dt
33,5). De la misma manera que toda criatura debe obediencia a su Creador y Señor, como
compañero de la alianza de YHWH, la obediencia, respuesta agradecida al compromiso
primero y liberador de Dios, define al pueblo. La primera obligación de Israel para con
YHWH es amarle (Dt 6,5; 23,5), el deseo de agradarle y de estar con él (Sal 27,4; 73,25), de
contemplar su presencia y su belleza (Sal 11,7; 17,15; 63,3), de escucharle y cumplir su
voluntad ( Éx 24,3.7). Israel debe escuchar el mandato de YHWH y responder en obediencia
filial, obediencia de alianza. Y la voluntad de Dios es la justicia, el compromiso con los más
pobres, los últimos, los excluidos. Esta opción preferencial que es una orden para Israel
hunde sus raíces en la propia actuación de YHWH. Al obrar la justicia, Israel obedece e imita
a YHWH que “ama al emigrante” (Dt 10, 17-18), al pobre, al huérfano y la viuda (Dt 14,29;
16,11.14; 24,19-21; 26,12-15; Is 1,17; Jr 7,6; 22,3; Zac 7,10).
3. En consecuencia, la idea del reinado de YHWH va íntimamente ligada al pueblo de
Israel y a la autoconciencia que este tiene de sí como pueblo de la alianza, luz de las
naciones. YHWH es Señor y reina en cuanto ayuda y salva, juzga y guía a su pueblo; de ahí
que el deseo del pueblo de tener un rey al estilo de las otras naciones sea comprendido en un
primer momento como un rechazo frontal al único señorío de YHWH. Fuera de Dios no cabe
otra soberanía. Toda autoridad se deriva y depende de él. La fábula de la zarza coronada (Jue
9, 7-15) se hace eco del recelo inicial ante la instauración de la monarquía: los árboles
fecundos, que dan fruto a los humanos (olivo, higuera, vid), no necesitan poder para ser
poderosos; les bastan sus frutos: el aceite que honra a hombres y dioses, los higos y la dulzura
de su sabor, el mosto, alegría de dioses y hombres. Acepta la corona un parásito, realidad
inútil, la zarza, que irónicamente ofrece su sombra, cuando, pasta de las llamas, puede ser la
causa de la ruina del pueblo. A pesar de esa prevención, muchos israelitas aceptaron a un rey
y lo entendieron como signo de Dios (cf. Dt 17,14-20). El rey que gobernara lo haría en
nombre de YHWH y obedeciendo su voluntad. Se hará defensor de pobres, viudas y
huérfanos.
4. Sin embargo, la realidad estuvo muy lejos de tal propósito. El comportamiento de
los monarcas sucesores de David estuvo cada vez más alejado del ideal davídico (el monarca
fiel a Dios, mediador de su soberanía, defensor de la justicia, de los pobres y de los últimos).
Ello llevará a los profetas, y al propio pueblo, a fijar decididamente su mirada y su esperanza
hacia el futuro, en busca de ese rey bueno y fiel que mediara e hiciese visible en la tierra el
gobierno justo y compasivo de YHWH (cf. Is 11,3b-5), el rey bueno y fiel que Dios había
prometido por medio de Natán a David (2 Sm 7, 8-17; Sal 89).
5. Ante el duro golpe que supone para el pueblo el exilio, los profetas anuncian la
futura restauración del Reino de Dios en Jerusalén. El destierro se había convertido en una
cuestión de teodicea, que pone a prueba la fe en YHWH: ¿dónde está YHWH, el rey de
Israel? ¿acaso son más poderosos los dioses de los babilonios? Los profetas intentan sostener
la esperanza del pueblo. Dios restaurará a aquel pueblo humillado y lo liberará de nuevo de la
esclavitud. El Deuteroisaías anuncia con gozo un nuevo éxodo, por el que Dios, en su
misericordia salvífica, ejercerá de nuevo su soberanía al perdonar y redimir a su pueblo,
sacándolo de la cautividad y estableciéndose de nuevo como su reino (Is 43, 1-8.15; 44,6).
“¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la
buena nueva, que pregona la salvación, que dice a Sión: «Tu Dios gobierna como rey” (Is
52,7). La reinterpretación que el Segundo Isaías hace del Reinado de Dios, desde la
perspectiva de su amor clemente y de la reunión de un fragmentado Israel en una unidad
restaurada en la ciudad santa, resonará sin duda en la praxis y en el mensaje de Jesús.
Más la realidad vivida apunta hacia un tercer éxodo, último y definitivo, que no se
agota con la vuelta del destierro. Las promesas de los profetas Isaías, Jeremías, Ezequiel...
sugieren, de hecho, un plus que desborda el acontecimiento cantado, porque apunta a una
realidad suprema. Un día Dios establecerá su soberanía definitiva en el mundo, y, con ella, el
fin de toda injusticia y opresión. “Y el Señor de los ejércitos dará a todos los pueblos.... un
convite de manjares frescos....Y destruirá en este monte el velo que cubre a todos los pueblos,
y el paño que cubre a todas las naciones. Destruirá la muerte para siempre, y el Señor YHWH
enjugará las lágrimas de todos los rostros y borrará de toda la tierra el oprobio de su pueblo”
(Is 25, 6-8).
6. La apocalíptica, por ej. el libro de Daniel, asignará al futuro reinado de YHWH
unos rasgos universales y cósmicos. YHWH llega con gran poder y majestad sobre las nubes
del cielo. La venida de este reino parece ser exclusivamente obra de Dios (Dan 2,34.45).
Cuando la medida del mal esté llena, Dios intervendrá e introducirá la nueva era de la
salvación con la comunidad de los elegidos. El mediador y portador del Reino nuevo y eterno
será el Hijo del Hombre (Dan 7,13-14).
A partir de aquí, fueron configurándose las diferentes interpretaciones del Reino de
Dios que cobran especial protagonismo en la literatura intertestamentaria y en la Palestina del
s. I. Las escuelas rabínicas desarrollarán la idea de una soberanía de Dios presente pero
oculta. Con ella va ligada la fe en que mediante la obediencia y la fidelidad a la ley se puede
acelerar la soberanía de Dios. El grupo de los esenios y los piadosos del Qumrán harán del
reinado de Dios el reino de los elegidos, de los justos, de los hijos de la luz frente a los hijos
de las tinieblas. Los zelotas lo interpretarán más tarde en un sentido eminentemente terreno y
teocrático. En todos ellos late la conciencia apocalíptica del papel singular de Israel ante
todas las naciones el día del Juicio.

2. 3.1.1 La experiencia filial de Jesús, clave de la comprensión del Reino.

Creo que merece la pena detenernos un momento en la experiencia filial de Jesús. No


en vano, en Él resplandece la paternidad de Dios. Dios se revela como Padre en el donque
hace de su propio Hijo.
1. Importa advertir, en primer lugar, cómo Jesús no solo habla de Dios como Padre,
núcleo central del mensaje evangélico, sino que lo invoca como tal, y, con ello, manifiesta la
conciencia personal de su cercanía, de su intimidad y familiaridad con Él. Los evangelios han
conservado la palabra original aramea, propia del ámbito familiar, y no solo infantil, con la
que Jesús se dirige a Dios de forma propia, original e íntima «Abba», «padre mío, querido»,
«papá». No es palabra secreta, ni locución de difícil comprensión. Es palabra universal, que
todos aprendemos desde nuestra infancia, cargada de significado, confianza, agradecimiento,
ternura. Con ella, Jesús nos revela que Dios no es un soberano trascendente y lejano, sino
poder de vida, cercanía en amorosa familiaridad. Con ella, expresa, a su vez, la conciencia
singular y propia de una relación original, única e inmediata con Dios, reconociéndose a sí
mismo como el Hijo.
2. La oración de Jesús, entrañada de confianza filial, intensa en los momentos en los
que se decidía su destino y se jugaba su misión, revela el clima de su relación con Él. Habla
con Dios como un hijo con su Padre, directamente, con la misma sencillez, el mismo cariño,
la misma confianza y seguridad, revelándonos el corazón de su relación paterno-filial. Y,
también, con la misma actitud de obediencia, pero no de servidumbre, de don y entrega de sí,
propia de quien es el Hijo22. Dunn insiste en el carácter «existencial», y no ideológico o
intelectual, de la conciencia filial de Jesús. Él experimentó una relación de filiación, una
intimidad tal con Dios, una aprobación, dependencia y responsabilidad ante Él que las únicas
palabras adecuadas para expresar tal comunión eran «Padre» e «Hijo»23. Y, así, de la
abundancia del corazón habla la boca.
Y siempre que se dirige a Él24, y casi siempre que habla de Él, especialmente cuando
quiere acentuar su bondad y compasión, brota esta palabra entrañable de sus labios:
«Padre» (Lc 10,21; Mc 14,36; Jn 11,41; 12,28; 23,46), «el Padre» (Mc 13,12, Lc
11,13;
Jn 5,21s; 10,3025), «mi Padre» (Mt 11,27.32; 16,17; Lc 22,29; Jn 5,17), «vuestro
Padre»
(Mc 11,25; Mt 5,48; 23,9; Lc 12,32).
3. El hecho de que Marcos recoja la invocación aramea en la oración de
Getsemaní (Mc 14,36) revela cómo, para Jesús, decir sencillamente «Abba», decir

20 Cf. G. Schrenk, ‘’, 1221; X. Pikaza, Historia de Jesús, Verbo divino, Estella 2013,
198.
21 Ha sido Dunn, ciertamente, quien más ha insistido en la importancia de la oración
de Jesús en su
conciencia filial. La oración fue la fuente donde encontró su fortaleza y convicción,
donde se hizo
especialmente consciente, vital y existencialmente, de la solicitud y de la autoridad de
Dios, de Dios como
Padre, su Padre. En la intimidad de la oración, conoce a Dios, su voluntad, descubre
su misión como Hijo
y encuentra las fuerzas para llevarla a cabo. Todo brota de la oración y del diálogo
con el Padre. Es su
soporte y nuestro soporte. Cf. J. D. G. Dunn, Jesús y el Espíritu, 56.74-80.
22 De ahí la tan citada afirmación de Schrenk, donde confirma que expresiones como
«mi Padre», «Abba»,
“constituyen el fermento de la cristología más antigua, de la profesión de fe de la
comunidad”. G. Schrenk,
‘’, 1230.
23 Cf. J. D. G. Dunn, Jesús y el Espíritu, 76.
24 La excepción, en Mc 15,34 (par. Mt 17,46), el grito desgarrador de la cruz, donde
cita Sal 22,2.
25 Sirvan estas dos citas de Jn como muestra. El cuarto evangelista emplea la
expresión «» aplicada
a Dios en torno a 115 ocasiones, convirtiéndose, para Jn, en el modo habitual de Jesús
de referirse a Él. Cf.
G. Schrenk, ‘’,1253.

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«Padre», sin necesidad de matices o añadidos, es decir confiada y amorosa entrega,


comunión total, abandono sin reservas y agradecido en sus manos, incluso en el
momento
de la prueba, pues son buenas manos, manos seguras, roca, alcázar, fortaleza. “Mirad
que
llega la hora, y ya ha llegado, en que os dispersaréis cada uno por vuestro lado y me
dejaréis solo. Pero no estoy solo, porque el Padre está conmigo” (Jn 16,32).
Desde esta certeza que nace de esta íntima relación de amor, Padre-Hijo, no es
difícil comprender el gozo de la ternura filial de Jesús, que se traduce en obediencia
amorosa y confiada hasta el don total de sí, conciencia de enviado y de misión,
reconocimiento de la solicitud amorosa del Padre y de su autoridad de amor, que,
alivio
para todos aquellos que encuentran dificultades ante la imagen paterna de Dios, no
tiene
nada que ver con el autoritarismo patriarcal, ni con el despotismo autoritario de la
fuerza,
pues no es el miedo lo que define la relación de un hijo con su padre26
.

De la misma manera, la expresión «Abba» en Jesús dista mucho de un «papaíto»


sensiblero, meramente emocional27

. Dios Abba no es un papaíto «sentimentaloide», sino


Padre que guía, cuida y defiende a sus hijos, sosteniéndolos en la prueba y en el
camino
del Reino. Tampoco actúa en línea de pura y mera intimidad. Al contrario, decir
«Abba»,
lleva consigo la gravedad de la entrega de la propia vida28, el cumplimiento de la
misión
para la que ha sido enviado, lo cual no excluye el cariño, la cercanía, la intimidad, ni
la
ternura, verdadera y auténtica fuerza de vida29
.

Decir Padre, para Jesús, implica amor y autoridad, obediencia y confianza, que
lleva a hacer propio su compromiso amoroso y fecundo en favor de los hombres; si
bien
lo que define, en definitiva, la relación Padre-Hijo es el amor, amor que es fuente de
gozo

26 Nótese como Pablo subraya expresamente la relación entre la invocación «Abba» y


la libertad. “Pues no
habéis recibido un Espíritu que os haga esclavos, de nuevo bajo el temor, sino que
habéis recibido un
Espíritu que os hace hijos adoptivos y os permite clamar: «Abba», es decir, «Padre»”.
Rom 8,15; Gál 4,6s.
27 Cf. A. Cordovilla, El misterio de Dios trinitario, BAC, Madrid 2012, 107; J. Barr,
‘Abba isn’t «Daddy»:
Journal of Theological Studies 39 (1988) 28-47. Este último constituye uno de los
estudios más críticos, a
juicio de Dunn, quizás excesivamente, con la interpretación infantil del término. Cf. J.
D. G. Dunn, Jesús
recordado, 808.
28 “Filiación significaba para Jesús, no una dignidad que debía ser exigida, sino una
responsabilidad que
debía ser plenamente colmada”. J. D. G. Dunn, Jesús y el Espíritu, 78, citando a R. H.
Fuller. No obstante,
conviene matizar que esta responsabilidad no nace de la lógica del escrúpulo ni del
merecimiento, sino del
amor filial. El amor siempre implica sacrificio, don de sí.
29 Cf. J. Schlosser, El Dios de Jesús, 211. A este respecto, me parece sumamente
interesante el estudio de
C. Rocchetta, Teología de la ternura. Un «evangelio» por descubrir, Secretariado
Trinitario, Salamanca
2001; para el tema que nos ocupa, cf., especialmente, 125-159.

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y de libertad30. “Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto” (Lc 3,22). “El mundo ha de
saber
que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado” (Jn 14,31).
4. Desde este teocentrismo fundante, desde esta relación de amor, se entendió
Jesús a sí mismo y lo entendieron los evangelios. Dios, el Padre, es, de hecho, el
constante punto de referencia de Jesús. Ningún aspecto de su vida, ni de su acción, se
explica sin Él. Y ello incluye la pasión por su Reinado. Vive constantemente referido
y
orientado hacia el Padre; a este corresponde la absoluta primacía en su vida. La
invocación «Abba», tal como es pronunciada explícitamente en Getsemaní, no hace
más
que manifestar la actitud filial de Jesús que sella toda su vida y su persona en camino
de
obediencia y fidelidad, oración y entrega confiada en todo momento y, en especial, en
el
de su muerte. “«Abba», Padre, todo es posible para ti. Aparta de mí esta copa de
amargura.
Pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú” (Mc 14,36). La vida y el
alimento
de Jesús es hacer la voluntad del Padre (Jn 4,34). La comunión entre ambos es total;
son
una sola cosa (Jn 10,30). El Padre es su vida y su alegría, su gloria, como Él es la
alegría
y gloria del Padre31

. Se intuye la intimidad del misterio trinitario, el eco de un amor eterno.

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