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Sagrada Escritura
Dios salva donándose
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SAYES J.A., La gracia 10.
Biblia y Gracia - 2
Esta amistad queda bloqueada cuando el hombre prefiere una existencia
independiente de Dios; la imagen literaria de ser echado fuera del paraíso expresa muy bien
esta ruptura de comunión de vida con Dios y el desorden que el ser humano experimentará
en su interior.
Pero la iniciativa salvadora de Dios se muestra ante todo en la elección del pueblo de
Dios, iniciativa totalmente gratuita, no justificada por mérito alguno, por algún valor que se
posea o por su número (Dt 7.7) o buena conducta (Dt 9,4). Es una iniciativa que tiene como
única causa el amor al pueblo y la fidelidad al juramento hecho por Yahvé (Dt 7,8). Como
punto de partida del pueblo de Israel sólo hay una explicación: la gracia del Dios fiel que
guarda su alianza y su amor.
A la elección precede la liberación de la esclavitud de Egipto: “el concepto de la
asistencia de la gracia se prepara en el Antiguo Testamento por el hecho de que una y otra
vez se afirma la realidad de la ayuda de Yahvé: por él fue Israel liberado de Egipto”2. Además,
la elección tiene como finalidad la alianza: “seréis para mí un reino de sacerdotes y una
nación santa” (Ex 19,5-6). Y es que el pueblo elegido por el Dios santo tendrá que ser también
santo en el marco de la alianza: aquí es donde tienen sentido los mandamientos del decálogo
y la misma Ley, de modo que el pecado será entendido como infidelidad a la alianza.
La literatura deuteronomista profundizará en la comprensión de esta acción salvífica
de Yahvé como bendición y como gracia. La elección absolutamente gratuita por parte de
Dios pone a Israel en íntima comunión personal con él, pues “¿Hay alguna nación tan grande
que tenga los dioses tan cerca como lo está Yahvé, nuestro Dios, siempre que lo invocamos?”
(Dt 4,7). El afecto divino nace de un amor absolutamente inmerecido y que se funda
exclusivamente den el designio gratuito de salvación. Desde aquí ha de entenderse las
bendiciones y maldiciones (Dt 27-28), donde La gracia viene captada como el amor de Dios a
quienes le son fieles; tal amor capacita para el amor humano recíproco, lo espera del hombre
como repuesta personal y se realiza en el intercambio de amor entre Dios y el pueblo.
Los profetas, sobre todo Oseas, verán la historia de Israel como historia del amor que
Dios le tiene a pesar de su ingratitud y de su infidelidad: “Yo seré tu esposo para siempre y
te desposaré conmigo en justicia (sedaqah) y derecho (mispat), en bondad (hesed) y ternura
(rahamin), y de desposaré en fidelidad (hemet, emunah), y tú conocerás a Yahvé” (Os 2,21-
22). Con tales términos se nos está indicando una nueva relación fundamental otorgada por
Dios, como relación de alianza, como comunión que asegura a Israel el maternal afecto del
Dios compasivo.
2
Cf. SCHILDENBERGER, La gracia en el Antiguo Testamento 427.
Biblia y Gracia - 3
Esta generosa oferta de Yahvé contrasta con la actitud mezquina del pueblo. Jeremías
es quien mejor nos cuenta este dramático panorama: El pueblo de Israel se lanza en busca
de la seguridad hacia alianzas que le ofrecían los pueblos vecinos y que le aseguraban su
existencia. Este pecado de infidelidad e idolatría llevará consigo un fruto amargo, pues sus
vecinitos no les ofrecerán sino engañosas propuestas fundadas en promesas interesadas que
terminan en destrucción y muerte. Sin embargo, aún Jeremías, desde la amarga experiencia
con un pueblo reacio a la voz de Dios, deja entrever en el horizonte a un Dios que, por su
fidelidad a la alianza, hace ver su misericordia y salva a un pueblo hundido y sin esperanza
(cf. Jer 31, 31-34). Ezequiel comprenderá este rescate divino como un acto de purificación y
renovación del corazón humano (cf. Ez 36, 24 – 27).
Ya con Ezequiel, y luego en los Salmos, aparece el amor (hesed) y la misericordia
divina como don gratuito de Dios dado al hombre fiel; hombre que siente la hondura de su
pecado y apela a Dios para implorar su ayuda y vencer ese mal que le aparta de él (Sal 50):
para el israelita fiel, si Yahvé oculta su rostro toda seguridad desaparece. Es el aspecto
negativo (liberación del pecad) y positivo (nueva relación con Dios) que más tarde la teología
cristiana denominará como la función elevante y sanante de la gracia.
1
cf. RUIZ DE LA PEÑA J. L., El don de Dios ... 226s.
2
ibid 232, citando a RONDET H., La gracia de Cristo... 80; y PESCH O.H., Frei sein aus Gnade... 29 (cf nota 48).
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logra por sus propias fuerzas) y como relación de amistad con el Dios de la alianza. Al hombre
no le queda más que responder siendo justo, es decir, mediante la fe y el cumplimiento de
los mandamientos estipulados con la alianza. Será Jesucristo quien nos hará ver el “extremo”
al que llega Dios por realizar tal alianza de amistad.
3
Desde Pablo el tema de la gracia surge en un contexto de polémica. De hecho, la intensa disputa de Pablo con los judaizantes marca esta
carta (lo mismo puede decirse de Gálatas).
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El término griego que traduce "transgresión" es παράπτωμα. Recuérdese que la doctrina del "pecado original" partirá de esta reflexión
paulina. Sería lo que la teología actual llama pecado original "originante".
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A esas consecuencias hoy se les ha denominado pecado original "originado" y se le ha dado una nueva comprensión.
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El segundo es positivo (pars construens). En Rm se expresa de manera muy rica y
compleja. Ante todo es la presencia personal, estable y dinámica del Espíritu (8,9) en el
corazón (5,5; cf Gal 4,6), o bien en el cuerpo (cf 1Cor 6,19; 1Cor 15,43); es el tema de la
inhabitación del Espíritu en el justificado, tema retomado en otras de sus cartas (cf 1Cor
3,16; 2Cor 1,22...) y que será objeto de una amplia reflexión en la doctrina sobre la gracia,
sobre todo en la teología oriental. Pero también es una relación de intimidad "ontológica"
con Cristo, que hace del hombre un hijo de Dios (Rm 8,14), y con ello coheredero con Cristo:
se trata del tema de la filiación divina (ὑιοθεσία) del justificado, tema ya considerado en los
sinópticos y en Juan. Esta filiación es una realidad que se revelará plenamente al fin de los
tiempos (Rom 8,18; cf 1Jn 3,2), pero que ya en el presente transforma al justo en una nueva
creatura (cf 2Cor 5,17; Gal 6,15), en un "hombre nuevo" que vive la misma vida de Cristo (cf
Gal 2,20) como miembro de su Cuerpo (Col 1,18; Ef 4,11-26...) y que lo hace partícipe del
plan de la predestinación (Rm 8, 29-30; Ef 1,1), un plan de amor y salvación universal (Rm
11,32; cf 1Tim 2,4; 4,10).
Para que esta "Vida" se dé, se pide una condición fundamental: la fe en Cristo
Resucitado (Rm 10,10); una fe que "actúa en la y por la caridad" (cf Gal 5,6). Esta fe a su vez
requiere el bautismo, el cual hace participar al creyente en la muerte y resurrección de Cristo
(Rm 6,1s). Recordemos que para Pablo la observancia de la ley moral (que en 13,9b-10
consiste en el amor fraterno) es más consecuencia que condición de esta nueva vida. En fin,
puesto que es una nueva criatura (καινή κτίσις: 2Cor 3,17), el justo puede y debe llevar una
vida nueva (καινή ζωὴ : Rm 6,4).
3. En resumen
La primera y más simple novedad de la Revelación cristiana es la conciencia de que la
Nueva Alianza, el Reino pre - anunciado por los profetas ha entrado en la fase de
advenimiento con la misión de Jesús y sobre todo con su muerte y resurrección.
Como ya se había dicho en Jeremías y Ezequiel, la alianza nueva comporta una
transformación interior, que ahora se revela en toda su riqueza y diversidad. Esencialmente,
la transformación interior consiste en una relación de intimidad con Cristo, el Hijo de Dios.
Se trata de una inserción vital y una asimilación total a él, en la presencia en nosotros del
Espíritu Santo y consecuentemente en una real relación de filiación con el Padre. Tal
mutación no es puramente moral, sino ontológica, y es tan profunda que se puede hablar de
un nuevo "nacimiento". Es la comunicación de una nueva vida que saca al hombre del estado
de muerte, transformándolo en todo su ser y en todo su actuar, llegando a ser principio de
una conducta completamente renovada.
En el Nuevo Testamento se mantiene y crece la convicción de la perfecta gratuidad de
la elección y de la consecuente renovación que depende totalmente del amor de Dios. Pero
está también clara la idea de que ningún hombre es excluido arbitrariamente de este plano
de amor. La condición esencial de la renovación es la fe viva y actuante, que permite a Dios
obrar en el hombre y que es ella puro don. Pero esta fe viva tiene una expresión necesaria
en el Bautismo y en la Eucaristía, condiciones exigidas para la comunicación y el desarrollo
de la vida nueva.