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Candidatos al sacerdocio, fragilidad

afectiva y dirección espiritual


Entrevista con monseñor José María Yanguas, obispo
de Cuenca
FEBRERO 22, 2011 00:00ZENIT STAFFJUSTICIA Y PAZ

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ROMA, martes 22 de febrero de 2011 (ZENIT.org).- La formación en los


seminarios con sus desafíos y características actuales, la importancia
del acompañamiento espiritual y temas como las fragilidades física y
afectiva fueron algunos temas que se trataron en el curso La
formazione spirituale nei seminari  que se realizó en la Universidad
Pontificia de la Santa Cruz de Roma del 7 al 11 de febrero pasados.

El obispo de Cuenca (España) José María Yanguas, intervino en este


evento académico sobre el tema de la fragilidad afectiva. Sobre este
tema ZENIT lo entrevistó.

* * * * *– ¿Cuáles deben ser los pilares de la formación espiritual que


deben primar actualmente en los seminarios?

Monseñor José María Yanguas: Este período tiene como fin preparar a
los candidatos para continuar en la Iglesia la misión de Jesucristo,
Buen Pastor, siendo colaboradores de los Obispos. Los sacerdotes
son, radicalmente, cristianos, llamados a realizar una misión que
precisa de una previa “capacitación”, la ordenación sacerdotal,
particular configuración con Cristo sacerdote y Pastor.
La primera tarea, pues, en la educación de los seminarios es formar
buenos cristianos, es decir educar en las virtudes, humanas y
cristianas, comunes a todo discípulo de Jesús.

– ¿Y cuáles son esas virtudes?

Monseñor José María Yanguas: Un candidato al sacerdocio debe


procurar adquirir virtudes como la sinceridad y la sencillez, con un
rechazo instintivo a la doble vida, de todo lo que es falso, inauténtico,
postizo; el espíritu de trabajo; el sentido de la amistad, sincera y
abierta, sacrificada y generosa, fundamental para vivir el sacerdocio
dentro de un presbiterio y en el seno de una comunidad; el espíritu de
servicio, necesario para quien ha de darse incansablemente a todos; la
reciedumbre de ánimo y la capacidad de sufrimiento, el “aguante”,
podríamos decir, para no doblarse ante las dificultades y los
obstáculos, para saber trabajar a largo plazo sin esperar fáciles éxitos
inmediatos y no desanimarme ante posibles fracasos.

Además, es claro que el candidato al sacerdocio debe tener la


necesaria formación teológica y moral, canónica, litúrgica y pastoral;
poseer experiencia viva del Dios que se nos revela en Cristo y que se
cultiva en el diálogo vital de la oración personal, pública o privada;
sentido sobrenatural que lleve a enjuiciarlo todo a la luz de Dios;
afabilidad y sentido de paternidad que moverá a tratar a todos con
sincera y madura cordialidad; optimismo sobrenatural que infunda en
los fieles alegría y confianza.

También, sentido de responsabilidad, creatividad y espíritu


de leadership  de quien se empeña, de mil maneras, en servir la Palabra
de Dios a sus hermanos, en acercarles a las fuentes de la gracia que
son los sacramento, en guiarlos por los caminos de una vida
auténticamente cristiana. No son las únicas “virtudes” de la formación
sacerdotal por la que usted me pregunta, pero estas no deberían faltar.

– ¿Cuál debe ser el papel del director espiritual durante la formación


de los seminaristas?
Monseñor José María Yanguas: Se trata ciertamente de un papel
fundamental. De una parte se ocupa de la vida y de la formación
espiritual en el seminario, que tiene lugar mediante charlas, retiros,
meditaciones, lectura de libros, entre otras. De otra, el director
espiritual es guía espiritual de los candidatos. Estos le abren su alma,
haciéndole partícipe de su vida interior, con el fin de que pueda
orientar, iluminar, corregir, abrir horizontes, aclarar dudas, proponer
metas, animar a veces, moderar otras.

Se trata, pues, de una labor que toca lo más íntimo y personal de cada
uno. Es tarea que requiere, pues, una delicadeza extrema, de manera
que los candidatos se sientan acogidos, comprendidos, apreciados;
precisa de humildad y sentido de Iglesia para no formarlos a la propia
imagen y semejanza; pide respeto por las peculiaridades de cada uno
en la seguridad de que no hay dos almas iguales y de que no existen
recetas de indiscriminada aplicación universal; fortaleza para saber
corregir cuando sea necesario; ciencia moral y conocimiento de la vida
espiritual; atención a lo que Dios puede pedir a los distintos
candidatos, esmero para facilitar su sinceridad, prudencia para
llevarlos por un plano inclinado, paciencia para acompañar los ritmos
de crecimiento, a veces tan distintos, de cada uno…

– ¿Y en lo que se refiere a la fragilidad afectiva, de la que usted habló


en el evento académico en la Universidad de la Santa Cruz?

Monseñor José María Yanguas: Este asunto no es algo específico de


la formación sacerdotal. La fragilidad, la inmadurez, la inconsistencia
de ánimo es algo presente en muchos de nuestros jóvenes y
adolescentes. Se manifiesta como falta de armonía entre las esferas
intelectual, volitiva y afectiva de la persona, creando inestabilidad,
cambios frecuentes de estado de ánimo, conductas guiadas por las
“ganas”, incumplimiento de los compromisos adquiridos, desilusiones
tras repentinos entusiasmos, estados depresivos sin más razón que
los pequeños e inevitables fracasos, incapacidad para mantenerse o
resistir ante los obstáculos, dificultad para tomar verdaderas
decisiones. Las personas afectivamente frágiles necesitan estar en el
centro de la atención, ser reconocidas y estimadas y confunden
fácilmente sentimiento y amor verdadero.

– ¿Se trata sólo de una cuestión de sentimientos?

Monseñor José María Yanguas: Desde luego que no. Esta es la


inadecuada integración del mundo afectivo en la totalidad de la
persona, mientras que la madurez personal, en cambio, es fruto del
armónico desarrollo de las capacidades propiamente humanas. La
inmadurez afectiva no es cuestión sólo de la esfera de los
sentimientos, supone seguramente inmadurez intelectual y volitiva.

Si el variado mundo de los sentimientos y afectos, frecuentemente


confuso, prevalece sobre la inteligencia y la voluntad, se cae
necesariamente en el sentimentalismo, permitiendo que sean los
sentimientos quienes decidan sobre la verdad o el error y que sean
ellos el único motor de nuestros actos. La razón pierde capacidad de
discernimiento, y la voluntad se debilita. La vida de la persona queda
así en poder de los sentimientos, variables, cambiantes, a menudo
superficiales, siendo así que necesitan más bien ser dirigidos por la
inteligencia, y gobernados por la voluntad.

Si el sentimentalismo invade la vida de piedad, ésta correrá un


gravísimo riesgo apenas falten los sentimientos, experiencias o
afectos que las sostienen. Se confunde equivocadamente con ellos y
corre su misma suerte.

– El director espiritual debe procurar encaminar al candidato hacia


una vida afectiva madura, ¿qué características presenta ésta?

Monseñor José María Yanguas: Una vida afectiva madura exige una
visión del hombre que responda a su verdad sin reduccionismos,
dualismos o visiones parciales. Requiere el conocimiento del
verdadero ordo amoris, de la escala de bienes que merecen ser
amados. Pero pide también fuerza, voluntad, capacidad para poder
seguir y vivir ese ordo.

– ¿Qué características del tiempo actual pueden propiciar que se de


la fragilidad afectiva que tanto toca al hombre de nuestro tiempo?

Monseñor José María Yanguas: Esta se ve favorecida por un ambiente


en el que se reniega de las verdades absolutas, de los valores fuertes,
de los modelos de conducta; una cultura ambiente en la que la
distinción entre el bien y el mal es incierta, donde lo verdadero se
confunde con lo útil o práctico; en la que “todo es del color del cristal
con que se mira”. Eso hace que resulte imposible una auténtica
educación o formación: no existen modelos, falta una idea precisa de
lo que significa ser hombre.

La dificultad se agrava si el esfuerzo, el empeño y el sacrificio que


exige to
da educación no gozan de buena prensa porque el placer se ha
convertido en norte y fin de la existencia. La búsqueda espasmódica
de placer nos pone en presencia del hombre animal de que habla san
Pablo, incapaz de comprender las cosas de Dios, débil, esclavo de sus
pasiones.
– Resulta un desafío este factor para la formación de los actuales
seminaristas…

Monseñor José María Yanguas: Así es… Por ello necesario proponer a
los candidatos al sacerdocio con renovado vigor el modelo de Cristo
sacerdote, Buen Pastor; motivarlos con esa imagen, de manera que a
su luz adquiera sentido toda la tarea de formación, de forja de la propia
personalidad.

Habrá que mostrar con claridad el ordo amoris, el orden de los bienes
que hay que amar y realizar. Será imprescindible fortalecer, enreciar la
voluntad de los candidatos, ejercitarlos en la “paciencia”, en la
capacidad de sufrir por lo que se ama, por lo que merece nuestro
esfuerzo, empeño y sacrificio. Convendrá poner en contacto a los
candidatos con figuras verdaderamente sacerdotales que hayan
encarnado y encarne el ideal sacerdotal de amor y entrega total a Dios,
de esperanza y optimismo, de alegre pasión por las almas, de positiva
visión de fe…

Por Carmen Elena Villa

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