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ESTUDIOS

VIVIR LA VIDA COMO VOCACIÓN:


UNA DIFÍCIL Y NECESARIA TAREA
Carmen Márquez Beunza*

Fecha de recepción: agosto de 2016


Fecha de aceptación y versión final: septiembre de 2016

Resumen
En un contexto en el que se habla de pérdida de sentido de la existencia como
vocación, este artículo presenta las claves de la vocación cristiana y se pregunta
cómo pensar y vivir hoy la vocación cristiana desde las posibilidades, valores y
dificultades que impone nuestra cultura.
paLaBras CLaVe: llamada, identidad, antropología, cultura.

Living life as a vocation:


a troublesome yet essential task
Abstract
In a context where losing our meaning of existence as a vocation is ubiquitous,
this paper outlines the keys aspects of a Christian calling and reflects on how to
think and live the Christian vocation in today’s world on the basis of the possi-
bilities, values and challenges that our culture inflicts.
Key Words: calling, identity, anthropology, culture.

* profesora de teología. universidad pontificia Comillas.


<cmbeunza@comillas.edu>.

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«Un ideal por el cual vivir»: la vida como vocación

«este es un ideal por el que espero vivir y espero lograr, pero, si es nece-
sario, es un ideal por el que estoy dispuesto a morir». Con estas palabras
concluía en 1964 su famoso alegato nelson Mandela, en el juicio que le
conduciría a prisión durante veintisiete largos años. aquel prometedor
abogado negro, que un día soñara con liderar un prestigioso bufete en
johannesburgo, había decidido consagrar su vida a una causa. y viendo
su trayectoria, no sería desacertado aplicarle las palabras que en su día es-
cribiera Gregorio Marañón: «la vocación mueve la eficacia verdadera de
los hombres». porque su trayectoria vital contiene aquellos elementos
que caracterizan la esencia de toda vocación: un noble propósito que
cumplir en la vida, junto al empeño y el coraje de llevarlo adelante; y la
pasión auténtica de las causas que merecen la pena.
Hay muchas formas de vivir la vida, pero solo algunas engrandecen a la
persona y dejan la sensación de una existencia plena. y tienen que ver
con aquellas elecciones conscientes que realizamos y que orientan nues-
tra vida y nuestras acciones. sentir vocación hacia algo es sentirse llama-
do por una realidad valiosa a realizar en la propia vida. implica no tan-
to hacer lo que queremos, cuanto descubrir aquello que estamos
llamados a hacer. «toda vida es una vocación», dejó escrito pablo Vi, re-
cordando que la idea de vocación es constitutiva de la idea ser humano,
que está inscrita en el hecho mismo de la existencia: nos sentimos lla-
mados a encontrar la vocación que hay en nosotros y a orientar nuestra
vida para seguirla, hasta alcanzar la plenitud de nuestra persona. La vo-
cación nos remite a aquello que estamos llamados a ser, al descubri-
miento de nuestra verdadera identidad. por eso la cuestión vocacional
está en el núcleo de la perspectiva antropológica, que nos dice qué es la
persona humana y cuáles son la dirección, el fin y la función de la vida.
¿qué debo hacer realmente en la vida y cómo saberlo?; ¿para qué he sido
creado?; ¿qué necesita el mundo que sea yo?; ¿a qué me debo?...: son pre-
guntas antropológicamente ineludibles, que apuntan a una dimensión
religiosa de la existencia. para la fe cristiana, que quiere ser la explicita-
ción más radical de cuanto se esconde en la realidad humana, la voca-
ción constituye el verdadero camino de la realización personal según

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dios. porque, en clave cristiana, no hay vida auténtica si no es en rela-


ción a dios, ni puede haber identidad auténtica al margen de esa rela-
ción. todo cristiano está llamado a vivir su vida como vocación, abierto
a esa llamada de dios que le descubre su identidad y misión en el mun-
do. ser creyente es una vocación y una respuesta a esa llamada, a esa ini-
ciativa amorosa de parte de dios.
durante mucho tiempo, el término «vocación» se había utilizado casi ex-
clusivamente para referirse al sacerdocio y la vida consagrada. el Conci-
lio Vaticano ii amplió el horizonte, recordando que la vocación es un
asunto de todo cristiano. La revalorización bautismal llevada a cabo por
el Concilio nos recuerda que, más allá de las vocaciones específicas, exis-
te una vocación primera a la vida cristiana. por el bautismo somos lla-
mados a formar parte de la familia de los hijos de dios, a ser santos. por
el bautismo, que nos configura con Cristo, recibimos la vocación a una
forma de vida cristiana, a esa común llamada a la perfección de la que
nos habla el Concilio (LG 32).
no parece, sin embargo, que hoy vivamos tiempos propicios para pen-
sarnos y configurar nuestra existencia en términos de vocación. La pre-
gunta se la formulaba la benedictina j. Chittister: «en un mundo en el
que el cambio es el único elemento estable de la cultura, ¿cómo puede
haber algo llamado “vocación”?»1. porque, como ella misma recordaba,
la vocación exige resistencia y persistencia, compromiso y estabilidad. y
estas no parecen ser virtudes que abunden en nuestro mundo. sin em-
bargo, es precisamente en esta cultura, que ha producido un adelgaza-
miento notable de algunas dimensiones importantes de la existencia,
donde se experimenta con más urgencia la necesidad de un proyecto vo-
cacional que comprometa responsablemente al hombre en el crecimien-
to de sí mismo.

1. j. CHittister, Llamados a la plenitud. Vocación y vocaciones, santander 2013,


104.

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Vocación «en cristiano»: convocados a un diálogo de amor

Convocados por Dios


La vocación cristiana se concibe como un encuentro interpersonal, como
un diálogo entre dios y el hombre, que conduce a una relación de amor y
alianza: «el hombre es invitado al diálogo con dios desde su nacimiento
[...] dios nos asocia a su plan de amor a la humanidad y nos introduce de
manera única e irrepetible en esa historia de amor que él teje con cada per-
sona, con su pueblo y con la totalidad de los seres humanos»2. toda voca-
ción arranca de ese «tú» que toma la iniciativa y sale al encuentro. y es ese
diálogo entre un dios que convoca y la persona que responde el que nos
constituye como personas. Vivir la vocación cristiana implica, en definiti-
va, entregarse confiadamente a la iniciativa de dios, responder a ese don
de amor que nos capacita para ser nosotros mismos, caminar en constan-
te diálogo con dios y realizarnos en unión con él.
todo ser humano es convocado por dios a la existencia, según el pro-
yecto de vida que ha pensado para él. tenemos, por lo tanto, una voca-
ción primera a la vida. dios creador nos ha llamado a la existencia y nos
concede el regalo de la vida. en la perspectiva de la revelación bíblica,
dios asocia al ser humano a su acción creadora, pues somos llamados a
ser buenos administradores de esa vida que se nos ha dado como un don
y a contribuir en la creación continua del mundo. y es en ese ser creado
a imagen de dios y estar llamado a una comunión con él donde reside
la dignidad del ser humano: «La razón más profunda de la dignidad hu-
mana –afirma el Vaticano ii– está en la vocación del hombre a la comu-
nión con dios. desde su mismo nacimiento, el hombre es invitado al
diálogo con dios. existe pura y simplemente por el amor de dios que lo
creó y por el amor de dios que lo conserva. y solo se puede decir que
vive en la plenitud de la verdad cuando reconoce libremente ese amor y
se confía por entero a su Creador» (Gs 19)3.

2. a. BraVo, Seguir a Cristo. De la vocación a las vocaciones, salamanca 2009, 11.


3. Cf. ibid., 19-32.

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Llamados a reproducir en nosotros la imagen de Cristo


el diálogo entre dios y el hombre tiene su centro en Cristo. por eso la
vocación cristiana se define como seguimiento de jesús. «no se comien-
za a ser cristiano –nos recuerda Benedicto XVi– por una decisión ética
o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una
persona que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación
decisiva»4. Vivir la vida como vocación implica vivirla en el seguimiento
de Cristo, dejándose transformar por él. «tened los mismos sentimien-
tos de Cristo» (flp 2,5), les pide el apóstol pablo a los cristianos de fili-
pos, recordando que todo cristiano está llamado a vivir, sentir y actuar
como él. dios no solo llama a la criatura a la vida, sino también a con-
formarse con Cristo y a descubrirlo como novedad regeneradora de vida.
La vocación cristiana impulsa a seguir las huellas de Cristo y hacer reali-
dad en nosotros las palabras del apóstol pablo: «no soy yo quien vive, es
Cristo quien vive en mí» (Gal 2,20).
Creados a imagen de dios, estamos igualmente llamados a configurar-
nos con jesús, participando así de su filiación divina. somos criaturas lla-
madas en Cristo a la filiación divina, a participar en la vida de dios mis-
mo, a ser «hijos en el Hijo» a través de esa filiación adoptiva. somos hijos
de dios en jesús: «no se trata solo de que dios nos haya salvado por me-
dio de Cristo, sino que se ha de poner de relieve que esta salvación con-
siste en la comunión con él, en la inserción en él mismo y, mediante esta,
nuestro acceso al padre como hijos en jesús»5.
Cristo constituye la síntesis de lo humano, la realización más plena de lo
que significa ser hombre. por eso nuestra verdadera identidad está liga-
da a quiénes somos y en quiénes nos convertimos en Cristo. Como nos
recuerda el Concilio, Cristo «manifiesta plenamente el hombre al propio
hombre y le descubre la sublimidad de su vocación» (Gs 22). el hom-
bre en diálogo con dios no se puede comprender sino en Cristo. de ahí
el adagio agustiniano: «que pueda conocerte, para que pueda conocer-

4. Deus caritas est, 1.


5. L. f. Ladaria, Teología del pecado y de la gracia, Madrid 20122, 231.

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me». juan pablo ii lo expresó así: «el hombre que quiere comprenderse
a sí mismo hasta el fondo debe acercarse a Cristo con sus inquietudes e
incertidumbres y hasta con su flaqueza y pecaminosidad, con su vida y
con su muerte» (rH 10).

Llamados a responder desde la libertad


el hombre es llamado a un libre abandono, a dejarse transformar por
dios según su propia vida divina. pero ese don gratuito de dios está con-
dicionado por la disposición del que lo recibe para conservarlo y hacer-
lo fructificar. La vocación cristiana es obra de dios en el hombre, pero
implica la colaboración del ser humano: «dios, que te ha creado sin ti,
no te salvará sin ti», afirmaba s. agustín. porque dios no quiere realizar
su plan de salvación sin el asentimiento libre de las criaturas; por eso las
ha hecho libres y capaces de tomar una decisión ante él. La vocación es
obra de dios en el hombre, pero requiere la coparticipación, colabora-
ción y responsabilidad del mismo hombre. esa presencia interpelante de
dios no es del orden de la coacción, sino del orden de la fascinación y la
atracción: «Voy hacia dios, no arrastrado, sino atraído (jn 6,44) por su
amor. Lo que me mueve en la relación interhumana hacia el tú amado
es del orden de la seducción, no del orden de la coacción»6. así lo con-
fesaba el profeta jeremías: «Me has seducido, señor, y me dejé seducir»
(jer 20,7). el individuo debe responder al llamamiento desde su volun-
tad libre. en virtud de su libertad está llamado a adoptar una posición
frente a dios: «La vocación se teje en la experiencia de un encuentro de
libertades; en la llamada y en la respuesta se afirman tanto la soberana li-
bertad de dios como la condicionada libertad humana»7.
La vocación nos compromete, apela a nuestra responsabilidad personal.
el ser humano, que ha recibido su ser de dios, que es imagen de dios,
debe actuar conforme a esa imagen. y es en ese proceso donde se conju-
gan la acción de dios y la acción humana: «en dicho sentido, no todo

6. j. L. ruiz de La peña, El don de Dios (Antropología teológica especial), santan-


der 1991, 360.
7. a. BraVo, op. cit., 16.

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ha sido dado, sino que el hombre aparece como un ser que debe llegar a
ser aquello que él es. y este cambio pertenece a su libertad»8. el hombre está
llamado no solo a participar en el mismo designio de dios, a construir su
mundo, sino también a implicarse en la construcción del reino: dios es
aquel que «requiere mi libertad para que el mundo sea, para que el otro
sea, para que yo sea. dios convoca mi libertad para crear el mundo»9. por
eso decimos que el hombre recibe la libertad como don y tarea.
La libertad es algo que pertenece a la misma definición del hombre, al
ser mismo del hombre, a su esencia, que lo define frente a las demás rea-
lidades del mundo. Más allá de la capacidad de hacer elecciones cons-
cientes y personales, la libertad humana tiene un carácter ontológico y
teocéntrico: el hombre está llamado a adoptar una posición frente a
dios. somos libres, en primer lugar, para situarnos frente a dios. «La li-
bertad es la capacidad para lo eterno», dejó escrito K. rahner. en un
contexto de intensa valoración de la autonomía de la persona, es preciso
recordar que dios es aquel que me permite construirme ante su alteri-
dad, que es el fundamento de una verdadera confirmación del hombre y
no de su destrucción.

Llamados para ser enviados


La vocación no solo implica el diálogo con dios; también nos abre al
diálogo con los demás. La vida es un bien recibido que tiende, por su
propia naturaleza, a convertirse en bien donado: «porque yo soy de dios
y no de mí, debo ser para los demás [...] sabiéndome originado por un
puro gesto de amor, no seré fiel a mi ser sino permaneciendo en dispo-
sición de amor, en disposición hacia el tú»10. en la dinámica bíblica, toda
vocación implica una misión. ser llamado es la premisa para ser enviado
y conduce hacia allí irremediablemente. dios llama siempre enviando a
los otros. La misión es el don puesto al servicio de los demás, es la aper-

8. a. GesCHé, El sentido, salamanca 2004, 31-32.


9. Ibid., 44.
10. j. L. ruiz de La peña, Imagen de Dios. Antropología teológica fundamental, san-
tander 1988, 183.

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tura del propio yo al otro. Hemos de responder de la vida y del amor re-
cibido frente a dios y frente al otro. dios nos llama a ser la manifesta-
ción de su amor a la humanidad. La misión subraya el elemento que ga-
rantiza la libertad y que la hace verdadera: la responsabilidad11. porque,
como nos enseña Bonhoeffer, «la libertad no es en primera instancia un
derecho individual, sino una responsabilidad, la libertad no se dirige en
primera instancia al individuo, sino al prójimo»12.
el Concilio Vaticano ii nos ha recordado que el ser humano no realiza
su dignidad en una clausura solipsista, sino en el don de sí que se reali-
za en el amor: «el hombre no puede encontrarse plenamente sino a tra-
vés de una donación sincera de sí» (Gs 24). no hemos sido creados
como seres independientes, sino como seres «en relación», que nos ple-
nificamos en la apertura a los otros. tampoco podemos olvidar que
nuestra inserción en Cristo tiene un carácter comunitario. nuestra filia-
ción en el Hijo reclama necesariamente la fraternidad universal: «La re-
lación de filiación respecto de dios lleva consigo una nueva relación de
fraternidad entre los hombres»13. porque el único modo de vivir la con-
dición filial es vivir la condición fraterna.
en un mundo en el que «sé tú mismo» parece haberse convertido en una
de las consignas de nuestro tiempo, corremos el riesgo de interpretar la
vocación desde la lógica de la realización, la perfección y el bienestar in-
dividual. La vocación cristiana nos llama, no a una autorrealización ego-
céntrica, sino a la superación de nosotros mismos. porque el sentido, el
fin verdadero y último del hombre, está fuera del hombre: está en dios.
él es el único ser capaz de llevar al hombre a la completa realización de
sí mismo. dios llama a la persona a existir para los demás y a tener un
efecto transformador sobre el mundo. La vocación, desde la fe cristiana,
está siempre encaminada a mejorar la vida de los demás, a construir el
proyecto del reino. el hombre se realiza plenamente cuando se transfor-
ma en una relación para los otros.

11. Cf. a. CenCini, Llamados para ser enviados, Madrid 2009, 21.
12. Citado en ibid., 21-22.
13. L. f. Ladaria, op. cit., 262.

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Vivir la vocación en un mundo en transformación

«Hay en marcha una revolución mundial sobre cómo nos concebimos a


nosotros mismos y cómo formamos lazos y relaciones con los demás»14,
ha afirmado con rotundidad el sociólogo a. Giddens, al constatar los
cambios que se producen en todos los ámbitos de nuestra existencia. Vi-
vimos en un mundo de transformaciones que afectan casi a cualquier as-
pecto de lo que hacemos. La globalización está reestructurando nuestros
modos de vivir de forma muy profunda, provocando una honda trans-
formación en el modo en que configuramos nuestras cosmovisiones, va-
loraciones y talantes, que afecta a nuestro modo de entendernos y de en-
tender el mundo. el hombre se interpreta a sí mismo de modo diferente
a como lo ha hecho en el pasado, con categorías diferentes. estos cam-
bios inciden irremediablemente en la capacidad de las personas para to-
mar decisiones vitales y afectan a la hora de configurar y vivir la voca-
ción cristiana.

Una sociedad regida por el cambio y la flexibilidad


z. Bauman ha utilizado la metáfora «modernidad líquida» para caracte-
rizar la volatilidad y fluidez de nuestro mundo, marcado por la ausencia
de estabilidad, y cuyos individuos se ven abocados a vivir una vida pre-
caria, marcada por una constante incertidumbre, bajo el permanente te-
mor de no poder seguir el ritmo de unos acontecimientos que se mue-
ven con gran rapidez15.
uno de los ámbitos que más reflejan esos cambios es el entorno laboral,
donde lo que se busca son organizaciones de estructura flexible, fáciles
de desmantelar y reorganizar según lo requieran las cambiantes circuns-
tancias, que puedan modificarse con muy poca antelación o directa-
mente sin previo aviso, con el objetivo de ajustarse fácilmente a un mun-
do múltiple, complejo y en veloz movimiento. Cuanto menos sólida y
prontamente alterable sea una organización, tanto mejor. Los trabajado-

14. a. Giddens, Un mundo desbocado, Madrid 20035, 65.


15. Cf. z. BauMan, Modernidad líquida, Buenos aires 2003.

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res, por su parte, deben adaptarse a esas circunstancias variables, actuali-


zar y rectificar constantemente su propia trayectoria. La expectativa de
un empleo de por vida ha desaparecido y, con ella, la certeza de situa-
ciones vitales permanentes y la seguridad que aportaba la estabilidad.
Hoy no es extraño que un trabajador cambie de trabajo varias veces a lo
largo de su vida laboral y se reinvente profesionalmente otras tantas. Los
profesores de las grandes escuelas de negocios recomiendan a sus alum-
nos evitar quedar atrapados en empleos de larga duración y les desacon-
sejan desarrollar cualquier tipo de lealtad institucional o permanecer en
un empleo durante un tiempo prolongado. el cambio se erige en expre-
sión de avance, dinamismo y capacidad creadora, y la estabilidad se vis-
lumbra como algo potencialmente inhabilitante. La flexibilidad se ha
convertido en un nuevo valor al alza.
algo no muy distinto sucede en el ámbito de las relaciones personales,
caracterizadas igualmente por la volatilidad, la fluidez y la flexibilidad.
no parece este un tiempo proclive a las relaciones sólidas ni a los víncu-
los permanentes. así lo refleja z. Bauman:
«en el mundo de la modernidad líquida, la solidez de las cosas,
como ocurre con la solidez de los vínculos humanos, se interpreta
como una amenaza. Cualquier juramento de lealtad, cualquier
compromiso a largo plazo –y mucho más un compromiso eterno–,
augura un futuro cargado de obligaciones que, inevitablemente, res-
tringiría la libertad de movimientos y reduciría la capacidad de
aprovechar las nuevas y todavía desconocidas oportunidades en el
momento en que inevitablemente se presenten [...] Hoy los com-
promisos tienden a ser muy mal vistos, salvo que contengan una
cláusula de “hasta nuevo aviso”»16.

este cambio tiene no poco que ver con una sociedad de consumo, cuyas
prácticas reflejan una nueva forma de relacionarse con las cosas y con el
tiempo, con los demás y con uno mismo. Bauman se ha referido al con-

16. z. BauMan, Los retos de la educación en la modernidad líquida, Barcelona


2007, 28.

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sumo como una «vocación» absolutamente abarcadora, respecto de la cual


se mide todo lo demás. «pocos fenómenos han conseguido modificar tan
profundamente los estilos de vida y los gustos, las aspiraciones y las con-
ductas de tantas personas en tan poco tiempo», afirma G. Lipovetski al
describir lo que define como una «civilización del deseo», más centrada
en el disfrute que en la mera posesión de las cosas17. porque el consu-
mismo de hoy no se define tanto por acumulación de cosas cuanto por
el breve goce de esas cosas, por el disfrute de experiencias placenteras,
aunque volátiles. en el nuevo modelo de consumo, ya no se apropia uno
de un objeto para conservarlo por un largo tiempo, sino para usarlo du-
rante un breve período de tiempo, porque no se quiere cargar con cosas
que ya no resultan deseables cuando han perdido el valor agregado de la
novedad18. La utilidad ya no hace referencia a la capacidad del objeto de
prestar el servicio para el que había sido adquirido, sino al deseo que
quien lo adquirió siente por esos servicios. La perdurabilidad ha dejado
de ser una virtud. Hoy vivimos bajo la «urgencia de lo novedoso y la
compulsión por las nuevas experiencias», bajo la necesidad de probar
constantemente algo diferente19, sin que nada quede exento de la uni-
versal norma de la desechabilidad y nada pueda permitirse perdurar más
de lo debido20. «nos convertimos en una sociedad que aprendió a pro-
bar las cosas y pasar a otro asunto», sentencia j. Chittister al contemplar
este panorama21.
La consigna «nada a largo plazo» refleja la nueva concepción del tiempo
de unos consumidores sin tiempo que perder. en esta era, que ha sido
caracterizada bajo el «síndrome de la impaciencia» o «síndrome de la ace-
leración», nuestras vidas parecen regirse por un imperativo de lo inme-
diato, que acaba convirtiendo la espera en una circunstancia intolerable:

17. Cf. G. LipoVetsKy, La felicidad paradójica. Ensayo sobre la sociedad del hiper-
consumo, Barcelona 20145, 7.
18. z. BauMan, La sociedad sitiada, Buenos aires 2004, 188.
19. Cf. j. M. rodríGuez oLaizoLa, Hoy es ahora (gente sólida para tiempos líqui-
dos), santander 2014, 64-65.
20. Cf. z. BauMan, Vida líquida, Barcelona 2016, 11.
21. j. CHittister, op cit., 69.

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«la impaciencia es una nueva enfermedad que se agrava a medida que


perdemos la costumbre de esperar. no tenemos tiempo que perder»22. La
nuestra es una época que invita a olvidar el pasado y desentenderse del
futuro. si el mundo ilustrado desterró la mirada del pasado para dirigir-
la a un futuro preñado de promesas de progreso, en la sociedad globali-
zada la vida presente ha reemplazado a las expectativas de futuro.

La configuración de la identidad
y el compromiso: dos tareas pendientes
no resulta difícil intuir que tras el panorama descrito se esconde un
complejo problema identitario que no facilita la conformación de tra-
yectorias vitales ni la dimensión vocacional de la existencia. nunca ha es-
tado la sociedad tan centrada en la persona y nunca, sin embargo, ha
sido tan difícil configurar y vivir la propia identidad. en este tiempo de
«modernidad líquida», la noción de «identidad» como univocidad o pro-
yecto vital se diluye, volviéndose escurridiza. no hay identidad en senti-
do sólido, sino multiplicidad de identificaciones parciales, divididas,
«fragmentadas», según la conocida expresión de a. Giddens23, que gene-
ran un yo desarraigado sin un horizonte amplio de sentido. ese «hom-
bre elector» vive en una incertidumbre constante sobre la continuidad
del sí, impulsado por una dinámica de permanente redefinición y cons-
tante «reseteo», bajo una cultura del presente que urge a reinventarse de
modo continuo y que reclama un esfuerzo permanente de configuración
de la identidad.
en estas «sociedades de lo efímero», caracterizadas por vínculos débiles y
en las que no abundan los compromisos a largo plazo, tampoco resulta
tarea fácil comprometerse con algo que tenga visos de perdurabilidad,
como es un proyecto de vida. r. sennett repara en la dificultad de deci-
dir, en una sociedad impaciente y centrada en lo inmediato, aquello que
es duradero, o de perseguir metas a largo plazo en una economía corto-

22. j. M. rodríGuez oLaizoLa, op. cit., 72.


23. Cf. a. Giddens, Modernidad e identidad del yo. El yo y la sociedad en la época
contemporánea, Barcelona 1995.

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placista. si el carácter se centra en el aspecto duradero de nuestra expe-


riencia emocional y se expresa en el compromiso mutuo y en objetivos a
largo plazo, el lema «nada a largo plazo» se convierte en un principio que
corroe la lealtad y el compromiso24. nuestros compromisos solo son vá-
lidos hasta que aparezca en el horizonte algo mejor, más emocionante o
más lucrativo.
tampoco resulta fácil tomar decisiones, y mucho menos si son definiti-
vas, en una cultura de la indecisión, que favorece vivir en un estado pe-
renne de incertidumbre. en una sociedad saturada de ofertas de consu-
mo, que aspira a una carencia de limitaciones y a oportunidades
ilimitadas, se busca mantener abiertas todas las posibilidades, dejar siem-
pre una puerta abierta. nos resistimos a tomar una decisión: «Hoy esta-
mos asistiendo a una verdadera huida de la responsabilidad que, a su vez,
determina la perdida de libertad y de dignidad humana»25.

El proyecto vocacional, una propuesta necesaria en nuestro mundo

en un contexto como el nuestro, recuperar la dimensión vocacional de


la existencia se adivina como una tarea urgente y prioritaria. La pro-
puesta de una existencia vivida como vocación aporta claves que contri-
buyen a fraguar una persona sólida, con capacidad de tomar las riendas
de su propia vida, de elegir y decidir, de afrontar las tensiones que sacu-
den toda existencia y de guiarse por un conjunto de valores, actitudes y
significados estables y permanentes que ayuden a optar en las encrucija-
das y dilemas de la vida.
Vivir la existencia desde la vocación cristiana contribuye a elaborar una
vivencia integrada del tiempo, a percibir nuestra historia, no como una
sucesión de hechos inconexos, sino como un camino que hacemos en el
tiempo, en el que el ayer, el hoy y el mañana se entrelazan en un pro-
yecto de vida con sentido. en un contexto de inflación del presente, que

24. Cf. r. sennett, La corrosión del carácter, Barcelona 2010.


25. a. CenCini, op. cit., 50.

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dificulta la construcción de historias, la vocación nos ayuda a configurar el


relato de nuestra vida, porque es transformando nuestras vidas en relatos
como damos sentido a nuestra existencia. anima a retomar el control de
nuestro tiempo, a frenar «para dejar que las vivencias, las historias, los dis-
tintos episodios de nuestra vida, vayan calando y dejando poso»26. La vo-
cación entrelaza en nuestra vida pasado, presente y futuro. porque nos in-
sertamos en una historia que nos precede y que, aunque se realiza en el
presente, se orienta eminentemente hacia el futuro, porque preguntar por
la vocación de algo o de alguien es preguntar qué destino tiene y a qué fu-
turo está llamado. de ese modo nos permite afrontar esa vida que, si bien
solo puede entenderse hacia atrás, debe ser vivida hacia delante.
La vocación cristiana se ofrece como un proyecto de vida que construye
al hombre, respetando su dignidad y su autodeterminación, que le com-
promete responsablemente en el crecimiento de sí mismo. invita a cons-
truir nuestra vida como un proyecto personal abierto a dios y a los otros,
a vivir no desde la superficie de la vida, sino desde su entraña más pro-
funda, sabiendo que en nuestra historia personal se entrelaza la historia
oculta del amor de dios hacia cada uno de nosotros. nos impulsa a vi-
vir desde la responsabilidad, con un conocimiento profundo de nosotros
mismos y en una actitud de discernimiento crítico, y nos invita a vivir
desde esas cuatro realidades fundamentales de toda existencia: «resisten-
cia frente a las inercias que nos hacen vivir deprisa o pasar demasiado su-
perficialmente por la existencia; conciencia lúcida del mundo; responsabi-
lidad a la hora de conquistar la propia libertad; y un proyecto personal
irrevocablemente abierto al otro y a los otros»27.

26. j. M. rodríGuez oLaizoLa, op. cit., 93.


27. Ibid., 139.

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