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DARÍO MOLLÁ
Ayudar
y aprovechar
a otros muchos
Dar y hacer Ejercicios ignacianos
Prólogo de JOSÉ A. GARCÍA
Índice
Portada
Créditos
Notas sobre la edición
Prólogo
Capítulo 1: La oración en Ejercicios
¿Es difícil orar?
Orar no es hacer algo, sino recibir un don
Orar ante el Dios Regalador, todo Misericordia
La meditación con las tres potencias
Los sentimientos que segregan los buenos pensamientos
La contemplación de escenas evangélicas
Los previos o preámbulos de la contemplación
El «provecho» de contemplar
La repetición ignaciana
Un recurso para acentuar lo afectivo
Un requisito indispensable para luego «hacer memoria»
El «traer los sentidos» a la oración
«Las puertas de los sentidos»
La «aplicación de sentidos» en los Ejercicios
Capítulo 2: El inicio de los Ejercicios
La charla introductoria de los Ejercicios
Las piezas del método
La actitud imprescindible para hacer Ejercicios
El planteamiento básico
Textos bíblicos para la charla introductoria
Directorio breve sobre el Principio y Fundamento
Reconocer el propio desorden
Textos bíblicos para el Principio y Fundamento
Capítulo 3: La Primera Semana
Directorio breve sobre la Primera Semana
El encuentro con Dios como Bondad infinita y Perdonador absoluto
Instrucciones y Reglas de la Primera Semana
• Las Anotaciones
• Los Exámenes
• Tres modos de orar
• Las reglas para sentir y conocer mociones
Adiciones y complementos de la Primera Semana
Sentido y peligros de hablar de Adiciones y Complementos en Ejercicios
a) Adiciones
b) Complementos
«...antes de entrar en la oración repose un poco el espíritu... como mejor le
parecerá...» [Ej 239]
«... tanto más se aprovechará cuanto más se apartare de todos amigos y
conocidos y de toda solicitud terrena...» [Ej 20]
«... Traer a la memoria...»
Capítulo 4: La Segunda Semana
Directorio breve sobre la Segunda Semana (A)
El seguimiento es con cabeza y corazón
Contemplar a Jesús desde el principio
Un mundo de autoengaños
Textos bíblicos para la Segunda Semana (A)
Directorio breve sobre la Segunda Semana (B)
La elección ignaciana
La reforma ignaciana de vida
Contemplando la vida pública de Jesús
Textos bíblicos para la Segunda Semana (B)
La propuesta ignaciana
Algunas sugerencias complementarias
Instrucciones y Reglas de la Segunda Semana
• Las Reglas con mayor discreción de espíritus
• Hacer elección o enmendar y reformar la vida
• Las «reglas del limosnero»
• Notas para sentir y entender escrúpulos
Adiciones y complementos de la Segunda Semana
«Poniendo delante de mí a donde voy y delante de quién» [Ej 131]
«La oración preparatoria sea la sólita» [Ej 46. 91]
«... juntamente contemplando... investigar y... demandar» [Ej 135]
«... mucho aprovecha el leer algunos ratos en los libros De imitatione Christi o
de los Evangelios y de vidas de santos» [Ej 100]
Al cristiano se le revela en la Pasión cómo es Dios
Las lecciones para nuestro provecho espiritual
La culminación de la elección, o la reforma
Textos bíblicos para la Tercera Semana
La propuesta ignaciana
Perspectivas bíblicas
Instrucciones y Reglas de la Tercera Semana
• Las «reglas de la templanza»
Adiciones y complementos de la Tercera Semana
«... los trabajos, fatigas y dolores de Cristo nuestro Señor» [Ej 206]
«...contemplación de toda la pasión junta...» [Ej 208]
«Se traerán los sentidos...» [Ej 204]
Capítulo 6: La Cuarta Semana
Directorio breve sobre la Cuarta Semana
El recurso ignaciano para contemplar al Resucitado
La esperanza confirmada de María, nuestra Señora
El acceso coherente a la eclesialidad
Textos bíblicos para la Cuarta Semana
Instrucciones y Reglas de la Cuarta Semana
• Las reglas para sentir en la Iglesia
La comprensión espiritual de la Iglesia solo se percibe en el discernimiento
[Ej 353]
Alabar toda presencia del Espíritu en los demás, aunque no implique una
llamada para mí [Ej 354-361]
Hablar de las malas costumbres de otros solo a las mismas personas que
pueden remediarlas [Ej 362]
Evitar en la Iglesia posturas sesgadas o presuntuosas [Ej 363-364]
Predicar sobre Dios con humildad [Ej 365]
En la presentación de tesis teológicas divergentes, no es justo defender la
propia sin matizar o reconocer parte de acierto en la contraria [Ej 366-
370]
Aplicabilidad de estos consejos ignacianos
Adiciones y complementos de la Cuarta Semana
«... Se proceda por todos los misterios de la resurrección de la manera... que se
tuvo en toda la semana de la pasión...» [Ej 226]
«... trayendo los cinco sentidos sobre los tres ejercicios del mismo día...» [Ej
227]
«... antes de entrar en la contemplación, conyecturar y señalar los puntos que
Es, sobre todo, un ejercicio de agradecimiento al Señor
Es también una contemplación «sentida y gustada» de la acción del Espíritu
Santo
Es también una recapitulación y resumen de las Cuatro Semanas de los
Ejercicios
Para terminar: un brindis elegante y lleno de agradecimiento a Dios
Textos bíblicos para la Contemplación para alcanzar amor
Epílogo: El mejor regalo de san Ignacio
Presentación de los autores
Notas
prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si
necesita reproducir algún fragmento de esta obra.
Puede contactar con CEDRO
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© Editorial Sal Terrae, 2018
Grupo de Comunicación Loyola
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Imprimatur:
† Manuel Sánchez Monge
Obispo de Santander
15-02-2018
Diseño de cubierta:
Félix Cuadrado Basas
Edición Digital
ISBN: 978-84-293-2756-4
Notas sobre la edición
Este libro es fruto de una colaboración: Antonio Guillén es el autor principal de la obra,
mientras que Pablo Alonso ha preparado los «Textos bíblicos», y Darío Mollá las
«Adiciones y complementos».
Una buena parte de las páginas aquí reunidas han sido publicadas con anterioridad
en la Revista de Espiritualidad Ignaciana MANRESA, sobre todo en la sección «Ayudas
para dar Ejercicios», durante los años 2015, 2016 y 2017. Se recogen aquí revisadas por
sus autores.
Las obras de san Ignacio se citan como sigue: la Autobiografía [Au], las
Constituciones de la Compañía de Jesús [Co], el Diario Espiritual [De], y el libro de los
Ejercicios [Ej].
Prólogo
Sobre los Ejercicios de san Ignacio se han escrito en nuestros días muchos y muy
valiosos libros. Por ceñirnos solo a dos, ahí están, por ejemplo, la obra magna de S.
Arzubialde, Historia y análisis, dirigida a quienes deseen saberlo «casi todo» sobre los
Ejercicios, y en el otro polo, los seis Itinerarios del CES de Salamanca pensados como
materiales iniciáticos y progresivos de los mismos.
El libro que prologamos aquí es también sobre los Ejercicios, pero me gustaría decir
desde el principio que no es uno más, añadido a otros muchos. Que aporta una novedad
que lo convierte en un instrumento de gran calado para quienes deseen conocer a fondo
el proceso espiritual que recorre el librito de los Ejercicios y, sobre todo, para quienes
aspiren o se estén preparando para darlos. Y no solo para ellos, también para quienes los
dan frecuentemente en cualquiera de sus variantes ya que nadie se libra de la impresión
de no tocar nunca fondo en su comprensión, en su práctica y en el modo de darlos a
otros.
Ahondemos un poco más en la «novedad» que aporta este libro. En primer lugar,
que no está escrito por una persona sino por tres. Tres jesuitas muy conocidos y también
reconocidos en el arte de dar ejercicios a toda clase de personas: laicos, sacerdotes y
religiosos, jóvenes y mayores. Este hecho dota al libro que tenemos entre manos de una
gran sabiduría y madurez. Los tres saben de qué están hablando y lo que dicen brota de
su profundo conocimiento teórico de los Ejercicios, pasado siempre por su dilatada
experiencia en darlos.
Cada uno de los tres se ocupa de un ángulo de acercamiento a los Ejercicios que se
repetirá, sin cambios, a lo largo de las cuatro semanas: en primer lugar, un Directorio
sobre la semana en cuestión; en segundo, Textos bíblicos para esa semana; y en tercero,
Adiciones y Complementos para la misma.
El peso mayor del libro recae sobre Timo Guillén. Él es quien nos introduce, en un
primer capítulo, en el tema de «La oración en los Ejercicios», introducción necesaria
etc. (¿Son también formas de oración los famosos «tres modos de orar»? El lector se
encontrará aquí con una interpretación que, al parecer, no es nueva pero sí ciertamente
original y novedosa). Un primer capítulo tan necesario como bien expuesto.
Sobre Timo Guillén recae también ese apartado que recorre cada una de las cuatro
semanas y al que llama «Directorio breve». ¿Cuál es su finalidad?
Sabemos que para Ignacio dar ejercicios era sinónimo de «dar modo y orden». Un
modo y orden en la propuesta de los mismos que conjugara al unísono el «principio de
adaptación», según fuera el sujeto que los hacía, con el «principio de objetividad» por el
que los Ejercicios fueran verdaderamente ejercicios ignacianos y no otra cosa, por buena
que fuera. Por lo primero se aseguraba la centralidad del ejercitante y de sus
condicionamientos internos y externos; por lo segundo el proceso mistagógico de los
Ejercicios tal como lo concibió Ignacio y que nunca debería faltar.
Sabemos también que, desde el principio, esta conjunción no debió resultar fácil
para los primeros jesuitas, motivo por el que fueron apareciendo los diversos
«Directorios» oficiales comenzando por el del propio Ignacio. Se trababa de ayudas
prácticas para orientar al ejercitador en ese arte de dar «modo y orden». Lo que hace aquí
Timo Guillén es valerse de esos directorios –y de los datos que le da su prolongada
experiencia en este campo– para lograr aquel mismo efecto, hoy. Y la verdad es que lo
hace muy bien. Al leer esas introducciones a cada semana, aprendemos cosas
importantes, tanto de los Ejercicios en sí como del arte de darlos, objetivo primero y más
importante de este libro.
La segunda sección, titulada «Textos bíblicos para esta semana», corre a cargo de
Pablo Alonso, antiguo maestro de novicios y profesor ahora de Sagrada Escritura en la
Facultad de Teología de Comillas.
El material de los ejercicios ignacianos es eminentemente bíblico desde el
comienzo al final. Son 4 textos y escenas de la Escritura («misterios» los llama Ignacio)
los que, casi siempre, se ofrecen al ejercitante para su oración personal, es decir, para
que se disponga a que Dios le encuentre en ellos. La Biblia, y sobre todo el Nuevo
Testamento sustenta a los Ejercicios en el doble sentido de que los fundamenta y
alimenta.
Sucede, sin embargo, con cierta frecuencia, que estas citas bíblicas se ofrecen al
contemplación. Esa relación puede ser tan tenue e inexpresada que apenas ayuden a
mover los afectos del ejercitante.
No es eso lo que nos ofrece Pablo Alonso aquí. Ha seleccionado cuidadosamente
las citas, ha expresado escuetamente qué dicen, las ha relacionado con el «momento
mistagógico» que vive el ejercitante, etc. Es cierto que cada ejercitador suele tener ya
preparadas sus propias citas bíblicas para cada meditación o contemplación, pero no
estará mal que de vez en cuando acudamos también a otras fuentes para no fosilizarnos
en lo de siempre. Se trata, pues, de una sección del libro muy bien pensada y de gran
ayuda para quienes dan ejercicios, sean estos más o menos aprendices o ejercitadores
experimentados.
Llegamos con esto a la última «sección» del libro que Darío Mollá titula «Adiciones
y Complementos para esta semana». Darío es un jesuita ampliamente conocido por sus
excelentes escritos sobre espiritualidad ignaciana y también por su dilatada experiencia
de ejercitador. ¿Cuál es la finalidad de este tercer acercamiento a los Ejercicios
ignacianos?
Sabemos la importancia que atribuía Ignacio «a una serie de elementos exteriores:
gestos corporales, cuidado de las circunstancias ambientales, sencillas dinámicas de
comportamiento», a todo lo cual dio el nombre de «Adiciones». Era un convencido de
que «el cuidado de esos elementos exteriores dispone mejor al encuentro con Dios». Con
la palabra «Complementos» el autor alude a otros posibles materiales (literarios,
gráficos, visuales) que puedan ayudar al mismo fin. El ejercitante del siglo XXI es muy
diferente al del siglo XVI, al igual que la cultura que lo envuelve. Si san Ignacio prestaba
tanta atención a esos elementos, ajustándolos cuidadosamente a cada uno, ¿qué
impediría que siguiéramos haciéndolo nosotros? Con dos condiciones, añade el autor:
que todos esos materiales sean «sencillos» y que verdaderamente «ayuden».
Partiendo de tales premisas el trabajo de Darío Mollá ha consistido en introducirse a
fondo en las Adiciones propias de cada semana para ver desde ellas, y con la atención
fija en el ejercitante actual, qué sigue siendo importante hoy, qué tipo de adaptaciones
admitirían, de qué otros materiales servirse, etc. etc. Al igual que con los otros dos
autores anteriores hay que decir que el intento está muy bien logrado.
Ejercicios de san Ignacio...; o si tal vez te atrae aprender a darlos...; o si ya los das
habitualmente, pero no quieres acartonarte en lo que ya sabes sobre ellos y en los
instrumentos que utilizas para darlos..., aquí tienes un libro de cuya lectura y uso no te
arrepentirás.
JOSÉ A. GARCÍA, SJ
CAPÍTULO 1:
La oración en Ejercicios
¿Es difícil orar?
A cualquiera que se le pregunte dirá que orar es difícil. Si le dejamos explicarse,
probablemente enumerará una larga lista de dificultades para justificar la afirmación
anterior. Hablará de distracciones, de ruidos ambientales, de falta de tiempo, de no
encontrar postura, de métodos y de técnicas de concentración, y de otras muchas cosas
por el estilo.
Ninguna de ellas es una dificultad real de la oración. El auténtico problema tiene
raíces más básicas, que relativizan por completo las anteriores. Creo que se expresa bien
a través de estas dos cuestiones capitales: ¿Qué es orar realmente? y ¿a qué Dios
dirigimos nuestra oración?
El «provecho» de contemplar
significativo de todas sus contemplaciones es apuntado por san Ignacio en el consejo que
repite al final de todos los puntos con los que ha traído la historia: «reflectir para sacar
algún provecho de cada cosa de estas» [Ej 106-108, 114-116, etc.].
Reflectir es dejar que se refleje en un cuerpo la luz de otro cuerpo. Lo hace la luna
con respecto al sol. Es evidente que san Ignacio está pensando en exponerse como un
espejo a la luz que brota del Espíritu, igual que Moisés «reflejaba la gloria de Dios» al
bajar del Sinaí (2 Cor 3,18). Repetido por él siempre y solo al final de las
contemplaciones, el requerimiento a «reflectir en mí mismo» está claramente dirigido a
transponer a nuestro interior lo que se contempla, a dejarse empapar la cabeza, el
corazón y las entrañas por el misterio de Cristo contemplado.
El fruto de ese encuentro con el Señor nunca puede precisarse, pero solo puede ser
bueno. No es casual, por tanto, que san Ignacio se refiera a él con un matiz
deliberadamente indeterminado –«algún provecho»–, porque, a diferencia de lo que
propone en la meditación, él sabe que ha de entrarse en la contemplación sin pretender
determinar previamente cuál ha de ser el provecho de ella. El que el Señor quiera.
Dicha actitud es congruente con el desarrollo de la oración, porque siempre es fácil
comprobar cómo, desde el silencio extasiado del orante, la contemplación es, sobre todo,
un diálogo abierto, en el que el Espíritu frecuentemente termina hablando de lo que el
contemplativo menos se esperaba. Mirando a Jesús, los ejercicios de contemplación
desembocan a menudo, sea cual sea la escena contemplada, en una experiencia, sentida y
gustada, de amor y de confianza, de fascinación, de regalo y de agradecimiento.
Pero, además, siempre hay un provecho seguro en el ejercicio de la contemplación.
Al mirar y volver a mirar lo que Jesús lleva dentro, sus sentimientos más hondos y
permanentes, lo que le caracteriza y resulta imprescindible intuir para conocerle bien, de
algún modo se va desatando en el alma el deseo creciente de conocer internamente a
Jesús, y no detenerse hasta llegar a adivinar sus previsibles reacciones en circunstancias
distintas de las que se relatan en los Evangelios. ¿Qué haría Jesús si estuviese hoy aquí,
en mi lugar?
Las contemplaciones de la vida de Jesús desembocan así con toda normalidad en el
discernimiento, como en su desenlace esperado. Lo hacen posible y previsible. Ambos
elementos, contemplación y discernimiento, se condicionan y reclaman mutuamente. En
contemplando la vida de Jesús» [Ej 135].
San Ignacio logra unir indisolublemente la contemplación y el discernimiento. No
se deben separar nunca. Como sobre dos raíles paralelos, discurre sabiamente sobre ellos
el proceso orante de los Ejercicios y la misma espiritualidad ignaciana.
La repetición ignaciana
En un programa tan elaborado y preciso como el que propone san Ignacio al que hace los
Ejercicios, a este no puede dejar de llamarle la atención la propuesta reiterada de una
repetición de los ejercicios anteriores. Y, sin embargo, el creador del método lo propone
así, con este nombre, en cada una de las cuatro Semanas del proceso, de tal modo que, en
conjunto, la repetición ocupa casi la mitad de las propuestas de oración de los Ejercicios
completos. ¿Qué está señalando con eso san Ignacio? [6]
La repetición de los ejercicios anteriores no significa para él hacer lo mismo otra
vez, ni siquiera simplemente volver a intentar sacar agua del mismo pozo, sino detenerse
a propósito allí donde un examen sobre el ejercicio anterior le revela el paso de un
sentimiento hondo o un mayor gusto espiritual. Habría que describirlo, entonces, como
un volver a resituar al orante allí, y solo allí, donde ya ha encontrado una veta de
sentimientos espirituales hondos.
El planteamiento básico
El planteamiento básico de los Ejercicios está perfectamente expresado en la Anotación
15ª: «Dado que es más conveniente y mucho mejor que el mismo Criador y Señor se
comunique a la su ánima devota, abrazándola en su amor y alabanza..,. el que da los
ejercicios deje inmediate –es decir, sin mediaciones humanas determinantes– obrar al
Criador con la criatura, y a la criatura con su Criador y Señor» [Ej 15]. Desde el
mismo comienzo del proceso, el ejercitante debe saber que el que le da los Ejercicios no
es un predicador, ni un director espiritual, ni un gurú, sino un mero acompañante que le
va guiando en su camino personal de encontrarse con Dios. El protagonismo absoluto de
la conversación entre amigos que se establece en Ejercicios es de Él y solo de Él.
de este planteamiento básico. Probablemente, la diferencia más sustancial y cargada de
consecuencias importantes, entre cualesquiera otras legítimas experiencias de Ejercicios
y los Ejercicios ignacianos propiamente dichos, es esta. Conviene resaltarla ante el
ejercitante al inicio del proceso, para que él se sitúe en consecuencia.
Textos bíblicos para la charla introductoria
Para acompañar la charla introductoria pueden ayudar, ante todo, algunos versículos de
la Escritura que nos conectan con los elementos constitutivos de los Ejercicios: la
iniciativa de Dios, que se acerca al ser humano, y el aspecto personal y de intimidad
(afectivo) de este encuentro: «por eso voy a seducirla: voy a llevarla al desierto y le
hablaré al corazón» (Os 2,16); o «estoy a la puerta y voy a llamar; y, si alguno oye mi
voz y me abre, entraré en su casa y cenaremos juntos los dos» (Ap 3,20).
De cara a combatir la posible ansiedad y la precipitación, y para animar a vivir el
presente a lo largo de la experiencia que nos disponemos a comenzar, podemos recordar
que «para el Señor un día es como mil años, y mil años como un día» (2 Pe 3,8) y pedir
sencillamente el don de nuestro pan cotidiano y de no agobiarnos con el mañana (cf. Mt
6,11.34). A la vez, se puede recurrir a distintos salmos, lugares clásicos para expresar el
deseo de Dios: «buscad mi rostro... Señor, busco tu rostro, no escondas tu rostro» (27,8-
9); «como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te ansía, oh Dios; tiene sed de
Dios, del Dios vivo» (42,2-3); «oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo: mi alma está
sedienta de ti; mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua» (63,2).
Existen también otros textos más amplios cuya consideración puede guiar al
ejercitante a adoptar la actitud necesaria e imprescindible, inspirándose en los modelos
que contempla. En primer lugar, la llamada de Dios a Samuel: llamada personal y, sin
embargo, al mismo tiempo acompañada por Elí, que invita a disponerse a la escucha del
Dios que no deja de llamar hasta que se le atiende: «habla, Señor, que tu siervo escucha»
(1 Sm 3,1-10). También la visita del profeta Jeremías al taller del alfarero, en el que este
trabaja el barro hasta que le sale bien la vasija, que nos recuerda que de la misma manera
estamos nosotros en manos de Dios (Jr 18,1-6). Por último, el episodio de la zarza
ardiendo desde la que Dios llama a Moisés, pues los Ejercicios son ese espacio (y
tiempo) sagrado en el que se nos invita a descalzarnos para encontrarnos con Dios (Ex
3,1-6). La iniciativa siempre es de Dios, y la invitación es a ponernos enteros ante Él con
la actitud adecuada: dispuestos a escuchar (Samuel) y a dejarnos hacer (Jeremías), para
que Dios pueda servirse de nosotros (Moisés) [cf. Ej 5].
En esta línea, del Nuevo Testamento, quizá sea el texto de la Anunciación el más
persona con una Buena Noticia y nos invita a abrirnos a su sueño sobre nosotros.
Al inicio, el relato nos ofrece tres datos muy precisos: al sexto mes; Nazaret, un
pueblo de Galilea; y María, una virgen desposada con José, de la casa de David. Dios se
comunica siempre de una manera concreta: en un momento y un lugar determinados se
dirige a alguien. Es algo único y personal. María, por su parte, permite que el ángel entre
en su vida y acoge la iniciativa de Dios, que le trae una buena noticia, «alégrate», y que
le revela algo nuevo, «llena de gracia, el Señor está contigo». Al temor y desconcierto,
siempre posibles, responde la confirmación del ángel, «no temas», y la oferta de su
sueño para ella. En el diálogo subsiguiente, María aparece, a diferencia de Zacarías,
centrada en Dios más que en sí misma. Su pregunta «¿cómo será?» contrasta con la de
aquel, «¿cómo conoceré?». Por eso, no solo no queda muda (como Zacarías), sino que
escucha la promesa del Espíritu y la invitación a la confianza. María acoge plenamente
lo que se le da y ofrece su total disponibilidad: «hágase según tu palabra», que anticipa
la oración de Jesús en el huerto (cf. Lc 22,42). Sorprende que María sea el centro del
relato dentro de una sociedad patriarcal, y siendo a través de José como Jesús recibe la
legitimidad davídica. Además, es joven (una mujer entraba en edad de casarse a partir de
los 12 años) y no desempeña ningún cargo. La experiencia no se da tampoco en un lugar
sacro. Mujer, joven y pobre. Por tanto, que sea llena de gracia y tenga el favor de Dios
nos muestra cómo actúa Dios: escoge la finitud y la insignificancia para llevar adelante
su plan, y desafía nuestros esquemas preconcebidos.
En el camino de los Ejercicios, la iniciativa pertenece siempre a Dios, que viene a
nosotros y nos ofrece la alegría de su compañía y un proyecto. María emerge, en la
tradición de las mujeres fuertes de la Biblia, como modelo de acogida, diálogo y
disponibilidad, invitándonos al inicio del proceso a sumarnos a la bienaventuranza de la
fe: «dichosa tú, que has creído» (Lc 1,45).
Por su parte, para iluminar lo que ha de ser el planteamiento básico de la relación
entre el que da los Ejercicios y el que los recibe, resulta de ayuda la figura de Juan
Bautista y su misma relación con Jesús. Efectivamente, quien acompaña los Ejercicios
no es un gurú ni está llamado a ser la referencia principal. Así, Juan Bautista, precursor
de Jesús, lo señala entre los hombres, pero no pretende siquiera hacerle sombra. Juan
afirma con claridad: «Yo no soy el Cristo; he sido enviado delante de Él». Juan es el
disminuya» (Jn 3,28-30).
De manera análoga, quien da los Ejercicios no ocupa el lugar de Dios. Hacer
Ejercicios es entrar en una manera concreta de relación –tal como la experimentó y nos
la legó san Ignacio de Loyola–, con Dios nuestro Señor. La suya es la única Palabra que
hay que escuchar. Otras palabras, solo y en la medida en que nos ayuden a escuchar y a
discernir la Palabra. El fin buscado por san Ignacio es que Dios crezca en el ejercitante
desde el trato inmediato y personal [Ej 15]. Quien da los ejercicios, como todo buen
mentor, es invitado a ir desapareciendo y a quedar en un segundo plano. Su función es
señalar modo y orden, y acompañar la experiencia y el discernimiento, pero nunca
sustituir, ni al ejercitante en su toma de decisiones, ni mucho menos al Señor en su
suscitar mociones.
Directorio breve sobre el Principio y Fundamento
Salta a la vista que el Principio y Fundamento [Ej 23] no está propuesto por san Ignacio
como un ejercicio de oración, pues no lo ofrece con oración preparatoria, preámbulos ni
coloquio, como se presentan todos los demás ejercicios de las Cuatro Semanas. Más
bien, parece un párrafo escueto de verdades de fe que el pensamiento del creyente no
pone en duda, pero que a su corazón se le hace perentorio recordar al inicio de la
experiencia.
No poco ha desorientado, por eso, este párrafo excepcional a muchos de los que dan
Ejercicios. Sobre él se han escrito estudios clarificadores muy buenos, pero la respuesta
sobre cómo darlo queda al arbitrio del que da los Ejercicios. Para acertar, este no debe
olvidar que los Directorios lo presentan estrechamente relacionado con la Anotación 5ª,
donde se pide al ejercitante empezarlos «con grande ánimo y liberalidad con su Criador
y Señor» [Ej 5], disposición recomendada como el mejor consejo para desbloquear el
propio egoísmo y para poner en marcha la experiencia pretendida de orar la propia
vida [15] .
Es bueno recordar que san Ignacio le concedía a la exposición del Principio y
Fundamento únicamente la mañana del primer día del mes de Ejercicios, o incluso –
según uno de los Directorios de Polanco– nada más que la primera hora de esa mañana.
Pero dicha brevedad estaba justificada por la amplitud de las conversaciones previas
mantenidas con el ejercitante. La reflexión con la que convenció a Javier –«¿Qué
aprovecha al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?»– o la insistencia ante
Fabro, durante 4 años, para ensancharle su imagen muy estrecha de Dios, están detrás de
las palabras de este párrafo tan sobrio.
En él se descubre también un índice de los temas a tratar luego, cara a cara, con
Dios. Un amplio temario que puede reducirse a solo dos capítulos: el reconocimiento
sereno del propio desorden y la apertura al sueño de Dios sobre mí. Son las razones del
ejercitante para hacer Ejercicios y el eco anticipado de las meditaciones que se harán
después, en la Primera Semana y en el cuarto día de la Segunda Semana.
Lo aconsejable es presentar este recordatorio inicial en la longitud de onda en que
llega al corazón. En efecto, ya desde el Principio y Fundamento y las Anotaciones, los
incluso de que este comience cada ejercicio de oración [Ej 75]. San Ignacio anima con
fuerza a «buscar y desear lo que más nos conduce a Él» [Ej 23].
• LAS ANOTACIONES
Como todo método nuevo, también los Ejercicios ignacianos habían de ser explicados
por su autor, y para esa función están escritas las Anotaciones. Aunque san Ignacio se
apropió con libertad de mimbres viejos –en particular, tomados del Ejercitatorio de
García Jiménez de Cisneros–, el resultado fue un cesto muy original y distinto. Aún hoy,
los Ejercicios ignacianos son muy diferentes de otras prácticas devotas que usan el
mismo nombre. Por eso, en la mayoría de los casos sigue siendo conveniente que el que
da los Ejercicios vuelva a presentarle al ejercitante los aspectos fundamentales del
método.
Las primeras Anotaciones explicitan las dos clases de acciones que se van a
demandar del ejercitante durante todos los Ejercicios. Unas son propias del
entendimiento –«examinar, considerar, entender, discurrir»–, y otras, de la voluntad o
corazón –«afectarse, reflectir, sentir y gustar internamente»–, con una preferencia clara
por estas últimas [Ej 3]. La oración no llega a ser realidad hasta que aflora y se asienta en
Ejercicios son un método para hacer pasar de la cabeza al corazón la Palabra escuchada
con fe» [19] . Los pensamientos que están solo en la cabeza no nos cambian la actitud,
pero los que bajan al corazón sí que nos transforman la vida. En los Ejercicios
ignacianos, la especulación no debe tener preferencia sobre los afectos en ningún
momento.
En las siguientes Anotaciones, al desentrañar las ayudas que puede necesitar el
ejercitante a lo largo del proceso, san Ignacio utiliza significativamente dos expresiones
diferentes para nombrarle. Unas veces –las menos– le llama «el que se ejercita». Otras –
las más–, «el que recibe o toma ejercicios». Expresa así el carácter, más místico que
ascético, de la experiencia, a la que considera más reconocible en sí misma como una
experiencia regalada de Dios que como el resultado de un esfuerzo del ejercitante; una
vivencia, en suma, «más passive que active», como calificara Laínez la actitud de san
Ignacio «en las cosas de Dios». La tarea que se pide al ejercitante es tan solo «preparar,
disponer o aparejar» el alma [Ej 5, 15, 20, 238, 239], como simple requisito para recibir
«lo que quiere y desea» [Ej 48]. En ningún momento de la experiencia debe olvidar que
no está en su mano producir el regalo que demanda al Señor, sino tan solo disponerse a
recibirlo.
Por último, en algunas de esas siguientes Anotaciones [Ej 15. 17] se precisa el papel
que se debe esperar del que da los Ejercicios, que no es un predicador, ni un director
espiritual (en este momento), ni tampoco un confesor. Su función se limita a respetar (y
resaltar) la acción del Señor en quien está siendo «abrazado inmediatamente por Él» y
ayudarle en el discernimiento de «los pensamientos que le vienen de fuera» [Ej 17].
Igual que al ejercitante se le pide estar convencido de que el auténtico protagonista de
los Ejercicios es el Señor y solo Él, también al que da los Ejercicios se le pide que deje
actuar al Señor sin intercalar en su acompañamiento, a lo largo de todo el proceso,
adoctrinamientos y sentimientos propios, por buenos y edificantes que fueren [cf. Ej 6].
• LOS EXÁMENES
El material que san Ignacio da en su libro a continuación [Ej 24-44] suele ser dejado de
lado por muchos, al considerarlo obsoleto o solo válido para la preparación de una
confesión general. Probablemente era el único material que san Ignacio tenía escrito y
presentan este material por extenso, como si su misión principal fuera purificar el alma,
que es el objetivo propio de los Ejercicios leves. Pero, al mismo tiempo, difícilmente
sería excusable no aprovechar hoy los elementos que también contienen para sentar las
bases del discernimiento de espíritus [20] .
«Examinar la conciencia», en efecto, es un ejercicio importante para «preparar y
disponer el ánima», tal como ha sido anunciado desde el principio [Ej 1]. A pesar de la
insistencia subrayada en el «sentir y gustar», los Ejercicios distan mucho de proponer un
abandono irracional a la experiencia orante. El sentir pide ser contrastado por la razón.
Por eso, preguntarse «cómo me ha ido» será la propuesta de san Ignacio después de cada
rato de oración [Ej 77], y «mucho examinar» será su recomendación en los momentos
difíciles de la desolación [Ej 319]. La interioridad deseada exige estos análisis de los
propios sentimientos.
El campo del examen es mucho más amplio que lo simplemente moral, puesto que
considera también «los pensamientos que vienen de fuera» y que piden ser
convenientemente discernidos –porque «el uno viene del buen espíritu, y el otro del
malo» [Ej 32]–; incluye, pues, lo moral y (más aún) el discernimiento. Es, sobre todo,
una oración de observación sobre el paso de Dios en mi vida y, por tanto, está más
pendiente del futuro que del pasado; de los sueños de Dios sobre mí que de las
limitaciones propias e incluso de los pecados cometidos.
Para cualquier forma –antigua o moderna– de «examinar la conciencia», san
Ignacio propone un primer punto ineludible, que es «dar gracias a Dios nuestro Señor
por los beneficios recibidos» [Ej 43]. Sin esta perspectiva inicial, el examen puede
convertirse en nuestras manos en un ejercicio ético voluntarista, casi narcisista,
fomentador del ego, en lugar de revelador de la presencia permanente de Dios en nuestra
vida.
b) Complementos
Entiendo como complementos la posibilidad de sugerir algunos sencillos materiales –
literarios, gráficos o visuales– que el que da Ejercicios pueda ofrecer a los ejercitantes
sencillos, para que sean un elemento que ayude a hacer los Ejercicios y no distraigan al
ejercitante o perviertan lo que los Ejercicios son.
Porque los Ejercicios ignacianos no son un tiempo de reciclaje ni un cursillo de
espiritualidad o de teología o de actualización pastoral. Son una experiencia personal en
la que se busca, y san Ignacio lo deja muy claro desde el principio, «...no el mucho
saber... mas el sentir y gustar de las cosas internamente» [Ej 2]. No se trata de consumir
ni textos bíblicos ni materiales profanos, sino de saborear y profundizar para llevar al
corazón la Palabra.
Consumir puede ser una tentación para el que hace Ejercicios, especialmente
cuando no está acostumbrado a saborear, o cuando el profundizar le resulta duro. Pero
dar abundantes materiales y/o complementos puede ser también una tentación para el
que da Ejercicios cuando no acaba de encontrar el modo de hacer propuestas que
ayuden, o cuando se deja llevar de la comodidad o la rutina.
Todo lo que a continuación pueda decir, tanto sobre adiciones como sobre
complementos, tiene aplicaciones diversas, más o menos sentido, mayor o menor
utilidad, en función de qué ejercitantes son los que consideramos: su experiencia
espiritual, su edad, el ambiente del que provienen o las características del proceso de
Ejercicios que están realizando.
Un mundo de autoengaños
Junto a la contemplación, y en estrecha relación siempre con ella [Ej 135], el otro raíl
paralelo sobre el que discurre, de principio a fin, el proceso de los Ejercicios ignacianos
es el discernimiento. También se hace referencia a él, comenzando esta Segunda
Semana, al preparar la elección o la reforma de vida.
Para plantear el tema, san Ignacio conservó desde Manresa otra parábola muy
cercana a su primera afición y cultura y que ha hecho después fortuna en la familia
ignaciana, «las dos Banderas», a pesar de no haber sido siempre bien entendida. Es
preciso caer en la cuenta de que una bandera no representaba en tiempos de san Ignacio
ni una causa ni un país –como significa hoy–, sino las simples señas de identidad de un
capitán reclutador de soldados. Este sentido ilumina mucho mejor la imagen ignaciana
mercenario para conseguir soldados. El «mal caudillo», padre de la mentira, no va a
cumplir después su promesa de dar felicidad a base de fomentar la vanagloria y la
soberbia. El «buen capitán», en cambio, es de fiar.
Para aprovechar bien la parábola de san Ignacio, el que da los Ejercicios debe
destacar, con las palabras que quiera, que hay dos estilos, dos lógicas, dos mundos de
valores radicalmente opuestos y enfrentados. Uno de ellos estamos llamados a
visualizarlo, en las siguientes contemplaciones, como anunciado por Jesús. El otro,
aunque nos cueste reconocerlo, es el habitual nuestro. Por eso, es preciso reservar para el
final del día un nuevo ejercicio, «los Binarios», con todas sus características de un test
de autenticidad sobre nuestras respuestas más interesadas. Porque es cierto que
utilizamos muchas formas engañosas de negarle algo al Señor [27] .
El carácter directivo de ambos ejercicios obliga a calificarlos como meditaciones, y
no contemplaciones, pese a la distorsión que ello pueda provocar en el ejercitante. A
nadie puede extrañar, en cambio, que la forma de orarlas sea pidiendo –no proponiendo–
ser recibido en el camino del «buen capitán», para poder disfrutar de la libertad que
ofrece.
Lo mismo ocurre con el ejercicio de las tres maneras de humildad, propuesto para
hacerlo antes de las elecciones o de la reforma, y también orado, por supuesto, «con los
tres coloquios» [Ej 164-168]. San Ignacio llamó inicialmente a este ejercicio «los grados
de amor» [28] , pero en la redacción final prefirió reservar la palabra «amor» para
referirse a «el que viene de arriba» [cf. Ej 184, 230-237, 338] y tomó de san Bernardo el
término «humildad» para designar la disposición del alma para recibir a Dios –como
hizo «nuestra Señora» [cf. Ej 108].
La «consideración a ratos por todo el día» de los grados de amor o las maneras de
humildad se propone para entusiasmarnos con «la vida verdadera» que se ha presentado
en la parábola de las Dos banderas [Ej 139]. No es ni quiere ser un examen de
conciencia sobre nuestras mezquindades en el amor a Dios, sino un hacernos tomar
conciencia de la pregunta previa sobre cuántos y cuáles son nuestros deseos de amarlo,
cuánto queremos querer a Dios, dónde ponemos realmente el listón de nuestra intención
de amarlo. Frente a las respuestas incompletas y defectuosas de solo desear cumplir los
una relación con Él de entusiasmo en el seguimiento, por encima de lo que más miedo
pudo darnos antes [Ej 167]. Esta es la «mayor y mejor humildad» que san Ignacio
propone al ejercitante pedir –no prometer– «haciendo los tres coloquios» [Ej 168].
Como aconseja el Directorio de Miró, siempre tiene sentido hacer estas tres
meditaciones ignacianas al comienzo de la Segunda Semana, aunque no esté previsto
hacer después ninguna elección en particular. El objetivo de este día especial es afianzar
la sospecha sobre nosotros mismos y asegurar un espacio más lúcido a nuestra libertad.
Por eso, años después, con un lenguaje menos imaginativo pero más universal, san
Ignacio reiteró la misma advertencia de las Banderas en las «reglas con mayor
discreción de espíritus, para la Segunda Semana», sistemática denuncia de tantos
autoengaños nuestros en el seguimiento. También es importante recordar estos consejos
siempre.
Textos bíblicos para la Segunda Semana (A)
Como texto para acompañar la transición entre la primera y la segunda semana puede
ayudar la conversión de san Pablo camino de Damasco, que narra la transformación
operada en Saulo –que de perseguidor pasa a ser testigo–, causada por el encuentro con
Jesucristo. De las tres versiones que trae el libro de los Hechos en los caps. 9, 22 y 26,
sugerimos la segunda (Hch 22,3-16), pues incluye la doble pregunta de Saulo a Jesús:
«¿Quién eres, Señor?, ¿qué he de hacer?». Su respuesta será objeto de las
contemplaciones de los días siguientes, cuyo centro es Jesús y en las que se va a plantear
la elección o reforma de vida. Dios tiene un plan para mí, un proyecto de plenitud, que
parte del encuentro con Él.
También puede ayudar para enlazar con los coloquios tenidos en la Primera Semana
ante la cruz, en particular con la pregunta «¿qué debo hacer por Cristo?» [Ej 53], orar
con el Salmo 40 [39]: «Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad». Ponernos libres e
indiferentes en manos del Señor para buscar y hallar su voluntad, que está unida a la
persona de Cristo, que tanta misericordia ha tenido con nosotros, puede ser una
invocación que nos acompañe en distintos momentos del día.
Entrando propiamente en los materiales propuestos por san Ignacio, la parábola
ignaciana del llamamiento del Rey Temporal aparece como fundamento de todo lo que
sigue. Se puede recurrir a algún texto de llamada como, por ejemplo, Lc 5,1-11, que
subraya la condición de pecador de Simón Pedro, la cual, sin embargo, no es obstáculo
para la llamada de Jesús a unirse a Él y a su proyecto. En otra línea algo diversa, el envío
de los discípulos por parte del Resucitado en Mt 28,16-20 recoge la voluntad del Rey
Eternal de conquistar todo el mundo [Ej 95]. Otro texto que puede ayudar a orar con el
Señor y a proponer al ejercitante el contigo y como tú es Lc 4,16-20, que presenta a
Jesús, en el inicio de su vida pública, ungido por el Espíritu para anunciar la buena
noticia a los pobres. Pueden servir de complemento los himnos cristológicos de Col
1,15-20 y Ef 1,3-14, que presentan la profundidad de la identidad de Jesús que llama e
invita. Si acaso se quisiera proponer materia sobre la posibilidad de rechazar la llamada
de Jesús, dos pasajes podrían servir: el del hombre rico (Mc 10,17-22) y la parábola de
los invitados al banquete (Lc 14,15-24).
por san Ignacio son la Encarnación y el Nacimiento. Aunque él presenta ambas con
puntos muy elaborados –pues aprovecha para introducir este tipo de oración–, se asume
la necesidad de acompañarlas con la Escritura para facilitar la entrada en la
contemplación de quien hace los Ejercicios. Así hace el propio san Ignacio, que, una vez
que iniciamos la oración con los misterios de la vida de Cristo, sugiere una serie de
puntos de oración para cada escena en relación con los textos bíblicos [cf. Ej 262 en
adelante]. Para la Encarnación, se nos pone ante los ojos un tríptico de escenas: el
mundo en su diversidad y también en su pecado; la Trinidad; y Nuestra Señora en
Nazaret. La situación de la creación expectante de redención puede iluminarse con Rm
8,18-25; la mirada de la Trinidad, que se concreta en la encarnación del Hijo, con Flp
2,5-11; y, finalmente, la escena del envío del ángel y su acogida por María, con Lc 1,26-
38. El pasaje para orar el nacimiento de Jesús lo encontramos en Lc 2,1-20, que permite
distinguir, además, entre los previos y el nacimiento propiamente dicho, por un lado, y la
posterior visita de los pastores, por otro. En cualquier caso, conviene siempre tener en
cuenta las indicaciones de los puntos ignacianos, particularmente significativas para esta
segunda contemplación.
Las referencias para el resto de misterios de la infancia de Jesús que se pueden
proponer (presentación en el templo, huida a Egipto, vida oculta en Nazaret, Jesús
perdido y hallado en el templo) aparecen en los evangelios de la infancia (Lc 2 ó Mt 2).
En concreto, puede presentar alguna dificultad la mínima referencia en los evangelios a
la vida oculta de Jesús: apenas cuatro versículos (Lc 2,39-40.51-52). Aparte de poder
sencillamente afrontar la escasez de textos como un signo de ese mismo ocultamiento, se
puede también, a partir de pasajes posteriores de la vida pública y del Jesús que aparece
en ellos, rastrear hacia atrás las claves y vivencias que habrían acompañado la vida de
Jesús en los años de Nazaret. Como ejemplos pueden valer los momentos en que Jesús
ora, o la sabiduría que encontramos en sus parábolas.
Tras estas contemplaciones, san Ignacio presenta dos meditaciones compuestas por
él, que buscan disponer al ejercitante para poder entrar en el tiempo de elección o de
reforma de vida. La primera, la meditación de las Dos Banderas, busca aportar lucidez al
ejercitante. La ilustración en lenguaje evangélico de esas dos lógicas de valores
radicalmente opuestos y enfrentados la encontramos en la proclamación que Jesús
imposibilidad de suprimir el mal, mientras que Ef 6,10-18 nos habla de la necesidad de
disponernos para el combate espiritual.
En la segunda meditación de lo que se denomina «la jornada ignaciana», los tres
Binarios, san Ignacio presenta tres actitudes distintas ante una misma situación humana
de posesión en lo que resulta ser un test de autenticidad sobre nuestra libertad afectiva.
El pasaje del hombre rico (Mc 10,17-22) ilumina bien el primer modo de respuesta o,
casi mejor, de no-respuesta, pues el protagonista acaba evadiendo el encuentro con Dios
e, instalado en sus posesiones, evita los cuestionamientos. Es preciso notar dos rasgos
del texto marcano: se nos dice literalmente que Jesús amó al hombre que se le acercó –
no solo que le mirara con cariño, como a veces se traduce–, y no hay mención de su
edad. Mateo sí lo considera joven, pero Marcos piensa que no hay edad en la que
estemos libres de poder rechazar el amor que nos ofrece Jesús, debido a nuestros
enganches afectivos.
La segunda actitud es la de quien quiere que Dios venga adonde está él, con un
punto de negociación y auto-justificación. Se trata, bien del seguimiento con condiciones
que descubrimos en las dos breves escenas de Lc 9,59-62, o bien de una voluntad que no
acaba de poner todos los medios de su parte, como les ocurre a las doncellas necias de la
parábola (Mt 25,1-13). En contraste, el tercer binario o tipo de persona quiere de verdad
y pone los medios que Dios le pide, sin condiciones. Es la indiferencia de la persona que
confía y que está plenamente abierta a lo que Dios quiera poner en su corazón. Es la
actitud de Abrahán (Gn 22,1-19), de María (Lc 1,26-38) y de Jesús en el huerto (Mt
26,36-46).
Por último, para las tres maneras de humildad, de nuevo una serie de textos puede
acompañar su consideración. Son textos muy breves, pues la propuesta ignaciana es
considerar estas tres posibles maneras de relación y amistad con Jesús a ratos durante el
día [Ej 164]. La primera manera es la fidelidad, pero quizá con algo de distancia. Puede
representarla la imagen del hombre rico que ha cumplido todos los mandamientos desde
joven (Mc 10,20). La segunda la encontraríamos reflejada en el ofrecimiento generoso e
incondicional a Jesús de un discípulo anónimo (Lc 9,57). Mientras que la tercera la
encontraríamos en la identificación con Jesús, que ha venido a servir y a dar la vida (Mc
10,44-45; Jn 12,24-26), o bien encarnada en Pablo cuando afirma: «ya no vivo yo, es
Directorio breve sobre la Segunda Semana (B)
La separación de esta Semana en dos partes solo tiene un sentido práctico al presentarla
así en este Directorio breve, pues la unidad de la Segunda Semana, pese a ser la más
compleja de todas, es evidente [29] . Toda ella está centrada en el seguimiento efectivo y
afectivo de Jesús («contigo y como tú») y encara decididamente al ejercitante con la
pregunta al Señor que se arrastra ya desde la Primera Semana: «¿Qué debo hacer?» [Ej
53]. San Ignacio cuida mucho de cómo disponer el alma para recibir la respuesta y cómo
garantizar que el auto-engaño no prevalezca en ella.
Con este fin, y aprendiendo de su experiencia personal vivida en Manresa y en el
regreso de su viaje a Jerusalén, san Ignacio recomienda dos pilares que considera
igualmente necesarios y básicos para el ejercitante: primero, hacer y mantener dicha
pregunta ante Cristo nuestro Señor «juntamente contemplando su vida» [Ej 135]; y
segundo, no buscar después «su propio amor, querer e interés» al examinar las
respuestas intuidas [Ej 179.189]. Para poder asegurar que las llamadas vienen del Señor
y no son auto-engaños, la Segunda Semana propone afianzar el seguimiento de Jesús
sobre ambos fundamentos.
Las meditaciones ignacianas y la «forma del ejercicio» de la contemplación son los
pasos previos ofrecidos en los primeros cuatro días de la Segunda Semana para poder
hacer realmente esta. Según los Directorios, es a partir del «quinto día» y bajo el
epígrafe de «la elección», cuando se pone en marcha esencialmente esta Semana. Al que
da los Ejercicios, sobre todo en un contexto ajeno al mes, se le deja en sus manos si
aludir o no, y cómo, a las meditaciones ignacianas, mientras da las contemplaciones de
la vida pública de Jesús.
Tanto por el espacio ocupado en el libro de los Ejercicios como por las
explicaciones dadas en los Directorios, la elección es el tema central de esta etapa de los
Ejercicios. Lo interesante es interpretar bien lo que san Ignacio quiere expresar con esta
palabra «elección».
La elección ignaciana
entre el hacerlos y el recibirlos. También aquí se reconoce idéntico equilibrio entre la
voz activa y la voz pasiva de este verbo elegir [30] . El que da los Ejercicios no puede
dejar de mostrar al ejercitante la riqueza particular de este término en el sentido
ignaciano, muy alejado de todo voluntarismo. Significativamente, también la «elección»
–como antes se había hecho en los ejercicios de Banderas, Binarios y Maneras de
Humildad– se propone orarla con los tres coloquios [cf. Ej 199].
Tanto en el libro de los Ejercicios como después, en casi todos los Directorios, la
elección ocupa un número elevado de páginas. En alguna Instrucción puede ser
conveniente declararle al ejercitante el Preámbulo [Ej 169] y los tres tiempos o
situaciones para hacer elección. Pero, a la hora de animarle a hacerla, no debe olvidarse
el consejo del Directorio Oficial –«de ningún modo se debe dar elección, y mucho menos
imponer y forzar, al que no la desea» (D.O., 170)– y la recomendación ignaciana a los
Padres de Portugal –«yo en dar elecciones sería rarísimo»–. El objetivo y razón de ser
más habitual de los Ejercicios no es la elección del estado de vida, a pesar de que así se
ha presentado formalmente muchas veces [31] .
No sería justo olvidar que san Ignacio dio a Javier el mes de Ejercicios a
continuación de los votos emitidos en Montmartre, cuando ya su opción de vida estaba,
por tanto, muy tomada. Lo mismo ocurrió desde el principio, cuando daba los Ejercicios
a otros sacerdotes o religiosos o laicos que no se planteaban el cambio de vida. O cuando
dejó prescrito en las Constituciones que los jesuitas hicieran de nuevo el mes de
Ejercicios al final de su formación, cuando ya llevaban más de diez años de vida
religiosa [Co 71]. Para el creador del método, los Ejercicios no tenían como fin necesario
hacer elección.
Tampoco lo tienen hoy habitualmente para muchos ejercitantes. El que da los
Ejercicios ha de tener siempre presente la formulación del Directorio de Gil González
–«ninguno se admita a la elección sin que él la pida y la desee»– y, por tanto, no reducir
la experiencia a este fin [32] .
La propuesta ignaciana
El tema principal es la elección, y san Ignacio quiere que comencemos a «investigar y
demandar en qué vida o estado se quiere servir de nosotros su divina majestad», a la vez
que contemplamos la vida de Cristo nuestro Señor [Ej 135]. De la misma manera que san
Ignacio da instrucciones para hacer elección, ofrece una serie de indicaciones sobre el
número de los misterios de la vida de Cristo a contemplar y el modo de hacerlo [Ej 158-
159, 161-163], sugiriendo además puntos para orar con ellos [Ej 273-288] [35] .
San Ignacio plantea un misterio por día, del quinto al duodécimo, para el que da
puntos; un misterio que es objeto de los cinco ejercicios de contemplación, concluidos
siempre con el coloquio de binarios: la partida de Cristo de Nazaret al Jordán y el
Bautismo, según Mt 3 [Ej 273]; Cristo fue del Jordán al desierto, según Lc 4 y Mt 4 [Ej
274]; Andrés y otros siguen al Señor, remitiendo a escenas de llamada en los cuatro
evangelios [Ej 275]; el Sermón del Monte, de las ocho bienaventuranzas, en Mt 5 [Ej
278]; la aparición de Cristo a sus discípulos sobre las ondas del mar, según Mt 14 [Ej
280]; cómo el Señor predicaba en el templo, según Mt 19 [Ej 288]; la resurrección de
Lázaro en Jn 11 [Ej 285]; y el día de Ramos según Mt 21 [Ej 287]. E indica en cualquier
caso que, según las condiciones del ejercitante, las contemplaciones de esta Segunda
Semana se pueden abreviar o prolongar [Ej 162].
De los misterios elegidos surge más bien la gloria y majestad de Cristo, que
contradice aparentemente la invitación a los oprobios e injurias meditada en Banderas y
Binarios. Pese a la primera impresión, en palabras de P.-H. Kolvenbach, se nos descubre
que «el Pantocrátor es el mismo Siervo paciente» [36] . Considerada en su conjunto, la
opción ignaciana privilegia la acción de Jesús frente a su enseñanza o sus milagros, así
como el Evangelio de san Mateo, el más leído en su tiempo junto con el de san Juan.
explique qué fue lo que le llevó a la muerte y cómo reaccionó ante ello. Por otro lado, a
la hora de facilitar la contemplación en la dinámica de «conocimiento interno del Señor»
propia de la Segunda Semana [Ej 104], es preciso tener en cuenta que Mateo es un
evangelio menos narrativo que Marcos o Lucas, y su cristología es más hierática,
presentando a Jesús sobre todo como Señor, Dios con nosotros (cf. Mt 1,23; 28,20).
a) Escenas en las que Jesús ora: Lucas es el evangelista que más veces presenta a
Jesús orando, y hace de ello un hábito (5,16). En concreto, frente a Mateo y
Marcos, lo explicita en momentos fundamentales de la vida de Jesús como
antes de elegir a los Doce (6,12), o de preguntar por su identidad a Pedro
(9,18), o en el momento de la transfiguración (9,28.29). Gracias a Jesús
conocemos al Padre (10,22) y su oración lleva a su discípulos a pedirle que les
enseñe a orar (11,1ss. cf. 18,1ss.10-11).
b) Encuentros de Jesús en los que Él no tiene la iniciativa, como las curaciones
siquiera es aludida. En ambos casos, además, Jesús atraviesa la frontera de la
pureza-impureza, también en su vertiente de encuentro con una mujer
extranjera, y su vida se ve de algún modo alterada. Tras sanar al leproso, Jesús
ya no puede frecuentar lugares habitados (1,45), y después de su encuentro con
la mujer Jesús emprende un viaje por territorio pagano (cf. 7,31) que no tenía
planeado, a la vista de su actitud previa de pasar inadvertido en 7,24.
c) El conflicto y la oposición experimentados por Jesús, que recoge la curación
del hombre de la mano paralizada en sábado (Mc 3,1-6). Esta perícopa
culmina una serie de cinco controversias vividas por Jesús en Galilea en torno
a su poder para perdonar pecados, el ayuno y el significado del sábado (cf.
2,1–3,6), que expresan la novedad y el tiempo de fiesta que trae su persona,
identificada con un novio (cf. 2,19). La curación del hombre, con el acto
simbólico de ponerlo de pie y en el centro antes de sanarlo, visibiliza el
dinamismo de inclusión del Reino y atrae sobre Jesús la oposición de fariseos
y herodianos, que se ponen de acuerdo para destruirlo (3,6). Aprendemos que
el conflicto vivido por Jesús arranca desde el inicio de su vida pública en
Galilea y no puede reducirse a la esfera religiosa.
d) El final del camino de Jesús a Jerusalén, que puede facilitar el puente con la
Tercera Semana. Si nos fijamos en la versión de Marcos, comienza con el
tercer anuncio de la pasión, sigue con la petición a Jesús de los Zebedeos y
culmina con la curación de Bartimeo, el mendigo ciego (Mc 10,32-52). Esta
sección nos permite, en primer lugar, acceder al modo en que Jesús afronta su
muerte: es consciente de lo que le espera en Jerusalén, pero asume su destino y
sigue caminando delante de sus discípulos. Ellos van con miedo y no lo
entienden –como refleja la petición de puestos de gloria por parte de los
Zebedeos–, pero Él sigue enseñándoles su estilo de humildad, entrega y
servicio con paciencia (10,43-45).
«... mucho aprovecha el leer algunos ratos en los libros De imitatione Christi o
de los Evangelios y de vidas de santos» [Ej 100]
Esta observación ignaciana creo que debe ser tenida en cuenta en su amplitud, pero
también en todos sus matices.
Confieso que, personalmente, no soy muy partidario de que los ejercitantes abunden
en lecturas en el tiempo de Ejercicios. Por una parte, creo que es bueno dedicar tiempo a
saborear lo que se va contemplando más allá del tiempo estricto de oración; por otra
parte, creo que el tiempo de ejercicios no es, en primera instancia, un tiempo de
formación teológica ni, menos aún, de recuperación de lecturas atrasadas.
Sin embargo, dice san Ignacio que «mucho aprovecha» en este tiempo una lectura
espiritual. Pero señala dos matices que me parecen importantes:
1) Con respecto al tiempo dedicado a esta lectura: «algunos ratos». Creo que la
expresión ignaciana apunta a tiempos limitados y medidos;
lecturas especulativas cuanto de lecturas de testimonios personales que
iluminan y estimulan en el seguimiento de Jesús. Biografías, libros de
memorias espirituales, diarios personales de testigos de la fe... En definitiva,
libros que van y ayudan en lo que es el objetivo básico de la Segunda Semana:
«no ser sordo al llamamiento del Señor»[Ej 91].
CAPÍTULO 5:
La Tercera Semana
Directorio breve sobre la Tercera Semana
La Tercera Semana está presentada en los Ejercicios sin discontinuidad alguna con la
Segunda Semana [Ej 116 y 206]. Al ejercitante se le anima a sentir y gustar lo que ya
sabe por su fe: que la pasión y la muerte de Jesús fueron la consecuencia anunciada y
previsible de su vida pública. Las últimas escenas contempladas en la Segunda Semana
han mostrado a Jesús tomando la opción libre y voluntaria de subir a Jerusalén, a pesar
de saberse allí tan fuertemente cuestionado y amenazado.
A partir de esta entrega libremente asumida por Jesús, el enfoque ignaciano de la
Tercera Semana va a apoyarse en tres consideraciones clave: el amor que muestra Jesús,
más fuerte que el sufrimiento que padece [Ej 195]; la purificación que el cristiano ha de
hacer el Viernes Santo de la imagen de Dios [Ej 196]; y el aprendizaje espiritual que el
seguidor de Jesús puede sacar de la contemplación de estos misterios [Ej 197]. Estas tres
consideraciones marcan el carácter propio de la Tercera Semana [42] .
La propuesta ignaciana
Sobre el contenido de la Tercera Semana ya ha advertido san Ignacio al inicio de los
Ejercicios que corresponde a la pasión de Cristo nuestro Señor [Ej 4]; en consonancia,
cuando llega el momento, la comienza con la contemplación de la cena y la concluye con
la sepultura de Jesús y la soledad de nuestra Señora. Para las dos primeras
contemplaciones da puntos detallados, y en la segunda –«desde el huerto hasta la
cena»– incluye la petición propia de la pasión: «dolor con Cristo doloroso, quebranto
con Cristo quebrantado, lágrimas, pena interna de tanta pena que Cristo pasó por mí»
[Ej 203]. En continuidad con la Segunda Semana, el foco de atención sigue siendo el
Señor, al que hay que acompañar.
El planteamiento ignaciano es exhaustivo. En contraste con la Segunda Semana, san
Ignacio no realiza ninguna selección de misterios sino que hace referencia a todas las
escenas de la pasión, que distribuye a lo largo de seis días, añadiendo otro día más para
la repetición del conjunto: cena, huerto, Anás y Caifás, Pilato, Herodes, cruz, sepultura
[Ej 190.200.208]. Para todos estos misterios ofrece puntos [Ej 289-298], dejando sin
embargo el margen acostumbrado para que se pueda alargar o abreviar [Ej 209].
De acuerdo con el P. Kolvenbach señalamos algunos rasgos de la «pasión según san
Ignacio» [44] :
En conjunto, san Ignacio propone el relato evangélico como una secuencia que
muestra que el camino del magis es el del minus. Queda de manifiesto que el objetivo de
esta Semana no se agota en la petición que busca la com-pasión con Cristo, sino que se
nos ofrece a Jesús como modelo que debe configurar nuestro seguimiento, integrando
nuestra acción y nuestra pasividad: «qué debo yo hacer y padecer por él» [Ej 197].
Perspectivas bíblicas
Los cuatro evangelistas coinciden en la atención prestada a las últimas horas de Jesús y
en vincularlas a toda su vida. Presentan, además, la misma serie de acontecimientos,
aunque la narración de cada uno sigue un modo propio que responde a su proyecto
literario y teológico. Cada evangelista muestra sus propios matices, tanto en la pasión
como en otros aspectos de la vida y obra de Jesús. La recomendación sería, por tanto,
elegir un evangelio y seguirlo durante toda la pasión para reconocer la riqueza y
particularidad de cada uno. El mal a evitar sería la fusión de relatos en una lectura
combinada de todos los evangelios y forzar una coincidencia a toda costa [45] .
Para nuestras sugerencias nos guiamos por los subrayados ignacianos. El primero,
institución de la eucaristía según uno de los tres sinópticos. San Ignacio da puntos para
las dos escenas conjuntamente y señala que la segunda responde a una «grandísima
señal de su amor» [Ej 289]. Aunque la propuesta en este caso sea recurrir a dos
evangelios, no se trata de fundirlos, sino de entender la eucaristía y el lavatorio de los
pies como las dos caras complementarias de la misma moneda. Ambos relatos se
entienden mejor cuando se los relaciona. Ambos anticipan la entrega de Jesús en la cruz;
ambos muestran su amor y están vinculados a la creación de la comunidad de sus
seguidores.
Las otras dos líneas –la purificación de la imagen de Dios y el aprendizaje
espiritual por parte del ejercitante– irán cultivándose a lo largo de la pasión. Los cuatro
evangelios proclaman a las claras que el Jesús que muere en la cruz es Hijo de Dios (cf.
Mc 15,39; Mt 27,54; Lc 23,40-46; Jn 13,1-3 y 19,30), culminando así la revelación de su
identidad. El Dios que sufre y muere confronta tanto nuestras imágenes de Él como
nuestros constructos sobre dónde y cómo podemos encontrarlo.
Por su parte, un modo de facilitar el aprendizaje del ejercitante en su seguimiento
puede ser adoptar la perspectiva de los discípulos en la pasión. Marcos puede ser muy
útil en este punto, dado el retrato crítico que ofrece de los discípulos (Judas, Pedro y los
Doce), que desapareciendo de la narración, mientras emergen nuevos seguidores: Simón
de Cirene (15,21), el centurión (15,39), María Magdalena, María la de Santiago y
Salomé –que aprendemos ahora que han seguido y servido a Jesús desde Galilea (15,40-
41.47)– y, por último, José de Arimatea (15,42-46) [46] .
También Juan puede ayudar, a partir de la introducción que hace en su evangelio
del «discípulo amado», precisamente en la pasión. La primera ocasión en que se le
nombra es en la última cena, cuando se nos dice que uno de los discípulos, «aquel a
quien Jesús amaba», estaba al lado de Jesús, y Pedro se dirige a él para que pregunte a
Jesús quién es el que lo va a traicionar (13,23-24). Después está presente en la escena de
la crucifixión, acompañando a María, la madre de Jesús, al pie de la cruz. Allí Jesús les
encomienda el uno al otro, como madre e hijo (19,25-27). Volverá a aparecer más tarde
en los relatos de la resurrección, pero bastan ya estas dos escenas para que emerja ante
nosotros como un discípulo modelo que es amado por Jesús y le ama, que goza de su
intimidad, que permanece fiel hasta la cruz y al que le es confiada la madre del Señor. La
él. En una línea similar, también puede plantearse la contemplación de la pasión según
san Juan acompañando a María, modelo de todo creyente, pues es el único evangelista
que la sitúa al pie de la cruz. Junto a ambos se puede vivir la soledad del Sábado Santo.
Por añadir una palabra final sobre Mateo y Lucas [47] : el primero permanece, en
conjunto, muy cercano a Marcos. Sus añadidos, además de proporcionar algunos
detalles, refuerzan su cristología de Hijo de Dios y también reflejan el conflicto que su
comunidad vivía con el judaísmo de su tiempo. En concreto, alguna nota antijudía, como
la de Mt 27,25 parece olvidar incluso que Jesús fue judío. En cuanto a Lucas, percibimos
cómo resalta la misericordia y serenidad del Señor; mejora la imagen de los discípulos,
que aparecen más cerca de Jesús si lo comparamos con Marcos; y está siempre atento a
sus destinatarios de cultura pagana, proporcionando algunos datos que nos sorprenden:
Pilato no condena a Jesús, los romanos no lo azotan, el centurión lo declara inocente, y
no hay referencias al templo de Jerusalén.
Instrucciones y Reglas de la Tercera Semana
Cuando el que da los Ejercicios accede a la Tercera Semana, descubre que san Ignacio le
pide dar unos puntos de contemplación muy intensos y hondos sobre la Pasión del Señor,
a la vez que le ofrece una casi absoluta carencia de Instrucciones y Reglas para
acompañarlos. Tan solo unas «reglas para ordenarse en el comer para adelante» [Ej
210-217], aparecidas excepcionalmente en el texto principal del libro, pero de difícil
interpretación en una primera lectura. No es extraño, por tanto, que muchos de los que
dan Ejercicios prescindan de ellas. Sin embargo, son importantes, y probablemente sea
conveniente comunicarlas al ejercitante siempre.
«... los trabajos, fatigas y dolores de Cristo nuestro Señor» [Ej 206]
La Tercera Semana mantiene la dinámica contemplativa de la Segunda. Una
contemplación cuyo centro es siempre la persona de Jesús: «... Ignacio no insiste en el
sufrimiento, sino en el Cristo que sufre» [51] . Se trata en la Tercera Semana de
contemplar a Jesús en la pasión: lo que la pasión nos revela de sus actitudes, de su
proyecto salvífico, de su fidelidad al Padre, de su amor por la humanidad. El peligro que
hemos de evitar es perdernos en detalles accesorios o en consideraciones sobre temas
que identifican la pasión de Jesús con tantas formas de pasión de la humanidad, que son
bien ciertas, pero perdiéndole de vista a Él.
De muchos modos insiste san Ignacio en que mantengamos al ejercitante en esa
dinámica contemplativa: «... de la misma forma que está dicho y declarado en la
segunda semana» [Ej 204]. Para ayudar a ello, el autor de los Ejercicios detalla con
bastante minuciosidad los puntos de las contemplaciones correspondientes a la pasión
[Ej 289-298] y en dichas contemplaciones mantiene los preámbulos y la dinámica que ya
ha introducido en las contemplaciones de la Segunda Semana: «... siempre preponiendo
la oración preparatoria y los tres preámbulos» [Ej 204], «... se harán dos repeticiones...
y después... se traerán los sentidos» [Ej 204, 208]. En esa línea de continuidad con la
dinámica precedente, «el examen particular sobre los ejercicios y adiciones presentes se
Cristo: «... dolor con Cristo doloroso, quebranto con Cristo quebrantado...» [Ej 203], y
es en la experiencia de comunión donde podemos experimentar la confirmación de la
elección o la reforma que hayamos hecho. Una confirmación donde el factor afectivo
juega un importante papel, aunque no exclusivo ni excluyente [52] .
– La petición ignaciana [Ej 221] pone en el centro a Cristo, en coherencia con la
Segunda y Tercera Semanas: pedimos alegrarnos y gozar de su gloria y su
gozo. No hay resurrección sin Resucitado, y la alegría de la resurrección no es
otra que la del Señor. Es un don que solo podemos pedir: ser contagiados por
ella. La actitud de petición conecta con la forma de expresión griega utilizada
para las apariciones, que subraya que son un don: Jesús «se deja ver», nadie
consigue por sí mismo verlo. Buscamos, como en ocasiones proclamamos al
final de la liturgia de la eucaristía, «que la alegría del Señor resucitado sea
nuestra fuerza». Su alegría ha de ser el motor de nuestro seguimiento.
– El modo de considerar cómo la divinidad se muestra por «los efectos de la
resurrección y de mirar el oficio de consolar de Cristo» [Ej 223-224] pasa por
ver, oír y mirar hacer a las personas en los encuentros que el Señor tiene con
las mujeres y los varones que son sus discípulos. Es muy significativo el
protagonismo de las mujeres en estos pasajes: los cuatro evangelios las
presentan como las primeras testigos del hecho de la tumba vacía; y para
Mateo, Marcos y Juan son también las primeras destinatarias de las
apariciones.
– Los evangelios presentan una secuencia en las escenas: parten del hecho de la
tumba vacía para narrar luego una serie de apariciones que se abren finalmente
seguidores.
– Con respecto a Jesús, los relatos subrayan siempre la identidad del Resucitado
con el Crucificado, que muestra sus manos y su costado (Mt 28,5-6; Mc 16,6;
Lc 24,39-40; Jn 20,20). En cuanto los discípulos, mujeres y varones, asistimos
a su transformación desde el miedo y la incredulidad respecto de su
capacitación y su envío como testigos (Mt 28,10.16-20; Lc 24,48-50; Jn
20,17.21). Lucas, en particular, se esfuerza en señalar cómo encontramos al
Resucitado en la Eucaristía y en la Escritura (Lc 24,35.45), y Juan pone en
paralelo el amor y el envío del Padre a Jesús con el amor y envío de este a los
discípulos (Jn 15,9 y 20,21).
– El interés progresivo de los textos por la misión y la creación de la comunidad
sirve de contexto adecuado para la presentación de las llamadas «reglas para
sentir en la Iglesia» [Ej 352-370]. El tiempo de la Iglesia es tiempo del
Espíritu, a cuyo envío se refiere el Señor antes de la Ascensión (Lc 24,49; Hch
1,8) y del que ha hablado en los discursos de la cena del cuarto evangelio.
Puede entonces resultar oportuno ofrecer textos como Pentecostés (Hch 2,1-4)
y orar la enseñanza de Jesús sobre el Espíritu en Jn 14–16.
Instrucciones y Reglas de la Cuarta Semana
En la Cuarta Semana le esperan al ejercitante las «Reglas para sentir en la Iglesia» [Ej
352-370] [60] . Pocas páginas de los Ejercicios más tergiversadas, e incluso dolosamente
manipuladas, que este último documento del libro ignaciano. En efecto, su objetivo
verdadero no son ni los mandamientos de la Iglesia, ni las rúbricas litúrgicas, ni la
ortodoxia doctrinal, como a veces ha llegado a decirse. Parece obvio que, si estuvieran
escritas para animar a cumplir las prescripciones eclesiales, san Ignacio no las habría
colocado en la Cuarta Semana, sino en la Primera o incluso antes [61] .
Alabar toda presencia del Espíritu en los demás, aunque no implique una
llamada para mí [Ej 354-361]
Las actas del Concilio de Sens (1528) y la posterior reacción contestataria de los
erasmistas de la Sorbona le sirvieron a san Ignacio de ejemplo innegable de un fuerte
conflicto eclesial. El choque frontal entre ambas concepciones de la Iglesia no había
encontrado otra forma de expresarse y afirmarse que en las excomuniones mutuas, ya
fuesen canónicas o ideológicas. San Ignacio tomó una de esas listas y, sin polemizar para
nada con unos ni con otros, antepuso al comienzo de cada una de las proposiciones la
palabra «alabar». Ni defenderlas como intocables ni criticarlas como rechazables;
simplemente, y por encima de todo, alabarlas, esto es, hablar bien de todas ellas.
Qué quiso decir san Ignacio al recomendar tan rotundamente esa alabanza absoluta
se entiende bien al comprobar que la mitad de esas alabanzas se refieren a temas sobre
los cuáles él no se sentía llamado y, por tanto, no los había aceptado. Es honesto
considerar que, para él y para la Compañía, no aceptó ni el rezo coral de las horas
canónicas [Ej 355] ni las penitencias y ayunos de regla [Ej 359]; la veneración de las
reliquias no formó parte de sus devociones personales, ni la venta de indulgencias [Ej
358] entró nunca en sus recomendaciones a los compañeros que enviaba a Alemania;
tampoco se mostró favorable a la ampliación suntuosa de la ermita de la Strada que
alabar en estas reglas no es una manera de mostrar una opinión favorable a los objetos
de esa alabanza, sino el reconocimiento de la inspiración del Espíritu en quienes las
proponen, aun siendo tan distinta de la llamada que san Ignacio siente recibir del mismo
Espíritu. En realidad, el sentido profundo del consejo ignaciano es una llamada a asumir
la pluralidad legítima de opiniones teológicas o pastorales que existen en la Iglesia. Lo
único que san Ignacio censura y rechaza es ridiculizar o descalificar toda opinión ajena
donde el Espíritu pueda estar actuando [65] .
Hablar de las malas costumbres de otros solo a las mismas personas que
pueden remediarlas [Ej 362]
En una situación real como la que san Ignacio vivía en París, donde los buenos deseos de
los erasmistas por reformar la Iglesia parecían estar necesitando multiplicar la crítica
acerba a la vida licenciosa de papas y obispos, él opta por recomendar «hablar de esas
malas costumbres a las mismas personas que pueden remediarlas» y evitar, en cambio,
una propagación pública de ellas, ya que «engendraría más escándalo que provecho».
La recomendación parece coherente con la experiencia espiritual de la Primera Semana,
que tan significativamente deja ver que un perdonado –¡y todos hemos sido perdonados
antes!– no tiene ya derecho a condenar a nadie. Es propio de los fariseos olvidar este
principio.
«... trayendo los cinco sentidos sobre los tres ejercicios del mismo día...» [Ej
227]
El contexto de esta segunda nota es el de reducir el número de horas de oración en esta
Cuarta Semana. Pero nos puede resultar sorprendente lo que san Ignacio sugiere para
ello: suprimir las repeticiones, pero mantener el «traer los cinco sentidos» [Ej 121-126].
En otro lugar de este libro se habla sobre el valor y la importancia de la «aplicación de
sentidos» en el proceso de los Ejercicios; baste citar y remitir también a la excelente
reflexión de Philip Endean en el Diccionario de Espiritualidad Ignaciana [67] .
La experiencia cotidiana nos hace valorar el papel de los cinco sentidos para el
contacto humano, para el conocimiento de las personas y en nuestro modo de
relacionarnos unos con otros. Vamos aprendiendo de la insuficiencia de las palabras y de
la necesidad de atender y percibir detalles que no se expresan solo con palabras, de intuir
lo que se esconde, de verificar por nosotros mismos realidades y circunstancias... En
alguna reflexión mía sobre acompañamiento me he atrevido a formularlo como
«escuchar con los cinco sentidos» [68] .
de los cinco sentidos» en esta Cuarta Semana. Para percibir el paso por nuestra vida del
Señor que vive, su presencia amorosa y esperanzadora, hay que poner en juego los cinco
sentidos. Por poner dos ejemplos concretos: los discípulos de Emaús no descubren a
Jesús en su discurso o en sus palabras, sino al partir el pan; y el punto 2º de la
Contemplación para Alcanzar Amor –«mirar cómo Dios habita en las criaturas» [Ej
235]– será tanto más sugerente y rico cuanto mayor sea nuestra capacidad y posibilidad
de «aplicar sentidos».
Han pasado casi cinco siglos desde aquella carta de san Ignacio al que había sido su
confesor en Alcalá, contándole que los Ejercicios Espirituales que él acababa de dar a
sus compañeros en París, eran «todo lo mejor que yo en esta vida puedo pensar, sentir y
entender, así para poderse aprovechar a sí mismo como para poder ayudar y
aprovechar a otros muchos», y que por eso «os pido que os pongáis en ellos». A la
altura de 1536, ya no podía ocultar cuánto había sobrepasado sus previsiones y de qué
modo había colmado sus expectativas aquel método para ordenar la vida que le había
crecido entre las manos.
Esa misma experiencia y asombro se repite hoy en todos los que intentamos dar a
otros fielmente el método ignaciano y en muchos de los que confiadamente lo siguen. El
resultado –sus frutos– sigue sorprendiendo aún a unos y a otros.
Los que damos Ejercicios solemos introducir la experiencia anunciando que la
proponemos para encontrarnos con Dios. La expresión parece realmente pretenciosa,
pero ¿qué otra expresión sería válida para reflejar el efecto de esos treinta u ocho días tan
especiales? Porque lo que resulta de ellos no es solo un incremento inusitado de fervor,
sino la reestructuración interna de los deseos e inquietudes más hondas del ejercitante.
He visto –siempre con asombro– a hombres y mujeres que entraban en los días de
Ejercicios con un sentimiento impreciso de estar mal, preocupados y confusos por no
saber tampoco a qué atribuirlo, y aturdidos por un caos interno aparentemente ya
consolidado para siempre...; y los he visto salir de ellos serenos, sonrientes, alegres, en
paz consigo mismos y con su vida, sorprendentemente nuevos a pesar de seguir
sabiéndose tan débiles como antes.
He visto a otros venir profundamente desengañados de falsas soluciones que algún
día creyeron que bastaban para hacerlos felices, descontentos ahora, quizá por eso,
consigo mismos; abatidos por no haber sabido perdonarse bien algunos hechos pasados;
un perdón que antes les parecía imposible merecer, llenos de proyectos y deseos
activados, asombrados de sentirse de nuevo viviendo en plenitud.
He visto entrar en Ejercicios a gentes inseguras ante un futuro inmediato que no
veían nada claro o que no deseaban o no aceptaban..., y los he visto acabarlos
serenamente abrazados a ese futuro, habiéndolo redescubierto y reconocido –sin
mediación humana determinante– como el camino que era suyo desde siempre,
iluminado ahora mejor que antes por una Presencia amistosa que entendían que venía
acompañándoles toda la vida, en las duras y en las maduras, en los tiempos felices y en
los amargos, en los comienzos y en el ocaso de sus años.
He recibido –ya sin asombro– a cientos de ejercitantes inicialmente inquietos por no
saber si podrían resistir tantos días en silencio –en la mejor de las propuestas, un mes
entero– ni si sabrían estar tanto tiempo exclusivamente dedicados a cultivar una
interioridad que no conseguían de ningún modo imaginar atractiva...; y los he visto
marcharse al final de la experiencia con una sonrisa abierta y grande, perfectamente
expresiva y transparente, ante la pregunta intencionada por su opinión definitiva sobre
aquellos miedos iniciales.
He vivido también, dando Ejercicios, numerosas situaciones de cansancio lánguido
en mi tarea, abrumado por el interrogante de no saber si estaba ayudando realmente a los
ejercitantes que tenía delante o no, sintiéndome incapaz y torpe para captar sus
sensibilidades tan diferentes, hambreando confirmaciones sobre la empatía o el acierto
del lenguaje que estaba utilizando, desconcertado por no poder saber si mis palabras les
comunicaban de verdad algo realista para su vida...; y he terminado recibiendo, sin
esperarla, la confidencia excepcional de algún ejercitante que me ha dejado ver que todo
lo dicho hasta entonces por mí cobraba sentido y que casi cada palabra parecía
habérmela dictado para él un Señor que ahora se me mostraba muy lleno de detalles y
confirmaciones.
He vivido también –como creo que les ha pasado también a otros muchos igual que
a mí al dar Ejercicios– la decepción provocada en no pocas tandas de ellos por la
incómoda actitud o desgana de algunos ejercitantes, aparentemente nada dispuestos a
entrar en la dinámica ignaciana de interioridad y silencio..., para constatar de improviso,
en la persona o en el momento más inesperados, un cambio imprevisible de resultados y
desde fuera.
Ciertamente, los Ejercicios producen frutos sorprendentes. Siempre pasan cosas en
ellos cuando se hacen con ganas –«con ánimo y generosidad», dice san Ignacio–. Nunca
dejan a los ejercitantes en la misma situación estrecha o angustiosa que sufrían, sin poder
soltársela de encima, al comienzo de ellos.
Unas veces, porque los Ejercicios les aportan respuestas satisfactorias y hondas a
preguntas que ni siquiera habían sido bien formuladas antes. Y otras, porque son origen
y causa de un entusiasmo eficaz renovado, cuando ya había motivos para pensar que este
había quedado para siempre desaparecido o disuelto en una apatía vital aparentemente
invencible. Un entusiasmo nuevo que luego, contra todo pronóstico, se mantiene eficaz
durante años y años.
A su vez, para los que damos los Ejercicios, tanta y tan repetida desproporción entre
el esfuerzo y el resultado apunta sin ambages hacia el protagonismo mayor de otra
Presencia permanentemente activa, porque es una gran verdad que el método ignaciano
funciona muy por encima de las capacidades y aciertos del que lo ofrece. Al que da
Ejercicios le resulta siempre fácil constatar que su papel está limitado a ser solo
mediación y no protagonista.
Sabemos que san Ignacio hablaba de realidades bien experimentadas antes por él
mismo cuando recomendaba a otros sus Ejercicios, «tanto para provecho propio como
para poder ayudar y aprovechar a otros muchos». El revival que estamos conociendo
hoy de estos Ejercicios corrobora esta misma apreciación, tanto para el que los da como
para el que los hace. Ambos descubren, una y otra vez, cuánto fomenta el método
ignaciano las actitudes que disponen el alma a escuchar a Dios. Y cómo el sentir su
amor incondicional y gratuito es «todo lo mejor que yo en esta vida puedo pensar, sentir
y entender», en confesión ignaciana.
Presentación de los autores
[1] Cf. PARMANANDA R. DIVARKAR, S.J., La senda del conocimiento interno. Reflexiones sobre los Ejercicios
Espirituales de San Ignacio de Loyola, Sal Terrae, Santander 1984, 92; PIET VAN BREEMEN, SJ, Como pan que se
parte, Sal Terrae, Santander 1992, 37-53.
[2] El paréntesis meditativo del Rey temporal y de las Dos Banderas, en la Segunda Semana, probablemente
porque es de origen manresano, no es presentado como meditación con las tres potencias ni tiene exactamente la
misma dinámica explícita de «mover más los afectos con la voluntad». En lo que sí coinciden ambas propuestas
meditativas es en la consideración de unos pensamientos como paso previo a una petición final.
[3] Cf. [Ej 53, 61, 63, 71, 147 y 156].
[4] Cf. mi artículo «La contemplación según San Ignacio»: Manresa 65 (1993), 19-31; ID.,
«Contemplación», en GEI (ed.), Diccionario de Espiritualidad Ignaciana, Mensajero – Sal Terrae, Bilbao –
Santander 2007, 445-452.
[5] Cf. J. R. BUSTO, SJ «Exégesis y contemplación»: Manresa 64 (1992), 15-23.
[6] Estas páginas son un extracto de mi artículo más amplio, «La repetición y el resumen»: MANRESA 81
(2009), 167-173. Cf. también S. ARZUBIALDE , SJ. Ejercicios Espirituales de San Ignacio. Historia y análisis,
Mensajero – Sal Terrae, Bilbao – Santander 1991, 161-168; y C. GARCÍA HIRSCHFELD, SJ, «Repetición» en GEI
(ed), Diccionario de Espiritualidad Ignaciana, op. cit., 1.567-1.570.
[7] Cf. mi artículo más amplio, «Sentidos y sensibilidad en los Ejercicios»: Manresa 80 (2008), 47-60;
también J. MELLONI, SJ «Sentir», en GEI (ed.), Diccionario de Espiritualidad ignaciana, op. cit., 1.631-1.636.
[8] Dicha aclaración aparece en la traducción latina de los Ejercicios, conocida como Vulgata, n. 227.
[9] «Todos tengan especial cuidado en guardar con mucha diligencia las puertas de sus sentidos, en
especial los ojos y oídos y la lengua, de todo desorden; y de mantenerse en la paz, y verdadera humildad de su
ánima, y dar de ella muestra en el silencio, cuando conviene guardarle, y cuando se ha de hablar, en la
consideración y edificación de sus palabras, y en la modestia del rostro, y madurez en el andar, y todos sus
movimientos, sin alguna señal de impaciencia o soberbia» [Co 250].
[10] B. GONZÁLEZ BUELTA, SJ, «Ver o perecer», en Mística de ojos abiertos, Sal Terrae, Santander 2006,
180.
[11] Con esta expresión define J. A. PAGOLA el rasgo característico de Jesús, en su obra Jesús. Aproximación
histórica, PPC, Madrid 2007, 127-151 y 465-467.
[12] B. GONZÁLEZ BUELTA, op. cit., 67.
[13] Pedro ARRUPE, El modo nuestro de proceder (18 enero 1979), n. 56. Cf. el texto completo y la lectura
más accesible en D. MOLLÁ (ed.), Pedro Arrupe, carisma de Ignacio, Mensajero – Sal Terrae – UP Comillas (nº 55
de la Colección Manresa), Bilbao – Santander – Madrid 2015, 227-232.
[14] Los Directorios son colecciones de explicaciones sobre los Ejercicios y consejos prácticos para darlos
bien, que fueron escritas al comienzo de su primera difusión. Los más primitivos fueron dictados oralmente por el
mismo san Ignacio o recibidos directamente de él. A su muerte fueron escribiéndose Directorios más grandes y
exhaustivos, por encargo del P. General Claudio Acquaviva, hasta que se redactó y publicó el Directorio Oficial
(D.O.) en 1599. Cf. la recopilación completa en MIGUEL LOP, SJ, Los Directorios de Ejercicios (1540-1599),
[16] Cf. JOSÉ A. GARCÍA, SJ, Ventanas que dan a Dios, Sal Terrae, Santander 2011, 99-117; cf. también, PIET
VAN BREEMEN, SJ, Él nos amó primero, Sal Terrae, Santander 1988, 62–88.
[17] No puede olvidarse la forma mucho más afectiva con que san Ignacio hacía este triple coloquio.
Además de ampliarlo dirigiéndolo también al Espíritu Santo y a la Trinidad, lo expresaba en forma de pregunta
retórica –«Padre Eterno, ¿no me lo confirmaréis?» [De 48]–, que contribuía a subrayar más intensamente la
confianza filial del orante.
[18] Explicadas poco después en este mismo capítulo.
[19] J. LAPLACE, SJ, El camino espiritual a la luz de los Ejercicios ignacianos, Sal Terrae, Santander 1988,
14.
[20] Cf. G. A. ASCHENBRENNER , SJ, «Examen del consciente»: Manresa 83 (2011), 259-272; también P.
CEBOLLADA, SJ, «El examen ignaciano. Revisión y equilibrio personal»: Manresa 81 (2009), 127-139.
[21] El segundo modo de orar está dirigido expresamente a la contemplación. Y el tercero, a la «aplicación
de sentidos». Pero los tres coinciden en la pretensión de ofrecer «ayudas para aparejar el alma».
[22] Sobre lo característico de las dos experiencias, consolación y desolación, véase una explicación muy
completa en los dos números (296 y 197) de Manresa 75 (2003) dedicados monográficamente a ellas.
[23] Cf. más desarrollado en A. GUILLÉN, SJ, «El valor pedagógico de la desolación»: Manresa 75 (2003),
345-357.
[24] Por razón de su complejidad, dividimos su tratamiento en dos partes, reservando esta primera (A)
únicamente a los denominados cuatro primeros días de la 2ª Semana. Véase, para una mejor comprensión: S.
ARZUBIALDE, SJ, Ejercicios Espirituales de S. Ignacio. Historia y análisis, Mensajero – Sal Terrae, Bilbao –
Santander 20092, 269-443; P. GERVAIS, SJ, «Segunda Semana», en GEI (ed.), Diccionario de Espiritualidad
Ignaciana, op. cit., 1.624-1.630; I. IGLESIAS, SJ, «Sentir y cumplir», en (J. A. GARCÍA, SJ, ed.), Escritos ignacianos,
Mensajero – Sal Terrae, Bilbao – Santander 2013.
[25] No se pueden olvidar en este punto las afirmaciones matizadas y fundamentadas de KARL RAHNER, SJ,
en Palabras de Ignacio de Loyola a un jesuita de hoy, Sal Terrae, Santander 1990, 6-8.
[26] Están más explicadas estas formas de orar propias de la contemplación, la repetición y el «traer los
sentidos» en el primer capítulo de este libro.
[27] El ejercicio de los tres binarios y las reglas de mayor discreción de espíritus vienen explicados
después, en este mismo capítulo.
[28] Así aparece nombrado en los apuntes que se conservan del sacerdote irlandés Helyar, que recibió los
Ejercicios de Fabro en 1535.
[29] Cf., para una mejor comprensión de esta segunda parte (B): A. BARREIRO LUAÑA, Los misterios de la
vida de Cristo, Mensajero – Sal Terrae, Bilbao – Santander 2014; P-H. KOLVENBACH, SJ, «Decir... al «Indecible».
Estudios sobre los Ejercicios Espirituales de San Ignacio, op. cit.; A. SAMPAIO SJ, Los tiempos de elección en los
Directorios de Ejercicios, Mensajero – Sal Terrae, Bilbao – Santander 2004.
[30] Por ejemplo, el uso de la voz activa de elegir aparece en: [Ej 152, 167, 169, 172, 177, 184 y 185]. El
uso de la voz pasiva, en cambio, en: [Ej 135, 146, 147, 157, 168, 180 y 183].
[31] M. LOP SEBASTIÁ, SJ, «Para los Directorios, el fin de los Ejercicios no es ni mucho menos la elección»,
en Los Directorios de Ejercicios. 1540-1599, op. cit., 652.
[32] La forma de hacer la «elección», cuando hubiere de hacerse, se explica en este mismo capítulo, más
tarde.
[35] Para profundizar en la cuestión de los misterios de la vida de Cristo véase la exhaustiva monografía de
A. BARREIRO, Los misterios de la vida de Cristo, op. cit. También puede consultarse S. ARZUBIALDE, SJ, «Los
misterios de la vida de Cristo nuestro Señor [Ej 261-312]: Manresa 64 (1992) 5-14; y J. GUEVARA, «Misterios de la
vida de Cristo», en GEI (ed.), Diccionario de Espiritualidad Ignaciana, op. cit., 1.250-1.255.
[36] Cf. S. ARZUBIALDE, art. cit., 9, que trae la cita del P. Kolvenbach.
[37] Cf. más ampliado en A. GUILLÉN, «Los engaños en el discernimiento»: Manresa 82 (2010), 15-25.
[38] Cf. JOSÉ A. GARCÍA, «Éxito» no es ninguno de los nombres de Dios. Tampoco «fracaso», en Ventanas
que dan a Dios, op. cit., 118-132; cf. también B. GONZÁLEZ BUELTA, «Ver o perecer». Mística de ojos abiertos, op.
cit., 137.
[39] Cf. TERESA DE JESÚS PLAZA, «El discernimiento espiritual como actitud permanente»: Manresa 82
(2010), 41-52.
[40] Se utilizan idénticas palabras en ambos documentos [Ej 189 y 342], y además se dice así expresamente
[Ej 343]. Cf. A. GUILLÉN, «Reglas “distribuir limosnas”», en G EI (ed.), Diccionario de Espiritualidad Ignaciana,
op. cit., 1.550-1.552.
[41] Cf. P.-H. KOLVENBACH, «Normas de San Ignacio sobre los escrúpulos», en Decir...al «Indecible», op.
cit, 183-197.
[42] Cf. A. GARCÍA ESTÉBANEZ, SJ., «Tercera Semana» en GEI (ed.), Diccionario de Espiritualidad
Ignaciana, op. cit., 1.701-1.703; A. GUILLÉN, «La originalidad ignaciana de la tercera semana», en Manresa 83
(2011), 339-350; P-H. KOLVENBACH, «La Pasión según San Ignacio», en Decir ...al «Indecible». Estudios sobre los
Ejercicios Espirituales de San Ignacio, op. cit., 91-100.
[43] Las «reglas para ordenarse en el comer para adelante» son explicadas después, en este mismo
capítulo.
[44] P.-H. KOLVENBACH, «La pasión según San Ignacio», en Decir... al «Indecible», op. cit., 93-97.
[45] Para un tratamiento básico de este tema, en el que se presentan los relatos de la pasión de los cuatro
evangelios, véase P. ALONSO, SJ, «La Pasión de Cristo, núcleo y clave del Evangelio»: Manresa 83 (2011), 317-
326.
[46] Cf. Ibid., 320-321.
[47] Cf. Ibid., 321-323.
[48] FRANCISCO SUÁREZ, SJ, Los Ejercicios Espirituales de San Ignacio. Una defensa, Mensajero – Sal
Terrae, Bilbao – Santander 2003, 155-157; cf. A. GUILLÉN, «Reglas para ordenarse en el comer», en GEI (ed),
Diccionario de espiritualidad ignaciana, op. cit., 1.553-1.555.
[49] Cf. ANTONIO GUILLÉN, SJ, «Ser señor de sí»: Manresa 82 (2010), 241-246.
[50] Conferencia del P. Kolvenbach, en febrero de 1987, en el Curso Ignaciano del Centro de Espiritualidad
Ignaciana de Roma. Cf. Decir... al «Indecible». Estudios sobre los Ejercicios Espirituales de San Ignacio, op. cit.,
91-100.
[51] P-H. KOLVENBACH, «La Pasión según San Ignacio», op. cit, 98.
[52] Cf. la voz «Confirmación» en GEI, Diccionario de Espiritualidad Ignaciana, op. cit., 389-391.
[53] JOSEP M. RAMBLA, SJ, Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola. Una relectura del texto (5),
Cuadernos EIDES, n. 79, Cristianismo y Justicia, Barcelona 2016, 21.
[54] HERVÉ COATHALEM, Comentario del libro de los Ejercicios, Apostolado de la Oración, Buenos Aires
M. TEJERA, SJ, «Cuarta Semana», en GEI (ed.), Diccionario de Espiritualidad Ignaciana, op. cit., 511-515.
[56] P-H. KOLVENBACH, op. cit., 99.
[57] San Ignacio evita encuadrar sus Ejercicios en las tres clásicas vías de san Buenaventura –purgativa,
iluminativa y unitiva–, y en la única ocasión en que parece hacerlo, solo nombra las dos primeras, y las llama
significativamente «vida», en lugar de vía [Ej 10]. Fueron comentaristas posteriores, a partir del Directorio Oficial
y del P. La Palma, los que buscaron esa relación que San Ignacio no declaró.
[58] Cf. S. ARZUBIALDE, Ejercicios Espirituales de S. Ignacio. Historia y Análisis, op. cit., 576-579.
[59] A este respecto. y en relación con el Evangelio de san Marcos, hay que recordar que su final (16,9-20),
aun tratándose de un texto canónico e inspirado, no es, sin embargo, el final original marcano sino un apéndice
posterior, tal y como suelen indicar las notas de las diversas biblias. Marcos habría concebido. por tanto, un
evangelio sin relatos de apariciones, que remite a volver a Galilea para ver allí al Señor (Mc 16,7). La experiencia
del Resucitado se vincula, por consiguiente, a la realidad del seguimiento. La cuestión excede los límites de estas
breves orientaciones. Cf. P. ALONSO, «La espiritualidad del seguimiento y discipulado en el Evangelio de San
Marcos», en J. GARCÍA DE CASTRO – S. MADRIGAL (eds.), Mil gracias derramando. Experiencia del Espíritu ayer y
hoy, Universidad Pontificia Comillas, Madrid 2011, 137-151.
[60] Este es el título con l que aparecen en el texto Autógrafo y en la primera traducción latina (Versio
Prima). En el texto latino posterior de la Vulgata aparecieron traducidas como «Reglas para sentir CON la
Iglesia», y así quedaron tituladas en el Breve Pastoralis Oficii de Paulo III (1548). Roothaan logró en 1834 que
fuera reconocido como texto oficial de los Ejercicios el del Autógrafo, y con él la formulación inicial ignaciana de
«Reglas para sentir EN la Iglesia». Es claro que, al menos hoy, los matices que se sugieren con una y otra
preposición no son los mismos.
[61] Para dichas prescripciones eclesiales san Ignacio no admite cuestionamiento alguno [cf. Ej 229].
[62] Cf. J. CORELLA, SJ, Comentario a las reglas ignacianas para el sentido verdadero de Iglesia,
Mensajero – Sal Terrae, Bilbao – Santander 1988; ID., «San Ignacio y la Iglesia. Unas reglas que nos siguen
iluminando»: Manresa 79 (2007), 167-182; S. MADRIGAL, SJ, «Reglas “Sentir la Iglesia”», en G E I (ed),
Diccionario de Espiritualidad ignaciana, op. cit., 1.555-1.561; ID., Eclesialidad, reforma y misión, San Pablo –
UP Comillas, Madrid 2008, 73-139; A. GUILLÉN, «Alabar, actitud fundamental en la Iglesia»: Manresa 84 (2012),
235-245; D. MOLLÁ, SJ, «La difícil alteridad en el interior de la Iglesia. Inspiraciones ignacianas»: Manresa 86
(2014), 149-158; J. M. LERA, SJ, La pneumatología de los Ejercicios Espirituales, Mensajero – Sal Terrae – UP
Comillas, Bilbao – Santander – Madrid 2016, 304-346.
[63] «Iglesia jerárquica» es un término creado por san Ignacio (sin equivalencia con lo que hoy llamamos
«Jerarquía eclesial») para expresar la totalidad de la Iglesia, con sus mediaciones jerárquicas incluidas.
[64] Véase, por ejemplo, [Ej 22, 169, 189, 333, 336...].
[65] El P. Kolvenbach lo expresó así (2004): «Permítanme decirles que “alabar”, en las Reglas, no quiere
necesariamente decir que debamos adoptar las prácticas que él menciona. Ya sabemos que Ignacio puso fuertes
límites a esas prácticas por parte de los miembros de la Compañía de Jesús. Lo que él realmente deplora es la
tendencia a atacarlas y ridiculizarlas» (P-H. KOLVENBACH, «Pensar con la Iglesia después del Vaticano II», en
Selección de Escritos (1991-2007), Curia Provincial de España, Madrid 2007, 588).
[66] Si se me permite una broma, últimamente suelo decir que milagro es que en una tanda de Ejercicios de
ocho días todos/as los/as ejercitantes esperen para irse hasta el final...
[67] Cf. GEI (ed.) Diccionario de Espiritualidad Ignaciana, op. cit., 184-192.
[68] Cf. mi artículo «Acompañar en el sufrimiento»: Sal Terrae (noviembre 2017), 899-900.
[69] En adelante, CAA. Cf. M. J. BUCKLEY, «Contemplación para alcanzar amor», en GEI (ed.), Diccionario
Portada 2
Índice 3
Créditos 8
Notas sobre la edición 9
Prólogo 10
Capítulo 1: La oración en Ejercicios 14
¿Es difícil orar? 15
Orar no es hacer algo, sino recibir un don 15
Orar ante el Dios Regalador, todo Misericordia 16
La meditación con las tres potencias 18
Los sentimientos que segregan los buenos pensamientos 18
La contemplación de escenas evangélicas 21
Los previos o preámbulos de la contemplación 21
El «provecho» de contemplar 22
La repetición ignaciana 25
Un recurso para acentuar lo afectivo 25
Un requisito indispensable para luego «hacer memoria» 26
El «traer los sentidos» a la oración 29
«Las puertas de los sentidos» 29
La «aplicación de sentidos» en los Ejercicios 31
Capítulo 2: El inicio de los Ejercicios 33
La charla introductoria de los Ejercicios 34
Las piezas del método 34
La actitud imprescindible para hacer Ejercicios 35
El planteamiento básico 35
Textos bíblicos para la charla introductoria 37
Directorio breve sobre el Principio y Fundamento 40
Reconocer el propio desorden 41
Textos bíblicos para el Principio y Fundamento 43
Capítulo 3: La Primera Semana 45
Directorio breve sobre la Primera Semana 46
Textos bíblicos para la Primera Semana 51
Instrucciones y Reglas de la Primera Semana 55
• Las Anotaciones 55
• Los Exámenes 56
• Tres modos de orar 57
• Las reglas para sentir y conocer mociones 58
Adiciones y complementos de la Primera Semana 60
Sentido y peligros de hablar de Adiciones y Complementos en Ejercicios 60
a) Adiciones 60
b) Complementos 60
«...antes de entrar en la oración repose un poco el espíritu... como mejor le
61
parecerá...» [Ej 239]
«... tanto más se aprovechará cuanto más se apartare de todos amigos y
62
conocidos y de toda solicitud terrena...» [Ej 20]
«... Traer a la memoria...» 63
Capítulo 4: La Segunda Semana 64
Directorio breve sobre la Segunda Semana (A) 65
El seguimiento es con cabeza y corazón 65
Contemplar a Jesús desde el principio 66
Un mundo de autoengaños 67
Textos bíblicos para la Segunda Semana (A) 70
Directorio breve sobre la Segunda Semana (B) 73
La elección ignaciana 73
La reforma ignaciana de vida 74
Contemplando la vida pública de Jesús 75
Textos bíblicos para la Segunda Semana (B) 77
La propuesta ignaciana 77
Algunas sugerencias complementarias 78
Instrucciones y Reglas de la Segunda Semana 81
• Las Reglas con mayor discreción de espíritus 81
• Hacer elección o enmendar y reformar la vida 82
• Las «reglas del limosnero» 84
«... juntamente contemplando... investigar y... demandar» [Ej 135] 88
«... mucho aprovecha el leer algunos ratos en los libros De imitatione
89
Christi o de los Evangelios y de vidas de santos» [Ej 100]
Capítulo 5: La Tercera Semana 91
Directorio breve sobre la Tercera Semana 92
Un amor más fuerte que el sufrimiento 92
Al cristiano se le revela en la Pasión cómo es Dios 93
Las lecciones para nuestro provecho espiritual 94
La culminación de la elección, o la reforma 94
Textos bíblicos para la Tercera Semana 96
La propuesta ignaciana 96
Perspectivas bíblicas 97
Instrucciones y Reglas de la Tercera Semana 100
• Las «reglas de la templanza» 100
Adiciones y complementos de la Tercera Semana 102
«... los trabajos, fatigas y dolores de Cristo nuestro Señor» [Ej 206] 102
«...contemplación de toda la pasión junta...» [Ej 208] 103
«Se traerán los sentidos...» [Ej 204] 104
Capítulo 6: La Cuarta Semana 106
Directorio breve sobre la Cuarta Semana 107
El recurso ignaciano para contemplar al Resucitado 107
La esperanza confirmada de María, nuestra Señora 109
El acceso coherente a la eclesialidad 109
Textos bíblicos para la Cuarta Semana 111
Instrucciones y Reglas de la Cuarta Semana 114
• Las reglas para sentir en la Iglesia 114
La comprensión espiritual de la Iglesia solo se percibe en el discernimiento
115
[Ej 353]
Alabar toda presencia del Espíritu en los demás, aunque no implique una
115
llamada para mí [Ej 354-361]
Hablar de las malas costumbres de otros solo a las mismas personas que
116
pueden remediarlas [Ej 362]
Aplicabilidad de estos consejos ignacianos 118
Adiciones y complementos de la Cuarta Semana 119
«... Se proceda por todos los misterios de la resurrección de la manera...
119
que se tuvo en toda la semana de la pasión...» [Ej 226]
«... trayendo los cinco sentidos sobre los tres ejercicios del mismo día...»
120
[Ej 227]
«... antes de entrar en la contemplación, conyecturar y señalar los puntos
121
que ha de tomar...» [Ej 228]
«... se gozar en su Criador y Redentor...» [Ej 229] 121
Capítulo 7: La Contemplación para alcanzar amor 123
Directorio breve sobre la Contemplación para alcanzar amor 124
Es, sobre todo, un ejercicio de agradecimiento al Señor 124
Es también una contemplación «sentida y gustada» de la acción del Espíritu
124
Santo
Es también una recapitulación y resumen de las Cuatro Semanas de los
125
Ejercicios
Para terminar: un brindis elegante y lleno de agradecimiento a Dios 126
Textos bíblicos para la Contemplación para alcanzar amor 128
Epílogo: El mejor regalo de san Ignacio 130
Presentación de los autores 133
Notas 134