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25 Larry Yévenes SJ

“SERVIR AL MISMO SEÑOR


DE TODOS”
ACOMPAÑAMIENTO
ESPIRITUAL EN CLAVE
IGNACIANA
N°19 Déjate amar (déjate querer)
Selia Paludo
N°20 Caminar acompañados por un
peregrino I
Selia Paludo y Juan Díaz SJ
N°21 Laicado, reencantarse en un
nuevo tiempo
Varios autores
N°22 Un viaje hacia la interioridad
Varios autores
N°23 Para amar hay que amarse
Varios autores
N°24 Caminar acompañados por un
peregrino II
Varios autores
“Servir al mismo Señor de todos”

Acompañamiento espiritual en clave ignaciana

Larry Yévenes sj
Centro de Espiritualidad Ignaciana
Larry Yévenes SJ. Master of Science en Pastoral
Counseling (Loyola Maryland University, EE.UU).
Fue Director del Centro de Espiritualidad Ignaciana.
En la actualidad es director del Diplomado en
Acompañamiento Psicoespiritual (Universidad Alberto
Hurtado), integra el Consejo nacional de prevención
de abusos sexuales y acompañamiento de víctimas de
la Conferencia Episcopal de Chile y es miembro del
Centro de prevención de abusos y reparación de la
Provincia Chilena de la Compañía de Jesús.
“Servir al mismo Señor de todos”

Indice
Presentación
Servir al mismo Señor de todos
ACOMPAÑAMIENTO ESPIRITUAL EN CLAVE
IGNACIANA

I. PREMISAS DE UNA VISIÓN IGNACIANA...Pag. 10


1.1. La actitud fundamental: “ayudar a las almas”.
1.2 Objetivo del acompañamiento.
1.3 Recta intención.
1.4 Acompañamiento y no “dirección”.

II. RELACIÓN ACOMPAÑANTE-ACOMPAÑADO ...Pag. 15


2.1 Conversaciones y acompañamiento espiritual.
2.2 Apertura inicial o “salvar la proposición del prójimo”.
2.3 Condiciones para la persona acompañada.
2.4 Disposiciones básicas para un acompañante
2.5 ¿Finalización del acompañamiento?

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“Servir al mismo Señor de todos”

III. CONTENIDO Y MÉTODO DE LA ENTREVISTA


DE ACOMPAÑAMIENTO.......................................Pag. 22
3.1 Toda la vida.
3.2 Intervenciones de quien acompaña.
3.3 Discernimiento de mociones y pensamientos.
3.4 Consolaciones y desolaciones.
3.5. El examen diario.

IV. MÁS ALLÁ DE IGNACIO.................................Pag. 29


4.1 Límites sanos: físicos, psicológicos, afectivos y
profesionales.
4.2 Transferencias y contratransferencias.
4.3 Supervisión.

En el texto, la expresión “EE” se refiere al libro de los


Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola.

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“Servir al mismo Señor de todos”

Presentación
San Ignacio de Loyola ha dejado para la humanidad
y para la Iglesia un gran de regalo: un modo de caminar
con otros(as) por medio del acompañamiento espiritual,
un aporte muy valorado a través del tiempo. Se trata de
un servicio noble y gratuito, en el que, al acompañar a
otros(as), estamos pisando Tierra Sagrada.
En la actualidad este ministerio es realizado por
muchos laicos y laicas que se han formado y adquirido
destrezas y experiencia, especialmente mujeres que
han enriquecido la metodología del acompañamiento
espiritual con renovados énfasis y sensibilidades.
Lo que presentamos aquí es un “vademécum” o
“manual” que puede ser muy relevante para los que se
inician en la labor de acompañantes y un útil recordatorio
de elementos esenciales para aquellos que ya llevan un
tiempo cumpliendo esta misión en la Iglesia.
Este trabajo se fundamenta en las siguientes
premisas:
- Actitud fundamental: ayudar a las almas, en el sentido
de hacer nuestro aporte para que la persona desarrolle
su espiritualidad y pueda encontrar la voluntad de Dios
en su vida.
- Objetivo del acompañamiento: tener una experiencia
de diálogo para que la persona conozca su interioridad
y pueda desarrollar su libertad personal, para buscar
y encontrar la voluntad de Dios y luego llevarla a la
práctica en la vida cotidiana.

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“Servir al mismo Señor de todos”

- Recta intención: quien acompaña tiene que


desprenderse de sí mismo(a) para ponerse al servicio de
la otra persona, de acuerdo a la propia individualidad;
esto lo hace con amor orientado al bien de la persona y
al servicio y alabanza de Dios.
- Acompañamiento y no dirección: el acompañante no
decide, solo ayuda a que la persona acompañada crezca
en discernimiento para tomar sus propias decisiones.
Relación acompañante – acompañado(a):
- Conversaciones y acompañamiento espiritual:
usar pocas palabras, las necesarias para que la persona
acompañada haga su propia reflexión.
- Apertura inicial o salvar la proposición del otro.
- El acompañante no emite juicios, no propone
actitudes.
- Condiciones para la persona acompañada: tiene que
estar dispuesta a ser acompañada y el acompañante
debe mantener viva esta disposición.
- Disposiciones básicas para un acompañamiento:
quien acompaña debe conocerse y aceptarse a sí
mismo(a), para no contaminar el diálogo.
Contenidos y método de la entrevista:
- Toda la vida: el acompañamiento espiritual abarca
todos los ámbitos de la vida, no está restringido a lo
puramente religioso.
- Intervenciones del acompañante: éstas deben estar

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“Servir al mismo Señor de todos”

orientadas a que la persona acompañada piense y analice


su interioridad; es decir, una ayuda para que se conozca
a sí mismo(a).
- Discernimiento de mociones y pensamientos: las
personas tienen sentimientos, emociones y pensamientos:
algunos les integran; otros, les desintegran. Quien
acompaña debe ayudar a identificarlos para guardarlos
o expulsarlos, según convenga para cumplir la finalidad
de la vida y así construir su interioridad
- Examen diario como una buena práctica para
construir una vida interior y mantenerla en el tiempo.

Más allá de Ignacio:


Dado el aporte de la psicología al arte de las
relaciones de ayuda, el autor desarrolla tres elementos
contemporáneos como parte de un vademécum
formativo y experiencial para acompañantes espirituales:
la importancia poner límites, la conciencia de las
dinámicas transferenciales y el rol de la supervisión.
Disfrutemos este “manual”, con la certeza de que
será para todos(a) una gran herramienta para llevar
siempre con nosotros.
Nos alegramos de presentar este material en el Año
Ignaciano, el que pone en relieve la importancia de la
conversión para encontrar y hallar la voluntad de Dios,
junto a otros(as) muchos(as) compañeros(as) de ruta.
Centro de Espiritualidad Ignaciana

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“Servir al mismo Señor de todos”

“Servir al mismo Señor de todos”


ACOMPAÑAMIENTO ESPIRITUAL
EN CLAVE IGNACIANA

Larry Yévenes C., SJ1


En las últimas tres décadas el tema del
acompañamiento espiritual ignaciano – entendiendo
por tal la visión, el método, las intuiciones y la práctica
que aportó Ignacio de Loyola a este ministerio milenario
en la Iglesia - ha sido objeto de especial estudio e
investigaciones2.

1 Jesuita chileno. Director del Diplomado en Acompañamiento Psicoespiritual, Universidad


Alberto Hurtado (Santiago de Chile). Colabora en el Centro de Espiritualidad Ignaciana.
2 Algunos ejemplos destacados: William A. Barry y William J. Connolly: La práctica de la di-
rección espiritual, Sal Terrae, 2011 (la primera edición en inglés es de 1982); AA.VV.; Ignacio
de Loyola y el arte de dialogar, Manresa, Vol. 68 (Octubre-Diciembre 1996); Thomas Sipdlik:
Ignacio, padre espiritual. Manresa, Vol. 69 (Enero-Marzo 1997), pp.19-32; José A. García:
Hombres y mujeres “de dos tiempos”. Puntos sensibles del acompañamiento espiritual, Sal
Terrae (Septiembre 1997), pp. 629-640; AA.VV: El acompañamiento espiritual dentro y fue-
ra de los Ejercicios, Manresa, Vol. 76 (Abril-Junio 2004); AA.VV.: Claves para la escucha.
Dimensiones del acompañamiento de personas. Cuadernos de Espiritualidad 148 (Noviem-
bre-Diciembre 2004); AA.VV.: Un estilo de acompañar en la tradición ignaciana, Revista de
Espiritualidad Ignaciana 108 (2005), CIS, Roma; Josep M. Rambla: No anticiparse al Espíritu.
Variaciones sobre el acompañamiento espiritual, Eides 61 (Diciembre 2010); Luis Ma. García
Domínguez, El libro del discípulo. El acompañamiento espiritual, Sal Terrae, 2011; Timothy
M. Gallaguer: A handbook for spiritual directors. An Ignatian guide for accompanying dis-
cernment of God´s will, Crossroad, 2017; Joan Ribalta: Cartas para acompañar. Índice temá-
tico de las cartas espirituales de san Ignacio, Eides 86 (Mayo 2018); Carles Marcet: Ignacio de
Loyola, acompañado, acompañante, en compañía, Eides 87 (Octubre 2018).

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“Servir al mismo Señor de todos”

Hay una paradoja en ello: mientras el número de


personas que buscan esta relación de ayuda pareciera
disminuir debido a múltiples factores complejamente
interconectados (entre otros, un secularismo creciente,
la focalización del apostolado eclesial en otras tareas y
la caída en la credibilidad debido a la crisis del abuso
sexual), el interés por conocer y aplicar las pistas
ignacianas ha ido aumentando de modo significativo.

Para comprobar la actualidad y vitalidad de


este influjo, basta con hacer una lista de diversas
escuelas, talleres y programas académicos sobre el
acompañamiento que se inspiran en la espiritualidad
ignaciana al momento de diseñar sus planes formativos.
Por otro lado, no es menos cierto que el acompañamiento
espiritual en el mundo ignaciano, de modo similar al
resto de la Iglesia, se ha visto enriquecido por el aporte
laical y, distintivamente, por el componente femenino,
no sólo en la práctica directa de acompañamiento que
laicas y religiosas están ofreciendo en distintas latitudes,
sino también en la reflexión sobre esa praxis que se
refleja en múltiples revistas y publicaciones. Siguiendo
las palabras de Ignacio de Loyola, hoy son muchos y
muchas quienes en este apostolado pueden expresar con
convicción: “en servir a los que son siervos de mi Señor,
pienso servir al mismo Señor de todos”3.

En este artículo no pretendemos abarcar todas


aquellas intuiciones y recomendaciones que sobre el
3 Carta a San Juan de Ávila (24 de enero 1549), BAC, 1982, p.752.

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“Servir al mismo Señor de todos”

acompañamiento espiritual se han ido plasmando en el


mundo ignaciano, sino, más bien, pondremos de relieve
aquellos elementos fundamentales para una relación
acompañante-acompañado(a) fecunda y que se proyecte
en el tiempo. El conjunto de estos elementos puede
formar un vademécum útil para toda persona que recién
se inicia en este ministerio y un recordatorio o examen
para aquellos que han dedicado parte importante de
su ministerio pastoral a escuchar, empatizar, iluminar
o confrontar con respeto a quienes han solicitado su
ayuda.

La segunda parte de este artículo estará dedicada a


dimensiones del acompañamiento de personas – algunas
de ellas tomadas de la psicología u otras relaciones de
ayuda - que pueden complementar la visión ignaciana,
haciéndola más consciente de sus límites y posibilidades.

I. PREMISAS DE UNA VISIÓN IGNACIANA


1.1. La actitud fundamental: “ayudar a las almas”.
Desde sus primeros pasos recién converso (Loyola
y Manresa), Ignacio se propuso “ayudar a las almas”4.
Esta expresión, tan frecuente en sus escritos, sellará
para siempre el enfoque con el que un acompañante
ignaciano se dispone a escuchar a otra persona: se espera
que éste ponga todos los medios que tiene a su alcance
(cognitivos, afectivos, relacionales, etc.) para contribuir
a que la persona acompañada crezca en integración
4 Cf. Autobiografía Nos. 26.

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“Servir al mismo Señor de todos”

personal y pueda encontrar la voluntad de Dios en su


vida. No se trata, por tanto, de un “ayudar” genérico, en
abstracto, sino de una tarea de facilitación para que el
acompañado pueda identificar y nombrar lo que Dios va
operando en su vida.

1.2. Objetivo del acompañamiento.


En el umbral de los Ejercicios Espirituales, Ignacio
nos recuerda que la más importante tarea de todo ser
humano consiste en “ordenar su vida” y “hacerse
indiferente”, ser progresivamente libre, para conseguir
el fin para el que fue creado (EE 21 y 23). Ésta ha de ser
la meta de toda forma de diálogo en clave ignaciana.
Barry y Connolly, en una muy lograda y citada
definición, describen el acompañamiento como “la
ayuda dada por un creyente a otro que le permite a este
prestar atención a lo que Dios le comunica, responder
a este Dios que se comunica personalmente, crecer
en intimidad con él y vivir las consecuencias de esta
relación”5. El campo del acompañamiento no son las
consideraciones morales sobre la vida del acompañado,
sino la experiencia del Espíritu de Jesús, tal y como se
revela a la persona acompañada. Aún más, el centro
de esta relación de ayuda no está en las “ideas” sobre
Dios sino en la experiencia religiosa del acompañado.
El acompañamiento, en buena medida, es un ministerio
mistagógico, una práctica dialogal que permite que
la persona acompañada vaya introduciéndose en el
Misterio insondable de un Dios personal, extrayendo
todas las consecuencias que este diálogo implica. Lo
5 William A. Barry y William J. Connolly, op.cit., pp.27-28.

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“Servir al mismo Señor de todos”

que se pretende, en términos ignacianos, es que el


acompañado se anime a “buscar y hallar la voluntad
de Dios”, para después llevarla a la práctica en la vida
cotidiana. La experiencia de ser acompañados nos ayuda,
entonces, a descubrir las señales de la presencia de Dios
en la propia existencia, recordar los modos cómo Dios se
nos comunica de un modo personal y reconocer, también,
nuestras resistencias – o afecciones desordenadas –, todo
lo que es obstáculo o interferencia en la a escucha de esa
Voz entre todas las voces de las creaturas6.

1.3. Recta intención.


En las Constituciones de la Compañía de Jesús,
Ignacio declara que una de las condiciones esenciales
para el “conservar y aprovechar” de un jesuita ha de
ser el tener una recta intención no sólo de su estado
de vida, sino de todos los aspectos particulares de su
vida, “apartando, cuanto es posible, de sí el amor de
todas las criaturas por ponerle en el Criador de ellas, a
Él en todas amando y a todas en Él (...)7. Haciendo una
analogía con el ministerio del acompañamiento, lo que
se espera de un acompañante ha de ser una disposición
del corazón: todo cuanto se haga en el acompañamiento
debe orientarse a mostrar que hay un único absoluto,
Dios. Todo a mayor gloria de Dios8. En términos prácticos,

6 Cf. García Domínguez, op.cit., p.19.


7 Constituciones, parte III, No 288.
8 “Cuanto a la intención, todos querría la tuviesen muy recta de buscar la gloria de Dios en su
ánima y cuerpo y operaciones todas, y de mucho buscar la ayuda de las ánimas, quien por un
medio, quien con otro, quien por sí, quien ayudando a otros que lo hagan, mirando siempre
más al bien universal que al particular”. Carta al P. Urbano Fernandes (escrita por Polanco) (1
de junio 1555), BAC, 1982, p.807.

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“Servir al mismo Señor de todos”

una recta intención en el acompañante implica que éste


no se conceda espacio para “ganancias secundarias”
(fama o buen nombre, retribuciones de cualquier tipo,
compensaciones afectivas)9. Un nombre contemporáneo
para vivir esta premisa es gratuidad, don de sí mismo(a).
Otra expresión ignaciana que va en la misma línea es
“salir de su propio amor, querer e interés” (EE 189).
Antes de comenzar un acompañamiento, por tanto,
será provechoso para el acompañante hacer la oración
preparatoria, pidiendo la gracia de que todas sus
“intenciones, acciones y operaciones” (EE 46) estén
orientadas al bien de la persona y, por extensión, al
servicio y alabanza del Creador y Señor de todos.

1.4. Acompañamiento y no “dirección”.


Es un hecho que la terminología empleada para
señalar este ministerio en la Iglesia ha experimentado
un amplio debate sobre el nombre que debe atribuírsele.
Ciertamente el término “director” nunca fue utilizado por
Ignacio para describir su servicio ni el que recomienda
a sus compañeros. El libro de los Ejercicios se contenta
con un simple y directo “el que da los ejercicios”10. Con
todo, y a pesar de que hoy se siga usando la expresión
“dirección espiritual” en diversas espiritualidades y
espacios eclesiales, no resulta neutral que el que busca
esta ayuda se perciba a sí mismo como “el dirigido” y,
9 “[...] la intención recta, actualizada en los innumerables actos que comporta, lleva a la ex-
periencia del amor de Dios en la vida: buscarle y amarle. Y ésta es una forma integradora
de amar: a él en todas y a todas en él.... Así Ignacio consigue, en un esfuerzo de expresión
asintónico, formular lo que sería característico de esta experiencia de Dios en la vida misma:
un amor a Dios encarnado y un amor a lo terreno trascendido” (Rambla, op.cit., pp.18-19).
10 Como en las Anotaciones de los Ejercicios Espirituales, Nos 6, 7, 8, 10, 12, 14, 15, y 17.

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“Servir al mismo Señor de todos”

más relevante aún, quien le escucha se conciba como “el


director”. Sabemos que el lenguaje construye realidad
y, por ello, no minusvaloramos las connotaciones de
asimetría, infantilismo o clericalismo que subyacen en el
término “dirección”. Por algo, hoy “acompañamiento”
es la expresión que paulatinamente está primando
en la literatura y en la praxis eclesial. De hecho, la
recomendamos y preferimos por el sentido evangélico
que conlleva la idea de “partir el pan en conjunto”, es
decir, por una búsqueda donde el centro ha de estar en
la realidad de la persona acompañada11. “Lo esencial es
que el acompañante espiritual no decide (si lo hiciera, se
convertiría en “director”), sino que deja al otro libre, y le
hace libre, para decidir por sí mismo”12.

11 Cf. Antonio Guillén: El acompañamiento espiritual de cristiano adulto, Manresa Vol. 76


(Abril-Junio 2004), pp.135-136. Este autor señala que este cambio de nombre no obedece tan
sólo a un “capricho nominal”. Y acepta el empleo del término “dirección” como parte de un
proceso de iniciación a la vida espiritual. Pero termina concluyendo que la persona no puede
estar en un estado permanente de iniciación y, por ello, el uso permanente de la expresión
“dirección” podría implicar un mantener relaciones conscientes o inconscientes de depen-
dencia psicológica “[En una etapa de seguimiento] la casi totalidad de las situaciones que ésta
presenta son de discernimiento, y ya no de necesidad de orientaciones o consejos morales,
que habían sido el campo reconocido del Padre o Director Espiritual” (p.137). Es Rambla (op.
cit., pp. 5-12) quien introdujo la descripción de tres modos de acompañamiento: formativo,
de iniciación espiritual (tipo anotación 18 de los EE) y de seguimiento (o de vida cristiana
adulta) (op.cit., pp. 5-12).
12 Piet Van Breemen: Acompañamiento espiritual hoy, Manresa, Vol. 68 (Octubre-Diciembre
1996) p.364.

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“Servir al mismo Señor de todos”

II. RELACIÓN ACOMPAÑANTE-ACOMPAÑADO.


2.1. Conversaciones y acompañamiento espiritual.
En la primera generación de jesuitas, comenzando
por el mismo Ignacio, las “conversaciones espirituales”
eran parte central del ministerio de la Palabra – descritas
y recomendadas junto a la predicación y las lecciones
sacras. “Aunque esta práctica se recomienda varias
veces en las Constituciones, nunca consiguió el rango
de ministerio”13. El estilo de conversar de Ignacio era el
modelo: “con muy pocas palabras [...] sino con simple
narración, y de esta manera deja a los que oyen que
ellos hagan la reflexión”14. Las conversaciones piadosas
fueron el primer paso; luego este servicio se transformó
en acompañamiento espiritual, una forma de relación
de ayuda más formalizada, con un acuerdo básico o
encuadre acompañante-acompañado15, con mayor
regularidad en los encuentros, con una disposición
permanente a evaluar si los frutos de dicho acuerdo se
están cumpliendo y con una sincera apertura a buscar el
bien mayor de la persona que solicita esta ayuda. Una
forma particular de acompañar espiritualmente son
13 John W. O´Malley: Los primeros jesuitas, Mensajero/Sal Terrae, 1995, p.143. Ver Consti-
tuciones 115 y 648 (en esta última referencia, correspondiente a la parte VII, se describe así
esta práctica: “aprovechar en conversaciones pías, aconsejando y exhortando al bien obrar”)
14 Gonçalvez da Camara, Memorial, 227.
15 Fiorini, un psicoterapeuta, enumera algunos elementos indispensables de un encuadre:
lugar, ubicación en él de los participantes, duración y frecuencia de las sesiones, ausencias,
política con respecto a las retribuciones (en la actualidad, el contexto cultural donde se realiza
el acompañamiento marca diferencias importantes en este punto, ya que en algunos lugares
es un servicio gratuito y en otros conlleva un aporte monetario). El símil con respecto al
acompañamiento espiritual puede ser útil, especialmente por su sugerencia de no imponer
arbitrariamente encuadres o acuerdos, sino consensuarlos con la persona que busca ayuda.
Cf. Héctor Fiorini, Teoría y técnica de psicoterapias, Buenos Aires, Editorial Nueva Visión,
2002, pp.164-165.

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“Servir al mismo Señor de todos”

los Ejercicios Espirituales, los que tienen en su mismo


diseño y práctica unas reglas y exigencias particulares.

2.2. Apertura inicial o “salvar la proposición del


prójimo”.
La relación acompañante-acompañado(a) se
fundamenta en una confianza recíproca, donde no hay
espacio para suspicacias o dudas a priori. Lo que se espera
de ambos, como prescribe el llamado “Prosupuesto” de
los Ejercicios (EE 22), es una actitud básica de evitar
emitir juicios sobre los datos que le entrega la otra
persona. Desde la óptica del acompañante, esto implica
interpretar con una mirada positiva lo que la otra persona
expresa o manifiesta. “Cuando una interpretación en
buen sentido no es posible, antes de rectificarla (menos
aún, condenarla), conviene preguntar cómo entiende
la otra persona lo que ha manifestado. Con esto solo,
a buen seguro que la mayor parte de malentendidos
se eliminan”16. Porque cuando ello no ocurre, cuando
la persona acompañada no se siente comprendida o
aceptada, el acompañamiento se bloquea y difícilmente
abrirá su conciencia o revelará a su interlocutor las
luchas internas que aquejan su alma.

16 Rambla, op.cit., p.6.

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“Servir al mismo Señor de todos”

2.3. Condiciones para la persona acompañada.


La persona acompañada debe tener un deseo genuino
por ser acompañada. Por eso, limitaría la experiencia
real de acompañamiento el hecho de que este servicio
dialogal fuese impuesto desde afuera por una tercera
persona. El acompañamiento logra sus frutos cuando la
persona que se decide a hacer el camino está motivada
por un propósito de tener una vida cristiana seria y
progresiva. “La disposición es el espacio donde caben
los deseos, los mejores deseos de la persona, y para
Ignacio es un presupuesto ineludible a la hora de ver con
qué “sujeto” contamos”17. Esta consideración nos hace
afirmar que no toda persona posee subjecto para ser
acompañada, ya que se requiere de una apertura básica
a ser el o la protagonista de la búsqueda de la voluntad
de Dios. Una dependencia excesiva del juicio de los
demás, por ejemplo, podría ser un motivo para evaluar
previamente la conveniencia de comenzar una relación
de ayuda de este tipo.

Pero hay más condiciones, como la capacidad


en la persona acompañada de poder entablar una
relación fluida y profunda con otros. En este sentido,
personas que posean serias dificultades para expresarse
adecuadamente o que se escondan en una verborrea de
palabras sin fin, aunque no estén excluidas a priori como
potenciales acompañadas, sí entrarán en este encuentro
con una desventaja relevante. Con todo, para conseguir
el fruto de esta relación de ayuda, más relevante aún
17 Carlos García Hirschfeld: ¿Qué acompañamos cuando acompañamos “ignacianamente”?
Manresa, Vol. 76 (Abril-Junio 2004), p.128.

17
“Servir al mismo Señor de todos”

será la habilidad del acompañado para observar lo que


ocurre en su interior, para “leer” los movimientos de su
alma, para ir más allá de sus propios prejuicios y frases
hechas. Esta es la razón de fondo que llevó a Ignacio a
ofrecernos unas “reglas para en alguna manera sentir y
conocer las varias mociones que en el ánima se causan”
(EE 313). Se trata no sólo de conocer lo que sucede en
nuestro interior, sino de sentirlo, de tomar consciencia o
estar atentos a los cambios que se suceden en el tiempo.

2.4. Disposiciones básicas para un acompañante


La primera tarea de todo acompañante es escuchar,
captar lo hondo y sutil que habita en el relato de la
persona que busca ayuda. Escuchar implica un cierto
“descentramiento”, en el que el foco esté siempre en las
experiencias, los sentimientos subyacentes y las mociones
espirituales del acompañado. En este ministerio poco
ayudan las auto referencias o la pretensión de que
la vivencia del acompañante puede ser normativa o
determinante a la hora de reflejar lo que se piensa a
su interlocutor. Lógicamente, esta actitud supone en
el acompañante un silencio interior que sabe esperar
pacientemente cuando al acompañado su complejidad
emocional no le permite, de buenas a primeras, describir
con claridad lo que le sucede, lo que anhela o lo que le
aliena18.

18 Cf. Carlos Alemany, El difícil arte de... «Escuchar»: Un arte complejo, Sal Terrae (Enero
1995), pp. 55-65 y Aprender a escuchar bien, en 14 aprendizajes vitales, DDB, Bilbao, 1998,
pp. 63-77.

18
“Servir al mismo Señor de todos”

Unido a lo anterior, la persona acompañada tiene


legítimo derecho de esperar que su acompañante le
reciba en cada entrevista con una actitud de respeto y de
aceptación sin condiciones. De parte del acompañante,
no se requiere aprobación ni transmitir a priori un
comentario tranquilizador. Dado que confiar a otra
persona el mundo íntimo es una tarea compleja para
todos, es mucho de desear que el acompañante sea una
persona cálida y sincera a la vez. Sus palabras deben
ser un instrumento que ayude a la verdad, pero, al
mismo tiempo, conviene que sea crítico de sus propias
opiniones, no dándoles un valor absoluto o taxativo.
En alguna medida, su estilo de hablar ha de trasmitir el
amor de un Dios que no juzga y está siempre preocupado
del bienestar de sus fieles. Asimismo, los fingimientos de
interés por parte del acompañante, por sutiles que sean,
son reconocidos por la persona escuchada y, ciertamente,
pueden bloquear la relación.

Es preciso que el acompañante se acepte a sí mismo,


que conozca sus puntos débiles y sus carencias y que, por
eso mismo, no busque compensaciones o gratificaciones
en la relación con el acompañado (las inconscientes
son las más dañinas). “Pero cuando disimuladamente
la propia realización se convierte en centro, la relación
se falsea”19. Por eso resulta fundamental que el
acompañante cuente con un debido soporte afectivo
en su familia de origen, en sus vínculos afectivos del
presente, en la amistad gratuitamente vivida, en una
comunidad de fe que alimente su experiencia creyente.

19 Van Breemen, op.cit., p.374.

19
“Servir al mismo Señor de todos”

Hay dos extremos simétricos donde el acompañante


puede dejar de cumplir adecuadamente su misión.
Por una parte, el directivismo, el excesivo camino
prefigurado por el acompañante y propuesto bajo
apariencia de interés por el bien de la otra persona.
En el otro extremo se encuentra el contentarse en ser
un escuchador pasivo, que no confronte las esperables
incongruencias y autoengaños que toda experiencia
humana conlleva. En comparación con los Ejercicios
Espirituales realizados en un lugar cerrado y por un
tiempo determinado, en los retiros en la vida corriente
es más necesario señalar o indicar puntos ciegos, dada
la gran variedad de situaciones en que se puede hallar
la persona acompañada y las múltiples posibilidades u
opciones que se le presentan hacia el futuro.

En un vínculo basado en el diálogo, el sentido de


realidad es clave. Conviene que el acompañante sitúe
sus intervenciones a partir de la realidad que vive el
acompañado, no de un ideal soñado o proyectado
desde sí mismo20. Y, en segundo lugar, que se cuide el
acompañante de no caer en un mal entendido sentido
crítico de la realidad, denunciando con prontitud lo
malo o menos logrado que habita en el acompañado, sin
previamente y con mayor énfasis, destacar lo positivo
y de acción de Dios que subyace en el peregrinar y la

20 Para prevenir este idealismo exacerbado, José A. García (op.cit., p. 635) sugiere tener
siempre presente que “seguimos a un Jesús pobre, humilde y humillado, a un Mesías Siervo
cuya pretensión de nueva Humanidad fue rechazada, con un rechazo tan brutal que lo llevó a
la Cruz”. Es el espíritu de la “oblación de mayor estima y momento” (EE 97 y 98), en la que el
ejercitante es invitado a expresar su determinación de seguir al Jesús de las injurias y vitupe-
rios, de la pobreza actual y espiritual.

20
“Servir al mismo Señor de todos”

realidad de la persona que busca su ayuda. Por eso,


recuerda Rambla, “el acompañante es imprescindible,
sin resultar esencial, ya que la única acción esencial es la
del Espíritu a la que sólo ha de responder la libertad de
la persona acompañada”21.

Mucho más se podría añadir sobre la persona


del acompañante. Pero nos contentaremos con cerrar
esta somera descripción de mínimos necesarios con la
adecuada formación permanente que se espera en esta
persona. Sin hacer una descripción exhaustiva de un
currículum actualizado, estimamos que la naturaleza
misma del servicio que se presta exige una constante
puesta al día en temas de teología espiritual y bíblica, en
aportes psicológicos (entre otros, formas de intervención
del acompañante, tipos de personalidad, rasgos
psicopatológicos) y de conocimientos de la realidad
sociológica en la que los acompañados transitan. No en
vano Teresa de Ávila aspiraba a tener un confesor (símil
del acompañante que estamos delineando) inteligente o
formado, por sobre uno que sólo fuese piadoso22.

2.5. ¿Finalización del acompañamiento?


Cada proceso de acompañamiento posee
características propias e irrepetibles. Todo dependerá de
“tiempos, lugares y personas”. Pero resultan naturales las
interrogantes sobre la conveniencia o no de proyectar

21 Rambla, op.cit., p.7.


22 Vida, c.XIII, 18 (citado por Van Breemen, op.cit, p.371, nota 27).

21
“Servir al mismo Señor de todos”

los procesos de acompañamiento en un tiempo


indeterminado y sobre la necesidad de ser acompañados
toda la vida. Dos consideraciones parecen relevantes al
respecto. La primera: la respuesta a ambas interrogantes
dependerá de lo que la persona busque o desee trabajar
en este proceso particular de acompañamiento. Por
ende, en buena medida el acompañante ha cumplido
su misión cuando la persona acompañada termina
viendo las cosas por sí misma, de un modo más libre e
integrado en relación a como las veía antes de comenzar
el proceso. La segunda: reconociendo los aportes que el
acompañamiento espiritual hace a la persona en cuanto
a descubrimiento de la voluntad de Dios, fortaleza ante
momentos personales frágiles o iluminación de engaños
posibles, con todo, se trata de una “necesidad relativa”23,
ya que no es el único modo posible de crecimiento de
la vida interior y, por otro lado, tiende a disminuir en
frecuencia a medida que la persona va dando pasos
significativos en su camino espiritual.

III. CONTENIDO Y MÉTODO DE LA ENTREVISTA


DE ACOMPAÑAMIENTO
3.1. Toda la vida.
El “tema” del acompañamiento espiritual es la vida
entera de la persona que busca esta relación de ayuda.
En un cristiano, lo “espiritual” abarca todos los ámbitos
y dimensiones de su existencia y no queda subsumido
en los contenidos y modos de su oración personal, ni en
sus pecados, ni en su participación comunitario/eclesial.
23 Rambla, op.cit, p.13.

22
“Servir al mismo Señor de todos”

Parafraseando a Ignacio, ya es en todo lo humano donde


se encuentra a Dios y todo puede servir para darle gloria,
el diálogo acompañante-acompañado está abierto a todo
aspecto de la vida personal, familiar y social que necesite
ser discernido.

La tentación espiritualista - la reducción de la


acción de Dios a un mundo alienado y alienante -
puede acechar a este ministerio. Por tanto, podemos
indicar como señal distintiva de un acompañamiento
que madura en el tiempo la inclusión de la dimensión
social de la fe en el proceso de diálogo. Es la fidelidad
al principio cristiano de la Encarnación el que nos lleva
a valorar y discernir mediaciones tan relevantes como
el servicio a Jesucristo a través de las personas que
nos rodean, especialmente los pobres y marginados,
los vínculos comunitarios – venciendo la inclinación al
individualismo – y la búsqueda de la construcción del
Reino de Dios a través del compromiso socio-político y
el voluntariado activo. De hecho, la comunión eclesial se
transforma en un criterio de verificación de la verdad de
los descubrimientos que se producen en la experiencia
personal. Para el sentido verdadero que en la Iglesia
militante debemos tener Reglas para sentir en la Iglesia
(EE 352-370), las que nos ponen en alerta ante toda
muestra de autosuficiencia y egoísmo disfrazados de
“experiencia interior”. Tan importantes son estas Reglas
eclesiales que, al momento de invitar al ejercitante a
hacer elección de su vida, el punto de inflexión lo ponen
en que esas modalidades a elegir “militen dentro de la
santa madre Iglesia y jerárquica” (EE 170). Esta noción
es todo un desafío para el acompañado contemporáneo

23
“Servir al mismo Señor de todos”

y el modo en que su acompañante le asista, ya que lo


“universal” (católico) es una forma de amar que no está
presente de manera espontánea en nuestros impulsos
más básicos.

3.2. Intervenciones de quien acompaña.


La visión de Ignacio sobre el que da los Ejercicios
es muy clarificadora sobre el rol que se espera de un
acompañante que genuinamente anteponga los intereses
del acompañado sobre toda otra consideración de estilo,
método o enfoque. En este sentido, las anotaciones del
comienzo de los Ejercicios establecen algunos criterios
que se aplican acertadamente a las funciones que se
esperan en un acompañante espiritual en la vida, es
decir:
(a) Ser prudente y moderado en la extensión de sus
intervenciones, en el “modo y orden” de su narración
- “con breve o sumaria declaración” dice Ignacio (EE 2)
-, porque lo que se espera es que el acompañado “sienta
y guste interiormente” las experiencias vividas, no que
escuche largos relatos – mucho menos, consejos - de su
acompañante.
(b) Intervenir cuando perciba que ese “sentir” no se
produzca y pregunte por las razones de esta sequedad o
falta de movimiento interior (EE 6).
(c) Enterarse o ser informado de las experiencias internas
del acompañado, porque sólo así podrá ayudar al leerlas
o interpretarlas y sugerir alguna forma de ejercicio o
reflexión que le permita al acompañado profundizar en
lo vivido (EE 17).

24
“Servir al mismo Señor de todos”

(d) Muy importante, que el acompañante sea “como un


peso”, un fiel de balanza, que no se incline por alternativa
alguna en la vida del acompañado, sino que facilite que
el acompañado y su Creador dialoguen inmediata e
íntimamente, sin intermediarios, con el fin de descubrir
los pasos que ha de dar (EE 15).

Una enumeración de intervenciones que se


esperan del acompañante puede ser ésta: releer con
el acompañado las acciones u operaciones que él ha
relatado, pero desde otra perspectiva o ángulo emocional;
relevar las presencias, incluso pequeñas, del Señor en las
experiencias que está viviendo; señalarle las repeticiones
y contradicciones en comparación a lo relatado en
anteriores entrevistas; develarle las incongruencias o
“enflaquecimientos” repentinos del alma; devolverle la
panorámica perdida del bosque completo, y, finalmente,
animarle y serenarle siempre que sea necesario24.

3.3. Discernimiento de mociones y pensamientos.


La materia del diálogo acompañante-acompañado
son las “mociones” o “pensamientos” que vienen de
fuera” (EE 17, 32). En la visión ignaciana, se espera
que el acompañante conozca esas “agitaciones” y
“pensamientos” que se “causan en el alma de la persona
acompañada” (EE 17): las buenas para acogerlas,
las malas para expulsarlas (EE 313). Lo esencial es
determinar si tales sentimientos o “mociones” son de

24 Guillén, op.cit., p.144.

25
“Servir al mismo Señor de todos”

Dios o no son de Dios. Se trata de un servicio clarificador


de esos movimientos, destacando unos y poniendo
interrogantes sobre otros, para devolverle luego a la
persona acompañada el mismo contenido que él o
ella han descrito (motivaciones más íntimas, deseos
e impresiones), así objetivado y enriquecido. En un
segundo momento, el acompañado tiene la oportunidad
de reconsiderar el contraste que ha recibido de quien le
escucha. En este sentido, la autovaloración última de las
mociones es siempre del acompañado.

Las mociones pueden ser racionales, cuando vienen


del pensamiento, o sensuales, cuando se dan en la
voluntad (lo afectivo) a través de los sentimientos. Es
de notar que en Ignacio la palabra “pensamiento” posee
una connotación semántica más amplia que el puro
espectro de lo racional o la elaboración de ideas, ya que
incluye los contenidos de la memoria, la imaginación y
la fantasía25.

Un aporte muy significativo del diálogo espiritual es


ayudar a desenmascarar los engaños del Mal Espíritu,
aquellas mociones que, a medida que se progresa en el
seguimiento de Cristo, se presentan de forma encubierta
(“debajo de especie de bien”, EE 332). El rol del
acompañante ha de ser dialogar sobre la discreción de
25 Cf. José García de Castro: “Moción”, Diccionario de Espiritualidad Ignaciana, Vol. 2, Bil-
bao/Santander, Mensajero/Sal Terrae, pp.1265-1268. Van Breemen (op.cit., p.367) conecta ese
término con la noción de “logismos” de los Padres del desierto: “El término logismo significa
a la letra “pensamientos”, pero abarca también sentimientos, inclinaciones, aspiraciones, fan-
tasías y sueños”.

26
“Servir al mismo Señor de todos”

espíritus (EE 8 y 10), sugerir lecturas útiles sobre el tema


o proponer textos bíblicos que ayuden al acompañado
a captar los modos particulares cómo el “enemigo de
natura humana” le tienta.

3.4. Consolaciones y desolaciones.


El otro ámbito de intervenciones del acompañante
consiste en animar a la persona acompañada cuando esté
tentada o desolada, haciéndole caer en cuenta, por una
parte, de los engaños que aparecen cuando se está en ese
estado (EE 7) como de la realidad teológica de fondo: que
Dios nunca abandona a sus criaturas. En la perspectiva
ignaciana, el estado desolado es una oportunidad para
sacar lecciones provechosas de la vida interior. Una de
ellas es que la desolación no siempre es un sentimiento
amargo o doloroso y puede venir revestida de notas
como la apatía, la atonía, el encierro en sí mismo o la
insensibilidad ante el dolor ajeno. Ante todo, se espera
del acompañante espiritual que ayude al acompañado
a identificar las causas del estado de desolación (EE
322): tibieza, incapacidad de transitar sin la consolación,
comprensión de que todo es don de Dios) y le ayude a
asimilar que aquello que define a una desolación es, ante
todo, la tendencia a llevarnos en la dirección contraria a
los criterios del Evangelio.

Por otra parte, el acompañante es un instrumento


muy útil en momentos de consolación del acompañado,
porque le puede animar a guardar fuerzas espirituales
cuando experimenta este don (EE 323), además de

27
“Servir al mismo Señor de todos”

prevenirle de la seducción de apropiarse de la consolación


o de necesitar compulsivamente su permanencia o
presencia (EE 13-15 y 324). Aquí el acompañante le
ayuda al acompañado a valorar la consolación como una
invitación a arraigar sus convicciones más en la dirección
de una vida evangélica, en la línea de un seguimiento
más fiel del Señor26.

3.5. El examen diario.


En buena medida el acompañamiento espiritual es
un ejercicio de discernimiento, una ayuda para que la
persona acompañada pueda seguir avanzando en su
seguimiento de Jesucristo. En este empeño, especial lugar
posee el ejercicio frecuente del examen del día, el que
puede practicarse de diferentes maneras y en diferentes
momentos. Es en el examen donde se encuentra la
materia del diálogo acompañante-acompañado. Por eso,
conviene que la persona que acompaña preste atención
no sólo a las mociones reflejadas en el examen de su
acompañado, sino de modo particular a cómo éste realiza
dicho ejercicio. Un acompañado que es fiel a su examen
diario es un potencial cristiano despierto y lúcido, ya
que está proclive a captar el significado profundo de sus
sentimientos y pensamientos y, con ello, su relación con
Dios crecerá en autenticidad y realismo.

26 “La consolación o desolación no indican un determinado nivel, más alto o más bajo, de
vida espiritual, ya que a veces se experimenta la desolación en etapas de gran madurez cris-
tiana, como lo muestran la historia de santos como Teresa del Niño Jesús o la Madre Teresa
de Calcuta, atormentadas duramente en su fe en los últimos tiempos de su vida” (Rambla,
op.cit., p.27).

28
“Servir al mismo Señor de todos”

IV. MÁS ALLÁ DE IGNACIO...


La última parte de este artículo la dedicaremos a
una mirada global de tres temáticas que son parte de un
buen análisis y evaluación de toda relación de ayuda.
Ignacio de Loyola, gran conocedor de la
realidad humana y la vida interior de las personas,
evidentemente no disponía de este lenguaje en el siglo
XVI. Sin embargo, algunas de estas intuiciones se podían
vislumbrar tanto en su práctica de las conversaciones
y del acompañamiento espiritual, como en su modo
respetuoso de aproximarse a la realidad de la persona
acompañada. Hoy, dado el aporte de la psicología al arte
de las relaciones de ayuda, estimamos imprescindible
considerar estos tres elementos, entre otros varios
más, a la hora de ofrecer un vademécum formativo y
experiencial para acompañantes espirituales.

4.1. Límites sanos: físicos, psicológicos, afectivos y


profesionales.
La conciencia actual sobre el necesario respeto a la
intimidad de la otra persona y las normas que emanan
de la prudencia pastoral exigen que todo acompañante
espiritual sea sensible y examine seriamente qué tipos
de límites introduce en su ministerio.

Una primera barrera que se ha de respetar consiste


en la necesaria distancia física o corporal entre
acompañante y acompañado. Dependiendo de los
contextos culturales, tomarse de las manos para rezar o

29
“Servir al mismo Señor de todos”

dar un abrazo amistoso al finalizar una entrevista pueden


ser considerados como gestos aceptables y naturales en
una relación de ayuda. Los acompañantes, sin embargo,
deben participar en tales acciones de modo consciente y
dialogado, no accidentalmente o de modo impuesto. Y,
antes de implementarlas, es altamente conveniente que
se pregunten si estas acciones promueven o distancian
el objetivo general del acompañamiento. Por eso mismo,
tampoco el acompañante aceptará automáticamente el
contacto físico iniciado por un acompañado sin evaluar
si esto es beneficioso o perjudicial para su objetivo
común27.

También debemos estar alertas a los necesarios límites


psicológicos en el vínculo. Hay mínimos que debemos
respetar sin claudicar: el respeto por la conciencia y la
libertad de la persona acompañada (es ella quien toma
las decisiones), la restricción de la curiosidad en el modo
de interrogar – preguntamos sólo aquello que tenga
que ver con el tema propuesto por el acompañado -, el
abstenerse de imponer juicios propios y el no generar
relaciones de dependencia se encuentran entre estos
límites. Se espera que el acompañante conduzca a la
persona acompañada hacia un grado tal de autonomía,
de modo que ésta se valga de la “discreta caridad” y,
así, el acompañante mantenga un rol prudente de apoyo

27 La presente crisis de los abusos sexuales dentro de la Iglesia Católica ha ido revelando
que uno de los espacios donde se ha trasgredido la intimidad de las personas y quebrantado
confianzas es el acompañamiento espiritual que clérigos y laicos han ejercido con menores
de edad y adultos vulnerables. Un área particularmente delicada es el peligro de una sutil
o abierta manipulación de la conciencia de la otra persona. Cf. Larry Yévenes: Hacia un
acompañamiento espiritual maduro y responsable, Mensaje No 599 (junio 2011), pp.23-24.

30
“Servir al mismo Señor de todos”

objetivo. Este es un tema profundamente espiritual, ya


que implica la confianza en que el verdadero protagonista
de la maduración del acompañado es el Espíritu Santo
que habita en los corazones de sus fieles.

Tampoco podemos pasar por alto el tema del mal


manejo de los límites afectivos que siempre deben
estar presentes en una relación de acompañamiento.
La intimidad que se genera en el diálogo puede llevar
a cualquiera de los involucrados a una experiencia de
enamoramiento o a una dinámica de seducción que
subyace en la erotización del vínculo. Ya es un triunfo
el poder percatarse que se está cayendo en una suerte
de encantamiento, pero ciertamente resulta fundamental
buscar ayuda en un tercero cuando se perciben
las primeras señales de que la relación comienza a
desvirtuarse.

Finalmente, una palabra sobre los límites


profesionales. Un acompañamiento responsable supone
que se poseen habilidades para cumplir este rol, que
se ha recibido la formación suficiente para ejercer
este ministerio y que se deriva a otros profesionales
(psicólogos, psiquiatras, abogados, etc.) cuando las
dinámicas presentadas por la persona acompañada
superen las competencias de quien acompaña. No basta
con la pura buena voluntad: se requiere tener claridad
sobre los efectos que nuestras acciones u omisiones
pueden potencialmente acarrear para la persona que
solicita nuestra ayuda.

31
“Servir al mismo Señor de todos”

4.2. Transferencias y contratransferencias.


Gracias a la ayuda de la psicología, hoy somos
más conscientes de las reacciones de transferencia
que pueden emerger en toda relación de ayuda. De
manera inconsciente, en el acompañado se produce una
evocación, una repetición - con el acompañante como
protagonista - de los sentimientos de apego o rechazo
que tuvo hacia figuras relevantes de su pasado. Hay
señales ambivalentes en el acompañado que no podemos
pasar por alto, como, por ejemplo, un interés intenso
por los detalles de la vida del acompañante o preguntas
personales que poco tienen que ver con el tema del
acompañamiento (transferencia positiva), o muestras
de distancia emocional, frialdad, rabia o hastío cuando
se habla con el acompañante (transferencia negativa).
En cualquier caso, son obstáculos o interferencias en
la acción inmediata del Creador con la creatura. Y
necesitamos recibir formación para reconocerlas y no
reaccionar de manera contraproducente cuando se
presenten (a la defensiva o satisfaciendo lo que se busca
inconscientemente).

El acompañante también experimenta sentimientos


cuando acompaña. Sin embargo, no todas sus reacciones
de afecto, calidez, rabia o impotencia pueden ser
leídas como contratransferenciales. Cuando, al
escuchar, interpreta y aconseja de manera demasiado
marcada desde la propia vivencia, esa reacción se
llama proyección. Esas reacciones emocionales pasan
a ser contratransferenciales cuando son intensas y
desproporcionadas y tienen que ver con aspectos no

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“Servir al mismo Señor de todos”

resueltos vinculados a figuras de autoridad de los


primeros años de vida del acompañante. Un aspecto
especialmente relevante de elaborar es el relativo
a la omnipotencia, dada la naturaleza del vínculo
acompañante-acompañado y al potencial distorsionador
de creerse capaz de abordar todas las temáticas con
destreza y de no mirar sus aspectos menos logrados de
personalidad o de historia personal.

En comparación a la terapia psicoanalítica, los


acompañantes espirituales normalmente se encuentran
con sus acompañados cada tres o cuatro semanas. Por
ello, es menos probable que tanto el acompañante
como el acompañado experimenten la profundidad
y la intensidad de las reacciones emocionales de la
transferencia y la contratransferencia. Pero este hecho no
nos debe llevar a minusvalorar su potencial distractor
del verdadero objetivo del acompañamiento: que la
persona acompañada cultive una relación de amistad
directa y profunda con Dios28.

28 Cf. William A. Barry y William J. Connolly, “Dificultades en la relación entre el director y


el dirigido”, op.cit., pp.219-243
29 Cf. William A. Barry: “Transference, resistance and the drama of the Exercises”, The Way.
Vol. 42, Number 3 (July 2003), pp. 57-68. En este texto, el autor subraya que el acompañante
que recibe supervisión no tiene que revelar nada del ejercitante a su supervisor, sino tan sólo
hablar de la incomodidad que siente o experimenta al acompañarlo en la experiencia.

33
“Servir al mismo Señor de todos”

4.3. Supervisión.
En el mundo de la psicoterapia se desarrolló el
concepto de supervisión cuando se comprendió que
toda la persona del terapeuta se transforma en vehículo
de sanación o de daño para la persona que solicita su
ayuda. La supervisión no se centra en los pacientes
sino en los terapeutas mismos, en las experiencias o
sentimientos suyos que emergen cuando interactúan
con los pacientes. De modo análogo, a los acompañantes
espirituales nos resulta muy beneficioso poder dialogar
con un profesional sobre nuestras dinámicas psicológicas,
especialmente aquellas que se van transformando
en interferencia para una ayuda efectiva de nuestros
acompañados. Un área particularmente sensible puede
ser la propia imagen de Dios o los conflictos en la
relación con el Señor, los que ciertamente afectan las
intervenciones que se hagan en el acompañamiento,
máxime cuando se es poco consciente del influjo de estas
dinámicas en el servicio que buscamos dar29.

Hemos reservado este tema de la supervisión


para el final de nuestras consideraciones porque
estimamos que es un punto débil en la práctica actual
del acompañamiento espiritual. En muchos lugares del
mundo se desconoce su valor, no se cuenta con personas
preparadas para realizar este apoyo o, sencillamente,
no se ha tomado el peso real que tienen las reacciones
emocionales del acompañante en el fruto final del
proceso de acompañamiento. Contar con esta ayuda,
lo creemos con convicción, nos puede reportar el gran
beneficio de ser mejores instrumentos en las manos de
Dios.

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