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EL CIRCUITO DE LA PULSIÓN EN LA COMPRENSIÓN DE LOS TRASTORNOS DEL

ESPECTRO AUTISTA. LA VIDA COMIENZA CUANDO EMPIEZA LA MIRADA.

NORA WOSCOBOINIK DE SCHEIMBERG

El término AUTISMO –del griego auto, “si mismo”- fue introducido por Bleuler en 1911
para designar la pérdida de contacto con la realidad en los enfermos adultos
esquizofrénicos con la consecuencia de una gran dificultad en la comunicación. Más
tarde, otros autores también describen al autismo como un síntoma de la esquizofrenia
infantil.
En 1943 Leo Kanner designa como “autismo infantil precoz” un cuadro clínico diferente de
la esquizofrenia infantil caracterizado por una incapacidad del niño, desde el nacimiento,
de establecer contactos afectivos con su entorno.
Las patologías del espectro autista son una de las más graves que afectan el
desarrollo psíquico de los niños. Se caracterizan por una alteración cualitativa de
 las interacciones sociales y de la comunicación,
 acompañada por comportamientos estereotipados, restringidos y repetitivos
de las actividades psicomotoras. Estos síndromes generan discapacidades que
afectaran a la persona a lo largo de toda su vida.
A pesar de las discusiones que se plantean en cuanto a la etiología, hoy existe una
postura compartida: el diagnóstico temprano y la intervención precoz son vitales
para el futuro desarrollo del niño.
Según los criterios de la OMS, el diagnóstico de autismo puede ser establecido con
certeza a la edad de 3 años. Sin embargo, en la práctica, el autismo se diagnostica
tardíamente, por lo general cuando el niño se escolariza.
Los trabajos de Baron-Cohen permitieron establecer la existencia de signos precursores
de autismo y de trastornos graves de la comunicación a partir de los 18 meses de edad a
través de un cuestionario: el Checklist for Autism in Toddlers (CHAT).
Investigaciones recientes sugieren que es posible una evolución favorable de casos
de autismo cuando se realiza una intervención terapéutica temprana, gracias a su
diagnóstico precoz.
Una de las mayores dificultades para el diagnóstico del autismo es la ausencia de
especificidad de ciertos signos.

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La asociación de dos signos fácilmente identificables en la consulta pediátrica a partir del
cuarto mes de vida podría anticipar una evolución hacia dichos trastornos. Estos signos
son:
1. Ausencia de mirada entre el bebé y su madre (o sustituto) , especialmente
cuando la madre parece no darse cuenta de esta situación.
2. Falla en el circuito completo de la pulsión  el tercer tiempo de circuito de la
pulsión no se instala, lo cual se manifiesta en la incapacidad de bebé para
buscar y provocar el contacto con la madre. Se percibe indiferencia y falta de
placer del bebé en la relación con el otro.

La mirada

Con respecto al primer signo, es necesario distinguir la mirada de la visión. La VISIÓN es


la función de un órgano, la MIRADA es una función psíquica, que abre a la temática
de la representación.
La clínica de la mirada es central en el primer año de vida. No solo porque su ausencia
constituye el signo que caracteriza y define las patologías graves de la comunicación sino
también porque la instauración de la mirada en el sentido del “acceso a lo especular”
constituye el umbral del mundo de lo visible.
Del acceso a lo especular depende el reconocimiento de la imagen de sí mismo, que
Lacan describió en el estadio del espejo. Momento fundante en el que la anticipación
visual de la propia inmadurez motora preside la constitución de la imagen del propio
cuerpo. El conjunto de las adquisiciones del desarrollo psicomotor depende de la
imagen del cuerpo, es decir, de una construcción psíquica.

Los trastornos autistas

Freud pone en evidencia la diferencia que existe entre la satisfacción del deseo y la
satisfacción de la necesidad, y elabora la teoría del apuntalamiento: la satisfacción de
la pulsión se logra apuntalándose en la satisfacción de la necesidad sin
confundirse nunca con ella.
Sabemos que la satisfacción de la pulsión solo se obtiene dentro del marco de la
relación con el Otro, mediando la vivencia de ser un objeto satisfactorio para el
Otro. Es lo que Lacan llamó al tercer tiempo del circuito de la pulsión y que nos sirvió
de base para elaborar el segundo signo de alarma, precursor de una posible evolución
hacia los trastornos graves de la comunicación y del espectro autista.

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Según Freud, el circuito de la pulsión se desarrolla en tres tiempos lógicos. Si tomamos
como ejemplo la pulsión oral:
- 1° tiempo  es activo; el bebé va hacia el seno o la mamadera que lo alimenta
(“tiempo del comer”).
- 2º tiempo  es reflexivo. El bebé se autosatisface oralmente con su pulgar o con
un chupete (“tiempo del comerse”).
- 3° tiempo  es pasivo. Se completa la satisfacción pulsional cuando el bebé se
ofrece como objeto de placer de su madre (o sustituto) y se satisface por el placer
que él procura en el otro (tiempo del “hacerse comer” por el otro).
Este tercer tiempo del circuito de la pulsión falla en los bebés con riesgo de una evolución
hacia alteraciones severas de la comunicación. Sobre todo si está asociado con la
ausencia de contacto con la mirada.
Este tercer tiempo Lacan lo denominó el tiempo del “hacerse” (diferenciándose de Freud,
que lo consideraba “pasivo”). Si los bebés sienten un gran placer “haciéndose” comer por
una madre evidentemente maravillada, no es el caso de los bebés futuros autistas. Dichos
bebés no “se hacen” comer, ni mirar, ni escuchar.
Retomando al Freud del Proyecto de psicología (1898), Lacan propone que al instalarse
el tercer tiempo de la pulsión, algo de la representación del deseo se va a inscribir
en el polo alucinatorio de la satisfacción primaria. Se inscriben no solo huellas del otro
semejante sino también algo del placer de ese otro. Cuando el bebé se encuentra
solamente con el chupete y alucina, una carga es enviada al polo de satisfacción y la
representación de deseo se reactualiza. En el caso de la pulsión oral podemos decir que,
en la experiencia alucinatoria de satisfacción, el bebé reencuentra también al placer del
otro.
Ann Fernald, una de las fundadoras de la psicolingüística, demostró en los recién nacidos
una apetencia oral exacerbada por una forma particular de la palabra materna llamada
“motherese” en inglés. Esta forma de “idioma” presenta una serie de características
específicas a nivel gramatical, de la puntuación y de la prosodia. Sorpresa y risa son las
características de la prosodia materna de la cual el bebé se muestra tan apetente. Desde
el nacimiento y antes de toda experiencia de satisfacción alimentaria, el bebé tiene un
extraordinario apetito por el placer que la vista de presencia provoca en la madre.
Intentará hacerse objeto de la mirada de la madre, en la cual podrá encontrarse con la
investidura de la que es objeto idealizado. Con la sorpresa y la risa estamos en el tercer
tiempo del circuito de la pulsión.

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En los videos familiares, los bebés, que más tarde desarrollaron una patología del
espectro autista, se observó que podían responder a la estimulación de los padres en
edades muy tempranas (protoconversación), pero son totalmente incapaces de tomar la
iniciativa, de iniciar el intercambio con el otro. En la situación en que el adulto cesa la
estimulación del bebé, este parece ausentarse completamente de la relación. En ningún
momento trata de captar nuevamente la atención del adulto. Este es el momento crítico en
el que un diagnóstico precoz permitiría una intervención más temprana con muchas más
probabilidades de revertir la situación y la instalación de un trastorno del espectro autista.

Ver caso clínico pag. 620 a 623.

El trabajo del analista con niños autistas se efectúa en sentido inverso al de la cura
analítica clásica: el objetivo del analista no es interpretar los fantasmas de un sujeto del
inconsciente ya constituido sino de permitir a un tal sujeto que advenga. El analista se
hace “interprete” en el sentido de traductor de una lengua extranjera, tanto del niño como
de sus padres. Muchas veces las conductas estereotipadas y las reacciones
paradójicas de estos niños desorganizan a los padres. Este trabajo de traductor va a
permitir al padre y/o la madre mirar al niño de otra manera; recuperar la ilusión
anticipatoria descripta por Winnicott: escuchar una significación allí donde solo hay una
masa sonora.
Muchas veces esta capacidad materna parece opacarse o perderse, lo que puede ser
causa o consecuencia de los trastornos del niño. Un bebé que no llama, que no
contesta, que no mira puede desorganizar completamente a su madre, y de este
modo se instala un círculo que hay que romper.
Cuando un analista decide tratar a un niño autista, su apuesta fuerte es que toda
producción del niño, ya sea gestual, gráfica o verbal, posee un valor significante.
Es indudable que el trabajo del analista con su contratransferencia es indispensable para
poder ocupar los lugares a los que el análisis de niños con trastornos del espectro autista
los convoca.
Gracias al trabajo terapéutico con la madre y el niño, la madre puede recuperar la
mirada que le permite al bebé devenir un sujeto con una imagen del cuerpo
unificada y no desmembrada; un sujeto capaz de relacionarse con sus semejantes.

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