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611-625
Las patologías del espectro autista son unas de las más graves que
afectan el desarrollo psíquico de los niños. Se caracterizan por una alte-
ración cualitativa de las interacciones sociales y de la comunicación, acom-
pañada por comportamientos estereotipados, restringidos y repetitivos
de las actividades psicomotoras. Estos síndromes generan discapacida-
des que afectarán a la persona a lo largo de toda su vida. Conviene ha-
blar de “autismos” en plural o de “espectro autista”, más que de autismo
en singular, en vista de la heterogeneidad de esta patología.
Además, pensamos que el término “autismo” tiene que ser reconsi-
derado, ya que por un lado, Bleuler lo utilizó como “la evasión de la re-
alidad”, lo que supone que hay una inscripción previa de la realidad; y
por otro lado, se denomina a un “síndrome” con un síntoma, que no siem-
pre está presente. Podríamos hablar entonces de autismo (síndrome)
sin autismo (síntoma).
La etiología de las patologías del espectro autista todavía no ha sido
demostrada cabalmente y ninguna de las hipótesis propuestas tiene
consenso unánime de los estudiosos y profesionales. Muchos autores
acuerdan hoy en pensar en un modelo multifactorial.
Las investigaciones genéticas no han podido poner en franca evi-
dencia una anomalía susceptible de dar cuenta del autismo como en-
fermedad hereditaria. Pero si se confirma la existencia de un factor
de “vulnerabilidad”, esto impone más responsabilidad todavía en
nuestro trabajo como analistas. Nuevos modelos se desarrollan en
cuanto a la relación que existe entre el genoma y el entorno. En el
Congreso Mundial de la WAIMH en Montreal, 2000, Peter Fonagy
mostró cómo los investigadores han arribado a la conclusión de que
el entorno puede influir, no en el contenido del genoma, pero sí en
su expresión. Es decir, el entorno es, sin duda, un elemento decisivo
para evitar la evolución hacia los trastornos del espectro autista.
Además, considerar la patología del espectro autista como un defecto
en el establecimiento del vínculo primario del bebé con el otro no
implica forzosamente suponer una etiología psicológica al origen de
las alteraciones.
A pesar de las discusiones que se plantean en cuanto a la etiología,
existe hoy una postura compartida: el diagnóstico temprano y la inter-
vención precoz son vitales para el futuro desarrollo del niño.
Según los criterios de la Organización Mundial de la Salud, el diag-
nóstico de autismo puede ser establecido con certeza a la edad de tres
años. Sin embargo, en la práctica, el autismo se diagnostica tardíamente,
por lo general cuando el niño se escolariza. Esto limita en forma dra-
mática las posibilidades de una intervención terapéutica eficaz (Lecou-
teur, 1989; Baron-Cohen, 1992).
La mirada
3 “Lo que el pediatra desconoce es que uno de sus roles fundamentales es prevenir
la salud mental de los niños” (D. W. Winnicott).
4 Lacan, J. “El estado del espejo como formador de la función del yo”. En: Escritos,
París, Seuil, 1966.
5 Soulé, M. La connaissance de l’enfant par la psychanalyse. París, PUF, 1970.
8 Winnicott, D. W. “El rol de espejo de la madre en el desarrollo del niño”. En: Re-
alidad y juego. Buenos Aires, Galerna, 1972.
jeto en el lenguaje solo se instala en una relación del sujeto con el Otro,
ese Otro indispensable de la relación, ya que el circuito de la pulsión
invocante se cierra para volver a empezar en el “‘hacerse escuchar’ por
otro de carne y hueso que confirma el llamado”.16
Halimatá es la cuarta de siete hijos. La mayor muere a los dos años
en África, cuando la mamá tenía 16 años. Halimatá es concebida dos
meses después de un aborto terapéutico (embarazo avanzado de melli-
zos). Padre y madre son de origen africano y pertenecen a la misma fa-
milia de origen. La madre llama a su marido “mi tío”. El idioma utili-
zado en la casa es el dialecto peuhl, que todos hablan corrientemente.
A pesar de estar instalados en París desde hace más de seis años, el
francés todavía es un poco rudimentario.
Vienen a la consulta porque Halimatá presenta un retraso impor-
tante en su desarrollo. No habla, es indiferente a los demás, no responde
cuando se la solicita; durante mucho tiempo pensaron que era sorda.
El psiquiatra consultante acerca el diagnóstico de autismo y le pro-
pone a la madre una terapia tres veces por semana. Cada sesión voy a
trabajar 30 minutos con Halimatá sola y 30 minutos haré un trabajo
vincular con la madre o el padre.
Halimatá tiene cinco años cuando la veo por primera vez. Mira la
luz y los objetos del consultorio. Indiferente a mi presencia, toma la
mamadera de juguete y se la pone en la boca diciendo “tiquitiquitiqui-
tiqui…”. Le digo “Hummm… ¿está rico?”
Halimatá acerca su mano a su rostro pero no se toca. Le digo: “¿Las
caricias?... Tan rico como la leche…”, y acaricio mi rostro. Halimatá se
acerca y se toca el rostro. Pero su mirada no se cruza con la mía, parece
muy lejana… como siderada por el contacto conmigo.
Halimatá es la única de los hermanos que tiene un apodo “francés”,
los demás tienen uno “africano”. Es la única también que no muestra
las marcas típicas de su grupo étnico (los peuhls). La madre me explica
que Halimatá “tiene la piel dura… no se deja marcar”. Lo que significa
que no recibió las marcas necesarias para ser reconocida como perte-
neciente a su cultura y a su grupo étnico.
(Esto merece una aclaración: habiendo nacido en Francia, a diferen-
cia de sus hermanas mujeres, no le habían practicado otra marca fun-
damental de su grupo étnico: la ablación del clítoris. Esta práctica,
prohibida en Francia, es indispensable para que una mujer sea recono-
cida como tal por los peulhs. Su madre no quiso someterla a esta “mu-
tilación” en condiciones sanitarias dudosas).
Como si algo hubiese impedido la operación de esos “cortes” necesa-
rios para que un sujeto pueda advenir en su cultura, para que Halimatá
pueda tener un lugar en el mundo de los humanos. Halimatá era un
ser sin mirada, sin lenguaje, sin voz. Sin ningún lazo con los otros.
El “tiquitiquitiquitiqui…” de la primera sesión se repitió infinidad de
veces, en cada encuentro, sin que la madre o el padre pudieran escuchar,
a pesar de mis preguntas repetidas y reiteradas, otra cosa que un ruido
sin significación. Ni en el dialecto peuhl, ni en senegalés, ni en francés.
Al cabo de algunos meses, convencida de que Halimatá nos estaba
diciendo algo con ese “ruido” que insistía y se repetía incesantemente,
decido proponerle una significación operando “un corte” en el intermi-
nable tiquitiquitiquitiqui. Delante de la madre, le pregunto en francés:
“T’es qui?… T’es qui?… T’es qui?” (¿Quién sos?).
¡Cuál no sería mi sorpresa cuando la madre, luego de mi interven-
ción, pudo ella misma ejercer un corte significante y dar un sentido a
las palabras de su hija! ¡Y qué sentido! Me mira y dice: “‘Tiqui’ en mi
lengua materna quiere decir ‘triste’, ‘no estoy contenta’”…
Sin ocultar todo mi asombro y mi sorpresa, le digo a Halimatá que
tenemos que hablar de la tristeza. Empiezo a decir “tiqui” con una en-
tonación que, para mí, quiere decir “estoy triste”. Dibujo al mismo tiempo
unas caritas con la boca “triste”. Halimatá comienza entonces a dibu-
jar caritas diciendo: “Tiqui hahaha”. Yo traduzco: “Tiqui Halimatá”. Y
asocio la tristeza con todos los sucesos “tristes” que me contó la mamá
a lo largo de todos estos meses: la muerte de la hermanita mayor, la
muerte de su abuelo materno cuando la madre era aún bebé, el aborto
de los mellizos antes de la concepción de Halimatá…
A partir de ese momento se abre para ella un nuevo mundo: la posi-
bilidad de comunicar a través de la palabra y del dibujo:
Bibliografía