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¡Llegó Pacheco!

A petición de Mahe, mi corresponsal en Puerto La Cruz, quien aun no


se decide a iniciar su blog,les contare sobre una tradición caraqueña
que ha perdurado a pesar de los años y el "modernismo", se trata de la
llegada de Pacheco, ese friito que hace que las noches de Caracas se
refresquen y nos permite vestir algunas prendas que el resto del año
no se pueden usar.

El pacheco como suele saludar cariñosamente el caraqueño al frió en


Navidad tiene su historia en tiempos lejanos, cuando un campesino
llamado Pacheco bajaba desde Galipán con sus burros cargados de
flores.

Pacheco era originario de Galipán comunidad del cerro Avila desde la


que se ve el mar. Desde la época de la colonia, cuando para llegar a
Caracas desde el puerto de La Guaira había que cruzar el Ávila, en
Galipán había posadas donde los viajeros descansaban del largo viaje
en mula hasta Caracas. En ese pueblo se inicio también el sembrado
de diversas flores ya que por el clima estas se daban muy bien, con el
tiempo se hicieron famosos los muy nombrados “claveles de Galipán”
que aun ahora son reconocidos por su color y su aroma.
A Pacheco no le gustaba mucho Caracas y aun menos La Guaira ya
que aparentemente detestaba el calor, es así que solo bajaba a la
ciudad cuando en la montaña empezaba a hacer mas frío ya que de
esta manera sabia que Caracas estaría también más fresca. Pacheco
llegaba a Caracas por el Camino de los Españoles y entraba por la
Puerta de Caracas en La Pastora, vendía sus flores frente a la famosa
Iglesia de esa zona

y descansaba de su difícil viaje,


de esta manera la gente comenzó a asociar la llegada del vendedor de
flores con la época más fría, desde Noviembre hasta Enero. Después
de haber descansado seguía su viaje hasta el Mercado de las Flores
de San Jose ( el cual aun existe) donde junto a otros galipaneros
terminaba de vender sus productos. De esta manera subía y bajaba
con sus burros y sus flores tres veces a la semana hasta casi el final
de Enero cuando hacia el ultimo viaje y no regresaba hasta el
siguiente Noviembre de de esta manera por muchos años hasta que
un año la gente noto que no regresaba.
Es por esto que hasta el momento actual se dice que " ya siente el
pacheco", "llegó pacheco", "este año esta fuerte el pacheco".
En la Navidad del año pasado entre las decoraciones modernistas que
se vieron en Caracas destacaron las dedicadas a Pacheco y sus flores
en la Autopista Francisco Fajardo.
Cuento popular. 
Versión de Celia ALviarez.

La vida y el camino lo trajeron a este estrecho.


Pacheco era un hombre bueno, querendón y de
amistad eterna. Vivía internado en la montaña,
en un pueblo lleno de flores y gente hacendosa
llamado Galipán, donde sembraban los más
hermosos claveles, las yerbas más olorosas y las
más grandes legumbres para venderlas en el
mercado de la capital. Tal vez por eso no le
gustaba mucho el ruido citadino: las carretas a
caballo recorriendo la ciudad de arriba abajo, los
pregoneros anunciando las nuevas noticias ,
gente que viene y que va, vestida para misa,
para trabajo, para la hacienda. 

Pacheco trabajaba en el mercado. Todos los días


descendía el cerro de madrugada, todavía a
oscuras, con su carretón lleno de flores bonitas,
frutas y verduras frescas para venderlas abajo, al
pie de la montaña, en el gran valle de Caracas.
Todos los días, Pacheco surcaba el monte a
través de ese pequeño camino lleno de leyendas
y mágicas historias. Se decía que por allí
entraron los primeros españoles a Caracas, y que
construyeron ese caminito de piedra a punta de
sudor y espada, luchando constantemente contra
los feroces indios caribes que poblaron la
montaña desde tiempos inmemoriales. Se decía
también que sus espíritus rondaban los caminos
todavía, y que se habían convertido en parte del
gran espíritu de la montaña, tal como le sucedía
a todo el que se atreviese a desafiar el poder de
la Naturaleza en éste, su inmenso palacio
vegetal. A Pacheco poco le importaba esta sarta
de palabras y cuentos tenebrosos, total, hacía
años, desde que era un muchacho todavía,
habían aprendido su mula y él cada una de las
piedras, árboles y senderos que hacían parte del
cerro. Nadie como él para ubicar las yerbas
medicinales que la montaña escondía, para
reconocer el sonido de cada pájaro, cada culebra,
cada viento rozando el follaje de los árboles.
Pacheco pensaba para sí que él mismo era parte
de esa montaña azulada y altiva que se
levantaba entre el mar y el valle caraqueño, y no
se equivocaba, pues, en su pensar, por ello
estaba ahora en ese punto frío y desconocido del
camino, con su mula a un lado y la neblina
penetrándole hasta los mismos huesos.

Las gentes de Caracas, muy alegres y


populacheras, conocían a Pacheco desde que
tenían memoria. Les parecía un personaje mítico,
de leyenda, lo imaginaban bajar como navegando
entre la bruma mañanera hasta la ciudad, para
traer cual Mesías el sustento que a diario
utilizaban las amas de casa para servir las mesas
capitalinas. Él llegaba junto al sol, con su
inmensa capa de cuero y su sombrero de ala
larga, las barbas grisáceas hasta el cuello, y una
eterna mirada sonriente. Toda Caracas conocía a
éste personaje, y en las mañanas frías de
Navidad, no había quien no se preguntase: “Y si
aquí está así de frío... ¡¿Cómo estará Pacheco?!.
Frase que de tanto usar, se había vuelto ya un
refrán.

Pacheco caminaba lentamente el camino de


piedra, intentando ubicar alguna imagen
conocida, algún árbol, follaje, ladera, que lo
sacaran de la duda que ahora le albergaba.
Caminaba despacio, peleando con la mula que ya
no quería andar más, y enceguecido por la bruma
de la niebla espesa que cubría el sendero.
Pacheco se hallaba perdido en su montaña, sin
tiempo y sin espacio, sin paisaje alguno que
orientara sus pasos. Frente a sí, apareció de
pronto un largo y estrecho camino que subía
hasta perderse de vista. Consciente de no haber
entrado nunca a éste paraje, y a sabiendas de
que ya ese día no podría llegar a su destino,
decidió desatar la carreta que arrastraba su
mulita fiel, dejarla al pie del cerro, y seguir sin el
peso habitual. La mula agradeció el gesto y
ambos tomaron el rumbo que la montaña
invitaba a seguir. Caminando y caminando,
llegaron después de mucho a un claro en medio
del monte. Nada rodeaba sus cuerpos más que
bruma y vegetación. Era primero de Diciembre. 

.-Pacheco.... Pacheco....- Oyó de pronto una voz


honda, lejana.

Asustado, tomó su mula y volteóse para bajar


rápidamente el sendero que lo llevó allí, pero ya
no había nada más que niebla a sus espaldas.

.-No temas Pacheco.- se oyó nuevamente la voz


femenina y envolvente, como si saliera de todas
partes y de ninguna a la vez.- Soy el espítiru de
la montaña. Es momento de que vengas
conmigo. Eres mi fiel amigo, Pacheco, me haz
acompañado desde que naciste, me conoces
mejor que nadie y haz vivido para serme fiel y
cuidar de mis rutas y secretos. De ahora en
adelante formarás parte de mí para siempre,
serás el señor de la neblina, y como haz hecho
cada día de tu vida, bajarás desde muy temprano
y bañarás todas las mañanas con tu frío y tu
humedad a mi hermano, el Valle de Caracas.
Todos te conocerán y te llamarán por tu nombre,
serás leyenda y cada Navidad recordarás a los
Caraqueños que yo soy la Naturaleza, reina
inmortal de ésta montaña. Aprenderán a través
de ti a cuidarme, quererme y respetarme como
tú lo haz hecho toda tu vida.

Pacheco ya no tenía miedo. Sabía que era éste su


destino y que nada le haría más feliz que hacerse
uno solo con su cerro adorado. Poco a poco, su
cuerpo y el de su mula se fueron volviendo
niebla, se unieron a la montaña y bajaron como
una gran nube desde el follaje montaraz hasta la
ciudad de Caracas. Todo el mundo se preguntaba
el por qué de este sabroso frío repentino y ese
rocío templado que rodeaba todas las cosas....
- Y si aquí está así de frío... ¿Cómo estará
Pacheco?... murmuraba la gente del mercado, un
poco extrañada de no verlo salir de la montaña
con su carreta.

De Pacheco sólo encontraron la carreta en mitad


del camino que conducía a la capital. Ni rastro de
sus huellas ni las de su mula; un monte espeso
cubriendo todos los bordes del camino. Desde
entonces, se cuenta esta historia en el pueblo de
Galipán, y el refrán caraqueño poco a poco fue
dándole forma a lo que ahora es el Pacheco de
Navidad: cada primero de Diciembre, al
levantarse esa espesa nube que baja y cubre la
Ciudad de Caracas, todos reconocemos en ella al
eterno personaje que se unió a la montaña, y
ahora decimos con alegría decembrina: ... Ahí
viene Pacheco... Ya llegó Pacheco... recordando
su historia y mirando con respeto hacia la
montaña que se fundió con él: El Ávila, la sultana
de Caracas.

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