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Atlas Cartográfico de Caracas

Fascículo N° 69
En Candelaria se fiaba y se daba ñapa
A inicios del Siglo XVIII un nuevo barrio de isleños canarios, se funda al
este de la ciudad, se trata de La Candelaria, el cual albergó gran parte
de los inmigrantes que se dedicaron a realizar las labores que
despreciaban los “Mantuanos”, o blancos originarios, hijos de los
descendientes de los conquistadores y que solo eran llevadas a cabo
por los “blancos de orilla”.
Los isleños al llegar a Caracas seleccionaron a la Candelaria para vivir
y realizar las tareas que los mantuanos despreciaban entre ellas el
comercio al detal y así se inicia el relato de Miguel Rodríguez mejor
conocido por sus vecinos como “Ño Miguelacho”, oriundo de las Islas
Canarias, el cual atendía a la pulpería más popular de la ciudad.

Ño Miguelacho y su hijo
Estaba casado con Doña Paca, quien deseaba figurar en sociedad.
“Debes acercarte al Gobernador, para que te dé un puesto, Miguel. No
vas a pasar la vida entera despachando manteca y papelón detrás de
un mostrador” –expresaba su mujer.
A Ño Miguelacho los mantuanos no lo admitían dentro de los círculos
sociales por ser de dudosa procedencia, carente de hidalguía, prosapia
y distinción.

Los mantuanos caraqueños no admitían a los inmigrantes canarios


Los isleños no ostentaban casi nunca títulos de Capitanes,
Encomenderos, Intendentes o Gobernadores territoriales. Eran
particularmente trabajadores (simples obreros, campesinos y
artesanos) los descendientes de los casi mitológicos gigantes de la
Atlántida, (de esos famosos guanches anteriores a la Conquista de
Europa) los mismos que se aventuraron en busca de la ofuscante
riqueza de la América recién descubierta, vinieron en son de trabajo
armados en lo exclusivo de su buena fe y de extraordinaria fortaleza
física…. Y para sede buscaron en Caracas un sitio apropiado y para que
los protegiera trajeron a su Virgen Patrona de las Islas Canarias
entronizada en la Parroquia elegida: Candelaria.

Virgen de La Candelaria
Ño Miguelacho pertenecía a la clase que en su tiempo se llamó “plebe”
y que de “real” sólo tuvo su comportamiento, su presencia era tal cual,
a los pulperos de antaño, con unos pantalones de brega, una franela
llena de mugre y unos bigotes lisos por el constante manoseo.
Con todos esos vilipendios, el oriundo de las Islas Canarias, continuaba
imperturbable despachando en su bodega donde fiaba la mercancía a
los vecinos de escasos recursos y de paso les daba ñapas de papelón,
de queso u otros víveres de su pulpería.

Ilustración de bodeguero entregándole una ñapa a una niña por su


compra
Lo cierto es que Ño Miguelacho, según la leyenda, durante los días de
semana, mientras estaba detrás del mostrador era informal en su vestir;
en cambio, en la tarde dominical, cerraba las puertas del negocio, vestía
un traje formal y se paraba en la esquina a saludar a sus amigos que
eran todos sus vecinos.

Los pobladores de Caracas en traje dominguero


Personaje exhibiendo su traje dominguero y fumando un habano
Un domingo en El Valle de 1900
A continuación, detallarán algunas de las personas que integran el
grupo en su traje dominical.
Es de suponer desde luego que era popular y ampliamente conocido en
toda la ciudad, aunque no fuera cien pasos más allá del punto donde
tenía establecido su negocio de comestibles y demás abarrotes. Bien
es sabido que en las pulperías de antaño se vendía todo lo incluido en
ramos generales.
En el Valle de Santiago de León, desde los días mismos en que la
ciudad se fundó, creció y con el tiempo adquirió la categoría de
Metrópoli, el pulpero más célebre y legendario, fue Ño Miguelacho. No
es necesario buscar la referencia en la crónica ya que su nombre quedó
en una esquina desde la época en que se fue formando esa especie de
nomenclatura caprichosa y pintoresca de bautizar las esquinas con los
nombres y distintivos de personas que allí vivieron o de eventos que
tuvieron real asiento.

Esquina de Miguelacho a una cuadra al sur de la Plaza Candelaria


Las esquinas de Caracas eran puntos geográficos privilegiados, donde
se construían edificios gubernamentales, casas de familias de renombre
o establecimientos para uso comercial, tales como pulperías, boticas,
panaderías, otras fueron sede de galleras y circos para corridas de
toros, como la Gallera de Socarrás y el Circo de Ño Ferrenquín.
Está claro también que Ño Miguelacho ha debido ser el percusor del
menudeo. Y en ese punto lo dejamos, ya que nos proponemos
ocuparnos de los pulperos del presente siglo, los mismos que quedaron
desplazados con la implantación de las casas de abastos. En la
actualidad no se consigue una pulpería de la era típica, ni siquiera en
las parroquias foráneas de Caracas.

Los Pulperos de Principio de Siglo


“Cuando Lucas Manzano y Melito Sánchez –amigos desde hace
sesenta años- y testigos de una época de gratos recuerdos, correteaban
por los lados del Puente de La Trinidad, los pulperos eran unos
“terciazos”. Todo lo vendían por “puyas”, y las compras corrientes eran
por un valor de una locha, medio o un real, cuando el despacho tenía
un importe mayor del bolívar y llegaba al fuerte, ya era para tomarla en
consideración. Basta decir, que con un centavo se adquiría dos cosas
al mismo tiempo.
Un Fuerte equivalente a 5 bolívares
Con una puya se compraba una sabrosa golosina o un pedazo de queso
y otro de papelón. La mantequilla de elaboración casera se detallaba de
dos centavos en adelante, servida en un platillo, y a la falta de éste, era
en papel de estraza. De allí seguramente surgió el refrán que denomina
las cosas breves o fugaces: “Eso es como dos de mantequilla en un
papel de estraza”.
Una arepa costaba un centavo y con una locha de queso podían
desayunarse varias personas. Y lo más pintoresco del caso, es que toda
compra de medio real en adelante, daba derecho a la ñapa
Quién comprara medio real de cambures tenía que pensar en ocupar
sus dos manos para llevarlos a casa.
Entre los buenos pulperos se contaba con Antonio Alfonzo que tenía su
pulpería en las cercanías de la Capilla de La Trinidad. Les fiaba hasta a
los escolares, los comerciantes más conocidos en este ramo eran los
hermanos Oropeza que tenían varios negocios en la Parroquia de San
José. Con ellos competía Antonio Pequio que tenía una pulpería en la
Esquina de Esperanza. Otro Pulpero muy conocido fe Manuel Calzadilla
que, si bien era un poco áspero con los muchachos de entonces, no por
eso dejaba de fiar a los clientes de su amistad.
Naturalmente que en esa época como en la actual, tenían más crédito
“los buena paga”. Para ese entonces los maestros de obra y los
artesanos en general, tenían siempre su crédito abierto, ya que
religiosamente pagaban o abonaban en cuenta todos los sábados. Lo
mismo hacían las familias vecinas buenas pagas que tuvieran la
necesidad de recurrir al fiao.
La forma de llevar las cuentas era sumamente original. No se anotaban
los pedidos acreditados en una libreta o libro, sino en la pared. Cada
raya era un real, y media raya un medio. Tal cosa era aceptada desde
luego por los clientes, y ello daba margen a que se apuntaran más rayas
de la que en realidad eran. Los pulperos ladrones apuntaban con
tenedor, y así al apuntar, en vez de una raya apuntaban cuatro. Pero
como todo el tiempo tiene su compensación, los pulperos también
tenían las de perder. Había clientes que, por amistad con el pulpero,
ellos mismos se despachaban. Y por si esto fuera poco, también se
daban lo vuelto. Como quiera que nunca faltan vivos, los que ahora se
llaman “avispaos” por la forma de aplicar la norma dentro de la
costumbre, surgió el dicho, que una vez lo expresa todo cuando se
refiere a esa persona - ¿Es un fulano de tal? “Ese se despacha y se da
lo vuelto”.
Travesura de muchachos
Los pulperos de la época que recordamos no usaban caja registradora
para contabilizar las ventas, utilizaban una gaveta de madera colocada
debajo del mostrador con departamento pequeño para centavos y
lochas y uno grande para las monedas de plata o billetes. Cuando este
departamento se llenaba, tiraban el dinero en un rincón. De allí lo
recogerá en su oportunidad Manuel Calzadilla era uno de los que tal
cosa acostumbraba. Así fue como un grupo de zagaletones se idearon
el método ingenioso para sustraerle las monedas.
Se proveyeron de una caña verada- liviana pero consistente, y una de
las puntas le ponían chicle. Mientras el pulpero estaba ocupado
despachando, dormía la siesta o simplemente se descuidaba, uno de
los del grupo metía la vara hasta donde estaba el montón de monedas.
Algunas de estas quedaban pegada al chicle. Luego se daban el gran
hartazgo de golosinas que iban desde “la conserva”, “La cojita” pasando
por el “majarete” hasta el suspiro o merengue que era lo más caro y
sabroso. Esta operación a punta de verada – que por cierto que al ser
descubiertos no tenían más castigo que una tremenda “pela”. No
pasaba a ser más que una ingeniosa travesura de muchachos.
Los Ramos Generales
Para definir lo que los ramos generales representan para las pulperías
es bueno explicar que allí no solo se vendían comestibles. Se vendían
también implementos de labranza, como chicuras, palas, picos,
machetes, entre otros, al igual que las enjalmas, cinchas y guruperas.
Caracas. Pulpería de Felipe Porras, en 1900, Av. Sur 5, Santa Rosalía
También se vendía aguardiente, era una regla que cada vez que llegaba
un arriero o un paisano y pedía un “cuarto” de caña blanca (“lavagallo”),
y se lo tornaba en un trago, teniendo siempre el cuidado de dejar un
poquito de la bebida, con ese resto hacía una cruz en el piso, así fuera
de cemento o de tierra. Era una manera de santiguarse. Esta costumbre
desapareció cuando las pulperías típicas fueron reemplazadas por las
casas de abastos.
Juan Bautista Arteaga combinaba la charcutería con el aceite y los
cocos, los cuales los exhibía en la parte inferior del mostrador
En Candelaria se inició la venta de delicateces y productos importados
A partir de entonces se utilizó la Caja Registradora, en vez de gavetas
de madera: El mostrador de metal o vidrio y el piso de mosaico o
cemento.

El Pulpero Poeta
Si de pulpero se trata, bueno es dedicarle un recuerdo al poeta Juan
España. Era distinto en porte, estilo y comportamiento. Tuvo su
establecimiento “en la vecina comunidad de El Valle”.
Nació en la población de Cúa el 5 de noviembre de 1878, hijo de José
María España e Isabel Delgado. Estudió su primaria en Cúa, en la
Escuela Unitaria con el maestro Dávila. En 1896, cuando el joven tiene
dieciocho años, decide trasladarse a El Valle, en las zonas aledañas a
Caracas. Para ese entonces era muy común que la gente del Tuy que
quería vivir cerca de Caracas, se mudara a esa Parroquia, por entonces
sólo un caserío.

El Valle en un mapa de 1934


El pueblo de El Valle en una vista aérea a mediados de la década de
1930
El Valle en 1932. Hacia el centro-derecha, se aprecia la torre de la
iglesia

Allí inauguró Juan España una humilde pulpería ese mismo año:
Bodega “La Equitativa”. Pronto la personalidad de Juan España
comenzó a atraer a los jóvenes bohemios de la capital, quienes
comenzaron a frecuentar cada vez la pulpería de este afable poeta
llegado de los Valles del Tuy, de Cúa específicamente, tierra hasta
entonces apenas imaginada por la mayoría de los caraqueños a través
de la obra narrativa de Rómulo Gallegos (principalmente en La
trepadora, de 1925, ambientada en las tierras de Charallave y Cúa). En
esa pulpería se hizo amigo de Francisco Pimentel “Job Pim”, Luis
Manuel Urbaneja Achelpohl, Pedro Mancera, Ramón González, Tomás
Rodríguez, Andrés Eloy Blanco, Rómulo Gallegos, y no dejarían de
visitarlo Pedro-Emilio Coll, Udón Pérez y tantos otros.
Francisco Pimentel (Job Pim)

Luis Manuel Urbaneja Achelpohl


Andrés Eloy Blanco

Rómulo Gallegos
Pedro Emilio Coll
Perteneció al grupo de poetas conocidos como los nativistas, en la
etapa que se denominó neo-romántica. Su pulpería en El Valle de la
Pascua Florida, como el mismo llamaba cariñosamente el pueblo, era
diariamente visitada por escritores, críticos literarios, poetas y literatos.
En El Valle vivían entonces el Doctor Jesús Semprún y el poeta J. B.
Arrechedera. Le visitaban Julio Morales Lara, Leoncio Martínez (Leo),
Francisco Pimentel (Job Pim); Rafael Michelena Fortoul, y paremos de
contar. Amigo íntimo del poeta España era el gran escritor costumbrista
Luís María Urbaneja Achelpohl.
Leoncio Martínez (Leo)
Lo cierto es que en la pulpería de Juan España se reunía una especie
de “Peña Literaria”, conformada por el Maestro José Antonio Calcaño,
Francisco Pimentel y José Rafael Pocaterra.

José Rafael Pocaterra


José Antonio Calcaño
Cuando Juan España dejó de ser pulpero, se dedicó a la política. A ello
lo obligó el fiado que se reflejó en las posibilidades económicas de su
negocio. Así desapareció del panorama vallero una estampa criolla de
este tipo de comercio que ya se ha borrado en el pasado: Las pulperías.
Juan España en su nueva profesión, la de político, fue Jefe Civil de
Petare y años más tarde, Diputado al Congreso Nacional por el Estado
Miranda. Así tenemos que fue el pulpero que también hizo historia en el
presente siglo.

El Poeta Juan España


El afán de estudio de Juan España, sus amplios conocimientos de
autodidacta y su sabiduría le sirvieron para ser envestido en 1935, al
morir Juan Vicente Gómez Gómez, con el cargo de Jefe Civil de Petare,
donde sólo duraría diez meses, pues luego ocupará el mismo cargo en
la Parroquia San Agustín. Allí trabaja durante nueve años, hasta 1945.
Una enfermedad lo vence definitivamente en plena mitad del siglo XX.
En su casa, rodeado de sus tres hijos (Josefina, Ligia y José María),
Juan España Delgado, seguidor declarado de Lazo Martí, fallece el 23
de abril de 1950, a la edad de 71 años. Ese mismo año, en Santa Teresa
del Tuy, se inaugura el Centro Social Cultural –hoy Casa Municipal de
la Cultura– “Juan España”, en homenaje póstumo al admirado poeta
tuyero.
La obra de Juan España ha sido incluida en las siguientes
antologías: Lecturas venezolanas (1930) de Mario Briceño Iragorry,
Antología de la Moderna Poesía Venezolana, Tomo II (1940) de Otto
D’Sola, El soneto en Venezuela (1962) de Pedro Pablo Paredes,
y Antología de poetas de los Valles del Tuy (2007) de Isaac Morales
Fernández.
Fuente:
Pedro Hernández C
Publicado en la Revista Venezuela Gráfica, 1962
Investigación y recopilación
Héctor Guevara

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