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P E N Í N S U L A
Norbert Bilbeny
Sócrates
El saber como ética
Norbert Bilbeny (Barcelona, 1953) es
profesor de Filosofía en la Universidad de
Barcelona. Después de dedicarse a la
investigación del pensamiento catalán, se
ha centrado en la filosofía moral y
política; en este terreno, se ocupa del
cambio al paradigma pluralista de la
acción. En relación con ello ha sido
invitado como investigador por las
universidades de Harvard y Berkeley y por
el CNRS de París. Sus dos últimas obras
son La revolución en la Ética (1997) y
Política sin Estado (1998). Ha obtenido los
premios Josep Pía y Anagrama de ensayo.
SÓCRATES
EL SABER COMO ÉTICA
Ediciones Península
Barcelona
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la exportación e importación de esos ejemplares para su
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Cronología II
8. E l autodominio 7 1
i i . La recuperación de la política 9 7
e p íl o g o . Eros e investigación 1 1 6
Bibliografía 1 2 7
índice de conceptos * 3 7
A X avier Rubert de Ventos
Eso es pues lo que yo aun todavía hoy ando
por ahí buscando y averiguando según la in
dicación del dios, así de mis conciudadanos
como también de los forasteros, con cual
quiera que creo que es inteligente y sabio; y
cada vez que se muestra que lo es, luego, acu
diendo en apoyo del dios, procedo a demos
trar que no es sabio ni inteligente. Conque,
por culpa de este negocio, resulta que ni me
ha quedado vagar para hacer nada digno de
mención en los asuntos públicos del Estado
ni tampoco en los privados de mi casa, sino
que me encuentro en una pobreza millonaria
por rendirle culto y servicio al dios.
, Apología de Sócrates, 23 b
p la t ó n
(traducción de A. García Calvo).
C R O N O L O G ÍA
Entre los años 471 y 469 antes de la era cristiana nace Sokra
tes en Atenas, hijo de la comadrona Fenarete y del escultor
Sofronisco. Es la época que sigue a las victorias de los ate
nienses sobre los persas en Maratón, Salamina y Platea y al
establecimiento de la Confederación de Délos, inicio del im
perio de Atenas y del colonialismo ático en la península grie
ga y mares colindantes. Rige en este momento Cimón, al
frente del partido militarista, mientras que Sófocles es acla
mado en los teatros. Hace poco han muerto los filósofos
Heráclito y Parménides. E l pensamiento florece todavía en
Elea, ahora con Zenón, pero Anaxágoras pronto llegará a
Atenas.
Sócrates aprende a leer y escribir, como era costumbre,
en su propio hogar. Al igual que otros jóvenes atenienses
asiste al gimnasio y toma lecciones de música en la palestra.
Se prepara en el oficio de su padre y parece interesado por la
geometría y la astronomía. Son los años del avance de P eri
cles y el partido democrático, que conlleva el traslado del te
soro común desde Délos hasta Atenas. E l nuevo gobierno
fija en el año 4 5 1 una ley de ciudadanía que restringe ésta a
los nacidos de atenienses. Cuando Sócrates tiene veinte
años, Eurípides ha estrenado sus primeras tragedias, se in i
cian las obras del Partenón y Fidias trabaja en el Zeus de
Olimpia. En lo político, se afianza la paz de Atenas con per
sas y espartanos. Pericles alcanza su máximo poder en G re-
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6. Ibid., 2 7 1C .
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go, hay que partir de esta condición para que de las meras
cosas podamos extraer objetos de conocimiento (óntd) y has
ta ideas que se expresan (legómena) y pueden ser útiles a fin
de transformar dicha realidad. Es lo que va a hacer la filoso
fía después del despertar significado por el diálogo socrático.
La clave inicial es reconocer el adormecimiento, el sueño de
una razón, sea pura o común, y confesar sin tapujos la propia
ignorancia.
¿Pero cómo puede alguien ser sabio e ignorante a la vez?
¿No es ésta una contradicción impropia de quien enseña
nada menos que a pensar? N os hallamos ante la primera y
más célebre paradoja socrática: saberse ignorante.7 Pero no
es una afirmación disparatada. E l filósofo es un maestro pre-
guntador y está acostumbrado a usar su sentido de la igno
rancia en beneficio del diálogo y con una doble intención,
que nada tiene de extraño para los que le conocen bien. Por
una parte hay una mención textual y directa de la propia ig
norancia en cuanto se proclama la limitación del saber per
sonal y del saber humano en general. Por otra parte se hace
un uso irónico e indirecto de ella como recurso— puro fingi
miento de lo que es además verdad— para destapar y hacer
admitir también la ignorancia del contrario. N o hay incom
patibilidad entre ambos usos, y más si se tiene en cuenta que
ese saber limitado que fuerza a descubrir la filosofía se refie
re muy especialmente al saber de los asuntos humanos, las
prágmata, del que nadie puede proclamarse un experto. E l fi
lósofo hace dos usos también del conocimiento, el que apor
ta «conocimientos» y nos iguala, y aquel que se refiere, m e
jor, a las «experiencias» de la vida, la sabiduría moral, en
suma, que nos diferencia, y más que a otros al filósofo. Tras
todo lo cual, decir que sólo se sabe que no se sabe nada, que
la filosofía, en particular, es una ignorancia que se sabe a ella
misma, no es comportarse como un ignorante, sino un signo
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8. Metafísica, 987b.
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que defendía: «Yo no hago más que decir la verdad, tal cual
corresponde a un profano».12
Cabe ahora una aclaración. E l filósofo se dispone a la
verdad por medio del diálogo. Esta, no la rëtoriké tékhnë de
los sofistas, es la forma de lógos elegida para su esencial pro
pósito. Pero nos equivocaríamos al pensar que la verdad de
pende del diálogo por la misma o parecida razón que la per
suasión viene determinada por la oratoria del sofista. La
verdad no resulta del entendimiento entre dos personas ni
del arbitraje de una tercera. Tampoco del acuerdo unánime
o mayoritario entre todos los que dialogan. Antes bien, pare
ce estar por lo común de parte del que disiente y de los que
quedan en minoría en el debate, porque no se sustenta en el
recuento de pareceres, sino en el razonamiento y la fidelidad
a los hechos, que señalan al que dice la verdad frente al res
to. La verdad surge en y por el diálogo, pero no necesaria
mente con la coincidencia entre las partes dialogantes. Y
desde ahí entramos ya en el meollo de la dialéctica.
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4. Platón, Eutidemo, 284a, 293c, 301b; Menón, 72c, 75a; Crátilo, 385b-
c, 387c, 431b.
5. Tanto Jenofonte (Recuerdos de Sócrates, I, 1; IV, 6); como Aristóteles
{Metafísica, 987b, 1078b) juzgan que Sócrates introduce la definición uni
versal (horízesthai kathólou) en la filosofía.
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E l «qué es» (tí éstt) con que el filósofo gana su fama in
quisitiva—interrumpe y enfría todo lo que se dice, cuestio
nándose las palabras más comunes— es una pregunta que
pide, es cierto, una definición, pero que sabe de antemano
que ésta sólo será aproximativa y con algún resquicio para su
futura rectificación, porque nace al hilo del debate y aquí
toda voz devuelve a otra. La definición, más aún en el diálo
go filosófico, traza el «límite», el «contorno» que distingue
la identidad de una cosa, aunque al mismo tiempo significa la
«regla» o el «sentido» con que hemos de acompañar tal
identificación.6 E l debate hace que la cosa definida no se jue
gue toda en su identidad y pone, pues, límites a los límites.
Para una definición científica tales especificaciones son su
perfluas; para una aproximación a los conceptos éticos son,
en cambio, imprescindibles. Así, un debate sobre una cues
tión moral exige, al pronto, no olvidar el fin práctico de las
definiciones que manejamos, ni la concisión y claridad con
que hemos de formularlas, para evitar el fárrago que las ha
ría impracticables. Inquirir sobre la moral es incompatible
con hacer discursos o situarse en un plano pretendidamente
superior al de la ética. De este último proceder dirá Sócrates:
«N o es mi estilo».7 Cada nombre con su pronombre, y en
términos de moral, mejor dos. Recordar que toda definición
ética procede de un qué interrogativo y va con un que relati
vo delante.
E l interés por el «qué» de las cosas está en función del
interés por su «para qué», que es aún más característico del
filósofo moral. E l «cómo», en un sentido fenoménico, exter
no, y el «porqué», o causa natural primera, pueden esperar.
Más aún, esto último, en la ética. E l porqué es una pregunta
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8. Cf. Platón, Hipias mayor, 287d-e, 29id-292e, como ejemplo del es
fuerzo de abstracción y no contradicción del definir.
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6. Ibid., 79e.
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gos: no habría otro mejor para garantizar una ética del diálo
go intercultural. Pero, hijo de Zeus, es uno de los protecto
res de Atenas y exalta la fe de los atenienses, que se desplazan
hasta Delfos en busca del conocimiento, aunque también de
la fiesta. En este sentido, Nietzsche tiene sólo una parte de
razón: Apolo no se opone a Dionysos, dios del vino y del en
tusiasmo. Es cierto que la lira de Apolo revela la serenidad
del alma y la armonía del mundo. Hasta Shakespeare cede a
su melodía cuando, en Hamlet, describe así al hombre:
mano y alma) que caracterizan las tres formas de vida según La república.
Todos estarían, así, bajo la advocación de Apolo. Vid. también Las leyes,
759 c-d.
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mara lenta. Ante todo hay que recordar que en el saber como
ética propuesto por Sócrates se mezclan dos paradigmas: el
del saber moderno, representado por los sofistas, y el trans
moderno, abierto por el propio filósofo con su método dia
léctico. En el primer caso el vehículo es siempre la palabra y
el móvil la búsqueda del asentimiento. E n el segundo, es de
cir, para la filosofía, el medio se abre también al silencio, o
cuando menos a la perplejidad, y el debate está preparado
para terminar, no pocas veces, en la abstención y el disenso,
sin que por ello el filósofo crea que ha sido un debate en
vano. ¿Por qué adoptar dos paradigmas tan distintos? E v i
dentemente porque un saber que se quiera fundado en el diá
logo y el razonamiento es esta misma controversia. E l saber
como ética incluye la posibilidad del consenso al igual que la
del disenso. L o primero, la tarea afirmativa del saber, lleva a
Sócrates a moverse entre los poderosos e ilustrados de su
momento, en especial los jóvenes áristoi atenienses. Pero lo
segundo le conduce a menudo a no identificarse con ellos y
mostrarles a las claras que el nuevo saber se caracteriza tam
bién por su tarea negativa. Sócrates no «hace» como Pericles
ni «produce» como Fidias: su acción es, de hecho, absten
ción. N o posee, no gobierna, no persuade. Más aún: no im
parte doctrina y ni siquiera escribe. Discute, pero siempre
con el «no» a pedir de boca. Hasta los suyos lo tienen por un
excéntrico y su vida matrimonial se comprende, en cierta
manera, que sea un pequeño ensayo diario de lo que será la
suerte final del personaje. Pues bien, el daimon es el resorte
oculto y a la vez el símbolo de este modo de proceder que
impide al filósofo decir o silenciar ciertas cosas, cometer u
omitir ciertos actos, y generalmente encarnar, alertado por
esta especie de voz (phoné) que surge del interior, la voz ex
terior y comprometida del disenso.9 E l daimon, en una pala
bra, es distintivo de toda persona que obra a plena concien-
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cia, aquella que casi todas las culturas dirán que «en la duda,
se abstiene», y sólo aparece en esta clase de personas.10
Sócrates interpreta su daimon como un signo divino.11 Si
éste no se hace oír, nuestra conducta no puede ser mala; aun
que en la vida habla habitualmente y habla hasta el final.12 E l
daimon no interrumpe al filósofo mientras éste se defiende de
sus acusadores con una veracidad que no hace más que au
mentar los pretextos de la acusación, hasta condenarlo a
muerte. Si el daimon, mientras, no le ha salido al paso es que
Sócrates hace la defensa que tiene que hacer, y que la muerte
que pueda sobrevenir por ello no es ningún gran mal para
él.13 Pero, por otra parte, el filósofo da a entender que el dai
mon es un signo de escala y, acaso, naturaleza humana, por
más desconocido que resulte su origen. N o podía ser menos
en quien hace suyo el «Conócete a ti mismo». Puede que el
daimon sea la reproducción viva de esta divisa en el alma hu
mana, en cuyo suelo germina con un núcleo enriquecido:
«Cuida de ti mismo, domínate». E n cualquier caso, el dai
mon actúa como una voz intermediaria entre lo divino y lo
humano. La misma palabra griega invita a aceptar esta última
significación: daimon es «divinidad», pero también es el «ge
nio» particular de alguien o de algo que nos hablan en silen
cio. Por lo demás, pocas culturas se resisten a otorgar este sig
nificado ambivalente a los cuerpos que «callan» y á las almas
o el interior que «hablan». En el diálogo intercultural todo
fluye mejor cuando a cada uno se le supone su daimon, la voz
que le advierte por dentro, y se le concede ese extraño alien
to que consigue borrar la frontera entre lo divino y lo hu
mano.14
E l daimon no es aún la conciencia moral, aunque desoír
lo provoca en nuestro ánimo un efecto similar al que se pro-
10. Platón, Crátilo, 3976-3980.
11. Platón, Apología de Sócrates, ¿¡.oa-c; Alcibiades, 124c; Eutifivv, 3b.
12. Platón, Apología de Sócrates, 3 ic-d. 13. Ibid., 41c!.
14. Platón, E l banquete, 202e.
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15. Platón, Critón, 47d-e; Hipias mayor, 298b-c; Teeteto, ijó d - ijja ·,
Gorgias, 52401-5253.
16. Vid. R. Mondolfo, La comprensión del sujeto humano en la cultura
antigua, pp. 40 ss.
17. Vid. H. Arendt, La vida del espíritu, I, 3, 17.
18. Platón, Apología de Sócrates, 3od, 40a.
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13. Platón, Hipias mayor, 303e; Cdrmides, 172a; Gorgias, 507c; Alcibia
6b‘,Eutidemo, 280b, 28ib-e, 282e, 292b-c.
des, i i
14. Platón, Menán, 8701-890, çôe-ç'ja.
15. Platón, Apología de Sócrates, 29e. 16. Platón, Entiáemo, 3o6c-d.
17. Cf. Aristóteles, Etica nkomdqiiea, 1.144b 17 ss.
18. Platón, Alcibiades, 1 3 3 0 1 34c; Crdtilo, 4 1 ib-d.
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que hemos destruido que el hecho de vivir sin una sólida ale
gría, precisamente por culpa de la destrucción».17 Con todo,
la norma prudencial expuesta por Sócrates sigue siendo ob
jetada con razones de peso y no sólo por el sentido común.
¿Por qué todo el que comete injusticia ha de padecer una di
sensión consigo mismo y ver frustrados tarde o temprano sus
planes? ¿Hay algún motivo fundado para ello? L a justifica
ción socrática remite siempre al teorema que liga el obrar de
forma justa con el pleno conocimiento de lo que esto signifi
ca. Pero cuando tiene que apurar todos sus argumentos in
siste, en particular, en la siguiente constatación: que el obrar
injusto supone autocontradecirse y que ésta es causa sufi
ciente para sentirse mal en lo más profundo. Dicho de otro
modo, todo el saber práctico que conduce hasta decir que su
frir injusticia es mejor que cometerla se apoya en el puro y
simple principio filosófico de no contradicción, tomado por
primera vez en la historia de la ética como asunto de la expe
riencia moral. Así, haciendo un repaso de los dones entrega
dos por Apolo a los humanos, Sócrates anuncia con firmeza
que a él mismo le ha concedido el daimon; a los que se de
dican a la filosofía les ha dado el presente de la dialéctica; y,
por último, a todos los atenienses les ha descubierto el pre
cepto de evitar la experiencia de la contradicción, que es lo
peor que les puede ocurrir. Eso es lo que aguarda a sus acu
sadores, Anito y M eleto, pues condenándole a él se atacan a
ellos mismos: no les será fácil encontrar a otro que sirva al
dios como él, y en última instancia habrán faltado contra el
dios mismo.18 Ya antes el propio Sócrates dice hacer todo lo
posible para no sufrir esta experiencia de la contradicción.
E n palabras, después, de Platón: «Por lo que hace a mí, es
preferible que mi lira desafine y no suene acorde con mi
voz, y que me ocurra igual con el coro que yo dirija, y que
un sinnúmero de hombres disientan de mí, a que yo, un
19. Platón* Gorgias, 4820CI; Critón, 470c!; Hipias mayor, 3040-6. Vid.
H. Arendt, La vida del espíritu, pp. 212-214, 220-221.
20. Platón, Gorgias, 4Ó5a-468d. Argumento recuperado por Aristóte
les en Etica nicomaquea, 1 1 66b. La contradicción en la voluntad, contradic
ción «ética» por antonomasia, es una de las formas de contradicción sos
tenidas por Kant para la definición del criterio de universalidad del obrar.
Vid.: I. Kant, Crítica de la razón práctica, Teorema IV, Observación II.
También: N . Bilbeny, Knnty el tribunal de la conciencia, op. cit., 148.
2 1. Platón, Gorgias, 475c, 508e; Teeteto, ιη 6 ά-ιηηζ.
22. Caligula,!, 6 .
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que nos ha hecho optar por ella, son ya una forma de con
ducta política. E l acercamiento de la ética a la política es pre
visible ya desde el arranque de aquélla, cuando intentamos
averiguar el qué y el para qué de la virtud por medio del diá
logo. Hablar es actuar, y conversar, más aún, un modo de ha
cer y preparar resultados tan «productivos», a veces, como
los dçl obrar mismo.6 Así, dos o más personas se encuentran
para hablar y hay una sola regla que seguir: no hablar todos a
la vez. Pero del diálogo pueden surgir muchas posibilidades
de comunicación y conducta: puede hablarse de todo y de
muchas maneras. Y aunque no se consiga nada operativo ni
se saque nada en claro, por lo menos la conversación habrá
hecho pensar, y algo, también, habrá hecho cambiar en
nuestro interior, como conceder otra oportunidad más al
diálogo. Este ha puesto ya en marcha el pensamiento, que es
un primer paso para la acción.
La siguiente muestra del tránsito legítimo de la ética a la
política la ofrece el vivir conforme a la verdad que va sur
giendo con el diálogo. La veracidad personal tiene una pro
yección pública y es altamente comprometedora. Es otro
modo de descubrir la política y ser partícipe de ella. Veamos.
E l servicio a la verdad requiere ante todo la inteligencia de
decirla, que es una virtud opuesta al cretinismo. La verdad
exige también el coraje de transmitirla, una cualidad inversa,
ahora, a la cobardía. Y exige, por último, la lealtad a lo ver
dadero, que excluye la ambigüedad y la traición. Todas estas
virtudes anexas a la veracidad contribuyen a crear ciudadanos,
no siervos. Aunque sean virtudes de uno solo y de su vida per
sonal, tienen una repercusión colectiva y hasta pueden valer
como un claro pronunciamiento político.
La diferencia asumida por Sócrates es subversiva. Y lo es
en particular para sus allegados, que entienden el ideal de
una vida examinada, pero no sus consecuencias aparente
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II. Ibid., 46b, 48b. 12. Ibid., 47d. 13. Ibid., 47e.
14. Ibid., 49b. 15. Ibid., 49d. 16. Ibid., 508-500.
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co— de que las leyes están por encima de los individuos, que
no deben destruirlas salvo para invocar unas leyes mejores.17
Pero hasta aquí Sócrates no es original: se limita a recordar
los motivos por los que el ciudadano ateniense debe sentirse
orgulloso frente al súbdito de cualquier régimen tiránico,
como bien recalcó Pericles.18
Su novedad empieza al constatar, tomándolo ya como un
principio válido, que ninguna ley democrática impide que
quien no esté conforme con ella abandone la ciudad donde la
ley está vigente, «llevándose todas sus cosas, hasta allí donde
quiera».19 Ahora bien, si el ciudadano, tras conocer bien las
leyes de su ciudad, persiste en vivir en ésta, está reconocien
do de hecho que lo que aquéllas le ordenan debe ser obede
cido por su parte. Con su vida en general y en muchos de sus
actos, Sócrates ha dado pruebas suficientes de que acepta el
orden legal de su ciudad; luego tiene que obedecer lo que
éste dispone, aunque le condene a muerte.20 N o debe eludir
este fin sin dar una explicación a la ciudad ni aclarar que no
se burla de sus leyes.21 De manera que lo que mereció antes
el consentimiento del filósofo no puede ahora perderlo, si no
media una convincente justificación.22 Sócrates renuncia a
escapar porque no posee ningún argumento en contra de las
leyes que lo retienen, sin por ello haber dejado de recriminar
a sus acusadores de ni de concederles una excusa, un perdón.
Saber que han sido presos de su opinión y víctimas de su in
temperancia no le lleva, sin embargo, a eximirles de su culpa,
y en ningún momento al filósofo le pasa por la cabeza per
donarlos. Sócrates ha sido condenado por los hombres, no
por las leyes ni la democracia, aunque escapar representa la
burla por duplicado de éstas y de aquéllos.
23. Vid. R. E. Alien, Socrates and legal obligation, pp. 105 ss.
LA D E S O B E D I E N C I A P O L Í T IC A
24. Vid. R. Kraut, ed., Socrates and the state, pp. 5 ss.
25. Platón, Apología de Sócrates, 29b.
113
S Ó C R A T E S : EL SA B E R COMO É T IC A
26. Ibid., 3 10 e .
27. Cf. Tucídides, Historia de la guerra del Peloponeso, II, 40, 2.
114
LA D E SO B E D IE N C IA P O LÍTIC A
115
EPÍLO G O
E R O S E IN V E S T IG A C IÓ N
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S Ó C R A T E S : EL SA B E R COMO É T IC A
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x34
B IBL IO G R A FÍA
τ 35
ÍN D IC E D E C O N C E P T O S
alma, 63-69 dialéctica, 37-45
amistad, 25, 11 9 - 1 2 1 diálogo, 22-28, 36-37, 74, 100,
análisis, 42-43 114 -115
Apolo, 5 1-5 5 ,6 7 , 77-78,91 Dioniso, 53-54
autoconocimiento, 55-59, 68, 75,
89
autodominio, 71-78 enseñanza, 24, 3 1, 71-72, 97, 103
Eros, 116 -12 5
ética, 32, 34-37, 39, 46-47, 5 1, 56,
bien, 50, 60, 81-84 7 I >7 9 . 9 9
ética intercultural, 42, 75, 93, 99
examen, 68-70
ciencia, 33-34, 40-41, 48-49, 60-
61, 124-125
ciudad multicultural, 17 -19 , 42, felicidad, 34, 41, 60, 65, 73, 94-96,
101
46
ciudadanía, 99-100, 103-104, 110 - filosofía, 23-24, 32, 120
III filosofía intercultural, 20-21, 28
conocimiento, 50, 56-58, 62, 68,
79-83, 89, 1 1 6 - 1 1 7
contradicción, 43-44, 70-71, 91- identidad personal, 49-50, 57-58,
94, 102-103, io 9 64, 66
cuidado de uno mismo, 64-70, 75, ignorancia, 30-33, 52, 73, 79-80,
ττ9 101
curiosidad, 120-124 inducción, 38
inquietud, 67-70
intelectualismo, 85-87, 1 1 7 - 1 1 9
daimon, 73-78, 98, 110 intemperancia, 82-83
definición, 39-41, 48-49 interrogación, 43-45
democracia, 104-105 investigación, 33-34, 46, 120
demostración, 44-45 ironía, 27, 32-33, 119
desobediencia política, 10 6 -115
I 39
IN D IC E DE CONCEPTO S
140
ESTA EDICIÓN DE
Sócrates: E l saber co?m ética,
DE NORBERT BILBENY, COMPUESTA
E N T I P O S J A N S O N P O R V Í C T O R I G U A L , S. L . ,
TERM IN Ó SE DE IM PRIM IR, EN CAPELLADES,
EN LOS P R I M E R O S D ÍA S D E J U N I O D E M C M X C V I I I .