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ELABORADO POR:
PROFESORA:
GUADALUPE CORTES DÍAZ
“El punto de partida, que en gran medida posibilita la aportación de Taylor, está en poner en
duda la experiencia del realizador del trabajo, sustituyéndola por el análisis y la observación
que deberá realizar una persona ajena al ejecutor de la tarea. El desarrollo de este punto de
partida es también posible por la aceptación de unos nuevos planteamientos psicológicos.
Para Taylor los individuos se mueven por el sencillo esquema: estímulo-respuesta; y el
estímulo es fundamentalmente económico.” (Antonio & García, 2015)
Así es como la teoría científica de Taylor se destaca por hablar sobre el trabajo, si utilizamos
esta teoría para hacer referencia al desempeño actual de la estructura de la Secretaría de
Educación Pública. Los empleados de dicha institución han marcado un desbalance principal
donde vemos bajas en el sistema educativo, así como un desbalance en la estructura creando
el disconforme social e interno. Y aquí es cuando vemos que antes de la pandemia se les daba
compensaciones para estimular el trabajo sin embargo con los bajos índices económicos que
presenta el país es imposible seguir con esos estímulos.
Nos encontramos en un panorama muy poco favorable para el sector educativo en el país y
es que los estragos de la pandemia son muy amenazantes para cualquier tipo de sector y
desencadena acciones sin precedentes por parte de los titulares del gobierno que afectan
directamente a este sector tan importante para el desarrollo y progreso de México.
Y es que de acuerdo con datos del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación
(INEE), la cuarentena para evitar la propagación rápida del virus COVID-19 generó que
aproximadamente 30 millones de alumnos, de todos los niveles educativos presenciales,
tuvieran que dejar de ir a sus centros escolares porque se suspendieron las clases. (INEE,
2020)
“…procurando hacer pasar por ciencia técnicas útiles para llegar a algunos acuerdos que
disminuyan el conflicto. La ciencia, la teoría, tienen como función principal contribuir a
esclarecer las relaciones existentes entre diversos fenómenos” (Antonio & García, 2015)
Uno de los principales retos que enfrenta la educación en el país hoy en día y del cual emanan
y subyacen los demás, es el de las desigualdades sociales-educativas que imperan en el país.
Una situación que pareciera en su momento no fuera del todo considerada por los altos
mandos de la educación. Tan sólo en 2018 el Consejo Nacional de Evaluación de la Política
de Desarrollo Social, (CONEVAL) afirmaba que en México existían 52.4 millones de
personas que se encontraban en situación de pobreza y otros 8.6 millones en pobreza extrema.
Prácticamente la mitad de la población estaba y muy probablemente sigue en un estado de
vulnerabilidad que ha condicionado las nuevas formas de llevar la educación a las familias
mexicanas. (CONEVAL, 2019)
El confinamiento lleva a que el gobierno recurra a las tecnologías para intentar suplir la
ausencia de instrucción. Esto no es propio de México: ha ocurrido en todo el mundo. En
México, además del internet, se ha hecho uso de la televisión, para lo cual se logró el apoyo
de la televisión privada. También se ha recurrido a la radio, sobre todo para atender en su
lengua a poblaciones indígenas. Se han distribuido –con dificultades– los libros de texto
gratuitos para el ciclo escolar en curso, y en algunos casos se han diseñado materiales
especiales que también se distribuyen. La brecha digital se superpone a las desigualdades
educativas preexistentes. Una política de atención a la emergencia que descansa
fundamentalmente en la tecnología agrava y exacerba estas desigualdades.
Asimismo, las clases en línea para nivel medio y superior apenas comienzan a ser
aprovechadas. El reto aquí es dotar de las herramientas indispensables a fin de que estudiantes
y profesores le saquen el máximo beneficio a la educación a distancia. Por ende, se requieren
de aptitudes digitales junto a constantes capacitaciones en torno a plataformas educativas
como bibliotecas digitales o salas de chat en comunidad y la preparación óptima de las clases
con recursos digitales.
Está habiendo y se está acumulando un déficit educativo que afecta más a los que de
antemano se encontraban en una situación de bajo aprendizaje. La educación a distancia,
sobre todo cuando se lleva a cabo por medios no interactivos, uniformiza el contenido y el
ritmo de la enseñanza, que se impone sobre una realidad claramente diversa y heterogénea.
El resultado es que se excluye a muchos de seguir el proceso y lograr aprendizajes. Esto
afecta especialmente el desarrollo de habilidades, como de cálculo y de lectura y escritura,
que necesariamente implican una secuenciación, pero que son fundacionales para todo
aprendizaje.
Por la crisis económica está creciendo el trabajo infantil, sobre todo de los y las estudiantes
mayores de 12 años –ya laboraban jornadas superiores a las 20 horas semanales 3.2 millones
de niños, niñas y jóvenes de 5 a 17 años antes de la pandemia (INEE, 2020). Habrá en
consecuencia un aumento en la deserción escolar. Todavía no conocemos la dimensión del
impacto sobre la asistencia a la escuela, pues los datos con los que se cuenta de inscripción
al nuevo ciclo no son confiables y nada nos dicen sobre el seguimiento efectivo de clases.
Según ha informado la Secretaría de Educación Pública (SEP), los aprendizajes serán
evaluados, posiblemente con consecuencias en una calificación o en una reprobación, lo que
a su vez agrava la ya de por sí frágil “asistencia” y se convierte en una causa adicional a la
deserción.
El magisterio está desmotivado. Si bien muchos maestros y maestras han tomado la iniciativa
de estar en contacto personal con sus alumnos, a distancia o en persona, y muchos de ellos
se encuentran elaborando materiales para favorecer el aprendizaje de sus alumnos y darles
atención personalizada, esto no es algo que se haya favorecido desde la política educativa,
que más bien ha prescindido de su agencia y simplemente instruye que estén al pendiente del
avance de sus alumnos. Se hace necesario recuperar su protagonismo.
La política educativa es una sola para todo el país. No se ha planteado la posibilidad de volver
a la escuela ahí donde se pueda garantizar la seguridad de maestros y maestras, de alumnos
y alumnas. En comunidades pequeñas, donde la sana distancia es posible, y donde la
incidencia de casos es baja, se podría pensar en volver al aula cuando menos algunas horas,
algunos días a la semana. Gradualmente podría irse aumentando la posibilidad de la
presencia. Ahí donde menos acceso hay a las alternativas educativas que ofrece la tecnología,
podrían estudiarse políticas diferenciadas. Sería una forma de asegurar mayor atención a
quienes más lo necesitan.
Ante esta contingencia sanitaria se han tomado medidas y decisiones por los diferentes
órdenes de gobierno. Se habló de la creación de correos electrónicos para millones de
maestros para que pudieran trabajar con toda la paquetería de Google for Education,
alternativa muy atractiva en su momento pero que ha resultado poco factible para la mayoría
del alumnado por lo antes mencionado. Con esto, no se trata de descalificar esta estrategia de
educación a distancia, sino más bien de cuestionar hasta qué punto ha sido adecuada esta
medida para impulsar el aprendizaje de los alumnos.
Sin duda, la metodología académica es un claro ejemplo de cómo responder ante los retos de
la educación en México, en donde se mantiene como objetivo el impulsar la internalización,
el emprendimiento y la innovación en sus alumnos. Con valores como la sustentabilidad y
responsabilidad social, cada estudiante podrá continuar con el proceso de aprendizaje de la
misma forma en que lo haría dentro de las instalaciones físicas del plantel, sin necesidad de
exponerse y desde la comodidad de su casa.
Son algunos de los daños. Serán duraderos. Entre más dure la pandemia, más se irán
agravando, y más difícil será revertirlos.
La pandemia dejará grandes estragos educativos. El intento de ofrecer educación en estas
condiciones está dejando de atender a los de antemano más desfavorecidos y en peores
condiciones de aprendizaje. Y la política educativa que se vislumbra para el futuro no
solamente no está aprovechando esta crisis para pensarse, sino que elimina la posibilidad de
atender diferencialmente, con criterios de equidad, a una proporción considerable de la
población. El gobierno ha nombrado su política educativa como una de equidad e inclusión.
Nada más lejos de ello que el uso de la educación con fines clientelares.
La emergencia sanitaria actual trae consigo una nueva oportunidad para reflexionar sobre la
relación entre el ámbito educativo y la toma de decisiones. Sabemos que no se trata de una
relación tersa ni inmediata; conocemos sus tiempos distintos y sus agendas no
necesariamente coincidentes. Sin embargo, y reconociendo que puede hacer falta más
investigación sobre temas pertinentes a la crisis actual, parece razonable echar mano, de lo
que ya sabemos, fruto de la investigación, por ejemplo, sobre las oportunidades de
aprendizaje y los factores que las afectan; o sobre desigualdad educativa y los mecanismos a
través de los que perpetúa la desigualdad social; o, desde una óptica más optimista, sobre las
formas en las que la relación escuela-hogar se ha traducido en un auténtico y comprometido
involucramiento de los padres y madres de familia en la educación de sus hijos. Parece
razonable también, pensar en una agenda de instigación futura responsiva a las necesidades
y prioridades que nos plantea la pandemia y sus efectos e impactos en la educación.
Referencias documentales
Antonio, L. M., & García, P. R. (2015). Sociología de las Organizaciones.
"Influencia de las Tecnologías de la Información y la Comunicación".
Madrid, España: EDITORIAL FRAGUA.