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La Historia Clinica Historia y Teoria Del Relato Patografico
La Historia Clinica Historia y Teoria Del Relato Patografico
D E L M IS M O A U T O R
LA
HI S T OR I A
CLINICA
HISTORIA Y TEORIA DEL RELATO
PATOGRAFICO
C O N S E J O S U P E R IO R D E I N V E S T I G A C I O N E S C IE N T IF IC A S
M A D R ID • MCML
INDICE
P rologo .............................................................................................. 5
INTRODUCCION.
L O S S A B E R E S D E L M E D IC O Y S U H IS T O R IA ................................... 11
L a M e d ic in a y s u h i s t o r i a ........................................................................ 14
E l ac to m édico y su s p ro b le m a s ............................................................ 23
C apítulo I.
L A H I S T O R I A C L I N I C A H I P O C R A T I C A .................................................... 29
E l m a rc o ...................................................................................................... 31
L a s h isto rias en sí .................................................................................... 33
N o t a s d ife ren c iale s .................................................................................... 36
L it t ré ............................................................................................................. 40
T e m k in .................................................................................................... . 44
T e r c e r a po sició n ........................................................................................ 48
C o m pren sió n de la s d ife re n c ia s ............................................................ 60
Capítulo II.
L A H I S T O R I A C L I N I C A M E D I E V A L ............................................................ 65
L o s Oonsilia ................................................................................................ 68
E l m u ndo intelectu al de lo s Consilia ......................... 76
T e o r ía del Consüium ................................................................................ 96
Capítulo m .
LA H IS T O R IA C L IN IC A E N E L R E N A C IM IE N T O ............................... 10 5
LA H IS T O R IA C L IN IC A S Y D E N H A M IA N A ....................................... 137
C a p ít u l o V . ' <
L A P A T O G R A F IA D E L M E T O D O A N A T O M O C L IN IC O .............. 179
CAPÍTULO V I.
L A H IS T O R IA C L I N I C A E N E L S IG L O X IX ............................................ 309
P A T O G R A F IA Y V ID A .................................................................................... 489
P a t o g r a f ía y v id a b io ló g ic a .................................................................... 490
I. J. H . J a c k so n : la e n fe rm e d a d n e u ro lò g ic a com o u n a r e s
p u e s ta a rtic u la d a , 494.— I I . n vnn ^ ¡ l a k n w ; el sentido
biológ ic o de la re s p u e s ta m o rb o sa, 505.— I I I . K . G a ld s -
t«¿Ln-i-análisis y co m pren sió n de la re s p u e s ta m o rb o sa, 535.
IV . L a m en talid a d b io p a to ló g ic a , 570.
P a t o g r a f ía y v id a p e rs o n a l .................................................................... 583
;• I . L a p a t o g r a fí a de S ig m u n d F re u d , 583.— P a r a lip ó m e n o s : el
“círcu lo de V ie n a ” , la “escu ela de H e id e lb e r g ” , 604.—
n i. P a t o g r a f ía y b i o g r a fí a : V ik t o r von YV eizsacker, 629.
IV . L a h is to ria clín ica en la “m ed icin a p s ico so m ática ",
663.— V . L a m en talid a d an tro p o n a to ló gic a. 683.
C a p it u l o V IH .
T E O R IA DE LA H IS T O R IA C L IN IC A ........................................................ 725
I n d ic e d e a u t o r e s .............................................................. 765
I n d ic e ........................................................................................................................ 773
P R O L O G O
LA M EDICINA Y S U H ISTORIA
/ÍT\C
í Tig .
2.—Representación esquemática del conocim iento de una “fuente histórica”. El
conjunto de los documentos que nos dan testimonio de la “unidad histórica” llamada
“medicina hipocrática”—valga este ejemplo—es considerado según ángulos diferentes
desde cada una de las situaciones posteriores a ella (Celso, Galeno, Cizáñelo, los
árabes, la Edad Media Cristiana, el Renacimiento, etc.). L*a experiencia anterior—lo
que Celso, Galeno, etc., supieron de Hipócrates, en el ejemplo elegido—es asumida en
cada situación conforme al doble modo antes descrito. En conjunto, la historia del
conocimiento de una “fuente histórica” viene a ser una circunvalación, en torno a
ella, cada vez más distante, pero—en los casos favorables—cada vez más y mejor
comprensiva de su contenido. Por ejemplo; hoy conocemos la medicina asiría mejor
que Herodoto, y la hipocrática, mejor que Galeno.
IV . C U A R T O O R D E N D E P R O B L E M A S : el hombre sano, en
tanto susceptible de ser ayudado a conservar su salud. Trátase de la
Higiene, que puede ser Higiene privada, cuando atiende a la conserva
V . Q U I N T O O R D E N D E P R O B L E M A S : la enfermedad y la
acción del médico en tanto sucesos que acontecen en el seno de una
comunidad humana. Puesto que la coexistencia con otros hombres es una
dimensión constitutiva del ser humano, el hecho de vivir el hombre en
sociedad debe condicionar esencialmente la patología y la terapéutica.
Decía Schiwenninger, el médico de -Bismarck: “ Cuando asisto a un enfer
mo, él y yo estamos como en una isla desierta.” N ada más erróneo. El
médico y el enfermo no son durante el acto médico mónadas relaciona
das entre sí y cerradas al mundo. La estructura necesariamente social del
acto médico, tan patente hoy, determina la existencia de una disciplina
en rápido auge, la Medicina social, de la cual, entendida con la máxima
amplitud, posible, pueden considerarse ramas las siguientes:
A. La Medicina legal o conocimiento de las relaciones que el mé
dico y el enfermo pueden tener con las leyes de la comunidad en que
los dos existen.
B. La Medicina laboral o del trabajo, conocimiento científico de los
problemas médicos que puede crear la actividad laboral del hombre.
C. La Medicina militar, conjunto de actividades médicas determina
das por el hecho social de la guerra.
D . La Sanidad pública y la Epidemiología, que estudian cómo son
y cómo deben ser combatidas las enfermedades socialmente importantes.
E. Las Instituciones médicas, cauces sociales de la acción terapéu
tica del médico: hospitales, consultorios privados y públicos, etc.
L A H I S T O R I A C L I N I C A H I 'P O C R A T I C A
1 Cabe pensar que todas las “novedades” históricas de que el hombre es capaz
no son, en el fondo} sino modos nuevos de ejercitar una “facultad natural” del ser
humano o “creaciones” resultantes de ese ejercicio. Véase lo que acerca del tema se
:apunta en el capítulo final de este libro.
pío: aquella herida lumbar que determinó en el enfermo espermatorrea y
parálisis crural) o las lápidas votivas con el nombre y la dolencia del
enfermo oferente, descubiertas en el templo de Epidauro. Pero todos es
tos documentos no pasan de ser “ prehistorias clínicas” . Las primeras
historias bien caracterizadas de que tenemos noticia son, no hay duda,
las contenidas en el Corpus Hippocraticum.
¿Qué condiciones históricas hicieron posible el nacimiento de la his
toria clínica? T a l interrogación nos remite inmediatamente a otro pro
blema más radical, el de la peculiaridad de la cultura griega en el siglo V
antes de Jesucristo; y, por tanto, al problema de la “ novedad” helénica.
¿En virtud de qué pudo ser el médico hipocrático el primero en. redactar
historias clínicas propiamente dichas?
Entre las muchas e ingentes cosas que a este propósito debieran ser
dichas, quiero apuntar expresamente dos; la profunda y vigorosa versión
de la mente de los griegos hacia la realidad natural y la voluntad de
precisión con que la contemplaban. H a escrito Bergson que la ciencia ha
podido existir en el mundo porque los griegos inventaron la precisión.
N ada más cierto, aunque tal condición no sea la única, ni ese el único
invento de los primeros sabios de Grecia. Desde que el pueblo helénico,
ya definitivamente constituido tras la inmigración doria, comienza a dar
muestras de sí, sorprenden, en efecto, la vivacidad y la precisión con que
por él es observada y descrita la realidad natural. Basta comparar la
riqueza de las denominaciones y descripciones anatómicas contenidas en
los poemas homéricos con la vaguedad y la relativa escasez de tales da
tos en las epopeyas históricamente equiparables a la Iliada y a la Odisea:
el Mahabharata y el Ramayana, la Canción de los Nibelungos, el Poema
del Cid, la Chanson de Roland. Y a en los primitivos helenos es posible
advertir una intensa avidez de saber. Heiberg habla de un Odysseustrieb,
un “ impulso uliseico” a penetrarlo todo; Korner, de un ionischer Eors-
chergeist, del "espíritu pesquisidor” de los jonios; Zubiri, con más hon
dura y rigor, de un “ ansia de realidad” especialmente enérgica.
*. M ovidos por ese ‘ apetito de realidad” , despierto en Grecia sin eclipse
desde su orto a la historia hasta la declinación del helenismo, los ascle-
piadas hipocráticos se sintieron en la necesidad intelectual de consignar
por escrito, con precisión y orden, su experiencia de médicos ante la in
dividual enfermedad de algunos de sus pacientes. N ació así el docu
mento que llamamos "historia clínica” . Y de ese auroral empeño nos ha
quedado una espléndida muestra en las cuarenta y dos que contienen los
libros I y III de las Epidemias hipocráticas.
EL MARCO
Los libros I y III de las Epidemias son, indudablemente, las dos mi
tades de un mismo escrito. Según Littré 2, fué Desmars, médico francés
del siglo X V I I I , el primero en restaurar el orden que en ese escrito pri
mitivo tuvieron las diferentes partes de los hoy llamados libros I y I I I 3;
pero es lo cierto que la autenticidad hipocrática y la continuidad de es
tos dos fragmentos habían sido ya advertidas por Galeno 45y aíirmadas
luego por casi todos los comentaristas de Hipócrates: Luis de Lemos,
Valles, Mercurial, Freind. “ D el libro primero y tercero de las Epidemias-
— dice, por ejemplo, nuestro Piquer— nadie duda que sean legítimos par
tos de Hipócrates; y bien se echa de ver que el estilo, la doctrina, el mé
todo, el asunto y la forma exterior que a todo esto acompaña son obras
de la misma mano.” Y poco después: “ Quien quiera que note con cuida
do el modo cómo empieza el libro tercero y la constitución epidémica que
sigue a las historias de los doce enfermos, con las dieciséis que son se
cuela de la dicha constitución, verá que los doce enfermos primeros
dicen en el padecer de sus dolencias más conexión con la última cons
titución del libro primero que con la que en el tercero sigue después de
ellos” 3. Sólo un copista torpe o mal intencionado pudo, por tanto, se
parar y desordenar lo que originariamente formó tan evidente y conti
nua unidad.
El conjunto de los dos libros mencionados se halla compuesto por:
las siguientes partes: Catástasis primera. Catástasis segunda. Catástasis
tercera. Un intermedio sobre el diagnóstico. Catorce enfermos. (H asta
aquí el libro I; L. II, 597-716.) Doce enfermos. Catástasis. Dieciséis en
fermos. (Libro II; L. III, 24-148.) Basta leer la enumeración precedente
para advertir que las historias clínicas del Corpus Hippocraticum van
como engastadas en el marco constituido por las “ catástasis” a que per
tenecen. Es urgente, pues, precisar lo que para Hipócrates era una “ ca-
2 Oewvres complétes d’Hippocrate, tomo II, París, 1840, pág\ E38. En lo sucesivo,
la referencia a la edición de Littré será hecha indicando el tomo y la página tras-
la inicial L. (En este caso: L., II, £38.)
8 Epidèmiques d'H ippocrate, traduites du grec avec des réflexions sur les consti-
tutions épidémiques; suivies des quarante-deux histoires rapportées par cet anden
médecin, et du Com mentaire de Galien sur ces histoires, par M. Desmars. París, 1767.
4 In sextum H ippocratis de m orbis popularibus librum explanationes a Junio
Crasso P a ta vin o in linguam latinam versae, Venetiis, apud Juntas, M DCIX, volu
men III, fol. 153, et alibi.
5 Las obras de Jlipócrates más selectas traducidas al castellano e ilustradas por
el D r. Andrés P iquer, tomo III, Madrid, M DCCLXX, págs. I y III.
tástasis” y el sentido de la relación que con ellas tienen las historias
clínicas de las Epidemias.
La palabra ¡catástasis tenía para los griegos dos significaciones fun
damentales: una, transitiva, dinámica (la acción de establecer, instituir o
constituir), y otra, intransitiva, estática (fijeza , condición permanente o
carácter de un ser cualquiera). Así, ¡catástasis anthrópou es la condición
física y moral de un hombre; ¡catástasis nyktós, el modo de ser de la
temperatura de una noche; ¡catástasis polios, la constitución por que se
rige una ciudad. D e ahí que los traductores latinos del Corpus H ippo-
craticum vertiesen por constitutio— y, especificando más, por constitutio
epidémica— el término ¡catástasis; y que, a partir de Sydenham, se hi
ciese técnica y frecuente en el lenguaje epidemiológico la expresión cons
titutio epidémica.
. Conviene, sin embargo, mayor precisión. El significado de la palabra
¡catástasis en cualquiera de sus dos acepciones, la transitiva y la intran
sitiva, lleva en sí dos notas esenciales: la apariencia y una relativa per
manencia en lo aparente. Es ¡catástasis la condición de un hombre, o de
un invierno, en cuanto esa condición puede ser observada y descrita; y,
por otra parte, en cuanto las notas que la constituyen ofrecen en su
conjunto cierta figura, una determinada regularidad. Es, pues, la ¡catás
tasis, el “ aspecto general” de una realidad o de un suceso: un hombre,
una montaña, una región geográfica, una estación del año. A sí se en
tiende que pueda ser definida con uno o varios adjetivos la ¡catástasis de
una noche ( “ fresca” , “ lluviosa” ); que las Epidemias hipocráticas hablen
de la ¡catástasis de una afección febril o, en general, de una enfermedad
cualquiera 6; y, por fin, que la expresión pyretoi akatastatol, “ fiebres aca-
tastáticas” (Epid., III; L. III, 92), se refiera a las que no presentan re
gularidad alguna en el curso de los accesos febriles. En suma: katástasis
es el aspecto de algo, según lo que de regular o dominante haya en ello.
■ D e ahí la dúplice estructura de las descripciones catastáticas en las
Epidemias del Corpus Hippocraticum 7. Comienzan por consignar los
rasgos geográficos, astronómicos y climáticos del lugar y de la estación
en que el médico va a ejercer su arte: “ En Tasos, durante el otoño, hacia
el equinoccio y bajo las Pléyades...” (Epid., I; L. II, 596); y luego, con
6 Por ejemplo: katastásies ton pyreton, “las catástasis de las fiebres” (.Epid., I;
L. II, 674-676); katástasis ton ka/ásún, “la catástasis de los causones” (Epid._, I I I ;
L. III, 80); katástasis ton noúsón, “la catástasis de las enfermedades" {Epid.} I I I ;
L. III, 102).
T Creo preferible el neologismo “catástasis" a la expresión “constitución epidé
mica”, más larga y no enteramente adecuada. Traducir katástasis por “estación",
como algunas veces hace Piquer (op. c it.), no es correcto.
transición más o menos continua, exponen los modos de enfermar más
frecuentes durante la estación de que se trata: causones, parotiditis, ti
sis, tipos febriles distintos, etc. Tras la descripción catastática, como para
ilustrarla con la precisión máxima, el autor presenta un conjunto de
historias clínicas a ella pertenecientes. Obsérvese, por tanto, que en las
Epidemias hipocráticas va circundada cada historia clínica por una doble
orla: la epidemiología general de la estación y la ocasional peculiaridad
de la naturaleza ( clima, etc.) en el lugar donde tal patografía individual
fué recogida. •'Con lo cual llegamos a nuestro verdadero problema, la
estructura y la significación de las historias clínicas hipocráticas.
LA S H ISTO RIA S E N S I
cluye con los caracteres n 0 K A i O i A M Y. Littré—por su cuenta esta vez, porque Ga
leno nada dice—los entiende a s í: “Es probable que, a consecuencia de las deposicio
nes alvinas, las orinas y los sudores críticos, curase el enfermo en cuarenta días."
it0 significaría niBavóv, “probable”,; K', xpícnç, “crisis” ; At, ólcriojpYjYjara, “heces
fecales” ; O , oópa, “orinas” ; tA, ¡SpÜTEC, “sudor” ; M , vsoaapáxovTa. “cuarenta” ;
T, éyisia, “salud”. Véase la prolija discusión de Littré, en L. III, 28-33.
ser observados “ las mudanzas y los excesos dé todo el cosmos” (L . V I,.
470). La esencial relación entre la tékhne iatriké o ars medica y la phy~
siología o ciencia de la physis, es consustancial a todo el pensamiento
médico griego, así en los textos más inequívocamente hipocráticos— los
libros I y III de las Epidemias o el de aere, aquis eí locis— como en los
más alejados del ámbito coico, tal el de diaeta; y así se entiende la si
tuación de las historias clínicas dentro de los escritos que las contienen.
M as no sólo en sus notas positivas se define la peculiaridad de las
historias clínicas hipocráticas; tanto o más que en ellas se expresa en las
diferencias entre tales historias clínicas y las actuales. Es necesario, por
tanto, examinar una a una las notas en que aparezca la presunta dispa
ridad de los dos estilos patográficos.
N O T A S D IFER EN C IA LES
9 No obstante, es seguro que pocos años más tarde imperaba en Grecia, la idea
de la contagiosidad de la tisis. En la E gin ética de Isócrates—un alegato en favor de
un hombre a quien un tísico, cuidado por él, había hecho su heredero—se lee esta
declaración del defendido: “Me hallaba en tan mal estado, que todos aquellos de mis
amigos que venían a visitarme temían que yo también sucumbiese, y me aconseja
ban tener cuidado de mi mismo, diciendo que la mayor parte de los que atienden
esta enfermedad llegan a ser víctimas de ella” (cit. por Littré, II, págs. F86-E87).
palabras: descubrir el genuino sentido de esas historias dentro de la
mentalidad hipocrática.
El sentido de cualquier documento histórico— el texto de una histo-
ria clínica, en nuestro caso— puede ser indagado en dos distintas direc
ciones: su sentido intencional y sus posibles y múltiples sentidos imple-
tinos. Llamo “ sentido impletivo” de un documento histórico al que cum
ple en el espíritu de cada hombre que llega a conocerlo. Si yo contemplo
La rendición de Breda, el cuadro así llamado llegará a significar algo para
mí; y en el significado se articularán lo que esa experiencia contempla
tiva representa para mi vida y un juicio mío acerca de lo que la obra
contemplada es en sí misma. Pues bien:, eso que La rendición de Breda
significa en mí después de haberla visto, constituye uno de los posibles
“ sentidos impletivos” — de implere, llenar, cumplir— que potencialmente
tenía el lienzo en sí desde que fué pintado por su autor. Y, a lo que su
autor quiso hacer cuando lo pintó, a su intención personal en el acto de
crearlo, es a lo que llamo el “ sentido intencional” de La rendición de
Breda, considerado el cuadro como documento histórico.
- ¿Cuál pudo ser el “ sentido impletivo” más inmediato de las historias
clínicas hipocráticas? ¿Qué significación pudieron tener para los médicos
griegos que las leían poco después de escritas por Hipócrates? Eran,
sin duda, textos didácticos: el médico las leía para aprender algo en
ellas, y basta percibir el tono admonitorio con que empieza la Sección
Tercera del libro 1 10, para concluir que sólo así podía interpretarlas.
Pero la cuestión no qúeda con ello plenamente resuelta. ¿Qué es lo que
intentaba aprender el seguidor de Hipócrates leyendo las historias clí
nicas del maestro? ¿Un “ modelo” de lo que en la práctica son un causón
o una frenitis; genéricamente análogo, en cuanto modelo, a los incluidos
en nuestros libros de Clínica M édica para ilustrar al alumno acerca de
la fiebre tifoidea o de la meningitis tuberculosa? ¿O trataba, simplemente,
de iniciarse en el ejercicio de la tékhne iatriké; de aprender, frente a la
descripción de un proceso morboso real, cómo se explora, cómo se esta
blece un pronóstico, cómo se instituye un tratamiento?
La estructura en círculo de las acciones humanas transitivas— escribir
un texto para que lo lean los demás, en este caso— impone una recíproca
conexión entre los sentidos impletivos y el sentido intencional, cada vez
que uno de aquéllos llega a realizarse. Sin una idea de la intención con
que fué escrita una página, no podemos comprender plenamente lo que
L I T T R E
T E M K I N
TERCERA PO SICIO N
30 Sigo el texto de Littré. Algunos códices traen kai tó nosema, y sobre uno de
ellos ha debido de elaborar Fuchs su conocida traducción, cuando escribe: “M an hat
aber die B eschaffenheit der einzelnen Jahreszeiten und die K ra n kh eit genau kennen
zu lernen” (Hippocrates, Sam tliche Werke', München, 1897, t. II, pág. 145). Creo pre
ferible la lección de Littré.
pedes morbosas” ; lQs trópoi son, en germen histórico, las “ formas clí
nicas” o variedades típicas de las especies morbosas; y las Icatastásies,
los “ cuadros sintomáticos” de cada uno de los eídjea, de los trópoi o de
los procesos morbosos individuales.
Esta germinal presencia del pensamiento tipiíicador en los escritos
coicos determina la aparición de expresiones verbales difíciles de conci
liar con la hipótesis de Temkin o en flagrante oposición con ella. H e aquí
algunas;-
En el libro III se lee: makra dé toúton oi pleistoi dienóseon; frase que
Littré traduce así: La maladie fut de lotigue durée chez le plus grand
nombre (L . III, 94-95). Pero lo largo, replica Temkin, no es en este caso
la maladie, la entidad morbosa que esos enfermos padecieron, sino su
individual afección; de ahí que la versión deba ser: “ los más estuvieron
largo tiempo enfermos” . Es cierto. Pero cuando en el libro I se dice, ha
blando de los tísicos: “ de los que se habían encamado, no sé de ninguno
que alcanzase la duración media” , métrion khrónon (L . II, 606), es di
fícil entender la frase si el autor no se refiere a la “ duración media” del
modo de enfermar que él llama pfithísis S1.
La expresión apéthane kynagkhiké es traducida por Littré diciendo
elle mourut d'angine, con lo cual se atribuye a “ la enfermedad” — la an
gina— una eficacia causal sobre la defunción de la enferma. La versión
correcta, dice Temkin, sería: “ ella murió anginosa” , esto es, en el curso
de su anginosa afección individual. M ás patente habría sido el error de
Littré traduciendo quaucun malade soit mort de la fiévre ardente un
texto griego cuya letra dice en kaúso, "en la fiebre ardiente” (L . II, 620).
D e acuerdo. Pero si leemos que “ un pequeño número de enfermos murió
hypò hydropos" (L . III, 92), es forzoso entender que esos enfermos su
cumbieron “ a consecuencia de hidropesía” , a causa de ella.
A firm a Temkin, por otra parte, que "Hipócrates no conoce casos de
determinadas enfermedades” . Creo que la negación es demasiado ta
jante. H e aquí un texto de las Epidemias, análogo a tantos otros: "M u
chos de los que ya habían hecho crisis cayeron en disentería ( es dysen~
teñas eteleúta), como Jenófanes y Critias” (L . II, 648). Aun cuando la
palabra dysentería no corresponda a la entidad clínica que hoy recibe
tal nombre, y aunque sea usada por Hipócrates según una acepción me
ramente sintomática, es innegable que Jenófanes y Critias son dos “ ca
sos” de ese giro disentérico del enfermar, dos pacientes en que el sesgo3
1
32 .Aunque en algunos códices faltan estas palabras, Littré y Fuchs las conside
ran auténticas.
33 L a palabra noúsema es usada con cierta ambivalencia, tanto en el comienzo
del párrafo ( Tà dè peri tá nousémata) como en su prosecución ( efe tou nousématos).
N o obstante, en el primer caso parece dominar la acepción de “proceso morboso
individual”, y en el segundo la de “enfermedad típica”.
excluye una clara intuición de las posibles semejanzas entre el enfermo
que observa y los demás. Todos los enfermos se parecen por el hecho
de serlo, por estar enfermos; algunos se asemejan entre sí, además, por
el modo de estar enfermos. Ahora se complica la cuestión, porque los
puntos de vista desde los cuales se puede establecer la semejanza son
muy diversos. Aun cuando el hipocrático no llegase a reflexionar siste
máticamente sobre el tema, consideró el parecido en los modos de en
fermar desde seis distintos puntos de vista:
1. ° El sintomático. Los enfermos se asemejan en tal caso por el sín
toma o el conjunto de síntomas que en su nousos predominan. Puede ha
blarse así de phthísis, de kausos, de léthargos, de kóma, etc. La afección
del paciente es puesta bajo la rúbrica de eídea o “ aspectos típicos" que
difieren entre sí por la naturaleza de los síntomas que los componen.
2. ° El patocrónico. El parecido entre los enfermos consiste ahora en
el modo de transcurrir su enfermedad. Y a la distinción entre enferme
dades “ agudas" y “ crónicas” revela este modo de considerar la realidad.
Los diversos pyreton eídea (terciana, cuartana, etc.) son asimismo otros
tantos tipos patocrónicos.
3. ° El localizatorio. La semejanza primaria atañe a la parte del
cuerpo más afectada por la enfermedad, en cuanto sintomáticamente
puede saberse algo de ella. Los noúson eídea o modos de enfermar lla
mados ophtalmíai, aidoíoisi phymata ( “ tumores pudendos” ), petipleumo-
níai, etc., son otros tantos tipos morbosos localizatorios.
4. ° El etiológico. Dos procesos morbosos individuales de apariencia
sintomática distinta pueden haber sido engendrados por una misma cau
sa. Pese, pues, a su distinto aspecto, hay entre ellos un parecido etioló
gico. Dentro de la mente del asclepiada hipocrático, tal es el que existe
entre todos los enfermos pertenecientes a cada una de las cuatro catás
tasis estacionales descritas en las Epidemias: de modo más o menos in
mediato, en todos ha influido eficazmente la misma causa exterior.
5. ° El pronóstico. N o es necesario salir de las Epidemias para des
cubrir la existencia de "tipos” basados en el pronóstico. “ Las cocciones
indican la celeridad de la crisis y la seguridad de la salud” , se lee en
la catástasis tercera (L . II, 634). Lo cual equivale a decir que todos los
enfermos en cuyas evacuaciones humorales se observan “ cocciones” , se
asemejan por razón de la benignidad probable de su afección. Todas las
reglas contenidas en el Pronóstico constituyen otras tantas semejanzas
quoad bonum o quoad malum entre los procesos morbosos individuales a
que se refieren.
6. ° El constitucional. “ Los melancólicos y un poco sanguíneos fue
ron atacados por causones y por afecciones freníticas y disentéricas. En
los flemáticos jóvenes hubo tenesmos. En los biliosos, diarreas prolonga
das...” (L . III, 98). ¿Qué sentido tienen i estos asertos, en relación con
nuestro actual problema? N o parece ardua la respuesta. Con ellos, H i
pócrates pone en conexión el parecido de un grupo de enfermos, esta
blecido según la constitución biológica de cada uno (melancólicos, fle
máticos, etc.), con su particular o típica manera de enfermar. Estos fre-
níticos no sólo se parecen entre sí por el hecho de serlo, sino porque,
además, han llegado a serlo con visible participación de una crasis cons
titucional en que predominaba la melancolía.
Repito y subrayo lo que antes dije: en modo alguno trato de afirmar
que en la mente de Hipócrates hubiese un “ sistema” de los diversos pa
recidos entre los enfermos. Sostengo,- eso sí, que la mente de Hipócrates
se mueve, como diría Hegel, “ en el elemento del parecido” ; y que dentro
de él elabora in statu nascendi, incoativamente, casi todos los motivos
que más tarde permitirán la constitución de una verdadera “ patología
general” . Esta existencia meramente incoada o germinal del pensamiento
tipificador es justamente lo que nos permite entender el ya mencionado
texto del escrito de diaeta in acutis: “ Algunos [d e los médicos antiguos]
no han ignorado, ni las diversas modalidades de las enfermedades, ni sus
múltiples subdivisiones; pero queriendo mostrar con exactitud el número
de las enfermedades, no escribieron rectamente.” El autor de este frag
mento no se opone a la tipificación de las enfermedades; más aún, admi
te la existencia real de polytropíai o modalidades múltiples en el modo
de enfermar. A lo que se opone, y con plena razón, es al vano y difícil
empeño de reducir a número exacto la indefinida serie de esos modos de
enfermar y a la pretensión de dar un nombre distinto a todas las enfer
medades diferentes. En lo cual no revela tanto ser médico de Cos como
médico juicioso.
¿Qué representan, entonces, las historias clínicas de las Epidemias
dentro de ese cuerpo intelectual y operativo que llamamos “ medicina hi
pocrática?” Son, por supuesto, el documento elemental de la “ experien
cia” médica; pero también el documento fundamental del “ saber" médico.
La experiencia atañe a lo singular y sensorialmente perceptible; el saber,
cuando es tékhne, como diría un griego, se refiere por necesidad a lo ge
nérico y universal. La historia clínica hipocrática— y, en general, toda
historia clínica— es la expresión escrita de la tensión intelectual del as-
clepiada entre su experiencia personal y el saber científico; o, si se quie
re, el compromiso que resuelve tal tensión entre una y otro. E l hecho de
que en el logro de dicho compromiso predomine ahora la atención hacia
la experiencia y, por tanto, el carácter individual de la descripción pato-
gráfica, no quiere decir que en la contextura de las historias clínicas de
Hipócrates no esté operando su necesaria referencia a un saber universal,
Quien lea las Epidemias con atención y exento de prejuicios hermenéu-
ticos bien determinados, advertirá sin dificultad cómo cada una de las
historias clínicas, no obstante la exquisita individualidad de su texto, se
halla esencialmente conexa con todas las reflexiones generalizadoras o
tipificadoras contenidas en las respectivas descripciones catastásicas. La
coherente unidad de todo el escrito así lo requiere; y no es mala prueba
de ello la mención expresa de alguno de los enfermos historiados en el
curso de tales reflexiones; el Filisco cuyo nombre encabeza las catorce
historias del libro I es manifiestamente aludido al discutir la influencia
favorable de las epistaxis en los causones (L . II, 642); el Clazomeniense
de la décima historia es con toda seguridad el Hermipo de Clazomene
nombrado en la catástasis tercera (L . II, 660), etc. La estricta y concreta
singularidad descriptiva de cada historia clínica hállase enlazada por
múltiples hilos— visibles unos, invisibles otros— con un indefinido e inci
piente cuadro de semejanzas y de conceptos patológicos universales.
35 Acerca' del pronóstico, véase Ils p f txspcov un <l die Sam mlung der H ippokra ti-
schen S ch riften > de L, Edelstein, Berlín, 1931 (II K a p : “Die hippokratische Progno-
se”) ; y también el segundo de los dos trabajos de Temkin antes mencionados: K ra n —
Jcengeschichte und Sinnsph-dre der Medizin.
mas a medida que aparecían ante sus sentidos, y que la visible indistin
ción entre los comunicados por el paciente y los percibidos por el mé
dico dependía no más que del orden casual del hallazgo. Pero acaso la
explicación- deba ser buscada en motivos menos triviales. Oíwsei Temkin,
que ha visto claramente el hecho, no ha comprendido toda su razón de
ser. “ Los datos subjetivos del paciente— escribe— pertenecen incondicio
nalmente a la integridad del síntoma” ; los síntomas no habrían sido para
el médico hipocrático meros “ hallazgos exteriores y somáticos” . ¿Por
qué?
A mi juicio, porque el médico griego y el médico moderno operan
con una idea distinta de la naturaleza humana. El médico moderno, más
o menos remota y deliberadamente influido por Descartes y Kant, pro
cede como si en la vida del hombre hubiese dos provincias susceptibles
de ser aisladas, una en que prevalece la necesidad y otra en que es posi
ble la libertad. Instalado sobre ese tácito supuesto, refiere a la primera
los síntomas “ objetivos” y pone en relación con la segunda los trastor
nos que suele llamar “ subjetivos” . En su momento veremos cuándo apa
rece y cuándo comienza a extinguirse esta interpretación “ moderna” del
cuadro sintomático. Ahora sólo importa consignar que el médico hipo
crático fué completamente ajeno a ella. La enfermedad, la nousos, era
para él una alteración preternatural— parà physin, según la expresión
técnica— de una individual naturaleza humana. Hablando del afemina-
miento de los escitas, dícese en el escrito de aere, aquis et locís: “ Los
naturales del país atribuyen la causa a la divinidad... Por mi parte, pienso
que esta afección es divina, como todas las demás, y que ninguna es más
divina o más humana que la otra, sino que todas son semejantes y todas
divinas: cada una de ellas tiene physis y no se produce sin physis” (L . II,
76-78). M ás aún podría decir, si expresase íntegro su pensamiento:
“ todo en ellas es physis” , aunque ésta se halle ocasionalmente alterada;
tanto es afección de la physis humana la hipertermia febril como la sen
sación de angustia que el enfermo expresa mediante el habla. Tengam os
en cuenta que para los griegos no fué el habla, el lógos, sino la diferen
cia específica de la animal naturaleza humana. Lo cual exigía como obli
gada consecuencia que dentro de la patología hipocrática fuese tan “ na
tural” y tan expresivo de la alteración morbosa lo que la physis del en
fermo manifestaba en forma de disturbio térmico, como lo que hacía
patente mediante su sensibilidad y su voz: la sensación angustiosa y la
fiebre, lo subjetivo y lo objetivo, eran por igual semeia y pathémata de
un desorden en la “ naturaleza" del paciente, y no cabía situarlos en dos
planos semiológicos diferentes.
Respecto a la diferencia en la cuantía de las noticias terapéuticas rese
ñadas en el texto de la historia, ya dije lo sustancial. La exégesis de
Galeno convence plenamente. El autor de las Epidemias no habría que
rido consignar sino las medidas estrictamente excepcionales, las impues
tas por la singularidad del caso clínico en que fueron prescritas. La
preponderante atención del médico hacia lo individual constituye, sin
duda, la razón de este sorprendente proceder del patógrafo antiguo.
La historia clínica hipocrática es el conciso relato de lo que el mé
dico griego veía ante sus ojos. U n trozo individual de la naturaleza, es
pecífica y singularmente caracterizado, sufre un desorden en la diná
mica de su existencia. El médico se siente capaz de conocer algo acerca
de la consistencia real y de las causas de ese desorden; la apariencia
misma de la alteración, concebida como un conjunto de “ señales" o se-
meia, será el camino real del conocimiento. Envuelto y determinado por
la Naturaleza universal, movido por su propia naturaleza, ayudado por
el arte, va el enfermo padeciendo su dolencia. El médico describe día a
día lo que observa, orientado por la realidad misma y por su idea del
trastorno. Inicia su narración, bien desde que se inició la alteración
morbosa, bien desde que pareció manifestarse causa suficiente de ella en
la vida del enfermo y en su total contorno físico. Si el paciente llega a
sanar, con la noticia de su curación acabará el relato, porque ese día ha
cesado el desorden en su physis. Si muere, la mención de su muerte será
también el término de la historia, porque en la Grecia hipocrática no
existía el hábito de abrir cadáveres helenos.
Galeno llama una vez a Hipócrates pánton agathon emetés, “ inven
tor de todos los bienes” . D e la historia clínica, por lo menos, lo fué. Pero
esta invención hipocrática, ¿va a ser un canon permanente e inmutable
para toda la posteridad? ¿Será aceptada por los médicos ulteriores •a
Hipócrates sin que ninguno se proponga— con mayor o menor delibe
ración— la tarea de recrearla originalmente? Los capítulos subsiguientes
van a darnos la respuesta.
CAPITULO II
L A H IS T O R IA . C L I N I C A M E D I E V A L
2 Por ejemplo, el caso de un niño muerto por haber bebido una gran cantidad de
vino añejo: “Cierto gramático de Pérgamo iba algunos días a bañarse. Llevaba con
sigo uno de sus hijos y dejaba otro en su casa, cuidando de ella y disponiendo la
comida. Como este último sintiese una vez sed vehemente y no tuviese provisión de
agua, bebió vino añejo en considerable cantidad. A continuación quedó insomne, fué
atacado por la fiebre, deliró durante su insomnio y murió” (de locis a ffectis, II, 9).
historias clínicas propiamente dichas. Veamos, pues, estas nuevas his
torias clínicas y tratemos de entender lo que fueron.
4 Los ComsiEo. son, en rigor, trescientos cinco; pero tres de ellos , Consilia praeam-
Tmla) no contienen descripción patográfica alguna.
riores. Tras este recorrido descendente, el libro acaba con tres capítulos
más, relativos a las enfermedades generales: enfermedades de todo el
cuerpo que no son fiebres, fiebres, enfermedades de la piel.
A juzgar por los datos consignados en el texto de algunos consilia, la
colección debió de ser recopilada en torno a 1435. Luego ha sido repeti
damente impresa: luciéronse tres ediciones incunables (Rothomag. 1476,
Venet. 1497 y 1499), y a continuación tres más en Lyon (1524, 1525,
1568), una en Francfort (1604) y otra en Nuremberga (1652). En
vísperas de la obra de Sydenham, cuando Silvio había llegado en Leyden
a la plenitud de su prestigio, todavía los Consilia de Bartolomeo M ontag-
nana hacían gemir a las prensas europeas. N o cabe mejor prueba de su
eficacia docente a lo largo de dos siglos y medio. Y o he manejado la
edición de Francfort: Selectiorum/Operum/Bartholomaei/Montagnanae/
Medicinae professoris/clarissimi celeberrimique in/álma Bononiensium
Academia,/in quibus eiusdem Consilia, variique /tractatus. íum proprii,
tum adscititiifcontinentur,/Líber Unus et Alter.../E Paltheniano Musa -
rum Franeofurtesium Collegio, M D C I V 5. U n médico de Francfort, Peter
Uffenbach, depuró el texto y cuidó de la impresión.
La figura externa de los Consilia patográficos de Montagnana es
muy diversa: hay algunos muy breves, hasta de medio folio impreso, al
paso que otros ocupan doce o quince folios; los hay especialmente tera
péuticos, junto a no pocos de índole preponderantemente fisiopatológica
y patogenética. U na inspección detenida permite, no obstante, descubrir
la estructura común a casi todos ellos. Cuatro partes distintas los cons
tituyen:
1. a U n título o epígrafe, en el cual se nombra técnicamente el pro
ceso morboso padecido por la persona a que se refiere la historia: de
soda phlegmatica proveniente per essentiale nocumentum in cerebro; de
asthmate propter plenitudinem pectoris; de ulcere vesicae et annexis ei,
etcétera. Si se tiene en cuenta que cada Consilium se halla incluido en un
capítulo nosográfico localizatorio o regional f de aegritudinibus cerebri; de
aegritudinibus pectoris et pulmonis, síve spiritualium, etc.), se advertirá
que en realidad son dos las rúbricas que sirven de marco a cada pato
grafía.
2. a Una primera Sectio, llamada a veces Summa, en la que se de
Egina) y las dificultades según la postura del cuerpo y la localización torácica del
(taño que las produce.
* Llamaban los medievales riza (probablemente del gr. “raíz” : raíz de los
conductos nasales), y los árabes kaysim, a la región ósea por cuyos orificios pen
saban que fluye la pituita desde el encéfalo a la nariz (lámina cribosa del etmoides).
Como dice B, Montagnana: “Os nasi, quod riza nom inatur, m ultis et mirabilibus
foram inibus compositum a natura vacuis factis a carnositate, a nervis manifestis et
glandulosis carnibus, quasi semper materiebus sitillantibus a capite semiplenum in -
ven itu r, et aere exteriori attraoto ad necessitatem eventationis cerebri, u t vaporibus
a cerebro expulsis nunquam evqcuetur" ( Cons. L X X X I I I . D e fístu la in osse m axil-
lae). En otro lugar (Oons. L X X X V . Th eoricu m de foetore oris) .alude a la misma
región con las palabras in superioribus concavitatibus nasi. He preferido traducir el
término riza con la expresión “bóveda nasal”, para no hacerlo equivalente a ninguna
<Je las precisas denominaciones osteológicas actuales.
La materia pecante desciende del cerebro al pulmón. Pero, ¿por qué vías? Cuando
el flujo es escaso y lento, es difícil decidir si acaece por los orificios de los pares cra
neales—Montagnana cree que son siete, según la enseñanza de Galeno— , o por los
músculos y las venas del cuello, o por las arterias. Nuestro patólogo expone los sín
tomas que permitirían conocer en cada caso la vía del descenso (trastornos nerviosos
auditivos y gustativos, en el primer caso; dolores y tumores musculares, en el segundo;
dilatación y rubefacción vasculares, en el tercero), y no advierte en la enferma la
existencia de ninguno de ellos. Todo lo cual le parece indicar que la tisis es, a lo más,
incipiente, y le mueve a establecer cuanto antes el tratamiento oportuno: ex praemísís
apparet, quod oporteat festinanter incedere ad régimen huías dispositionis, sive ince-
perit, sive principió sai propinqua sit...
Comienza ahora la Sectio Secunda, consagrada a discutir dicho tratamiento. Está
dividida, como dije, en dos Summae: una, en que se prescribe el régimen per sex res
non naturales 10, y otra, en que se menciona la terapéutica medicamentosa. El aire, se
dice en la primera Summa, será frío y húmedo, para combatir la calidez y la sequedad;
el reposo será preferido al movimiento; la alimentación, frecuente y no muy abundante
en cada comida; el sueño, de siete a ocho horas, sólo por la noche y con la cabeza
en alto; los alimentos, animales y vegetales, escogidos entre los que con gran lujo de
pormenores indica este capítulo del Consilium.
Los medicamentos, en fin, deben ser elegidos según ocho intenciones terapéuticas;
la parcial evacuación de las materias; la diversión de éstas a lugares del cuerpo menos
nobles; la digestión medicamentosa de tales materias; la rectificación de la mala com
plexión de la cabeza y su robustecimiento; la limpieza del pulmón; la interrupción del
flujo de materias desde el cerebro al pecho; la confortación del pecho; el combate con
tra la fiebre y la recuperación de peso. Montagnana va prescribiendo las fórmulas
medicamentosas y las medidas dietéticas que juzga más eficaces para el logro de estas
ocho intenciones. Y tras prolija discusión de unas y otras, termina su Consilium con
una de las fórmulas piadosas por él usadas: Haec igitur sunt, quae in dispositione
huius nobilissimae electiora scribere potui, Misericors et salvator summus dirigat eadem
in salutem eius perfectam ad laudem eius.]
Los dos anteriores ejemplos bastan para dar una idea suficiente de
lo que fueron las historias clínicas de Bartolomeo Montagnana, y aun
todos los Consilia medievales. M as para percibir todo lo que significa el
Consilium patográfico de los siglos X I I L X V I , es conveniente indagar
12 Para simplificar la exposición, sigo la tesis de los que piensan que la postura
intelectual de Santo Tomás acerca del principio de individuación es la misma en to
dos sus escritos.
resulta bastante difícil comprender la existencia de una signaíio materiae
ontològica y operativamente anterior a la forma 1S.
Tercera actitud: el individualismo ex parte formalitatis de Duns Es
coto. Entiéndase como se quiera la solución tomista, algo parece claro:
según ella, la individuación depende de la materia. Para Escoto, en
cambio, el compuesto de forma específica y materia es algo indiferente
en si respecto a su concreción en este o el otro individuo. Para que el
ser adquiera su ultima realitas y se individualice, es precisa una formali
dad distinta de la específica— con distinción formal a parte rei— , que
Escoto llama haecceitas, porque es la que confiere a la cosa su haec res
esse, su “ ser esta” . Sócrates, por ejemplo, no es sólo el compuesto indi
vidual de una forma específica humana (humanitas) y una materia
cuantitativa o dimensivamente determinada: en la forma de Sócrates hay
también, distinta a parte rei, una socratitas (su individual hecceidad), la
cual constituye el verdadero y decisivo principio de individuación. ¿Cómo
debe ser entendida la famosa haecceitas de Escoto? T a l vez tenga razón
Assenmacher cuando dice que no ha sido bien explicado aún lo que ese
concepto significó en la mente del doctor subtilis 1
14. N o puede negarse,
3
sin embargo, que con Escoto ha pasado el principio de individuación de
la materia a la forma. Su individualismo lo es ex parte formalitatis.
Cuarta actitud: el nominalismo de Durando y Ockam. También los
nominalistas niegan la existencia del problema de la individuación, si bien
por razones estrictamente opuestas a las aducidas por los realistas ex
tremados. En el mundo real, dicen, no existen sino "cosas singulares” ;
por tanto, toda sustancia material es por sí misma individual. El principio
de individuación sería no más que una hipótesis inútil, y los universales
(especies y géneros), meras construcciones de la mente que conoce el
mundo real, signos que en el intelecto cognoscente, sólo en él, reducen
a unidad intencional la real y efectiva diversidad de los individuos sus
tanciales. En lo tocante al principio de individuación, no difiere mucho
de ésta la opinión de Suárez: “ cada entidad, cualquiera que sea, es por
sí misma principio de individuación” 13. Si toda entidad real es eo ipso
individuo, carece de sentido invocar un principium individuationis. Un
siglo después de Suárez, el empirismo nominalista de John Locke dará un
13 P. Fuetscher, S. J., A k t und Poten s, Innsbruck, 1933. Puede verse una amplia
defensa de la solución tomista en L a esencia del tom ism o, del P. Manser, O. S. B.
(trad. esp., Madrid, 1947).
14 J. Assenmacher, Geschichte des Individuationsprinzips in der S c h o la s t ik Leip
zig, 1926.
Disputationes metaphysicae3 V, sect. 4, n. 1.
paso más y afirmará que el principio de individuación “ consiste en la
•existencia misma, la cual fija a cada ser, cualquiera que sea la índole de
éste, a un tiempo particular y a un lugar incomunicable a otro ser de la;
misma especie” 16. El mero hecho de existir es ser individuo en un tiem
po y en un lugar rigurosamente propios.
Obsérvese el sentido de todo el proceso descrito. En un primer mo
mento, la mente del hombre no puede concebir la realidad plenaria del
individuo; sólo géneros y especies parecen tener plena existencia real.
En la segunda etapa del proceso, la real existencia del individuo, admi
tida ya, debe ser metafísica e intelectualmente justificada mediante un
principium individuationis; pero éste afecta no más que al componente
inferior— con "inferioridad” ontològica, ya se entiende— del ser corpó
reo: a su materia. La forma, componente “ superior” , no influye en la'
individuación; podríamos decir que “ es forzada” a ella al realizarse ma
terialmente. Con la tercera etapa, representada por la haecceitas de Es
coto , asciende la situación ontològica dél pvihcipium individuationis; éste*
radica en la forma misma, a la cual pertenece como un momento de la
universal especificidad, distinto a parte rei. La individualidad d e la for
ma ya no es pasiva, sino principial; la forma pasa de ser “ individualizada”
a ser “ individuante” . El individuo, en suma, ha ganado en •jerarquía’
ontològica. Por fin— cuarta etapa— la importancia del individuo real se
trueca en exclusividad: sólo el individuo existe, y la forma, toda la for
ma, no es sino individuante. Los géneros y especies quedan en ser meras
voces (voces prolatae) o puras ficciones intelectuales ( piinim figmentum
intellectus) sin ninguna realidad extramental. D e afirmar que sólo hay
sustancias específicas se ha venido a sostener que sólo hay sustancias
individuales: en el plano de la realidad, el individuo ha desplazado a la
•especie.
Cabe preguntarse si todo esto tiene alguna relación con la medicina
y, más concretamente, con la patografía. Para responder a esa duda,
imaginemos cómo podía plantearse el problema de la enfermedad en la
mente de un pensador de la Edad M edia. ¿Qué es la "enferm edad” , o
movbus, o aegritudo? N o es una sustancia primera, como las sustancias
individuales: “ este hombre” , “ esta acacia” 17. Tam poco es una sustancia
18 Bssay, II, 27, § 3. El curso de las doctrinas medievales acerca del problema de
la individuación ha sido expuesto por mi— apenas es necesario advertirlo—de modo
muy esquemático. L a imagen real del proceso es mucho más rica; pero su línea
general es, creo, la descrita. .
17 Como es sabido, en los siglos X V I I I y X I X llegarán algunos a pensar que las
enfermedades son “sustancias primeras”, parasitariamente instaladas sobre el indi-;
viduo enfermo (“nosología ontologista” de Saqvages y otros). En la Edad Media
no lo pensaba nadie. ,
segunda, al modo de las especies naturales: “ el hombre” , “ la acacia” .
Tam poco una “ propiedad” de la naturaleza humana. La enfermedad es,
por lo pronto, un “ accidente". Pero esta afirmación inicial exige discer
nir los vafi.os sentidos de la palabra “ accidente” en la inteligencia del
sabio medieval.
El “ accidente” puede ser, como entonces se decía, predicamental, to
cante a la realidad misma: un ser real que exige existir en otro, como
sujeto que reciba su existencia ( accidens, symbebekós). En este sentido,
“ accidente” se opone a “ sustancia” . La magnitud corpórea de un hombre,
por ejemplo, es un ser real, no un concepto creado por la razón; pero no
puede existir sino en el hombre individual que es alto o bajo, grueso o
delgado. Los accidentes predicamentales son las nueve “ categorías” en
que se realiza la primera de las diez aristotélicas, la de sustancia. El
“ accidente” puede ser, por otra parte, predicable; no tocante a la reali
dad misma, sino a nuestros juicios o predicaciones acerca de ella. Lo
enunciado en un juicio es un “ predicable accidental” cuando aquello que
se enuncia no forma parte de la esencia del objeto, ni surge necesaria
mente de ella. A sí, verbi gratia, cuando digo “ Pablo es músico” o “ Juan
es ciego”* porque la condición de músico y la ceguera no pertenecen a
la esencia de Pablo y de Juan— su “ hominidad” — , ni proceden necesa
riamente de ella. El “ accidente” se opone ahora a la “ propiedad” , predi
cable no esencial, en lo cual coincide con el accidente, pero necesaria
mente derivado de la esencia del objeto. La facultad de reír constituye
una “ propiedad” del ser humano: aun cuando esa facultad no sea un
predicable esencial, porque el hombre no deja de serlo cuando no ríe, se
deriva necesariamente de su esencia. Es, pues, un “ predicable propio” ,
no un “ predicable accidental” . Los predicables accidentales existen per
accidens en el objeto que los padece; o, como Aristóteles decía, katá
symbebekós.
N o es esto sólo. El accidente real debe ser referido a la sustancia
que le sirve de supuesto; pero esto puede ocurrir de dos modos distintos:
con referencia inmediata y con referencia mediata. En el primer caso, el
accidente modifica inmediatamente a la sustancia, y recibe el nombre de
absoluto. Son éstos, en rigor, los verdaderos “ accidentes de la sustan
cia” . Así, por ejemplo, la extensión, respecto a cualquier objeto material.
M as también puede ser alterada la sustancia de un modo mediato; esto
es, por modificación de un accidente predicamental: así la figura geomé
trica, que modifica al objeto alterando su cualidad. Estos “ accidentes del
accidente” , cuya realidad es la mínima posible, suelen ser llamados
modales.
Vengam os ahora al problema de la enfermedad. La enfermedad, de
cía, es ‘‘ accidente’ . ¿En qué sentido? Cuando decimos “ Juan está enfer
m o", expresamos verbalmente, mediante un juicio, que el estado de en
fermedad existe per accidens en el ser de Juan. Pero mientras dure su
enfermedad, Juan no sólo “ está enfermo” ; también “ es” un enfermo. Con
otras palabras: además de ser un accidente del individuo enfermo ( per
accidens), la enfermedad es una realidad accidental, un accidens real de
la sustancia del paciente. ¿Será la enfermedad, entonces, un nombre
particular de alguno de los nueve accidentes predicamentales o “ catego
rías” , en que primariamente se realiza la “ sustancia primera” o indivi
dual del enfermo? '
D e ningún modo. Desde el punto de vista de su realidad, la enfer
medad es un “ accidente modal” , un accidens accidentis, capaz de afectar
a varios de los nueve predicamentos o a todos ellos. Según el pensa
miento nosológico tradicional, la enfermedad consiste en una disposición
permanente (héxis, habitus) o transitoria (diáthesis, dispositio), pertur
badora de la naturaleza del ser viviente que la padece y a cuya indivi
dual sustancia se atribuye. La concepción ontològica de la enfermedad
como diáthesis o dispositio, visible ya en Aristóteles ( Categ. V I I I , 8
b-9 a ), fué ampliamente elaborada por Galeno en varios de sus escritos.
Aristóteles habla de ella a título de ejemplo y la refiere muy especial
mente al predicamento de cualidad (p o ió n ); pero no es difícil advertir
que también cabe una disposición morbosa relativa a las categorías de
cantidad, relación, lugar, tiempo, posición, estado, acción y pasión ls; es
decir, a todas las restantes. H ay, en efecto, enfermedades por desorden
cuantitativo ( dismetrías), por desorden local (distopías), etc., etc. En
suma; la enfermedad es un accidente modal de la sustancia primera que
la padece, especificado como diáthesis o disposición y capaz de afectar
a cada una de las nueve restantes categorías; o, con otras palabras, una
accidental disposición morbosa de todos los accidentes categoriales de
la sustancia primera o de alguno de ellos. La sustancia primera (el indi
viduo enfermo) es mediatamente afectada por la enfermedad (accidente
m odal) según las diversas categorías accidentales o predicamentos.IS
en Medisin und K u ltu r, de Diepgen, págs. 181-182 (“Die Weltanschauung Arnalds von
Vilanova und seine Medizin”, trabajo publicado en Scientia, 61, 1937). Obsérvese la
diferencia y la mutua relación que Arnaldo establece entre “naturaleza” e “inteli
gencia”.
33 D e considerationibus operis medícinae, c. IV.
34 Recuérdese lo dicho acerca de los dos sentidos del accidens.
35 Speculum, c. I (“de d iffin ition e medícinae ac prim arum eius pa rtium ”).
36 Arnaldo se mueve dentro del pensamiento nosográfico tradicional o galénico,
pero sabe darle una elegante concisión. Cada uno de estos géneros principales, aña
de, corresponden a las tres condiciones principales de la salud {lapsuum genera to t
sunt quot esse ea quae requ iru n tu r ad sanitatem ).'
por tres géneros simples de la forma morbosa. La mente del médico ha
establecido así un gran número de géneros y subgéneros en el enfermar
humano, a los cuales se subordinan las diversas especies que Arnaldo
describe en el Breviarium y en varios de sus scripta minora 3T.
La naturaleza misma del hom brera la vez uniforme y compleja en su
forma, en su materia y por la causa eficiente de sus múltiples movimien
tos, exige que la enfermedad se manifieste sub generibus et speciebus; y,
precisando más, que la figura de cada una de las species se halle inte
grada por diversos síntomas o accidentia. El “ accidente modal” de la
sustancia individual que genéricamente llamamos enfermedad ( morbus,
lapsus) se ordena en “ géneros” y en "especies morbosas" (aegritudines),
las cuales se realizan en “ accidentes sintomáticos” (accidentia accidentis).
E l síntoma es, pues, el verdadero elemento descriptivo y real del acci
dente morboso. H e aquí cómo lo define Arnaldo: o mnis innaturalís immu-
tatio (acta in his quae pertinent naturalíter corpori, sequens morbum vel
aliquam causam eius *38. Esas “ inmutaciones" de la sustancia individual,
directamente percibidas por los sentidos del médico (signa morbi: el v ó
mito, la tos) o imperceptibles por ellos (accidentia occulta: una leve
contracción intestinal) son, por tanto, la materia sobre que inmediata
mente se ejercita el experimentum; y deben ser, además, el apoyo fea! de
la rafío, cuando ésta distingue y construye las nociones universales que
integran la ciencia del patólogo. Lo universal se constituye de este modo
en exemplar de lo particular: y lo particular viene a ser el exemplum en
que lo universal se realiza. La expresión exemplariter agere, deliberada
mente usada por A rn a ld o 39, da perfecta idea de este proceder inte
lectual.
N o es muy distinto el pensamiento nosológico y nosográfíco de Pie-
tro d’Abano. En algo es afectada la filosofía médica del Aponense por
la orientación averroísta de su mente, mas no lo suficiente para apar
tarle del suelo teorético común a todos los médicos europeos entre la
« -Di//. I I I .
4S L-a discrepancia entre Santo Tomás y Averroes relativamente al principio de
individuación aparece tan sólo en lo que atañe a la individuación de los seres espiri
tuales. Tan exclusiva de la materia es para Averroes la eficacia individuante, que
niega la individualidad de Dios y de los espíritus.
49 Aristóteles distingue, como es sabido, cuatro modos de ser uno (M e t a p h V, 6) :
según el número (unidad numérica), según el género (unidad de predicación), según
la especie (unidad de definición) y según la analogía (unidad analógica o por ana-
logia). Para Pietro d’Abano la ciencia médica es una secundum analogiam.
' salía que constituyen la especulación del médico; son éstos, en suma,
formae communes per intellectum abstractae..., species et similitudities
rerum quae intellectus abstrahit a particularibus etiam signatis.
Los capítulos del Conciliator consagrados a las res praetev natutam
nos muestran— distando mucho de ser sistemáticos, por la índole del libro
a que pertenecen 50— el modo como Pietro d ’Abano entiende ese movi
miento de la inteligencia racional del médico entre lo universal y lo par
ticular. Desde Galeno, los universales más importantes en el pensamiento
patológico (las res contra naturam o res praeternaturales primarias) son
tres: causa morbi, morbus y accidens. D e los problema intelectuales y
prácticos tocantes a la causa morbi no trata el Conciliator, y de acciden-
tibus et signis in communi— la sintomatología y la semiología generales
de la patología galenizante— no es mucho lo que dice allende lo por mí
consignado. M ás trae acerca de la enfermedad en sentido estricto, aun
cuando sea dispersa y fragmentaria la exposición de su doctrina. La en
fermedad— definida en sentido galénico: dispositio vel habitus actionum
actualiter destructiva— afecta como accidente transitorio (dispositio) o
permanente (habitus) a la sustancia primera del individuo qué la padece.
El modo fundamental de esta afección es el predicamento de cualidad
(qualitas), aun cuando la afección morbosa pueda también referirse a las
restantes categorías: licet morbus fundetur aliquando in aliis ptaedica-
mentis. Pietro d'Abano considera especialmente la relación que la qua
litas, la positio y el numerus pueden tener con la disposición morbosa; y
puesto que una categoría se apoya a veces en otras (sicut relatio aliis
praedicamentis innititur) 51, él se esfuerza por comprender y demostrar
la conexión de todas ellas con la qualitas, cuando de la enfermedad se
tra ta.52.
T a l es, expuesta en muy grandes rasgos, la patología general de Pie-
tro d ’Abano. Su analogía con la de Arnaldo de V ilanova salta a la vis
ta. Cualesquiera que sean sus personales diferencias, uno y otro dan
forma escolástica al pensamiento de Galeno, directamente conocido o
descubierto a través de los tratadistas médicos del Islam: Johannitius,
T E O R IA D E L "C O N S IL IU M "
53 Galeno—y tras él, todos los patólogos galenizantes—distinguía tres modos prin
cipales de la causa m orb i: la causa primitiva o externa ( aitía prokata rktiké) , la in
terna, disponente o constitucional (aitía proegum ené) y la causa continente o inme
diata (a itía synektiké). En una pleuresía, por ejemplo, se ve en el frío la causa,
primitiva de la enfermedad; la disposición individual por la que ese frío pudo pro
ducir tal pleuresía es su causa dispositiva; la inflamación de la pleura y el derrame-
pleural, su causa continente.
En páginas ulteriores será ampliamente utilizada la doctrina etiológica de Ga
leno. Téngala presente el lector.
La lectura de cuanto llevo expuesto permite comprender que la refe
rencia de toda la construcción diagnóstica— observación y teoría— a la
realidad individual del enfermo es en los consilia de Montagnana pura
y aun externamente atributiva. La enfermedad es del enfermo, “ suya",
en cuanto la descripción del médico la atribuye a su real individualidad,
un poco como la barba florida de Carlomagno es “ suya” cuando se le
describe o se le pinta con ella. El individuo o “ sustancia primera” apa
rece como mero soporte de la entidad morbosa que padece, la cual, en
tanto accidente suyo, le es atribuida con cierta exterioridad. En el cen
tro de la descripción patográfica está el sujeto que soporta la enferme
dad: tal generosus vir o cual honestissima matrona de Padua, V eron a o
Vicenza, allá en los albores del Quattrocento. D e cada uno de esos hom
bres conocemos no más que las dos o tres notas con que les menciona el
consilium. Pues bien; esas somerísimas notas descriptivas vienen a ser
— si se me permite un símil vulgar, pero expresivo— la percha de la cual
va colgando el patógrafo los datos de su observación: en primer término,
la aegritudo única o las varias aegritudines que el epígrafe del consilium
nombra; y, componiendo la figura total de cada una de éstas, los signos
ordinalmente consignados en la primera parte del relato patográfico.
En cuanto el enfermo es individual titular de una entidad morbosa
específica ( “ tortura oris et faciei", “ epilepsia", “asthma"), su afección ha
de ser muy semejante a todas cuantas pertenezcan a la misma especie;
tanto más semejante, desde el punto de vista de su apariencia descrita,
cuanto que Montagnana no parece mencionar en sus consilia sino los
“ signos” mediante los cuales puede ser definida la especie patológica en
cuestión. Dos historias clínicas de parálisis facial procedentes de la co
lección de Montagnana apenas se distinguen entre sí por algo más que
por el nombre, el sexo, la edad y la condición social de quien las padece.
Sólo la variable intensidad de cada uno de los síntomas y signos permi
tiría distinguir la descripción patográfica de las afecciones individuales
pertenecientes a una misma species.
Obsérvese una curiosa coincidencia con el pensamiento de Santo T o
más. Las dimensiones cuantitativas, había dicho el de Aquino, no causan
al individuo; pero mediante ellas, a modo de signo idóneo, puede ser
conocido y descrito cada individuo concreto. Esto vemos en las histo
rias clínicas de Montagnana. En ellas, dos individuos afectos de paráli
sis facial no se distinguen entre sí— en cuanto enfermos, ya se entien
de— sino por la mayor o menor cuantía de los síntomas y signos en que
su parálisis se expresa. La Edad M edia ha dado una doctrina metafísica
del principio de individuación, la ^signado materiae tomista o la haeccei-
tas de Escoto. Los filósofos, naturalistas y médicos medievales no han
sabido, en cambio, mostrar cómo el principio de individuación se expresa
y realiza físicamente en los diversos individuos corpóreos, desde el cris
tal hasta el hombre. Han visto a lo sumo que el resultado de la indivi
duación puede ser conocido por la cuantía de cada una de las notas
específicas que ostenta el individuo: la talla, el color de la piel o la in
tensidad de la fiebre. Pero en cuanto esas notas específicas cuantificadas
son un “ resultado” y no una “ acción” más o menos creadora, quedan en
simples atributos externos de la sustancia primera, y ésta en mero so
porte de los signos expresivos de su individualidad. En suma: el médico
de la Edad M edia no sabe hacer patografía individual, porque ni a la
signatio mateciae ni a la haecceitas ha logrado verlas como procesos físi
cos, además de concebirlas como principios metafísicos. N o lancemos
sobre él, sin embargo, los dicterios habituales, porque sólo en el siglo X X
comenzarán los médicos a ser capaces de tal empresa. Cuando estudie
mos la configuración de la historia clínica contemporánea (desde Freud
y von M onakow a Goldstein y von W eizsáck er), veremos cómo se en
tiende hoy el viejo principium individuationis en el plano de la patología
positiva.
Cualquiera que sea la interpretación física del principio de individua
ción, algo parece, por lo pronto, claro: que habrá de tener en cuenta el
curso temporal de las notas en que la individualidad se manifiesta. Inde
liberada, pero bien certeramente, así lo intuyó Hipócrates. Las historias
clínicas de las Epidemias son patografías estrictamente individualizadas;
y para que lo sean, el descriptor va situando cada una de sus observa
ciones semiológicas en el tempus motbi, día a día y casi hora a hora. La
singularidad de un proceso morboso se muestra necesariamente, aparte
otros modos de aparición, en el orden temporal de los síntomas que lo
integran; y si Hipócrates no supo dar razón científica suficiente de ese
orden temporal, no por ello dejó de tenerlo en cuenta en sus magistra
les descripciones patográficas.
N o sucede así en las historias clínicas de Montagnana. El patógrafo
va enumerando los síntomas sin aludir al momento en que se presenta
ron. Apenas hay en sus consilia una sola alusión a la figura temporal del
cuadro sintomático, y cuando la hay es por demás vaga. A veces, por
que así lo exige la interpretación fisiopatológica; por ejemplo, cuando
dice, tras la enumeración de varios signos: E t pcimum quidem hocum
licet fuerit aceidens materiae catarrhizantis, tamen fortasse est factum
aegritudo... (Cons, C X X V I I ) . Otras, de modo más puramente descrip
tivo: Primum est, quod hi dolores súbito ipsum invadunt nulla praece-
dente ipsorum caussa manifesta. D olor enim et repente eveniens...
(Cons. C L X X V I ) . Mirados los síntomas desde la species a que perte
necen y según la causa común a todos o a un grupo de ellos, pierden
individualidad y se despegan de la tempo'ral sucesión con que el indivi
duo enfermo los va mostrando. La descripción de lo universal y abstracto
borra la melódica individualidad de lo particular y sentido 04.
La preponderante atención del médico hacia los univetsalia nosológi-
cos y nosográficos, y la deficiente referencia patográfica de lo universal
a lo particular, muéstranse en otras dos novedades de la historia clínica
consiliar. Es una la aparición expresa del diagnóstico diferencial. Para el
asclepiada hipocrático, el diagnóstico diferencial apenas tenía sentido. El
carácter meramente incoado de los eídea y trópoi de las diversas noúsoi
individuales concedía escasísimo relieve al problema del diagnóstico di
ferencial. En cambio, la visión especificadora del enfermar individual
plantea eo ipso la necesidad de discriminar la especie a que cada “ caso”
pertenece. Que las species morbosae con que opera Montagnana sean
distintas de las actuales, no excluye la formal semejanza de su proceder
intelectual y el nuestro. V éase a la luz de un ejemplo: Tussis magna,
difficultas anhelitus et macies huius viri... non videntur mihi provenire a
phthisi, ñeque ab ulcere aliquarum partium pectoris et pulmonis. Trata-
ríase, dice Montagnana, de marasmo a mala complexione frígida et sicca
cordis, pulmonis, stomachi et epatis. Y a continuación expone un porme
norizado diagnóstico diferencial entre este marasmus y la phthisis. El
universale nosographicum exige perentoriamente del patólogo el diagnós
tico diferencial.
Consiste la segunda novedad en la partición más o menos artificial
del proceso morboso en varias aegritudines subordinadas. N o es prácti
ca constante, pero sí frecuente en los consilia de Montagnana. Aegritudo
huius generosae M ulieris... est multiplicibus et variis aegritudinibus com~
plicata, dice una vez (Cons. C X I I ). V ir nobilis Damianus de Foro Iulii
dioecesis Aquilegensis— escribe otra— diversis aegritudinibus et acciden-
tibus molestatus ingenter (Cons. C X L V I I ) . Y a continuación las enume
ra: mala complexio frígida et humida stomachi, catarrhus cum multitudine
materierum phlegmaticarum, etc., etc., hasta ocho distintas. M ás revela
dor es el comienzo de otro consilium: V ir insignis Baptista Anconitanus5 4
T
-L R E S sucesos van a cambiar de manera decisiva la apariencia y el
contenido de la historia clínica, tal como ésta ha quedado constituida en
los consilia del siglo X V : el gusto del médico por la descripción casuís
tica, la nosografía empirista de Sydenham y la autopsia de cadáveres
humanos. La forma hipocrática y la forma consiliar de la patografía, per
petuadas por tradición ininterrumpida desde el siglo X V , serán asumi
das en nuevos modos de relatar el proceso morboso individual. Como
preámbulo al estudio de cada una de estas tres configuraciones de la
historia clínica, veamos en orden sinóptico lo que acontece en la historia
del pensamiento médico desde Bartolomeo Montagnana ( f 1470) hasta
la obra nosográfica de Thomas Sydenham (1624-1689). O, con otras
palabras, durante los dos siglos en que se constituye el mundo moderno.
Las novedades que esos dos siglos aportan a la historia de la M ed i
cina pueden ser ordenadas bajo cuatro epígrafes:
l.° E l auge de la observación clínica. La existencia misma del gé
nero consiliar patentiza una viva, creciente afición de los médicos a la
descripción patográfica. N o está solo Bartolomeo Montagnana en los
decenios centrales del Quatírocenío. Coetáneos suyos son el milanés
Giovanni M atteo Ferrari da Gradi ( f 1480) y el bononiense Baverius
de Baveriis ( f hacia 1480), autores de sendas colecciones de Consilia
varias veces impresas; e inmediatamente después de todos ellos viene la
copiosa producción patográfica del siglo X V I que luego he de reseñar.
Cientos y cientos de historias clínicas pasan por todas las jóvenes pren
sas de Europa durante siglo y medio. Cualquiera que sea la significa
ción histórica del suceso— 'pronto intentaré descubrirla— , tal abundancia
de relatos patográficos “ ejemplares” o “ extraordinarios” revela por sí
misma una vigorosa tendencia del espíritu hacia la observación del en-
fermo y la intima necesidad mental de valorar científicamente el “ caso”
singular; más aún, el “ caso” poco visto.
La frecuencia de las observaciones clínicas redactadas para la publi
cidad coincide con el orto de la enseñanza de la patología junto al lecho
del enfermo. Durante la Edad M edia, la enseñanza clínica era ajena a
la Universidad: ésta la exigía de sus alumnos, pero no la daba. “ La
educación práctica junto al lecho del enfermo— escribe Neuburger— no
pertenecía al plan de estudios' de la Universidad, y quedaba sometida a
los azares de la enseñanza privada, aun cuando no careciese totalmente
de vigilancia por parte de la corporación médica... Las Facultades de
M edicina exigian, para la concesión de la licenciatura, que el candidato
hubiese hecho con aplicación y bajo dirección técnica visitas a enfermos,
y a en la clientela privada, ya en los hospitales” L Comenzaron a cam
biar las cosas cuando Giambattista da M onte o Montanus (1498-1551)
inició en el Hospitale San Francesco, de Padua*, sus famosas lecciones
clínicas para estudiantes. Albertino Bottoni y M arco degli O ddi las
reanudaron en 1578, veintisiete años después de morir D a Monte. Dos
médicos holandeses, discípulos de Bottoni y O ddi, Edward Schrevelius
y Jan van Heurne, implantaron el método en Leyden, donde ya no se
extinguirá hasta los días gloriosos de Silvio y Boerhaave. Paulatinamen
te, todas las Universidades europeas irán adoptando esta decisiva inno
vación en la docencia de la patología.
La creciente afición a la narración patográfica cfurante el siglo X V
revela y determina, por otra parte, un considerable aumento de la agu
deza visual del médico frente a la realidad que como médico observa.
Sus ojos y su mente van siendo capaces de distinguir con más y más
precisión los modos de enfermar, y de ahí la frecuente descripción de
“ nuevas enfermedades” : nuevos tipos de difteria y de fiebre tifosa, el
“ sudor inglés” , la nutve krenckte de Dusseldorf, la sífilis. Fuesen tales
enfermedades efectivamente nuevas, como el sudor inglés, o sólo más
copiosamente visibles, como la sífilis 1
2, esa tan frecuente repetición de
1 Geschichte der Medizin> II, Stuttgart, 1911, pág. 457. Véase también la Ges-
ehichte des medizinischen TJnterrichts, de Th. Puschmann, Leipzig-, 1889, y la
Geschichte der Medizi-n, de Haeser, I, Jena, 1875, págs. 82^-828.
2 Quiere esto decir que comulgo en la tesis de Sudhoff acerca del origen de la
sífilis. Las razones no pueden ser expuestas aquí. Sobre las “nuevas enfermedadee"
a fines del siglo XV, véanse los dos trabajos de Sudhoff: “Neue Krankheiten zu
IDnde des 15. und in der ersten Halfte des 16. Jahrhunderts”, A rch . f. Gesch. d. Med.,
V I, 1912, 120-128, y “Eine neue Krankheit, die nuwe krenckte, in Juni 1494 zu Düs-
seldprf”, en la misma revista, V II, 1913, 43-45. Sobre el “sudor inglés”, el libro de
Chr. Gottfr. Gruner . Scriptores de sudore anglico superstites, editado por Haeser,
Jena, 1847.
“ hallazgos nosográficos” atestiguaba, cuando menos, la existencia de dos
incuestionables novedades en el alma del nosógrafo: la idea de que la
medicina tradicional era insuficiente frente a la realidad clínica y una'
capacidad de discriminación diagnóstica considerablemente superior a la
de todos los siglos precedentes. Igual significación tiene el rápido des
arrollo de la epidemiografía en el siglo X V I , y singularmente en Italia
y en España. Los nombres de Fracastorio, Brassavola, Valleriola, P o r
cell, M ercado y Bocangelino hablan por sí solos. Y si a todo ello se une
el fulgurante progreso de la Cirugía, el desarrollo de las especialidades
técnicas y la introducción de medicamentos nuevos, se tendrá una ima
gen bastante completa de lo que ha llegado a ser la práctica médica en
los primeros decenios del siglo X V I I .
2.° E l humanismo médico. Desde el siglo X I V , los espíritus más
sensibles de Europa se sienten heridos por una íntima desazón. Desplá
celes el contenido de su propia época, y a todo se extiende el descon
tento: la religiosidad, la vida intelectual, la expresión estética y la con
vivencia social y política 3. Los resultados positivos de esta espiritual ace
día se llamarán Reforma, devótio moderna, scienza nuova, arte renacen
tista, Estado Moderno. Pero antes de resolverse a buscar denodada
mente “ lo nuevo” , piensan los europeos si su malestar provendrá de un
conocimiento defectuoso y corrupto de “ lo antiguo” . La tradición ará
biga y la “ barbarie literaria” de los siglos precedentes habrían desfigu
rado y, por tanto, desvirtuado la sabiduría antigua. Síguese viendo en
ésta la fuente y hasta el canon de todo saber humano. D e ahí que no
pocos intelectuales europeos de los siglos X V y X V I — en rigor, desde
Petrarca— se consagren con ahinco a depurar filológicamente su saber
de la Antigüedad clásica. H a y en sus almas una profunda, “ romántica"
nostalgia de la perfección perdida y, junto a ella, la seguridad de reha
cer sólida y bellamente esa vida leyendo en sus textos originales a P la
tón, Aristóteles, los estoicos, Hipócrates y Galeno. La sabiduría antigua
habría sido “ desvirtuada” por una deficiente tradición, pero conservaría
íntegra su radical virtus humana.
Los médicos participan en el movimiento humanista con tanto empeño
como los filósofos y los hombres de letras. Los viejos códices de H ipó
crates, Celso, Plinio, A reteo y Galeno son leídos, traducidos y repetida
mente editados. Los talleres de A ld o Manucio, Frobenius y la Giunta
conceden a la medicina griega el periodo de su máxima vigencia, hasta
que Paracelso, Vesalio, Fabricio de Acquapendente, Sanctorio y H arvey
D E L “C O N S 1 L IU M ” A L A "O B S E R V A T IO "
CONSILIUM X LV .— D e M e l a n c h o l i a H y p o c o n d r i a c a , p r o D o m i n o d e M a l i g n y .
Oigo que el ilustrísimo y prudentísimo varón Señor de Maligny se ve asediado por
muchos y varios síntomas, y estos graves y temerosos; si bien todos son la significa
ción de uno y el mismo afecto. Todos estallaron con vehemencia hace pocos días,
durante un estío sobremanera cálido, aun cuando parece que los primeros rudimentos
de su origen sean muy anteriores. La tristeza, el temor frecuente e inmotivado, la
soledad, la meditación profunda y grave, el sueño turbulento y perturbado por diver
sas y terribles pesadillas; todo denuncia que se trata de melancolía, y no primaria, en
la cual el daño es sólo del cerebro, sino de esa otra especie que por simpatía incita la
zona precordial y a la cual solemos llamar hipocondría. Visible indicio de ésta es el
tumor que se percibe en torno al bazo y al páncreas.
No creo que la causa continente sea en este caso la melancolía natural, que es la
hez de la sangre [quiere decir: el residuo tras el aprovechamiento de la sangre], sino
esa otra, retostada, que se origina por adustión de la bilis amarilla y a la cual llama
mos con nombre propio bilis negra. Esta, sensiblemente acumulada desde antiguo en
la región precordial, comenzó hace tiempo a inflamarse y a emitir vapores malignos...
[Sigue el c o n s i l i u m explanando per l o n g u m e t l a t u m la fisiopatología de la afección;
y luego el pronóstico y el tratamiento.]
agosto de 1553, embarazada de cinco meses y medio, sin ninguna violencia exterior,
sin destilación y sin tos previa, comenzó súbitamente a expectorar sangre, la cual
salía de su pecho con estertor, pero sin gran esfuerzo. Por aquel tiempo le empezó a
fluir sangre de la nariz, sangre que a veces se deslizaba a las fauces, siendo así que
en el actual embarazo todavía no había fluido, aun cuando las venas estuviesen so
bremanera turgentes y el hecho fuese habitual en otros embarazos. Cesó, cumplidos
cinco días, y comenzó la expectoración sanguinolenta; quedó como residuo, sin em
14
Entiéndase ahora la palabra “tabes” en su acepción etimológica.
bargo, la tos seca, sin estertor y sin dificultad en la respiración. En el parto fué nula
o escasa la purgación loquial, estimulada después con jarabe de hisopo. Desde el
quinto día después del parto, fiebre ardentísima cada dos días; y a causa de su vio
lencia se produjo un dolorcillo en el costado derecho. La fiebre, insidiosa y no exce
sivamente manifiesta, perseveró, y también el decúbito sobre el lado derecho. A los
pocos días de esto, una grave destilación que partía de la cabeza recayó sobre el
hombro derecho, hasta el extremo del omoplato del mismo lado, y en el mismo lugar
del costado en que ya anteriormente padecía la enferma. Practicada el tercer día una
sangría, cesó el dolor del hombro y del omoplato. Persistió, no obstante, en el costado,
y así continúa ahora. Desde entonces siempre ha sido difícil el decúbito derecho, y
también la respiración, incluso cuando no expulsa sangre.
De todo lo cual parece resultar que la primera erupción de sangre no fué produ
cida por la ruptura o la erosión de las venas, sino porque éstas se abrieron a causa
del inmoderado acúmulo de sangre. Y esto sólo en el pulmón derecho, del cual pa
recía salir la sangre en el decúbito, del mismo lado. Ocurrió después la destilación, la
cual, ocupando el costado derecho, se hizo causa de dolor. Viene a ser éste, pues, la
combinación de dos afectos, uno en el pulmón, otro en el costado derecho. Además de
ellos, el hígado hállase también más cálido y obstruido, con dolor y leve renitencia;
y el riñón derecho sufre de cuando en cuando algún dolor nefrítico.
[Sigue a esta narración de Fernel otra, acerca de la misma paciente, compuesta
por un doctor Crabe o Crabis: H i s t o r i a m o r b i , s c r i p t a a d o m i n o C r a b e , m e d i c o r e g i o ,
a d m é d i c o s P a r i s i e n s e s , p r o d o m i n a d e V A u b e s p i n e . Tras ella viene el R e s p o n s u m a d
te: “La afección más arriba descrita acabó con la señora de l’Aubespine, pues la fie
bre insidiosa la desecó, y se repitieron el dolor de costado y la expectoración sangui
nolenta, con mayor dificultad respiratoria. Disecado el cuerpo, se hallaron los pulmo
nes pútridos y adheridos a las costillas, con varias úlceras.’’]S i
pleuritis grave con fiebre muy aguda, en lo más crudo de un invierno muy frío, y sin
que precediera emisión de esputos, fué atacado por una tos intensísima, con respira
ción difícil y sofocativa. Oíase su estertor y deliraba con clamor horrendo. Siguió a
esto una convulsión, y luego enorme pérdida de fuerzas. Quedó sin voz y sin sentido;
visto lo cual, pensamos que su muerte acaecería a las pocas horas, y su piadoso padre
le lloró por perdido. Prolongada la enfermedad hasta el día vigésimo, se produjo en
tonces una copiosa evacuación alvina; y como milagrosamente, por don divino, vimos
al niño redivivo contra toda previsión y restituido al orden de la naturaleza, aunque
durante muchos meses quedó exangüe, consumido y sin fuerzas. No obstante, gracias
a la infinita benignidad de Dios y al diligente cuidado del padre, amantísimo de su
hijo, y administrada una alimentación oportuna, y con los auxilios adecuados, salió
incólume y perfectamente sano, y así sigue.
[Hasta aquí, la breve h i s t o r ia o r a t i o m o r b i de la o b s e r v a t i o . Viene a continuación
la e x p l i c a t i o , mucho más extensa. En ella discute Valleriola las causas y los síntomas
de la enfermedad, añade alguna observación semiológica complementaria, precisa el
c u r s u s m o r b i y da cuenta detallada del tratamiento.]
salud y te explicase brevemente lo que en ella observé, a fin de que puedas aconse
jarle con provecho. Y yo no sólo prestaré este servicio a tan grande amigo y hombre
tan oficioso, sino que, movido por la amistad que con vosotros me une, y sobre todo
con tu hermano Jerónimo, tomaré las cosas desde su origen y con gusto describiré toda
la naturaleza de su afección, sus causas y sus efectos, y lo que a mi ver puede espe
rarse o temerse; y luego los remedios con los cuales confío en poder sanarle o pre
servarle de más graves dolencias.
Tu hermano fué víctima el otoño pasado de la epidemia que ahora aflige a toda
Europa. Sufrió gran dolor de cabeza, con flujo de humor hacia el pecho y fiebre. Le
fué peor en aquel tiempo que a sus conciudadanos restantes, pero por obra mía pudo
.sanar. Llegado el invierno, que aquí suele ser más duro que entre vosotros, situados
cómo estáis no lejos de la tibia ribera del mar Etrusco *, y ya bien entrado el frío,
comenzó a sufrir la frialdad de cabeza que durante el tiempo invernal había venido
sintiendo regularmente casi cuatro años; la cual, de modo paulatino, vino a estable
cerse más violenta, porque la destilación precedente había debilitado su cabeza y por
que él, movido por una timidez excesiva, no quiso cubrir su tegumento más que de
ordinario y defenderlo del aire exterior. Así, además de la frialdad, que sentía de modo
muy intenso, viéronse aparecer poco a poco varios síntomas: pertubáronse sus senti
dos internos y externos, perdió agudeza su oído, se oscureció su vista, balbució luego
su lengua; en fin, para ser breve, diré que ni uno solo de sus sentidos, internos o
externos, cumplía ordenadamente su función. Por entonces me pidió consejo; y yo,
considerando la magnitud de la afección que desempeñaba el papel principal, le pres
Trescientos años bien cumplidos— desde los últimos decenios del si
glo X I I I a los primeros del X V I I — dura en la historia de la literatura
médica el género consiliar. Por su cabo inicial, el consilium linda con la
simple receta; por su cabo final, con las narraciones de la patografía mo
derna, llámense historia morbi u observatio. A parte estos dos polos ex
tremos, cronológicamente distintos e históricamente determinados, otros
dos, perceptibles en todo tiempo, tanto en el siglo X V como a fines
del X V I , orientan y diversifican la índole del relato consiliar; el polo del
consilium pro y el del consilium de.
El consilium pro ( “ consejo en favor d e ") se refiere, sobre todo, y
con intención preponderantemente terapéutica, a la individual afección
de un enfermo. Léase, por ejemplo, este epígrafe de Fernel: Consilium
pro Domino Sigismundo, Orthopnoea laborante. Poco importa que esa
afección individual sea considerada desde el punto de vista de la especie
clínica y fisiopatológica a que pertenece; aun cuando sea así— y nunca
es de otro modo, porque desde Galeno se ha hecho ineludible el pensa
miento tipificador— , lo decisivo es el sesgo ético y terapéutico del do
cumento. En cambio, la intención del consilium de ( “ consejo acerca d e " ),
sin dejar de orientarse ética y terapéuticamente hacia la individualidad
del enfermo sobre que versa, tiende en primer término a mostrar qué es
y cómo es una enfermedad o un tratamiento. Cuando leemos en Fernel
Consilium de catarrho et cerebri humiditate, cum viscerum prava affec -
tione, o en Montagnana Consilium de iuncturarum doloribus per crisin
factis, es evidente que uno y otro tratan sobre todo de enseñar a sus
lectores qué son y cómo son la humiditas cerebri y el dolor iuncturarum
a crisi; y luego, por supuesto, cómo una y otro deben ser curadas. E l^
consilium pro se propone, ante todo, curar; el consilium de trata inme
diatamente de enseñar, de hacer saber, aunque mediatamente, y en cuan
to enseña a saber y curar, tenga también una intención terapéutica. C on
otras palabras: el consilium pro es más bien ético y operativo, y el con-
silium de más bien teorético e intelectual. Aquél tiende hacia la operatio;
éste, hacia la scientia.
La observatio y la historia morbi del Renacimiento son, a mi juicio,
el término a que llegan la elaboración y la depuración del consilium de.
Quien redacta una observatio aspira en primer lugar a ver y entender la
realidad que describe, y esta intención originaria condiciona la forma de
su narración. Lo cual quiere decir que la plena y cabal comprensión de
la observatio renacentista exige considerar sucesivamente su intención y
su forma, y ver en ésta la expresión idónea de aquélla. H e aquí, por
tanto, los caracteres definitorios de una y otra:
A. La intención de la “observatio” . Como todos los autores de his
torias , clínicas, el patógrafo del Renacimiento se propone describir un
proceso morboso individual. Pero ya sabemos que tal descripción puede
orientarse en dos direcciones distintas: o haciendo especial hincapié en
lo que de individual tenga la afección, o subrayando lo que en ella pueda
haber de específico. La patografía de Hipócrates se mueve— con mayor
o menor deliberación— en el sentido de la individualidad; la de la Edad
M edia, en el de la especificidad. Pues bien: sin perseguirlo reflexiva
mente, el médico del Renacimiento hace muchas veces su narración pa-
tográfica según una via media entre los dos estilos precedentes. La indi
vidualización y el carácter biográfico del relato son mucho más patentes
que en los consilia medievales, y en determinados casos— recuérdese la
historia clínica de Félix Platter— tanto como lo habían sido las descrip
ciones de Hipócrates. Pero, por individual que sea su contenido, casi
nunca falta en la observatio renacentista un epígrafe especificador, y
pocas veces una explicación de los síntomas y signos según la especie
morbosa consignada en el epígrafe. Usando la terminología de V a lle-
rióla, la fórmula es bien clara: dentro de cada observatio, la historia
m orb i 26 subraya lo individual y la explicado acentúa lo específico.
N o por azar se produce durante el siglo X V I ese auge en la indivi
duación del relato patográfico. La importancia ontològica del individuo,
cuyo incremento es tan visible en los siglos medievales, sigue creciendo a
los ojos de los pensadores más representativos del Renacimiento. Des
pués de Guillermo de Ockam, la vigencia histórica del nominalismo— y,
por tanto, la del individualismo ontológico— no hace sino aumentar. Las
cosas singulares son singulares por sí mismas, sin necesidad de un prin-
cipium individuationis. Sólo el individuo tiene existencia real. Por tanto,
la forma natural de nuestro conocimiento del mundo es la intuición de
las realidades individuales: nihil potest naturaliter cognosci in se, nisi
eognoscatur intuitive. N o afirma con menos energía Nicolás de Cusa
(1401-1464) la primacía del individuo en el mundo creado, y más cuan
do se trata del ser humano: cada hombre es un microcosmos que de una
manera adecuada a la naturaleza humana contiene, real y representati
vamente a la vez, el universo entero. Lorenzo V a lla (1407-1457), por su2
5
29 Cit. por B. Croce en T eoria e storia della stortograficij Barí, 1927, pág. 216. E l
texto procede de la S toria d’Ita lia .
30 Es el Consilium X L I V (112 G-).
ejem plo). Trátase de tipos ideales, a los que cada historia clínica puede
acercarse más o menos. Basta leer, no obstante, los diversos textos adu
cidos, para advertir que es lícita y hasta conveniente la faena de dis
tinguirlos.
La observado clínica del Renacimiento no carece jamás de indicacio
nes terapéuticas directa y exclusivamente referidas al enfermo por ella
■descrito. Subsiste en su seno, por tanto, la intención ética y operativa del
consilium pro. Pero junto a esa intención— sobre ella, no pocas v e c e s -
es fácil percibir un propósito muy estrictamente teorético, contemplativo.
El descriptor quiere “ ver” y “ hacer ver” cómo es la realidad del caso,
además de ayudar a su curación, Leonardo ha dicho a todos que su ideal
consiste en “ saber ver". Poco más tarde, Copérnico sabrá ver el firma
mento; Vesalio, la ordenada estructura del cuerpo humano; y nuestro
fray Luis de León cifrará su esperanza ultraterrena en ver con claridad:
lo que es y lo que h a s id o ,
y su p r in c ip io p ro p io y e sc o n d id o .
35 B. Croce, op, cit., pág. 215. Véase también la Geschichte der neueren H is to rio-
gruphie, de Fueter.
entonces entenderse segura y claramente la peculiaridad de un cuadro
sintomático. A sí nació y se constituyó la primera fase del método ana-
tomoclínico; la comprendida entre el ya citado libro de Antonio Beni-
vieni (D e abditis nonnullis et mirandis morborum et sanationum causis,
1506) y el famoso Sepulchretum, de T e ó filo Bonet, en 1679. Los dos
capítulos subsiguientes van a mostrar cómo acontecen estas dos funda
mentales vicisitudes de la patografía.
CAPITULO IV
LA H IS T O R IA C L IN IC A S Y D E N H A M IA N A
E N F E R M E D A D Y " E S P E C IE M O R B O S A "
“Prefacio”, X.
la materia morbífica, procurando con todas sus fuerzas la salud del en
ferm o” 6. El texto es bien explícito. En lo que llamamos enfermedad hay
que distinguir, según Sydenham, las causas y el proceso morboso. Las
primeras son nocivas, y por su acción es la enfermedad un “ daño” ; pero
la naturaleza del enfermo responde adecuada y enérgicamente a ese daño,
y en tal respuesta consistiría, a la postre, el proceso morboso.
En lo que toca a las causas, la mente de Sydenham sigue aceptando
y manejando— veladamente, a veces— la tradicional clasificación galé
nica; causas procatárcticas, proegúmenas y sinécticas; o, si se prefiere,
primitivas, antecedentes y continentes o conjuntas. Pero a la manifiesta
formalidad del pensamiento galénico, y a la ordenación de las causas
primitivas en necesarias (las sex res non naturales) y no necesarias, pre
fiere una clasificación de aquéllas más material que formal, más perti
nente a su contenido real que a su modo genérico. La causa primitiva de
la enfermedad puede pertenecer, según Sydenham, a una de estas tres
clases principales: l.° Partículas miasmáticas ocasionalmente llegadas a
la sangre e inconvenientes para los humores humanos. 2.° Perturbación
de las cualidades habituales de la atmósfera (temperatura, humedad, et
cétera). 3.° Fermentaciones y putrefacciones de los humores mismos. N o
tardaremos en ver la significación clínica de esta ordenación de las
causae morbi.
D ifiere también de la galénica la idea de Sydenham acerca de la
esencia del proceso morboso. Galeno lo considera como una "disposi
ción preternatural” (diáthesis parà physin): la enfermedad es, primaria
mente, una afección pasiva ( páthos, passio), una alteración relacionada
con el principio de la realidad que los estoicos llamaron páskhon. Para
Sydenham, en cambio, la enfermedad es ante todo un proceso activo, un
“ esfuerzo de la naturaleza” : si en el "estado de enfermedad” ve Galeno
la perturbación de las funciones vitales, Sydenham percibe ün movi
miento reactivo a la causa morbi y enderezado a la curación del enfermo
(in aegri salutem omni ope molientis). La naturaleza sería, antes que
cualquier otra cosa, una realidad activa y de apariencia regular.
La enfermedad, por otra parte, pertenece esencialmente a la natura
leza del hombre: puesto que el hombre ha de existir por necesidad en el
seno de un medio exterior, es necesario que alguna vez enferme: “ N a
cido el género humano, por designio divino, con aptitud para recibir
numerosas impresiones procedentes de los objetos exteriores— escribe
Sydenham— no podía menos de hallarse también expuesto a males nu
6 Observationes, I, I (1 a).
merosos” \ Sydenham no piensa que la enfermedad sea un castigo di
vino, sino una eventualidad natural, más o menos azarosa, consecuente
al hecho de existir en el mundo.
Revélase la enfermedad por sus síntomas (symptómata). Pero éstos
no son, como en la patología de Galeno, meros “ accidentes” de la per
turbación de las funciones vitales en que consiste la “ esencia” de la en
fermedad fsymbebekóta, accidentia morbi). La condición activa y ade
cuada del proceso morboso, tan vigorosamente subrayada por Sydenham,
le hace ver en los síntomas operaciones dotadas de un sentido biológico:
“ La naturaleza— dice-—emplea un método y una concatenación de sín
tomas (sympíomatum concatenaíio) para expulsar a la materia pecante
y extraña.” La fie b re 8, las pústulas de la viruela y de la peste, las lesio
nes articulares de la gota y tantos otros síntomas son interpretados por
Sydenham desde el punto de vista de su “ utilidad” para la eliminación
de la causa morbi que los ha suscitado. Lo cual no excluye la existencia
de síntomas nocivos para la vida del enfermo, porque la naturaleza es
siempre capaz de error: infelix sympíomatum caterva..., pessimorum
sympíomatum agmeti, son, exempli grafía, expresiones de Sydenham re
lativas a ciertas manifestaciones sintomáticas del reumatismo 9.
Tales son las ideas fundamentales de la nosología sydenhamiana.
A s í entendida la enfermedad, ¿qué debe hacer ante ella el médico que
pretende conocerla y tratarla científicamente?
La respuesta de Sydenham es muy clara y terminante. “ Creo que
la perfección de nuestro arte— escribe en el Prefacio de sus Observa -
tiones— Consiste en tener: l.°, una historia o descripción de todas las
enfermedades, tan gráfica y natural como sea posible; 2.°, una práctica
o método curativo estable y acabado en relación con aquéllas.” Atengá
monos ahora sólo al primer problema, el teorético, y tratemos de com
prender cómo logra Sydenham esa historia sive morborum omnium des~
criptio quoad fieri potest graphica et naturalis.
Cuatro son los preceptos con que Sydenham pretende resolver su
problema. El médico debe, en primer término, ordenar los casos de su
experiencia clínica como los botánicos ordenan las plantas: “ Conviene,
en primer lugar, reducir todas las enfermedades a especies ciertas y de
terminadas, enteramente con la misma exactitud (akribeta) con que ve
1 Oüservationes; I, I (1 a).
Nuestro Gómez Perei.r^. había dado ya una interpretación teleològica de la fie
bre en su N ova vm;qquexmedicina (-1558X.. ... , ... ; .
9 Observationesj, V I, 5 (36 a y 37 a).
mos que lo hacen los escritores de botánica' en sus Fitologías” 101
. Primera
tarea, la reducción de los procesos morbosos individuales a “ especies” ,
las species morbosae. ■
Es necesario, por otra parte, “ prescindir por completo de cualquier
hipótesis fisiológica” . Tales "hipótesis fisiológicas” — Sydenham se refie
re muy especialmente a las iatromecánicas y iatroquímicas— serían vanas
e inútiles. Vanas, porque se refieren a un plano de la realidad clínica
(las “ causas remotas” de la enfermedad) “ que se halla absolutamente
fuera del alcance de los sentidos" y es, por tanto, “ absolutamente incom
prensible e inescrutable” . Inútiles, también, porque el médico no las ne
cesita para diagnosticar y tratar a sus enfermos: “ en la pleuresía, por
ejemplo, quien se propusiera descubrir aquellas causas de enfermedad
que se hallan fuera del alcance de los sentidos, se fatigaría largo tiempo
e inútilmente, sin conseguir por esto comprender la crasis morbosa y la
alteración de la textura de la sangre, que es el origen primitivo de este
mal; mientras que el que conociera la causa por que es inmediatamente
•producida, y supiera distinguirla debidamente de cualquier otra enfer
medad, no lograría con menos seguridad su curación, aun sin cuidarse de
la viciosa e inútil indagación de las causas remotas” . Proclama Syden
ham, ya se ve, un radical empirismo. ¿Será, podrá ser enteramente fiel a
su propio mandamiento? ¿Puede la mente humana ser exclusivamente
empirista?
La tercera regla es de orden positivo, y atañe a la discriminación de
los síntomas. Es preciso, dice Sydenham, “ separar los fenómenos cons-
tintes y peculiares de los accidentales y adventicios, cuales son los que
aparecen, no sólo según el temperamento y la edad de los enfermos, sino
también por razón del diferente método curativo” V Sólo aquéllos serían
importantes para la ciencia patológica, aun cuando todos deban serlo
para la práctica de la Medicina.
Es necesario, por fin, observar la posible relación entre el tipo de la
enfermedad y el tiempo del año en que aparece. Es cierto que algunas
enfermedades pueden aparecer en cualquier tiempo; pero otras “ se pre
sentan, merced a un impulso oculto de la naturaleza, en determinadas
épocas del año, no de otro modo que ciertas aves y plantas” . La tera
péutica de las enfermedades agudas y de los accidentes agudos de las
12 Ibidem .
13 “Die Krankheitssauffassung von Hippokrates und Sydenham in ihren Epide-
mien”, A rch iv f. Gesch. der Med.> 20, 1928, H. 4.
34 Véase el texto transcrito al comienzo del cap. II de este libro.
ciones que ocurren en las entrañas de la tierra y conforme a su diversa
edad y duración; y que así como existieron en otro tiempo algunas en
fermedades que, o han desaparecido por completo, o al menos, debilita
das por el tiempo, han perdido su vigor y aparecen rarísimas veces
(com o la lepra y algunas otras), así las enfermedades que ahora existen
desaparecerán también en algún tiempo, dejando su lugar a especies nue
vas, de las cuales no podemos aventurar lo más mínimo" 15.
A sí ve las especies morbosas la mente de Sydenham. Consideradas
en sí mismas, serían reales creaciones de la naturaleza, a la cual hasta
en sus perturbaciones o enfermedades parece repugnar el desorden: un
aequabilis ac ubique similis naturae ordo es, salvo excepciones, la regla,
y si hasta entonces careció el médico de una bien acabada historia de
las enfermedades, “ es principalmente a causa de que muchos las consi
deraron como efectos confusos y desordenados de la Naturaleza, des
cuidada de sí propia y desviada de su normalidad.” N o son así las cosas,
y las species mocbosae, testimonios de aquel naturae ordo, lo demostra
rían con su invariable regularidad. Pues bien; si realmente existen,
¿cómo logrará el médico aislarlas y describirlas?
La respuesta de Sydenham es terminante: mediante la experiencia
clínica. El médico observará cuidadosa y dilatadamente cientos y cientos
de casos, y estudiará con minucia su eventual parecido. Dos modelos
pondrá ante sí: el del botánico, “ que no se contenta haciendo la descrip
ción general del cardo— nombre dado a muchas especies de plantas— ,
según lo que le distingue de los demás vegetales, y atiende a los signos
y caracteres por que cada especie se distingue de las demás” ; y el del
pintor, “ que reproduce en la imagen hasta los ,lunares y las manchas
rnás tenues” 16. A sí hará el médico con los “ fenómenos claros y natura
les” de las enfermedades. Pero esta precisa descripción no conduciría a
buen término si el nosógrafo no cumpliese dos fundamentales requisitos:
la exclusión de los casos raros y la recta clasificación de los síntomas.
“ Los casos extremadamente raros— escribe Sydenham— no pertene
cen en rigor a la historia de las enfermedades, del mismo modo que en
la descripción de la salvia, por ejemplo, no se cuentan en manera alguna
entre los signos. distintivos de esta planta las mordeduras de las oru
g a s " 17. H ay, en efecto, enfermedades anómalas, que no se amoldan a
18 Observationes, I, II (2 a).
12 The origin o f species, cap. I. Darwin toma esta denominación del lenguaje de
los jardineros, Tanto la expresión darwiniana como la de Sydenham tienen como su
puesto una interpretación antropomòrfica de la Naturaleza.
20 Sobre la condición patognomónica de estos perpetua phaenomena, véase lo que
acerca de la peste se dice en Observationes, II, I (11 b).
21 “He aquí la historia fiel de este género de viruelas, comprensiva de los verda
deros y genuinos fenómenos de esta enfermedad, según se presenta naturalmente
ip ro u t n a tu ra liter se habet)", escribe en Observationes, III, I I (16 a).
en las hojas de un árbol para definir la especie a que ese árbol perte
nece 22; y esta es la razón por la cual Sydenham no vacila en llamarlos
symptomata anómala 23. La descripción idónea de una especie morbosa
requiere, por tanto, que el médico, luego de haber observado minuciosa
y dilatadamente muchos casos individuales parecidos, discierna los sín
tomas que se presentan en todos ellos de los que varían con la edad, el
sexo, el temperamento y la medicación, o dependen de un eventual “ ca
pricho de la naturaleza” .
N o es ajena a la discriminación de los síntomas según la especie
morbosa la que el clínico debe hacer según el genio epidémico, cuando
de enfermedades agudas y estacionales se trata. Si el cuadro patológico
pertenece en verdad a la afección epidémica dominante, sus síntomas— y
los “ afectos” a que corresponden— son llamados por Sydenham “ esen
ciales" u "originales” (symptomata essentialia, originalia, primo orta );
son, en cambio, "sintomáticos” cuando una enfermedad intercurrente
simula la apariencia de los cuadros clínicos con que solió manifestarse la
afección epidémica esencial24. Cuando en otro lugar exponga la doctrina
de Sydenham acerca de las enfermedades agudas, habrá ocasión de es
clarecer este curioso concepto nosográfico.
La descripción de una especie morbosa por el nosógrafo requiere, en
fin, cierta precisión cronológica. La especie morbosa se expresa en el
tiempo, procesalmente, y no se la conoce del todo si no se sabe cómo
están situados en el cursus morbi los síntomas que a los ojos del médico
la definen. Esa figura temporal o "m elodía” de los síntomas de cada
especie morbosa fué llamada typos ( typus, en latín) en la medicina post-
hipocrática, cuando el pensamiento tipificador, sólo incoado en el Corpus
Hippocraticum, fué adquiriendo importancia y desarrollo en la mente del
médico. Hipócrates describe ante todo la sucesión de los síntomas en la
singular afección morbosa que padece el individuo enfermo: así, máximo
ejemplo, en las historias clínicas de su Epidemias. Sydenham, en cambio,
renovador de la ya vieja mentalidad tipificadora, atiende exclusivamente
a la ordenación de los síntomas en el curso ideal y abstracto de la es
pecie morbosa. Lo individual y singular desaparece bajo la presunta re
gularidad genérica y universal de las species morbosae; la experiencia
no es para él “ científicamente” válida mientras no ha sido ordenada por
el molde de un concepto racional. Por eso puede hacer suyos .dos versos
22 “Prefacio”, IX.
23 O'bser'oationeSj III, II (16 a).
24 Observadores, ‘V, I I (30 a) y VI, I (34 a).
de Escalígero en que transparece ese noble orgullo de quien se siente
titular de la razón universal:
25 “No combato en mi favor, sino por la razón, o por lo que me parece razón...”
(Obsemwtiones, V, V, 32 b).
36 Observationesj III, I I (14 b).
27 B e Phtiseos speciebus et causis, II, I I I y IV (152 a-153 b). L a distinción de los
tém pora m orborum pertenece al acervo de la medicina tradicional: Galeno, por ejem
plo, tiene un escrito de m orborum temporibus. Lo que hace Sydenham—aquí como en
todo—es dar una versión más puramente sintomática, más “clínica”, de los kairoi
galénicos.
28 “Esto mismo puede afirmarse de muchísimas otras enfermedades crónicas, o
de las que, nacientes todavía en el cuerpo humano, no poseen todavía un tipo de
terminado, y de aquellas también que, aunque se hayan disipado en parte, no han
sido destruidas y exterminadas por completo” ( Observaciones, V I, V, 37 a).
diferencias constitutivas, a las cuales saca del seno de las causas y pone
en acto y como a la vista. A sí es como cada especie de enfermedad, no
menos que las de los animales y las plantas, tiene propiedades constan
tes y unívocas, dimanadas de su esencia peculiar*’ 29.
¿Tiene alguna idea Sydenham, no obstante sus cautelas de empirista
“ puro” , acerca de “ qué es lo que constituye” las especies morbosas? Si
el enfermar del hombre se ordena en “ especies” , algo debe ser lo que
en la realidad del cuerpo enfermo se “ especifica” . Pues bien: nuestro
patólogo, de acuerdo con la fisiología tradicional, piensa que ese “ algo"
es un humor. En la enfermedad— dice— “ son exaltados los humores a
cierta forma sustancial o especie, que se revela por las afecciones co
rrespondientes a su esencia” . Y poco después añade: “ T o d a enfermedad
específica es una afección debida a la exaltación a especie o especifica
ción de un humor cualquiera en el cuerpo vivo. En este género puede ser
comprendida la mayor parte de las enfermedades que revisten algún tipo
y forma determinados. En verdad, no procede la naturaleza menos me
tódicamente en la producción y maturación de estas enfermedades que
en las de las plantas y los animales: así como a cada especie animal o
vegetal corresponden ciertas afecciones propias y peculiares, así en la
exaltación de cualquier humor, una vez convertido en especie” 30. N o es,
pues, menos “ especie” la neumonía que el roble. Pero en algo diferiría
la consistencia real de las especies naturales y de las especies morbosas:
“ mientras las especies animales y vegetales subsisten— con muy raras
excepciones— por sí mismas, estas especies de las enfermedades dependen
de aquellos humores por los cuales son producidas” . Sydenham está al
borde del ontologismo nosológico, mas no incurre en él. La realidad
natural de las especies morbosas no es subsistente, como la de la encina
o el perro, sino accidental a la realidad del individuo viviente que las
padece. La “ especificación” de un humor y la regularidad que suelen
revestir los procesos naturales darían su apariencia de “ especie” a estas
realidades cuasi-subsistentes y cuasi-sustantivas por Sydenham llamadas
species morbosae: la neumonía, la erisipela, el sarampión o la podagra 31.
A sí es la especie morbosa en la mente del nosólogo Sydenham. ¿Es
inédito tal concepto en la historia del pensamiento médico? Eso parece
32 “Prefacio”, V III.
33 O bservation esj I , I I (3 a ) .
vación de los síntomas que hacen patente la enfermedad a los sentidos
del médico. La originalidad de Sydenham en lo tocante al concepto de
\ “ especie morbosa" consiste, por tanto, en su idea de sustituir la definid
ción de cada especie según su hipotética constitución real, por otra ex
clusivamente basada en los síntomas que el médico observa en su rela
ción clínica con el enfermo 3i. V a a mostrárnoslo así un examen de la
situación histórica del concepto sydenhamiano de especie morbosa, des
de tres puntos de vista: su relación con los genera morborum de la medi
cina tradicional, su parentesco con la idea moderna de las especies botá
nicas y su indudable conexión con el pensamiento filosófico inglés del
siglo X V I I .
Enseñó Aristóteles en el Libro A de su Metafísica que la empeiría
(experiencia) se convierte en tékhne ( “ arte” , “ saber hacer” racional)
cuando la mente del empírico ha sabido inferir de su experiencia algún
juicio general. El tekhnítes no ve al enfermo Calías como tal Calías, sino
como “ bilioso” , “ flemático” o “ febricitante” . Por la vía de esta convin
cente indicación aristotélica, los nouson eidea de la medicina hipocrática
fueron pronto convertidos— con muy diversas orientaciones, claro está—
en conceptos centrales de la nosografía y de la nosotaxia. Tomemos
como punto de referencia la clasificación galénica. Los cuatro “ géneros”
principales a que pueden reducirse las “ enfermedades simples” — enfer
medades de los humores, enfermedades de las partes similares (génos
homoiomerés), enfermedades de las partes instrumentales (génos orga-
nikón, enfermedades por solución de continuidad— y las “ especies”
(eide) en que todos ellos se diversifican, atañen a la constitución real del
proceso morboso, a su íntima consistencia en el cuerpo del enfermo (dis-
crasia, corrupción humoral, angostamiento de los poros, cambio en la
figura de un órgano, etc.), tal como podía concebirlas la fisiopatología
de Galeno. E l eidos y el typos de las diversas enfermedades (su aspecto,
su tipo o figura temporal) contienen en sí, naturalmente, los síntomas
con que éstas se manifiestan al médico; pero las “ especies” y los “ gé
neros” son nosológicamente definidos por el presunto fundamento real
y por el sistema de causas subyacentes al cuadro sintomático 3
45. Los sín
tomas son para Galeno los "accidentes” (symbebekóta.) de la esencia del
:il_ Que Sydenham conocía la obra de J. Ray lo demuestra la expresa mención que
de él hace en el opúsculo D e m id o sanguíneo: “el famoso botanógrafo”, le llama
— 6 irávu Botanographus—, y hace una referencia a su Catalogue plantarum A-ngliae.
semilla de otra” , escribe Ray. La especié “ rosal” , por ejemplo, es conce
bida en función de su especificidad genética (la semilla del rosal no
engendra sino rosales; el rosal no produce en su generación sino semillas
de rosal) y por los más salientes caracteres diferenciales de sus flores,
frutos, hojas, raíces, tallo, etc. Pocos decenios más tarde intentará Lin-
neo reducir al menor número posible los caracteres específicos de cada
individuo vegetal.
Observemos el contraste. Los “ antiguos” , desde Aristóteles a Cesal-
pino, definían las especies botánicas según la definición que los lógicos
llaman esencial. T o d o cuanto compone la figura visible de un manzano,
así su figura externa, como la interna (estructura) y la dinámica (curso
vita l), sería manifestación de una peculiaridad esencial específica, entre
cuyas propiedades está, y de un modo central, la capacidad de “ expre
sarse” o realizarse en individuos distintos. Desde el punto de vista de
las notas definidoras de la especie, el botánico “ antiguo” tenía un cri
terio ampliativo, e incluso total. Los "modernos” , en cambio, definen las
especies según la definición que en Lógica suelen llamar accidental, des*
criptiva o notativa, esto es, por un determinado número, el menor posi
ble, de los caracteres externos más claramente diferenciales y constantes.
El criterio de la descripción es ahora selectivo o abstractivo, y ál conjunto
de reglas que presiden la selección o la abstracción de las notas “ espe
cíficas” — definidoras de la especie-—es a lo que llaman “ método".
Ahora comprendemos por qué Sydenham hace del proceder de los
botánicos su permanente paradigma. Las species plantarum de John R ay
son estrictamente paralelas a las species morborum de Sydenham: la es
pecie botánica de John R ay es a la de Teofrasto lo que la especie mor
bosa de Sydenham a la de Galeno. U no y otro— los dos ingleses, los dos
coetáneos— inician en sus respectivos dominios, por la vía de un empi
rismo sistemático, el proceso de “ desustanciación” y “ desesendación” del
mundo— sit venia verbis— que ha sido la ciencia “ moderna” . La mente
del hombre, por atenerse a lo seguro, renuncia al conocimiento o a la con
jetura racional de lo que la realidad es en sí misma y se limita a ordenar
con rigor y precisión lo que esa realidad nos parece a nosotros, a fin de
poder gobernarla técnicamente. Basta de esencias, quidditates y realida
des sustanciales: “ Por lo que concierne a la esencia de la enfermedad
•— escribe Sydenham— , no me propongo definirla de una manera patente.
N i de seguro a los hombres sensatos parecería menos importuno el que
se me preguntase qué es lo que constituye esta o la otra especie de en
fermedad, que lo que yo pudiera hacer, si a mi vez lo preguntase del
caballo', por ejemplo, entre los animales,- y de la betónica entre las plan
tas” 38. Las esencias y las causas primeras son para el hombre, dice
Sydenham, algo inscmtabile prorsus ac anekdiégeton, “ absolutamente
inescrutable e inexpresable” ; y puesto que es así, lo más prudente para
el hombre de ciencia es no cuidarse de ellas.
La concepción sydenhamiana de la especie morbosa y la idea que de
la especie botánica tuvo John Ray hállanse históricamente situadas, en
fin, entre la inducción de Bacon y el empirismo de Loche, y esto las hace
del todo comprensibles a la mirada del historiador. La inducción baco-
niana parte de los datos de la realidad recogidos por la observación sen
sorial y, apoyada en ellos, aspira a inferir las que Bacon llama "form as”
de la Naturaleza. Sabido es el método inductivo del Canciller. Para co
nocer una forma naturae— la del calor, por ejemplo— es preciso construir,
como punto de partida, tres tablas o colecciones; la de los cuerpos y
fenómenos ( instantiae) en que esa forma de la naturaleza se presenta
(tabula praesentiae); la de aquellos en que falta (tabula absentiae); y,
en tercer lugar, la de las observaciones que revelan sus cambios de in
tensidad (tabula graduum). A la vista de las tres tablas, el filósofo ex
cluye las hipótesis insuficientes para explicar todo lo observado (exclu~
sio, rejectio), reúne las varias explicaciones que le parecen viables ( vin -
demiatio■prima, “ primera vendimia” ), las comprueba una a una respecto
a los casos especialmente decisivos o “ instancias prerrogativas” (que
pueden ser de tres órdenes: “ solitarias” , “ conformes o proporcionadas” y
"cruciales” ) y, por fin, elige la interpretación que a lo largo de este
extenso proceso selectivo se haya revelado más cierta y segura. T a l es
el método de la interpretado naturae que Bacon propone.
N o es este farragoso e insuficiente procedimiento lo que ahora im
porta, sino la idea baconiana de la “ meta” a que su método se endereza.
Bacon quiere conocer las “ formas” radicales y elementales de la N atu
raleza. Pero, ¿qué son para él esas formae naturae? Su definición es
bien clara; son “ aquellas formas y determinaciones del acto puro que
ordenan y constituyen alguna naturaleza simple— como el calor, la luz
y el peso— en la materia omnímoda y en los objetos observables” 39. Cada
“ forma de la Naturaleza” es, pues, simultáneamente, un modo de acfi-
vidad, en cuanto en ella se determina el “ acto puro” o natura naturans,
y una regularidad, una ley, por cuanto en ella se ordena quoad nos esa
fundamental actividad de la realidad natural. El calor y la luz, por ejem
plo, serían a la vez formas elementales, actividades y leyes de la N a
turaleza.
41 Nótese que las Ideas de Sydenham acerca de la duración de las especies mor
bosas—éstas serían generables y corruptibles: aparecen y desaparecen en el curso del
tiempo— coinciden con las ideas de Locke acerca de mutabilidad de las esencias rea
les y la perdurabilidad de las esencias nominales. Lo que hay de nominal en la
especie morbosa, su idea abstracta, su definición, es incorruptible: la idea abstracta
de la neumonía perdurará siempre, aunque desaparezcan de la tierra las neumonías.
Lo que en cada especie morbosa hay de real, en cambio, puede desaparecer, y des
aparecerá de hecho. También en este respecto se halla situada la species morbosa de
Svdenham entre las “formas” de Bacon y las “especies” puramente nominales de
Locke.
ham son la expresión fitológica y la expresión nosológica, respectiva
mente, de la ciencia natural del siglo X V I I . U na y otra constituyen
un concepto intermedio entre las “ especies” reales y sustantivas de Ce-
salpino y las "leyes" puramente nominales y formales de la física de
Galileo y N e w to n 42. ¿Se conformará el espíritu del médico con esa de-
sustanciación y esa formalización empirista de la especie morbosa tradi
cional que ha cumplido la nosografía de Sydenham? ¿Puede el nosólogo
dejar de preguntarse por la “ real consistencia” — por la “ esencia real” -— •
de la enfermedad en el cuerpo del enfermo? Eso es lo que, a su manera,
van a preguntarse los herederos inmediatos de Sydenham: Boerhaave,
H offm ann y Stahl, las tres máximas cabezas de la medicina europea en
el primer tercio del siglo X V I I I .
P A T O G R A F IA D E L A S "S P E C IE S M O R B O S A S "
43 A cutos (m orbos) dico, qui u t plurim um D eum habent A uthorem , sicut Chronici
ipsos nos (D issertatio E pistolaris, 86 a).
H Sapientissimum rerum om níum Conditorem Statorem que universa tam exquisito
■ordine absolvisse, u t sicuti omnia naturae mala ad concinnandam totius operis har-
moniam egregie conspirent..., dice en el contexto de la frase transcrita.
43 Unase a ello el carácter tan regular y “específico” de las enfermedades agudas.
L a especificidad contagiosa de una enfermedad es para Sydenham un divinum quid,
xl Ostov • Claramente lo dice en otro lugar de su obra: “En todas las enfermedades
agudas, a cuyo género pertenecen más de las dos terceras partes de las enfermeda
des, y también en la mayor parte de las crónicas, debe en verdad declararse que
existe el B s l ov > cierta propiedad específica, la cual no puede ser investigada ni
traída a luz por ninguna inspección del cuerpo humano” (Tra cta tu s de hydrope,
108 á). El pensamiento es de Hipócrates, y de él lo tomaría Sydenham. También
Harvey había dedicado muy agudas reflexiones a ese divinum quid de las enferme
dades contagiosas (véase mi libro Vida y obra de G uillerm o H arvey, Buenos Aires,
1948, pág. 171).
mer y al beber...” 46. Frente a la pura naturalidad biológica de las enfer
medades agudas, serían las enfermedades crónicas mucho más “ perso
nales” , más relacionadas con la libertad del individuo que las padece; y
esto no afecta menos a la causa primitiva de la enfermedad que a su
configuración sintomática. D e ahí el aserto de Sydenham: N os ipsos auc-
tores esse. Si quiere entenderse la expresión cum grano salis, podría de
cirse que, dentro del pensamiento de Sydenham, las enfermedades agu
das son más “ biológicas” , y los procesos crónicos más “ biográficos” .
Compréndese, pues, que deba existir alguna diferencia entre los dos
métodos descriptivos. La patografía de las enfermedades agudas habrá
de ser exclusiva o, por lo menos, preponderantemente específica; y la de
las enfermedades crónicas mucho más individualizada y biográfica, si la
historia clínica ha de mostrar cómo ha llegado a producirse la afección
por ella descrita. Tratemos de ver esto en la letra de algunos ejemplos
reales 47.
La mentalidad tipificadora y abstractiva de Sydenham le hace ene
migo de la casuística. Quiere que su mente se mueva de continuo en el
plano de la experiencia sensorial, pero sin especial demora en las parti
cularidades de cada observación clínica. El casas oppido rarus debe ser
excluido de la patología científica; y no han de prodigarse las observa-
tienes particulares, so pena de causar enfado al lector. Claramente lo
advierte en el prefacio a su obra epidemiológica; “ N o ha entrado en mi
ánimo prolongar las siguientes páginas con un número infinito de obser
vaciones particulares, en apoyo del método en ellas propuesto; hubiera
sido inútil y fastidioso para el lector repetir particularmente lo que he
compendiado en una descripción general. Para la confirmación de cual
quiera de éstas, basta, en efecto, añadir de cuando en cuando alguna
observación particular, que contenga lo esencial del método anterior
mente expuesto” 48. Refiérese aquí Sydenham a las indicaciones terapéu
ticas; mas también a la descripción de los cuadros nosográficos puede ser
referida su advertencia, y así lo confirma la lectura del tratado en cues
tión. Por ejemplo, la del siguiente paso: “ Sucede algunas veces, aunque
raras, que la disentería, no bien curada al principio, atormenta a deter
minados individuos durante muchos años... Un ejemplo de esto se me
E N F E R M E D A D E S A G U D A S .— En la ya mencionada Dissertatio
Epistolaris ad Guilielmum Colé, y a propósito de la clínica y el trata
miento de la viruela confluente, léese, compuesta por la pluma de Syden
ham, la historia clínica de un enfermo del D r. Carlos Goodhall, endere
zada a mostrar cómo dos síntomas, la micción sanguínea y las manchas
petequiales, son debidos a una “ atroz inflamación de la sangre” . Casas
se ita habuit, dice el referente:
49
Observationes, IV, I I I (24 b).
enfermo beberá de ella frecuentemente, así de día como de noche. A las dos de la tar
de se administró un enema con leche y jarabe de violetas, y a la hora de dormir, la
poción siguiente: Rec.: Aguas de flores de primavera, de llantén y de canela hordeizada,
de cada una media onza. Vinagre destilado, dos onzas. Jarabe de meconio, seis onzas.
Mézclese.
El séptimo día, y como apenas hubiesen cedido los síntomas, se reiteró el enema ya
descrito, repetido luego diariamente, y fueron prescritas la emulsión y la poción que
siguen: Rec.: Semillas de achicoria, lechuga y verdolaga, de cada una dos onzas. Se -
millas de membrillo y de adormidera blanca, de cada una onza y media. Cuatro al-
mendras dulces excorticadas. Muélase todo ello en un mortero de mármol, añadiendo
poco a poco libra y media de agua de cebada, y cuélese, disolviendo la cant. suf. de
azúcar para formar emulsión. El enfermo beberá de ella doce cucharadas cada cuatro
horas. Por otra parte, la poción siguiente: Rec.: Aguas de flores de primavera, de ne
núfar, de encina germinada y de llantén, de cada una media onza. Vinagre destilado,
agua de canela hordeizada, de cada una tres onzas. Confección de jacinto, media onza.
Jarabe de meconio, una onza. Mézclese en poción, que el enfermo tomará a la hora
de dormir.
Como la fiebre continuase el octavo día, y siguiese saliendo mucha sangre con la
orina, y apareciesen numerosas petequias en las partes mencionadas, pensando que to
dos estos síntomas eran debidos al calor, la tenuidad y la acrimonia de la sangre, fué
sangrado el enfermo por segunda vez y se le permitió beber con cierta abundancia
cerveza ligera, a la que se había añadido la cantidad suficiente de espíritu de vitriolo
para darle una grata acidez. Cansado el enfermo de esta bebida, se le dió un refresco
de leche y limón, y además pulpa de limones cortada en rodajas y cubierta de azúcar.
A ello se añadió lo siguiente: Rec.: Conservas de aleluya y de rosas silvestres, de
cada una media onza. Confección de jacinto, tres onzas. Diascordio, onza y media.
Coral rojo preparado, sangre de drago y bol de Armenia, de cada uno un escrúpulo.
Jarabes de consuelda y de pilosela, cant. suf. para hacer un electuario, del cual tomará
de seis en seis horas cantidad como de una avellana, bebiendo luego una tacita de suero
de leche preparado con zumo de limón y endulzado con azúcar, o bien otra de decocción
vulneraria acidulada con espíritu de vitriolo. Se repitió la poción prescrita la noche
anterior, pero con diez onzas de jarabe de meconio.
Al noveno día, comenzaron a desvanecerse las petequias, y la orina se hizo menos
sanguinolenta. La sangre en ella contenida se separaba más fácilmente y caía con más
presteza al fondo de la mátula. Por tanto, se ordenó que el enfermo continuase con el
mismo tratamiento, y después de algunos días se prescribieron los siguientes remedios,
ordenados al mismo fin: Rec.: Conserva de rosas rojas, tamizada y rociada con espí
ritu de vitriolo, cuatro onzas. Bálsamo de lucatel, dos onzas. Bol de Armenia, sangre
de drago y especias de electuario diacoral, de cada cosa una onza, jarabe de coral,
cantidad suf. para electuario, del cual tomará el enfermo dos veces al día una canti
dad como de una nuez moscada, bebiendo luego un vaso de la emulsión siguiente:
Rec.: Semillas de lechuga y verdolaga, de cada una tres onzas, y de membrillo, onza
y media. Adormidera blanca, media onza. Cinco almendras dulces excorticadas. Mué
lase en mortero de mármol, añadiendo poco a poco dos libras de agua de llantén y dos
onzas de agua de canela hordeizada. Cuélese y añádase cant. suf. de azúcar.
Con estos remedios y la ayuda divina, cesaron en tres semanas la fiebre y los
horribles síntomas que antes recordé, desaparecieron las petequias, volvió la orina a
su color y consistencia naturales, y el enfermo recobró poco a poco sus fuerzas y
su salud *>.
Sydenham hace suya esta historia clínica del Dr, Goodhall, y la aduce
con dos propósitos: demostrar que una “ fiebre continua” como la descrita
puede asemejarse a la "viruela confluente” , cuando en aquélla se presen-
tan petequias y micción sanguínea: y enseñar que el tratamiento de estos
dos síntomas, causados por una violenta sanguinis inflammatio, debe ser
el mismo en los dos casos.
Igual estructura que la historia transcrita tiene la del joven Tomás
Gheut, afecto de viruela confluente y tratado por el propio Sydenham
durante el invierno de 1681 a 1682:
■
,0 D issertatio Epistolaris ad Guilielm um Colé, M . D ., de obsei-vattonibus nuperis
á re a curationem varioralum confluentium (88 a b ).
51 Op. á t 87 b-88 a. Aun cuando mi transcripción de esta historia clínica resu
me considerablemente el texto original, no falta ni uno sólo de los datos sintoma-
tológicos y terapéuticos que en él consigna Sydenham.
Y a he dicho que en la obra escrita de Sydenham no hay patografía
casuística. En la segunda mitad del siglo X V I I , el espíritu de la época
exige del médico construcción de sistemas, no descripción de casos; y el
gran clínico inglés no es infiel a su tiempo, aunque su fidelidad tenga
cuño empirista. Creo, no obstante, que las dos anteriores historias clí
nicas, engastadas a modo de “ ejemplo” en una descripción epidemioló
gica y especificadora, servirán para definir el estilo de la patografía
sydenhamiana. En tanto llega el momento de intentar tal definición,
bueno será que el lector vaya comparando in mente esos dos relatos de
una enfermedad febril y aguda con el de Félix Platter que transcribí en
el capítulo precedente.
Fui una vez llamado para ver a un hombre tan noble de estirpe como de espíritu,
■al que, convaleciente aún de una fiebre, otro médico había hecho sangrar, le p u r g ó t r e s
veces y le prohibió la alimentación cárnea. Como encontré a este hombre vestido y le
oí hablar con buen juicio de varias cosas, pregunté por qué se me había hecho venir.
Uno de sus familiares me contestó que esperase un poco, y por mí mismo lo vería.
Me senté, pues, y conversé con el enfermo. A poco observé que el labio inferior co
menzaba a temblar, con movimiento pendular anteroposterior, como suelen hacer los
niños enfurruñados cuando lloran, tras lo cual el enfermo se deshizo en lágrimas
—nunca he visto yo tantas—, con gemidos y suspiros casi convulsivos. Poco después
cesó éste súbito torrente. Atribuí la afección a una “ataxia de los espíritus” (en parte
por la duración de la enfermedad antecedente, en parte por las evacuaciones que su
tratamiento exigió, en parte, también, por la abstinencia de carne prescrita por el mé
dico durante algunos días de la convalecencia, a fin de evitar una recaída); y juz
gando asegurado al enfermo contra el riesgo de la fiebre, pensé que el síntoma des
crito no era sino efecto de la inanición y aconsejé que le preparasen un pollo asado y
que lo comiera con algo de vino. Hízolo así, continuó comiendo carne moderadamente,
y ya no se repitió el llanto convulsivo.
Con esta historia clínica quiere Sydenham demostrar que, aun cuando
más raramente que las mujeres, también los hombres pueden sufrir acce
sos histéricos de llanto convulsivo. La que a continuación transcribo le
sirve como ejemplo de las virtudes terapéuticas de la equitación en la
histeria masculina o hipocondría:
® Los dos tercios de los enfermos a que el médico asiste, afirma Sydenham, pa
decen enfermedades agudas; el tercio restante, enfermedades crónicas. Pues bien, la
mitad de ese tercio estaría integrado por las afecciones histéricas (D issertatio E pis
tolaris ad Guilielm um Colé de observationibus nuperis airea curationem variolarum
confluentium, nec non de a ffectione histérica, 89 a).
51 Entiéndase aquí la palabra sp4iritus en la acepción con que la fisiología tra
dicional la usaba.
fué atacado por una d i a r r e a c o l i c u a t i v a , que en la tisis y en otras enfermedades cró
nicas suele preceder a la muerte. Tan pronto como me consultó, juzgué que debía
prescindirse de todo medicamento, visto el fruto con que tantos y tantos habían sido
deglutidos. Le aconsejé, pues, que intentase la equitación en el breve trecho adecuado
a su flaca salud; y que la ejercitase a diario, mientras no se sintiese convalecer, aumen
tando poco a poco el recorrido, hasta hacer en un día la jornada del viajero prudente
que por un negocio cualquiera emprende un viaje largo. Si este enfermo no hubiese
sido hombre de juicio alto y penetrante, no habría accedido a tal ejercicio. Quise, ade
más, que no se cuidase de la comida, ni de la bebida, ni de la temperatura del aire,
sino que aceptase todo como viniera, igual que los caminantes. Para no dilatarme más,
diré .que no tardó en hacerse veinte y hasta treinta millas diarias, con lo cual halló
sentirse mejor en pocos días; y, animado por tan admirable éxito, perseveró en la
práctica durante muchos meses, tiempo en el cual me dice haber hecho un recorrido
total de varios miles de millas. Por fin, no sólo convaleció, sino que logró adquirir
un hábito robusto y vigoroso.
Una dama tan honesta por su nacimiento como por sus costumbres, me llamó hace
poco para tratarla. Después de un parto, se levantó del lecho antes de tiempo, cesaron
los loquios y comenzó a sufrir espasmos histéricos. Traté de provocar el flujo loquial
con los medicamentos antes indicados; pero en vano: la violenta afección histérica
resistía al tratamiento. Pensé, pues, que para prevenir su salvación lo mejor era no
hacer nada y encomendar todo al tiempo, clemente príncipe y corifeo de los médicos.
Mi consejo le fué muy bien hasta el día décimocuarto: la visitaba a diario, y ni una
sola vez la encontré peor que la vez precedente. Después de ese día, ciertas mujerci
llas que la asistían, y a las cuales había yo impedido, no sin esfuerzo, que, con idea
de ayudarla, perjudicasen a la enferma, impulsaron al marido a que sin demora hi
ciese sangrar a su esposa por una vena del pie. Hecho esto, aumentaron tanto los pa
roxismos histéricos, que a las pocas horas sobrevinieron espasmos; y no más tarde que
el día siguiente, la muerte, descanso de toda pena.
En el pasado mes de agosto, una pobre mujer de unos cincuenta y cinco años me
rogó la atendiese. Durante bastante tiempo había padecido una fiebre intermitente, des
pués de la cual pasó en la cárcel casi tres años, donde sufrió mucho frío. Al fin, su
vientre comenzó a aumentar de volumen; tanto, que no he visto otro semejante. [Sigue
ahora en la historia una detallada relación del tratamiento y sus efectos. Termina el
relato dando cuenta del restablecimiento de la enferma: p a c a ta sunt o m n ia , et tu m o r
K.
d is p a r u it]
Puesto que los imitadores, incluso los de mejor fe, son muchas veces
la caricatura del modelo que imitan, no creo inconveniente dar término a
esta breve colección de patografías sydenhamianas con otras dos, toma
das de la Phthisiologia Lancastriensis, del Dr. Carlos Leigh. Figura como
suplemento al capítulo “ Phthisis seu T a b is” de los Processus integri in
morbis ómnibus curandis en la edición de Sydenham que manejo. H e aquí
las palabras con que los compiladores justifican tal inclusión: “ Preocu
pado por su muerte, no pudo el preclaro autor (d e los Processus inte
g r i...) acabar su descripción de la tisis o tabes. Lo poco que llegó a
escribir, tan cuidadosamente como él solía, va en las páginas que prece
den, a las cuales no hemos creído indiscreto añadir la Phthisiologia Lan
castriensis, del ilustre Dr. Carlos Leigh, editada en Londres ya el año
1694. Trátase de un opúsculo verdaderamente eximio, compuesto con
absoluta fidelidad al método sydenhamiano” 56.
El librito del Dr. Leigh lleva como subtítulo D e phthiseos speciebus
et causis; y, de acuerdo con él, describe la “ tisis” in genere y las diver
sas especies de la misma observadas en Inglaterra: escorbútica, estrumo
sa, quilosa, raquítica, hidrópica, clorótica, hemoptoica y algunas más oT.
La evolución clínica de la tisis transcurre siempre, cuando el proceso aca
ba fatalmente, según tres “ estados ” o etapas: primero o incipiente, se
gundo o confirmado y tercero o desesperado; incipiens, confirmatus et
deploratus. H e aquí una historia clínica de cada uno de los dos primeros
“ estados” :
de Weton, vino a consultarme en la primavera de 1691. Su rostro era pálido, sus ojos
cóncavos, la nariz afilada, los hombros levantados, y padecía una manifiesta consun
ción de todo el cuerpo. Eran continuas la fiebre y la tos, con sed intolerable y un
cosquilleo constante en la tráquea. Expectoraba poco o nada, salvo por la mañana,
en que eliminaba un esputo craso. El apetito era muy escaso, y la orina estaba satu
rada de un copioso sedimento blanco. Le prescribí infusión de ruibarbo en agua ale-
xiteria, un electuario con corteza del Perú y jarabes pectorales, mediante lo cual pudo
recobrar su salud.
E L E S T IL O P A T O G R A F I C O S Y D E N H A M I A N O . — La lectura
patenta de las historias clínicas que preceden y su comparación con las
incluidas en los tres primeros capítulos, permite, creo, definir con cierta
precisión el estilo patográfico sydenhamiano. A tañe éste, como siempre,
a la intención y a la forma de la historia clínica. H e aquí las notas dis
tintivas de esa intención patográfica y su expresión en la estructura y
en el modo del relato.
1. Empirismo clínico. El descriptor se atiene ahora exclusivamente
a lo que ve en el enfermo. N i en los consilia medievales, ni en las o bser-
vationes del Renacimiento faltaba, salvo excepciones, una detallada ex
plicación fisiopatológica del caso. A hora es regla el proceder contrario.
E l primer imperativo del empirismo sydenhamiano— seponatur tantispec
oportet quaecumque Hypothesis— exige reducir la historia clínica a la
pura descripción de los datos sensorialmente percibidos. Es verdad que
el patólogo no puede prescindir por completo de “ hipótesis” , aun cuando
lo proclame con tanta energía como Sydenham; y así, el comentario fisio-
patológico se hará ineludible a la hora de construir sobre la “ patografía”
una ‘patología” . Basta recordar, para convencerse de ello, las considera
ciones de Sydenham acerca de la diferencia entre las enfermedades agu
das y las crónicas. Pero hasta el momento mismo de hacer patología,
ciencia patológica, la historia clínica queda en ser desnuda narración de
hechos observados. Aquella “ distancia noética” entre el pensamiento y
la realidad a que me referí comentando la observatio renacentista, al
canza ahora considerable incremento.
2. Especificidad. La historia clínica sydenhamiana es rigurosamente
específica. Describe un “ caso” individual, pero lo ve como “ ejemplo” de
un modo típico de enfermar; y, en principio, como un ejemplo igual a
cualquier otro, si el médico ha sabido prescindir de los symptomata acci-
dentalia. En la dúplice vertiente semántica de la palabra casus— regla y
azar— domina ahora ampliamente la acepción tocante a la regularidad.
Cuatro son las notas en que el relato patográfico sydenhamiano expresa
tan acusada especificidad: el epígrafe, la selección de los síntomas des
critos, la especial consideración del tempus morbi y la índole del trata
miento.
Puesto que la historia clínica es ahora “ ejem plo” , su texto se halla
siempre situado— tácita o expresamente— bajo el epígrafe de la afección
por ella ejemplificada; affectio hysterica, podagra o f ebris variolosa.
Y puesto que toda species morbosa es en primer término aguda o crónica,
el epígrafe especificador viene a ser doble, específico en una primera
instancia y genérico en la segunda 5S.
Los síntomas consignados en la narración patográfica son, por otra
parte, los correspondientes a la especie morbosa que se trata de describir.
Los phaetiomena symptomatica, enseña Sydenham, pueden ser perpetuos
o esenciales y anómalos o accidentales. Los primeros pertenecen a la
naturaleza misma de la especie morbosa, y se presentan en todos los in
dividuos por ella afectos; los segundos dependen de la edad, el sexo o
el tratamiento empleado, y se añaden en cada caso a los llamados “ esen
ciales” . Pues bien; salvo excepciones, las historias clínicas sydenhamia-
nas cumplen su condición ejemplar no mencionando sino los síntomas
específicos, aquellos por los cuales el proceso morboso descrito es un
“ caso” de tal especie y no de otra. Sólo cuando los síntomas accidentales
son muy llamativos o sirven para orientar el diagnóstico específico— en
las “ formas clínicas” de cada especie determinadas por la edad o el sexo
del paciente— , sólo entonces son expresamente descritos por el pató-
grafo: recuérdese, a modo de ejemplo, la historia de la viruela confluente
del joven Thomas Gheut. Esto explica la enorme brevedad de estas his
torias clínicas; la cual, por tanto, no depende sólo de la concisión des
criptiva del autor. Léanse las dos narraciones del Dr. Leigh, y se obser
vará cómo su autor ha reducido voluntariamente su descripción a los sin-5
8
Todos los movimientos visibles de la Naturaleza, incluidos los del cuerpo hu
mano, dice'Sydenham, se producen automática o maquinalmente: exequentia perinde-
atque “autóm ata” non pro suo¿ sed a rtificis consilio m oven tu r ( Observationes, II, II,
15 a).
68 L a iatromecánica y la iatroquímica no influyen directamente en la patografía^
Algunos, seducidos por la índole específica de las enfermedades, tan
vigorosamente afirmada por el gran clínico inglés, no se conforman sino
extremando la consideración tipificadora de la enfermedad y pensando
que las species morbosae son del todo equiparables a las especies botá
nicas. Consecuencia de tal actitud son un método nosográfico (la clasi
ficación histórico-natural, botánica, de las enfermedades: la méthode na-
turelle) y una doctrina nosológica (e l ontologismo nosológico, la idea de
que las enfermedades específicas son realidades vivientes sustantivas).
François Boissier de Lacroix de Sauvages (1706-1767) es el máximo re
presentante de uno y otra. Su pensamiento, apuntado en un libro de
juventud, el Traité des classificalions des maladies (1730), alcanza ex
presión plena y famosa en su Nosologia melhodica sistens morbocum
elasses juxía Sydenhami mentem et Botanicorum ordinem (Lugd., 1760),
En esa línea nosográfica se moverán luego— con mente nosológica di
versa— Cullen (1712-1790), Pinel (1755-1826), el dermatólogo Alibert
(1766-1837) y, al menos en su juventud, el gran clínico Joh. Lucas
Schonlein (1793-1864). Pese a todos estos brillantes nombres, la doc
trina nosográfica histórico-natural era una vía muerta. Su patografía,
casi huelga decirlo, fué siempre la caricatura del estilo patográfico syden-
hamiano que vimos iniciarse en las historias clínicas de Carlos Leigh. N o
creo necesario añadir nuevos ejemplos.
Ofrecíase como segunda posibilidad la prosecución fiel del método
descriptivo sydenhamiano: una fidelidad a Sydenham no fosilizada, por
tanto, en un cerrado sistema nosográfico. Atento exclusivamente a la rea
lidad clínica, el médico va aislando y describiendo modos de enfermar
más o menos constantes, a los cuales llama "especies morbosas". Fruto
de esta actitud intelectual fueron las numerosas nosografías del si
glo X V I I I . Con rigurosa originalidad o dando conclusión a ensayos an
teriores, bajo el signo de la nosografía empirista y tipificadora de Syden
ham son descritas acabadamente no pocas entidades clínicas: los exan
temas agudos (Huxham, W e rlh o f, van Sw ieten), el tifus abdominal
(Roederer, W a g le r ), la peste y la viruela (Sarcone), la malaria perni
ciosa (T o r t i), las enfermedades venéreas (Astruc, John H unter), la pe
lagra (C a s a l), la escrofulosis (B ordeu ), el crup (H o m e ), la neumonía
y la pleuritis (Stoll, Huxham, Borsieri, Joh. Peter Frank), la disentería
(Zimmermann, A l. M onro, P rin gle), las enfermedades del páncreas y
del hígado (F r. H offm an n), las enfermedades cutáneas (Plenck, Lorry,
W ichm ann ), la epilepsia (T is s o t), diversas neuralgias (Fothergill, C o-
tu gn o); no contando, claro está, los cuadros patológicos estudiados a fa
vor del método anatomoclínico y mencionados en el capítulo subsiguiente.
E l empleo del método anatomoclínico con el designio de completar y
corregir la nosografía puramente clínica constituyó, en fin, la tercera de
las posibilidades abiertas a la patografía sydenhamiana. Aceptando el
proceder diagnóstico de Sydenham, algún médico se vió en el trance de
no poder resolver su problema sino recurriendo a la autopsia anatomo-
patológica: así, ejemplo sumo y bien temprano, Hermann Boerhaave, a
quien debemos un espléndido testimonio de tal situación. La historia clí
nica a la manera de Sydenham se injerta así en la línea de la patografía
anatomoclínica: ese va a ser su destino inexorable a lo largo de los si
glos X V I I I ( B oerhaave-M orgagni) y X I X ( B ichat-Virchow ).
H e aquí, pues, el esquema de las vicisitudes de la historia clínica, a
partir del consilium medieval:
ConstJíum / .
Consífíum pro ----- m edfevaf —— Consitiurn de
O bservál/o
reríáccnffste '
Cierto hombre de Padua, recluso en la cárcel durante tres años y muerto, por fin,
de ictericia negra ( n i g r o a r q u a t o ) , y en la más intensa tristeza, fué destinado a di
sección pública. Hallamos en él, aparte otras cosas, un bazo notablemente exiguo, me
nos grueso y ancho que de ordinario, con adiposidad en su parte convexa, y tan
concreto como un guijarro duro y blanco. En cambio, un ahorcado de Montecchio,
enviado a la Universidad de Padua una vez que fueron escasos los cadáveres, mostró
un bazo tan grande, que apenas cedía en magnitud al hígado, y adherido a la parte
anterior de éste, de modo que se extendía hasta la porción anterior de la sede del
estómago. Este joven era de piel blanquísima y lampiña, nada melancólico por natu
raleza y exento de otras enfermedades. El bazo de un sacerdote francés, muerto de
anasarca en el hospital de Bolonia, era blanco, pero exiguo, como el de una tejedora
de Augsburgo, en cuyo útero se encontraron más de sesenta medidas augustanas (s t i p r a
s e x a g i n t a A u g u s t a n a s m e n s u r a s ) de un líquido seroso...*.
Obser -é en Augsburgo una niña de dos años, cuya cabeza había crecido tanto
en unos siete meses, que excedía en tamaño a todas las cabezas de adulto vistas por
mí. Tratábase de la afección que los antiguos llamaron h g d r o c e p h a l u m , producida por
la paulatina acumulación de agua en la cabeza. El líquido no se hallaba contenido
entre el cráneo y la membrana que por fuera lo reviste, o la piel, como enseñan los
libros de los médicos, sino en la cavidad de su cerebro, es decir, en el ventrículo de
recho y en el izquierdo; y de tal modo había crecido la cavidad y amplitud de éstos,
y tanto habían distendido al cerebro, que contenían casi tres medidas augustanas de
vino, esto es, nueve libras de agua, y sea Dios testigo de que hablo verdad. Añádase
a esto que el cerebro era en el vértice de la cabeza muy tenue, membranáceo, y for
mando cuerpo continuo con la meninge blanda. También la calavera era como mem
I. Pietro Aldimario tuvo un hijo que cuando cumplió los ocho años comenzó a
padecer una corrupción del apetito, por causa de la cual comía piedras y greda. Vino
así a sufrir una febrícula ondulante, y tras ella, andando el tiempo, su estómago no-
era capaz de retener los alimentos y comenzó su vientre a fluir. De tal manera exte
nuaron al niño estos dos males, que a los pocos días dejó esta vida. Cuando diseca
mos su cadáver, encontramos un callo entre las venas mesaraicas; y como por su-
causa se hallaban todas las venas obstruidas y la sangre no podía progresar por ellas,,
era inevitable que el niño perdiese la vida10.
II. Cierta mujer comenzó a sufrir dolor en las partes próximas al hígado. Como
el sufrimiento fuese intenso y prolongado, consultó a varios médicos; y no pudiendo-
quedar libre de él con ningún remedio, decidió buscar, entre otras ayudas, la mía.
Como suele suceder en los casos dudosos, no convinimos en la opinión: una parte de
los médicos pensaba en un absceso del hígado; la otra, en mala complexión. Por lo
que a mí toca, me inclinaba a creer en un vicio de la membrana envolvente. Mas-
como la enferma dejase de existir a los pocos días, a causa de su enfermedad, procu
ramos disecar el cuerpo de la difunta.
En la parte más declive de la membránula del hígado se halló un acumulo de
piedrecillas, diversas entre sí por su figura y color: unas eran redondas, otras angu
lares, otras cuadradas, según lo disponían su situación y el azar; las habia también
con manchas rojas, azuladas y blancas. Y todas ellas, a causa de su peso, habían
producido en la túnica un sáculo de un palmo de longitud y dos traveses de dedo-
de anchura*11.
Un niño de once años venía padeciendo desde hacia unos días un letargo o estu
por no especialmente grave. Era el mes de julio de 1545. Cuando parecía haber sa
nado cayó en letargo gravísimo, y sufrió inmediatamente esfacelo del cerebro. Mien
tras vivía en profundísimo sueño, parecía ser víctima de hemiplejía, pues en todo el
lado derecho, afecto de parálisis, no existía movimiento ni sensibilidad. No hablaba
15 Claudii Galeni Perga m eni de locis patientibus lib ri sex, cum Scholiis P ra n d s ci
Vallesii C ovarruviani, Lugrduni, 1559.
16 Comnt. in lib. I V de v ictu acut.
nada, aunque de cuando en cuando se le oía musitar algo que nadie lograba entender;
y de ningún modo podía ser sacado del letargo, en el cual yacía como un verdadero
leño. Así, sin habla, estaba el tercer día en el castillo paterno. Llamado para aten
derle, y como no hubiese a mano otra cosa, le introduje en el conducto nasal derecho
tomillo machacado con vinagre, para excitarle a la vigilia, y con la idea de que las
materias crasas y viscosas se disolviesen y derivasen hacia la nariz. Aplicado este re
medio, pareció despertar un poco: abrió los ojos, profirió algunas palabras indistintas
y fluyó de su nariz una materia crasa muy corrompida, viscosa y sanguinolenta, como
sanies pútrida. Cuando vi esto, anuncié que el enfermo tenía un absceso con esfacelo
en la parte derecha del cerebro, y que el cerebro estaba corrompido; por lo cual pre
dije que el niño no podría sobrevivir ni un solo día, a causa de la materia corrupta,
que no sólo obstruía los ventrículos del cerebro, sino que corrompía toda la sustancia
encefálica. Murió, como había yo predicho, al cuarto día, y rogué se me permitiese
abrir el cadáver.
Levantada la bóveda craneal, se vio que el cerebro y el cerebelo se hallaban to
talmente corrompidos, sanguinolentos, pútridos y saniosos en su parte derecha, sobre
todo hacia atrás, puesto que a causa del letargo se había transformado el apostema en
absceso y esfacelo. En la parte izquierda, en cambio, estaba el cerebro blanco, sano
e incorrupto11.
20 Op. cit., lib. III, cap. III. He aquí la conclusión diagnóstica de Bonet, a la
vista del cuadro clínico,y de los datos de autopsia: “Vómitos de pituita, bilis y
melancolía, por delgadez de las túnicas del estómago, obstrucción del conducto co
lédoco y de los vasos breves, induración del hígado y del páncreas e inserción del
colédoco en el estómago” (Sepulchretum , ed. de Manget, II, 111).
St. Blankaart, indica que entre la anatomía “ teorética" o normal- y la
“ práctica” médica o medicina clínica está naciendo una disciplina nueva.
Esa disciplina es, por ahora, muy poco más que mera casuística: así ha
empezado el giro moderno de todas o casi todas las ciencias de la natu
raleza. Hállase todavía en servidumbre a la anatomía normal y a la clí
nica: pronto veremos cómo se manifiesta tal subordinación. Pero dentro
de su aparente humildad vive en germen la inmensa ambición de Roki-
tansky, Virchorw y todos aquellos para quienes saber científicamente es,
ante todo, “ ver formas” .
Si hubiese que elegir un libro representativo de esta primera etapa de
la patografía anatomoclínica— la lesión como hallazgo: de Benivieni a
Boerhaave— , ese libro sería el Sepulchretum sive anatomia practica, de
Bonet. "Inmortale opus, quod solum pro pathologica bibliotheca sit", le
llama Haller. Si por "biblioteca patológica " se entiende una de comienzos
del siglo X V I I I , el aserto del gran fisiólogo y gran erudito es incuestio
nable. En las dos ediciones del Sepulchretum (1679 y 1700) están reuni
das todas las observaciones clínicas con infórme anatomopatológico pu-
blicadás durante los siglos X V I y X V I I , y a todas pone su comentario
el recopilador. La crítica que ha orientado la tarea colectora es bien defi
ciente: ál lado de casos muy bien estudiados— los de W illis, W e p fe r ,
Tulp y Bártholino, por ejemplo— hay relatos fantásticos, carentes de todo
valor: el hallazgo de un corazón velludo (cor hirsutum) en algunos hom
bres muy audaces, las anomalías musculares en la mano de ciertos la
drones y otras historias análogas. Con todo, la utilidad que prestó el
t libro de Bonet hasta la publicación del de M orgagn i (casi cien años:
1679-1761) fué, literalmente, enorme.
La ingente cantidad de observaciones contenidas en el Sepulchretum
ha sido ordenada a capite ád calcem, según el esquema común y tradi
cional. El primero de sus cuatro libros trata de affectibus capitis, y los
tres subsiguientes, de affectibus pectoris, de affectibus imi ventris y de
febribus, affectibus externis, affectibus artuum, etc. Cada uno de estos
libros está dividido en secciones, según entidades nosológicas, síndromes
y aun meros síntomas.^jHe aquí, por ejemplo, los títulos de las secciones
del libro I: Sectio I: D e dolote capitis; Sectio II: D e apoplexia; Sectio III:
D e veliquis affectibus soporosis, lethargo, caro, cataphora, cómate som-
nolento et vigili; Sectio I V : D e catalepsi seu catocho; Sectio V : D e in-
somniís et incubo; y así hasta veintitrés secciones. En el libro II hay una
sección de tussi y en él III otra de inappetentia. Las sectiones, en fin, se
hallan integradas por un número variable dé observationes, desde las
doscientas cuatro de la sección de repirationé laesa a las dos de insom-
niis. En total, más de tres mil observaciones anatomopatológicas, unas
somerísimas, y pertenecientes otras a historias clínicas muy amplias y
circunstanciadas.
Basta la anterior descripción para colegir la índole de los “diagnós
ticos” del Sepulchretum . El epígrafe de cada observado expresa, como
desde los consilia de la Edad M edia es norma invariable, el juicio diag
nóstico del descriptor acerca del "caso". Pues bien; en su mayor parte son
meros apuntamientos sintomáticos— o afecciones cómodamente definidas
por el sintoma dominante— , enlazados a la mención del hallazgo de
autopsia mediante las preposiciones causales a, ab u ob. Así: Singultus
a iecore inflammato ventriculum comprimente; Ventriculi concoctio laesa
ob deletas eius rugas; Phthisis a cormptione omnímoda pulmonum lateris
sinistri, purulentia dextrorum, cum lienis scirrho. E t sic caeteri. La con
jetura fisiopatológica de los consilia de Montagnana se ha trocado, por
tanto, en lesión anatómica vista: si aquél decía de asthmate propter ple-
nitudinem pectoris, el Sepulchretum dirá Asthma a materia pituitosa pul
mones inferciente. Aparte esta esencial diferencia, la estructura del diag
nóstico sigue siendo la misma.
U na primera conclusión se impone: en_las observaciones del Sepul
chretum domina la sintomatología sobre la anatomía patológica. La orde
nación "de los ‘casos” es primariamente sintomática. M á s aún: la. situa-
cióiT de cada observado dentro del esquema del libro no depende de la_
lesión~descubierta, sino del síntoma dominante que en el enfermo pro
dujo. W e p fe r había hallado, por ejemplo, que la cefalalgia infantil pue
de ser producida por un acúmulo de bilis en el colecisto sin alteración
perceptible en cerebro y meninges. Bonet recoge el caso y lo incluye en
la sección correspondiente al dolor capitis bajo el siguiente epígrafe:
Capitis dolor cuius nulla alia in corpore causa deprehensa quam bilis
cystim felleam distendens. Una dyspnoea a ventrículo túmido et abdomi-
nis hydrope no será catalogada en la sección de ventris tumore seu de
hydtope, sino bajo la rúbrica de respiratione laesa. N ad a más fácil que
añadir a éstos una docena de ejemplos análogos. Pese al subtítulo del
•libro— Anatomia practica— , el dato anatómico está férreamente subor-
dinado al dato clínico: laesio ancilla symptomatum. El anatomopatólogo
no pasa de ser, por ahora, un valioso auxiliar del internista.
Veamos ahora, a la luz de las observaciones del Sepulchretum, la fi
gura que por obra del método anatomoclínico había adquirido el relato
patográfico a fines del siglo X V II. Elijo para ello una historia clínica
importante: la de la última enfermedad del gran anatomista Marcelo M al-
pigio, tal como la redactó su médico y amigo Giorgio B a g liv i 21. Hela
aquí:
quierda se hallaba algo fláccido y lívido, sobre todo en la porción posterior, por la cual
se adhiere al dorso. El tamaño del corazón había aumentado, y sobre todo las paredes
del ventrículo izquierdo, de un grueso igual a dos traveses de dedo. La bilis negreaba
mucho en la vesícula biliar. El estado del riñón izquierdo era normal; pero el derecho,
mucho menor, casi dimidiaba el tamaño del izquierdo, y tenía la pelvis tan dilatada,
que sin violencia se podían introducir dos dedos en ella. Acaso por esta dilatación de
la pelvis renal acaecía que los cálculos formados en el riñón descendían al punto a
la vejiga, y salían de ésta hacia el exterior, como muchas veces pude oír mientras
vivía este óptimo varón. En la vejiga urinaria se hallaba el pequeño cálculo que había
descendido a ella cuatro días antes de iniciarse el último accidente apopléctico, y des
cendiendo hizo más graves los vértigos postreros. Las restantes visceras de la vida,
vegetativa se hallaban en perfecto estado.
Abierto el cráneo, hallamos casi dos libras de sangre negra y grumosa, extravasada
en la cavidad del ventrículo derecho del cerebro; derrame de sangre que fué causa-
de la apoplejía y de la muerte. El ventrículo izquierdo estaba ocupado por agua sub
citrina, en cantidad como de onza y media, con la cual había mezclada una exigua
cantidad de arenillas. Los vasos sanguíneos del cerebro eran por doquier varicosos.
Toda la dura madre hallábase fuerte y preternaturalmente adherida al cráneo. Y éste
es el resumen de lo que me fué dado observar durante la sección del cadáver men
cionado, en Roma, Casa de San Vicente y San Atanasio, en las faldas del Quirinal,
y en las calendas de diciembre de 1694.
22 Uno de ellos era el propio Juan Jacobo Manget, al cual está nominativamente-
dirigida la historia. A l final del ya mencionado apéndice sobre la “epidemia” de
apoplejías en Italia en los años 1693 ar 1695, escribe: "... et ad illarum m ajorum elu-
cidationem et co'mplementum historiae talia adnotasse opportuit. Tibique co m m u n i-
cate, celeberrim e Mangete... D atu m Rom ue 12. J u lii 1695.”
en que se produjo 23. Pero aun no siendo tanto su pormenor, también la
historia de M alpigio permite adquirir una excelente idea de lo que fué
la patografía anatomoclínica en el último tercio del siglo X V I I . T ra te
mos de ver y entender la novedad de ese relato patográfico, según dos
puntos de vista: la significación del dato anatomopatológico en la des
cripción de la enfermedad individual y la contextura general de la histo
ria clinica.
1. Una visión sinóptica del Sepulchretum nos hizo descubrir la ra
dical subordinación de la anatomía patológica a la clínica durante el si
glo X V I I . Para el médico de entonces, laesio ancilla symptomatum. La
inspección interior de cada patografía confirma plenamente ese juicio. Si
el lector prescinde de la sectio cadaveris— historia cadaveris la llama van
Heurne en su apéndice casuístico a las obras de Fernel— , la descripción
del proceso morboso no difiere de las que redactaban los patógrafos del
siglo X V I en sus observationes y consilia: recuérdense las de Montanus,
V alleriola o Félix Platter. El clínico no ha encontrado todavía recursos
idóneos para que el diagnóstico de la lesión aparezca en la letra que da
expresión al cursas morbi. El epígrafe con que el médico nombra y dis
tingue cada “ especie morbosa"-— hablo, ya se entiende, de las enferme
dades "internas” — es todavía estrictamente clínico, sintomático; y si hay
en él una intención localizatoria, la localización concierne al síntoma, no
a la lesión que como “ causa continente” lo produce y es luego descu
bierta en la autopsia del cadáver. N o creo necesarios nuevos ejemplos.
El informe anatomopatológico es, por tanto, una pieza de la historia
clínica intercalada entre la historia morbi u observado en sentido estric
to— lo que el médico ve en el enfermo— y la explicado en que como pa
tólogo da razón de lo por él visto y descrito; explicado que ahora se hace
sobre la base objetiva de las lesiones halladas en el cadáver. La obser
vado in aegroto queda ampliada merced a la nueva observado que el di
sector recoge in cadavere.
¿Qué significación patográfica posee, entonces, la descripción anato-
mopatológica? La respuesta es obvia: esa descripción le sirve al pató-
grafo para explicarse a posteriori los síntomas que había observado en el
enfermo. El descubrimiento de la lesión permite reconstruir visivamente
la producción del cuadro sintomático y, por tanto, entenderlo. El hallazgo
de ciertas alteraciones anatómicas en el riñón izquierdo permite a Ba-
b e llu a c\
Entre tanto, el cirujano diseca el supuesto riñón (bazo real), que en la superficie mos
traba señales de integridad, y no halla en su interior otra cosa que un putrílago, des
hecho en partículas al menor contacto de los dedos. Aquí S e m p r o n i o , sin advertir el
engaño, canta su victoria y dice que él adivinó la verdad del caso, y que nadie hubo
más perspicaz para escudriñar las causas de enfermedad, y que esta vez no le falló
su sagacidad innata, y que el cuerpo del enfermo había sido transparente a sus ojos,
y sus visceras como un libro abierto, y otras baladronadas semejantes. Hasta que el
cirujano, incapaz de contener la risa, prorrumpió en carcajadas y confesó haber di
secado el bazo. Tras lo cual T i c i o , antes vapuleado, cierra contra su adversario con
no más blando látigo:
¿Faltó p o r ventura a S e m p r o n i o una evasiva, aun cuando tan justo fuera el ludibrio a
que le había sometido el cirujano?:
La porción del colon más próxima al bazo, por vecindad y contacto con él, había
adquirido un tinte cárdeno. Viéndolo S e m p r o n i o , pretende dirimir la contienda y negar*
*e "... dijo muchas cosas vuelto hacia el lado izquierdo, cuando la fiera yacía a
su derecha.”
27 “Herimos, y a nuestra vez ofrecemos la espalda a las saetas.”
2s “Por favor, Quintiliano, inventa algún pretexto.”
la victoria a las dos partes litigantes, afirmando que allí debía buscarse la sede de la
' enfermedad. Vean los doctos, sin embargo, si con ese argumento puede darse razón
del vómito de sangre y de los restantes síntomas. Pero, yendo a las demás visceras, el
riñón izquierdo, origen de toda la tragedia, de creer a S e m p r o n i o , no mostró nada
anómalo; y los uréteres se hallaron indemnes de óbstrucción y de impedimento, así en
su nacimiento como en su curso. Abierto el tórax, se vió que su cavidad estaba re
pleta de suero. Los pulmones aparecieron pútridos por doquier, aun cuando la respi
ración no se había alterado en todo el transcurso de la enfermedad. Carecía totalmen
te de líquido el pericardio. La causa del dolor del pecho y del costado derecho, tan
pertinazmente molesto por el enfermo, pareció poder atribuirse a la acrimonia del suero
en partes muy sensibles al dolor, o bien al pus que exudaban los pulmones pútridos,
aunque a ciertas zonas bien pudo haber llegado una sanies tenue, segregada por el
bazo corrupto, e invadir así la cavidad del pecho. Esta es la razón por la cual los
hipocondríacos, cuyo bazo está casi siempre dañado, se quejan de dolores análogos
29 Sepulchretum , I I , 120-121.
80 L a afirmaban, por ejemplo, hombres de tanta autoridad como Riolano y Rol-
fink; la negaba, en cambio, R. Lower (véase su Tra ctatu s de cordei cap. Y ). Bonet
se acerca a la verdad con estas palabras: “ Venae itaque illae quae ín te r ven tricu lu m
et lienem brevibus surculis sibi in vicem cito occu rru nt, e ideo “vas breve” appellan-
tu r, n ih il aliud sunt quam ra m i venarum a v en tricu li fundo descendentes, quibus in
medio fere spatio a lii a tiene provenientes obvii sunt} et m elioris conductus gratia
sim ul ju n cti in unum truncum coeunt” (Sep. II, 122). Trátase, como es patente, de las
venas gástricas cortas afluentes a la vena esplénica.
81 Esta innegable supremacía de la clínica no impide que en el siglo X V II, y a
consecuencia. de la frecuente disección de cadáveres m orbo denato'i'um, vayan apa
reciendo los primeros conceptos anatomopatológicos “puros”. Por ejemplo, el de “tu
bérculo”, creado por Silvio: “Observé más de una vez en los pulmones tubérculos
glandulosos ( tubercula glandulosa) mayores o menores, cuya sección demostró que
contenían pus variado. Por tanto, juzgo que son estos tubérculos los que, convertidos
en pus, y una vez consumida la tenue membrana, se eliminan en las vómicas; y en
ellos vi con frecuencia el origen de la tisis” (Paxeos medicae idea nova,, App. Tract.
IV, § 50 et sq,). En su P h tM siolo gia (Lond., 1689), confirma Morton esta descripción
2. N o sólo cambia la estructura de la historia clínica durante el si
g lo X V I I por la adición— sistemática ya, cuando es posible— de la sectio
cadaveris. Aun cuando sea bajo figura menos discernible y con harto
menor importancia, también en la historia movbi es posible descubrir al
guna novedad, siquiera sea de índole perfectiva.
U n libro antes mencionado nos informa acerca de lo que era la visita
del médico al enfermo en los primeros años del siglo X V I I : lleva por
título D e ingressu ad infirmos, y fué compuesto por Giulio Cesare Clau-
dino *32. En la primera parte de la obra da su autor reglas para establecer
ordenada y certeramente el. diagnóstico, según la mente de Hipócrates y
Galeno; y comienza, naturalmente, por la anamnesis: de modo interro-
gandi aegros et assidentes. U n texto del escrito hipocrático de morbis le
sirve para explanar su esquema anamnéstico: “ Cuando llegues junto al
enfermo, debes preguntarle de qué sufre, por qué causa, desde cuántos
días, si va bien de vientre y qué dieta suele usar” (de morbis, 36). La
cuestión primera lleva a Claudino a plantear el problema del locas cau-
sae y el locus morbi, no siempre coincidentes; la segunda se halla orde
nada según los tres momentos causales de la etiología galénica; la ter
cera le hace considerar los tempora universalia morborum et passionum
( “ principio” , “ aumento” , “ estado” y “ declinación” , a la manera de G a
len o ), los diversos motus morbi (enfermedades agudas y crónicas) y el
gradus o intensidad del proceso morboso; la cuarta y la quinta se resuel
ven en preguntas fácilmente colegibles. El interrogatorio debe dirigirse
tanto al enfermo como a quienes le asisten.
Terminada la anamnesis, pasaba el médico a la exploración objetiva:
“ Estudiará el pulso, verá y observará las orinas y los restantes excre
mentos; y si fuese necesario y se le permitiere, palpará con las manos las
partes afectas; y después de indagadas exacta y diligentemente todas
estas cosas, y una vez discutidas y sopesadas mediante el interno discurso,
tratará de conocer y entender la idea o esencia de la enfermedad, su
sede propia y sus causas” (cap. I I I ) . Esta operación intelectual es el
“ diagnóstico” , dignotio, para el cual da Claudino dos pautas distintas.
L A L E S IO N C O M O C L A V E D IA G N O S T IC A
39 “De praxi medica”, lib. II, cap. I II ( Opera omnia m édico-practica et anatóm ica,
Venet., 1738, pág. 106).
40 Sepulchretum , I, 677.
conjeturas diagnósticas, apenas posibles en quien no hubiera disecado el
cadáver de un enfermo pulmonar, sino por la vacilación misma, por la
exquisita circunspección que impone a la palabra del médico la posibili
dad de una autopsia post mortem 41.
U na conclusión se impone: el clínico que hacia 1700 fuera a la vez
sydenhamiano y anatomopatólogo debía de encontrarse ante frecuentes
y graves aporías diagnósticas. Diagnosticar era una res dubia, en el do
ble sentido de dudosa y grave, especialmente cuando el pronóstico pare
cía sombrío. Si la duda terminaba por la curación, el éxito feliz absolvía
a médico y enfermo de todo cuidado. Pero ¿y cuando el aeger dubius 42
llegaba a morir? Es fácilmente imaginable la angustia intelectual y afec
tiva del médico, si éste era hombre ambicioso y sensible. A n te sus ojos
había muerto un enfermo sin que él, su médico, vir medendi peritas, su
piese qué pensar ni qué hacer. Sólo dos caminos le permitían evadirse de
tal perplejidad: un acto de contrición y humildad, si era religioso— pocos
no lo eran en torno a 1700— , y la autopsia del cadáver. La inspección del
cuerpo del difunto haría saber, cuando menos, la “ causa continente” o
"inmediata” de su enfermedad y su defunción.
Obsérvese una sutil novedad en la intención con que es practicada la
autopsia y en la actitud con que es juzgada la lesión. Hasta fines del si
glo X V I I , la lesión anatómica era un hallazgo de autopsia confirmador o
denegador del diagnóstico clínico. El optimismo noético de la patología
tradicional y la relativa laxitud de su nosotaxia permitían siempre un
diagnóstico más o menos especificador, aunque su formulación no fuese
a veces sino el nombre latino de un síntoma. Ahora han cambiado las co
sas: hay ocasiones en que el médico no ha podido establecer un diagnós
tico. La lesión, en tales casos, sigue siendo “ hallazgo” , pero es, además,
"clave diagnóstica” . Con ello, el método anatomoclínico ha dado un paso
más hacia su futura monarquía.
D os fueron las situaciones concretas en que se hizo actual esa posi
bilidad de la autopsia anatomopatológica: la que venía proponiendo el
problema médico, forense y hasta político de las muertes repentinas, y la
41 Lias dos historias han sido varias veces editadas. Sus primeras ediciones son,
como he dicho, las de 1724 y 1728, en Leyden. Aparecen juntas, publicadas por
E. G. Baldinger, en H erm anni Boerhaave, v iri sum m i, rarioncm •morbormn historíete
p rio r et altera. Francof. et Lipsiae, 1771; y, por supuesto, en las diversas Opera
om nia de su autor. Yo he usado la edición de 1771, en Venecia (.Hermanni Boerhaave
Opera omnia medica, Vene?., M D C C L X X I). En el siglo X V III fueron traducidas al
francés y publicadas juntamente con las Dissertattons nouvelles sur les maladies de
la poitrine, du coeur, de l’estomac, etc., de Ch. Barbeirac (Amsterdam, 1731). L a
H istoria altera ha sido recientemente vertida al alemán por Margarete Blank, “Eine
Krankengeschichte Hermán Boerhaaves und ihre Stellung in der Geschichte der
Klinik” (A rch . f ü r Gesch. der Med., 27, 1934, 51-86). Como hay algunas variantes en
las diversas ediciones de esta H is to ria altera, para mi traducción he tenido a la vista
el texto que traen las mencionadas Opera om nia y el de la versión alemana de M ar-
garete Blank, muy correcta, salvo en un par de pasajes.
48 También al comienzo de su primera historia clínica (A tro cis , nec descripti prius;
m orbi h is to ria ; designada por mí en lo sucesivo con el nombre dé H is to ria prim a )
hace notar Boerhaave que la enorme diversidad de las enfermedades no puede ser-
estos sig n o s in c ie r to s , y la cosa ocurre con d em a s ia d a fr e c u e n c ia , en ton ces h a lla su
c á la m o d e s c rib í el a cerbo d e s tin o del n o b ilís im o e ilu s tre B a rón Juan de W a ssen a er.
in s u p e r a b le v io le n c ia r e d u jo a d o lo ro s a c e n iz a al ilu s tr ís im o M a r q u é s d e S a in t A u b a n .
D ed ú cese de no obstante
e sto s dos r e la to s que la más cuidadosa descripción de todos
los fenómenos aparentes a l o s sentidos, durante el transcurso de una enfermedad, nada
puede saberse de su causa (continente) si no se abre el cadáver. Pero si uno sabe
tener en cuenta la causa así descubierta, podrá entender más favorablemente los casos
análogos, si por azar los encuentra; y d e a h í la n e c e s id a d y la u t i l i d a d d e la d i s e c c i ó n
y tu v ir tu d te n g o . V iv e fe liz y d i la t a d a m e n t e . L e y d e n , 1 4 -X I -1 7 2 7 .
totalmente conocida por el médico. De ahí que con frecuencia tope con casos de cuya
“causa oculta” o locus a ffe cti no sabe qué pensar. Indudablemente, el problema del
aeger dubius era una viva preocupación de Boerhaave.
49 Lo mismo se lee en la H istoria prima. El médico sólo puede diagnosticar los
casos nuevos y oscuros después de la muerte del enfermo y mediante una cuidadosa
disección anatómica: post m ortem mbdo serus a T e cogn oscetur; ñeque v el tune
etiam, nisi incisum defuncti cadáver' exacta cum cura perscrutatus fueris. Pero, aña
de, “entre los atareadísimos clínicos son raros los que quieren o pueden hacer esto
rectamente” (.Hermanni Boerhaave Opera om nia medica, Venet., M BCOLXXI, pá
gina 322 a ) .
50 No es cierta la tajante afirmación de Boerhaave. Sólo una referencia precisa y
breve a la anatomía del hombre hay en el Corpus H ippocra ticu m , y está contenida en
el escrito de m orbo sacro (L. V I, 382). Los comentarios anatomopatológicos del tra
tado de m orbis no tienen otro fundamento objetivo que la localización de los síntomas
y la posible observación de cadáveres de animales.
máticos que resuelven lo que por la naturaleza de las cosas puede resolverse, como
los que demuestran con razones ciertas la imposibilidad de la cuestión propuesta. Algo
análogo dice de su arte Hipócrates, que también es loado como muy estudioso de las
disciplinas matemáticas. En su sabio comentario sobre el oficio del médico declara que
no menos debe encomiarse la pericia de un médico cuando demuestra que la curación
de un enfermo es imposible, que cuando con su arte vence una enfermedad y trae la
curación con su tratamiento. Pero cada arte tiene su medida y debe reconocer los
límites precisos en que su potestad cesa 51.
Si pudiesen establecerse a ciencia cierta signos mediante los cuales el médico fuera
capaz de conocer las enfermedades incurables y distinguirlas de aquellas que, más cle
mentes, permiten la obra del arte, ¿no sería más felizmente ejercida nuestra disciplina?
Así, por lo menos, no sería empeorado con remedios contrarios lo que no puede ser
mejorado. Y si viésemos a las enfermedades curables y a las incurables distribuidas en
dos grupos bien precisos, ni aquéllas serían tratadas con negligencia, ni éstas con te
meridad, como a diario hacen quienes con su arte inane agravan con otras mayores las
molestias propias de la dolencia a que atienden. Por eso me he decidido a describir la
infelicísima enfermedad, acaso sin ejemplo en la literatura médica, que por inevitable
azar arrebató en la flor de su vida y en la plenitud de sus fuerzas al ilustre varón
Guido Papa, Marqués de Saint Auban, de tan noble estirpe. Me aplicaré a pintar con
tan vivos colores el aspecto de esta horrenda enfermedad, que si alguien encontrase
por azar otro caso de la misma índole, podrá reconocerlo; o para que, por lo menos,
siendo dudosa la naturaleza de una enfermedad oscura, nazca la oportunidad de pensar
en algo que sin ejemplo previo no podría entrar en el campo del humano pensamiento.
Al cuerpo de este hombre lo había formado la naturaleza muy recio y pasmosa
mente ágil, apto para todo género de movimientos y conformado con muy hermosa
proporción de sus miembros: ni podía censurársele una estatura desmedida, ni una
grosura inútil, ni era excesivamente flaco; sino de tal modo dispuesto, que con la má
xima facilidad se adaptaba a las acciones que de él se exigiesen. Cuantas veces le
examiné como médico en el curso de tres años, nunca hallé en él signo de laxitud o
de estricción excesivas. Es verdad que sus vasos sanguíneos, más llenos que lo habi
tual, mostraban que la energía sanguínea era en su cuerpo algo más intensa de lo que
conviene, por lo cual había padecido con frecuencia fuertes derrames hemorroidales.
Por lo demás, no ofrecía su aspecto signos de los que pudiera colegirse qué tempera
mento debería atribuírsele, de los cuatro que los médicos consideran: de tan justa
complexión de todos ellos parecía depender la salud de este varón. De ahí que los
afectos de su ánimo, en correspondencia con la agilidad de su flexible cuerpo, eran
fácilmente excitados, pero cedían luego con blanda ligereza a la moderación y al regi
miento de la razón. Esta admirable índole natural de su cuerpo la había robustecido
con el cultivo de una severa sobriedad en todo el curso de su vida. Casi nunca pedía
vino, y no lo bebía sino diluido en mucha agua. Esta era la única bebida que tomaba
a diario. Por lo demás, en su alimentáción usabá alimentos de todo género, sin selec
ción especial. Sin embargo, prefería a todos la buena carne pingüe y la manteca fres
ca, y éstos eran los únicos alimentos con que alguna vez salía de su templanza. Había
endurecido su cuerpo mediante el ejercicio, y solía fatigarle sin mesura con la caza,
la equitación y la danza, tanto más, cuanto que podía soportar todo esto más fácil-
52 Son numerosos los textos del Corpus H ippocraticum que sirven de base a este
aserto: E pidem iorum V I CU V, 304); de humoribus (U. V, 500); Aforism os V I (U. IV,
566)," de v ictu in acutis (U. II, 516); Epiderniorum, I V (L. V, 196).
Tal había sido, lector, el estado del ilustrísimo Marqués desde su mocedad, y así
de íntegra era su salud, una vez quedó libre de la terrible dolencia hemorroidal. He
querido ponerlo ante tus ojos con palabra llana y veraz para que, antes de que leas
esto, quieras conocer y meditar seriamente qué enfermedad sería previsible en tal
cuerpo, conforme a la ciencia médica. Porque, en mi opinión, en toda historia clínica
anatómicamente redactada y destinada a los médicos es absolutamente necesario dar
cuenta del hábito natural del cuerpo, enfermedades precedentes, género de vida y tra
tamientos empleados, antes de comenzar a exponer la enfermedad de que el paciente
murió. Por tanto, no tomarás a mal ni tendrás por importuna esta primera parte de la
historia, aunque otros, menos peritos en medicina, la puedan juzgar ociosa. A éstos
los he creído siempre medianos críticos. Y sin más demora paso a describir la historia
de esta funesta e inaudita enfermedad.
El ilustre Marqués comenzó a sentir que disminuía la entereza de su excelente sa
lud diez meses y medio antes de que sucumbiera a la violencia de la enfermedad. Un
incesante y agudo dolor ocupaba al principio una región del cuerpo señalada por el
enfermo bajo la escápula izquierda y hacia el interior del tórax, desde donde se irra
diaba por la mitad izquierda del pecho con no menor crueldad. Como la acerbidad de
este tormento adquiría cada día más violencia, toda esta mitad torácica vino a ser
torturada, sobre todo en su parte interna. Aumentaba la vehemencia del dolor una
molesta tos, que no sólo impedía el reposo con su continua irritación, sino que, dis
tendiendo los conmovidos costados, provocaba, en ellos una. continua sensación de
desgarro. Los doctos médicos a quienes se consultó, creyeron reumáticos estos dolores
y los combatieron con los remedios que el arte da por más seguros contra tal especie
de enfermedad. ¡Todo en vano! No sólo no trajo alivio el tratamiento, sino que, por
el contrario, el mal progresó con él, y tanto más aumentaba, cuanto más fijo e inmóvil
se hacía en la mitad izquierda del tórax, sin que ningún recurso lograra suprimirlo ni
aliviarlo. No cedió a las repetidas sangrías, ni la administración de bien escogidos
desopilantes y aceites lo mitigó, y resistió a la acción de los soporíferos. Después de
que se hubo luchado algún tiempo, y cada hora con más intensidad, contra estos do
lores, una tortura mucho más dañosa y cruel comenzó en el interior del pecho, bajo la
mamila izquierda; y tan enorme era su violencia, tan intolerable, que el enfermo cla
maba ante todos no poder soportarla más. Así pasaba el nobilísimo enfermo los días
y las noches, agobiándose a sí mismo y agobiando a los presentes con su tortura y sus
lamentos, sin poder dar reposo a su cansado cuerpo, ni hallarle postura favorable; por
lo cual, ni el sueño llegaba a sus ojos, ni el descanso le aliviaba. La enfermedad ad
quirió, por fin, tan triste aspecto, que el paciente se vió forzado a permanecer sentado
en el lecho, con el cuerpo en alto, pero curvado hacia adelante como un anillo y con
los codos apoyados en una almohada puesta sobre los muslos. No podía ser más triste
su apariencia. Esta postura, tan contraria a lo natural, le concedía de cuando en
cuando el suficiente alivio para que la breve cesación del dolor permitiese un ligero y
breve sueño; mas cuando el enfermo despertaba, conturbado por una cruel ansiedad,
recaía otra vez en su miserable estado.
Tal era el cuadro de la enfermedad cuando el ilustre Conde de Wassenaer, de la
estirpe de los Twickel—tan adornado de sabiduría y virtud, que en él la nobleza de
las costumbres vence al esplendor de la cuna—, me rogó una consulta urgente con el
médico de cabecera, temiendo que la amenazadora dolencia sojuzgase muy pronto al
enfermo.
En nuestras deliberaciones, Jacobo de Bye, muy docto varón y expertísimo médico,
•expuso concienzudamente la historia clínica antes descrita, dió clara cuenta de los
remedios y de las tentativas con que se había tratado de curar o aliviar la terrible
enfermedad y deploró su total fracaso, más aún, la creciente violencia del mal. Des
pués de sopesar largamente todo lo expuesto, ninguno de los dos supimos a qué ate
nernos acerca de la naturaleza y la localización de la enfermedad. Como el doctísimo
de Bye había visto que a las crisis más intensas seguía con frecuencia una eliminación
de pituita espesa, tendía a suponer.la existencia de un absceso en la parte externa del
pulmón, y su opinión no carecía por completo de fundamento. Mas no era de creer
que el nobilísimo enfermo sufriese tal dolencia, porque su cuerpo, afligido por los
síntomas descritos, se hallaba intacto en sus restantes funciones. Cuando me pregun
taron mi opinión sobre la índole de esta sorprendente enfermedad, medité largo tiempo,
sopesándolo todo en mi ánimo, y respondí no saber cómo definir la interna condición
de este rarísimo y por mí nunca visto mal. Por lo demás, yo creía que todos y cada
uno de los síntomas indicaban que los órganos encargados de dilatar el pecho no so
portaban la contracción mediante la cual ejercen su oficio los músculos; sino que las
partes del tórax que se dilatan en la inspiración resistían a su expansión, y de ahí el
inmenso dolor de ambasra, la enorme dificultad para respirar y el temor de asfixia.
•Como estas reflexiones diagnósticas hallaron aquiescencia, aconsejé que fuesen apli
cadas decocciones emolientes con paños de lana sobre aquellos lugares del pecho que
más se mueven durante la inspiración, y sobre todo en las costillas,' en sus cartílagos
y en el esternón. De este modo, mantenida día y noche la tibieza con este apósito ca
liente, el tórax, como metido en un baño continuo, quedaría aliviado. Pensé, además,
que decoctos análogos, administrados al interior en dosis amplías y muy frecuente
mente repetidas, actuarían de modo semejante desde dentro del cuerpo. Fué recomen
dada asimismo una dieta de leche, jugo de carne y legumbres muy tiernas en tomas
livianas y frecuentes; y también pareció aconsejable la continua inhalación de vapor
tibio por las vías aéreas, hasta el pulmón. Esto, lector mío, era todo lo que la medi
tación más empeñada pudo ofrecer a la esperanza de algún alivio. Todo ello quedó
cumplido con el más exquisito cuidado; y fué tal la mejoría alcanzada con la solícita
aplicación de estos remedios, que en todos despertó falaces esperanzas. La violencia
del dolor, antes intolerable, fué considerablemente aliviada, y nunca, hasta la muerte,
volvió a su primitiva gravedad; hasta permitía de cuando en cuando un leve descanso,
y con él un tenue restablecimiento del enfermo. ¡Cuán vanas son, no obstante, las
esperanzas de los hombres, y cuán ciega su alegría! Presentóse luego una tos moles
tísima, que día y noche agitaba al enfermo, sin otra expectoración que una espesa
mucosidad, la cual en modo alguno difluía en el agua. La tos no podía ser calmada
con aceites balsámicos, ni suprimida con expectorantes; y si el opio la mitigaba cierto
tiempo, tanto más violenta volvía luego. Con frecuencia se producía una, funesta sen
sación de asfixia inmediata; y cuando el enfermo quedaba agotado por ella y casi no
era capaz de respirar, doblaba la cabeza, retraía el cuello y levantaba el tórax; e
inspirando con el máximo esfuerzo, atraía el aire hacia sus pulmones con tremendo6 3
54 Hace notar Margarete Blank, muy agudamente, que al llegar a este punto cam
bia el tiempo gramatical de la narración: del pretérito perfecto o imperfecto pasa al
presente—praesens histoñcwm—, con objeto do dar al relato más fuerza dramática.
Observado todo esto, practiqué sin apoyar la mano una sección superficial, sólo
de la piel, desde la primera costilla derecha y dirigida sobre los lugares en que la
extremidad de los huesos costales se une con el segmento cartilaginoso. De nuevo me
sorprendió que el panículo adiposo subcutáneo se mostrara bastante pingüe, como en
un cuerpo sano. Seccionadas la túnica adiposa y la musculatura, y separadas las cos
tillas de los cartílagos costales, incindí por allí con gran cuidado la membrana que
reviste el tórax. Apenas hecha una breve incisión, quedé estupefacto viendo que de
aquella prominencia del cuerpo, colocado como estaba en decúbito supino, brotaba con
fuerza, como a presión, un líquido tenue, amarillo, inodoro, copioso. Medité un mo
mento lo que esto podía significar. ¿Habría sido una hidropesía torácica sofocante el
origen del mal? Después de absorber con esponjas el líquido emanado, y cuando ya no
impedía la visión, proseguí la sección de la pleura a lo largo de la línea descrita. Vi
que seguía fluyendo líquido, pero sin fuerza ya, como vaciado por su propio peso,
mientras que antes salía impulsado por la presión de las partes vecinas. En cuanto
podía verse por el resquicio de la estrecha incisión, y antes de que fuesen separadas
unas de otras las distintas partes, mostrábase el pecho como lleno de agua. Pero in
troduciendo un dedo por la herida, se tocaba el pulmón derecho en su lugar, si bien
firmemente adherido a la parte superior de la pleura a nivel de las costillas altas y
de sus cartílagos, y por completo inmovible. No quise, sin embargo, seguir destru
yendo esta parte sin acceder de igual modo a la otra. En el costado izquierdo llevé
todo a término con la misma sección superficial que en el derecho, sin hallar agua. No
obstante, en el lugar ya descrito, y en esta parte izquierda, bajo las sincondrosis de
las costillas, hallé al pulmón fijado a la pleura por una adherencia continua, desde la
parte más alta del tórax hasta el mismo diafragma y hasta el mediastino; de modo
que desde el cuello, junto a las costillas, hasta la convexidad del diafragma, el dedo
notaba cómo el pulmón,estaba adherido en toda su extensión.
Después de haber mostrado esto a los presentes, a fin de que lo observasen y
anotasen, pensé que para someter a los ojos el interior del tórax nada sería mejor que
abrir el pecho sin desplazar de su lugar natural las partes internas. Procuré, por tantea
desprender por abajo el esternón, con los segmentos cartilaginosos que habían sido
separados de los huesos costales; y luego, levantándolo suavemente, apartarlo con
prudencia de la formación membranosa que, formada a entrambos lados por la pleura,
nace bajo el esternón y da origen a una membrana maravillosamente constituida por
celdillas sutilísimas, de la cual proceden el pericardio y el mediastino. Era mi propó
sito disecar por debajo del diafragma la punta del esternón y los arcos cartilaginosos,
de tal modo que, sin lesión de los restantes órganos torácicos, y una vez levantada la
pieza esternal, pudiese verse libremente el interior del pecho.
Hecho así todo, quedé al punto asombrado con el hallazgo de una ingente masa,
sólidamente adherida a la pleura en la porción de ésta subyacente a los cartílagos
costales; la cual mostraba ser de muy otra naturaleza que los pulmones, siempre libres
y fluctuantes en este lugar. Llamé la atención de los presentes hacia tan admirable e
insólito hallazgo, sin poder conjeturar lo que éste fuese. Introduciendo el dedo por la
incisión antes practicada, desgarré lentamente la membrana a cuyo favor este cuerpo,
fuera lo que fuese, estaba adherido a las cubiertas del esternón y de los cartílagos.
Después de haber proseguido cuanto pude tal separación a los dos lados, y una vez
desprendida del diafragma la porción inferior del esternón, lo levanté cuidadosamente
por su parte más baja, escindí la membrana celulosa a él pegada y recliné hacia arriba
y atrás todo el hueso esternal con los cartílagos costales, de modo que cubriese el
rostro.
Era ya posible contemplar el interior del tórax. La parte visible del pecho estaba
ocupada, desde el cuello hasta el mediastino, por un cuerpo de color blanco y bastante
sano, aparte una exigua úlcera en la mitad de su superficie; la cual, situada bajo el
centro del esternón, se hizo ahora visible, y contenía una materia líquida, pero no
purulenta, del color y la consistencia de la leche. Mostré a los presentes este porten
toso hallazgo, pero nadie pudo adivinar lo que aquello fuese. Palpé con los dedos toda
la superficie y hallé que la masa era de consistencia bastante dura y uniforme. Tenía
su origen en lo m á s alto del tórax y brotaba directamente de la membrana que reviste
la cavidad pectoral; y era tal su extensión, que por arriba se adhería a la garganta,
por delante al esternón; por detrás, mediante el mediastino, a las vértebras de todo el
tórax, llenando t o d o e s t e espacio, y por ambos lados se irradiaba hacia la mitad de
las costillas, como un tercio de pie renano o más. Era este cuerpo uniforme, pero
dilatándose poco a poco hacia abajo y permaneciendo adherido en toda su extensión
a las vértebras y al esternón; y asi hasta el diafragma, al cual se había fijado de tal
modo en una ancha porción anterior de su masa, que parecía ocupar todo el medias
tino; aun cuando al final del examen se vió que había desplazado hacia atrás al peri
cardio, con el corazón y los grandes vasos, y que de ese modo dejaba libre una parte
del septo mediastinico. Piensa, lector, el ..terror con que todos contemplamos esta infor
me e ingente monstruosidad, situada en la cavidad natural de las visceras nobles.
Cuando nos repusimos un poco y procedimos a explorar más precisamente, encontra
mos que en la cavidad izquierda del tórax era mucho mayor la m a s a de este tumor que
en la derecha. De tal modo se había difundido en esa mitad izquierda del pecho, que
casi la llenaba por completo; por lo cual hallábanse tan estrechados y comprimidos
contra la membrana pleural los lóbulos pulmonares propios d e tal cavidad, que casi
eran impermeables al aire y a la sangre. La presión había sido tanta, que ¡a pleura
correspondiente a estos lóbulos estaba completa e inseparablemente adherida a la su
perficie del tumor, así como a la pleura costal, donde ésta llegaba a tomar contacto
con los lóbulos pulmonares, y por debajo con el diafragma, en cuanto el comprimido
pulmón podía llegar hasta él, Vióse así claramente que la primera sede del mal fue
la parte izquierda del tórax, bajo la escápula, desde donde se extendió; y que con su
expansión había retorcido membranas de sensibilidad agudísima, y producido con ello
e n o r m e s dolores.
También en la cámara derecha del pecho s e había difundido el tumor; pero de tal
modo, que aun comprimiendo mucho sus lóbulos pulmonares, los dejaba permeables
para un poco de aire, y por ello había podido empujar y desplazar hacia ese lado los
grandes vasos y el corazón, con el pericardio. Como los lóbulos pulmonares derechos
eran más comprimidos por el tumor en la parte alta, donde el tórax humano es más
angosto, que en la parte baja, paulatinamente más ancha, parece que la respiración
sólo se ejercitaba en esta parte derecha e inferior d e l tórax. El aire tenía que pasar
por los bronquios superiores, estrechamente comprimidos, y de ahí la necesidad de un
violento esfuerzo para que a través de tales angosturas llegase el aire a las partes
más bajas del pulmón derecho, únicas en que la respiración y la circulación sanguínea
eran posibles. Por el choque del aire rápidamente aspirado contra los cartílagos de los
bronquios comprimidos producíase aquel ruido sordo en los momentos de máxima di
ficultad respiratoria. El pulmón derecho sólo estaba adherido a la pleura en su parte
superior; pero lo estaba por completo con la porción de la masa descrita extendida
lateralmente hasta el centro de esta cavidad, y de ahí que la actividad del pulmón
quedase dañada. Intentamos luego separar con cuidado toda esta masa de las partes
a que estaba adherida, lo cual fué casi imposible junto al pericardio y a los pulmones,
y sobre todo en torno a los grandes vasos sanguíneos; pues tales vasos, hundidos y
trabados en ella, hubieran sido heridos muy fácilmente, y con la sangre efundida ha-
brían puesto un obstáculo a la rápida prosecución del empeño. No obstante, la masa
fué groseramente separada, y en la balanza dió un peso de seis libras y tres cuartos °5.
Como su estructura era muy ligera, no es difícil colegir la ingente magnitud del tumor.
Todo este cuerpo era de color blanco, como el de un sebo muy puro. Si se le incindía,
destilaba una.pequeña cantidad de líquido lechoso. Por lo demás, era un cuerpo sólido,
en el cual no se podía ver un solo vaso, salvo los grandes que su masa abrazaba.
Mostraba una cubierta exterior; pero en su interior no podía verse membrana alguna,
ni parecía estar dividido en celdas ni en compartimientos. Deshecho entre los dedos,
se licuaba y dejaba fluir una grasaaceitosa. Tratábase, pues, de un verdadero estea
toma M. Que tales tumores están constituidos por una enorme cantidad de grasa na
tural encerrada dentro de una cubierta membranosa muy extensible, lo ha demostrado
el ilustre Ruysch mediante la experiencia, y ha descrito el inmenso volumen que a
veces pueden alcanzar. Pero por ingente que sea la masa de los esteatomas, se licúa
por completo cuando se la somete a suave fuego lento en una sartén, y toda se con
vierte en grasa fluida, salvo una membranilla increíblemente pequeña.
Nada fué de más sorprendente aspecto que la situación de las visceras torácicas,
tan apartada de su hábito natural; como aquella masa de casi siete libras llenaba el
pecho, y es ósea la fábrica de éste, todo el diafragma era oprimido hacia la cavidad
abdominal, y de ahí la tensión, la prominencia y la tumefacción del vientre que tanto
nos había asombrado al comienzo. El pericardio, soldado al diafragma, había seguido
a éste, por lo cual se hallaba en un lugar mucho más bajo que el suyo natural; y con
el pericardio, el corazón en él contenido. En efecto, la parte del septo transverso de
que circularmente nace el pericardio, empujada hacia abajo, alcanzaba un nivel infe
rior al ombligo, y con ella el corazón, lo cual había distendido y alargado el medias
tino. Los vasos sanguíneos que salen del pericardio aparecían extendidos en igual
longitud. Cuanto atañe a los pulmones he procurado describirlo antes lo más precisa
mente posible.
Después de haber visto en el pecho del cadáver todas estas asombrosas cosas,
creimos haber descubierto con claridad las causas por las cuales podía ser bien enten
dida la historia de todos los síntomas observados en el curso de la terrible enfermedad,
sin excepción alguna, así como la inevitable necesidad de la muerte. Por tanto, no
creimos oportuno proseguir la disección.5*
67 Véase la nota precedente en que apunto la obra sucesiva de van Heurne, Kyper
y Silvio. Boerhaave es continuador de todos ellos, no obstante su condición de auto
didacta.
65 Op. cit., págs. 443-447. Haeser la considera de autenticidad dudosa, no sé si por
haber aparecido impresa después de la muerte de Boerhaave (Lugd. Batav., 1740).
Lo cierto es que figura en las diversas ediciones de sus Opera omnia. Su contenido,
por otra parte, corresponde exactamente a la estructura de las historias clínicas de
Boerhaave.
paciente es ahora anamnesis. "Examinando al enfermo, preguntará el
médico— enseña Boerhaave— si antes de producirse la enfermedad que
examina hubo en el enfermo algo preexistente que a modo de (causa)
predisponente pudo determinar o parezca haber podido determinar la en
fermedad que trata de conocer y curar” 6S. A merced de un “ suave co
loquio” , se procurará saber si en la vida precedente del enfermo hubo
signos de plétora, cacoquimia o caquexia, las peculiaridades del lugar en
que vivió y enfermó, su régimen alimenticio, su oficio, sus costumbres
y vestidos. A continuación serán propuestas cuatro interrogaciones:
1.a ¿Cuándo comenzó la enfermedad?; 2.a ¿Qué hubo en la vida del en
fermo inmediatamente antes de que su enfermedad comenzara?; 3.a ¿De
qué modo comenzó la enfermedad?, y 4.a ¿De qué modo fué creciendo,
se mantuvo, decreció o fué cambiando la enfermedad hasta su estado
presente (usque in praesens)? La interrogación segunda sólo podrá ser
contestada preguntando al enfermo acerca de sus quehaceres, así del
cuerpo como del alma (gesta), su alimentación (ingesta), sus excrecio
nes (retenta, excreta) y los posibles tratamientos anteriores (applicata).
La cuestión tercera exige, por su parte, inquirir sistemáticamente el esta
do y el curso de las diversas funciones— vitales, naturales, animales— en
el comienzo de la enfermedad; y, a continuación, el de las excreciones del
enfermo en ese tiempo, tanto las naturales (perspiración, sudor, heces
alvinas, orina, menstruos, leche y cerumen) como las morbosas (sangre,
vómitos, heces y orina anormales, excreciones uterinas, modificaciones
patológicas del sudor y las lágrimas, mucosidades, etc.).
Cumplido el interrogatorio— o, mejor, mientras se va haciendo 70— , el
médico procederá a explorar por sí mismo los diversos excreta, el estado
de las funciones fisiológicas (pulso, respiración, etc.) y la parte en que'
presumiblemente está localizada la enfermedad. Y a no queda sino reco
ger ordenadamente todo lo observado en el enfermo y plantearse el pro
blema diagnóstico, según cuatro puntos de vista cardinales: la especie
morbosa (morbi nomen), el peculiar estado de la enfermedad en el mo
mento de (status praesens), el lugar del daño (pars
diagnosticarla
affecta) y la materia que lo produce (materies peccans). Las posibilida
des del status praessens, desde el punto de vista de la especie morbosa,
serían siete: " arkhé o comienzo, anábasis o ascenso, akmé o estado de
vigor, myósis o disminución, télos o término, lysis o curación, metábasis
72 “Llamo mente, ánimo o ánima a la fuente primera por cuya virtud estamos
dotados de la facultad de pensar, de conciencia y de voluntad, sin considerar, por mi
parte, el sentido por el cual los platónicos de habla latina usaron de vario modo esas
tres palabras; y llamaré cuerpo a todo aquello que yo entienda, y en lo cual se den
la longitud, la latitud y el espesor, o una disposición de estas partes, aparte las res
tantes, apta para sustentar figuras y movimientos diversos.” Y más adelante: “Mena
ergo ñeque corpus est, ñeque ejusdem substantioe ambo haec a ttribu ta sun t; ergo
superest u t substantiae sint realissimae cUversae” (Op. cit., 459 a y 46S b).
sólo al cuerpo y a su movimiento debe ser atribuido, en tanto principio
suyo, y según las propiedades del cuerpo hay que entenderlo y explicarlo.
La razón por la cual puede haber mutua acción y mutua pasión entre el
cuerpo y la mente no puede ser entendida considerando la naturaleza de
uno y otra, según lo que de ella conoce hasta ahora la inteligencia hu
mana” 73.
Esta partición de la vida humana en dos mitades, una corpórea y
otra mental, conduce necesariamente a distinguir en sus movimientos
cuatro géneros distintos: pensamientos y voliciones puros, sin relación
alguna con el cuerpo; pensamientos y voliciones con un movimiento cor
poral subsecuente; movimientos corporales mentalmente percibidos, en
forma de imagen, pensamiento o sentimiento; y movimientos corporales
puros, sin participación primaria o secundaria de la mente. El médico ve
en la persona de cada enfermo dos mundos distintos, independientes o
relacionados entre sí, según los casos. Queda así incoada la distinción
entre los síntomas “ subjetivos” , más o menos dependientes del mundo
interior del enfermo y, por tanto, de su albedrío, y los síntomas y signos
“ objetivos” , mecánica y necesariamente determinados por la lesión que la
enfermedad ha infligido en su cuerpo. En el capítulo de sus Institutiones
medicae, consagrado a los sentidos internos (memoria, imaginación, afec
tos del ánimo, atención, hambre y sed), se pregunta Boerhaave: “ ¿Por.
qué los signos corpóreos afectan, dirigen y cambian de tal modo a las
ideas?” ; interrogación que supone otra, directamente recíproca: “ ¿Por.
qué las ideas afectan, dirigen y cambian de tal manera a los signos cor
póreos?” N o tardaremos en comprobar cómo la participación del hom
bre en dos mundos, no más que incoada en la patología de Boerhaave,
adquiere visible y decisiva carta de naturaleza en el cuerpo de la histo
ria clínica.
D E BO ERH AA V E A BICHAT
u Puede ser también citado, a este respecto, el curioso libro Pra xis Stahliana, das
ist H errn Georg Ernest Stahls... C ollegium Praeticwm..., nunm ehro aber aus der
Lateinischen ins Deutschen übersetzt... von D. Johann S torch er, alias H ulderico P e -
largo (Leipzig, 1728). L a primera parte del libro es un amplio conjunto de las reglas
y principios que deben presidir la formación del médico y su relación con el enfermo.
Representa esa parte un pintoresco anticipo de lo que poco después será el Medicus
politicusj de Hoffmann, al que pronto me referiré. Entre los saberes del médico debe
figurar hasta la música, según esta Pra xis stahliana, puesto que con música se cura
la picadura de la tarántula. El buen Dr. Storcher cuida de dar en su libro los com
pases más favorables para la curación.
otro, subordinado, individual (descripción patográíica o "historia clíni
ca” ). “ § III. Solemos llamar historia morbi— sigue diciendo Stahl— a la
que trata de las circunstancias solemnes de la enfermedad: en primer
término, las específicas y perpetuas; en segundo, las accidentales, indi
viduales y variables. § IV . La historia del primer género muestra el as
pecto general y lo que en todos los pacientes acontece. La del segundo
es su confirmación ejemplar y su determinación, en cuanto corresponda
a cada caso; y a este segundo género pertenecen las observaciones mé
dicas, cuando son descritas hábil, docta y prudentemente. § V . Por tan
to, debe ser exactamente anotado cuanto en el enfermo acontece, pero
separando la descripción de las circunstancias comunes, perpetuas y
esenciales de las particulares, accidentales y sintomáticas. Entonces será
ocasión de inquirir las causas de unas y otras. § V I . D ebe procurarse no
olvidar ninguna de las circunstancias comunes y perpetuas. § V I I . Llega
así, por fin, la hora de investigar sagazmente de qué modo una circuns
tancia sigue a otra, bien por razón de su dependencia causal, bien por
razón de su orden” 75. A continuación expone Stahl los aforismos rela
tivos a la causación, a la "razón form al” y a los diversos hábitos ( mores)
de la enfermedad, y concluye su preámbulo con los pertinentes a los
síntomas, al pronóstico y al tratamiento.
La lectura de estos “ Prolegom ena” al Collegium casuale minus per
mite descubrir tres significativas preocupaciones patográficas de Stahl.
Es la primera su radical fidelidad a la nosografía sydenhamiana. Para él,
como para Sydenham, la descripción del caso individual debe considerar
ante todo los síntomas en cuya virtud pertenece a una determinada espe
cie morbosa. La segunda de las preocupaciones descriptivas de Stahl
concierne a la sucesión de los síntomas o cursus morbi. En pleno siglo de
la “ razón” , este paladín del animismo patológico no se conforma sino
conociendo la consequentiae ■ratio de cuanto se observa en el enfermo;
o, con otras palabras, la razón del curso temporal del cuadro sintomático.
Cree poder resolver su problema distinguiendo dos modos de sucesión:
la “ dependencia causal” y el “ orden” . U n síntoma puede aparecer des
pués que otro porque es su efecto, según una estricta causalidad física;
más también sin que entre ellos exista relación causal alguna. En este
último caso, la sucesión de esos dos síntomas dependería del “ orden”
natural de la especie morbosa o del que les impone la naturaleza indivi
dual del enfermo. Tengam os desde ahora presente la posibilidad de un
"orden” no causal en la configuración del cursus morbi.
70 Op. cit-, 4-5. Un movimiento se halla perturbado quoad intentionem seu desti-
nationem cuando la meta final de ese movimiento es anómala (por ejemplo: la disme-
tria en una tentativa de prensión m anual); está desordenada, en cambio, quoad con-
gru ita tevij en lo relativo a su idoneidad, cuando la anomalía atañe a la elección del
órgano con que ese movimiento ha de ser cumplido (proportio motus subetratae
m aterias).
75 De esas condiciones menciona expresamente Stahl el sexo, la edad, el tempera
mento, el género de vida, los hábitos y enfermedades precedentes y epidémicas (§ X V ).
Después de comer emprendió un movimiento excesivo y repentino, por lo cual volvió
a su casa con gran agitación en el curso de la sangre y fué presa de un súbito vér
tigo. Sentóse en un sillón, con el habla balbuciente. Pronto la perdió del todo y quedó
inválido del lado izquierdo. Levantaba de tarde en tarde la mano derecha hacia la
cabeza, como indicando que allí sentía algún mal. Poco a poco, pierde el movimiento
de este brazo. Colocado en el lecho, no deja ver ningún otro signo relativo a los sen
tidos, pero respira entrecortadamente, comienza a rechinar los dientes, con hipo, y a
torcer la boca. Sus ojos están abiertos, prominentes, sin vista; el rostro rubicundo y
tumefacto. P. C.
w Medicáis politicus, sive regula-e prudentiae secundum quas medicus juvenis studia
sua et vita e rationem d irigere debet, si fam am sibi felicem que praxin et cito acquirere
et conservare cupit, Lugd. Batav., 1738. Yo he manejado la edición contenida en el
Operum om nium physico-m edicorum supplementum, Genevae, M D C C U V , 389-422.
anotadas sus variaciones especiales. La condición del lugar en que se
ejerce, la alimentación habitual del enfermo, la naturaleza de las aguas
que bebe, su temperamento y su pasado patológico han de ser cuidado
samente estudiados por el médico. Para adquirir tal conocimiento— aña
de H offm ann— "le será muy útil la frecuentación de un colega docto; y
si esto no le es posible, la asistencia a lecciones clínicas (collegia casuar-
lia), no aderezadas con casos ficticios, sino extraídas de la verdadera
experiencia. Leerá atentamente, además, las historias clínicas ( observa-
tiones) de los prácticos antiguos, y redactará luego sus observaciones
propias, sobre todo al comienzo de su práctica, anotando la constitución
de los enfermos, la enfermedad, los medicamentos empleados y su efecto.
V isitará con frecuencia a sus pacientes entre las diversas tomas de la
medicación y observará el pulso, especialmente en los días críticos” 79.
En páginas subsiguientes expone Hoffm ann las reglas de la conducta
profesional del médico 80, y enseña cómo el principiante debe explorar la
orina, los excrementos, el pulso, los ojos, la saliva, el temperamento y los
hábitos de cada enfermo 818
.
2
Estos breves consejos patográficos de H offm ann no son, por lo de
más, sino concisa y madura reiteración de los que desde el comienzo de
su magisterio había venido exponiendo. T o d o un extenso capítulo de su
Medicina rationalis systematica está consagrado a la estructura y al con
tenido de la historia morbi, en su doble sentido nosográfico (descripción
específica) y patográfico (historia clínica stricto sensu), y muy especial-:
mente en este último. Trátase del titulado D e historiis morborum recte
consignandis, ceu primo therapiae medicae Fundamento S2. Cuatro son
88 Opera omnia, ed. cit., vol. II, 316. Otros ejemplos análogos, en el vol. IV, Con-
s*K. medicoe, sect. III, casos X C y X C III.
tationés importa y decide es la historia individual, según la mera apa
riencia de sus síntomas. D e ahí el criterio que ha presidido la ordena
ción de las diversas patografías. El colector pretende ahora que sus lec
tores aprendan clínica y terapéutica, no patología científica o racional.
N o sucede así en la Medicina rationalis systematica. Las historias clíni
cas en ella contenidas no difieren materialmente de las reunidas en las
Consuífaíiones; pero la intención del autor— sistemática ahora, y no ca
suística— hace muy distinto el marco en que la patografía cobra su signi
ficación definitiva. Cambia, por lo pronto, el sistema de la clasificación.
Este ya no es empírico e inmediato, como el a capite usque a d pedes de
las Consultationes, sino interpretativo: I. Fiebres. II. Hemorragias y do
lores. III. Enfermedades espasmódicas y convulsivas. I V . Enfermedades
y vicios de las partes externas. Tomemos como ejemplo el apartado D e
febribus. P o r razones que no son del caso, Hoffm ann las clasifica en dos
secciones ( “ Fiebres intermitentes, catarrales y exantemáticas” , “ Fiebres
inflamatorias agudas, lentas, pútridas y hécticas") y considera una a una
las distintas especies en que tales secciones se diversifican: febris tertia-
na, febris variolosa, [ebris pneumònica, etc. El método descriptivo de
cada especie morbosa es constante: un primer apartado (Theses patolo-
gicae) hace conocer la semiología y la patogenia de la enfermedad; otro
indica el tratamiento general (C u ra íio ); otro (Cautelae et observationes
clinicae) expone algunas reglas y precauciones terapéuticas especiales;
y, por fin, unas cuantas historias clínicas ( Enarraíiones morborum)
ejemplifican la doctrina patológica precedente. Cada historia va seguida
por su correspondiente epicrisis, destinada a mostrar cómo el caso indi
vidual a que se refiere da concreta y peculiar realidad a la descripción
específica.
H e aquí un ejemplo:
(en los pulmones), sino más bien una sustancia sanguínea espesa muy firmemente
adentrada en los porós y túbulos pulmonares; la cual engendra la dura tumefacción
que es causa de todos los síntomas subsecuentes. Nótese, además, en este caso, cómo
la omisión de la acostumbrada sangría en un cuerpo pletórico y colérico-sanguíneo,
pudo dar ocasión y motivo a tan gravísima inflamación sanguínea. Es también muy
probable que la sustancia poliposa formada por concreción de la parte más espesa de
la sangre y adherente a los vasos pulmonares, haya contribuido mucho a la génesis
de esta afección; porque como enseña Malpigio en d e p o l y p i s , no pocas peripneumo-
nías son producidas por concreciones poliposas adherentes a los vasos del pulmón.
Parece, sin embargo, sorprendente que con tal obstáculo a la progresión de la sangre
no fuera constantemente difícil la respiración antes de la invasión de la peripneumo
nía. Pero sucede que los vasos a que se adhieren pólipos experimentan una dilatación
para que la sangre pueda fluir en igual cantidad. Así, pues, mientras la sangre sigue
circulando sin estorbo, y no es su cantidad excesiva, y queda libre su tránsito por
esos vasos, no se sigue de ello molestia alguna, hasta el extremo de verse pólipos de
un codo de longitud alojados en la arteria aorta y en los troncos superior e inferior
de la vena cava, sin peligro alguno ni detrimento de la salud. No obstante, si la
cantidad de 'sangre crece excesivamente y con ello se produce un movimiento tumul
tuoso y violento, y sobre todo, si por compresión exterior es impelida impetuosamente
hacia las partes internas, la sangre asi acumulada y estancada en el corazón y en loa
pulmones, y más aún en los vasos con masas poliposas adheridas, puede formar muy
fácilmente tumores inflamatorios, especialmente en la viscera sanguínea. Véase, pues,
cuán necesario es restablecer el circuito sanguíneo con una oportuna extracción de
sangre, omitida en nuestro enfermo con tan pésimo criterio88.
Opera omnia} vol. II, pág. 140. Acerca de los famosos polypi cordis (coágulos
agónicos o postmortales), véase la reciente y bien comentada edición que hizo Ludtvig
Asohoff del escrito D e polypo cordis dissertatio, de Malpigio (Freiburg i. Br., 1939).
la autopsia. A poyado en ellos, trata el autor de explicar procesal y me
cánicamente la patogenia del cuadro morboso y la sucesión de los sín
tomas en el tiempo, según el esquema interpretativo que Stahl llamará
"dependencia causal” . Cualquiera que sea la originalidad de Hoffmann
como patólogo, su actitud intelectual frente a la lesión orgánica es la
misma de Boerhaave y el Sepulchretum.
Otras historias clínicas de la Medicina tationalis sistemática cum
plen con más fidelidad las reglas patográficas del propio Hoffmann, so
bre todo en lo que atañe a la “ naturaleza del enfermo” . Por ejemplo, la
que comienza así: “ U na generosa mujer de casi treinta años, sanguínea,
vigorosa y delicada, sufrió un aborto de cuatro meses con gran hemo
rragia, y tras él cesaron sus menstruos. Quedó pálida y caquéctica, estre
ñida y con escaso apetito. Después de haber comido ostras en la cená y
de pasear por su jardín a la caída del sol...” Pero, más o menos .ri„çg;lcu.
notas descriptivas, la patografía de H offm ann^-condsa. como todas fes
qué sirven de ejemplo a una tesis nosográfica .o^ patqlógica— es siempre
el relato de un proceso morboso individual: narra él curso temporal de
lós diversos síntomas y procura describirlos según la peculiaridad del
caso observado.
.. E l esquema formal de la narración patográfica de H offm ann hállase
constituido por sus propias reglas. Expuestas quedaron en páginas an
teriores. Comparadas con las de Boerhaave són, en algunos aspectos,
más explícitas y ricas— por ejemplo: en lo concerniente a la considera
ción etiológica de la enfermedad 90— , pero nada esencial añaden a ellas,
A h contrario: la doctrina patográfica de Hoffm ann deja mucho más des
vaída la noción del status praesens y considera con menor precisión el
origen visible de la enfermedad descrita. M as no hay por qué sobreesti
mar tan livianas diferencias. Instalados en la misma situación histórica,
Boerhaave y Hoffm ann tiene entre sí más semejanzas que oposiciones y
divergencias, y de ello es óptimo testimonio su casi común idea del relato
patográfico.
92 Op. c i t Cap. V I, Prop. L V II. Cito por la edición del escrito de Lancisi conte
nida en la Scriptoru m latinorum de aneurysmatibus collectio, de Thomas Lauth (A r
gent..* 1785, págs. 1-100). L a ondulación yugular durante los movimientos corporales
—añade Lancisi—sería también perceptible en los individuos cloróticos.
ríos se hallaban a su alcance— palpación precordial, examen del pulso
carotídeo y radial, inspección de las venas yugulares, respiración, posi
ción del enfermo durante el sueño, etc.— se esforzó por establecer el cua
dro sintomático y semeiótico de cada una de las afecciones cardíacas
mencionadas. A él se debe, por otra parte, la primera distinción sufi
ciente entre la pleuresía serosa (hydrops pectoris) y el edema pulmonar
(hydrops pulmonum) .
Sería extemporáneo dar aquí una versión detallada de las investiga-:
ciones anatomoclínicas de Lancisi y Albertini; he aludido a ellas no más
que para mostrar la actitud intelectual de que proceden y para hacer vi
sible su significación patográfica.
Esa actitud intelectual es muy patente en el opúsculo de Albertini,
Fué su propósito, nos dice, “ lograr conocer durante la vida de los enfer
mos lo que en los cadáveres había visto una vez, reiteradamente o con
frecuencia, y poseer signos diagnósticos bien estudiados y comprobados,
aptos para discernir la lesión estructural (structurae viíium) , ya cuando
radica en el tronco de la vena cava, ya en las aurículas o en los ven
trículos, ya en la arteria o en la vena pulmonar, ya en la aorta, y a en
todo el corazón o en el pericardio” . La investigación de Albertini se
mueve, por tanto, desde el cadáver hacia la clínica: la lesión cadavérica
es su punto de partida. Ordena en primer término las lesiones en “ g é
neros” y “ especies” (los vitia orgánica varicosi et aneurysmatici generis
y las species a esos dos géneros subordinadas), las nombra técnicamente
(nomina viíiatae structurae cordis) y trata de hallar en la clínica el cua-,
dro sintomático y semiológico que a cada una de ellas corresponde. Co
nocida así “ la especie de la lesión” (cognita specie laesionis) y bien so
pesada su naturaleza (expresa laesionis organicae natura), el tratamien
to y el pronóstico podrán ser establecidos con verdadero fundamento 93,
a c r e d i t a d a s e n s u a r t e . —No hace mucho tiempo fui llamado para asistir a una mujer
100 Se entiende que ese status no es sólo una descripción más o menos ordenada;
■es también un diagnóstico.
Boerhaave, en cambio, acentúa clara y deliberadamente la importancia del
status praesens, aun cuando, penetrado por el pensamiento tipificador de
Sydenham, lo considerase según la situación del proceso morboso indi
vidual respecto al tempus movbi de la especie: “ Quis status ejus morbi
praesens, an sit apyr¡ vel initium, an avàfkaiç vel adscensus...?” , dice,
como se recordará, el texto de la lntroductio ad praxin clinicam. N o obs
tante su filiación boerhaaviana, de Haén olvida en esto el terminante
precepto patográfico del maestro y sigue el proceder tradicional.
N o es un detalle baladí la concesión de importancia patográfica al
status praesens. Frente a la impersonal contemplación del caso que la
actitud hipocrática pretende— el descriptor no aparece en la descrip
ción— , ésta que inicia Boerhaave tiene como supuesto primario la per
sonal ingerencia del médico en el proceso por él relatado y, por tanto,
en el relato mismo. Hasta ahora se ha visto la enfermedad según lo que
espontánea y naturalmente es; el médico la juzga conforme a lo que ve
en ella y trata de ayudar a la naturaleza medicatriz con los recursos de
su arte. Pero desde el siglo X V I I I , el clínico no se contenta viendo las
enfermedades tal y como ellas se le ofrecen, y con su exploración va
interviniendo más y más en la configuración visible del cursus morbi: su
diagnóstico no será, por tanto, el resultado de una mera “ contemplación” ,
sino la meta de una activa y planeada “ intervención” . N o tardaremos en
avistar las* ingentes consecuencias patográficas de esta actitud interven
tora y configuradora— creadora— del clínico. Ahora he de limitarme a
señalar que el primer testimonio de ella es, a mi juicio, la atribución de
importancia propia al status praesens; y más aún, claro, la consideración
del status praesens como el centro a que debe ser referida toda la histo
ria clínica. El médico comienza a intervenir en la configuración del pro
ceso morboso viéndolo “ desde” su primer contacto diagnóstico con el
enfermo. Antes de ser operativa, la “ intervención” del clínico empieza
siendo, humildemente, la simple adopción de un punto de vista— reí de
una experiencia personal— en la visión de todo el curso de la enferme
dad 101. T a l es el caso de Boerhaave y, en cierto modo, el de Maximiliano
Stoll, mas no el de Antón de Haén.
101 La, especial consideración del status praesens tiene también una razón socio
lógica: la aparición del “médico consultor”. Es natural que el “médico consultor”
conceda más importancia diagnóstica y patográfica que el “médico de cabecera” a
su primer contacto con el enfermo. Llamo “médico de cabecera” al que atiende todas
las vicisitudes morbosas de un hombre, desde su nacimiento hasta su muerte.
H asta qué punto es Boerhaave el primero en destacar la importancia del status
praesens, lo demuestra bien una historia clínica “ejemplar”, de Lancisi: “Forma
ac methodus describendae morborum historiae in gratiam Medicinae tyronum per
occasionem epistolae ab Auctore ad Philippum Adriensem Episcopum de Excellen-
Pese a la comunidad de estilo de toda la primera W iener Schule, dos
caracteres distinguen a las historias clínicas de Stoll de las de su ante
cesor y maestro de Haén. Son, por una parte, más catastáticas; mués-
transe, por otra, menos cuantificadoras. Como las de Hipócrates en las
Epidemias y las de Sydenham en sus Observaíiones, las historias de
Stoll se hallan casi siempre orladas por la catástasis del año y del mes
a que pertenecen. Suelen aparecer, pues, bajo doble epígrafe, aunque no
siempre sean bien expresas las dos rúbricas de éste: una más inmediata,
la especie morbosa a que el caso pertenece; otra más remota, la catástasis
o consíitutio del mes y del año en que la observación fué hecha. Y , tam
bién como en los textos de Hipócrates y Sydenham, la descripción ca-
tastática atañe a la vez al clima y a la epidemiología. Por ejemplo:
Cayó nieve escasa, pero la tierra no dejó de estar cubierta por ella. Los días 14 y 15,
frío más seco y urente; después, tiempo mucho más suave y viento más húmedo; tie
rra cubierta por la nieve. El 24, tiempo húmedo y cálido. El 25, sopló viento caliente
del Sur, y la blandura fué grande y general. El 26 y el 27, todo se hallaba lodoso.
Entre las mujeres, f i e b r e s p i t u i t o s a s s i m p l e s ; entre las ancianas, p e r i p n e u m o n í a s
f r a n c a s , c o n y s in f l o g o s i s . . . Pocas fiebres pituitosas entre los varones; más bien in
que limpiando las letrinas y cloacas de esta ciudad solía respirar emanaciones mefí
ticas, ha venido sufriendo los tres últimos años de disnea, casi siempre asmática. Du
rante el estío respiraba mucho más libremente y sin molestias; en invierno, muy mal.
En Navidad del año pasado (1777) fué atormentado durante tres días por dolores*
tissimi Viri Domini Horatii Albani, Clementis X I Pontificis Maximi germani fratris
morbo, interitu ac funere.” ( Opera quae hactenus prodierunt omnia, t. II, Gene-
vae, 1718, págs, 360-375.) Trátase, como el título indica y antes dije, de una historia
clínica deliberadamente “ejemplar”, redactada por Lancisi, tanto para cumplir con
el Obispo de Atri, como para demostrar a los estudiantes de Medicina “la forma y
el método" de componer un relato patográfico. En esta historia cabe distinguir
cuatro partes: la presentación del enfermo (descriptio subiecti), los antecedentes
(.praegressa), el curso de la enfermedad descrita (cursus m o rb i) y, puesto que el
éxito es letal, la necropsia (sectio cadaveris). E l cursus m orbi es descrito de modo
muy preciso y concienzudo; pero sin que en la descripción, continua desde el origen
de la enfermedad hasta la muerte del enfermo, haya nada equivalente a lo que desde
Boerhaave venimos llamando status praesens.
102 R a tio medendi, “Pars séptima”, Ticini, 1791, págs. 3-4.
punzantes del costado derecho y el dorso, de los cuales se vio libre en el plazo indi
cado mediante una flebotomía. Desde hace dieciséis años suele sangrarse trimestral
mente, no por tratar una enfermedad presente, sino por miedo a una enfermedad fu
tura. A partir de la última sangría, la que el año pasado hizo desaparecer el dolor
punzante del costado y el dorso, ha vivido cómodamente y libre, hasta ahora, del asma.
El 13 de abril de este año (1778) sufrió escalofríos, calor violento y punta de cos
tado en el lado derecho. Se le sangró ese día. Costra sanguínea amarillo-verdosa. Con
la flebotomía desapareció el dolor. Vomitó en el día tres veces una materia biliosa y
amarga. El día 14, nuevo y grande escalofrío, seguido de ardor, dolor punzante en
todo el costado derecho. Comenzaba éste en .lo más alto de la escápula y llegaba hasta
el borde de las costillas falsas. Ingente dolor lumbar. Ninguna opresión en el tórax;
ninguna tos. El día 15, igual dolor, ardor continuo. Alguna opresión; tos nula. No
puede acostarse sobre el costado doloroso. El día 16 prosiguen el dolor y el ardor.
Tos intensa y creciente opresión. El día 17, los mismos síntomas. La respiración se
hace estertorosa y resonante. El día 18, sangría. Costra verde-amarillenta. No hubp
alivio. Los días 19 y 20, todo igual.
El día 21 nos fué traído el enfermo. La lengua, muy seca, sucia y áspera. Dolor
de todo el costado derecho. Respiración bullente y estertorosa. Rostro amarillo y ru
bicundo. Pulso poco más frecuente que lo normal y de intensidad media. Calor poco
más intenso que el natural; mente lúcida. Murió el enfermo a la caída de la tarde del
mismo día. La evacuación intestinal fué morosa durante toda la enfermedad.
SECCION. [En la sección del cadáver, cuyos detalles omito, encontró Stoll un
pulmón derecho casi íntegramente inflamado y duro, algo de líquido pleural, una
hernia escrotal izquierda y un tumor benigno ( l u p i a o lobanillo) de la rodilla iz
quierda] 103
Esta breve y vulgar historia— más breve y vulgar, sin duda, que otras
muchas de Stoll— permite adquirir una clara idea del estilo patográfico
vigente en la segunda mitad del siglo X V I I I . El método anatomoclínico
se ha generalizado. La lesión anatómica es ya algo más que hallazgo ex
plicativo o clave diagnóstica frente al aeger dubius; para algunos (Lanci-
si, Albertini) va siendo la base de una nosografía y una semiología nue
vas y más rigurosamente “ científicas"; para otros (d e Haén, Stoll y tan
tos más) es verdadero fundamento de las especies morbosas aisladas por
la observación del enfermo.
Observemos, por ejemplo, la serie de sesenta y dos historias a que
pertenece la anteriormente transcrita. Todas ellas llevan su protocolo
necróptico, y todas manifiestan una misma intención, de clara índole no-
sográfica; establecer una relación constante y unívoca entre el epígrafe
de la historia (nombre de una especie m orbosa), la historia misma (des
cripción de un cuadro sintomático) y el resultado de la necropsia
(descripción de un cuadro lesional). Las historias clínicas del Sepulchre-
compara entre sí, de ello podrán ser deducidos cánones prácticos y afo
rismos generales", concluye S to lllos. Salvo muy escasas y livianas a d i
ciones, la patografía de Stoll sigue fiel al esquema de Boerhaave, maes
tro de toda la clínica europea del siglo X V I I I .
Una nota final: no es muy perceptible en Stoll el deslinde entre los
datos objetivos y subjetivos de la exploración. La antropología cartesia
na, tan visible en Boerhaave, sirve de supuesto a la patología anatomo-
clínica del siglo X V I I I ; pero el conocimiento de los síntomas y signos
pertinentes al cuerpo, la fracción extensa y maquinal de la dúplice natu
raleza humana, no ha alcanzado todavía en grado suficiente lo que pron
to llamarán “ objetividad positiva” .
107 D e sedibus, “Praefatio”, XV. Citaré siempre por la edición de 1762: De sedibus
et causis m orborum per anatomen indagatis lib ri quinqué, Venetiis, M D CC LX II. L a
referencia al orden descriptivo seguido por Alejandro de Tralles en sus “Doce libros
médicos” la hace Morgagni a través de la H istoria , de J. Freind.
quinto, dedicada a Joh. Fried. Mechel, muestra, por fin, la relación entre
las dos anatomías, la “ primera” o normal y la “ segunda” o patológica.
La materia de cada libro va ordenada en "epístolas” , una por cada en
tidad nosográfica o sindrómica: Epíst. I. D e capiíis dolore. Epíst. II. D e
apoplexia in universum; y así hasta las setenta que integran la obra. Las
"epístolas” , a su vez, comienzan con una breve exposición del correspon
diente status quaestionis y presentan seis, ocho o diez casos, epicrítica
mente comentados, de la afección a que alude su título.
A sí es, visto por fuera, el monumental libro de M orgagni. La índole
de mi actual empeño me obliga a considerar su contenido sólo desde el
punto de vista de su significación patográfica 108. Pero creo que el descu
brimiento de ésta no será posible sin conocer con cierta precisión la in
tención científica del autor cuando estudia una lesión anatómica. Cinco
notas permiten definir el propósito de M orgagni: aspira, en efecto, a que
su descripción sea en cada caso crítica, recopiladora, completa, especifi-
cadora y clínica.
El prefacio y las cartas nuncupatorias muestran muy claramente la
intención crítica de M orgagni. El saber anatomopatológico tradicional
— representado en primer término por el Sepulchretum — es revisado muy
severa y dilatadamente, desde tres puntos de vista: veracidad, método
expositivo y autenticidad de la lesión descrita. Muchos de los ejemplos
consignados por Bonet son, recuérdese, absolutamente increíbles. Hállan-
se a veces, por otra parte, descompuestos según sus lesiones particulares
y referidos a varios capítulos; así el caso de Juan Pedro Lotichio, que
aparece bajo cuatro rúbricas diferentes: de dolore capitis, de insomniis,
de vertigine y de convulsione. Y todavía es más grave la falta de auten
ticidad patológica en la lesión descrita, bien porque ésta procede de al
guna alteración post-mortal, como los famosos polypi cordis , ya porque
la anomalía observada no sea estrictamente morbosa. La lección D e recto
morbosovum cadaverum judicio ferendo, del profesor y académico bono-
niense Jos. Ferd. Gulielmini (Bonon., 1724) sirve de guía a la tarea crí
tica dé M orgagni.
Tanto más necesita M orgagni esa depuración crítica, cuanto que pre
tende recopilar en D e sedibus et causis morborum toda la ciencia anato-
mopatológica de su tiempo. Su obra, setecientas cincuenta páginas en
108 Pueden verse, a este respecto, el libro de Fr. Falk, D ie pathologische A nato
mía und P h ysiologie des Joh. Bapt, M orga gni (Berlín, 1887), el famoso discurso de
Virchow M orga gni und der anatomische G&danke (Berlín, 1894) y el trabajo Giovanni
B attista M orga gni und die Pathologie_, de P. Diepgen (Zeitsch r. f. iirztl. Forxbildung,
29, 1932, io6-160). Bibliografía completa, en Cario Fiorentini, Giovanni B a ttista M or
gagni. P rim o saggio de bibliografia sintética (Bologna, 1932).
folio muy densamente impresas, no es sólo el resultado de una labor
personal, sino el nivel del saber anatomopatológico en el año de su pu
blicación, Además de crítica, la exposición de M orgagni es recopiladora.
Pretende asimismo que sus descripciones sean completas, pertinentes
a todos los métodos de investigación entonces en uso: no sólo el examen
mediante los órganos de los sentidos; también la investigación química
de las más diversas producciones patológicas (combustión, adición de
ácidos y álcalis), y hasta la experimentación en animales. El examen
organoléptico de las lesiones llegaba a veces hasta lo inverosímil, como
el del cuerpo enfermo entre los asclepiadas hipocráticos. En una histo
ria de gangrena post-traumática, cuenta con elogio M orgagni que su
maestro V alsalva recurría hasta la gustación del suero del cadáver: “ Es
tan acre el suero producido por la gangrena, dice Valsalva, que cuando
en otra ocasión lo probé, no sólo percibí su acritud suma, sino que ésta
dejó sentir por todo un día su efecto mordicante sobre las papilas.
¡V éase hasta qué punto la avidez de saber y experimentar impulsaba a
este hombre!” (Epísí. L V , 23) 10S.
La descripción del hallazgo necróptico tiene en M orgagni, por otra
parte, una visible intención especificadora. Cada uno de los informes de
autopsia subsiguientes a las historias clínicas es trasunto fiel de lo obser
vado por el disector en el cuerpo individual del cadáver; pero el propó
sito de la descripción no es ahora casuístico, sino tipificador, y aspira a
delimitar con precisión las lesiones correspondientes al epígrafe clínico
de la “ Epístola” a que pertenece: de apoplexia sanguínea, de icíero, de
palpitatione cordis, etc. Sigue M orgagni el método propuesto por Glis-
son: “ Si se examinan muchos cadáveres de sujetos muertos de la misma
enfermedad, y luego se comparan los resultados del examen, aquellas
anomalías que sean semejantes en todos, ésas serán la causa morbi; y
las lesiones que difieran de un caso a otro serán juzgadas como efectos
de tal enfermedad" *110. Pretende M orgagni conocer, por tanto, los di
versos genera laesionis ( “ Praefatio” ), y en ellos ve la causa inmediata o
continente de los genera morbi a que respectivamente correspondan. D e
ahí que tenga por mucho más útil la disección de los cadáveres pertene
cientes a enfermedades comunes y frecuentes: Tam patet igitur, quam
10v Morgagni declara lealmente, sin embargo, que por temor al contagio se abstuvo
de abrir muchos cadáveres. “N o he tenido el valor de imitar—dice—a Teodoro Zwin-
ger, que, según se lee en el Sepulchretum , no habiendo padecido todavía esa enfer
medad (la viruela), disecó el cadáver de un niño muerto de ella” (E p is t. X L IX , 32).
A continuación explana las razones de su cautela.
110 Carta nuncupatoria a Christ. Jac. Trew (Lib. I).
quod máxime, communiorum morborum Observaíiones longe esse utilio~
res, quam rariorum u l.
N o es menos patente, en fin, la intención clínica de las investigacio
nes anatomopatológicas de M orgagni. Repetiré una fórmula ya varias
veces usada: para él, la lesión está subordinada a los síntomas, laesio
ancilla sympíomatum. Y a el título de la obra— D e sedibus et causis mor-
borum— muestra esa primacía de la clínica sobre el hallazgo necróptico.
Este es, por supuesto, “ sede” de la enfermedad en el cuerpo enfermo,
pero también “ causa” inmediata o continente de los síntomas y síndro
mes que clínicamente la constituyen. La anatomía patológica no rige to
davía a la clínica; se limita a ser su explicación suficiente. D e ahí la ya
comentada ordenación de la materia; y, por lo que a mi actual propósito
atañe, la especial atención de M orgagni a la historia clínica del difunto:
“ En lo que a mis propias observaciones concierne— escribe en el P refa
cio— diré que en cada una reseñé expresamente el año, el mes, el lugar
y cuantas cosas pude obtener de quienes asistieron y ayudaron al en
fermo. Y no sólo anoté la edad y el sexo, sino cuanto me fué posible
conocer y saber, según lo que Peyer enseña a preguntar a los enfermos,
así como los remedios administrados en el tratamiento” 112. N o es esto
sólo. En otro lugar invita a comparar con diligencia lo que el disector
descubre en el cadáver y lo que el clínico observó en el cuerpo enfermo,
sea como causa antecedente o como síntoma del proceso morboso letal:
“ Preceden a la enfermedad sus causas evidentes, hereditarias o adven
ticias, y otras enfermedades; y entre éstas, serán especialmente atendidas
las más frecuentes y las más graves. Acompañan a la enfermedad los
síntomas. D e cada uno de ellos se anotará la naturaleza, la sucesión, el
orden y la duración, todo lo cual será comparado con las lesiones vistas
en el cadáver y con los antecedentes de la afección; y así, pocas veces
será difícil discernir las lesiones que causaron la enfermedad de las que
fueron producidas por ella” 113. La perfección del arte, en lo concerniente
al diagnóstico como en lo relativo al tratamiento, dependería en última
instancia de esta colaboración entre el disector y el clínico, aquél des
cubriendo las varias causas de una misma enfermedad, y observando
éste los signos de las diversas causas (Epísí. IX , 76).
A esta quíntuple intención sirven las historias clínicas que contiene
el libro de M orgagni. A título de ejemplo de todas ellas, véase el texto
L A L E S IO N C O M O F U N D A M E N T O
116 In tro d u ctio n à l’étude de la médecine experim éntale, XII, III, § II.
116 Anatom ie générale, “Introduction”, § V II.
de la vida normal y patológica del animal. En todos los órganos corar-
puestos de distintos tejidos— dice— “ puede uno de éstos enfermar que
dando los otros sanos” . D e ahí la necesidad de estudiar los modos de
enfermar de cada tejido, sea cualquiera el órgano a que pertenezcan; y,
por tanto, los diversos “ tipos” de alteración anatomopatológica propios
de cada sistema tisular. El verdadero fundamento de una medicina con
pretensión de “ ciencia” sería, pues, la Anatomía patológica de los tejidos
o “ general” .
Sobre tal fundamento podrían establecerse una nosografía y una no-
sotaxia rigurosas y sólidas, distinguiendo sucesivamente: l.° Las enfer
medades de los distintos órganos. 2.° Dentro de cada órgano, las enfer
medades que afecten a todos sus tejidos; “ lo cual— añade Bichat— es muy
raro". 3.° Las enfermedades propias de cada uno de los tejidos de cada
órgano: “ en la cabeza, por ejemplo, los caracteres patológicos peculiares
de las superficies serosas cuando la enfermedad se localiza en la aracnoi-
des, los propios de las mucosas en las afecciones de la pituitaria, etc.” .
T a l sería, sin disputa, “ el método más natural” .
Nótese la doble novedad respecto al proceder de M orgagni: por un
lado, el proyecto de una anatomía patológica "general” ; por otro, la
idea de una nosografía fundada sobre la lesión anatómica. Postula Bi
chat, en suma, la consideración del desorden m orfológico como funda
mento de todas las disciplinas patológicas: la semiología, la nosografía y,
en último extremo, la nosología misma. El empeño de Lancisi y A lber-
tini respecto a las enfermedades del corazón y de los grandes vasos-—
parcial, por tanto, e indeliberado— , se ha convertido ahora en una deli
berada consigna, expresamente referida a toda posible enfermedad. H as
ta Bichat, la jerarquía de la lesión dentro de la ciencia patológica se
hallaba subordinada a la principal jerarquia del síntoma: taesio ancilta
symptomatum. La lesión era vista, a lo sumo, como la “ causa continente”
de unos síntomas ordenados en especies según su apariencia clínica. Para
Bichat, en cambio, no sólo la entidad, mas también la ordenación noso-
gráfica de los síntomas debe ser consecutiva a la lesión anatómica a que
esos síntomas parecen corresponder: symptomata serva laesionis. Esta
inversión de las relaciones patológicas, y no sólo patogenéticas, entre el
síntoma y la lesión, es lo que he propuesto llamar "giro copernicano de
la lesión anatomopatológica” . La lesión es ahora el centro del sistema, y
en torno a ella se ordenan los síntomas 117.
117 Mas detalles acerca de la obra de Bichat pueden verse en el volumen núm. 33
( “Bichat”) de mi Colección de Clásicos de la Medicina (Madrid, 1946).
La actitud intelectual de Bichat respecto a 'la alteración anatómica va
a tener dos resonantes consecuencias. Una, la^aparición de la Anatomía
patológica como disciplina fundamental y autónoma, por completo inde
pendiente de la clínica. Es verdad que el primer ensayo en este sentido,
el de M atthew Baillie lls, es un poco anterior a la Anatomie générale;
pero no es menos cierto que el impulso decisivo hacia aquella scienza
nuova de la patología procede del pensamiento y la enseñanza de Bichat.
En el invierno de 1801 a 1802, último de su vida, dió un curso de A n a
tomía patológica, recogido por Béclard y publicado en 1825 por Bois-
seau 1
8191
. Poco después de la muerte de Bichat irán apareciendo las obras
0
2
de Vetter, V o ig tel y Meckel, Otto, Cruveilhier, Lobstein y Andral; y,
tras ellas, las definitivas de Rokitansky y V irch o w 12°.
M ás directamente concierne a mi actual empeño la segunda de esas
dos consecuencias; a saber, la eficacia de la consigna de Bichat sobre la
clínica y la patografía. Bichat ha propuesto a los clínicos un programa, y
con su curso postrero— al que asisten Laénnec y Dupuytren— ha seña
lado una nueva vía a la investigación anatomopatológica. Pero, ¿cómo
cumplir su consigna en orden al diagnóstico? ¿Cómo reconocer en el en
fermo la índole de sus lesiones, cuando éstas yacen en el interior de las
cavidades? ¿Cabe hacer una nosografía anatomoclínica de las enferme
dades llamadas “ internas” ? La respuesta a estas interrogaciones será la
obra sucesiva de Corvisart y sus dos máximos discípulos, Bayle y
Laénnec.
118 T h e morbid human anatomy of so-rne o f the most im portan t parts of the human
body (Londres, 1793).
116 Anatom ie pathologique, dernier cours de X . Bichat¿ publié avec une note sur
la vie et les travauoc de B ich a t, par P. G. Boisseau ((París, 1825).
120 Al. Rud. Vetter, Aphorism en aus der pathologischen Anatom ie (Wien, 1803);
Fried. Gotth. Voigtel, H andbuch der pathologischen A n a tom ie (Halle, 1804), con adi
ciones de Joh. Fried. Meckel; Ad. Wilh. Otto, Handbuch der pathologischen Anatom ie
(Berlín, 1814) y Leh rb uch der pathologischen Anatom ie des Menschen und der Thiere
(Breslau, 1830); L. J. B. Cruveilhier, Essai sur Vanatomie pathologique en général
(París, 1816) y T ra ité d}anatomie pathologique générale (5 vols., París, 1840-1864); Joh.
Friedr. Lobstein, T ra ité d’anatom ie pathologique (París et Strasbourg, 1829); G. A n
dral, P ré cis d’anatomie pathologique (3 vols., París, 1829). Acerca de la obra de Ro
kitansky y de Virchow, véase el capítulo subsiguiente.
borum per signa diagnostica investigatis et per anatomen confirmatis.
M as para tal obra— concluye— haría falta, por lo menos, otro M o r-
gagni" 121.
N o puede ser expresado de manera más patente el giro copernicano
del pensamiento patológico. Aspira Corvisart a una semiología orienta
da por la lesión orgánica y capaz de diagnosticarla in vivo. En tanto
clínico, ha dado un paso más que Bichat; no se conforma con repetir su
programa, y se propone la investigación de los signa diagnostica necesa
rios para hacer de aquél una empresa clínica real. “ La meta deseable, y
hasta la meta única de la medicina práctica— escribe— , no debe ser la
investigación, por una estéril curiosidad, de lo que los cadáveres pueden
ofrecer de singular, sino el esfuerzo por reconocer estas enfermedades
mediante signos ciertos y síntomas constantes” 122. Bichat afirmó la pri
macía patológica y nosográfica de la lesión; Corvisart postula los "signos
ciertos y constantes” — “ signos no equívocos” , dice otra vez— en cuya
virtud pueda esa primacía lograr verdadera eficacia clínica.
Por tres caminos intenta Corvisart acercarse al logro de su objetivo:
el cultivo de la exploración tradicional, la elaboración personal de la
semiología reciente y la pesquisa de signos nuevos. Cuando hablo de
“ exploración tradicional” me refiero a la que ha quedado constituida du
rante el siglo X V I I I , por obra de Lancisi, Albertini, Boerhaave, Sénac y
los maestros de la W ien er Schule. Todos ellos son expresamente men
cionados por Corvisart, y de todos se siente continuador. Pero la heren
cia de la tradición no puede bastar a quien se siente empeñado en una
tarea inédita. A la mera aceptación debe unir la novedad.
N ovedad efectiva e importante fué, por lo pronto, la personal elabo
ración que Corvisart hizo del Inventum novum, de Auenbrugger, casi
desconocido hasta entonces. Auenbrugger publicó su opúsculo sobre la
percusión en 1761 123. Pese a la favorable acogida de algunos (H aller,
Chr. G. Ludwig, Stoll, Joh. Peter Frank), el método fué olvidado du
rante el último decenio del siglo X V I I I . Corvisart, que había sabido de
él leyendo los Aforismos de Stoll y una traducción francesa de Roziére
E s t r e c h e z d e la v á l v u l a m it r a l y d i l a t a c i ó n d e la s c a v i d a d e s c a r d í a c a s . — Cierto
mercader de ropas, de treinta y cuatro años, dotado de una constitución robusta, pa
deció en el curso de 1794 una inflamación abdominal y fluxión de pecho del lado de
recho. En 1795 sintió, por vez primera, palpitaciones, a las que prestó poca atención,
hasta diciembre de 1799, época en la cual sintió mucha dificultad para respirar, acom
pañada de dolores abdominales bastante vivos, especialmente localizados en el epigas
trio. Experimentaba, además, durante la marcha, ahogos que de pronto le forzaban a
detenerse. Todos estos síntomas eran en general tanto menos intensos, cuanto más
fuertes se hacían las palpitaciones. Las piernas no estaban infiltradas.
Cuando este enfermo ingresó en la clínica, el 8 de mayo de 1800, su rostro estaba
pálido, no podía hablar sino con molestia y se acostaba indiferentemente sobre uno u
otro costado. Aplicando la mano sobre la región precordial, se percibían latidos vivos
y muy extendidos; el pulso era apretado, frecuente, irregular y fugaz a la derecha, y
casi enteramente insensible en el brazo izquierdo.
Su primera estadía en el hospital duró dos meses. Al comienzo de ella fué san
grado una vez, sin que experimentase con ello gran alivio. Se le sometió a continua
ción a un régimen sedante, que siguió con ventaja hasta el 28 de junio, día en el cual',
por hallarse mejor, quiso volver a su casa. Pero poco tiempo después de su salida co
menzaron a infiltrarse sus piernas. La infiltración se extendió poco a poco y llegó
hasta el tronco. Durante los cuatro meses que estuvo en su casa, todos los síntomas se
agravaron. Perdió por completo el sueño y no podía dejar el lecho. Tosía con dolor
y expectoraba una sangre roja y casi pura. Por fin, el 26 de octubre, un año después*1 3
2
128 Essaij “Deuxième classe”, cap. II, art. I (Op. c i t págs. 49-51). Aduce Corvisart
el ejemplo de esta historia clínica para mostrar que “en las dilataciones pasivas del
corazón, las cavidades de este órgano que, siguiendo el curso de la sangre, se hallan
detrás del obstáculo opuesto a la circulación, son las únicas que pueden quedar afec
tadas por la especie de aneurisma de que aquí se trata”. Así, “el ventrículo izquierdo
conservó sus dimensiones normales, porque nada se oponía a su depleción”. Corvisart
explica la disminución del calibre de la aorta por la escasez de la sangre que podía
•enviarle el ventrículo izquierdo.
con el enfermo. Si esto sucedía cuando en la exploración no se pasaba de
observar los síntomas y signos que espontáneamente ofreciera el enfer
mo, mucho más acusadamente sucederá cuando el médico, no contento
con “ observar” los accidentes espontáneos, comience a “ provocar” signos
exploratorios nuevos. Ese es el caso de la percusión. Percutiendo a sus
enfermos, el clínico interviene en el cuadro semiológico y, en cierta me
dida, lo configura con su intervención. La creciente importancia del status
praesens en el curso de la historia atestigua con muy singular evidencia
este progresivo atenimiento del médico a los signos que él mismo ha
provocado.
Con ello, por otra parte, aumenta la distancia entre lo que el enfermo
"habla” y lo que el médico " v e ” .! En la exploración tradicional, desde
Hipócrates hasta el siglo X V I I I , se mezclaban indiscernida e indiscerni
blemente esos dos ingredientes nosográficos.! ¿Seguirán así las cosas
cuando el juicio del clínico comience a basarse sobre datos en absoluto
ajenos al sentir y al decir del enfermo y, lo que es más, logrados me
diante un artificio exploratorio del médico? En el "Discours préliminaire"
a su Essai distingue Corvisart expresamente, dentro de cada individuo,
un ¡homme physique y un homme moral. Sigue con ello la versión que los
“ ideólogos” de su tiempo (Cabanis, Destutt de Tracy, etc.) han dado a
la disociación antropológica cartesiana. Esos dos "hombres” , unidos en
tre sí por obra de “ un lazo para siempre sustraído a nuestra mirada” , se
influyen y modifican recíproca y delicadamente. El médico debe estudiar
con máximo cuidado esa mutua influencia: “ una de las cualidades sobre
que se funda con solidez el tacto del gran médico consiste principalmen
te en esta penetración, robustecida sin cesar por el ejercicio, qué frente
a un enfermo le hace percibir la escena de las afecciones morales, del
mismo modo que observa todos los fenómenos físicos que las revelan, las
producen o resultan de ellas” . Sin una constante atención al homme mo
ral, el médico se halla expuesto a mil errores: “ La más ligera atención al
estado social, sobre todo en las grandes ciudades..., lo prueba de modo
tajante y cotidiano; y si se piensa en el desorden que esta subversión
produce sobre las visceras, en toda la economía, se verá cómo dichas
causas, activas siempre y sin cesar renacientes, dañan superficial o pro
fundamente todas las funciones. Y también se verá cómo el médico inad
vertido se pierde en conjeturas, fluctúa en sus opiniones, se extravía en
la elección de remedios y se engaña casi siempre acerca de los resultados
que se prometía.”
Pero no puede quedar oculta a Corvisart la esencial relación entre
las acciones directas e indirectas de ese homme moral y su constitutiva
libertad; y, por tanto, con la simulación. La consideración clínica de la
“ subjetividad” del enfermo y de la conexión entre ella y l’état social
sería para el buen médico tan ineludible como peligrosa. El médico, "muy
frecuentemente situado entre la verdad y la mentira” , necesita para sus
juicios un criterio seguro: el métron que ya pedía para sí el autor del
escrito de prisca medicina. ¿Cuál puede ser ese criterio? “ La sensación
del cuerpo” , respondió el hipocrático; “ la exploración física” , responde
Corvisart, más con sus hechos que con sus palabras. Pero cuando esa
respuesta viene después de haber escindido al individuo en un “ hombre
físico” y un “ hombre moral” igualmente dignos de estudio,^» consecuen
cia no puede ser sino la partición de los datos de exploración en tres
porciones : los "signos ciertos y constantes” , unívocos respecto a su causa
inmediata; las expresiones del “ hombre moral” relativas a la enfermedad,
esencialmente equívocas, variables y suspectas; y, entre éstas y aquéllos,
los síntomas orgánicos que, como el vómito y la fiebre, carecen de una
significación semiológica fija y conocida. La discriminación entre lo “ sub
jetivo” y lo “ objetivo” de la enfermedad va haciéndose cada vez más
patente y deliberada. Las historias clínicas de Corvisart y, sobre todo, su
contexto semiológico, lo prueban con suficiente evidencia 127.
Queda por examinar el sentido profundo de la novedad semiológica
que nos presentan esas historias clínicas de Corvisart: la percusión del
tórax. Auenbrugger no dejó historias clínicas; su Inventum novum se
compone de aforismos, reglas y escolios. Si no se cuentan las insuficien
tes observaciones de Ludwig, Stoll y su discípulo Eyerel, son las histo
rias clínicas de, Corvisart— y especialmente las que en su traducción sir
ven de comentario o crítica al texto de Auenbrugger— los primeros do
cumentos patográficos en que aparecen signos percutorios. Tratemos de
indagar, pues, lo que la percusión aporta al contenido de la historia
clínica.
Es, por una parte, el primer testimonio moderno de la “ intervención”
configuradora del médico sobre la apariencia de la enfermedad. El mé
dico interviene para acrecentar el número de los signos sensoriales que
hacen patente la afección morbosa del cuerpo; la percusión es, a comien
zos del siglo X I X , el más reciente método de lo que Corvisart llama
l ’éducation medícale des sens. Pero la novedad semiológica de la percu
sión no consiste sólo en otorgar un signo sensorial más, sino en que ese
signo sea auditivo. Escribió Arnal do de V ilan ova en su Speculum: “ D e
127 Especialmente los arts. I I ( “Des signes des maladies du coeur”) y V I (“Des
signes qui peuvent faire distinguer les lésions orgàniques du coeur d’avec certaines.
maladies de la poitrine”) de los Corollm res con que acaba el Essai.
dos sentidos usa principalmente el médico en este juicio (el juicio diag
nóstico de las enfermedades internas); a saber: el tacto y la vista. Con
el tacto juzga de la complexión del cuerpo; porque siendo la complexión
del ser viviente una cualidad actual y objeto propio del tacto, por éste
se percibirá el ser actual de la misma, si bien mediante aquella cualidad
que en la superficie da al tacto indicaciones acerca de la cualidad de las
partes interiores. Con la vista percibe el médico, sobre todo, la composi
ción de los miembros exteriores; mediante la cual consigue alguna noticia
acerca de los interiores. Es verdad que de las operaciones y de lo por
ellas operado no sólo se percibe la verdad tocando y viendo, sino tam
bién oyendo lo que se declara, y a veces oliendo y gustando... T o d o lo
dicho hace ver cuánto conviene al médico el uso de los sentidos perfec
tos, y sobre todo el tacto y la vista” 12S. Desde el punto de vista de la
exploración de las enfermedades internas, poco habían cambiado las co
sas desde Arnaldo hasta Auenbrugger.
< Antes de Auenbrugger y Corvisart, el diagnóstico de las enfermeda
des internas era, casi exclusivamente, negocio de ojos y manos; desde
ellos va a ser también faena “ de oídos” . La innovación es decisiva, por
que si los ojos y las manos nos dan noticia de lo inmediatamente pre
sente, son los oídos los que nos informan acerca de lo oculto— lo que no
podemos ver ni tocar— ■, y tal es el caso de las enfermedades llamadas
“ internas” . Gracias al oído, la medicina científica ha llegado a conocer
realidades latentes: pathologia ex audiíu.
Las historias clínicas con que Corvisart ilustra y critica los aforismos
de Auenbrugger muestran muy claramente la significación y los límites
del inventum novum. Una de ellas— que en gracia a la brevedad trans
cribo resumida— es para nosotros sobremanera elocuente: con su ejemplo
demuestra Corvisart, en efecto, cómo la percusión habría podido resolver
parte de la perplejidad de Boerhaave en los dramáticos casos del Barón
de W assenaer y el Marqués de Saint Auban:
tábase de un hombre de treinta y tres años, que a los treinta y uno, después de una
temporada de trabajos duros, comenzó a toser, con expectoración mucosa. Una enfer
medad de su esposa le obliga a asistirla por la noche, después de la ruda brega del
día. La tos se hace crónica, con ronquera, disnea y sensación de picoteo desde la
garganta hasta el apéndice xifoides. A pesar del tratamiento, aumentó la disnea y so
brevino una hemoptisis copiosa, con dolores torácicos muy vivos y movimiento tu
multuoso del corazón. Como todo fué empeorando, el enfermo se decidió a ingresar1 8
2
129 Op. cit., págs. 206-212. Análoga significación tiene la historia clínica narrada en.
las páginas 191-193: U n soldado, antiguo disentérico, que, obligado a redoblar el tam
bor al frente de una sección casi toda la famosa jornada del 13 vendimiarlo del año IV
(1796), sufre un dolor vivo en el hipocondrio derecho y recae. Basándose en la historia
y en la exploración, Corvisart diagnostica una “vómica del hígado” (absceso hepáti
co), frente a la opinión de sus asistentes, que pensaban en un derrame pleural dere
cho. L a autopsia del cadáver dió esta vez la razón a Corvisart. L a discusión entre él
y sus alumnos ilustra muy bien acerca de lo que la percusión era a fines del si
glo X V III.
L a historia clínica de este tambor del “13 vendimiario” nos hace ver, por otra
parte, cómo la patografía nos pone a veces en contacto con la historia universal o
con las historias locales. Las colecciones de historias clínicas, desde las hipocráticas
hasta las actuales, constituyen un filón apenas considerado por los historiadores.
le (1774-1816): por las numerosas y muy completas historias clínicas que
ilustran sus Recherches sur la phthisie pulmonaire (París, 1810); por
haber introducido en la exploración— es decir, en el relato patográfico— ■
la auscultación inmediata; y, en tercer lugar, por lo que sobre el arte de
la patografía escribió en sus Considérations sur la nosologie, la médecirte
d ’observation el la médecine pratique (París, 1802).
Las investigaciones de Bayle sobre la tisis pulmonar son una piedra
miliar en la historia de la tisiología y en la del método anatomoclínico.
Antes de Bayle, la patología de la tisis era casi exclusivamente clínica.
Apenas habían cambiado las cosas, desde la Phthisiologia de M orton
(Londres, 1689) 130. Las numerosas necropsias de tísicos hechas desde
entonces— véanse los correspondientes capítulos en el Sepulchretum y en
D e sedibus el causis morborum— no impiden seguir llamando "tisis" a
casi todas las afecciones con tos y adelgazamiento como síntomas prin
cipales. Bayle va a cambiar las cosas, aplicando sistemáticamente al pro
blema los puntos de vista de Bichat y Corvisart. “ En esta obra— escribe
en el atrio de su espléndido libro— el nombre de tisis pulmonar será ex
clusivamente consagrado a designar la alteración del parénquima del
pulmón” 131. El concepto fundamental de la enfermedad no es ahora clí
nico, sino estrictamente anatomopatológico. “ El carácter genérico de la
tisis— añade luego— puede ser sacado de los síntomas de la enfermedad
o de su naturaleza y su asiento; es decir, puede ser artificial o esencial.
Pero me parece indispensable reunir los dos caracteres: el artificial, sa
cado de los síntomas, no es aplicable a todos los grados y a todos los ca
sos de tisis; el carácter esencial, que expresa la naturaleza y el asiento
de la enfermedad, conviene a ésta en todos sus grados y según todas las
formas que puede adoptar; pero sería insuficiente para hacerla reconocer
durante la vida.” H e aquí las palabras con que Bayle define el “ carácter
esencial” de la tisis: toda lesión del pulmón que, abandonada a sí misma,
produce una desorganización progresiva de esta viscera, a consecuencia
de la cual sobrevienen su ulceración y la muerte. Este “ carácter esencial”
o anatomopatológico se expresa en el “ carácter artificial” o sintomático
33o Morton distinguía tres formas principales de “tisis” : una phthisis nervosa, en
la cual los pulmones estarían sanos y los ganglios bronquiales esclerosados; la
phthisis originalis seu pulmonalis, consecuencia de catarros pertinaces, apostemas
cretáceos y tuberculosos y estados inflamatorios del pulmón y de la pleura, con la
destrucción pútrida como término final; y la phtisis pulmonalis sym ptom atica, con
muy diversas especies (escrofulosa, escorbútica, asmática, melancólica, hemoptoica,
venérea, gonorreica).
131 Recherches sur la phthisie pulm onaire, “Fréface” (ed. de la EncyclopédAe des
Sciences Medicales, pág. 358). . .
de la dolencia, constituido por tos, dificultad de respirar, marasmo, fie
bre héctica y, a veces, expectoración purulenta 132*.
La deliberada reunión de los dos “ caracteres” , de modo que el esen
cial o anatómico sea el fundamento del artificial o sintomático, no es sino
estricta fidelidad a la consigna de Bichat. D e ahí que la ordenación del
trabajo de Bayle, en lo que a la patología de la tisis pulmonar atañe,
comprenda tres investigaciones sucesivas:
1. ° Distinguir en el cadáver las especies anatomopatológicas corres
pondientes al género “ tisis pulmonar” , entendido según el “ carácter esen
cial” antes expuesto. Bayle aísla seis, que llama tisis tuberculosa, tisis
granulosa, tisis con melanosis, tisis ulcerosa, tisis calculosa y tisis can
cerosa.
2. ° Describir el estado del pulmón en los diversos períodos evoluti
vos de cada una de las precedentes formas de tisis pulmonar. D ivid e
Bayle el curso regular de la tisis en cuatro períodos: Primero*, tisis oculta
o germen de la tisis. Segundo: tisis llamada incipiente. Tercero*, tisis con
firmada. Cuarto: tisis en su grado final (la que suelen llamar “ tisis
en su tercer grado” ).
3. " Determinar los síntomas clínicos necesarios y suficientes para el
diagnóstico de cada especie “ esencial" en cada uno de sus períodos evo
lutivos. Llama Bayle especie morbosa “ al conjunto de los síntomas y de
los caracteres comunes a diversas enfermedades individuales, cuando en
ellas se ha despreciado todo lo que no era común a estas enfermedades
ordenadas en un solo grupo” 13S. La mentalidad sydenhamiana de la de
finición es evidente. Pero la referencia de la especie a su "fundamentó"
anatomopatológico hace ver en el pensamiento nosográfico de Bayle el
"giro copernicano” proclamado por Bichat.
Sería inoportuno seguir exponiendo el pormenor de las investigacio
nes de Bayle. Ahora no importa sino la expresión patográfica de su pen
samiento, rigurosamente intermedio entre el de Bichat y el de Laénnec.
Véase, como ejemplo, una de las historias contenidas en sus Recherches
sur la phthisie pulmonaire:
gadez muy pronunciada, sobre todo en la cara y en los miembros superiores. Sin em
bargo, el tejido celular subcutáneo no se hallaba del todo desprovisto de grasa. T ó r a x .
Pulmones voluminosos y exteriormente sembrados de manchas negras muy juntas. Su
tejido era de color chocolate, muy blando y sin elasticidad. Era muy fácil desgarrarlo
y reducirlo a pulpa entre los dedos. El pulmón izquierdo se adhería a la pleura costal
y al diafragma; su cara inferior estaba cubierta por una capa albuminosa muy tenue, del
grosor de una hoja de papel, que se podía desprender fácilmente. En el lóbulo infe
rior de este pulmón había una cavidad lo bastante grande para contener dos huevos
de gallina, y de forma muy irregular; contenía una pequeña cantidad de materia de
consistencia pulposa y color chocolate, del todo semejante al tejido del pulmón extre
madamente reblandecido. Esta cavidad,, vaciada en el tejido pulmonar sin intermedio
de membrana alguna, estaba atravesada en diversos sentidos por filamentos finos, poco
resistentes y ramificados, que parecían vasos aislados por el reblandecimiento y, valga
la palabra, por la fusión del tejido pulmonar circundante. En la parte posterior de los
pulmones, y sobre todo hacia la inserción de los bronquios, se veían varias glándulas
bronquiales duras y tan gruesas como una nuez moscada pequeña (ganglios) que con
tenían en su interior verdaderos tubérculos, unos enteramente reblandecidos, otros algo
vaciados en su centro. Habia algunas glándulas bronquiales en el mismo estado hacia
la raíz del pulmón derecho, que, fuera de esto, no presentaba cavidades ni ulceraciones
en su tejido. Veíanse muchas adherencias celulosas con la pleura costal y diafragmó-
tica. El corazón era un poco más voluminoso de lo correspondiente a la estructura del
sujeto; estaba rodeado por mucha grasa; pero se mostró perfectamente sano. La aorta
era una quinta parte mayor que de ordinario, desde su salida del corazón hasta el
paraje en que se aloja entre las dos pleuras. Sus paredes no presentaban alteración.
A b d o m e n . Higado un poco voluminoso y graso. El epiplon mayor, amplio y cargado
de grasa, llegaba hasta la gran escotadura anterior de la pelvis. Tanto en las circun
voluciones del intestino delgado como en el mesenterio, el peritoneo se hallaba cubierto
por un barniz ligero, en forma de muy pequeñas granulaciones grisáceas y blandas,
que se desprendían fácilmente raspando con el filo del escalpelo. Bajo esta pelicula,
la membrana serosa tenía su aspecto normal. Todo el intestino delgado se hallaba dis
tendido por gases; pero acá y allá, sobre todo hacia la terminación del íleon, veíanse
porciones estrechas, de un color azulenco, correspondientés a úlceras anchas y pro
fundas en la cara interna del intestino. Estas úlceras, en número de 12 ó 15, anchas
casi todas como una moneda de tres libras, habían destruido en tales parajes la mem
brana mucosa y alterado la musculosa; su fondo era blanquecino, sus bordes duros y
levantados. Varias úlceras de la misma naturaleza, pero más anchas, eran visibles en
el colon. El ciego era sano, así como el recto y las restantes visceras abdominales
137 Op. cit., pág. 512. Recomienda Bayle redactar cada observación en tres colum
nas : la primera consagrada a describir lacónicamente la historia clínica; la segunda
o central contendría la historia clínica, redactada según las reglas anteriores; la
tercera, en fin, quedaría reservada a la indicación del diagnóstico y del pronóstico
establecidos, las razones que movieron a establecerlos, los fundamentos del trata
miento prescrito, etc. L a historia clínica debe llevar también diseños, si con ellos se
hace más completa la descripción. En el relato de cada exploración, el orden descrip
tivo debe ir de los síntomas más graves a los menos graves.
historia clínica con un cuadro sinóptico muy detallado y completo de los
saberes inductivos a que pueden conducir las observaciones particulares,
cuando se las agrupa entre sí y se las estudia sistemática y comparativa
mente. En toda la literatura médica anterior no hay una reflexión tan
acabada acerca del método, el sentido y las posibilidades de la pato
grafía 13S.
■ Las historias que sirven de fundamento real a las conclusiones de
Bayle en las Recherches sur la phthisie pulmonaire y en sus restantes
monografías clínicas 139 se hallan redactadas según sus propias reglas;
ellas fueron también la norma para obtener tales conclusiones. Bayle, no
hay duda, ganó una importante batalla en la campaña que había pro
puesto a los médicos la consigna de Bichat. La patografía anatomoclí-
nica, por su parte, tiene un hito nuevo en la obra del gran tisiólogo pro-
venzal. Es verdad; pero el logro total de la empresa no será alcanzado
hasta las definitivas innovaciones semiológicas y patográficas de
Laénnec.
de las extremidades del mismo lado. Abdomen un poco abombado.—El cráneo no fué
abierto.—El corazón era de volumen normal. La aurícula derecha estaba fuertemente
distendida por sangre negra, en parte coagulada. El apéndice auricular se hallaba
exactamente Heno por una concreción polipiforme o fibrinosa bastante firme y mezcla
da con sangre. El ventrículo derecho, de una capacidad proporcionada a la del izquier
do, tenía sus paredes un poco más gruesas que lo normal. Una equimosis de la extensión
de una uña se veía en la superficie interna del pericardio.—Había como una pinta de
serosidad derramada en el lado izquierdo del tórax. El pulmón de este lado se adhería
a la pleura, hacia su vértice, por medio de una brida celulosa firme y muy corta. Hacia
la zona de esta adherencia, mostraba el pulmón varias líneas o rayas irregulares y
hundidas, reunidas en un centro común y más deprimidas hacia ese centro. El vértice
del pulmón presentaba, en el punto correspondiente, tres o cuatro láminas bastante
anchas, formadas por tejido celular condensado, que lo atravesaban en diversos senti
dos, cruzándose a trechos entre sí. Veíanse en el mismo paraje una docena de tu
bérculos del grosor de un cañamón, aislados, amarillentos y opacos en el centro, grises
y semitransparentes en su contorno, y una pequeña excavación tapizada por una falsa
membrana blanda y blanquecina, bajo la cual las paredes de la úlcera mostraban el tejido
pulmonar desnudo, algo rojo y endurecido. Esta cavidad, capaz de alojar una avellana
pequeña, se hallaba llena de una materia tuberculosa, reblandecida y de consistencia
caseosa en parte, y en parte de la consistencia del pus.—El pulmón derecho se adhería
fuertemente y en toda su extensión a la pleura costal. Como a media pulgada de profun
didad, e inmediatamente bajo el cuarto espacio intercostal, se encontró una excavación
capaz de alojar una nuez. Se hallaba tapizada por una membrana semicartilaginosa, lisa,
de un cuarto de línea de espesor, a lo sumo, de color gris perla, pero que, a primera
vista, y a causa de su poco espesor y su semitransparencia, parecía tener el color roji
zo del tejido pulmonar. Su cavidad contenía escasa cantidad de una materia puriforme
amarillenta. Hacia la parte correspondiente a la raíz del pulmón, se veía una abertura
ensanchada, cuyo contorno se continuaba evidentemente con las paredes de la cavidad.
Esta abertura, que demostró ser un tubo bronquial algo más grueso que una pluma de
cuervo, estaba obstruida en parte por una pequeña concreción calcárea que no se adhe
ría a ella. El tejido pulmonar contenía siete u ocho pequeñas concreciones semejantes,
íntimamente unidas a su parénquima. Dos de estas concreciones, situadas inmediata
mente bajo la pleura, tenían el grosor de un hueso de ciruela. En las partes restantes,
el pulmón era crepitante y se hallaba un poco congestionado.—El ciego y una parte
del colon estaban fuertemente distendidos por gases. El estómago, vacío. Su membrana
mucosa, así como la de la parte final del íleo y del ciego, mostraba un enrojecimiento
bastante acusado. El hígado era de volumen considerable, un poco duro y como arru
gado en su superficie.—Los aparatos urinario y reproductor eran normales lo1.
Con las historias clínicas de Laénnec— por las dos transcritas, júz-
guense todas— llega a su culminación la patografía del método anatomo-
clínico. Y no sólo por las cualidades externas del relato— su clara y rica
sobriedad, su buen orden, su elegancia— , sino por razones más pertinen
tes a la entraña del documento patográfico. Creo que todas ellas pueden
ser reducidas a cinco epígrafes: sentido general de la historia clínica,
relieve del status praesens, estructura del cursus morbi, síntomas y sig
nos, valor del signo físico. Veam os sucesivamente lo que a cada uno con
cierne.
1. Sentido general de la historia clínica. T o d a historia clínica es,
por definición, el relato de un proceso morboso individual. M as ya sabe
mos que la descripción de tal proceso puede aproximarse más o menos a
uno de dos opuestos polos: la pura casuística y el ejemplo. La patografía
de la casuística pura o extremada es el “ caso aislado” : y la correspon
diente al ejemplo, el “ caso de” , expresión en la cual la preposición “ de”
indica la referencia del caso descrito a una especie morbosa, a una regla
diagnóstica o a una norma etiológica, pronostica o terapéutica. Las his
torias clínicas de Laénnec son siempre ejemplos, “ casos de” . Todas se
hallan bajo un epígrafe especificador y dentro de un contexto por ellas
ejemplificado. El arte del patógrafo consiste, por tanto, en conseguir un
satisfactorio equilibrio entre la especificidad del caso y su necesaria indi
vidualidad. Las historias precedentes muestran cómo lo consigue Laén
nec. El epígrafe diagnóstico y los cuadros descriptivos de cada explora
ción— en lo que a su definición semiológica atañe— son de naturaleza
específica; la cuantía de los signos y síntomas descritos y el relato
de su particular ordenación en el tiempo garantizan la individualidad
del documento. Compruébelo el lector en el texto de las dos historias
precedentes.
El proceso morboso, en lo que tiene de específico y en lo que tiene de
individual, afecta a un individuo humano viviente, el hombre a quien
nominativamente alude el comienzo de la historia. ¿Cuál es ahora el modo
de esa afección? En Galeno era la pasividad: el proceso morboso consis
tía, a la postre, en un páthos, en una passio del individuo enfermo; los
síntomas serían la manifestación o la consecuencia de ese “ padecer” fisio
lógico o vital. Para Sydenham la afección es actividad, re-actividad: el
so
sidad con ésta” 134. Bajo la letra de ese texto transparece la mentalidad
"mecánica” de su autor 1
455.
5
4. Síntomas y signos. D e la estructura del cursus morbi pasemos
ahora a la consideración de su contenido. ¿De qué se halla compuesta la
descripción laennequiana del cursus morbi? ¿Qué consigna Laénnec des
pués de su contacto personal con el enfermo? La respuesta es obvia:
aparte las prescripciones terapéuticas, síntomas y signos. El problema
consiste en saber cómo entiende y estima unos y otros.
Limitémonos al caso más frecuente y más importante, según la expe
riencia y la mentalidad de Laénnec: las enfermedades con lesión anató
mica macroscópicamente visible. D e ellas nació y en ellas tiene su domi
nio preferido el método anatomoclínico. En tales enfermedades describe
Laénnec síntomas y signos. Llama síntoma a cualquier “ perturbación de
las funciones biológicas" consecutiva a la lesión orgánica fundamental:
la fiebre, la tos, el vómito, la disnea. Signo, en cambio, es toda nota sen
sorial que permita inferir la existencia o las propiedades de esa lesión de
los órganos. El signo, a su vez, puede ser “ vital” , así el latido de las
venas yugulares en una enfermedad cardíaca, y “ físico” , como los que
otorgan al médico la percusión y la auscultación.
Leyendo con cuidado la obra de Laénnec, y especialmente las “ sec
ciones” consagradas a las "enfermedades nerviosas” del pulmón y el
corazón, se advierte que también entre los síntomas distingue nuestro
autor dos órdenes formalmente diversos: los síntomas "morales" o psí
quicos (la angustia, el anhelo) y los “ físicos” o corporales. Los primeros
serían consecuencia o correlato anímicos de la perturbación funcional im
puesta por la lesión anatómica; los segundos, manifestación somática y
directa de la perturbación funcional misma. Con lo cual puede concluirse
que el cursus morbi de las historias clínicas de Laénnec se halla integra
do, en principio, por cuatro posibles notas descriptivas, correspondientes
a los cuatro modos de exteriorización de l'étal de maladie: síntomas físi
cos y morales, signos vitales y físicos.
5. Valor del signo físico. Si el patólogo Laénnec admite esas cua
tro posibilidades en la exteriorización de la enfermedad y, por tanto, en
154 Ibidem .
i» Es verdad que Laénnec admite la existencia de enfermedades humorales (por-
“alteración de los líquidos”) y “nerviosas” o puramente “funcionales” ; y también que
sabe valorar clínicamente la posible acción patógena de las “afecciones morales”.
'Pero no es menos cierto que, en tanto patólogo, no logra entender la enfermedad sino
con mente solidista, visiva y mecánica. Sobre la relación del investigador, el patólogo
y el clínico en la personalidad médica de Laénnec, véase el ya mencionado volumen,
de mi Colección de Clásicos de la Medicina.
la indagación exploratoria o semiológíca, el clínico Laennec— y esto es
lo que importa en última instancia— no atribuye el mismo valor a todas
ellas. La mente anatomoclínica ve siempre en la lesión orgánica el ver
dadero fundamento de su saber; “ lo más fijo, más positivo y menos va
riable” de la enfermedad. En consecuencia, tenderá inexorablemente a
hipervalorar los signos y a infravalorar los síntomas. Los síntomas son
trastornos variables, equívocos y demasiado generales; los signos, en
cambio, y más aún los signos físicos, son constantes, unívocos y exqui
sitamente propios de cada lesión: ellos constituyen, pues, la seule base
des connaissances positives en médecine. La medicina podrá llegar a ser
“ verdadera ciencia” — recordemos el dicho de Laplace— cultivando ahin
cada y adecuadamente el campo de los signos físicos. Por eso Laennec,
que aspira a un saber “ científico” , advierte lealmente a sus lectores que
en sus descripciones clínicas no ha querido extenderse gran cosa acerca
de los fenómenos “ generales, comunes y, por consiguiente, inciertos, de
las enfermedades” 156.
N o tardaremos en descubrir las consecuencias de esta doble actitud
estimativa, la hipervaloración del signo físico y el menosprecio del sín
toma. Ahora sólo importa comprender bien su significación patográfica,
la novedad que en la estructura interna de la historia introduce la apa
rición regular del signo físico. Creo que la fórmula de tal novedad po
dría ser la siguiente; hasta Laennec, el dato anatomopatológico corres
pondiente a una enfermedad " interna” es un apéndice de la historia clí
nica; con Laennec, inferido mediante los signos físicos en que se expresa,
penetra en el cuerpo mismo del relato patográfico; es decir, en el cursus
morbi y en el status praesens. El clínico va siguiendo “ desde fuera” el
curso diario de la lesión orgánica. A través del signo físico “ ve ” formar
se e ir cambiando los derrames, los infartos pulmonares, las zonas de
edema, las cavernas, las perturbaciones espaciales de la dinámica car
díaca. La patología cardiopulmonar parece haber llegado a ser, definiti
vamente, una ciencia “ natural” y “ positiva” . Si hasta entonces los mé
dicos se habían visto limitados a se trouver avec des savants, según la
irónica sentencia de Laplace, desde Laennec— desde que las lesiones ana
tómicas internas pueden ser diagnosticadas en el cuerpo del enfermo, y
no sólo en el cadáver— , el médico "científico” puede considerarse no
menos savant que el mineralogista y el astrónomo.
Con la obra de Laennec alcanza su cima el método anatomoclínico.
T o d o un gran capítulo de la patología interna, el de las enfermedades
L A H I S T O R I A C L I N I C A E N E L S IG L O X I X
L A M O N A R Q U IA D E L S IG N O F IS IC O
1 Los padres de esa común medicina europea del siglo X IX fueron: en Francia,
Laénnec, Chomel, Bretonneau, Andral, Cruveilhier, Magendie, Cl. Bernard; en Ingla
terra, Parkinson, Bright, Graves, Addison, Corrigan, Stokes; en Alemania y Austria,
Joh. Müller, Schonlein, Skoda, Kokitansky, Wunderlich.
P ara el buen entendimiento de todo este capítulo deberá tenerse en cuenta que no
hablo en él de “escuelas”, sino de “mentalidades” o modos típicos e ideales de pensar
y sentir. Quiere ello decir que todo médico, individualmente considerado, puede ser
simultánea o sucesivamente adepto a dos o a las tres mentalidades, sin perjuicio de
que en su pensamiento sea una de ellas la dominante.
Más adelante mostraré cómo estas tres “mentalidades” son, en rigor, expresiones
distintas de otra, más radical: la “mentalidad cosmopatológica”.
mico en que se encuentra el cuerpo del enfermo en el momento de la
exploración. El signo físico, entendido a la manera laénnequiana, ilustra
al médico acerca de la lesión anatómica de un órgano determinado; su
valor significativo consiste, por tanto, en patentizar una forma lesional
oculta a la visión directa.
Recordemos, por otra parte, el problema que directa o indirectamente
plantea la hazaña de Laénnec a los médicos informados por la mentalidad
anatomoclínica. Lo que' los signos otorgados por la percusión y la aus
cultación han llegado a ser respecto a las lesiones anatómicas de las
visceras contenidas en el tórax, ¿podrán llegar a serlo otros, relativamente
a las afecciones de los restantes órganos “ internos” ? Si gracias al estetós
copo puede el médico “ ver” a través de las paredes del tórax, ¿cómo será
posible hacer semiológicamente diáfanas las cubiertas de las cavidades
abdominal y craneorraquidea? Veam os, siquiera sea per summa capita,
las respuestas que la investigación y la patografía del siglo X I X van
dando a estas acuciantes interrogaciones.
de obrar y tendencia al vómito. Pulso lleno, 80. La cantidad de orina crece. Hoy se ob
serva, por primera vez, un tinte pardo oscuro en la orina, tinte que se ha hecho muy sen
sible, puesto que se halla mezclada con partículas rojas. La orina se coagula por el ca
lor ( e x t r a c t o d e e l a t e r i o t o d a s la s m a ñ a n a s ) . —El 20, tres pintas y media de orina en
doce horas, cantidad seis veces superior a la que antes emitía; es ligeramente coagula
ble, turbia, con partículas rojas. El enfermo se siente muy aliviado; una deposición
acuosa muy abundante (i n f u s i ó n d e r e t a m a d e e s c o b a s (s p a r t i u m s c o p a r i u m ), d o s li
b r a s c a d a d í a ; p o l v o s d e j a l a p a y d e t a r t r a t o d o b l e t o d a s fa s m a ñ a n a s ) . —El 21, la hin
chazón disminuyó mucho. Seis pintas y media de orina en dieciséis horas, del color del
aguardiente oscuro; no se coagula ( i g u a l m e d i c a c i ó n ) . —El 24, seis pintas de orina des
de las ocho de la tarde de la víspera hasta las ocho de la mañana siguiente, de color
menos oscuro y apenas coagulable.—El 27, la orina contiene todavía algunas partícu
las rojas; es abundante y no se coagula. La hinchazón disminuye día a día ( e x t r a c t o
d e c ic u t a , c i n c o g r a n o s t r e s v e c e s a l d í a . P o r l o d e m á s , i g u a l m e d i c a c i ó n ) . —El 1 de di
tiene una costra delgada; dolor en la garganta. El enfermo dice que la orina emitida
es del mismo color que la víspera. Se pasea y parece, en suma, estar mucho mejor
( l i n i m e n t o a m o n i a c a l p a r a f r i c c i o n a r e l c u e l l o . P o r . l o d e m á s , la m is m a m e d i c a c i ó n ).—
El 4, la orina se hace resueltamente menos roja, pero es más escasa: unas dos pintas.
La materia mucosa que se deposita en el fondo del vaso disminuye; la orina se coagula
mucho menos. La garganta se alivia; la cara se halla un poco pálida; la lengua está
húmeda y limpia; el pulso, moderado.—El 4 por la tarde, el enfermo pareció estar bien;
paseaba por la sala; se sentía cómodo; durmió apaciblemente. Pero a las siete de la
mañana del 5, se quejó de una gran dificultad para tragar y respirar, y de constricción
en la garganta y en el pecho. Se practicó una sangría de 14 onzas; se le aplicaron
dieciséis sanguijuelas en el cuello; se le administró un emético. Todo fue en vano; el
enfermo murió hacia las once. La sangre presentó una gran costra. La apariencia de
la orina emitida después de haber visto yo al enfermo era un poco mejor.
Yo estaba seguro—prosigue Bright—de que, en este caso, ni la circulación general,
a causa de enfermedad del corazón, ni la secreción biliar, en virtud de enfermedad del
hígado, habían tenido influencia directa en la producción del anasarca, y no dudaba de
que el riñón era la causa del trastorno. Deseaba, por tanto, lograr la inspección del
cadáver, con objeto de saber si ese órgano había sufrido algún cambio visible. Pude
conseguir hacerla en la última residencia del enfermo, unas sesenta horas después de
su muerte.
. A u t o p s i a . Ningún indicio de serosidad en la membrana celulosa de los tegumentos;
el desarrollo muscular es extraordinario; rigidez de los miembros. Los pulmones, un
poco inyectados de sangre; por lo demás, perfectamente sanos. El corazón y el peri
cardio, normales. Unas cuatro onzas de líquido en la cavidad pleural de los dos lados.
En la cavidad derecha, la serosidad es de color rojo. Por delante, el pulmón se adhiere
a las paredes mediante adherencias antiguas. Había mucha sangre en la parte posterior
de este órgano, por apóstasis cadavérica.
El hígado, un poco inyectado de sangre, pero perfectamente sano en su estructura.
El bazo era tan blando que, cuando la túnica fué desgarrada, la sustancia de esta vis
cera, de un color semejante al del chocolate, se derramó. El estómago y los intestinos
se hallaban sanos. No había serosidad en el peritoneo. La vejiga contenía unos tres
cuartos de pinta de orina clara y amarilla, no coagulable o que daba, a lo sumo, un
ligerísimo coágulo coposo. No obstante, se depositaban algunas mucosidades en el fon
do. La apariencia de los riñones era muy notable. Podía desprenderse con facilidad su
cápsula envolvente. Eran gruesos, menos consistentes que de ordinario, de color cho
colate muy oscuro, sembrados de algunos puntos blancos y de un gran número de pun
tos casi negros, y teñidos, a zonas, de un rojo leve, lo que les daba la apariencia de
un pórfido de granos finos. Una sección longitudinal demostró que esta estructura y
e s o s colores penetraban toda la sustancia cortical; pero la apariencia natural estriada
había perdido por completo la facultad de cumplir sus funciones valvulares. No había
duda sobre la naturaleza del ataque que tan rápidamente acabó con el enfermo. La tu
mefacción de la epiglotis y el edema de la región determinaron la sofocación del
paciente.
[Una vez establecida la causa de la muerte, Bright hace algunas reflexiones epicrí-
ticas sobre la índole renal de la enfermedad. “Desde que vi al enfermo, no tuve duda
acerca de ello. La orina coagulable y, lo que es más, abundante en partículas de san
gre, m e condujo d e s d e e l c o m i e n z o a este juicio sobre la sede de la dolencia." La autop
sia del cadáver confirmó plenamente el diagnóstico. Termina la epicrisis discutiendo si
la administración de diuréticos pudo contribuir a que el aspecto de la enfermedad fuese
el descrito—Bright niega esa posibilidad—y dilucidando un par de problemas tera
péuticos]
10 T ra ité des maladies des reins, I, págs. V -V I. Entre los trabajos de Bright y el
libro de Rayer deben ser mencionados los de Christison y Gregory, publicados en el
JUdinburg M edical and Surgical Journal, en 1829 y 1831, respectivamente.
11 Jbidem, I, pág. 151.
del síntoma, por cuanto basta la exclusiva presencia dé aquél para esta
blecer un diagnóstico cierto de nefritis albuminosa. E l desiderátum de
Laénnec comienza a ser posible para las afecciones localizadas en las
visceras abdominales. H e aquí cómo lo expresa una historia clínica de
Rayer:
y g r a n u la c io n e s e n la s u s ta n c ia c o r t i c a l ). E n d o p e ric a rd itis c r ó n ic a c o n c o m it a n t e . N eu
m o n ía l a t e n t e , a l f i n a l.
El 23, el edema había invadido los muslos y las paredes abdominales ( e s c a r ific a c io
La orina, de escaso peso específico (1.008), sigue muy cargada de albúmina. El papel
que sirve para comprobar la acidez de la orina aparece al día siguiente grueso y frágil,
como si hubiese sido sumergido en clara de huevo. Dice la enferma que no ha sentido
ningún dolor en los riñones ni en el hipogastrio, y que al orinar jamás experimentó ca
lor, escozor, etc. La presión y la percusión en la región lumbar no provocan sensación
dolorosa. Quéjase hoy más expresamente la enferma de una sensación de molestia y
pesadez en la región precordial que ha comenzado a sentir desde que ingresó en el
hospital, hace unos ocho meses. La impulsión cardíaca es muy fuerte. Matidez precor
dial de unas tres pulgadas en cuadro. A nivel de los cartílagos de las costillas quinta
y sexta del lado izquierdo se oye un ruido de soplo en el intervalo entre el primero y
el segundo tiempo. Este segundo tiempo está reemplazado por un ruido de soplo mucho
más marcado, que no se prolonga hacia la aorta ni hacia las carótidas. A nivel de la
punta del corazón se oye un ruido muy fuerte, que oculta todos los restantes. En la
base del corazón y en el tercio inferior del esternón se oyen, con menos intensidad, los
soplos mencionados. No hay irregularidad en los ruidos cardíacos ni en el pulso radial,
que da 100 pulsaciones por minuto. El pulso es seco y más pequeño de lo que corres
ponde a la fuerza de los latidos cardíacos. Matidez en la parte posterior e inferior del
lado derecho del tórax ( a p l i c a c i ó n d e u n v e s i c a t o r i o b a j o la m a m a i z q u i e r d a ; c u a t r o e s
c a r i f i c a c i o n e s e n la s e x t r e m i d a d e s a b d o m i n a l e s ; la m i s m a m e d i c a c i ó n ) ■—El 29 por la
tarde, aparición de la regla, cuya sangre es roja y serosa. Esta evacuación dura hasta
el 2 de abril y produce alguna mejoría; disnea menos intensa; disminución del edema
y de la coloración del rostro.—El 7 de abril, ascitis y aumento del edema de las extre
midades inferiores y superiores; hinchazón de la cara; molestia más intensa en la región
precordial. Persisten los signos de endocarditis ya descritos; aumento del derrame pleu
ral.—El 8, la orina, de un amarillo pálido y ácida, se hallaba turbia en el momento de
la emisión. Seguía ácida al día siguiente, pero se había hecho transparente como con
secuencia de la formación de un depósito de materia blanca y granosa. La capa supe
rior de este depósito mostraba, al microscopio, una innumerable muchedumbre de glóbu
los granosos, mucosos o purulentos. La capa inferior, de un tinte amarillento, estaba
compuesta de cristales de ácido úrico aislados o en grupos. La enferma no ha padecido
anteriormente síntomas de litiasis.—El 12, el edema se halla más pronunciado en el
tronco y en los miembros superiores; no ha aumentado la disnea; el pulso está en 112,
siempre pequeño, seco y regular. Igual matidez precordial. Sigue oyéndose un ruido de
soplo en el segundo tiempo y en el intervalo del primero y el segundo. La impulsión
cardíaca, siempre fuerte, va acompañada de una especie de zumbido que se acerca al
estremecimiento catario. No hay soplos en la aorta ni en las carótidas. Los movimientos
de inspiración y espiración son débiles. No se oye el murmullo respiratorio en la base
de los dos pulmones. Es tal la debilidad, que la enferma no puede moverse en su lecho
ni hacer uso de sus miembros. Sufre una penosa sensación de enfriamiento general.
Murió en la madrugada del 13 de abril, a los cuarenta días de su admisión en el
hospital.
A u t o p s i a d e l c a d á v e r a las veinticuatro horas de la muerte, el 14 de abril de 1838
lo normal. Riñones voluminosos; pesan seis onzas cada uno. Cápsula adherida. Sustan
cia cortical amarilla y anémica, con depresiones lenticulares y petequias. Granulaciones
miliares diseminadas en ella. La sustancia cortical, hinchada, se insinúa en la base de
los conos y en los intersticios de los t u b u l i , reduciendo su volumen. Las fibras de la1 2
II. Los desórdenes del lenguaje como signos físicos. El año 1861
publicó Paul Broca (1824-1880) sus primeros trabajos sobre la localiza
ción de la “ facultad del lenguaje articulado". Que las llamadas “ facul
tades del alma” se hallan localizadas en zonas del sistema nervioso cen
tral netamente separadas entre sí, es una tesis sostenida sin interrupción
desde la declinación de la Antigüedad Clásica *19. La frenología de Gall
y Spurzheim dió vibrante actualidad al problema en el segundo decenio
del siglo X I X 20. Pero la investigación de las “ localizaciones cerebrales"
sólo comenzó a tomar un sesgo rigurosamente científico con los trabajos
de Rostan, Lallemand, Bouillaud, D ax y, sobre todo, con los definitivos
de Broca.
Las observaciones anatomoclínicas de los precursores de Broca— más
o menos determinadas por las fantasías localizatorias de los frenólogos—
tendían a demostrar que la pérdida del habla, con relativa indemnidad de
sino en todas partes donde hay un movimiento posible: el mudo habla con sus dedos,
la mano que traza signos habla a los ojos; la pintura y la escultura son un lenguaje;
el Verbo es el principio y el fin del alma humana”. Y luego: “L a inteligencia está en
relación con el mundo exterior por varias vías distintas; cuando una de ellas se
cierra, no por eso pierde la inteligencia su fuerza” (págs. 274 y 277).
24 B u ll. Soc. Anthropol., II, 1861, págs. 235-238.
25 B ull. Soc. Anat., 2e sér., V I, 1861, págs. 330-357.
nunciaba más que ciertas palabras, articuladas con dificultad; su marcha era un poco
incierta, pero no cojeaba; su inteligencia no había sufrido afección apreciable; compren
día cuanto se le decía, y su corto vocabulario, acompañado de una expresión mímica,
le permitía ser comprendido, a su vez, por las personas que habitualmente vivían con él.
Este estado se mantuvo sin cambios hasta el 27 de octubre de 1861. Ese día, su
biendo al lecho, perdió el equilibrio, cayó sobre la cadera izquierda y se fracturó el
cuello del fémur. Omitiré en lo sucesivo todo lo referente a esta fractura.
La parálisis de la lengua de que se nos había hablado no existía. Este órgano se
movía bien, no estaba desviado y mostraba el mismo espesor a derecha e izquierda.
La deglución se hacía bien; la vista y el oído se hallaban bien conservados; los miem
bros obedecían a la voluntad, a excepción del fracturado, que la víspera estaba tan
fuerte como su congénere. La emisión de la orina y las heces era regular; la, .sensibili
dad, en fin, persistía sin alteración, y el enfermo sufría mucho ? causa de su fractura,
la cual estaba complicada con una contusión bastante fuerte.
A las preguntas que se le dirigían no respondía el enfermo más que por signos,
acompañados de una o dos sílabas articuladas bruscamente y con cierto esfuerzo. "Estas
sílabas tenían sentido; eran las palabras francesas o u i, n o n , to is (por tro is ) y t o u jo u r s .
Pronunciaba una quinta palabra cuando se le preguntaba su nombre: respondía enton
ces L e lo , por L e lo n g , que así se llamaba.
Las tres primeras palabras de su vocabulario correspondían a otras tantas ideas de
terminadas. Para afirmar o aprobar, decía o u i . Para expresar la idea opuesta, decía
n o n . La palabra t r o i s expresaba todos los números, todas las ideas numéricas. Y cuando
ninguna de las tres anteriores palabras era aplicable, Lelong se servía del término-
t o u j o u r s , el cual no tenía, en consecuencia, un sentido determinado. Le pregunté si sabía
escribir, y respondió o u i.- —Si podía, y dijo n o n . — “Inténtelo".—Lo intentó, pero no-
logró dirigir la pluma.
Las aplicaciones que hacía de la palabra t r o i s son tan curiosas que merecen ser in
dicadas con algún detalle. Esa palabra iba siempre acompañada de un signo con los
dedos, porque nuestro enfermo, sabiendo que su lengua traicionaba a su pensamiento,
rectificaba con el gesto su involuntario error. He aquí, para mayor claridad, algunas
de las respuestas. “¿Cuántos años lleva ya en Bicétre?”.— T r o i s ; y levantaba ocho de
dos.— “¿Tiene usted hijos?”.— O u i . —“¿Cuántos?”.— T r o i s ; y levantaba cuatro dedos.—
“¿Cuántas hijas?” .— T r o i s ; y levantaba otra vez dos dedos.—Todo ello era completa
mente exacto.—"¿Sabe usted leer la hora en el reloj?” .—O u i . — “¿Qué hora es?”.— T r o i s ,
y levantaba los diez dedos (eran las diez).—“¿Cuántos años tiene?”.—Esperábamos ver
le abrir ocho veces las dos manos, y añadir luego cuatro dedos más, porque sabíamos
que tenía ochenta y cuatro años. En lugar de esto, hizo gestos diciendo t r o i s , por lo
cual pensé que había perdido la noción de los números mayores que diez. Pero el in
terno de la sala, M. Bernadet, hizo una observación que nos mostró que el enfermo
sabía bien su edad y contaba perfectamente. Con el primer gesto había levantado ocho
dedos; con el segundo cuatro. Esto quería decir, sin duda, ocho decenas y cuatro uni
dades. Valía la pena comprobarlo. Repetí la pregunta, y él reprodujo exactamente los
mismos signos, acompañados de la palabra t r o i s . Cuando vió que habíamos compren
dido su lenguaje, añadió un o u i con un signo de cabeza afirmativo.
Tenía gestos muy expresivos, que le permitían respuestas perfectamente inteligibles.
Con ellos me hizo conocer su profesión, antes de que se me hubiese informado sobre
tal extremo. “¿Qué hacía usted antes de ingresar en Bicétre?”.— T o u j o u r s . Y diciendo
■esto hacía con sus manos el gesto del hombre que toma una pala, la hunde en el suelo,
la levanta y lanza una paletada de tierra.— "¿Entonces, era usted terraplenador?”.—
O a i , con un movimiento de cabeza afirmativo. Efectivamente, lo era.
Sus respuestas sólo nos equivocaron una vez. Cuando le preguntamos cuánto tiem
po llevaba sin habla, respondió t r o i s , levantando ocho dedos. Quizá confundía la fecha
de su apoplejía con la de su ingreso en Bicétre, o quizá quería decir ocho meses, lo
cual tampoco era exacto. Pensamos entonces, según informes de la vigilante, que su
-accidente ocurrió hacía tres años. Sólo después de su muerte supe por su hija mayor
qué había perdido la palabra en abril de 1860, es decir, dieciocho meses antes de la
exploración. Me he preguntado después si el gesto o c h o habría sido precedido por un
gesto a n o , entonces inadvertido. Esta interpretación me parece hoy muy probable; pero
aun cuando tal ocasión fuese la única en que el enfermo se equivocara o no hubiese
logrado expresarse, sabemos de él lo bastante para poder afirmar: l.°, que comprendía
cuanto se le decía; 2.°, que aplicaba con discernimiento las cuatro palabras de su voca
bulario; 3.°, que se hallaba sano de la mente; 4.°, que conocía la numeración escrita, o,
por lo menos, el valor de los dos primeros órdenes de unidades; 5.°, que no había per
dido la facultad general del lenguaje, ni la motilidad voluntaria de los músculos de la
fonación y la articulación; que sólo había perdido, en consecuencia, la ¡a c u i t a d d e l l e n
g u a je a rtic u la d o .
nimo ha sido 1 .1 3 3 grs. Pero se sabe que en los viejos disminuye de manera notable el
peso medio del encéfalo. Se verá pronto, además, que uno de los hemisferios había
sufrido una atrofia bastante acusada. Estas dos causas han contribuido a hacer des
cender muy por debajo de la media el peso del encéfalo de nuestro enfermo.
Colocado el cerebro sobre una mesa, se descubre a primera vista una lesión super
ficial que ocupa el lóbulo frontal izquierdo, inmediatamente por encima de la extremidad
anterior de la cisura de Silvio. A este nivel, la superficie del hemisferio se halla sensi
blemente hundida, y la pía madre, deprimida, deja ver por transparencia una colección
de serosidad que ocupa en superficie una extensión aproximadamente igual a la de una
moneda de un franco. Esta lesión es incomparablemente más circunscrita que la del
cerebro de Tan; pero, comparando las dos piezas, se advierte que el centro de la lesión
es idéntico en los dos casos.
El hemisferio izquierdo pesó 32 gramos menos que el derecho. Su pérdida de peso
es, pues, más considerable de ¡o que la lesión del lóbulo frontal haría esperar. Ello no
obstante, la consistencia de la sustancia cerebral era exactamente igual en los dos lados;
era muy firme, y superior a la que suele presentar el cerebro de los viejos. La superfi
cie de las circunvoluciones muestra a derecha e izquierda un color normal; no hay difi
cultad para separar de ella la pía madre.
Sólo hay lesiones apreciables en el hemisferio izquierdo. En él, el tálamo, la con
vexidad, el cuerpo calloso, la cinta, el cuerpo estriado, los lóbulos occipital y parietal,
el lóbulo de la ínsula y las circunvoluciones orbitarias que forman el piso inferior del
lóbulo frontal, todo ello era normal. Me pareció, sin embargo, que en la unión de la
extremidad anterior del núcleo ventricular del cuerpo estriado con la sustancia medular
del lóbulo frontal se hallaba ligeramente disminuida la consistencia del tejido nervioso;
pero tal lesión, si lo era, no estaría en relación con la lesión principal, puesto que la
separaba de ella un espesor considerable de tejido sano.
La colección de serosidad situada bajo la pía madre, cuya sede indiqué más arriba,
ocupaba una cavidad vaciada en la sustancia de las circunvoluciones. A este nivel, la
tercera circunvolución frontal, que flanquea, como se sabe, el borde superior de la cisu
ra de Silvio, se hallaba completamente cortada de través y había sufrido en todo su
espesor una pérdida de sustancia cuya extensión parecía ser de unos 15 mms. Nuestra
cavidad se continuaba hacia afuera, por tanto, con la cisura de Silvio, a nivel del lóbulo
de la ínsula. Hacia dentro, llegaba hasta la segunda circunvolución frontal, que estaba
muy profundamente escotada, pero cuya capa más interna se hallaba respetada en un
espesor de dos milímetros. Sólo esta delgada lengüeta mantenía la continuidad de la
segunda circunvolución frontal. La primera estaba completamente sana; la circunvolu
ción frontal transversal o superior, que por delante da limite al surco de Rolando,
hallábase también sana; y no era menor la integridad de las dos circunvoluciones en
fermas en sus dos tercios anteriores. Se podía afirmar, por tanto, que la afemia de
nuestro enfermo había sido el resultado de una lesión profunda, pero muy netamente
circunscrita, de la segunda y la tercera circunvoluciones frontales, en una parte de su
tercio posterior.
Ciertamente, esta lesión no era reblandecimiento: el tejido cerebral distaba tanto de
estar reblandecido en las paredes del foco, que incluso hoy, aun cuando la pieza ha
sido examinada varias veces, ha conservado su solidez la delgada lengüeta que man
tiene la continuidad de la segunda circunvolución frontal. Esto me parece indicar, in
cluso, que el tejido cerebral es en la inmediata vecindad del foco más resistente que en
estado normal.
Por otro lado, vense sobre las paredes del foco algunas manchitas amarillo-anaran
jadas, que parecen de origen hemático: y el examen microscópico hecho por mi interno,
M. Piedvache, ha demostrado que en este nivel había cristales de hematina. Trátase,
pues, de un a n t i g u o f o c o a p o p l é c t i c o , y no debe olvidarse que nuestro enfermo había
perdido la palabra súbitamente, con un ataque de apoplejía, dieciocho meses antes de
su muerte.
[Termina la historia con una rápida comparación entre las lesiones de los dos casos.
De esta parte final sólo importan aquí las dos afirmaciones categóricas que contiene:
"Es incontestable que, en este hombre, la enfermedad que afectó a estas dos circunvo
luciones ha sido la causa de la afemia." Por tanto, y aun cuando espere nuevos hechos
para resolver definitivamente el problema, Broca se cree autorizado a decir que “la
integridad de la tercera circunvolución frontal (y acaso de la segunda) parece indis
pensable para el ejercicio de la facultad del lenguaje articulado” ] 2e.
26 B ull. Soc. Anat., 2e sér., V I, 1861, págs. 398-407. Reproducido en las M ém oires
d’A nthropologie de P a u l B roca, edit. por S. Pozzi, t. V, París, 1888, págs. 33-42.
27 Sobre el problema onomástico, véase la carta de Broca a Trousseau titulada
“Sur les mots aphémie, aphasie et aphrasie”, Gazzette des H ópitaux, 23 de enero
de 1864.
“ Creo en el principio de las localizaciones” , dijo pocos días antes, muy
taxativamente, en la Sociéíé d’Anthropologie. Proclamando esto, no que-
ría confesarse frenólogo; no pretendió jamás conocer a un hombre lui
tátant les bosses, palpándole las abolladuras craneales. Pero creía que
el cerebro es el órgano inmediato de las facultades intelectuales, y no
podía comprender que su enorme complejidad morfológica careciese de
sentido fisiológico; esto es, psicológico: la physiologie, dans ce cas partí-
culier, s’appelle psychologie. Para él, los diversos lóbulos cerebrales se
rían “ órganos distintos, órganos independientes” , a los que deben co
rresponder, necesariamente, funciones no menos distintas entre sí. El
análisis psicológico, por otra parte, habría permitido reconocer que cada
una de las llamadas “ funciones intelectuales” difiere mucho de las res
tantes, llámese facultad, cualidad, sentimiento, tendencia o pasión: “ H a y
en el espíritu, como en el cerebro, varias funciones distintas” , escribe
textualmente Broca. “ Las funciones llamadas intelectuales— dice en otra
página— son muy diversas; no son solidarias unas de otras...; constituyen
otras tantas funciones independientes.” El cerebro sería un conjunto de
varios órganos; la actividad intelectual, el mosaico de varias funciones.
El larvado paralelismo psicofísico de Broca no necesita más para esta
blecer una conclusión: “ Las grandes regiones del cerebro corresponden a
las grandes regiones del espíritu.” T a l sería la expresión más segura y
general del "principio de las localizaciones” . ;
Esta tesis “ fisiológica” vendría confirmada por razones anatómicas y
patológicas. Dejemos ahora intacto el problema de esas razones anató
micas; baste decir que, invocándolas, alude Broca a la diferencia obser
vada por Baillarger en la textura de las diversas circunvoluciones. La
experiencia clínica, por su parte, muestra que las “ facultades intelectua
les” — memoria, lenguaje, etc.— son destruidas con visible independencia.
“ Funciones que pueden perecer aisladamente— concluye Broca— , son
independientes entre sí; y si se tiene en cuenta que estas perturbaciones
funcionales han sido a veces el resultado inmediato de una lesión trau
mática y circunscrita del cerebro; y que otras veces han sobrevenido poco
a poco, a consecuencia de alteraciones espontáneas, reveladas por la
autopsia; y que no están asociadas, por tanto, a una determinada especie
lesional; si se tiene en cuenta todo ello, uno se siente autorizado a pen
sar que si esas perturbaciones funcionales no dependen de la naturaleza
de la lesión, tienen que depender de su sede.” La fisiología, la patología
y la anatomía conspirarían, pues, cada una a su modo, a la afirmación
del principio de las localizaciones: aquéllas demostrando “ la indepen
dencia de las funciones” , ésta haciendo ver “ la diversidad de los órga
nos” 2S. T a l era el pensamiento de Broca cuando tuvo la fortuna de que
T a n y Lelong ingresasen en su servicio de cirugía. Indudablemente, su
espíritu se hallaba preparado para estudiarlos e interpretarlos como lo
hizo.
2. Una de esas "funciones intelectuales” , pensaba Broca, es la
“ función del lenguaje” . Pero en esa función creyó preciso distinguir cui
dadosamente la “ facultad general del lenguaje" de la “ facultad del len
guaje articulado” . Aquélla consiste en la capacidad del espíritu para
establecer una relación constante entre una idea y un signo, cualquiera
que sea la índole de éste. La “ facultad del lenguaje articulado” , más con
creta, permite al hombre que el signo expresivo sea la palabra. Esta fa
cultad especial sería la destruida en los casos de afemia.
Pero, sea uno u otro el mecanismo de la expresión, el ejercicio de la
facultad del lenguaje parece requerir tres órganos: uno de recepción,
constituido principalmente por la vista y el oído; otro de emisión, inte
grado por los nervios periféricos y los músculos de la laringe, la lengua,
etcétera; y, en fin, otro de regulación o coordinación, que rige el buen
orden de los movimientos del órgano emisor. La afemia no sería sino la
carencia de esa función coordinadora.
A hora bien: ¿cuál es la naturaleza de la coordinación de mpvimien-
tos en el lenguaje articulado? ¿Será el afémico como un niño de dos o
tres años, que entiende lo que se le dice, pero no es capaz de articularlo
verbalmente? Broca ve la posibilidad de dos hipótesis: 1.a La coordina
ción del lenguaje articulado es una función exclusivamente neurològica,
como la marcha o la prensión de un objeto. En tal caso, la afemia sería
no más que una ataxia locomotriz de la articulación de sonidos. 2.a Esa
coordinación es una facultad intelectual, y la afemia su destrucción pa
tológica. Broca se inclina resueltamente hacia esta segunda hipótesis.
Pero su inclinación obedece sobre todo— y esto es lo importante— a una
previa convicción científica: la firme idea de que la corteza cerebral es
el órgano inmediato de la inteligencia. Siendo esto así, la afemia— cuya
lesión determinante es, según la experiencia necróptica, preponderante-
mente cortical— “ debe ser” un trastorno de cierta actividad intelectual.
Esa actividad o función intelectual es la “ coordinación” del lenguaje ar
ticulado 29.
3. Obsérvese lo ocurrido. Después de publicadas las historias clí-
K “Sur le volume et la forme du cerveau suivant les individus et suivant les races”.
B ull. Soc. A n th ropol., II, 1861, págs. 139-204 y 301-322 (sesiones del 21 de marzo y del
2 de mayo de 1861).
” B ull. Soc. Anat., 2e sér., V I, 1861, págs. 398-407.
nicas de Ta n y Lelong, la pérdida del lenguaje articulado con integridad
— relativa— de la inteligencia, se ha convertido en un “ signo físico” de
las lesionéis destructivas localizadas en el pie de la tercera circunvolución
frontal izquierda. Desde el punto de vista semiológico, el desorden en la
expresión articulada tiene el mismo sentido que, por ejemplo, la pectori-
loquia: uno y otra son signos de lesiones anatómicas estrictamente deter
minadas. Pensaba Laénnec: “ Cuando oigo en un tórax el signo que yo
llamo “ pectoriloquia perfecta” , tengo por seguro que bajó mi estetóscopo
hay una cavidad pulmonar vacía, próxima a la pared torácica, comuni
cada con un bronquio y de paredes relativamente densas.” Piensa Broca*.
“ Cuando descubro en un enfermo el desorden del lenguaje articulado que
he propuesto llamar “ afemia” , es seguro que hay una lesión destructiva
en la tercera circunvolución frontal izquierda del cerebro de ese enfer
mo.” La correlación entre los dos clínicos es perfecta; la licitud del pro
ceder intelectual de Laénnec, incuestionable; la de Broca y sus seguido
res, harto más discutible 30.
Laénnec, en efecto, percibía la consecuencia sonora de un proceso
mecánico; la deformación de las vibraciones vocales al atravesar cierto
sistema material. A poyado en la percepción de esa consecuencia acús
tica— físicamente necesaria— inducía la contextura del sistema material
que la produjo. Broca, en cambio, percibe el resultado terminal de una
acción psicológica, la de hablar o intentar hablar, y observa la concomi
tancia entre un modo patológico de ese resultado— la “ afemia” — y cierta
lesión cerebral. Basándose luego en los hechos de su observación y, a la,
vez, en ciertos supuestos interpretativos, no ve en la “ afemia” sino la
consecuencia necesaria y el signo revelador de la lesión cerebral conco
mitante. La mentalidad anatomoclínica del observador e intérprete— su
visión de la enfermedad como la consecuencia necesaria de una lesión
corporal y anatómica— le lleva a operar con los hechos como si no fue
sen muy gravemente problemáticos los cinco principales supuestos de su
interpretación:
l.° Que el trastorno del lenguaje por él llamado “ afemia” — afasia
motriz— es consecuencia necesaria de la destrucción de la tercera circun
volución frontal izquierda; es decir, que todas las destrucciones de esa
zona cerebral producen afemia, y que todos los casos de afemia suponen2
0
20 Cuando publicó los casos de Tan y Lelong declaró expresamente Broca, con
loable cautela de investigador, que sólo dos casos eran muy pocos para sentar una
tesis general. Pero es lo cierto que, cuando su hallazgo se fué confirmando, él y todos
admitieron la seguridad de la relación afasia motriz—lesión de la tercera circunvolu
ción frontal izquierda. Así lo demuestra la lectura de los sucesivos trabajos de
Broca acerca del tema.
tal destrucción. El grado y la índole de esa necesidad, ¿son equiparables
a los de aquella con que el signo auscultatorio nos refiere a su lesión
determinante?
2° Que la afasia motriz es un déficit, una pura carencia de la fa
cultad coordinadora del lenguaje articulado. Pero, ¿puede ser interpre
tado como un mero déficit funcional el trastorno morboso de una res
puesta biológica ; y, más aún, el de una respuesta humana?
3. ° Que esa presunta facultad coordinadora es de índole intelectuál.
Si, como quiere Broca, la inteligencia se halla indemne en los casos de
afasia por lesión frontal, ¿por qué luego descarta tan fácilmente la inter
pretación del trastorno como una ataxia de la fonación articulada?
4. ° Q ue la mente humana es un mosaico de funciones intelectuales
independientes, y que ese mosaico se corresponde paralelamente con otro,
anatómico, constituido por los diversos “ órganos” de la corteza cerebral.
T a l independencia entre todas y cada una de las “ funciones intelectuales” ,
tal correspondencia paralela entre el mapa mental y el mapa cerebral,
¿son en realidad hechos de experiencia o supuestos de la interpretación?
5. ° Que la localización anatómica de un "síntoma” equivale, sin más,
a la localización anatómica de una "facultad intelectual” . U na lesión en
la tercera circunvolución frontal izquierda impide hablar articuladamente;
el enfermo no es capaz de hablar “ porque” su cerebro sufre una lesión
localizada. D e acuerdo. ¿Puede concluirse de ahí, sin embargo, que esa
circunvolución es la sede de la “ facultad” del lenguaje articulado?
La interpretación patológica que dió Broca a sus dos primeras pa
tografías, suscita, ya se ve, varias interrogaciones nada livianas; mas la
tarea de responder a ellas rebasa con mucho los límites de mi investiga
ción actual31. Y o no pretendo ahora mostrar que los hechos observados
por Broca— en lo que de puros “ hechos de observación” tenían— pudie
ron ser interpretados más adecuadamente a su estricta realidad, sino ha
cer ver cómo su intelección primera se hallaba determinada por la previa
mentalidad anatomoclínica del autor. Los datos semiológicos obtenidos
en la exploración— en este caso, un desorden del lenguaje articulado--
son primaria y casi exclusivamente entendidos como "signos físicos" de
la lesión que les determina. La relación “ lesión-signo” no es ahora tan
inmediata como en el caso de los sonidos auscultatorios, y el patólogo se
ve obligado a construir una “ teoría” interpretativa. Pues bien: es tan
vigorosa la influencia de esa mentalidad localizatoria y mecánica, que
toda la interpretación ulterior se halla informada por ella. Broca estudia
31 Las historias clínicas de von Monakow y Goldstein, a las que será consagrado
el capítulo subsiguiente, responden, en muy buena parte, a esas interrogaciones.
las funciones rectoras del sistema nervioso central desde una actitud in
telectual rigurosamente afín a la de Laénnec frente a los movimientos
locales de los órganos intratorácicos y a la de Bright ante la actividad
secretora de la glándula renal. Una misma concepción acerca del ser vi
viente y de la enfermedad— y, por tanto, de la medicina— opera en la
mente de todos ellos.
La historia clínica es, como siempre, el testimonio primario y elemen
tal del pensamiento patológico. Su texto describe la realidad inmediata
de un cuerpo viviente y de un cadáver: síntomas, signos y lesiones. Pero
la descripción es necesariamente incompleta. D e modo consciente o inde
liberado, el descriptor selecciona y consigna las notas que juzga necesa
rias para la intelección del caso. Necesarias, ya se entiende, para “ su”
personal intelección, para entender médicamente el caso tal y como él lo
entiende. El pensamiento patológico queda expresado, como in statu
nascenti, en la narración patográfica; hácenlo patente, sobre todo, el cri
terio que ha presidido la selección de las notas consignadas, el modo dé
su descripción y la índole del comentario epicrítico. Veam os cómo pro
cedió Broca en la historia anatomoclínica del enfermo Lelong.
En la selección de las notas descriptivas es posible descubrir varias
peculiaridades: 1.a Los síntomas descriptivos— estimados como signos
físicos cuando la necropsia muestra su concomitancia con la lesión cere
bral— son, casi en su totalidad, síntomas deficitarios: el patógrafo des
cribe de preferencia lo que el enfermo no puede hacer (en este caso, lo
que no puede decir). 2.a La exploración clínica se refiere exclusivamente
a la expresión verbal de la vida más cotidiana (preguntas por el número
de hijos, por la hora que marca el reloj, etc.). 3.a La historia clínica no
describe-—o lo hace de modo insuficiente— el estado del enfermo inme
diatamente después del ataque apopléctico. 4.a Los hallazgos necrópticos
consignados en la historia son, tan sólo, lesiones destructivas macroscó
picamente perceptibles. Orientada por sus supuestos patológicos e inte
lectuales, la atención del descriptor se dirige hacia dos términos domi
nantes: el déficit funcional y la destrucción anatómica.
En lo que atañe al modo de la descripción, obsérvase una indelibe
rada tendencia a considerar la “ afemia” como un "estado” defectuoso,
residual y, por tanto, invariable. Ta n y Lelong aparecen como dos seres
a los que falta para siempre una determinada función. Dicho de otro
modo: “ como si” el accidente morboso hubiese amputado a sus respectivas
vidas individuales una bien circunscrita capacidad psíquica, la del len
guaje articulado. La historia clínica trata de describir el “ estado” del
enfermo consecutivo a esa amputación; el cursus morbi, muy poco visi
ble en la patografía, apenas es otra cosa que el relato de la súbita cons
titución de ese estado terminal y deficitario.
E l comentario epicrítico permite distinguir con cierta claridad los su
puestos de la interpretación patológica de Broca y el proceso de su
construcción intelectual. N os hace ver, en efecto: l.° La estimación del
cuadro sintomático— al menos en lo que parece su principal peculiaridad:
el déficit en el lenguaje articulado— como un signo físico de la lesión
descubierta en la autopsia del cadáver. 2.° El establecimiento de una
estricta relación causal entre la destrucción anatómica y la deficiencia
funcional. 3.° La existencia de supuestos previos a la experiencia— coin
cidencia de un presunto “ mapa mental” con un hipotético “ mapa cere
bral” — como principios rectores de la interpretación patológica. La “ cau
sa inmediata” del trastorno morboso ( destrucción de la corteza cerebral),
consecuencia necesaria de una “ causa remota" o primitiva (la acción
destructora cumplida por la hemorragia, la embolia, el trauma, etc.), pro
duciría, a su vez, y de modo no menos necesario, la consecuencia opera
tiva a que da expresión el cuadro sintomático; la cual es entendida, según
los casos, conforme a una de estas dos ideas: el “ déficit funcional” por
destrucción del sustrato anatómico en que radica la función, y la “ exal
tación funcional” por una supuesta irritación localizada. T a l es, en esen
cia, el proceder de la que vengo llamando “ mentalidad anatomoclínica” .
La índole “ mecánica" de ese modo de concebir la enfermedad es, creo,
sobremanera evidente.
El camino iniciado por Broca será proseguido empeñada y sistemáti
camente durante la segunda mitad del siglo X I X . Los nombres de Trous-
seau, Charcot, Bastían, Kussmaul, W ern ick e y Lichtheim hablan por sí
solos al médico actual; y tanto como ellos el de Kleist, último represen
tante de esta actitud intelectual frente a la patología del encéfalo. Cua
lesquiera que sean las limitaciones o los errores de su interpretación, gra
cias a todos ellos han podido ser “ signos físicos” , en el sentido laénne-
quiano, los desórdenes del lenguaje articulado.I.
32 The nervous system of the human body, Lond., 1830. L a segunda mitad de la
obra contiene numerosas historias clínicas.
33 On the re fle x fun ctio n o f the medulla oblongata and medulla spinalis, Lond.,
1833. L a historia de las ideas acerca del reflejo ha sido bien estudiada por E. M arx:
“Die Entwicklung der Reflexlehre seit Albrecht von Haller bis in die zweíte Halfte
des 19. Jahrhunderts”, Sitzungsber. Heidelberg. Alzad. Wi88,, math.-natumoiss. Klasse,
1938.
etcétera) construyen Charcot, Erb, Jackson, W estphal, Leyden y W e r -
nicke— para no citar sino unos cuantos nombres— el edificio de la neuro
logía "clásica” 34.
Limitemos a la primera mitad del siglo X I X el campo de nuestra vi
sión. En ella, y por lo que a la neurología atañe, coexisten y pugnan dos
modos de ver el sistema nervioso: el de los investigadores “ positivos” y
el de los observadores y especuladores “ románticos” . A los primeros per
tenecen, como protagonistas, casi todos los autores que he citado, comen
zando por Legallois y Bell. Para ellos, el sistema nervioso es el órgano
especializado y diversificado de las funciones animales y psicológicas.
Sus lesiones anatómicas locales destruirán, por tanto, la función especial
de que la parte afecta sea— o parezca ser— instrumento y sede. Los neu
rólogos románticos, afectos al movimiento de la Naturphilosophie, cuan
do no concreadores suyos (R ed, Ideler, Prochaska al final de su vida,
Kieser, Burdach, etc.), ven al sistema nervioso, en cambio, como la ex
presión morfológica y dinámica de una actividad evolutiva. Dentro de
esta mentalidad, la lesión anatómica local sería, ante todo, una condición
defectuosa o nefasta para el cumplimiento de la actividad vital.
En la segunda mitad del siglo triunfa de modo incuestionable— mas
no total ni definitivo— la visión de la neuropatología que he llamado
“ positiva” ; o, si se quiere, anatomoclínica. N ad ie la ha expresado con más
claridad ni la ha confesado con más resolución que J. M . Charcot (1825-
1893). “ El encéfalo— decía Charcot hacia 1880— no representa un órga
no homogéneo, unitario, sino una asociación o, si se prefiere, una federa
ción constituida por un cierto número de órganos diversos. A cada uno
de esos órganos se referirían fisiológicamente propiedades, funciones,
facultades distintas. Pues bien: si se conociesen las propiedades fisioló
gicas de cada una de estas partes, sería posible deducir de ello las con
diciones del estado patológico, el cual no puede ser sino una modificación
más o menos pronunciada del estado normal, sin intervención de leyes
nuevas.” Charcot trata de asumir en su idea de la neuropatología la doc
trina de Cl. Bernard acerca de la enfermedad: “ Las enfermedades no
son, en el fondo, más que fenómenos fisiológicos en condiciones nuevas:
el estado fisiológico y el estado patológico están regidos por las mismas
fuerzas y no difieren sino por las condiciones particulares en que la ley
vital se manifiesta.” H a y en su espíritu, por tanto, todo un flanco abierto
. 34 Puede verse en la In trod ú ction to the H istory of M edicine, de Garrison (3.a ed.,
1921, pág. 689; II, págs. 274-75 de la trad. esp.), una buena enumeración de las espe
cies morbosas neuropatológicas descritas antes de la publicación del Lehrbuch de
Romberg.
a la comprensión del pensamiento fisiopatológico que engendró la pato
logía del Romanticismo; pero lo más firme y preciso del saber neuropa-
tológico— dice luego— es lo que a él aportan los datos anatomoclínicos:
“ sólo ellos permiten juzgar en última instancia; sólo ellos suministran la
prueba (d e la localización funcional), al menos en lo que concierne al
hombre” . La anatomía normal y la fisiología serían no más que prdeam
bula de una anatomía patológica clínicamente interpretada; el logro de
un “ diagnóstico regional” constituye, por tanto, “ el ideal hacia el que,
en la parte de la patología por nosotros estudiada, deben tender todos
los esfuerzos del clínico” 85.
El neurólogo Charcot, que había comenzado siendo profesor de ana
tomía patológica, sigue fiel a su primitiva formación; y no menos fiel,
con ello, a la gran tradición de la medicina francesa ulterior a Bichat:
“ la gran época anatomopatológica inaugurada por Bayle y Laénnec y
continuada por Cruveilhier” , según sus propias palabras 3
56. Pocos años
después de haber escrito los textos que anteceden, en su lección inaugu
ral de la cátedra de enfermedades del sistema nervioso (1882), reiteraba
solemnemente su profesión de fe en los principios de la patología anató
mica. El saber anatomopatológico daría— piensa Charcot— la verdadera
medida del saber patológico stricto sensu: “ Los progresos de la patología
y los de la anatomía patológica son paralelos. Esto se ha mostrado cierto,
sobre todo, en lo que concierne a las enfermedades del sistema nervioso.”
A sí lo acreditaría, por ejemplo, el caso de la “ ataxia locomotriz progre
siva” , descrita como especie nosográfica por Duchenne (d e Boulogne),
pero no consagrada definitivamente como tal hasta que la investigación
anatomopatológica describió la realidad y la especificidad de sus lesio
nes. La existencia y la localización de las alteraciones anatómicas— la
especificidad de éstas dependería, ante todo, de su localización— la ha
brían constituido en especie morbosa real y precisa. “ En este caso, como
en tantos otros— añade Charcot— , la intervención de la anatomía pato
lógica ofrece, en cierto modo, un carácter puramente práctico. Trátase,
sobre todo, de proporcionar a la nosografía caracteres más fijos, más
materiales, si puede hablarse así, que los síntomas mismos. N o se ocupa
en precisar la naturaleza de las relaciones que enlazan a las lesiones con
los síntomas exteriores.”
N o se agotarían con ello, sin embargo, las posibilidades del método
anatomoclínico: "E l estudio de las lesiones puede ser adaptado a otro
35 “Legons sur les locaüsations dans les maladies du cerveau”, Oeuvres Complétea
de J. M . Charcot, XV, París, 1887, págs. 2-4.
36 Leçons sur les maladies du système nerveux, II, 3.1 ed., París, 1880, pág, 4,
punto de vista y pretender perspectivas más altas, más científicas, si se
quiere. Puede, cuando las circunstancias son favorables, conceder las
bases de una interpretación fisiológica de los fenómenos morbosos; y a
la vez, por una consecuencia inevitable, dar al diagnóstico más penetra
ción y rigor.” Con otras palabras: para Charcot, un cuadro anatomopa-
tológico bien interpretado sería la explicación científica del cuadro clí
nico; y, viceversa, la exégesis científica de un cuadro clínico debe refe
rirlo unívocamente a las lesiones locales de que depende, incluso en sus
fases más tempranas. La fisiopatología sería, en suma, un nexo explica
tivo entre dos imágenes visivas: el cuadro lesional y el cuadro sinto
mático.
Sería esto imposible si el sistema nervioso no estuviese dividido en
porciones anatómica y fundamentalmente diversas entre sí. M ás aún: si
esa división entre las diversas partes anatómicofuncionales no fuese es
tricta, mecánica. A sí parece suceder en el caso de las afecciones medula
res. El método anatomoclínico— dice Charcot, con visible orgullo— ha
permitido descubrir muchas más regiones medulares independientes que la
investigación anatómica y fisiológica. “ Cada una de estas regiones puede
aparecer lesionada aisladamente o, como suele decirse, sistemáticamente,
de tal suerte, que aquí nos encontramos en las condiciones de una vivi
sección bien lograda; a cada una de esas lesiones circunscritas corres
ponde una sintomatología particular, que revela el trastorno de las fun
ciones especiales de cada una de las regiones afectas.” Aunque no tan
acabada, no es distinta la experiencia en el caso de las afecciones del
bulbo y de los hemisferios cerebrales, concluye el gran neurólogo 37.
Reduzcamos lo anterior a una fórmula concisa: según el pensamiento
de Charcot, todo síntoma neurológico no sería, en última instancia, sino
un signo físico de la lesión anatómica de que depende. T a l parece ser la
meta de la neurología científica. Si Romberg, por ejemplo, describió como
signo de la tabes dorsal el fenómeno de astasia que lleva su nombre, el
objetivo de la investigación consiste en conocer las lesiones de que ese
signo depende y en saber dar razón, con ellas, de la apariencia visible
del signo mismo. Los desórdenes espontáneos de la actividad locomotora
y de la sensibilidad van siendo a su vez convertidos en otros tantos sig
nos físicos de una lesión estrictamente localizada en el seno del sistema
nervioso. Y , como siempre, la historia clínica es el testimonio más inme
diato y seguro del empeño. H e aquí una de las que sirvieron a Charcot
p e r io r e s .— A t r o f i a d e t o s m ú s c u l o s d e la l e n g u a y d e l o r b ic u la r d e lo s la b io s .— P a r á lis is
c o n r ig id e z d e lo s m ie m b r o s i n f e r i o r e s .— A t r o f i a o d e s a p a r ic ió n de la s c é l u l a s n e rv io s a s
t r u c c i ó n d e ta s c é l u l a s n e r v i o s a s d e l n ú c l e o d e l h i p o g l o s o , a t r o f i a d e la s r a t e e s e s p i n a l e s
a n te r io r e s , d e la s ra íc e s del h ip o g lo s o y d e l f a c ia l ,— E s c l e r o s i s a c in ta d a y sim é tr ic a de
lo s cordon es la t e r a l e s .
blemente emaciados y débiles y penden a lo largo del tronco; pero, además, en el hom
bro, el antebrazo y las manos hay atrofia predominante de ciertos músculos o grupos
de músculos. El deltoides está muy emaciado en ambos lados y falta el relieve del
hombro.
En los antebrazos, la atrofia afecta a la vez a los músculos flexores y extensores de
los dedos; en las manos, las eminencias tenar e hipotenar se hallan muy rebajadas; el
hueco palmar está excavado por la atrofia de los interóseos; además, los dedos están
flexionados con bastante fuerza y de modo permanente, sobre todo a nivel de las ar
ticulaciones de las primeras falanges, de suerte que ofrecen un bello ejemplo de la de
formación llamada “mano en garra”. Los movimientos de las distintas porciones de los
miembros superiores se hallan muy limitados. Apenas puede la enferma levantar las.
manos por encima de sus rodillas, sobre las que reposan habitualmente casi inertes. Este
movimiento de elevación, que parece exigir gran esfuerzo, no puede ser sostenido largo
rato, y va acompañado de una suerte de temblor de las manos, lateral, sobre todo, y
muy singular. Están muy limitados los movimientos de flexión y extensión de los de
dos. Desde el mes de febrero, la enferma, que sabe escribir, no puede sostener una
pluma; sus manos no le sirven para nada, y le es del todo imposible llevar los alimentos
a su boca. Los movimientos del hombro, del antebrazo y del brazo son también muy
exiguos. En general, el miembro superior izquierdo es un poco menos débil que el de
recho. No existen signos de alteración de la s e n s i b i l i d a d en toda la extensión de los
miembros superiores.
La enferma no puede caminar sola ni tenerse en pie. Si, sostenida por dos personas.
intenta dar algunos pasos, sus piernas se ponen rígidas, se entrecruzan y, a la vez, sus
pies se dirigen hacia adentro con un movimiento involuntario de aducción forzada.
También los miembros inferiores han adelgazado mucho; pero se trata de un adel
gazamiento general: no se notan, como en los miembros superiores, deformaciones por
atrofia de ciertos grupos musculares. Los pies están un poco rígidos, en semiextensión
y fuertemente vueltos hacia adentro. Hay igualmente rigidez y contractura en las ro
dillas, que están en semiflexión y en aducción; y también las caderas parecen un poco
rígidas. La potencia muscular no está completamente abolida en los miembros inferiores,
y la enferma puede doblar y extender un poco las piernas. Estos movimientos, muy
limitados, no van acompañados de tremulación. No existe trastorno de la sensibilidad
en los miembros inferiores; la enferma no sufre en ellos ni dolores, ni calambres ni hor
migueos. La sensibilidad electromuscular parece normal, y se halla más bien exagerada
en los miembros superiores.
Un gran número de músculos, y sobre todo los de las extremidades superiores, son
asiento de contracciones fibrilares muy acusadas, principalmente visibles en los ante
brazos y en las manos. Prodúcense espontáneamente o bajo la influencia del contacte;,,
Son bastante enérgicas para determinar movimientos de extensión de los dedos, y atth
de toda la mano; cuando se golpea ligeramente con un dedo la cara dorsal del ante
brazo, se produce un movimiento de extensión, pronto seguido del movimiento de flexión
correspondiente, y esto se repite tres o cuatro veces por cada excitación. Si el ante
brazo está en pronación, un pequeño golpe sobre el supinador produce un movimiento
de supinación, por obra del cual la mano se vuelve sobre su cara posterior. La excita
ción eléctrica determina las mismas contracciones fibrilares, pero de manera más acu
sada. Estas contracciones fibrilares, espontáneas o provocadas, obsérvanse, además, en
todos los músculos de la parte superior del tronco. Son también muy visibles en los
músculos del cuello, sobre todo en el esternocleidomastoideo del lado izquierdo.
No hay indicio de movimiento fibrilar en los músculos de los miembros inferiores.
En la lengua, como ya hicimos notar, es muy pronunciado. Los músculos más profun
damente emaciados, los del antebrazo, por ejemplo, conservan muy viva la contractili
dad eléctrica. También los de los miembros inferiores se contraen con energía cuando
se les somete a la faradización.
Tal era el cuadro de los síntomas en septiembre de 1865, al año de haber comen
zado la afección. Desde entonces hasta febrero de 1869 no se produjeron cambios muy
notables, salvo un aumento continuo en la debilidad de los miembros superiores; pero
la impotencia no era completa y la enferma podía mover un poco los dedos. También
progresó, sin hacerse excesiva, la contractura de los miembros inferiores. La atrofia de
los músculos, más acentuada cada vez, hacía más características las deformaciones de
los miembros superiores, sobre todo las de las manos.
La impotencia motora y la atrofia no han progresado sino muy lentamente por parte
de la cara y de la región süprahioidea. No obstante, la dificultad de la pronunciación
y todos los restantes fenómenos integrantes del cuadro de la parálisis labio-gloso-farín-
gea se fueron agravando, sin trastornos notables de las funciones respiratorias.
En el tronco, ningún fenómeno nuevo. El adelgazamiento era considerable, pero sin
signos evidentes de atrofia muscular. Los músculos respiratorios funcionan normalmen
te, y no hay signos especiales de parálisis diafragmática.
Los miembros inferiores mostraban la debilidad y el adelgazamiento que ya hemos
descrito. No se observaban deformaciones atróficas de los músculos ni contracciones
fibrilares. Los pies seguían en su viciosa posición: vueltos hacia dentro y ligeramente
extendidos sobre la pierna. La enferma, que se debilitaba y tosía desde hacía algún
tiempo, cayó en un estado de asfixia bastante grave y casi súbito, y en él se la halló
en la visita de la tarde del 5 de febrero de 1869. El pulso estaba en 136, con 50 ins-
piraciones por minuto. Se hizo perceptible, incluso a gran distancia, un estertor húmedo
laringotraqueal. En la parte superior de las vías respiratorias se acumuló una cantidad
considerable de mucosidades que la enferma no podía expulsar. Al día siguiente, estos
accidentes se habían disipado en parte; pero por la tarde volvieron con toda su grave
dad.—La enferma murió la tarde del 11 de febrero.
AUTOPSIA el 13 de febrero de 1869. [Acaba la anterior historia clínica con un
detalladísimo protocolo de autopsia macroscópica y microscópica, del cual, para no fa
tigar al lector, doy sólo un breve extracto. En los dos pulmones, granulaciones tubercu
losas y núcleos de neumonía caseosa incipiente. Atrofia muy perceptible en los músculos
buccinador y orbicular de los labios, en los de la región suprahioidea, en el deltoides
y en los de la mano, singularmente en los interóseos; menos visible en los músculos del
antebrazo. Un examen detenido de los músculos atrofiados permite observar: l.°, dismi
nución de volumen; 2.°, coloración amarillo-pálida; 3.", consistencia grande, semejante
a la. del tejido conjuntivo; 4.°, alteración granulo-grasienta de intensidad variable, se
gún las fibras; 5.", división de la sustancia muscular en fragmentos; 6.'°, atrofia simple
de algunas fibras musculares; 7.°, proliferación del tejido conjuntivo interfibrilar.
Atrofia y coloración grisácea de las raíces anteriores de la médula, especialmente
acusadas en la región cervical. Igual alteración en el tronco del hipogloso; algo menor
en el del facial. El examen microscópico confirma estas observaciones: en más de la
mitad de los tubos nerviosos pueden observarse todos los grados de atrofia, desde la
emaciación simple hasta la total desaparición del cilindro de mielina. Lesiones mucho
más débiles en los nervios frénicos, mediano y cubital.
El examen microscópico de la médula (induración con ácido crómico y coloración
al carmín) permite observar una esclerosis conjuntiva de los cordones antero-laterales,
con disminución del diámetro de los tubos nerviosos. Percíbese asimismo una marcada
atrofia de las astas anteriores de la médula, cuyas células nerviosas han desaparecido
casi totalmente en los grupos interno y anterior. Estas lesiones son muy visibles en la
región cervical, menos en la dorsal, y todavía menos en la lumbar.
Los cortes a nivel del bulbo dejan ver una grave atrofia de los núcleos de origen
del hipogloso. El núcleo del facial pareció hallarse inalterado. Algunas células del nú
cleo del neumogástrico habían sufrido una degeneración amarilla o mostraban una nota
ble pigmentación negra.]
F e d e r ic o a ñ o s , n a tu ra l d e P o t s d a m , in g r . e l 1 7 ~ V IL ·1 8 7 9 ,
R i c h t e r , c o m e r c i a n t e , d e 31
hasta hace tres años. En octubre de 1876, cuando por la mañana se vestía, perdió sú
bitamente el sentido, cayó al suelo y recobró a los pocos minutos la conciencia, sin
tiéndose algo fatigado, pero, por lo demás, bien, y sin la menor parálisis de la cara
ni de las extremidades. Desde entonces se han repetido los ataques de tiempo en tiem
po, con intervalos variables: a veces cada 8-14 días; otra vez pasó un año sin ellos.
Estos ataques no dejaron nunca secuelas. En las Navidades de 1878, y sin relación con
uno de tales ataques, h o r m i g u e o e n l o s d e d o s y e n la p a r t e a n t e r i o r d e la p la n t a d e l
p i e i z q u i e r d o , sobre todo cuando se tendía en el sofá o permanecía largo tiempo senta
so moderadamente desarrollados; yace en decúbito supino; cara bien llena; buen color
de cara, sin cianosis; i c t e r i c i a l i g e r a (hígado sensible). Temp. 36,6. Pulso 70, regular,
de apariencia normal.
Quéjase el paciente de que no puede andar por la debilidad de sus piernas; también
se queja de la mala sensibilidad de sus manos. Siente además un dolor urente, que se
extiende desde la muñeca izquierda hasta las puntas de los dedos, y dolor en la cara
interna de la rodilla. En los músculos del antebrazo nota a veces una sensación dolo-
rosa, extendida hasta las puntas de los dedos. Siente los dedos como, si éstos se hallasen
completamente dormidos; igual sensación en los pies, especialmente en el izquierdo.
Estas sensaciones son a la vez dolorosas.
Por lo que toca a la m o t i l í d a d , el paciente no puede extender por completo las ma
nos ni los dedos, y también la flexión es deficiente. La debilidad no es comprobable en
el brazo. La coloración y el aspecto de la piel de los dedos es normal.
En las extremidades inferiores es el movimiento, en conjunto, débil, sin fuerza e
inseguro. Los movimientos de los dedos de los pies son libres, pero algo lentos y tor
pes. La extensión de la rodilla se hace más p e s a d a m e n t e q u e la flexión. La musculatura
de la pierna es notablemente fláccida, y no hay indicio de los reflejos tendinosos, ni se
observa epilepsia espinal43.
La sensibilidad ha disminuido mucho en los dedos y en las manos, asi como en todo
el pie. Los músculos del antebrazo y de la pierna son claramente sensibles a la presión;
menos, los del muslo.
E x p l o r a c i ó n e l é c t r i c a . [La historia da con gran prolijidad los resultados de la ex-
45 Alb. von Graefe, “Falle von Entozoen des menschlichen Auges”, A rch iv fü r
Ophtalm ologie, I, 1854, págs. 463-464. Los movimientos del cisticerco a que alude la
historia han sido descritos ampliamente en otra, análoga a ella, que la precede inme
diatamente. Son éstas, sin duda, las dos primeras observaciones de cisticercosis
Tetiniana.
en lo profundo del ojo, tan peligrosas casi siempre, ha sido trasplantado,
para la gran mayoría de los casos, desde el estéril terreno de las con
cepciones oscuras que cambian de forma y de color con la escuela a que
pertenecen, al suelo fecundo de la observación segura y constante. Bajo
nuestros ojos vemos desvanecerse la niebla que durante siglos envolvió
la sagacidad de los mejores investigadores...” Palabras análogas pudie
ron ser escritas por Czermak, por Politzer, por N itze, por los primeros
radioscopistas. Es decir, por todos cuantos han aportado alguna novedad
importante a la más tentadora empresa de cuantas puede proponerse un
patólogo fiel a la mentalidad anatomoclínica: la empresa de ver con los
propios ojos las lesiones de los órganos internos y ocultos.
entonces, los ataques se han repetido, casi regularmente, cada dos meses; y en e l inter
valo, durante la noche, bien durante el primer sueño, bien al despertar, se ha sentido
con frecuencia perturbado por la visión de animales feroces. Otras veces recordaba al
salir de sus crisis lo que había soñado durante el ataque, cosa que no sucede ahora»
Estaba en un bosque sombrío, perseguido por bandidos o por animales feroces, o bien
se repetía ante sus ojos la escena de la bodega, y veía toneles que rodaban sobre él y
amenazaban aplastarle. Nunca, ni durante los ataques, ni en los intervalos, ha tenido
sueños o alucinaciones de carácter alegre o agradable.
Por entonces fué a consultar a Santa Ana. Se le prescribió bromuro potásico, y
esta medicación no ha tenido nunca la menor influencia sobre sus ataques, aunque el
medicamento haya sido absorbido de manera continua hasta la saturación. Así vino a
la S a l p è t r i è r e , y a su ingreso observamos el siguiente estado:
El enfermo está pálido, anémico y tiene poco apetito, sobre todo para la carne, a
la cual prefiere los alimentos ácidos. Su estado general, en suma, es bastante poco sa
tisfactorio. Los e s t i g m a s h i s t é r i c o s son en él más claros. Consisten en una h e m i a n e s t e s i a
d o b l e e n p la c a s , de gran extensión, asi para el dolor (pellizcamiento, pinchazo) como
para el f r í o . La anestesia sensorial es, en general, muy débil: el gusto y el olfato son
normales; el oído, sin embargo, está embotado de manera bastante sensible, sobre todo
a la izquierda; el enfermo no oye mejor cuando se aplica sobre su cráneo el objeto
sonoro. En lo que concierne a la visión, los síntomas son mucho más netos, y, en cierto
modo, bastarían por sí solos para afirmar la naturaleza histérica de la afección. Pre
senta en los dos lados, en efecto, un n o t a b l e e s t r e c h a m i e n t o d e l c a m p o v i s u a l , más
acentuado a la derecha. Distingue todos los colores, pero el campo visual del azul es
más estrecho que el del rojo y más desplazado hacia adentro, fenómeno por completo
característico del campo visual de los histéricos. En fin, y para acabar con los estig
mas permanentes, existen en Rig... dos p u n t o s h i s t e r ó g e n o s > uno cutáneo, situado por
debajo de las últimas costillas del lado derecho, y otro más profundo, a nivel del hueco
poplíteo derecho, punto en el cual existe un quiste muy doloroso espontáneamente. No
se observa en R... punto testicular. La presión sobre los puntos espasmógenos desenca
dena en el enfermo todos los fenómenos del aura histérica: dolor precordial, constricción
del cuello, con sensación de bola, silbidos en los oídos, latidos en las sienes, fenómenos
estos últimos que, como es sabido, constituyen el aura cefálica. Estos puntos, cuya ex
citación puede producir el ataque con singular facilidad, no son, en cambio, por usar
de la terminología propuesta por Pitres, sino muy débilmente e s p a s m o - f r e n a d o r e s ; es
decir, que su excitación, incluso intensa y prolongada, sólo detiene muy imperfecta
mente un ataque en vías de evolución.
En el e s t a d o m e n t a l de Rig... dominan hoy, como siempre, la ansiedad, el miedo, la.
tristeza. No puede dormir en la oscuridad; en pleno día, prefiere no estar solo; es de
una sensibilidad excesiva y le invade qn gran terror cuando ve o recuerda ciertos ani
males, tales como ratas, ratones, sapos; los mismos que suele ver en sus espantosas
pesadillas o en sus frecuentes alucinaciones hipnagógicas. Está siempre triste: "Me abu
rro de mí mismo”, dice. Una cierta movilidad de espíritu se traduce en su incapacidad
de entregarse a nada, y en el hecho de emprender y abandonar a la vez cinco o seis
tareas. Es inteligente y relativamente instruido. Su carácter es dulce y por completo
desprovisto de instintos malignos.
Los a t a q u e s son espontáneos o provocados. Cualquiera que sea el modo de su gé
nesis, comienzan siempre por una viva sensación de quemadura a nivel de los puntos
espasmógenos, a la que suceden pronto el dolor epigástrico, la sensación de constricción
del cuello y de bola, y, por fin, el aura cefálica, consistente en silbidos de oídos y
latidos en las sienes. En este momento, pierde el enfermo el conocimiento y comienza
el a t a q u e propiamente dicho. Está dividido en c u a t r o p e r í o d o s bien distintos y separa
dos. En el primero, el enfermo esboza algunas convulsiones epileptiformes. Viene luego
el período de los grandes movimientos de salutación, extremadamente violentos e inte
rrumpidos de cuando en cuando por un "arco de círculo” por completo característico,
ya trazado hacia adelante (emprostótonos), ya hacia atrás (opistótonós), con los pies y
la cabeza apoyados en la cama y el cuerpo levantado a manera de puente. Entre tanto,
el enfermo lanza gritos salvajes. Viene después el tercer período, el llamado de “las
actitudes pasionales”, durante el cual pronuncia palabras y emite gritos en relación con
el sombrío delirio y las visiones terroríficas que le persiguen: ora el bosque, los lobos,
los animales espantosos; ora la bodega, la escalera, el tonel que rueda. Recobra por fin
el conocimiento, reconoce a las personas que le rodean y las nombra; pero el delirio
y las alucinaciones persisten durante algún tiempo; busca en torno a él y bajo el lecho
las bestias negras que le amenazan; examina sus brazos, pensando encontrar en ellos
vestigios de las mordeduras que cree haber sentido. Luego vuelve en sí y acaba el
ataque, mas para repetirse, casi siempre, pocos minutos más tarde, hasta que, después
de tres o cuatro ataques sucesivos, recobra el paciente su estado normal. Nunca se ha
mordido la lengua en el curso de estas crisis, ni se ha orinado en el lecho.
Desde hace casi un año, R... está sometido al tratamiento por la electrización está
tica, que suele dar buenos resultados en los casos de este género. A la vez, le hemos
prescrito todos los tónicos, todos los reconstituyentes imaginables. No obstante, tanto
los estigmas permanentes como los ataques persisten sin cambios apreciables; y después
de tres años de existencia, no parece que vayan a modificarse muy pronto. Trátase,
sin embargo, de un caso de histero-epilepsia de crisis mixtas (histeria epileptiforme),
perfectamente caracterizado. Es patente que la estabilidad de los estigmas, acerca de la
cual he insistido lo suficiente, no puede hacernos vacilar en el diagnóstico “ .
Con esta historia clínica— y con otras cinco más, muy análogas a
ella— se propone Charcot demostrar a la vez la relativa frecuencia de la
histeria masculina, tema al cual hizo consagrar la tesis de uno de sus
alumnos *52, y la naturaleza genuinamente histérica de las neurosis post
traumáticas, negada poco antes por Oppenheim y Thomsen. En su co
mentario epicrítico llama la atención Charcot acerca de dos puntos: la
tan acusada “ herencia nerviosa” de la familia a que pertenece el paciente
y la influencia desencadenante de un accidente traumático, si leve en
cuanto a sus consecuencias somáticas, no por ello menos terrorífico para
el enfermo.
Pero no es esto lo que ahora importa, sino la condición rigurosamente
típica de la historia morbi descrita por Charcot. Este caso de histeria
masculina se parecería a otro caso de histeria, viril o femenina, tanto
como dos casos de esclerosis lateral amiotrófica puedan parecerse entre
sí; la afección histérica, pese a su índole puramente “ funcional” , a su
total carencia de lesiones anatómicas causales, sería una especie morbosa
tan bien delimitada como cualquier otra. ¿Cómo es ello posible? ¿Cómo
ha procedido en este caso la mente del patólogo Charcot?
Nuestra idea de la histeria no es la de Charcot. H o y sabemos que
Charcot, sin advertirlo claramente, “ cultivaba” en la Salpètrière un de
terminado cuadro clínico de la enfermedad, el mismo que le sirvió para
definirla por sus síntomas. La afección histérica es, sí, un modo de en-
65 P. Sollier, Genese et nature de Vhystérie, 2 vols. París, 1897 (I, págs. 473-520).
Los esquemas gráficos que emplea Sollier para ilustrar su idea de la histeria revelan
con gran patencia la formación anatomoclínica de su mente.
1,0 Oeuvres complétes¿ t, III, págs. 16-17. Muy pocos años más tarde (en el Con
greso Médico Internacional de Roma, 1894), dirá V irchow : “En el inmenso campo de
las enfermedades nerviosas, e incluso en el de las intoxicaciones, hay numerosos ca
sos en que la investigación anatómica es insuficiente. N o porque en ellos no exista
una sedes m orbi, sino porque la enfermedad no ha producido en las partes afectas
alteraciones perceptibles.” L a coincidencia entre el clínico (Charcot) y el anatomo
patólogo (Virchow) es en este caso perfecta.
Con ello, la forma adquiere absoluto predominio sobre la función, los
síntomas no parecen ser sino signos de afecciones somáticas selectiva
mente localizadas, la espacialidad de la vida rige y determina su fluyente
temporalidad. La orientación de la patología propuesta por Bichat ha
cumplido así todas sus etapas.
Si el lector vuelve ahora su vista sobre el texto de la historia clínica
precedente, advertirá cómo la mentalidad patológica de Charcot se ex
presa en su patografía. La enfermedad individual que él describe es, ante
todo, un “ caso de” histeria; y la histeria, a su vez, un “ cuadro” sintoma-
tológico perfectamente determinado, un “ estado morboso” dotado de
figura visual. La condición “ visual” de la mente de Charcot, por él tan
clara y resueltamente proclamada 57, se manifiesta sin ambages en la des
cripción de este caso de histeria virilis. La narración patográfica es el
relato de cómo se ha ido constituyendo ese “ estado” y la pintura de su
ordenación espacial: estigmas histéricos bien localizados, deformaciones
del campo visual susceptibles de dibujo, ataques dotados de figura rigu
rosa y constante. El cursus morbi aparece como el juego de una deter
minación necesaria: cierta disposición constitucional heredada y un es
panto ocasional determinan la producción de tales y tales alteraciones,
perfectamente localizadas, aunque susceptibles de total regresión, en el
sistema nervioso central; las cuales se expresan consecutivamente en los
diversos síntomas histéricos. La individualidad del caso parece, en fin,
hallarse constituida no más que por la peculiar cuantía de los accidentes
morbosos: distribución espacial y persistencia de los estigmas histéricos,
deformación del campo visual, intensidad relativa de los diversos “ tiem
pos” del ataque, etc. Reténgase en la memoria esta patografía “ visual”
de la histeria, porque frente a ella veremos definirse, al final de este
libro, la patografía “ auditiva” de Freud.
La m Atalidad anatomoclínica, tan acabadamente elaborada en el úl
timo cuarto del siglo X I X , es, sin duda, uno de los fundamentos princi
pales de la medicina actual. Pero su incuestionable importancia no le
otorgaba derecho a la exclusividad. Las páginas subsiguientes van a de
mostrarlo.
L A R E V A L ID A C IO N D E L S IN T O M A
58 “Acaso en algún tiempo o en algún lugar del universo, las especies animales
están, o estuvieron, o estarán más sujetas a cambio que lo están ahora y entre nos
otros; acaso los varios animales que tienen algo del gato, como el león, el tigre y el
lince, podrían ser de una misma raza y como subdivisiones nuevas de la antigua es
pecie del gato. Así, vuelvo siempre a lo que he dicho más de una vez: que nuestras
determinaciones de las especies físicas son provisionales y proporcionales a nuestros
conocimientos.” (Leibniz, N ouveaux EssaAs, III, VI, § 23.)
los, uno positivo, solar o espiritual (vigilia, pensamiento) y otro negativo,
material o telúrico (sueño, nutrición). Pues bien, concluye Kieser: la
enfermedad no consiste, genéricamente considerada, sino en un predo
minio de este polo negativo de la oscilación vital; sería, en suma, un
“ egoísmo de la Naturaleza” respecto a las exigencias del espíritu. Karl
Richard Hoffm ánn (1797-1877), otro médico romántico, sostendrá que
las enfermedades son ocasionales regresiones en la continua y ascendente
evolución de la Naturaleza hacia el ser espiritual. “ El reino de las en
fermedades es la simia de la Naturaleza” , escribe Hoffm ánn, trasponien
do a la patología, sin decirlo, aquello de que el demonio es simia D ei,
“ mona de D ios” , según la famosa agudeza teológica de San Agustín. Un
catarro sería una fugaz “ molusquización” del hombre, una imitación re
gresiva, torpe y pasajera de la naturaleza del molusco; la hidropesía
representaría una caída hacia el modo de ser del huevo, una “ ovifica-
ción” del hombre adulto; la litiasis, un retroceso hacia la mineralidad, una
"mineralización” de la naturaleza animal. N ovalis, por su parte,, piensa
que ciertas enfermedades constituirían saltos anómalos y dolorosos ha
cia estados superiores de la evolución del hombre; y, por tanto, “ distin
ciones” para quien las padece. La estimación de la enfermedad como una
“ distinción antropológica” — piénsese, por ejemplo, en lo que la tubercu
losis fué para el romántico— se hace social y literariamente muy visible
en la primera mitad del siglo X I X . A si todos, aunque cada uno a su
manera: los patólogos Jahn, Ringséis, Ideler, Heinroth, Troxler; los bió
logos Oken, Burdach, Dóllinger; y tantos más, junto a unos y otros 59.
Dos son, pues, las ideas fundamentales de la Naturphílosophie ro
mántica, y las dos se hallan esencialmente conexas entre sí: la de “ orga
nismo” y la de “ evolución” . El universo es concebido como un “ organis
mo de organismos” , desde los sistemas planetarios (organismos astronó
micos) hasta la planta y el mineral (organismos vegetales y minerales).
El individuo humano es, por su parte, un organismo microcósmico. Pero
así el Gesammíorganismus del universo natural como los einzelne O rga-
nismen de los cuerpos individuales se hallarían en permanente movimien
to evolutivo y ascensional, “ desde la piedra hasta la D ivinidad” , según
una expresión de la época usada por V irchow , cuando mozo.
N o es un azar que estas dos ideas presidan la doctrina de los especu
ladores románticos acerca de la historia clínica. “ Una enfermedad indi
K' Así Joh. Müller en su Grundriss der Vorlesungen über Phy&iologie, de 1827, pá
gina 1. Así, también, Fr. Th. Frerichs, cincuenta años más tarde, en el prólogo al
primer número de la Z e its ch rift f ü r klinische M edisin, fundada por él y Leyden. L a
idea del “organismo” humano es, para Frerichs, la fundamental de la patología
lloc. cit., I, 1880, pág. II).
eléctrica, magnética. En el curso de veinte años, de 1830 a 1850, una
visión especulativa del mundo se trueca en la empresa— colectiva y dis
persa a la vez— de explicar científicamente, mediante causas y leyes, el
proceso material y energético de la realidad observable.
Por cuádruple vía recibió el saber patológico la poderosa influencia
de este cambio de actitud intelectual. En primer término, la introducción
de los métodos físicos y químicos en la observación del enfermo: además
de Schònlein, W underlich y Griesinger, L. Traube (1818-1876), Fr. Th .
Frerichs (1819-1886), A d . Kussmaul (1822-1902) y K. V ierord t (1818-
1884) fueron sus principales iniciadores en Alemania. En segundo lugar,
la apertura de un nuevo campo para la investigación patológica: la fisio-
patología experimental y comparada. En tercero, la edificación de una
doctrina nosológica adecuada a la nueva visión de la realidad: los libros
de H . Lotze (Allgemeine Pathologie und Therapie ais menschliche Na~
turwissenschaften, Leipzig, 1842) y de J. Henle (Handbuch der raíio-
nellen Pathologie, I y II, Braunschweig, 1846-1853) son el más impor
tante testimonio de ese quehacer intelectual. Por fin, la construcción de
una anatomía patológica genética o procesalmente concebida: tal fué, en
efecto, la obra sucesiva de K. Rokitansky (1804-1878) y de R. V irch ow
(1821-1902). Cinco espléndidas revistas fueron los órganos de tan v i
gorosa renovación de ideas y métodos: la de Joh. M üller (A rchiv für
Anatomie, Physiologie und wissenschaftliche Medizin, fund. en 1834) ;
la de Henle y P feu ffer (Zeitschrift für rationelle Medizin, fundada en
1841); la de W underlich, Griesinger y Roser (A rchiv für physiologische
Heilkunde, fund. en 1841 y continuado en 1860 por el Archiv der H eil-
kunde, de E. W a g n e r ), y el Archiv für pathologische Anatomie und
Physiologie und für klinische Medizin, de V irchow , fundado en 1847,
Dejemos, sin embargo, estas indicaciones— demasiado generales y ex
ternas respecto a mi actual problema— y tratemos de ver cómo se mani
fiesta patográficamente esa conversión de la especulación romántica en
experimentación positiva. Cuatro puntos importa considerar:
l.° La idea de la enfermedad. M ás que una alteración en la forma
anatómica y la subsiguiente afección pasiva de las funciones vitales, este
poderoso movimiento nosológico ve en la enfermedad un “ proceso ener
gético y material” . La individual y concreta enfermedad de un hombre
se ofrece a Lotze como “ la imagen de un acontecer” , das Bild eines G e-
schehens; es, añade, “ una perturbación del proceso normal de la vida” .
■Henle, por su parte, afirma con energía que la “ esencia” de la enferme
dad consiste primariamente en un “ proceso” (V o rg a n g ), en un movi
miento de proporciones anormales, en una desviación del proceso vital
normal y típ ico 66. Tácita o expresamente, todos los patólogos mencio
nados confiesan esta doctrina nosológica.
2 ° La índole del proceso morboso. En lo esencial, las fuerzas y las
leyes que promueven y presiden el movimiento vital llamado enfermedad
son exactamente las mismas que rigen la vida fisiológica o normal. La
enfermedad no es sino actividad fisiológica en condiciones anormales.
Por tanto, debe ser científicamente estudiada con los mismos métodos
que la vida fisiológica: “ Las condiciones bajo las cuales se configura la
vida enferma— escribía Frerichs— deben ser investigadas según el mismo
proceder empírico que las del general proceso de la vida ( des allgemei-
nen Lebensprocesses), del cual aquélla es sólo una fracción” 67.
3.° La estimación patológica del síntoma. Si la enfermedad es, ante
todo, un movimiento energético y material, el clínico y el patólogo deben
conceder importancia primordial a las manifestaciones visibles del pro
ceso morboso; esto es, a los síntomas. El síntoma recobra su prestancia
a los ojos del médico; y no sólo como revelador de una lesión— esto es,
por su conversión en signo, como postuló la patología anatomoclínica— ,
sino, muy primariamente, por su más inmediata propiedad: la de mani
festar al médico la alteración del proceso fisiológico en que la enferme
dad consiste. D e ahí que se vea en la fisiopatología, y no en la anatomía
patológica, la disciplina fundamental del saber médico.
N ada más demostrativo de esta concepción de la patología que la
mencionada “ introducción” de Fr. T h . Frerichs al primer número de la
Zeitschrift für klinische Medizin (1880). El gran clínico de Berlín en
salza, cómo no, los grandes merecimientos de la investigación anatomo-
patológica; pero esa investigación— añade— “ no puede y no debe deci
dir en última instancia acerca de los procesos vitales alterados, porque
las propiedades morfológicas de los órganos y tejidos no se correspon
den siempre con sus propiedades virtuales, y la forma no ilustra siempre
acerca del suceder, la significación, el valor y la función de las forma
ciones anatómicas” . Rokitansky enseñó en 1846 que “ la anatomía pato
lógica no contiene sólo el fundamento del saber médico, sino también el
de la acción del médico” ; que en ella reside, por tanto, “ todo lo que de
saber positivo y fundamental pueda tener la medicina” . Es, bien se ve,
el mismo pensamiento que veinte años antes había expresado Laénnec.
Frerichs, fisiopatólogo, no vacila en considerar esa opinión como “ un
Lotze, op. cit., pág. 17; Henle, op. cit., I, págs. 89 y sigs. Acerca del tema,
véase el trabajo de P. Diepgen “Krankheitswesen und Krankheitsursache in der
spekulativen Pathologie des 19. Jahrhunderts”, A rch. f ü r Gesch. der Med., X V III,
1926, págs. 302-327.
67 Zeitschr. fü r klin. Med., I, 1880, pág. III.
error funesto” , ein verhàngnisvoller Irrthum. El verdadero fundamento
de la medicina no debe estar constituido por la anatomía patológica, sino
por la clínica y la fisiopatología; el objeto primario de la patología no
sería, en consecuencia, la “ lesión anatómica” , sino la “ mudanza material”
(Stoffw andel). La concepción de la enfermedad como la alteración del
proceso material y energético de la vida no ha podido alcanzar expresión
más patente.
4.° E l estudio del síntoma. Adquiere el síntoma renovada importan
cia por lo que es; mas también por la mentalidad y el método con que se
le estudia. D e poco serviría al fisiopatólogo del siglo X I X la mera des
cripción sensorial de los síntomas que enseñó la semiología tradicional.
Para que la observación de los síntomas permita una intelección cientí
fica y suficiente de la enfermedad que ellos expresan, han de ser anali
zados y medidos. Dos recursos parece haber a tal respecto; su estudio a
favor de los métodos físicos y químicos, y la provocación artificial de
estados fisiológicos semejantes en los animales de experimentación. Los
laboratorios de análisis y la medicina experimental llegan a ser la ins
tancia suprema para dirimir las cuestiones que la sala hospitalaria pro
pone al médico. N ad ie lo ha proclamado con mayor entusiasmo que
Cl. Bernard: " Y o considero al hospital—-escribió— sólo como el vestíbulo
de la medicina científica, como el primer campo de observación en que
debe entrar el médico; pero el laboratorio es el verdadero santuario de
la ciencia médica” es. El galvanómetro, el kimógrafo y el tubo de ensayo
se convierten así en otros tantos instrumentos de la investigación clínica.
El síntoma, por fin, aparecerá a los ojos del fisiopatólogo como la pecu
liar configuración visible— disnea, vómito, fiebre— de un enjambre de
procesos elementales físicos y químicos.
La aparición del nombre de Cl. Bernard me da ocasión para deshacer
un posible equívoco. Acaso la lectura de las páginas anteriores haya
despertado en el espíritu del lector dos sospechas: que la fisiopatología
experimental ha sido una creación exclusiva de la medicina alemana; y
que no fué obra sino de los fisiólogos y patólogos que “ positivizaron” la
especulación romántica. Si alguien elevara esas dos sospechas a otras
tantas tesis históricas cometería una flagrante falsedad. La fisiopatología
experimental ha nacido, en efecto, de dos actitudes espirituales muy dis
tintas entre sí: la de aquellos que se sitúan ante la naturaleza con sólo
un acicate deportivo, el de su curiosidad investigadora, y la de quienes
obedecen al imperativo espiritual e íntimo de afirmar una determinada
n J. R. Mayer publicó su primer trabajo el año 1842, en los Annalen der Chemie}
de Liebig (“Bemerkungen über die Klrafte der unbelebten Natur”) ; pero sus ideas
acerca del equivalente mecánico del calor no hallaron concreción ni vigencia hasta
1845, con la publicación de la monografía D ie organische Bewegung in ih rem Zusam -
menhang m it dem Stoffw echsel. Joule pronunció en 1843 su conferencia On the calo-
r ific effects of m a gn eto-electricity and the m echanical valué of heat. L a famosa di
sertación de Helmholtz Uéber die E rh a ltun g der K r a ft , en la Physikalische Gesell-
schaft, de Berlín, es de 1847.
72 Las investigaciones de L. Traube ( Charité A nnalen, 1850, pág. 622) se hallaban
enderezadas a determinar la acción de la digital sobre la temperatura de las enfer
medades febriles. El trabajo de Bárensprung—una “obra clásica”, lo llama W under
lich—-fué publicado el año 1851, en el A rch iv de Joh. Müller, y estudia “la temperatura
del feto y del adulto en estado fisiológico y morboso”. El libro de Wunderlich es, sin
embargo, la verdadera piedra fundamental de la termometría clínica moderna.
73 D ie Tierchem ie oder die organische Chemie in ih re r Anwendung auf Physiologie
und Pa th ologie (Braunschweig, 1842).
74 D ie organische Bew egung in ih rem Zusam menhang m it dem S to ff wechsel, pág. 6.
inmediato, un saber preciso y seguro acerca del movimiento de la ener
gía de un organismo vivo en sus enfermedades piréticas; en último tér
mino, una vía “ racional” para ordenar el curso temporal de esas enfer
medades— típico tantas veces, según viejísima experiencia— dentro de las
“ leyes” que presiden los cambios del universo entero.
N o de otro modo juzgó W underlich su empeño, si nos atenemos a
sus propios textos. Su propósito inicial fué, aparentemente, muy modesto
y positivo: “ estudiar del modo más completo posible la evolución de la
temperatura en las enfermedades” . A sí lo hizo, con paciencia y método
ejemplares, durante dieciséis años: varios millones de medidas, ordena
das en más de veinticinco mil trazados termométricos fueron la cosecha
material de la investigación. Pero la mente del N aturforscher que había
en W underlich perseguía en la realidad clínica algo más que simples
signos termométricos de las diversas afecciones febriles: buscaba, sobre
todo, “ leyes” del movimiento vital. “ Una cuestión hay— dice— más im
portante, más grave, más eminente que todas las demás; es ésta: ¿existe
una ley que regule el curso entero de ciertas formas morbosas?; y si en
verdad existe, ¿nos será dado conocerla con precisión según la marcha
de la temperatura?” 75. La preocupación por la “ ley dinámica” de las en
fermedades humanas le persigue a lo largo de todo su libro. "¿ H a y for
mas patológicas— se pregunta en otro capítulo— -en las que el trastorno
fundamental de la economía se halle sometido a una ley?” Y a las pocas
páginas concluye: “ El resultado más importante de las observaciones ter-
mométricas no se alcanza sino en el momento en que se llega a descubrir
por vía experimental que las modificaciones de la temperatura en las
enfermedades se hallan fundadas sobre una ley.” El objetivo de la in
vestigación de W underlich es, pues, la edificación de una íermonomía
patológica 76.
Pero ¿cuál parece ser y cuál es, en rigor, la materia de que esa ley
es forma científica? D e modo próximo, la temperatura del cuerpo enfer
mo; esto es evidente. D e manera menos próxima, “ el estado general del
organismo", puesto que, según ha enseñado Liebig, de él es expresión su
estado térmico. Pero de modo remoto, el “ proceso de la vida” sana y
enferma. Las palabras de W underlich son terminantes. La termometría,
dice, permite obtener un signo físico y objetivo de la fiebre. Esto, sin
embargo, no la asimila por completo a los restantes signos físicos, tales
76 Das Verhalten der Eigenw arm e in K ra nkh eiten } 2 ed., Leipzig, 1870, cap. I (He.
manejado la trad. francesa de Labadie-Lagrave, De la tem pérature dans les tnaladies,
París, 1872, págs. 47 y 48).
76 Op. cit.} c. II, págs. 56 y 58.
como la percusión y la auscultación: “ A sí como éstos se aplican a la
investigación de la lesión local, la termometría... aprecia un fenómeno
tocante al estado general del organismo. Así, y gracias al copioso ma
terial que ha suministrado la mensuración exacta, la termometría abre a
los médicos una vía nueva e inaccesible a cualquier otro método de in
vestigación; esto es, el estudio patológico de la vida.” Trazando la curva
térmica de una fiebre tifoidea, W underlich tiene la certidumbre de irse
acercando hacia las leyes inmutables del proceso de la vida; des allge~
meinen Lebensprocesses, como dirá Frerichs, doce años más tarde 77.
El último de los textos transcritos permite contemplar la radical d ife
rencia entre la mentalidad anatomoclínica y la fisiopatológica. Entendido
por aquélla, el "signo físico” nos refiere inmediatamente a una lesión
local; si un dato de exploración no cumple esta exigencia, no es, en rigor,
físico. N o niega esta acepción el fisiopatólogo, pero no admite su tajante
exclusividad. H a y “ signos físicos” que no “ significan” lesiones anató
micas locales, sino alteraciones típicas del proceso químico y energético
de la vida: así el olor de la respiración a acetona o el curso temporal de
una hipertermia febril. Y estos son, a la postre, los “ signos” que verda
deramente importan al fisiopatólogo.
En la evolución patológica de la temperatura distingue W underlich
dos órdenes de regularidades. Unas—-genéricas o, como él dice, “ cons
titucionales"— dependen de la común naturaleza del hombre y pueden
presentarse en todas las enfermedades febriles: son el escalofrío, el calor
febril y el colapso. Otras son específicas, determinadas a la vez por la
naturaleza biológica de quien las padece y por la peculiar índole de la
enfermedad padecida. La especie del proceso morboso (fiebre tifoidea,
tifus exantemático, etc.), su ocasional intensidad, las condiciones indivi
duales del paciente, ciertas influencias accidentales (entre ellas, la del
tratamiento) y las complicaciones intercurrentes determinan el ciclo efec
34,2
78 A rch iv fü r physiologische Heilkunde, X V II, 1858, págs. 1-31. Apenas creo nece
sario advertir que las temperaturas consignadas en las curvas han sido medidas en
grados Réaumur. Como se sabe, obtiénehse los grados centígrados correspondientes
multiplicando por 1,125 la cifra de los grados Réaumur.
dones “ esenciales” y “ accidentales” . Las primeras dependerían del curso
regular y espontáneo—yo “ natural” , como se decía en el siglo X V I I — de
la enfermedad misma; las segundas, de la influencia de causas externas
fortuitas (fármacos, emociones, traumas, etc.) sobre el organismo enfer
mo. Pues bien: si se tiene en cuenta que la temperatura del cuerpo cons
tituye, para Wunderlich, el síntoma cuyas oscilaciones son más pura
mente “ esenciales” y el más inmediatamente expresivo de los procesos
materiales y energéticos propios de la materia viva, no parece ilícito afir
mar que la curva térmica de un enfermo agudo aparecería ante sus ojos
como una “ historia clínica esencial” . El cursus motbi quedaría reducido,
en esencia, a un cursus mensuravum cálovis, y en éste se expresarían a la
vez la posible regularidad temporal de proceso morboso y sus diversas
peculiaridades individuales. La fiebre, síntoma “ variable” , según la des
pectiva expresión de Laénnec, adquirió un fundamental e inédito valor
semiológico en cuanto se supo verla desde el punto de vista de la “ razón"
de su propia variabilidad temporal. O , con otras palabras, en cuanto se
comenzó a estudiarla como un proceso mensurable.
En los años subsiguientes a la publicación del libro de W underlich,
el estudio de las curvas termométricas de las enfermedades agudas sirvió
para establecer, junto a sus formas típicas o regulares, sus posibles for
mas anómalas. En lo que atañe al tifus abdominal— valga esta enfermedad
como ejemplo— , Liebermeister distinguió, además de su forma notoria
(ausgebildete F a lle), un typhus levis, caracterizado por la escasa inten
sidad de sus síntomas, y un typhus abottivus, cuya nota diferencial sería
su considerable brevedad. Poco después, O . Fraentzel llamaba la aten
ción acerca de la existencia de procesos tíficos graves y bastante rápidos,
con temperaturas relativamente bajas, intensa afección del sensorio y
fuerte colapso general. A l lado del typhus levis, del typhus abortivus y
del typhus ambulaíorius habría, entre las formas anormales de la enfer
medad (unausgebildete F alle), un typhus subfebrilis gtavis.[Qomo rema
te de estas consideraciones sobre la revalidación “ fisiopatológica” del
síntoma febril, he aquí una de las historias clínicas aducidas por Fraentzel
en abono de su tesis:
L. Schultz, de 23 años, oficial panadero, cuyos padres han muerto, a lo que pare
ce, tísicos, fué tratado durante mucho tiempo en mi Sección de la C h a r i t é . Presentaba
el cuadro clásico de la tuberculosis pulmonar crónica. Los fenómenos metálicos en los
dos vértices pulmonares hacían patente la existencia de extensas cavernas, y durante
varios semestres sirvieron a mis oyentes como paradigma en los ejercicios de auscul
tación. No pudo soportar el tratamiento por la creosota; su administración le producía
ordinariamente náuseas y diarrea. Pero una buena cura dietética—aceite de hígado de
bacalao en invierno y suero de leche en verano—levantó de tal modo sus fuerzas, que
por apremiante deseo suyo se le dió de alta el 20 de julio de 1879, a título de prueba.
Volvió, no obstante, el 23 de agosto. Al cabo de poco tiempo advirtió que se halla
ba demasiado débil para desempeñar cualquier trabajo. La falta de cuidados y el ham
bre le llevaron otra vez a la C h a r i t é . En el breve lapso transcurrido desde el alta han
decaído mucho sus fuerzas; en las primeras semanas debió guardar cama, a pesar de
que se hallaba apirético y de que sólo expectoraba diariamente unos pocos esputos
apelotonados. Cuando más tarde pudo dejar el lecho, casi nunca tenía fiebre (rara
mente llegó su temperatura a 38°) y no sufría trastornos considerables. Sólo alguna
diarrea se presentaba de cuando en cuando, pero de ordinario desaparecía en pocos
días sin medicación especial. El 11 de noviembre se produjo en el curso del día una
copiosa epistaxis, que se repitió, con menor intensidad, el 14; en los días subsiguientes
se quejó de dolores abdominales mal localizados, sénsación de opresión en la región
gástrica y disnea algo más intensa. Observóse también que sus temperaturas solían
ascender por la tarde hasta 38°. Sin embargo, el paciente pasaba las mañanas levan
tado, y sólo por las tardes volvía al lecho. Su ánimo se hallaba notablemente destem
plado, pero mostraba cierto interés por sus compañeros de sala.
No le hallé acostado hasta mi visita de la mañana del día .20; desde entonces ya
no había de abandonar el lecho. Se quejaba de violentas cefalalgias. Como la expresión
de su rostro se hallaba embotada y estaba su sensorio bien despejado, se sospechó una
meningitis tuberculosa basilar incipiente. El pulso latía 112 veces por minuto; la lengua,
húmeda, estaba cubierta por un ligero manto blanco-grisáceo; el abdomen aparecía
fuertemente abombado, bastante tenso e indolente; la magnitud del bazo no podía ser
determinada por percusión ni por palpación. En las últimas 24 horas, una deposición
normal. Orina de color amarillo dorado, sin sedimento ni albúmina.
Al día siguiente vomitó el enfermo varias veces y mitigó la cefalalgia, pero el sen
sorio ya no estaba despejado. No había manchas en la piel. En los días próximos se
enturbió cada vez más el sensorio. Abandonado a sí mismo, caía el enfermo en un de
lirio tranquilo; cuando se le llamaba en voz alta, despertaba y daba a las preguntas
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Curva I
Esta curva y dos más se mostraron normales, así en el ritmo como en todos los
restantes caracteres. Al colocar la cuarta hoja, indiqué al paciente que respirase en
la forma por mí establecida: cuatro o cinco inspiraciones y espiraciones muy profundas
durante cinco segundos. Le hice repetir esto cuatro veces. Unos segundos después puse
en movimiento la hoja, y el esfigmógrafo señaló cinco o n d a s v i s i b l e m e n t e b i g e m i n a d a s ,
a c e l e r a c i ó n d e l p u l s o y d i c r o t i s m o (Curva II).
tiene dos pulsaciones trigéminas; todas las posteriores reprodujeron la primera de.las
i obtenidas este día (Cprva III), por lo cual decidí suspender el trazado.
; ; Día 12 de septiembre: aspecto magnífico; por lo demás, como el 16 de agosto. Casi
..- tpdfis.;la§ curvas iniciales ofrecieron ,1a figura de. la Curva, IV. Después de trazadas
siete, entre las cuales sólo una mostraba el pulso trigémino, instituí el experimento de
Valsalva, y obtuve con él la Curva VII. En ella, y precisamente en el período del más
acusado descenso de presión, con la máxima relajación de los vasos y la taquicardia
ya existente, aparecieron trastornos del ritmo con un visible c a r á c t e r d e i n t e r m i t e n c i a .
Es notable el hecho de que, hoy también, sólo después de una fase de ritmo comple
tamente normal (curva décima de este día) vuelven las curvas a su forma originaria
(la de la Curva V I). ,
Día 6 de octubre: el paciente sólo se queja de sudoración intensa después de moví-'
mientos relativamente débiles: por lo demás, se encuentra bien. No hay alteraciones
materiales en el corazón. Los tonos cardíacos, enteramente puros.
Todas las curvas muestran exclusivamente el pulso trigémino. También hoy se logra
transformar el pulso trigémino en bigémino inmediatamente después de cuatro excur
siones respiratorias rápidas y. profundas, según hace ver la Curva VIII “ .
a d e lg a z a m ie n to , d o lo re s n e u r á lg ic o s de la s e x tr e m id a d e s in fe r io r e s , b r o n q u itis c ró n ic a ;
tr e s s e m a n a s a n te s d e la m u e r t e , s í n t o m a s d e un c a ta r r o g á s tr ic o con p ereza i n t e s t in a l,
in s o m n io , c e fa la lg ia , v é r tig o s , e m b o ta m ie n to , s o m n o le n c ia ; m u e r te . —A u t o p s i a ; d ila ta c ió n
d e lo s v e n t r íc u lo s c e r e b r a le s , fu e r te e n g r o s a m ie n to y c a ra c te rís tic o d ib u jo d e l e p é n d im o ,
la sero sa in t e s t i n a l .
Franz Beyer, trabajador, de 34 años, pasó hace tiempo un tifus grave y sufrió en
1865 una herida: mientras trabajaba, le vino un trozo de hierro sobre la cabeza y cayó
al suelo sin sentido; al cabo de unas semanas se repuso de ello por completo. Dice
haber padecido en 1866 palpitaciones y disnea, asi como dolores lancinantes en las
piernas. Niega antecedentes sifilíticos. Desde hace dos años, en la primavera de 1869,
sed exagerada, apetito morboso y pérdida de fuerzas.
Cuando fué admitido en el hospital, el 23 de marzo de 1871, el enfermo, hombre
alto, muy delgado, con ligero edema de los pies, mostraba signos de enturbiamiento
de la conciencia, gran postración, extremidades frías, pulso pequeño y blando. Tempe
ratura, 36,4. Intenso enrojecimiento de la mucosa bucal, moderado depósito de saburra
gris en la lengua, olor del aliento agrio y a manzanas. Apetito escaso, sed intensa,
total estreñimiento desde hace ocho días. Al mismo tiempo, tos con expectoración muco-
purulenta y sin ningún signo de infiltración. Hígado considerable; bazo poco engro
sado. Falta el sueño desde hace bastante tiempo; la potencia visual parece haber dis
minuido, pero la exploración del ojo no permite apreciar anomalías. La orina, de un
peso específico de 1.030, contiene un 4,5 por 100 de azúcar y ninguna albúmina. Peso
del enfermo, 99 libras; hace tres años, 150 libras.
El 24 de marzo, gran cansancio, noche insomne, dolor sordo de cabeza, vértigo,
malestar y vómitos de mucosidad verde-amarilla. Temperatura, 36,3; pulso, 96. Pres
críbese aceite de ricino para mover el vientre.
El 25 de marzo, las mismas quejas, pero el malestar ha disminuido y se ha movido8 2
85 “Zur Lehre vom Diabetes mellitus”, Deutsches A rch. f ilr Klin. Med. X IV , 1876,
páginas 1-46.
80 A. Cantani, Diabetes m ellitus (Berlín, 1880) ; y antes en I I M orga gni (1867).
Sobre la significación histórica del descubrimiento de la acetonemia (Petters, Kaulich,
Cantani, Kussmaul) véase lo que en páginas ulteriores se dice.
le permite hacer alguna observación anatomopatológica y nuevos análi
sis químicos (sangre portal, sangre del corazón derecho, músculos). La
experimentación en el laboratorio de su clínica, ; ayudado por Ehrlich,
Rupstein, Salomon y Brieger. le hace ver que de la orina de tales enfer
mos pueden ser extraídos acetona y ácido acetilacético; pero estos dos
cuerpos no se muestran especialmente tóxicos, y no son capaces de pro
ducir en los animales y en el hombre sano síntomas semejantes a los del
coma diabético. La conclusión de Frerichs es a la vez negativa y expec
tante: “ D e modo rápido o lento, en la sangre (d e estos enfermos) acon
tece toda una serie de procesos metabólicos, de los cuales conocemos los
productos terminales— acetona y ácido acetilacético— : pero las etapas
previas de los procesos zimóticos que transcurren en la sangre son toda
vía desconocidas y difíciles de perseguir, a causa de la sutil y rápida
transformación que sufren las sustancias de esta serie. D e aquí que lla
memos intoxicación diabética a estos procesos zimóticos" sr.
El mecanismo íntimo del accidente comatoso es todavía desconocido;
pero ello no es obstáculo para que Frerichs lo considere taxativamente
como la expresión clínica de un proceso material susceptible de tipifica
ción. La patografía de Frerichs, su reflexión patológica y todas sus in
vestigaciones complementarias se hallan presididas por esta profunda
convicción fisiopatológica. Naunyn, discípulo de Frerichs, continuará ela
borando clínica y experimentalmente el pensamiento de su maestro 8
88: un
7
proceso de acidosis sería la esencia del coma diabético. Pero la investiga
ción acerca de este problema, tampoco resuelto por Naunyn, continuará,
cada vez más prolija, hasta hoy mismo. N o puedo ni debo seguirla ahora.
M e conformo con incluir en página aparte una de las historias clínicas
aducidas por Lauter y Baumann en 1928, cuando ya las técnicas para
investigar el recambio energético y material del enfermo han alcanzado
enorme complicación 89. La disposición tabular del relato patográfico hace
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patente el modo como lo conciben sus autores. Tratan éstos de hacer ver
ad oculos cómo existe una debilidad circulatoria aguda en la base misma
del síndrome comatoso de los diabéticos. Disminuye intensa y brusca-
mente el volumen sistólico— el corazón casi llega a latir "en seco” — y la
composición gaseosa de la sangre se modifica en consecuencia. “ Descri
to " mediante esa tabla de cifras mensurativas, el cuadro morboso es con
templado como la apariencia clínica de un flujo de materia y energía,
susceptible de ser reducido a una serie paralela de procesos físicos y
químicos elementales. Las columnas de la tabla descriptiva representan
el curso temporal de cada uno de estos procesos, individualizado del resto
a favor de la técnica analítica correspondiente. La vida del individuo, un
río d e ' movimientos químicos, mecánicos y térmicos, sufre ante los ojos
mentales del lector— mucho más que ante sus ojos corporales— la alte
ración procesal habitualmente llamada "coma diabético” ; la mente del
hombre, analítica y ordenadora, parece haber descompuesto el proceso
global en sus diversos elementos materiales y operativos.
En rigor, todas las enfermedades pueden ser estudiadas según este
punto de vista; pero no es difícil comprender que hayan sido las enfer
medades de la nutrición las más asiduamente investigadas desde él. Una
historia clínica de Thannhauser nos mostrará hasta dónde ha llegado la
concepción de los síntomas— en este caso, los de un ataque de gota—
como flujos de materia organizada, anómalos respecto al estado de salud
y dotados a la vez de regularidad procesal:
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' Este conciso relato p a tográ fico90 parece haber cumplido todos los
desiderata de la fisiopatología química. M ediante un análisis sistemático
de la sangre y de la orina, demuestra Thannhauser cómo durante los
ataques propios de la afección gotosa constitucional crece el nivel de la
uricemia, no obstante hallarse indemne la capacidad eliminadora del ri
ñón para el ácido ürico, los cloruros y el nitrógeno total. La investigación
microquímica, fiel a la mentalidad de Liebig y Frerichs, ha dado signifi
cación objetiva a los síntomas clínicos del ataque de gota; la visión de
éstos como procesos materiales y su estudio según la “ severa inducción
lógica de las ciencias de la naturaleza” permitieron reducir un complejo
sintomático á la condición de “ signo físico procesal” . Y como en el caso
de la fiebre y en el de los trazados gráficos, esto es el objetivo inmediato
de la mentalidad fisiopatológica.
En el prólogo a su magnífico Tratado del metabolismo y de las enfer
medades de la nutrición dice Thannhauser que a nuestro conocimiento de
los procesos metabólicos podrían aplicarse las palabras con que W in d e l-
band comenta el pensamiento filosófico de Heráclitó: “ N ada hay per
manente, ni en las cosas singulares del mundo ni en su conjunto. N o
solamente los fenómenos particulares, mas también el universo como to
talidad se hallan sometidos a incesante transformación: todo fluye y nada
permanece. N o se puede decir que las cosas son; tan sólo que llegan a
ser y que pasan en el juego eternamente cambiante del movimiento del
mundo. Y así, lo que permanece y merece el nombre de divinidad, no es
cosa ni sustancia alguna, sino el movimiento, el acontecer, el devenir
mismo” 91. N o es un azar que Thannhauser, fisiopatólogo de los procesos
morbosos materiales y heredero del espíritu de Liebig, Frerichs y N au-
nyn, haya elegido el texto que antecede. Tanto como una descripción
del continuo cambio de nuestros conocimientos acerca del recambio orgá
nico, ¿no expresan esas frases de W indelband la idea que los secuaces
del pensamiento físiopatológico tienen de la realidad del ser viviente, y
aún del universo entero? Y la morosa dilección con que Thannhauser re
coge las significativas palabras de W indelband, ¿no es, a su vez, una
prueba ex juvantibus de la relación maternal entre la Naturphilosophie
romántica y el pensamiento de los fisiopatólogos más consecuentes?
Aunque la orina del paciente contenga a veces azúcar, debe excluirse el diagnós
tico de diabetes, puesto que, fuera de la glicosuria temporal cuando se practicaron es
tas pruebas, no presentó el enfermo ninguno de los restantes síntomas característicos
de la diabetes, como poliuria y polidipsia, u otros análogos, y porque, como ya se ha
dicho, sólo eliminó azúcar a t e m p o r a d a s , incluso sometido a una dieta mixta.
La observación ulterior mostró, no obstante, que la glicosuria, de carácter sólo in
termitente al comienzo, era todavía comprobable después de muchos meses. Máa tarde
llegó a quejarse el paciente de prurito cutáneo y de sed algo acentuada, y eliminó a
veces más de 2.500 c. c. de orina. Tratábase, por tanto, en la época de nuestro expe
rimento, de un caso de diabetes incipiente. Que al fin llegó a tratarse de una diabetes,
lo demuestra, además de lo dicho, la circunstancia de que el paciente, sometido a dieta
mixta cuando este trabajo va a ser impreso—casi a los dos años de su estudio—, eli
mina 2,8 por 100 de azúcar.
A. Prueba con 1 0 0 g r . d e a z ú c a r d e u v a , practicada el 27-11-1897:
El paciente toma a las seis de la mañana, en ayunas, 100 gr. de azúcar de uva en
500 c. c. de agua. La eliminación se hizo en las veinticuatro horas subsiguientes según
esta tabla:
7- 8 200 +
8- 9 : 2 oo + "T 1 tubito. i 2
9 -1 0 200 + 1 2,4 4,8
10-11 ISO + ~r 1 2 3,6
11-12 120 + 3/4 1,2 1,4
Según esto, el paciente eliminó en las seis horas subsiguientes a la ingestión 11,8
gramos de azúcar, esto es, el 11,8 por 100 del azúcar ingerido. En el curso de la
tarde y de la noche—es decir, desde el mediodía hasta las seis de la mañana—eliminó
todavía 3,69 gr. de azúcar; por tanto, 15,49 gr. en las veinticuatro horas.
B. P r u e b a c o n s o p a d e h a r in a , practicada el 25-11-1897.
El paciente toma a las seis de la mañana, en ayunas, una papilla de 143 gr. de
harina de maíz en 500 c. c. de agua, cantidad que aproximadamente corresponde, en
cuanto a su contenido en hidratos de carbono, a los 100 g r . d e azúcar de uva. Todo
se hizo conforme al precedente esquema. He aquí el curso de la eliminación:
454 L a H i s t o r i a C l í n i c a
7- 8 130 _ _ _. _
8- 9 150 + + 1/4 tubito. 0,1 0,15
9-10 170 + + 1/4 0,4 0,68
10-11 . 200 + 1/4 ” 0,4 0,80
11-12 130 + + 1/2 ” 0,6 0,78
Por tanto, el paciente eliminó en las seis horas subsiguientes a la ingestión 2,41 gr.
de azúcar, esto es, un 2,41 por 100 del azúcar contenido en el hidrato de carbono in
gerido. En el curso de la tarde y de la noche eliminó 7,02 gr.; es decir, 9,43 gr. en las
veinticuatro horas.
C. Pruebas con cantidad variable de azúcar.
El 5-III-1897 se administran al paciente 50 gr. de azúcar de uva, en la forma ha
bitual. He aquí el curso de su eliminación:
220 + + 1 1 2,2
9-10 140 + + 1/2 " 0,4 0,56
10-11 150 — — — — —
11-12 135 — — — — ' —
E l paciente eliminó. en consecuencia: antes del mediodía, 3,36 gr., o sea un 6,7
por 100; y después del mediodía, 2,4 gr. En total, 5,76 gr., es: decir, 11,52 por 100 del
azúcar ingerido.
E l 9 -III-1897 se le administran 200 gr. de azúcar de uva, disueltos en 750 c. c. de
agua, que elimina conforme a la tabla siguiente:
Según esto, el paciente eliminó: antes del mediodía, 23,2 gr., esto es, un 11,6 por
100; y después del mediodía, 6,36 gr. E,n total, 29,56 gr.; es decir, el 14,78 por 100 del
azúcar ingerido101.
R„ un joven de 19 años. Nefritis aguda desde hace cinco días; etiología descono
cida. Previamente, hematuria. No hay edemas, ni uremia. Corazón normal. Presión, 122.
Arterias muy tensas, netamente palpables.
102 Véase, por ejemplo, el libro de Frerichs (D ie B rig h tJsche N ierenkrankheit und
deven Behandlung, Braunschweig, 1851).
103 Citado por Bard y Bonnet, “Recherches -et considérations clíniques sur les diffé-
rences de perméabilité dans les diverses espéces de néphrites”, A rch. gén. de méde-
cine, I, 1898, pág. 129. L a prueba del yoduro potásico fué cuidadosamente estudiada
por Roux ( Thése de París, 1890), y luego por Anten, Ingelfinger, Oerum, etc. Véanse,
por otra parte, los trabajos de Schlayer que luego menciono.
1W Achard, primero, y luego Achard y Castaigne, hicieron diversas comunicacio
nes a la Bociété Médicale des H opitaux, durante los años 1897 y 1898. El libro L ’ecca-
men cliniqüe des fonctions rénales, París, 1900, ofrece una exposición de conjunto de
sus trabajos. Ulteriormente comprobaron el método Albarrán ( L }exploration des fo n c
tions rénales, París, 1905) y K. Assfalg, en la Clínica de Senator ( “Die Verwendung
des Methylenblau zur Prüfung der iNierenfunction”, Zeitschr. fü r klin. Med., X L IV ,
1902, págs. 228-250). L a mentalidad fisiopatológica con que Assfalg usa esta prueba
queda muy bien expresada en la conclusión de su trabajo: “Así como la determina
ción del ácido clorhídrico del estómago indica sólo trastornos funcionales, y no enfer
medades determinadas, así también el mero resultado de la prueba del azul de meti
leno no justifica nunca conclusiones precisas acerca del estado anatómico del riñón, y
únicamente permite un juicio acerca del ocasional estado funcional de los riñones.
L as alteraciones anatómicas del riñón no producen siempre perturbaciones funciona
les; y, recíprocamente, la función renal puede presentar considerables desviaciones
de la normalidad sin que existan alteraciones anatómicas.”
E l i m i n a c i ó n d e s u s t a n c i a s p r o p i a s d e l o r g a n i s m o . A g u a : Al c o m i e n z o , leve oliguria
durante unos ocho días; luego, cantidad normal con propensión a levísima poliuria
(1.500-1.900 tras la ingestión de 2.000), y lo mismo con ocasión de la inyección de
maltosa. C l o r u r o s ó d i c o : Desde el comienzo, buena eliminación, tanto absoluta como
procentual; siempre es algo mayor la cantidad eliminada (para una ingestión de
10-12 gr., una excreción de unos 15 gr.). Concentración muy alta, entre 0,8-0,9, y
1,15 por 100.
El p e s o e s p e c i ¡ i c o , con un 0,5 por 1.000 de albúmina, oscila entre 1,014 y 1,024.
En la eliminación de sustancias propias del organismo no se observa, por tanto,
alteración notable, salvo la oliguria del comienzo. Tampoco existe hispostenuria. Sólo
la albúmina, la cilindruria y la hematuria atestiguan la existencia de una lesión renal.
E l i m i n a c i ó n d e s u s t a n c i a s a je n a s a l o r g a n i s m o . La lactosa es eliminada en seis ho
sin edemas ni uremia; corazón, normal; tensión, 126 mm. de Hg; las arterías, de nuevo
muy tensas.
E l i m i n a c i ó n d e s u s t a n c i a s p r o p i a s d e l o r g a n i s m o . A g u a : Neta y considerable po
ios véase, a tal respecto, el libro de Jiménez Díaz y Cañizo Enfermedades del ri~
iíón (N e fritis ), Madrid, 1934, así como el Tomo II de las Lecciones de P a tología ñié-
de Jiménez Díaz (Madrid, 1940) y la P a to lo g ía general, de Nóvoa Santos.
mérulos, y de juzgar acerca del género de su participación funcional” 107.
A firm a el principio fundamental de la nosología fisiopatológica que
no hay diferencia esencial entre la vida normal y la vida enferma. “ El
estado de enfermedad no es sino vida fisiológica en condiciones altera
das” , dicen simultánea y coincidentemente Cl. Bernard y Frerichs. En
tre la salud y la enfermedad no habría demarcación precisa, aun cuando
una y otra sean dos estados fisiológicos distintos. Pues bien, la prueba
funcional es el testimonio más visible e inmediato de ese modo de pensar.
Sometida la actividad del organismo viviente a una condición exterior
bien determinada, y reducido a cifras el resultado de esa actividad, cierta
zona de valores— si no bien definida, no por ello menos inexorable—
marca la separación entre el éxito “ normal” y el éxito “ patológico" de la
prueba. La salud y la enfermedad quedan reducidas— otra vez— al siste
ma de guarismos en que se expresa la índole y la cuantía de sus proce
sos elementales.
10s “Ueber die Veránderungen des Herzens und des Gefásssystem bei acuter Ne-
phritis”, Zeitschr. f ü r klin. Med,, V II, 1884, págs. 260-281.
L a H i s t o r i à C l í n i c a e n e l s i g l o X I X
Tempera-
Pulso Orina
tura
j Mañana...
! Tarde .....
1
Mañana...
Cantidad..
Tarde ......
Peso esp.
Día Albúmina Observaciones y esfigmograma
Junio
2 39,8 150;
3 38,6 .40 132 170 Brote del exantema.
4 38,8 40,4 144,144 950 1012 Débil entur
biamiento.
5 38,0 38,8 124 128 1150 1009 No hay. Palidece el exantema.
6 37,6 38,1 132 124 800 1010
7 37,3 38,2 118 118 1000 1012
8 37,2 37,8 98 104 900 1010
9 37,1 38,1 108 108 1250 1014
1G 37,2 37,6 108 112;1250 1018
11 36,3 37,5 94 112 1150 1015
12 36,2 37,2; 114 97)1100 1015
14 36,4 37,2 118 114,1250 1015
16 36,6 38,0 120,124)1400 1015
1 i
18 36,9 39,4 117:128 800 1015
20 37,7 39,1 lOO! 106 450 1021 Algo más. Indicios de edema facial. Segundo torio
aórtico intensificado.
1
25 36,8 37,3 80 78' 400 11013 Más aún. Matidez cardíaca mayor.
!
26 37,0 37,4 77 76,1100 1010 Bastante.
►4 O
3
Dia f» 3 Albúmina Observaciones y esfigmograma
» 3
Julio
1 37,5 ¡ 37,6 79
|
i 750 i1011 j Bastante.
Ago.
3 36,8 37,6 124 124 1150 1014 No hay.
J ____ i i I
la especulación metafísica, como entre los románticos, sino por el camino
de la mensuración especulativa— trata de penetrar “ científicamente” en el
seno mismo de la realidad clínica. La tentadora utopía progresista de un
"análisis infinito” , aquel de que había hablado Leibniz, late bajo las mi
nuciosas “ tablas” a que las historias clínicas van tantas veces quedando
reducidas. Como antes dije, el proceso descrito por el patógrafo no reci
be su última significación de la “ figura visible” que ofrece al observador,
sino de su “ figura racional” , de la “ ley ” oculta o patente que preside o
parece presidir su variación en el tiempo.
T a l vez sorprenda que R iegel no haya procurado expresar numeral
mente la cuantía de la tensión arterial, y que se conformase con la pre
caria objetivación de ese dato clínico que otorga el esfigmograma. M as
no debe olvidarse la fecha de sus observaciones: 1881 y 1882; justamente
los años en que los trabajos experimentales de M a rey 109, W aldenburg 110
y von Basch son aplicados a la construcción de esfigmomanómetros clí
nicamente utilizables. El primer esfigmomanómetro clínico de von Basch
ha sido descrito el año 1881 m . Pocos meses después publicaba I. Z a -
d e k 112 las primeras determinaciones cuantitativas de la tensión arterial
en las afecciones más diversas, y estudiaba en varios procesos febriles las
relaciones entre la curva de la tensión y las de la temperatura y el pulso.
N o es un azar que las tablas y las curvas de su estudio tengan la misma
apariencia "estilística” que las de Riegel. H e aquí, en efecto, la tabla
que representa el primero de sus casos:
Tem pera
Frecuen Tensión
D IA Hora cia de la Observaciones
tura del pulso radial
Julio.......
20 A. m. 8 36,5
M. 12 38,2 84 96-104 Tras breve escalofrío.
P. m . 2 39,1 84 90-94
P. m. 3 39,0 88 98-106
' 21 A. m. 8 40,6 104 108-116
A. m. 11 40,1 96 118-126
P. m. 2 38,0 96 84-88 Intensa sudoración.
22 A. m. 10 35,5 64 90-98
23 A. m. 9 35,7 60 80-88
A . m. 11 Normal. 60 78-84
ios Travaux du La boratoire, París, 1875.
J1° D ie Messung des Pulses und des B lutdrucks am Menschen, Berlín, 1880.
111 “Ueber die Messung des Blutdrucks am Menschen”, Zeitschr. fü r klin. Med.,
II, 1881, págs. 79-96.
112 “Die Messung des Blutdrucks am Menschen mittelst des Basch’schen Appara-
tes”, Zeitschr. fü r klin. Med., II, 1881, págs. 509-551.
Basta reducir estos datos a trazado gráfico (fig . 5) para advertir
— aparte el relativo paralelismo de su curso temporal— la rigurosa ana
logía entre esta consideración del síntoma observado (la presión arte
rial) y la de la fiebre en las investigaciones de W underlich. La presión
arterial, síntoma apreciado hasta ahora por el tacto del explorador o co
legido de la apariencia del esfigmograma, ha llegado a ser medido con
exatitud. Su curso en el tiem
po puede ser ya estudiado co
mo la sucesiva evolución de un
proceso energético, el de la ten
sión mecánica de la sangre cir
culante sobre la pared de la ar
teria. O tro nuevo triunfo y otro
nuevo problema para el pensa
miento fisiopatológico.
IV .
físico". La mentalidad anato-
moclínica, que había comenzado
Fig. 5.—Variación paralela de la temperatu hipervalorando los signos físicos
ra ! trazo fino), la frecuencia del pulso (tra
zo punteado) y la presión sanguínea (trazo y menospreciando los síntomas,
grueso). M = mediodía; P m = post m eri-
d iem ; A m — ante meridiem. acabó concediendo cierto valor
semiológico a estos últimos,
siempre que sirviesen para indicar la existencia, la cuantía o ¡a especie de
una lesión anatómica localizada. Intentó,' pues, convertirlos en “ signos
físicos espontáneos” . El síntoma tendría importancia en cuanto “ signifi
cativo” de lesiones visibles.
Pronto se levantaron contra esta actitud intelectual los patólogos fi-
siopatológicamente orientados. Es muy elocuente el ejemplo de W . Sto-
kes (1804-1878), el gran clínico de Dublín. Comenzó siendo un fiel
seguidor de Laénnec ( Introduction to the use of the Stethoscope, 1825),
y con esta mentalidad comenzó a estudiar las enfermedades del corazón.
Pero a medida que fué creciendo su experiencia, advirtió que debía con
cederse más importancia a los “ síntomas vitales” , reveladores del estado
del miocardio, y no darla tan exclusiva a los “ síntomas físicos” , signifi
cativos tan sólo del estado de las válvulas (Diseases of the heart and
aorta, 1854). A la misma conclusión llegaba Leyden algunos años más
tarde. “ Estos triunfos— escribía, refiriéndose a los de la exploración f í
sica— dieron también lugar a descarríos. El diagnóstico físico pareció
poder y deber hacerlo todo. Se vino a pensar que un corazón en que la
percusión y la auscultación no pudiesen comprobar nada anormal sería
un corazón sano; y, recíprocamente, que un corazón en el cual se oye
algo anómalo, se hallaría gravemente enfermo. Se olvidaba estimar sufi
cientemente, junto a los síntomas físicos, los trastornos fisiológicos rela
tivos al corazón, en modo alguno paralelos a aquéllos” 11S.
Leyden fué un patólogo ecléctico: " N o se adscribió a ninguna orien
tación particular, ni a la vieja clínica al modo de Trousseau, ni a la lla
mada fisiológica, ni a la anatomopatológica” , decía Krehl en un artículo
conmemorativo *114. En consecuencia, daba la debida importancia a los
“ síntomas fisiológicos” y los colocaba al lado de los “ signos físicos". R e
cuérdese la historia clínica de Leyden reproducida en el apartado ante
rior; Pero el verdadero fisiopatólogo no puede conformarse con esto. Si
se ve la enfermedad como un proceso material continuo, la lesión ana
tómica tiene que ser considerada como un "estado” — más o menos firme,
pero siempre ocasional— de ese proceso patológico. Y , correlativamente,
el "signo físico” tradicional o laéennequiano no será ya el testimonio
patente de una lesión latente, sino el índice de un estado funcional siem
pre mudable, por muy firme que parezca su fundamento material en el
acto de la exploración. Si para el clínico anatómico todo “ síntoma" debe
ser convertido en “ signo físico lesional", el empeño del clínico fisiológico
es en cierto modo el inverso: todo “ signo físico” debe ser convertido en
“ signo funcional".
El más sencillo y, por tanto, el más tempranamente planteado de todos
los casos posibles fué el que proponen los datos de laboratorio. Cuando
el clínico descubre por vez primera una anomalía química en el cuerpo
del enfermo o en alguna de sus secreciones, su mente tiende inmediata
mente a considerarla como signo específico de la afección morbosa a que
corresponde; y si hubo hallazgos de autopsia positivos, de la lesión en
que la enfermedad parece tener su causa inmediata. Páginas atrás cité
el ejemplo de Frerichs. Estudiando químicamente un caso de atrofia ama
rilla aguda del hígado, observó la presencia de cristales de leucina y tiro-
sina en el residuo sólido de la secreción urinaria. El primer movimiento
de su ánimo fué pensar que ese hallazgo podría constituir un signo pa-
tognomónico de la atrofia amarilla aguda, como la albuminuria de la nefri-
m “Ueber die Sclerose der Coronar-Arterien und die davon abhángigen Xtrankheits~
zustande”, Zeitsch r. f ü r telin. MecL.j V II, 1884, págs. 4c9-486 y 539-£80.
ii4 “Ernst von Leyden”, Deutsches A rch iv fü r telin. M ed.} CI, 1911, pág. II. Von
Leyden fué un gran clínico. Cuenta Siebeck que solía decir a sus alumnos: “L a acción
terapéutica del médico comienza en el momento en que da la mano al enfermo.” (Y
aun antes: en cuanto el enfermo advierte que necesita ayuda médica.) Como patólogo,
fué Leyden hijo de su tiempo; pero procuró serlo de todos los modos, posibles.
tis, según las famosas investigaciones de Bright. H e aquí su esquema
semiológico: decrecimiento del área de matidez hepática + presencia de
leucina y tirosina en el sedimento urinario = atrofia amarilla aguda del
hígado. M as cuando fué creciendo la experiencia clínica de Frerichs y
conformándose su pensamiento fisiopatológico, prefirió ver en la tirosi-
nuria el “ signo funcional" de un proceso metabólico todavía oscuro: un
signo de “ las transformaciones que sufren las sustancias albuminoideas
cuando el,Jugado deja de ser activo” . Apenas es necesario advertir que
éste ha sido el camino de, la investigación ulterior.
M ás discutido y patente fué, sin embargo, el problema de la albu
minuria. En los años inmediatamente ulteriores a Bright, Christison y
Rayer, un hallazgo de albúmina en la orina equivalía a un diagnóstico de
nefritis: la albuminuria era “ signo físico” de la lesión renal. Es cierto
que Bostock, el químico de Bright, había admitido que la orina del hom
bre sano puede contener accidentalmente una albúmina no coagulable por
el calor y coagulable por adición de ácido clorhídrico y cloruro mercúri
co 115*; pero pronto se le argüyó— como a Spittal, cinco años después, y
a Gigon, en 1857— que los precipitados así obtenidos pueden no proceder
de albúmina propiamente .dicha. Becquerel, que descubrió la presencia de
albúmina en la orina de un enfermero sano, se preguntaba: “ pero este
hombre ¿habrá sufrido más tarde una enfermedad de Bright? N o he po
dido saberlo” lle.
A sí se pensaba en torno a 1850. Pocos años más tarde, J. V o g e l afir
mó haber observado durante años albuminurias leves sin el menor tras
torno renal o extrarrenal. Describió, además, un caso de albuminuria in
termitente: la orina diurna contenía albúmina, la de la noche se hallaba
exenta de ella. V o g e l atribuyó este desorden a la existencia de oscilacio
nes en la circulación ren a l117. M ás exactas y demostrativas fueron,
no mucho después, las observaciones de Ultzmann 118 y W . G u ll119. Pero
en todos estos casos se trataba de hallazgos más o menos accidentales.
W . Leube, en cambio, emprendió investigaciones sistemáticas en indivi
duos sanos. N o pocos soldados sometidos a marchas forzadas presenta
ron una albuminuria evidente 12°. Con ello y con la inmediata publicación
c ia in m e d ia t a de in te n s a s c o n m o c io n e s de c a rá c te r d e p re s iv o , en e s p e c ia l su sto s v io
oliguria una abundante poliuria, con mínimo o nulo contenido en albúmina, como solía
suceder cuando los movimientos de su ánimo eran alegres; y así, bajo la impresión de
éstos, el paciente estaba a p r i o r i casi seguro de emitir una orina no albuminosa. Sín
toma concurrente de los "accesos” era una sorda sensación dolorosa en la región
renal, como de una hora de duración y con muy acusada sensibilidad a-la percusión
dé dicha zona.
No obstante el alto porcentaje de la albúmina en la orina eliminada bajo la acción
de las emociones depresoras (cifra más alta, 0,6 por 100), de las cuales proceden
posiblemente las más albuminosas de toda la investigación, la pérdida proteica diaria
era muy baja. La máxima cantidad por mi anotada fué de 2 gr. justos (casi nunca
más de un gramo), con un volumen de orina diario de 7 0 0 a 800 c. c.; es decir, una
122 p > Fürbringer, “Zur Kenntnis der Albuminurie bei gesunden Nieren”, Zeitschr.
fü r Iclin. Med., I, 1880, 340-357.
conexas con la vida personal. D e las anómalas reacciones corporales de
un hombre ante determinadas vivencias muy conmovedoras, lo que im
porta al íisiopatólogo es, por modo eminente, cuando no exclusivo, la
expresión de las mismas en el proceso material y energético de la vida.
“ V id a humana” y "proceso vital” — entendido éste como un flujo de ma
teria y energía— son para el fisiopatólogo conceptos y realidades equi
valentes.
Hócenos ver esta historia, por otro lado, cómo un viejo “ signo físi
co” , la albuminuria, ha llegado a convertirse para el médico en puro “ sig
no funcional” . La presencia de albúmina en la orina no atestigua ya una
lesión anatómica, sino un estado funcional de los riñones. Lo cual equi
vale a decir que en la lesión anatómica no se ve tanto la causa inmediata
de los síntomas y los signos que la “ significan” -— su aitía synektiké o
“ causa continente" de la patología galénica— , como una consecuencia
m orfológica del proceso morboso más o menos sólida y perdurable. La
lesión de los órganos aparece como un “ efecto morfofuncional” de la
enfermedad, si ésta es entendida como una anomalía del flujo energético
y material de la vida.
El clínico fisiopatólogo explica los síntomas que observa según el
saber fisiológico de su tiempo. Edlefzen y Fürbringer recurren, al menos
en parte, a dos puntos de apoyo: la doctrina de Runeberg acerca de la
filtración de la albúmina a través de las membranas animales (e l conte
nido en albúmina del filtrado disminuye cuando aumenta la presión de
filtración, y aumenta cuando esta presión disminuye) 123 y los hallazgos
experimentales de Ranke en torno a las oscilaciones en la presión san
guínea de los vasos glomerulares. Fürbringer sugiere, además, la conve
niencia de admitir una peculiar disposición individual en la permeabilidad
del glomérulo: eine individuelle Permeabilitat der Filtermembran. Y aña
de: “ Lesiones anatómicas profundas de la pared vascular y del estrato
epitelial del glomérulo, a causa de procesos degenerativos o inflamato
rios, no podemos admitirlas en este caso, dadas la periodicidad de la
eliminación de albúmina y las restantes propiedades de la orina; más
bien debemos pensar que se trata de alteraciones susceptibles de un rá
pido equilibrio y sometidas a un cambio de muy breve período temporal.
D e qué índole son tales alteraciones, no es hoy cosa fácil de saber. La
hipótesis de una influencia nerviosa parece la más fácilmente conciliable
con el curso de la emisión de las orinas continentes de albúmina y exen
tas de ella... Una observación comparativa de las propiedades de la'
123 A rch iv der Heükunde, X V III, 1877, y Deutsches A rch iv fü r klin. Med.; X X III,
1878.
orina emitida en hipotensión mecánica de la sangre glomerular (por san
gría o por compresión de la arteria renal), unas veces con integridad
de los nervios renales, y otras tras su exclusión, podría tal vez resolver
el problema.” La mentalidad fisiopatológica sigue expresándose con mu
cha claridad en estas palabras de Fürbringer.
E l destino ulterior del problema fisiopatológico de la albuminuria no
puede ser expuesto aquí. Poco después del trabajo de Fürbringer, y no
contando las observaciones confirmatorias de Kleudgen 124, dos importan
tes estudios van a ser publicados: el de Senator 125 y el de von N oor-
d e n 126. Cualesquiera que sean las ineludibles variantes personales, la
mentalidad con que es juzgado el fenómeno de la albuminuria sigue sien
do la misma. N o es un azar que Senator establezca un paralelo entre la
albuminuria, la glicosuria y la oxaluria, en tanto consecuencias de otros
tantos estados funcionales específicos. D os años posterior al excelente
artículo de von N oorden es, por parte francesa, un gran libro de Lecorché
y Talamon: el Traité de l’albuminurie et du mal de Bvight (París, 1888).
Pero todo ello es materia ya tratada con suficiencia en los manuales
contemporáneos 127.
Baste el ejemplo de la albuminuria. M as no debe creerse que es úni
co, ni que esa “ funcionalizadón” de los signos físicos laénnequianos sólo
se ha producido en el caso de los otorgados por el laboratorio. ¿Cómo
desconocer que ni siquiera los signos físicos más directamente revelado
res de una lesión anatómica— los percutorios y auscultatorios— han que
dado exentos de interpretación fisiopatológica o procesal?
Quiero ser bien entendido. Si en cierta zona del pecho de un enfermo
se ausculta un soplo anfórico musical, con pectoriloquia, y si la percusión
de esa zona permite comprobar los signos sonoros llamados de-W intrich,
de Gerhardt y de Friedreich, es evidente que bajo la superficie ausculta
da y percutida existe una caverna pulmonar. Los mencionados signos fí
sicos no son inmediatamente sino indicios ciertos de la lesión anatómica
a que corresponden: esto es, de la caverna pulmonar. Pero bajo su posi
ble ‘significación inmediata” o lesional, todo signo físico tiene, además.
128 W . Neumann, Clínica de la tuberculosis pulm onar en el adulto, tracl. esp., B ar
celona, 1934, pág. 141. Aun cuando en la procesalización de la tuberculosis lograda
mediante los esquemas de Ranke interviene un elemento nuevo y no estrictamente
N o puede comprenderse el sentido de este conciso relato patográfico
sin la consideración de su contexto. La exploración física del enfermo
permitió a Neumann descubrir una caverna apical. Pero esa caverna sólo
recibe su plena significación clínica cuando se la considera “ procesal
mente” ; esto es, según su relación con el brote originario. Para N eu
mann, la “ gripe” de que habló el enfermo era el primer brote del proceso
tuberculoso: un “ infiltrado precoz” correspondiente al I V esquema de
Ranke (fa se de la tuberculosis localizada en los órganos), al cual siguió
rápidamente la fusión caseosa del foco y, por tanto, la producción de la
caverna que la exploración había revelado. El proceso local se hallaría,
pues, en primer período de remisión, y de ahí las cautelas terapéuticas de
Neumann, la perfidia del rápido restablecimiento y la neumonía caseosa
filial, consecutiva a la aspiración y difusión de los materiales cavitarios
que produjo el imprudente esfuerzo del enfermo. Una caverna de las
llamadas “ estacionarias” — y, con ella, los signos físicos delatores de su
existencia— habría adquirido a los ojos del patógrafo una significación
completamente distinta. Véanse, si no, los tan demostrativos estudios
de Bacmeister.
Basta todo ello para comprender la visión fisiopatológica del signo
físico. Repetiré la fórmula que antes expuse: para la mentalidad anato-
moclínica, todo síntoma debe ser convertido en signo lesional; para el
fisiopatólógo, en cambio, todo signo físico debe ser visto como signo
funcional.
te (1 3 5 -1 4 0 ); la r e s p i r a c i ó n era s o n o r a , a c e le r a d a (3 6 ) y con e x c u r s io n e s r e s p ir a to r ia s
120 “Z vly Lehre vom Diabetes mellitus”, Deutsches A rch iv fü r hlin. Med,, XIV,.
1874, -pág-s. 1-46.
mentalidad anatomoclínica la única explicación suficiente de la “ regula
ridad” .
Aun cuando Kussmaul haya sabido dar su parte congrua a la inves
tigación anatomoclínica— ahí está el libro D ie Stomngen der Sprache,
muy en la línea que va de Broca a W ern icke— , su actitud intelectual
frente a la “ gran respiración” del coma diabético .es visiblemente fisiopa-
tológica. M ás que en una lesión qrgánica bien localizada, piensa en un
desorden funcional consecutivo a la "impurificación química de la san
g re ” o a una "intoxicación conexa con las alteraciones químicas propias
de la diabetes” ; efecto, por tanto, de una discrasia. Esa disnea “ no es
producto de una excitación refleja de los centros respiratorios a través
de los vagos o de los nervios laríngeos, sino consecuencia de una excita
ción centra] directa” ; pero sobre la naturaleza del agente tóxico que la
determina, confiesa Kussmaul no poder decir nada. T a n sólo le parece
clínica y experimentalmente seguro un dato negativo; que, contra lo
afirmado por Petters y Kaulich, no es la acetonemia la causa inmediata
de los síntomas terminales de los diabéticos. Pocos años más tarde hará
ver Senator que el "síndrome de Kussmaul” , como él prefiere llamar al
“ coma diabético” , puede presentarse en las afecciones más diversas, y lo
referirá a una autointoxicación por productos de desecho del metabolis
mo normal o patológico130.
Acabo de nombrar-— por segunda vez— las investigaciones de Petters
y de Kaulich acerca de la acetonemia. Cualquiera que haya sido su error
acerca de la acción tóxica de la acetona en la diabetes, tal hallazgo mues
tra también cómo la orientación fisiopatológica de la mente del clínico
puede conducir a la descripción de signos y síntomas nuevos. En este
caso se trata de un signo olfativo, el olor a acetona, originariamente
llamado “ olor a cloroform o" o "a manzanas” .
La concepción de la diabetes como un disturbio típico del recambio
material condujo a examinar con especial atención la composición química
de las excreciones y los humores de los diabéticos. A W ilh . Petters, mé
dico de Praga, le venía sorprendiendo la frecuencia con que olían a clo
roform o la orina y otras excreciones de los diabéticos. P o r'fin , en 1857,
pudo referir a la acetona la causa de ese olor:
K. R., de 22 años, hilandera de lana de Wetzlar, dice haber padecido desde enero
a marzo de 1895 una grave enfermedad febril, con trastorno de la cabeza y úlceras de
decúbito que duraron algunas semanas; el médico dijo que la enfermedad era una
“inflamación pulmonar". Con el retorno de la salud, aparecieron temblores en los dos
brazos, y con frecuencia en el cuerpo entero.
Mientras la paciente—una mujer pequeña, de complexión delicada—está sentada en
la silla, con actitud y ánimo deprimidos, un continuo temblor agita sus brazos. Los
pulgares y los índices ejecutan sin pausa los movimientos del hilado, con más inten
sidad en el lado derecho. También las piernas tiemblan de cuando en cuando, especial
mente si la enferma habla, y comunican su agitación a todo el cuerpo.
Aparte un leve bocio, respiración acelerada y las alteraciones en el brazo derecho
L A O B J E T IV A C IO N D E L A E T IO L O G IA
143 Sobre el problema de la acción patógena del medio social y su proyección pa-
tográfica, véase lo que se dice ,en el Capítulo V III. Cuando se habla de la “acción
patógena del medio” no debe olvidarse, en efecto, que, en el caso del hombre, cabe
distinguir en eso que llamamos “medio”—aunque la distinción sea más metódica que
real— dos porciones de significación bien diferente; la compuesta por las realidades
de significación preponderantemente biológica (los estímulos de la vida instintiva) y
la que integran las realidades de significación preponderantemente personal (estímu
los religiosos, intelectuales, sociales, estéticos, etc.).
reglas de Koch para demostrar la condición patógena de un microorga
nismo; y, como ellas, todos los razonamientos etiológicos, tácitos o expre
sos, de la medicina experimental del siglo X I X .
Quiero mostrar cómo la patografía ha expresado este riguroso y fe
cundo esfuerzo por objetivar la etiología procatárctica de las enfermeda
des. Para ello ordenaré mi exposición según las dos disciplinas etiológicas
hoy principales: la toxicologia y la microbiología. Por las razones que
diré, la patografía de la herencia patológica será estudiada en el párrafo
correspondiente a la objetivación de las causas proegúmenas.
A . Que ciertas enfermedades son debidas a la acción de sustancias
tóxicas o “ venenos” sobre el organismo humano, es una noción acaso tan
vieja como el hombre mismo 14“. Pero yo no trato ahora de exponer una
historia de la toxicologia, ni siquiera en diseño, sino de mostrar cómo la
objetivación del saber toxicológico— obra del siglo X I X , desde O rfila a
Schmiedeberg— se manifiesta en la patografía 1
445, Léase para ello, entre
tantísimas posibles, esta historia clínica de A lbert Fránkel, el descubridor
del neumococo, relativa a un caso de intoxicación por ácido oxálico:
V., un camarero de 48 años, sano hasta ahora, tomó el 10 de junio de este año
(1881), con el propósito de quitarse la vida, 10 p [ e n n i g s de ácido oxálico disueltos en
medio vaso de agua. Diez minutos después comenzó a vomitar violentamente un líquido
acuoso, en cantidad como de una palangana. Esto se repitió varias veces en el curso
del día: a la vez se presentó diarrea. Tanto los vómitos como las heces habrían sido
de color negruzco. Dolor y ardor en el estómago sólo los sentía en el momento de
vomitar.
A su ingreso en el departamento hospitalario de la Clínica Propedéutica ofrecía el.
paciente el siguiente cuadro clínico:
Es un hombre alto, robusto, con musculatura bien desarrollada y amplio tórax..
Sensorio completamente claro, por lo que el enfermo es capaz de dar informes muy
precisos acerca de sus vivencias del día y de su estado actual. Quéjase de fuerte
cefalalgia, ardor en el cuello y constantes náuseas, las cuales determinan de cuando en
cuando la regurgitación de pequeñas cantidades de un líquido más bien mucoso. Con
ocasión del vómito, así como por la presión del epigastrio, vivo dolor en el estómago.
Las arterias radiales hállanse estrechas y poco tensas; la frecuencia del pulso es algo
baja (54 por minuto): cuéntanse por minuto 28 respiraciones costoabdominales, del
todo regulares y no disneicas. Tonos cardíacos notablemente débiles, aunque puros. No
puede comprobarse anomalía en los pulmones ni en la r e g i o c o r d i s . La piel está leve
10 junio. 0 _ _ , ___ _
11 " 0
12 ” 30 7 _ .
__ I ,
13 ” 110 1007,0 — — — in la orina, sólo indi-
cios de oxalato cál-
cico.
14 " 430 1008,0 2,48! 0,45 0,0182 Dieta: caldo, con hue-
vo, 1.500 c. c. de le
che, sopa.
15 " 249 1008,0 4,73! 0,86 0,0182
16 " 905 1007,0 9,77! 2,26 0,0756
17 ” 1380 1008,5 13,73 4,97 0,0261
18 ” 2310 1007,5 22,98 7,39 0,0261 Dieta: caldo con hue-
vo, 750 c. c. de leche,
asado, panecillo.
19 " 3120 1007,5 31,82 10,61 0,0695
20 " 2890 1007,5 32,08 10,69 0,0695
21 ’’ 3380 1007,5 38,19 11,86 0,0785
22 " 4020 1007,0 47,84 16,88 0,0785
23 ” 4060 1008,0 48,31 ' 17,46 0,0786
24 " 3580 1008,5 47,61 16,47 0,0786
25 ” 4030 1008,5 48,56 20,55 —
El Sr. R., de 42 años, que padecía una tisis pulmonar crónica con afección larín
gea, vino a consultarme en la primavera de 1883 para saber si estaba indicada una
cura estival. La exploración puso de manifiesto una condensación bastante intensa del
lóbulo superior del pulmón izquierdo, menor afección del vértice derecho, apirexia to
tal, escaso apetito, debilidad y adelgazamiento. La expectoración era bastante copiosa
y purulenta; un examen cuidadoso y repetido de los esputos no permitió descubrir en
ellos fibras elásticas ni bacilos tuberculosos. Creimos, por tanto, que se trataba de una
tuberculosis curada, y que podía establecerse un pronóstico benigno. Enviamos al
paciente al sanatorio del Dr. Thilenius, en Soden, Como en este caso me interesaba
muy especialmente la causa de la muerte, el Dr. Thilenius me remitió este preciso
informe:
“A la llegada del paciente a Soden existía una infiltración en el lóbulo superior
del pulmón i z q u i e r d o . En el vértice pulmonar derecho, sonido levemente velado y espi
ración prolongada sin estertores. Temperatura, 39°. Diarrea. Exploración laríngea: la
cuerda vocal superior izquierda, fuertemente tumefacta; en su extremidad posterior,
una gran úlcera, que se extiende al borde de la cuerda vocal inferior. Los esputos
fueron repetidamente examinados y siempre se hallaron exentos de bacilos. A los
diez días, temperaturas de 37 a 38,5°. Heces normales. Apetito y estado general buenos.
En la tercera semana de su estadía se desarrolló una propagación de la infiltración
izquierda hacia el lóbulo inferior homónimo, con nuevos fenómenos febriles y abun
dantes estertores. Como todo el curso de la enfermedad hacía suponer una invasión
bacilar reciente, se examinaron 50 preparaciones de esputos, pero siempre con resul
tado negativo; igual lo fue el del examen de la secreción laríngea. A los pocos días
se moderó de nuevo la fiebre y mejoró el paciente por algún tiempo, hasta que se
presentó una nueva exacerbación del proceso, ahora con infiltración reciente del lóbulo
medio del pulmón derecho; la cual se extendió al tercer día hacia el lóbulo inferior.
Pasados otros tres días, e x i t u s le t h a lis .
La a u t o p s i a hizo ver en el vértice izquierdo una caverna bronquiectásica con fuerte
induración de sus inmediaciones. Ni su insignificante secreción mucopurulenta ni la
de los bronquios, bastante copiosa, permitieron ver bacilos en 20 preparaciones. La
porción restante del lóbulo superior mostraba una bronconeumonía nodular y caseosa,
con peribronquitis. En la mitad superior del lóbulo inferior, nodulos fibrosos disemi
nados, algunos con inclusiones caseosas; en la base, focos bronconeumónicos recientes
en proceso de caseificación. En el vértice derecho, también bronconeumonía nodular
caseosa con fuerte desarrollo de cordones fibrosos, pero sin cavernas. En el lóbulo
medio, nodulos fibrosos diseminados; en el inferior, bronconeumonía reciente en inci
piente caseificación.—En el ulterior examen del tejido pulmonar, éste apareció en di
versas preparaciones sembrado de bacilos tuberculosos. Envío una preparación del
infiltrado reciente de la base derecha (bacilos teñidos con fuchina, coloración de fondo
con azul de metileno). La pared bronquial, el espacio linfático peribronquial y, en
parte, el interior del bronquio, hállanse sembrados de bacilos tuberculosos. En la úlcera
laríngea no se hallaron bacilos.”
Debo añadir—concluye Leyden—que también las preparaciones hechas con un tro-
cito de pulmón enviado por el Dr. Thilenius permitieron descubrir abundantes bacilos14S.
trastornos coreicos.
La paciente, una anciana débil y emaciada, parece ser—no contando los síntomas
de su acusado baile de San Vito— c o m p l e t a m e n t e n o r m a l en lo tocante a los aparato*
respiratorio y circulatorio. Temperatura, 36,4°; frecuencia del pulso, 100; de la respi
ración, 30. Su estado seguía siendo el mismo el día 25 de mayo: temperatura de la
mañana, 36,4°; de la tarde, 36,6“.
En la noche del 25 al 26 de mayo, la paciente se mostró intranquila, saltó de la
cama, anduvo por la sala profiriendo palabras ininteligibles, y sólo pudo ser calmada
con una inyección de morfina. La mañana siguiente (26 de mayo) no pasó la tempe
ratura de 36,6°, con 100 pulsaciones; la paciente durmió mucho. Por la tarde se pre
sentó un cuadro completamente distinto: la temperatura llegó a 39,9°, con 132 pulsa
ciones y 48 excursiones respiratorias. La enferma yace en el lecho hundida y gimiente;
estertor muy claro. A las preguntas no reacciona; los movimientos coreicos han des
aparecido casi totalmente. En la parte posterior y derecha del tórax, desde el ángulo
del omoplato, intensa matidez; en el área de ésta, respiración bronquial y estertores
crepitantes. No obstante la administración de los tónicos más diversos, la enferma
murió aquella noche.
Autopsia, unas veinticuatro horas posí moríem. Numerosos focos de reblandeci
miento, pequeños y pardos, tanto en los grandes cuerpos ganglionares como en la
sustancia medular y cortical del cerebro; algunos, hasta del tamaño de un cañamón.
Pleuropneumonía bilateral, que en el lado derecho afecta a todo el lóbulo inferior y
que ofrece del modo más típico el cuadro de la hepatización roja M\
148 A. Frankel, “Weitere Beitrage zur Xjehre von den Mikrococcen der genuinen
fibrinosen Pneumonie”, Zeitschr. f ü r hlin. Med., XI, 1886, págs. 437-458.
plococo en el infiltrado como germen exclusivo, sería más que ligero admi
tir que su presencia en el caso descrito carece de significación y no se
halla en relación con la génesis del proceso inflamatorio. Igualmente
erróneo sería concluir que la causa de la enfermedad se halla en una
emigración simultánea de los dos organismos hacia el pulmón, puesto
que una afección de curso tan típico como la neumonía fibrinosa no pa
rece que pueda ser producida por la acción simultánea de dos gérmenes.
Sólo quedaría por resolver la cuestión de si el bacilo ha llegado intva
vitam o post mortem al pulmón de nuestra paciente. T a l cuestión debe ser
necesariamente planteada, a mi juicio, porque tanto en el caso de este
bacilo como en el del bacilo de Friedlánder, y relativamente a las pro
piedades patógenas de entrambos observadas en su inoculación a anima
les, tengo por muy posible una penetración secundaria del microbio en el
pulmón inflamado del animal viviente." La conclusión de Fránkel descan
sa, por tanto, sobre una firme convicción acerca de la especificidad de
cada una de las diversas enfermedades infecciosas. Esa especificidad no
podría ser sino la que les otorga su germen causal: un microbio biológi
camente específico, que actúa en cultivo puro sobre el organismo del in
dividuo enfermo. La índole de la enfermedad parece depender exclusiva
mente de la naturaleza de su causa procatárctica, y ésta no consistiría
sino en la especificidad biológica del germen productor.
El lector actual sabe bien cómo en los decenios ulteriores a esta ob
servación de Fránkel se ha ido resolviendo y complicando a la vez el
problema de la especificidad etiológica de las infecciones. Pero no es la
discusión de ese problema lo que ahora me importa, sino su aparición en
la patografía. Las historias clínicas de Leyden y de Fránkel muestran
con gran evidencia la eficacia de una nueva actitud del médico frente a
la enfermedad, tercera de las tres que sucesivamente van apareciendo en
el siglo X I X : la “ mentalidad etiológica” .
C. Si ha habido un definidor y Un apóstol de la mentalidad etioló -
gica, ese fué— mucho más que Pasteur y Koch— el bacteriólogo y patólo
go Edwin Klebs (1834-1913). N adie como él ha merecido el nombre de
“ bacteriopatólogo” ; nadie ha sabido oponer con tanta fuerza una inédita
"patología bacteriológica” a las patologías anatómica y fisiológica de los
decenios precedentes. Inició su empeño con una conferencia acerca de la
transformación de las ideas médicas consecutivas a los hallazgos bacte
riológicos (1878) lo0; nueve años más tarde daba a sus ideas expresión 1
0
5
150 Ueber d ie U r n g e s ta ltu n g der 'm e d i & i n i s c h e n A n sch a u u ngen in den le ts te n dre%
J a h rzeh n ten , Leipzig, 1878. Del mismo año es el folleto de Klebs que contiene su con
ferencia en la L I Asamblea de los Naturalistas y Médicos Alemanes, en Cassel
{ U e b e r C e l l u l c i r p a t h o l o g i e u n d I n f e c t i o n s k r a n k h e i t e n ^ Praga, 1878).
más definitiva y menos extremosa en un tratado de Patología general
fundado sobre la etiología 15\ El pensamiento patológico de Klebs puede
tal vez ser compendiado en tres principios.
El primero afirma la primacía de la causa procatárctica en el suceso
de la enfermedad. Entiende Klebs la “ patología general” como teoría de
las causas de los procesos morbosos; pero según su unilateral interpre
tación, esas “ causas” vienen a quedar reducidas a las procatárcticas, ex
ternas o eficientes. D e ahí la ordenación de la materia en su Allgemeine
Pathologie. Su parte primera o fundamental es una “ genética de los pro
cesos morbosos” o “ etiología patológica general” , y tras ellas vienen, a
manera de consecuencia, la m orfología patológica y la fisiología patológi
ca generales.
El segundo de los principios patológicos de Klebs atañe a su idea
de la enfermedad. Sólo merece ese nombre, a juicio suyo, la alteración
de la vida orgánica consecutiva a la infección por un germen microbiano.
La enfermedad es reacción vital, lucha, y ésta sólo puede ser verdadera
mente suscitada por los microbios patógenos. Una quemadura sin infec
ción concomitante no sería, en sentido estricto, “ enfermedad” , como no
lo es una malformación congènita. "L a lucha de la célula y la bacteria
es lo que constituye la enfermedad infecciosa” , afirma Klebs. D e ahí que
el estado morboso no sea para él una modificación meramente cuantita
tiva del estado fisiológico o normal, sino, en el rigor de los términos, una
situación biológica nueva: la situación determinada por la lucha entre el
organismo infectado y el organismo infectante. La huella del pensamiento
de Darwin es bien patente en la patología de Klebs.
Concierne el tercer principio patológico a la cualificación del proceso
morboso. La tesis de Klebs es clara y tajante: “ Un sistema natural de
las enfermedades infecciosas es idéntico al sistema natural de los orga
152. El microbio no sólo determina la produc
nismos que las producen” 1
5
ción de la enfermedad; también la configura. La causa procatárctica de
la enfermedad queda así definida como su verdadero fundamento.
N o puedo enumerar y discutir aquí los hechos que sirvieron de base
al pensamiento patológico de Klebs. Tam poco es ello necesario para que
la3 Si “disonancia” es sonido inarmónico, sonido que suena mal, “disecuencia” pue
de ser consecuencia morbosa, mal modo de dar secuencia a la acción promotora del
estímulo.
pálmente, en la tarea de precisar la naturaleza del agente patógeno. La
respuesta del laboratorio de toxicologia o de bacteriología prevalece so
bre los datos de la observación clínica. L o cual determina, en fin, una
peculiar concepción de la patografía. La historia clínica de un etiólogo
a ultranza es un informe acerca de la inquisición del agente patógeno y
un relato de las “ consecuencias” de haber penetrado ese agente en el
organismo del individuo enfermo. Las dos historias de Frankel antes re
producidas— intoxicación por ácido oxálico y neumonía con neumococos
y bacilos en el pulmón hepatizado— constituyen un buen ejemplo del
"estilo patográfico” propio de la etiopatología.
La esencial limitación de las mentalidades anatomoclínica y fisiopa-
tológica se nos hizo patente contemplando su modo de afrontar el pro
blema patológico y patográfico de las enfermedades que solemos llamar
“ neurosis” . La mejor prueba de que el pensamiento etiológico constituye
también una verdadera “ mentalidad” viene dada, tal vez, por el intento
de explicar y curar los procesos neuróticos mediante la casi exclusiva
consideración de su causa eficiente externa: el “ trauma patógeno". Pen
saba Charcot que la histeria es siempre el resultado de la cooperación
de dos causas, una predisponente o hereditaria y otra ocasional o trau
mática. Pues bien; no han faltado patólogos— los de espíritu más honda
mente configurado por la mentalidad etiológica— , para los cuales la
significación patogenética de la causa ocasional, el “ trauma histerógeno” ,
domina sobre el papel cumplido por la causa predisponente. La causa
procatárctica de la afección histérica— concebida ahora como "reacción” :
"reacción psicógena” , según la detestable denominación habitual— preva
lecería ampliamente sobre sus posibles causas proegúmenas. La historia
de las “ neurosis traumáticas” , desde las observadas a raíz de los prime
ros accidentes ferroviarios------ railwag spine, vailway btain— , proporcio
na gran número de ejemplos idóneos. H e aquí la historia de una reacción
psicógena, tomada del Lehrbuch de Bumke:
154 O. Bumke, Tratado de las enfermedades mentales, trad. esp., Barcelona, s. a.,
página 427. L a advertencia que hice a propósito de las historias clínicas de Thannhau-
ser y Schlayer—incluidas, como ésta de Bumke, en el capítulo titulado “L a historia,
clínica en el siglo X I X ”—, podría ser repetida aquí.
congrua de razón, y a los tres debe la medicina contemporánea grandísi
ma parte de lo mucho que ha llegado a ser. Pero los tres tienen, también,
gallardos defensores, polemistas que elaboran y esgrimen sus tesis con
pretensión de exclusividad. Cuando cada uno de estos modos de enten
der la enfermedad haya llegado a suficiente grado de adultez histórica,
¿podrá ser evitable su mutua disputa?
La proteiforme polémica de los patólogos del Fin de Siglo tuvo más
de una virtud. Cada uno de los agonistas procuró robustecer sus propias
armas dialécticas, lo cual redundó no pocas veces en beneficio del saber;
todos se esforzaron, además, por demostrar la interna flaqueza del ad
versario; y todos juntos, sin proponérselo, hicieron patente la radical
insuficiencia de una patología construida reuniendo en mosaico los prin
cipios rectores de las tres mentalidades. Obligaron a pensar, en suma,
que en el suelo común a todas las orientaciones de la patología del si
glo X I X , tan firme y rico a primera vista, había alguna deficiencia grave.
D e los múltiples episodios de tan diversa pugna quiero elegir los más
significativos. Helos aquí, sinópticamente ordenados según las tres posi
bilidades previsibles:
A. La polémica de los fisiopatólogos contra la mentalidad anatomo-
cltnica. N o se mostró escasa en episodios. Centro de todos ellos fué la
patología celular, de Virchow , contra cuyo localismo y estatismo se le
vantaron Wunderlich, Griesinger y Roser, en el Avchiv für physiolo-
gische Heilkunde, y Henle, en su Zeitschrift für rationelle Medizin; esto
es, los iniciadores del pensamiento fisiopatológico. El año 1858 apareció
en la primera de esas dos revistas un curioso escrito anónimo, titulado
“ Medizinische Gespráche aus dem alten H elias” ( “ Diálogos médicos de
la antigua Grecia” ), en el cual se llamaba a V irch ow Menander det
Zellengucker, “ Menandro el fisgacélulas” 153. Erróneamente atribuido a
W underlich, por V irchow , y a Roser, por Vierordt, procedía, en reali
dad, de la pluma de Griesinger. El creador de la patología celular con
testó sin demora a estos graeculi, visiblemente irritado contra todos ellos,
y muy especialmente contra “ Thaumasios” — W underlich 1 156.
5
N o menos reveladora de la tensión entre la fisiopatología y la anato
mía patológica fué la Introducción que Frerichs escribió para el primer
número de la Zeitschrift für klinische Medizin (1880). Antes he aludido
a ella. Cuando Frerichs habla del “ funesto error” en que incurrieron
los principios patológicos de Rokitansky, no es aventurado suponer que
su venablo apunta también, tácitamente, contra el omnipotente Virchow ,
habían venido observándolo 162. Huntington creyó que tan curiosa forma
de corea era privativa de su comarca, y así vino pensándose hasta que
Ew ald descubrió en 1884 los dos casos de que ahora hablo:
Kraatz (madre)
Muerta a ¡os 58 a.
_______________________________________________________________________________________________ A________________________________________________________________________ ____________ _ _ _ _ _
Otto (abuela)
______________________________________ A_______
i
Emilia (madre), murió a los 47 a. y cinco hermanos (muertos todos'en edad avanzada)
_____K __________________________________________________________
Enfermo Cónyuge
i Nombre. ¡
i Lugar de nacimiento. |
I Comienzo de la enfermedad, j
I Pecha de la defunción. |
; Causa de la enfermedad o j
de la defunción. ¡
i Observaciones. |
i Causa
Fecha ¡ Comien I Fecha de la
Lugar
del ; Profe- .Residen zo de la | de la enferm.
Nom bre de naci Estado
naci- i sión cia enfer i defun o de la
miento
miento ! medad ción defun
ción
Nombre.
Lu gar del nacimiento.
Fecha del nacimiento.
Residencia.
¡ Profesión.
[ Comienzo de la enfermedad.
|Pecha de la defunción.
Causa de la enfermedad o
de la defunción.
■
Comienzo
de la en Causa L o mismo.
¡ Pecha 1
Nombre Estado de la
y lugar j fermedad
residen enferme- :
y
profesión
í del nací-
j miento
j^
cia
y fecha
de la de dad o de
función la def. |
3U
genealógicos de O . L o re n z 164 y de F. Martius 1656 fueron considerable
mente perfeccionados por W ilh . W ein b erg ia6, uno de los más genuinos
creadores de la heredopatología contemporánea. En página aparte repro
duzco el esquema anamnéstico propuesto por W ein b erg 167.
Obsérvese la considerable innovación que la heredopatología intro
duce en el relato patográfico. La historia clínica fué hasta ahora una des
cripción rigurosamente individual. Si en ella aparecían datos tocantes a
la familia del enfermo, esto sólo sucedía de un modo muy excepcional
y enormemente impreciso. Ahora, en cambio, la narración patográfica
abarca toda la familia del paciente, hasta los orígenes y grados más re
motos. Si se quiere entender la expresión cum grano salís, diré que la
historia clínica se refiere a toda la humanidad, sin dejar de referirse a
un individuo muy concreto.
Pensemos, en efecto, que la patografía de una individual enfermedad
hereditaria— admitamos provisionalmente esta expresión— plantea de mo
do ineludible el problema del origen de esa afección. Y como no parece
verosímil suponer que la existencia de la propiedad morbosa heredada
remonta hasta Adán, es forzoso admitir la aparición de una mutación
patológica en un punto determinado del árbol genealógico del enfermo.
En algunos casos afortunados, la investigación minuciosa de la estirpe
del paciente ha permitido “ localizar” en el espacio y en el tiempo el ori
gen de la mutación 168. Una causa exterior desconocida actuó entonces
sobre el plasma germinal y produjo en él la mutación transmisible por
herencia. El agente de esa primera modificación del plasma germinal
puede ser considerado como la causa procatárctica de la enfermedad
hereditaria.
Conviene, sin embargo, no usar ligeramente la expresión “ enferme
1. T ío d e la e n fe rm a . L l e v ó c u a n d o jo v e n una v i d a s ie m p re in q u ieta . D e s e r t ó d el
s e r v ic io m ilita r; fu é c o n d e n a d o a tres a ñ o s d e p ris ió n ; v a g a b u n d e ó d espu és sin p r o fe
s ió n f ij a y m u rió a lo s 42 añ o s, en H a m b u r g o , n o se sab e d e qu é.
2. M a d r e d e la e n fe rm a . U n a c ria tu ra m u y l ig e r a d e c a sco s. T u v o an tes d e l m a
tr im o n io u n h ijo c o n su p r o p io tío ; lu e g o o t r o c o n e l s e ñ o r d e la casa. S e g ú n e l in
fo r m e d e su h erm an a, " n o e r a de la s m ás in te lig e n t e s ” . M u r ió a lo s 45 a ñ o s ( n o se
s a b e d e q u é ).
3. P a d re de la e n fe rm a . M a e s t r o h o ja la t e r o . B e b ía m u ch o ; san o, p o r l o dem ás.
M u r ió a lo s 56 años, d e n eu m o n ía .
4. P r im a c a rn a l d e la e n fe rm a . Y a d e niñ a, su m a m en te n e r v io s a , p e n d e n c ie ra , a l
ta n e ra ; se im a g in a b a ser m á s d e l o qu e e ra en r e a lid a d ; se c a s ó fu e ra d el p a ís y se ha
p e le a d o c o n lo s h erm a n os, qu e la lla m a n “ u r d e m a la s ” (spinnert).
5. P r im o ca rn a l d e la e n fe rm a . R a q u itis m o d e n iñ o. S o m á tic a m e n te a lg o re tra sa d o .
S e q u e ja b a m u ch o d e c e fa la lg ia s ; a p r e n d ió m u y b ie n en la e sc u e la y fu e lu e g o te n e d o r
de lib ro s . A lo s 24 a ñ o s tu v o am ores c o n una m u je r c a s a d a m a y o r q u e él; d espu és de
una d isc u s ió n c o n e lla se su icid ó , d isp a rá n d o s e un tiro.
6. H e r m a n a s tr a d e la e n fe rm a . F u é s iem p re m u y s u y a . C a s a d a , sin h ijo s. P r e s u
m id a y a lta n e ra . D e s p u é s d e la m u erte de su m a rid o , c o m e n z ó a h a c erse c a p ric h o s a ;
p en s a b a q u e le ro b a b a n ; n o p o d ía g o b e r n a r su c a s a ; se h u n d ió e co n ó m ic a m e n te , p e r o
s e g u ía c r e y e n d o e sta r en b u e n a p o s ic ió n . M u r ió a lo s 73 añ os, c o n una d em e n cia sen il.
7. H e r m a n o d e la e n fe rm a . F u é un h o m b re tr a n q u ilo y b o n d a d o s o ; z a p a te r o , m u y
a fic io n a d o a v ia je s . S e fu é a H a m b u r g o , y a llí se s u ic id ó , a lo s 25 añ os, p o r cau sas
to ta lm e n te d e s co n o cid a s .
8. H e r m a n a d e l a e n fe rm a . A p r e n d ió b ie n en la esc u e la . S u fr ió a ta q u e s e p ilé p t i
cos en lo s a ñ o s ju v e n ile s . Fué d u ra n te m u ch o tie m p o c a m a re r a de h o te l. Luego, a
cau sa d é la c re c ie n te a g r a v a c ió n d e la s c o n v u ls io n e s , in g r e s ó en un h o s p ita l de in cu
ra b les, d o n d e m u rió a lo s 57 añ os d u ra n te u n o de lo s a taq u es.
9. La enferma. De n iñ a le h iz o p a d e c e r m u ch o una s u p u ra ció n d e l s en o fr o n ta l.
Sus p rim e ro s a ta q u es c o m e n z a r o n a lo s 12 añ os; a ca u sa d e e llo s n o p u d o a p re n d e r
n in g ú n o fic io ; in g r e s ó p r o n t o en un e s ta b le c im ie n to p s iq u iá t r ic o y m u r ió en é l a lo s
49 añ os. U n p r e c is o e stu d io de su c e r e b r o (D e p a r ta m e n t o d e H is t o p a t o lo g ia de la
Deutsche Forschungsanstalt) s ó lo p e r m itió e n c o n tr a r le s io n e s s ec u n d a ria s.
10. P r im o de la e n fe rm a . R e lo je r o . A lo s 68 a ñ o s v i v e s o lo . N u n c a se casó. E s
un g r a n b e b e d o r.
11. P r im o d e la e n fe rm a . H a a c tu a d o en p o lít ic a (m o v im ie n t o r e v o lu c io n a r io de
la p o s tg u e r r a d e 1 9 1 8 ). E n 1919, a lo s 19 añ os, fu é fu s ila d o p o r c o n d e n a le g a l.
12. P r im o d e la e n fe rm a . D e m u y jo v e n se s u ic id ó , a cau sa, p o r lo q u e p a re ce ,
d e u n a h is to ria a m o r o s a
. »■» K. Conrad, “Der Erbkreis der Epilepsie”, HandbucH der Erbbiologie des
ilíen-
schen, V/2, Berlín, 1939, págs. 963-964. Obsérvese cómo la investigación heredopato-
lógica contemporánea ha dado nueva actualidad al concepto de “familia neuropática>’,
de Charcot.
cuerpo material resultativamente individualizado por la cuantía de sus
propiedades. Pronto asistiremos al nacimiento de una nueva concepción
de la individuado morbi.
B, Cuando los clínicos emplean la palabra “ constitución"— con inte
lección intelectual, confesémoslo, harto vaga y variable— quieren aludir
siempre a una "disposición" o a una “ resistencia” respecto a tal o cual
modo de enfermar; y piensan que esa “ disposición” o esta “ resistencia’
tienen una estructura biológica integrada por dos momentos cardinales:
uno radical o hereditario; otro adventicio o adquirido, expresión visible
de aquél, una vez ha sufrido las sucesivas vicisitudes de la vida indivi
dual, desde el momento mismo de la fecundación, y aun desde la game-
togénesis. Los "tipos constitucionales” de que hablan los patólogos son,
pues, propiedades hereditarias potenciales, caracteres genéticos más o
menos complejos, pero de penetración, expresividad y especificidad rela
tivamente escasas. Piénsese, por ejemplo, en el “ hábito asténico” , en la
“ diátesis exudativa” o en el “ estado tímico-linfático” .
Sería improcedente exponer aquí la historia completa y el estado ac
tual del problema de la constitución en patología. Aquellos a quienes
interese el tema harán bien leyendo el libro de Fr. Martius Konstitution
und Veretbung (Berlín, 1914), muchas de cuyas páginas siguen vivas,
a pesar de su fecha, y la contribución de E. Hanhart al Handbuch der
Erbbiologie des Menschen que ha dirigido Günther Just 17°. Pero no sería
plenamente inteligible la intención patográfica de la patología constitu
cional sin conocer de antemano, siquiera sea de modo muy sinóptico, los
motivos y las vías por los cuales la “ constitución” , en tanto causa proe-
gúmena de la enfermedad, se hizo tema actual en el último tercio del
siglo X I X .
U n propósito común movió a todos los creadores del pensamiento
constitucional. Todos ellos advirtieron la necesidad de considerar lo que
pone la naturaleza individual del enfermo en el hecho de su enfermedad,
y pretendieron estudiar científicamente esa participación. El problema
fué planteado con especial agudeza por las desmedidas exigencias de
L A O B R A P A T O G R A F IC A D E L S IG L O X IX
D IG R E S IO N S O B R E L A "C L IN IC A P U R A "
182 CUniqwe Médicale de l’H ò te l D ieu de P a ris, X, París, 1861, “Introduction”, pá-
ginas X I-X II. Para el lector de hoy, sobre cuyo ánimo pesa la inmensa deuda que
la medicina contemporánea tiene con la bioquímica, no es difícil percibir el carácter
“reaccionario” de esas ideas de Trousseau. Pero no es menos “reaccionaria” la actitud
de los clínicos actuales que, como respuesta a los abusos y a las ligerezas de la orien
tación “psicosomática” de la medicina, se aterran a una conceptuación de la patolo
gía humana escuetamente científico-natural.
153 Entre Trousseau y Dieulafoy ocupó esa cátedra Germain Sée.
metro, el microscopio, el laringoscopio, el oftalmoscopio y otros medios
de contraprueba y análisis... Clínica y siempre clínica es lo que nacemos
cuando, para fijar el diagnóstico, recurrimos a las investigaciones bacte
riológicas y a las investigaciones experimentales. La clínica toma para
sí todo lo que encuentra; todos los métodos de investigación acrecen su
patrimonio, y su dominio se extiende día a día. Sería falso, por tanto,
decir que hay una medicina antigua y una medicina nueva. Con la medi
cina sucede como con otras muchas cosas: prosigue su evolución, marcha
con el progreso.” "P e ro — añadía D ieulafoy— es imposible ser un clínico,
en el verdadero sentido de la palabra, no haciendo marchar a la par el
estudio del enfermo y los trabajos del laboratorio” 18L
Expresaré más concisamente el pensamiento de D ieulafoy: la clínica
debe ser a la vez omnilateral y actual; todo saber relativo al enfermo
merece la estimación del clínico; pero el juicio definitivo de éste acerca
de tales saberes será siempre establecido según su inmediata experiencia
del paciente. Enseñó el autor del escrito de prisca medicina que el médico
necesita tener a la vista "una medida” , un criterio a que atenerse en sus
juicios (m étron); "pero esa medida— añadía— no la encontrarás en un
peso, ni en un número, ni en otras cosas a las cuales puedas referir tus
precisiones, sino en la sensación del cuerpo” (L . I, 588-590). Referíase
el desconocido autor, como es obvio, a la sensación que del cuerpo del
enfermo recibe el médico. Si por "sensación del cuerpo” , tou sómaíos
aísthesis, se entiende la que ofrece el cuerpo viviente y humano del pa
ciente individual, esa debe ser la definición perenne de la “ clínica” *185.
4.° El modo creador. El clínico a la manera de D ieulafoy se sitúa
frente a las investigaciones paraclínicas— químicas, experimentales, bac
teriológicas, etc.— en actitud meramente asimilativa: las toma y las hace
suyas, en cuanto con ellas logra entender y tratar más recta y completa
mente a cada uno de sus enfermos. La verdadera clínica sería el arte de
unir en mosaico todos los saberes patológicos del tiempo en que se vive
— saberes morfopatológicos, fisiopatológicos y etiopatológicos— para la
mejor comprensión de cada caso individual; buen clínico es, por tanto, el
que sabe asumir en su práctica toda la patología de su tiempo.
>sa L e c c i o n e s d e c l í n i c a m é d i c a d a d a s e n e l H ó t e l - D i e u d e P a r í s , e n e l c u r s o d e
1896 a 1897, trad. esp., Madrid, 1897, pá,gs. 18-21. E sta traducción de las lecciones de
Dieulafoy—omito el nombre de su perpetrador—ofrece al lector pasos muy pintores
cos. Por ejemplo, uno en que se hace decir al gran clínico que Trousseau, su maestro,
ostentaba el “espectro” de la clínica francesa. El traductor vierte s c e p t r e (“cetro”), por
“espectro”. ¿O es que fué macbethiana la monarquía clínica de Trousseau?
185 Esta sencilla y casi obvia definición de la clínica plantea problemas nada li
vianos acerca de los juicios y las certidumbres del médico. Su exposición y el intento
de resolverlos deben quedar para otra ocasión.
Pero sobre el clínico omnilateral y omniasumente, si se me permite tal
expresión, hállase el clínico creador. Este es el que, sólidamente instalado
en su propia época, en plena y viva posesión de los saberes patológicos
que la integran, es capaz de adoptar frente a la realidad clínica actitudes
intelectuales inéditas y más eficaces para entenderla idóneamente que
todas las hasta entonces en vigencia. La asunción de esos saberes pato
lógicos no es ahora su simple y concreta adición en el mosaico de un
diagnóstico, un pronóstico y un tratamiento individuales, sino su unita
ria integración desde doble punto de vista: el nuevo modo de entender
la realidad y el imperativo del caso individual. Clínicos creadores fueron,
cada uno a su modo, Laénnec y W underlich, Traube y Charcot; clínicos
creadores han sido o son todos aquellos cuyo nombre presidirá el capítulo
próximo: Jackson, von M onakow y Goldstein; Freud, Krehl y von
W eizsácker.
Parece, sin embargo, que cuando se habla de “ clínica pura” sólo se
alude al modo “ rezagado” o al modo “ omnilateral” de concebir la rela
ción entre el médico y el enfermo, siempre que en tal relación sea ins
tancia decisiva la real y concreta individualidad del paciente. Siguiendo
a León Corral, podríamos decir que el nosólogo y el patólogo aspiran a
saber de la enfermedad, que el nosógrafo pretende saber de las enfer
medades y que el clínico se esfuerza por saber de cada uno de los en
fermos. "E l nosógrafo— decía Charcot— se aplica principalmente al cua
dro abstracto de las enfermedades y menosprecia deliberadamente o re
lega a segundo plano las anomalías, las desviaciones del tipo. El clínico,
por el contrario, vive más especialmente de los casos individuales, que
casi siempre se presentan con particularidades más o menos alejadas del
tipo vulgar; y no podría preterir los casos excepcionales o anómalos,
porque ante ellos es cuando su sagacidad encuentra ocasión de ejerci
tarse" 186.
La descripción pormenorizada de la experiencia del clínico ante cada
enfermo es, ya se sabe, la historia clínica, el relato patográfico. Ejemplos
de cómo en el siglo X I X fué entendida la patografía pueden verse en las
páginas precedentes. Pero hay una particular manera de hacer patogra
fía que alcanzó en ese siglo muy singular brillantez: su género docente.
O , como suele decirse, la lección clínica. El cetro de la enseñanza clínica
— creada, como ya dije, por Giambattista da M onte, en la Italia del R e
nacimiento— pasó sucesivamente de Italia a Leyden, de Leyden a Viena,
186 “Leçons sur les maladies du systéme nerveux”, Oeuvres completes, II, París,
1880, pág:. 2.
de V ien a a Inglaterra y París. M édicos franceses son, en efecto, los que
en la segunda mitad del siglo X I X ejercitan la monarquía de la lección
clínica; y entre ellos, sucesivamente, Trousseau, Charcot y Dieulafoy.
Las reglas del género habían sido trazadas de mano maestra por
Trousseau. "E l profesor de clínica tiene una misión muy distinta de la
del profesor de patología... Si hay en sus salas una serie de enfermos
afectos de una misma dolencia, la aprovechará, sin duda, para trazar un
cuadro de la enfermedad; pero su descripción será en cierto modo el
resumen, el corolario de los hechos observados, y se empleará con más
frecuencia en estudiar las formas que el mal ha adoptado por obra de
ciertas constituciones médicas y de la idiosincrasia de cada enfermo, que
en diseñar un cuadro general. Mostrará sobre todo en qué y hasta qué
punto se aleja de las descripciones clásicas el caso presente, y hará ver
las modificaciones sin número que las condiciones individuales engen
dran en la forma, en el cariz, en el tratamiento de las enfermedades. En
una palabra: sin dejar de hacer ver cómo el caso presente se refiere a
las formas clásicas, indicará con minucioso cuidado aquello en que difie
re, e intentará mostrar por qué difiere” 187. E l clínico del siglo X I X no
renuncia a la tipificación; pero, fiel al individualismo nominalista de todo
el mundo moderno, afirma con más vigor que nunca lo que podríamos
llamar el “ derecho ontológico” del individuo a su individualidad. N o en
vano es el X I X — en su segunda mitad, al menos— el siglo de los "dere
chos individuales” . La patología celular (afirmación de la individualidad
fisiológica y patológica de la célula), la lección clínica (afirmación y
demostración de la radical individualidad patológica del enferm o) y la
tesis del conocido libro de Stirner (D e c Einzige und sein Recht) son,
entre tantas más, expresiones diversas de una misma situación histórica.
Entre 1850 y 1900, la clínica es resueltamente individualista, aun cuando
los clínicos, intelectualmente orientados por la visión del mundo que les
habían enseñado los creadores de la ciencia natural moderna, sólo supie
ron ver la individuatio morbi según el esquema de la materia signata
quantitaíe.
La técnica de la lección clínica al modo de Trousseau, Charcot y
D ieulafoy es siempre la misma. El docente elige uno, dos o varios casos
individuales de una afección morbosa determinada, los expone con la
máxima vivacidad posible y extrae de ellos las enseñanzas patológicas,
semiológicas y terapéuticas que a sus ojos presentan.
H e aquí, como ejemplo de la patografía docente o magistral del si
P A T O G R A F IA Y V ID A
P A T O G R A F IA Y V ID A B IO L O G IC A
Hasta aquí hemos tratado tan sólo de los resultados positivos de las observaciones,
pero quedan todavía los resultados negativos, no menos importantes. Los m i e m b r o s
fueron observados cuidadosamente; la enfermera examinó los muslos, asi por palpación
como por inspección, en muchos ataques, y tenemos la seguridad de que n o s e p r o d u
je r o n espasm os de lo s m u s lo s n i m o v im ie n to s de n in g u n a e s p e c ie en lo s m ie m b r o s du
rra g ia “ .
15 In trod u ction biologique, págs. 27-30. Además del sentido biológico de la reacción
diasquítica hay que considerar en ella su mecanismo. Este consiste, según von Mo
nakow, en una elevación del dintel de excitación de los neuronas, hasta llegar a la
fase refractaria. Sobre la estructura físico-química de esta alteración neuronal es
muy poco lo que hoy puede decirse.
abolición funcional paralítica y no excluye la posibilidad de concebirlo
como la consecuencia visible de una reacción biológica positiva.
2 .° Desde un punto de vista fisiopatológico o procesal, ese breve re-
lato de von M onakow indica que la significación patológica de cada sín
toma— y, más generalmente, de cada acción neurològica singular— de
pende de la figura temporal o ‘^melodía” que compone la serie de todos
los síntomas, el cursus morbi; y, en último término, de la figura temporal
que es la vida del individuo enfermo. Con otras palabras: la idea del
cursus morbi propia de la fisiopatología tradicional es inadecuada para
entender idóneamente la realidad de un proceso morboso.
Recordemos el fenómeno de diásquisis descrito en la breve historia
clínica que nos sirve de punto de referencia. A consecuencia de un ictus
apopléctico, el enfermo no puede andar ni escribir. A l poco tiempo re
cobra la ambulación; poco más tarde, la escritura: la diásquisis ha con
cluido, y ya no quedan sino los síntomas residuales. Cada uno de los
síntomas que componen la reacción diasquítica— la agrafia, por ejemplo—
se halla vinculado al curso vital del enfermo de dos modos distintos:
según el pasado y según el futuro. A tanlo con el pasado, como es obvio,
el conjunto de modificaciones moleculares y bioquímicas del sistema ner
vioso central que en tanto ‘‘causa inmediata” lo determinan. Cualquiera
que sea su significación biológica, es evidente que la diásquisis no podría
producirse sin una previa alteración molecular y bioquímica de la sustan
cia nerviosa; esa alteración— sólo esa— es la que trata de conocer la
fisiopatología “ tradicional” . Pero la relación de la incapacidad gráfica
con el pasado tiene un segundo plano, constituido por la evolución onto
genética del individuo enfermo, desde que fué concebido hasta el mo
mento en que se le explora. En este nuevo sentido, más propiamente bio
lógico que el anterior, la agrafia representa la pérdida de una destreza
tardíamente adquirible por el individuo y, por tanto, muy fácilmente
vulnerable por la reacción destituyente y defensiva que venimos llamando
“diásquisis” . Además de su causa eficiente próxima, de índole fisico
química, la agrafia tiene en el pasado individual una causa dispositiva,
constituida, entre otras cosas, por la situación del aprendizaje gráfico en
el curso de la ontogénesis.
M as también con el futuro del individuo enfermo se halla vinculada
la agrafia integrante de una reacción diasquítica. N o olvidemos que la
diásquisis tiene un sentido biológico prospectivo, un “ para qué” o, si se
quiere, un hacia qué : sirve para que” el organismo pueda adaptarse
creadoramente a las condiciones de vida establecidas por la lesión ori
ginaria. Dicho de modo más incisivo: el organismo deja de poder escribir
para poder vivir del mejor modo posible; y, por tanto, vuelve a poder
escribir cuando la obra autorrestauradora o autorrecreadora del organis
mo permite que la actividad gráfica pueda ser ejercida sin perturbación
ni daño. N o hay inconveniente en decir, usando un símil económico, que
la agrafía diasquítica obedece al imperativo de “ reducir gastos” ; y ya
se sabe que, cuando se llega a ese trance, lo primero a que debe renun
ciarse es a lo más superfluo. T o d o síntoma de diásquisis tiene, pues, do
ble relación con el futuro: por una parte, la de poder desaparecer, su
esencial capacidad de regresión; y por otra, aunque no desaparezca— por
que la reacción diasquítica puede ser indefinidamente entretenida por el
estado general del organismo: la protrahierte Diaschisis de von M ona-
kow— , la de servir a que la vida del individuo enfermo vaya siendo la
mejor posible.
Quiere todo ello decir que la situación del síntoma diasquítico en el
tiempo— y, más generalmente, la de toda operación vital— tiene a la vez
dos modos distintos: uno físico-químico, la “ determinación” ; otro biológi
co, la “ adaptación” .
Según el primero, supuesta una serie de estados sucesivos, represen
tados por las letras A , B y C, el estado B, por ejemplo, es necesariamente
determinado por el estado A y necesariamente determinante del estado C.
Supongamos el tránsito de A a B, Dentro, de este modo de considerar el
curso de las cosas, ¿qué influencia ejerce sobre la configuración del es
tado B la posible existencia ulterior del ser cuyos son esos estados suce
sivos? Sólo parece admisible una respuesta negativa. Sobre la figura del
estado presente, la influencia del futuro, de todo el futuro, parece ser
nula. Cuando una piedra cae desde la posición A a la posición B, todo
lo que pueda ocurrir a esa piedra después de haber llegado a la posición B
no ejerce la menor influencia sobre su modo de ocupar tal posición. Con
otras palabras: cada estado físico de la piedra queda total y necesaria
mente determinado por los estados que le preceden en el tiempo. Con
arreglo a este esquema intelectual, tan crasamente mecánico, ha venido
operando la mentalidad fisiopatológica que llamo “ tradicional” . Si un
reflejo se halla exaltado, esa exaltación es un resultado necesario de las
condiciones físico-químicas producidas en el sistema neuro-muscular por
la percusión del martillo sobre tal tendón del enfermo. El estado B (m o
vimiento reflejo exaltado) ha sido total y necesariamente determinado
por el estado A (alteraciones físico-químicas del organismo consecutivas
al golpe del m artillo). Lo cual no deja de ser verdad, pero no llega a
ser toda la verdad.
Consideremos, en efecto, junto al modo “ determinante", el modo
“ adaptativo” de la situación del síntoma en el tiempo. La agrafía se ha
producido “ para que” el curso ulterior de la enfermedad pueda ser el
más favorable entre todos los que permite la lesión. E l individuo enfer
mo ha pasado desde el estado A (el inmediatamente anterior al ictus
aplopléctico) al estado B (e l inmediatamente posterior al ictus, al cual
pertenece la diásquisis y, por lo tanto, la incapacidad gráfica). Pues
bien: en la efectiva configuración del estado B ha influido de algún modo
el posible futuro del individuo, en cuanto B es como es para que ese fu
turo sea lo mejor posible. Los esquemas de acción del ser viviente, “ fisio
lógicamente preformados” , según la expresión de von M onakow, y pro
pios de su constitución específica e individual, le permiten prevenir o pre
sentir de algún modo el futuro. T a l es la esencia cronológica de la adap
tación vital o creadora. N o se trata de ninguna misteriosa clarividencia,
sino de una humilde propiedad de la materia viva. Puesto que la constitu
ción anatomofisiológica de un perro se halla por naturaleza ordenada a
que tal perro viva caninamente, todos sus actos vitales “ tienden” a que
su particular y viviente existencia canina prosiga idéntica en el futuro.
Y puesto que para el hombre es biológicamente más importante poder
vivir que poder escribir, hay ocasiones en que su organismo deja de poder
escribir para prevenir las posibles situaciones vitales en que el ejercicio
de la escritura podría ser dañoso o perturbador 16.
Y a dije que estos dos modos de la situación del síntoma en el tiempo,
el modo físico-químico o determinante y el biológico o adaptativo, no se
excluyen, sino que coinciden. El primero es válido cuando se recorta en
el espacio y en el tiempo la operación vital estudiada; es decir, cuando
se la considera desde el punto de vista de su composición elemental o
físico-química. El segundo logra su validez, en cambio, cuando esa ope
ración es contemplada según su relación con la totalidad m orfológica y
funcional a que pertenece; esto es, desde el punto de vista de la consti
tución biológica y del curso vital del individuo que la ejecuta. En haber
olvidado o preterido este segundo punto de vista consiste la manquedad
de la fisiopatología tradicional. En haberlo tenido en cuenta, la gloria y
la dificultad de la fisiopatología monakowiana 17.
3.° La intención patográfica de la historia clínica antes transcrita
n e s té s ic a .
“A las cuatro vi al enfermo. La cabeza está algo vuelta hacia la derecha. El pa
ciente mira hacia su mano derecha y hace tentativas de movimiento. No hay debilidad
motora en el brazo ni en la pierna derechos (apretón de manos más fuerte a la dere
cha que a la izquierda); no obstante, lleva la mano derecha sólo hasta la cabeza,
cuando se hace ante él el movimiento; pero luego, de arriba hacia abajo, otra vez
bien." Léve paresia facial derecha; brazo izquierdo indemne. Habla; el habla espon
tánea es correcta, pero de cuando en cuando usa una palabra falsa. Cuenta, por ejem
plo, que se ha frotado las manos con "Kalchengei" (en lugar de decir "Kirschgeist”,
"aguardiente de guindas"). Hay una a f a s ia s e n s o r i a l y a m n é s t i c a c o n p a r a f a s i a : los
objetos que se le muestran son casi siempre nombrados con muletillas por completo
ininteligibles, aunque el paciente se esfuerza por encontrar la palabra idónea. Así,
para decir “cuchillo" ( M e s s e r ) , " s c h m i t " , s c h m i r k a n " , " m e - m a a s ~ c h a t z - , s e l n i, s m a c h e r " .
"¿•Es esto un cuchillo ( M e s s e r ) ? ” : " M e s s e r , M e i s s e r ” . “Llave" ( S c h l ü s s e l ) : " M i l c h ,
m ó c k li, n a c h e n , s tü c k e l, m ic h , m ic h e l” .
petir lo que se le dice, ni señala objetos...; queda indiferente cuando se le llama con
un nombre que no es el suyo. Se tambalea y arrastra el pie derecho. Levanta bien el
brazo derecho, que no está rígido. N o p u e d e e n s e ñ a r l a l e n g u a , n i a b r o c h a r s e e l b o t ó n
d e la c a m is a c o n la m a n o d erech a. H a y que d a r le la c o m id a .
El 21 de agosto ya podía el paciente beber de una taza sin ayuda, pero no ma
nejar la cuchara. La repetición de palabras es difícil y parafásica. Habla espontánea:
el 22 de agosto saluda espontáneamente al médico diciendo: "Buenas tardes”. A las
preguntas responde, como antes, “sí”, "sí”. A pesar de buscarlo con cuidado, no en
cuentra un trozo de pan que se le ha caído del lecho, p o r q u e n o l o g r a o r i e n t a r a d e -
c u a d a m e n t e s u s o j o s . No puede tampoco seguir el índice con la mirada. El 23 de
varias veces la tijera; y luego, sin notarlo, sigue haciendo el movimiento de cortar un
racimo”. (Trastorno de la sensibilidad y coordinación defectuosa entre los movimien
tos oculares de orientación y los movimientos de la mano derecha.) El paciente puede
escribir de nuevo su nombre con la mano derecha, de modo legible. Dice que al actuar
no le funciona la mano derecha según lo que él tiene en la cabeza. No logra repetir
lo que se le dice, o pronuncia formaciones verbales desfiguradas. Por ejemplo: S t u h l
(silla) = “Schrime”, “schirr", “schrine” ( s o r d e r a v e r b a l ) .
El estado del paciente varió poco durante el invierno. El habla seguía siendo alta
mente parafásica: jargonofasia, logorrea, perseveración en las mismas muletillas, que
mezcla siempre a todas sus expresiones ( e m b o l o f a s i a ) ; algunas veces, fragmentos de
una frase correcta ( h i p o f r a s i a ) , y muchas más el mismo émbolo verbal. Trabajó cons
tante y concienzudamente en el huerto: esponjaba la tierra, distribuía guijarros y re
gaba la hierba sin error; pero reaparecía la a p r a x i a de la mano derecha t a n p r o n t o
com o s e p e d ía d e él a lg o in s ó lito .
boca, pero hace con ésta el movimiento de dar un beso." Existe otra vez una agrafía
hemilateral completa; pero al día siguiente escribe de nuevo correctamente, aunque la
apraxia de sus manos sigue muy acusada y sólo con gran fatiga logra tomar su des
ayuno.—29 de junio: “Muéstreme su mano.” No lo hace, y prorrumpe en un galima
tías parafásico: "Huede hue mer voll hur de hue”, etc. Lo mismo acontece cuando ha
de señalar objetos; en lugar de hacerlo, parlotea y p a r e c e n o c o m p r e n d e r l o q u e s e le
p id e ( sord era v e r b a l) .
A continuación, otra vez se repone con presteza. A partir del 3 de junio comienza
a trabajar diariamente, m a s s ó l o c o n la m a n o i z q u i e r d a , p o r q u e la d e r e c h a h a q u e d a d o
i n s e n s i b l e y a p r á x í c a : “Cuando quiere usar su mano derecha, no acierta a coger ¡os
empieza de nuevo a escribir breves cartas, con frases del todo claras, que contrastan
mucho con el galimatías de su l e n g u a j e h a b l a d o (i n t e g r i d a d d e l l e n g u a j e i n t e r i o r ) ;
sólo hay en ellas muy escasos errores literales y algunos descarríos paragráficos.
Desde entonces, transición a un estado final constante. Afasia sensorial estable.
La mano derecha quedó hasta la muerte cada vez más hipoestésica, inválida y aprá-
x i c a ; “El paciente comió siempre con la mano izquierda; el manejo de las tijeras de
jardinero le ofrecía las mayores dificultades; con la mano derecha ya no podía usarlas,
y con la izquierda sólo defectuosamente.” Una detenida exploración en octubre de 1909
hizo ver, en lo relativo a la apraxia, lo siguiente:
Son mostrados al enfermo varios objetos, y debe indicar cómo se emplean.
Gafas: hace el gesto de llevárselas a los ojos.
Pluma: movimientos inciertos con la mano; dice “be”.
Cuchillo: “naturalmente"; movimiento de la mano, y luego: “Wapeli”, "wasse",
“messe”. Por fin, el m o v i m i e n t o d e e s c r i b i r (ecforia tardía de la prueba anterior).
Periódico: de nuevo fragmentos parafásicos, y con ellos el m o v i m i e n t o d e e s c r i b i r
(perseveración).
Llave: sonidos parafásicos confusos, pero no puede mostrar cómo se usa; toma el
cuchillo en lugar de tomar la llave (perseveración).
“Ahora debe manejar cuchillo, tenedor y cuchara sobre un plato vacío, como si
comiera. Todo está dispuesto, pero él no acierta a usar esos objetos, n i s i q u i e r a c o n
la m a n o i z q u i e r d a . Pero si se trata de una comida real, maneja su mano izquierda
muy bien."
Más tarde anduvo con los pies separados, y a veces un poco vacilante. Psíquica
mente fué empeorando el enfermo, se demenció algo y sé hizo voluntarioso, sensible
y excitable. La agudeza auditiva fué siempre buena, pese a su incapacidad de repetir
lo que se le decía: “Nunca hubo que hablarle en alta voz.” El trastorno del habla
siguió igual. “La habilidad manual descendió continuamente en los últimos años, sobre
todo desde 1913. Pero siempre le permitió el cuidado del huerto, el riego del empa
rrado y otras faenas análogas. De cuando en cuando hacía algo distinto de lo que se
le pedía, y ello era motivo de largas discusiones."
El 2 de diciembre de 1914 tuvo otro leve ataque, y desde entonces sólo raramente
dejaba su casa. Murió el 28 de junio de 1915, a los 78 años, de insuficiencia cardíaca.
en T 2), en el territorio del foco. 2. Intenso adelgazamiento del cuerpo calloso en toda
su mitad posterior, especialmente notable en el plano del pulvinar y del tercio caudal
del tálamo. 3. Degeneración secundaria parcial del fascículo centroparietal de Monakow
del lado izquierdo. B) D i e n c é f a l o : 4. Notable reducción del volumen y degeneración
secundaria de las células del pulvinar izquierdo (si es que no se hallaba primariamente
destruido). 5. Moderada reducción de las células del tercio frontal medio del cuerpo
geniculado izquierdo. 6. Fuerte reducción del volumen del tercio posterior del tálamo
óptico. 7. El putamen izquierdo es visiblemente más pequeño que el derecho; sus cé
lulas hállanse algo más apretadas. C) T r o n c o c e r e b r a l : 8. Intenso adelgazamiento y
gran pobreza en fibras del tallo del tubérculo cuadrigémino posterior izquierdo (la
mitad que el derecho). Acusada degeneración o atrofia (reducción de volumen) del
núcleo izquierdo del tubérculo cuadrigémino posterior, y parcial consunción de las
células del mismo. 9. Degeneración secundaria parcial de la vía temporal izquierda del
puente. 10. Moderada reducción de la parte media del lemnisco derecho19.
Dos razones me han movido a elegir esta historia clínica entre todas
las posibles, incluidas las del propio von M onakow. La prim erié’su a s
tricta fidelidad al pensamiento monakowiano. El trabajo de
tomada procede del Hicnanatomisches Institut, de Zurich; su aífaw··'Ru-
dolf Brun, se propone demostrar con ella— y con diecinueve más— la
exactitud de las ideas de su maestro acerca de la apraxia. M as también
ha contribuido a mi decisión la singular peculiaridad de la historia misma.
Había hecho la descripción original de este caso el Dr. Seitz, docente
de M edicina interna en la Universidad de Zurich. Observó Seitz al en
fermo con enorme precisión, y casi día a día, a lo largo de veinte años.
La concienzuda narración de sus observaciones— cerca de doscientas pá
ginas— fué cedida por su autor a Rudolf Brun, y éste la redujo hasta
hacer de ella el relato que ahora ha podido ser leído. Estudióse el encé
falo del enfermo en el Himanatomisches Institut, de von Monakow, bajo
cuyos auspicios fué compuesta la monografía a que la historia pertenece.
N os hallamos, pues, ante un ejemplo que ilustra muy bien acerca de
lo que es la composición del relato patográfico. El enfermo ofrece a la
descripción del patógrafo la apariencia visible de su vida, así la reactiva
a su circunstancia habitual, como la que artificialmente suscitan en él las
varias intervenciones exploratorias y terapéuticas. D e todo este inmenso
material— la vida puede ser descrita segundo a segundo, si se quiere:
recuérdese la obra literaria de Joyce— el patógrafo elige cuanto le parece
demostrativo de su particular intelección del caso y calla lo que desde su
punto de vista estima irrelevante o farragoso. Eso ha ocurrido ahora, y
en forma singularmente perceptible. El primitivo patógrafo (S e itz), hom
bre meticuloso y paciente, compuso una historia clínica extensísima y, si
vale la expresión, “ neutral” : se limitó a describir todo lo que vió, fuese
o no importante para establecer un juicio diagnóstico y una interpretación
patológica del caso, y sometió al enfermo a cuantas pruebas de conducta
(pruebas verbales, prácticas, etc.) le parecieron pertinentes. Sobre este
ancho y prolijo relato ha operado el segundo y definitivo patógrafo, Ru
dolf Brun. El cual, regido por su personal criterio discriminativo, se/ec-
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11 12
Fig. 6.— Abscisas; transcurso del tiempo. Ordenadas: intensidad de los síntomas
neurológicos.
A n teced en tes.
H e r id a
D a t o s de ex p lora ción .
M o le s tia s :
C o m p o r ta m ie n to g e n e r a l:
D e s c r ip c ió n de la h e r id a ( c ic a tr iz ) :
P u ls o :
P r e s ió n a r te r ia l:
Acostado:
Sentado: D.: I.: En pie:
P u n c ió n lu m b a r . Presión.
L íq u id o :
V a s o m o t ilid a d :
O íd o :
Lengua:
R e f le jo s te n d in o s o s :
R e fle jo s cu tá n eo s:
M o tilid a d :
Pru eba s de in d ic a c ió n :
S e n s ib ilid a d :
Fecha:
Nombre: Profesión:
1. Orientación.
2. Atención (Bourdon).
8. Lenguaje.
A . H a b la :
a) Habla espontánea:
b) Repetición:
c) Series verbales:
d) Conjugación de “yo tengo” y "yo soy".
e) Búsqueda de palabras.
1. Para objetos reales:
2. Para dibujos:
3. Para colores:
B. C o m p r e n s ió n d el h a b la :
a) Ejecución de órdenes:
4. L e c tu ra .
5. E s c rit u r a .
a) Espontánea: b) Dictado: c) Copia:
6. C onocim iento y recon ocim iento táctil.
A . R e c o n o c im ie n to de fo rm a s:
B. R e c o n o c im ie n to de o b je t o s :
7. A p re h e n s ió n y com prensión.
A . Pa ra o b je t o s re a le s :
B. C o m p r e n s ió n de o b je t o s en im á g e n e s :
C . C o m p r e n s ió n de d ib u jo s lin e a le s ;
8. P r a x ia .
Saludar: Amenazar: Moler café: Encender una cerilla:
9. D e sc rip ció n de o bjetos rec o rd a d o s (para la exploración de las imágenes re
presentativas).
10. P r u e b a s de asociación.
11. C o n s tru ir y d ib u ja r.
C o n s tr u c c ió n esp o n tá n ea :
Im ita c ió n de un m o d e lo :
D ib u jo e sp o n tá n eo :
D ib u jo c o p ia d o :
12. M e m o ria .
A . A m p litu d de la m e m o r ia y r e te n c ió n in m e d ia t a (c a p a c i d a d de f i ja c i ó n ):
D . M e m o ria de lo rem o to .
E. C o n o c im ie n to s g e n e r a le s .1
3
1. L e n g u a je espontáneo.
a) Hablado: b) “ Escrito:
2. S e rie s v erb a les.
3. R epetición.
1. M e m o r ia p a r a n ú m eros.
2. C a p a c id a d de fija c ió n y recon ocim iento de c ifra s.
3. C o n tar. 4
2
0
1
9
8
7
6
5
38 Sería sugestivo indagar las relaciones entre esta concepción del conocimiento
biológico y el pensamiento de Cl. Bernard acerca de la idée esGpéT'imeutale (véase el
volumen Claudio Bernard de mi colección “Clásicos de la Medicina”, Madrid, 1947).
curso temporal de los fenómenos biológicos, tempo de las reacciones or
gánicas ).
Las constantes individuales son, si vale hablar así, una “ creación con
tinuada” del organismo. Mediante su “ comportamiento señalado” , elige
constantemente, entre todas las reacciones posibles, aquellas que mejor
garantizan su constancia específica e individual; y si una agresión del
medio las modifica, tiende espontáneamente a reconquistar el valor “ nor
mal” de la constante alterada. Estas cifras “ normales” constituyen, pues,
las notas definitorias de cada organismo: “ Sólo estamos frente a un or
ganismo determinado— dice Goldstein— cuando sus constantes reapare
cen después de haber sido modificadas.”
Equivale esto a decir que la enfermedad debe ser definida desde el
punto de vista de la individualidad del organismo que la padece: “ La
determinación de la enfermedad exige como punto de partida el concepto
esencial del individuo. La enfermedad surge cuando un organismo se
halla de tal modo alterado que incurre en reacciones catastrofales dentro
del medio que le es propio. L o cual se manifiesta no sólo en los trastor
nos de la actividad correspondiente al lugar del defecto, sino, en general,
porque un comportamiento desordenado supone siempre, en medida ma
yor o menor, el comportamiento desordenado de todo el organismo 37.
Según esto, la enfermedad consiste formalmente en un doble proceso
biológico: una alteración de las constantes individuales producida por
la transitoria incapacidad del organismo para sostenerlas, dentro de las
condiciones de su medio; y un esfuerzo de ese organismo enfermo orde
nado a reconquistar la normalidad de sus constantes. La curación inte
gral es el logro de la normalidad perdida; la curación con defecto, el es
tablecimiento de una nueva norma individual.
Adviértese claramente que esta concepción de la individuatio morbi es
del todo semejante a la de von M onakow. Ambas son genuinamente
biológicas. La apariencia externa o resultativa de la individualidad de
un proceso morboso se halla constituida, ciertamente, por la cuantía en
la alteración de las constantes individuales, así las estáticas como las di
námicas o ritmos, y de ahí la singularidad material y formal de cada
cursus morbi. Según su aspecto exterior, la individualidad de cada enfer
mo es signatio quantitate, señalamiento cuantitativo. Pero ese “ señala
miento” existe en cuanto el organismo que “ padece” la enfermedad tam
bién la “ hace” , además de padecerla; es decir, en cuanto es materia
signans. La individuación de un proceso morboso muéstrase a los ojos
— c o n v ie n e al g e n io de la p o e s ía
un e le m e n to : la m e la n c o lía —,
46 Sin la técnica—esto es, sin una creación del hombre que supone una constitu
ción trans-org'ánica de su ser—no sería posible esa “relativa constancia” de “su” or
ganismo. Deliberadamente he entrecomillado ese “su”. Si el hombre no fuese algo
más que un organismo, ¿podría decir “mi” organismo? Cannon demostró que pueden
sobrevivir los perros después de haberles destruido experimentalmente todo su sis
tema vegetativo. Goldstein observa: “Sí, pueden seguir viviendo; pero en las condi
ciones artificiales y favorables del laboratorio.” L a técnica humana vela por las
constantes del perro. En cierto sentido, el “cuidado” con que la inteligencia del hom
bre vela, mediante la técnica, por la “relativa constancia” de “su” propio, organismo,
es equiparable al de la inteligencia del experimentador por conservar el organismo
casi inválido del perro denervado. En su última raíz, la inteligencia humana, esa en
cuya virtud puede el hombre decir “mi” organismo, es rigurosamente trans-orgánica..
ma de la libertad” (Einbusse an Freiheit) y exigen una dependencia del
medio mucho más estrecha que el estado de salud; todo recurso contra
el dolor— médico o quirúrgico— pone al organismo enfermo ante una
opción ineludible: “ menor libertad o mayor dolor” , dolorosa posibilidad
de mayor número de actividades biológicas o indolora privación cualita
tiva o cuantitativa de alguna de ellas 47.
T o d o esto es muy sagaz y muy certero. Pero, ¿qué entiende Goldstein
por “ libertad” ? N o, ciertamente, la íntima facultad de elección o de
osad ía484
, sino la “ holgura” del organismo en su relación con el medio.
9
Confúndese, pues, la genuina libertad con las condiciones de su ejerci
cio, las cuales son rigurosamente "orgánicas” o tocantes, cuando menos,
al organismo del hombre. Entendida la libertad como "holgura frente al
medio” , no es ilícito decir que la enfermedad de un perro merma su “ li
bertad” . Pero ¿quién se atrevería a sostener que un perro es “ libre” ?
Goldstein es seguro que no.
El hombre es por esencia un ser libre; y aunque su libertad radica
allende su organismo, no es ni puede ser ajena a la también esencial
condición orgánica de la entidad humana. Repetiré la. fórmula anterior:
el hombre “ tiene” un organismo que forma parte de su “ ser” . A sí puede
ser rectamente usada la sagaz expresión de Goldstein: la enfermedad y
la curación con defecto “ merman la libertad” del hom bre is>.
c. Los ejemplos podrían aumentarse. La “ biología” de von M ona-
kow y Goldstein no llega a explicar íntegramente la realidad descriptiva
del ser humano. Y si esto es así, ¿puede no mostrarse la deficiencia en
su patología y en su patografía?
Consideremos, por ejemplo, la exploración clínica de Goldstein. A n te
el enfermo no se limita a “ ver” , “ tocar” y “ oír sonidos” , como postuló la
semiología científiconatural. El médico habla ahora con el paciente y le
interroga acerca de lo que éste siente “ dentro de si” . Pero entre todo lo
que el enfermo tiene “ dentro de sí” , ¿qué es lo que, en rigor, quiere saber
el médico? ¿Cuál es el verdadero objetivo de su anamnesis?
Recordemos lo que en la historia clínica del “ caso Schneider” llaman
Goldstein y Gelb “ análisis fenoménico” . M ediante ese análisis aspiran
M O D ELO C O P IA
P A T O G R A F IA Y V ID A P E R S O N A L
55 O. C., I, 21 y 137.
86 O. C., I, 134.
57 “Psicoanálisis y Medicina”, O. C II, 753.
no llega a producirse la abreacción por medio de acciones y palabras, "el
recuerdo del suceso conserva su acento afectivo ". Charcot había discer
nido cuatro fases en el “ gran ataque” histérico: movimientos epileptoides,
“ clownismo” , actitudes pasionales y delirio final. Freud comenta: “ N ues
tra tentativa de explicación viene a enlazarse con la tercera fase, la de
las actitudes pasionales” 5S. N o niega Freud, ciertamente, la perduración
“ representativa” de las vivencias traumáticas eficaces; pero esa eficacia
la reciben de la remoción "afectiva” que en el alma del enfermo logran
producir. Pronto ese “ afecto” recibirá un nombre específico: instinto se
xual, libido. “ Cualquiera que sea el síntoma que tomemos como punto de
partida— escribe Freud— llegamos indefectiblemente al terreno de la vida
sexual... T en go este resultado por un importante hallazgo: por el descu
brimiento de una caput N ili de la neuropatología...” 59.
Estamos asistiendo al orto de los conceptos básicos de la doctrina
psicoanalítica: el inconsciente, el trauma psíquico, la represión, la libido
como impulso radical de la vida. N o es esto, sin embargo, lo que ahora
importa, sino el patente contraste entre una concepción "anatomoclínica”
de la histeria— la concepción de Charcot— y otra radicalmente nueva. La
preocupación por el cuadro nosográfico ha sido sustituida por la pesquisa
del mecanismo psicológico; la estimación preponderante de la herencia
(la histeria, miembro eminente de la famille névropathique) ha cedido
ante la resuelta importancia de la vicisitud biográfica; la presunta acción
patogenética de la representación ha sido desplazada por la vigorosa efi
cacia del impulso instintivo. Pues bien: tan considerables novedades, ¿po
dían dejar de expresarse en la patografía?
N o son escasas las historias clínicas en la obra de Freud, desde las
que ilustraron los Studien über Hysterie. Su condición de innovador le
obliga a exhibir la garantía del documento patográfico. Era mi propósito
transcribir la primera de las publicadas por él: el caso de la “ Sra. Emmy
de N . ” , atendida por Freud desde mayo de 1889 hasta el verano de 1890.
La gran extensión de esa historia me ha obligado a sustituirla por otra,
muy ulterior, pero esencialmente análoga: el “ Análisis de un caso de
neurosis obsesiva” que aparece en Historiales Clínicos (1925). Hela
aquí:
18 O. C .j I, 21-30.
“ O. O., I, 135-137.
de sus pensamientos'. Sentía además impulsos obsesivos, tales c o m o e l de cortarse el
cuello con una navaja de afeitar, y se imponía prohibiciones, que se extendían también
a cosas triviales e indiferentes. La lucha contra sus ideas obsesivas le había hecho
perder mucho tiempo, retrasándole en su carrera. De todos los tratamientos ensayados
sólo uno le había aliviado algo: una cura hidroterápica en un balneario, pero sólo
porque durante su estancia en el mismo halló ocasión de desarrollar una actividad
sexual regular. Aquí en Viena no se le ofrecía ocasión semejante, y sólo raras veces
y con grandes intervalos cohabitaba. Las prostitutas le repugnaban. En general, su
vida sexual había sido muy limitada. El onanismo había desempeñado en ella muy
escaso papel, y sólo a los dieciséis o diecisiete años. Su potencia era normal, y hasta
los veintiséis años no había conocido mujer.
El paciente daba la impresión de ser un hombre de inteligencia despejada y pe
netrante. Preguntado por qué razón ha iniciado la anamnesis con informes sobre la
vida sexual, explica haberlo hecho por saber que así correspondía a mis teorías. Fuera
de esto no ha leído ninguna de mis obras, y sólo muy recientemente, al hojear una de
ellas, encontró la explicación de ciertas asociaciones verbales que le recordaron la
"elaboración mental" a que él mismo sometía sus ideas y le decidieron a acudir a
mi consulta60.
Iniciación del tratamiento.—Al día siguiente, una vez comprometido a observar la
única condición del tratamiento, esto es, la de comunicar todo lo que le viniera a las
mientes, aunque le fuera desagradable hablar de ello o le pareciera nimio, incoherente
o disparatado, y habiendo dejado a su arbitrio la elección del tema inicial de su rela
to, comenzó por lo siguiente:
Tiene un amigo al que estima mucho. Siempre que se ve atormentado por un im
pulso criminal acude a él y le pregunta si le desprecia considerándolo como un delin
cuente. El amigo le da ánimos, asegurándole que es un hombre irreprochable, sujeto
tan’ sólo desde su juventud a analizar sus actos con temeroso escrúpulo infundado.
Análoga influencia hubo de ejercer antes sobre él otra persona: un estudiante que
tenía diecinueve años cuando él catorce o quince, y cuya estimación elevó su opinión
sobre él mismo, hasta el punto de que llegó casi a creerse un genio. Aquel estudiante
pasó luego a darle clases particulares, y entonces varió bruscamente la actitud para
con él, dándole a entender que era un inútil. Por fin advirtió que si antes le había
mostrado simpatía había sido tan sólo por lograr su amistad y conseguir ser recibido
tado. La sexualidad del paciente fué muy precoz. A los cuatro o los cinco años se
introdujo bajo las faldas de su institutriz, con el consentimiento de ésta, y tocó sus
genitales y su cuerpo. Desde entonces queda en él un vivo deseo de contemplar el
cuerpo femenino. Se repiten las escenas hacia los seis años, con una nueva institutriz.
Esta le pospuso una vez, algo más tarde, a su hermano menor; el paciente recuerda
que lloró. Tenía, ya a los seis años, frecuentes erecciones. Se quejó de ellas a su ma
dre, pero con temor: “Andaba preocupado con la idea morbosa de que m i s p a d r e s
c o n o c ía n m is ín tim o s p e n s a m ie n to s por h a b e rlo s r e v e la d o yo m is m o en voz a lta s in
castigo, sino que el mismo era aplicado impersonalmenfe a la persona evocada. Des
pués de breve reflexión, concluí que dicha persona no podía ser otra que la mujer a
quien el sujeto dedicaba por entonces sus atenciones.
En este punto interrumpió el paciente su relato para indicarme cuán ajenos y opues
tos a su verdadera personalidad eran tales pensamientos, y con qué extraordinaria ra
pidez se desarrollaba en él todo lo que a ellos se enlazaba. Simultáneamente a la idea
surgía siempre la “sanción”, esto es, la medida df defensa que había de poner en
práctica para que la fantasía no se cumpliera. Cuando el capitán habló de aquel horro
roso castigo y surgieron en el sujeto las ideas de que había hecho mención, todavía
consiguió defenderse de ambas con su conjuro habitual, consistente en un ademán de
repulsa y la exclamación: “ ¡Qué tonterías se te ocurren!”
El plural “ambas” hubo de extrañarme, como sin duda habrá extrañado al lector,
pues el paciente no había referido más que una: la de que el tormento de las ratas
era aplicado a la señora de sus pensamientos. Mas ahora hubo de confesar que simul
táneamente a esta idea había surgido en él la de que el tormento se extendía también
a su padre. Mas como su padre había muerto muchos años atrás, tal temor obsesivo
le resultaba aún más insensato que el primero, e intentó dejarlo inconfesado.
Al día siguiente, el mismo capitán le entregó un paquete postal y le dijo: “El te
niente Z. ha pagado por ti el reembolso. Tienes que darle el dinero." El paquete
contenía los lentes pedidos por telégrafo a Viena. En el mismo instante surgió en él
una “sanción”: N o d e v o l v e r e l d i n e r o , pues si lo hacía sucedería aquéllo (se realizaría
en su padre y en la amada la fantasía de las ratas). Y conforme a una trayectoria
típica ya en él, se alzó inmediatamente para combatir tal sanción un mandato en forma
de juramento. " T i e n e s q u e d e v o l v e r la s 3 ,8 0 c o r o n a s a l t e n i e n t e Z " , palabras que casi
pronunció a media voz.
Los ejercicios militares terminaron dos días después. El sujeto realizó durante e l l o s
continuos esfuerzos para devolver al teniente Z. la pequeña cantidad adeudada, contra
lo cual surgieron una y otra vez dificultades de naturaleza aparentemente objetiva. AI
principio intentó realizar el pago por conducto de otro oficial que iba a Correos, pero
se alegró mucho cuanto éste le devolvió el dinero, alegando no haber encontrado al
teniente Z. en las oficinas postales, p u e s aquel modo de cumplir su j u r a m e n t o n o l e
satisfacía, por no corresponder a la forma literal del mismo: “Tienes que devolver las
3,80 coronas al teniente Z . ” Por fin encontró a este último oficial, pero Z. se negó a
aceptarle el dinero, diciendo que él no había pagado nada por su cuenta; ni siquiera
estaba encargado del Correo, función que correspondía al teniente B. El sujeto quedó
un tanto perplejo viendo la imposibilidad de cumplir su juramento, por ser errónea una
de sus premisas, e imaginó toda una serie de complicados expedientes. Iría a Correos
con los tenientes Z. y B., y el primero daría a la encargada del servicio de paquetes
postales 3,80 coronas, que la empleada entregaría a B., y entonces ya podría él cum
plir al pie de la letra su juramento, dando las 3,80 coronas a Z.
No extrañaré que el lector encuentre incomprensible todo esto, pues, también la
minuciosa descripción que el paciente me hizo de los sucesos exteriores de estos días
y de sus reacciones a ellos adolecía de contradicciones internas y parecía inextricable
mente embrollada. Sólo en un tercer relato conseguí hacerle advertir tales imprecisio
nes y determinar los errores mnémicos y los desplazamientos en que había incurrido.
Pero podemos ahorrarnos la reproducción de estos detalles, cuya parte esencial nos
ocupará luego, y limitarnos a indicar que al final de esta segunda sesión el sujeto se
conducía como aturdido y enajenado, llamándome repetidamente "mi capitán", sin
duda porque al principio de la sesión le había dicho que yo no era un hombre cruel
como el capitán de su historia y no tenía la menor intención de atormentarle innece
sariamente.
En esta sesión me explicó también que desde un principio, y ya en los primitivos
temores de que les ocurriese algo a las personas de su particular afecto, había situado
tales castigos, no sólo en lo temporal, sino también en la eternidad, en el más allá.
Hasta los catorce o los quince años había sido muy religioso, evolucionando desde
entonces hacia su actual incredulidad. La contradicción que así surgía entre sus con
vicciones actuales y la aceptación de una vida ultraterrena la salvaba diciéndose:
“¿Qué sabes tú de la vida en el más allá? ¿Y qué saben los demás? No se puede saber
nada y, por lo tanto, nada arriesgas pensando así.” El sujeto, hombre por lo demás
de aguda y clara inteligencia, consideraba irreprochable semejante conclusión y apro
vechaba la inseguridad de la razón humana en tal problema en favor de su anterior
concepción piadosa del universo, superada ya.
En la tercera sesión completó el relato, muy característico, de sus esfuerzos por
cumplir su juramento obsesivo. Por la noche se celebró la última reunión de los ofi
ciales antes del término del período militar. Le correspondió contestar al brindis dedi
cado a "los señores reservistas" y habló elocuentemente, pero como un sonámbulo,
pues en el fondo le seguía atormentando su juramento. La noche fué espantosa. Ar
gumentos y contrargumentos pugnaron rudamente en el cerebro. El argumento principal
era, naturalmente, que la premisa fundamental de su juramento se había demostrado
errónea, ya que el teniente Z. no había pagado por él ningún dinero. Pero se consoló
pensando que Z. haría con ellos, al día siguiente, una parte de la marcha, hasta la
estación ferroviaria de P., y podría él darle el dinero, rogándole que se lo entregase
a B. Llegado el momento, no lo hizo y dejó partir a Z. sin decirle nada, encargando,
en cambio, a su asistente que le anunciara su visita para aquella misma tarde. Por su
parte, llegó a las nueve y inedia de la mañana a la estación, dejó su equipaje en la
consigna y evacuó diversos asuntos en la pequeña ciudad, siempre con el propósito
de hacer luego su anunciada visita a Z. El pueblo en que Z. se hallaba acantonado
estaba a una hora de coche de P. El viaje en ferrocarril hasta la localidad donde se
hallaba la oficina de Correos duraba tres horas; creía, pues, que habría de serle posi
ble alcanzar, una vez llevado a cabo su complicado plan, el último tren que salía de P.
para Viena. Las ideas que en él pugnaban eran las siguientes. Por un lado, que si no
acababa de decidirse a cumplir su juramento era por pura cobardía, pues quería aho
rrarse la molestia de pedir aquel servicio a Z. y aparecer ante él como un perturbado.
Y por otro, que la cobardía estaba precisamente en cumplir el juramento, ya que coa
ello se proponía tan sólo liberarse de sus ideas obsesivas. Cuando en una reflexión
se contrapesaban de este modo sus argumentos, el sujeto acostumbraba a abandonarse
al azar, y así, cuando un mozo de la estación le preguntó si iba a tomar el tren de
las diez, contestó afirmativamente y partió en dicho tren, creando un hecho consumado
que le alivió mucho. Al pasar el empleado del coche comedor le encargó que le reser
vase un puesto para la comida, pero ya en la primera estación se le ocurrió que todavía
podía bajar en ella, tomar un tren en sentido contrario hasta la localidad donde Z. se
hallaba, hacer con él un viaje de tres horas hasta la oficina de Correos, etc. Sólo el en
cargo dado al empleado del coche comedor le contuvo de poner en práctica tal propó
sito, pero no renunció a él por completo, sino que lo fue a p l a z a n d o d e estación e n
estación, hasta llegar a una en la que no podía descender por tener parientes en la
localidad a la que correspondía, y entonces decidió seguir ya su viaje hasta Viena,
buscar allí a su amigo, someterle la cuestión y volver en todo caso a P. en el tren
de la noche. Ante mis dudas de que le hubiera sido posible llevar a cabo semejante
plan, me aseguró que entre la llegada de su tren y la salida del otro habría podido
disponer de media hora. Pero al llegar a Viena no encontró a su amigo en la cerve
cería donde esperaba hallarle, y ya a las once de la noche le vió en su casa y le contó
su perplejidad. El amigo se manifestó asombrado de que aún dudase d e q u e s e tratara
de una idea obsesiva, le tranquilizó por aquella noche, durante la cual durmió sin
angustias, y a la mañana siguiente le acompañó a Correos, donde impuso un giró de
3,80 coronas dirigido a las oficinas postales que habían recibido el paquete con los
lentes.
Estos últimos detalles me proporcionaron un punto de apoyo para desentrañar las
deformaciones de su relato. Si al ser llamado a la razón por su amigo no había ya
girado la pequeña suma al teniente Z., ni tampoco al teniente B, sino directamente a
la oficina d e C o r r e o s , t e n í a q u e saber y h a b e r sabido ya antes de su partida que s ó l o
a la e m p l e a d a d e C o r r e o s y a n a d i e m á s adeudaba el importe del reembolso. Y, en
efecto, resultó que así lo sabía antes de la advertencia del capitán y de su juramento,
pues ahora recordaba que horas antes de su encuentro con el capitán cruel había
hablado con otro capitán, que le había explicado el verdadero estado de las cosas. Este
último oficial, al saber su nombre, le había dicho que había estado en la oficina de
Correos, donde la empleada le había preguntado si conocía a un cierto teniente H.
(nuestro paciente), para el cual acababa de llegar un paquete postal contra reembolso.
El oficial había c o n t e s t a d o negativamente, p e r o la e m p l e a d a manifestó que confiaba e n
la honorabilidad de aquel teniente desconocido, y que adelantaría el importe del reem
bolso. De este modo llegaron a poder de nuestro paciente los lentes que había encarga
do por telégrafo. El capitán cruel se equivocó al advertirle, cuando le entregó el pa
quete, que debía dar las 3,80 coronas a Z. Nuestro paciente debía saber que aquello
era un error, y, sin embargo, hizo, sobre la base de tal error, el juramento que había
de atormentarle. En ello y luego en su relato de tales sucesos, se ocultó a sí mismo
y me ocultó a mí el episodio del otro capitán y la existencia de la amable empleada
de Correos. De todos modos, reconozco que después de esta rectificación aún se nos
hace más insensata e incomprensible que antes su conducta.
Al separarse de su amigo y volver a su casa tornaron a atormentarle sus dudas.
Los argumentos de su^amigo no habían sido sino los suyos, y veía muy bien que si
le habían tranquilizado temporalmente era tan sólo por la influencia personal del mis
mo. La decisión de consultar a un médico quedó entretejida en el delirio en la siguiente
ingeniosa forma: se haría dar por un médico un certificado de que para su restable
cimiento le era necesario llevar a cabo, con el teniente Z., aquella serie de actos que
había proyectado, y seguramente tal certificado movería al oficial a aceptar de él las
3,80 coronas. La casualidad de que en aquellos momentos cayera entre sus manos un
libro mío, orientó hacia mí su elección. Pero comprendió que no había de obtener de
mi un tal certificado, y sólo me pidió, muy razonablemente, que le liberase de sus ideas
obsesivas. Muchos meses después, en el punto álgido de la resistencia, le acometió de
nuevo la tentación de ir a P„ buscar al teniente Z. y representar con él la comedia
de la devolución del dinero.
I n t r o d u c c i ó n a la i n t e l i g e n c i a d e la c u r a .—No deberá esperarse encontrar en segui
que llegó hasta el deseo de que su padre no dejara la menor fortuna, para que nada
pudiera compensarle a él de tan terrible pérdida. La misma idea, aunque más apagada,
surgió por tercera vez la víspera de la muerte del padre. Pensó, en efecto, que estaba
a punto de perder lo que más quería, y en el acto emergió la idea contradictoria: “No;
hay todavía otra persona cuya muerte sería más dolorosa para ti." El sujeto extrañaba
mucho tales pensamientos, pues estaba plenamente seguro de que la muerte del padre
no había podido ser jamás el contenido de un deseo, y sí tan sólo el de un temor.
[Sigue a ello la exposición de un nuevo fragmento de la doctrina psicoanalítica:
relación entre la angustia, el deseo pretérito y la represión. El paciente sigue resis
tiéndose a admitirla en su caso, aunque le parece muy plausible.]
En la sesión siguiente, la séptima, recoge el sujeto nuevamente el mismo tema. No
podía creer haber abrigado jamás aquel deseo hostil al padre. Recordaba una novela
de Sudermann que le había impresionado profundamente, en la cual una joven que
velaba a su hermana enferma sentía de pronto el deseo de que muriera para poderse
casar ella con su cuñado, y luego, muerta realmente su hermana, se suicidaba, conven
cida de que después de haber abrigado, aunque sólo fuera por breves instantes, tan
innoble deseo, no merecería seguir viviendo. El sujeto comprendía aquella resolución
y encontraba muy justo que aquellos tristes pensamientos suyos le llevaran a la tum
ba, pues no merecería otra cosa. Le hice observar que nosotros los psiquiatras sabe
mos muy bien que la enfermedad produce a los enfermos una cierta satisfacción, de
manera que todos ellos se resisten parcialmente a curar. No debía, pues, perder de
vista que un tratamiento como el que estábamos desarrollando avanza en lucha cons
tante contra i n c e s a n t e s r e s i s t e n c ia s . Ya tendría ocasión más que sobrada de recor
dárselo.
El sujeto quiere ahora hablar de un acto delictivo en el que no se reconoce, pero
que recuerda con toda claridad, y a este respecto cita un aforismo de Nietzsche: “Eso
lo he hecho yo”, dice mi memoria. "Eso no puedo haberlo hecho”, dice mi orgullo,
y permanece inexorable. Por último cede la memoria. Luego continúa: “En este caso
no ha cedido mi memoria."
Cuenta el enfermo un suceso de su infancia: una vez disparó contra el rostro de
su hermano menor una escopeta de juguete, sin causarle daño. Siempre ha querido
mucho a su hermano; han sido inseparables. Pero, en el fondo, ha tenido celos de él,
porque era más fuerte y más guapo, y todos le querían más. La cobardía de su pro
ceder repugnaba al enfermo. [Aprovecha Freud la ocasión para convencerle de la
tesis psicoanalítica principal: si el paciente había conservado en la memoria un hecho
tan contrario a su verdadera personalidad, nó puede negar la posibilidad de que en
años todavía más tempranos hubiera realizado algo análogo' contra su padre, aun
cuando hoy no lo recuerde. Movido por esta reflexión, el enfermo recuerda otros im
pulsos de venganza contra la mujer de que estaba enamorado. Freud le advierte que
debe considerarse por completo irresponsable de tales rasgos de carácter: esos impulsos
reprobables proceden todos de la vida infantil y corresponden a ramificaciones de e s a
vida conservadas de modo inconsciente, y él sabe muy bien que no es posible atribuir
al niño una responsabilidad ética. El enfermo sigue dudando de que todos sus impul
sos perversos tengan tal procedencia.
Hasta aquí llega la parte de la historia clínica que Freud puede comunicar detalla
damente y en perfecto orden de sucesión. No obstante ello, el tratamiento sigue a lo
largo de once meses.]
A l g u n a s r e p r e s e n t a c i o n e s o b s e s i v a s y s u i n t e r p r e t a c i ó n .—Este apartado y los dos
siguientes son dedicados por Freud a exponer su interpretacicp del caso, conforme a
los datos ya conocidos y a otros nuevos, que hizo saber el tratamiento ulterior. Co
mienza por el esclarecimiento de un sentimiento obsesivo frecuente, bajo diversa apa
riencia, en la vida del enfermo: el i m p u l s o a l s u i c i d i o . El paciente había perdido varias
semanas de trabajo por causa de la ausencia de ¡a dama de sus pensamientos, que
había salido de viaje para cuidar a su abuela enferma. Hallándose celosamente con
sagrado al estudio, se le ocurrió de pronto: “No es difícil cumplir la decisión de pre
sentarse bien preparado a los próximos exámenes. ¿Pero qué sucedería si se te impu
siera la decisión de cortarte el cuello con la navaja de afeitar?” En el acto advirtió
que aquella decisión se le acababa de imponer efectivamente; fué a su armario para
coger la navaja, pero entonces pensó; “No, no es tan sencillo. Tienes que asesinar
a la vieja esa que te ha separado de tu amada." Aterrado ante tan criminales estímu
los, le flaquearon las piernas y cayó redondo al suelo. El deseo de asesinar a la que
le impedía ver a la mujer querida era “castigado” con el subsiguiente mandamiento
punitivo: "Mátate tú, para expiar tales impulsos coléricos y asesinos.” De un modo
análogo es interpretado cierto empeño por adelgazar, equivalente simbólico del impulso
al suicidio y punición obsesiva del deseo de asesinar a un transitorio rival, primo de
su amada.
Otras acciones obsesivas referentes a la mujer amada (apartar una piedra de la
calle por donde había de pasar su coche, y volverla a colocar luego), o tocantes a la
vida religiosa del enfermo (ceremoniales diversos en el rezo) son explicadas por Freud
como expresiones neuróticas del conflicto consciente-subconsciente entre el amor y el
odio por una misma persona.
L a m o t i v a c i ó n d e la e n f e r m e d a d .—En una de las sesiones del tratamiento mencionó
enfermedad en su edad adulta partia un hilo que nos conducía a la infancia de nuestro
paciente. Se hallaba en una situación semejante a aquella en que su padre se había
hallado antes de su matrimonio, y le era posible así identificarse con él. Todavía en
otra forma intervenía el padre fallecido en la reciente explosión de la enfermedad. El
conflicto patológico era, en esencia, una lucha entre la voluntad superviviente del pa
dre y la inclinación amorosa del paciente. Recordando las confesiones que el sujeto
nos había hecho en las primeras sesiones del tratamiento, no podemos rechazar la sos
pecha de que aquella lucha venía de muy atrás, y qué se había iniciado ya en sus
años infantiles.
El padre del enférmo había sido un hombre excelente, muy cordial y amistoso con
sus hijos, pero irritable y, a veces, en exceso violento. Fué militar antes de casarse.
Un conjunto de indicios, cuya explanación sería muy prolija, convencieron a Freud de
que en el terreno de la vida sexual había una diferencia entre el padre y el hijo; por
lo menos, la oposición de aquél a la precoz sensualidad de éste, tal vez con motivo de
sus primeros actos de onanismo. El castigo paterno habría puesto término al onanismo
infantil—el paciente no comenzó a masturbarse hasta p o c o d e s p u é s d e la m u e r t e d e s u
p a d r e —, pero sin dejar en el niño un hondo rencor contra el padre, mirado ya para
siempre como un perturbador del goce sexual. Un suceso que el paciente conocia por
haberlo oído relatar a su madre, no por recuerdo directo y personal, vino a confirmar
la hipótesis. Siendo todavía muy pequeño—la coincidencia del suceso con la enferme
dad a la que sucumbió una hermana suya algo mayor que él permitía fijar exacta
mente la fecha—debió hacerse culpable de alguna falta, por la que el padre le castigó
severamente. El castigo había hecho surgir en él un intenso acceso de cólera, y mien
tras su padre le azotaba se debatió desesperadamente, insultándole con furia. Pero
como todavía no sabía palabra ninguna realmente insultante, le había lanzado como
tales los nombres de todos los objetos que conocía, llamándole: lámpara, toalla, plato,
etcétera. El padre, asustado ante aquel violento acceso, dejó de pegarle, y dijo: “Este
chico será un gran criminal." El sujeto opina que la impresión de esta escena perduró
largamente, tanto en él como en su padre. Este último no volvió a pegarle, y él, por
su parte, deriva de tal suceso gran parte de la transformación de su carácter, pues,
temeroso de la magnitud que su cólera podía alcanzar, se habría vuelto cobarde desde
entonces. Por otra parte, durante toda su vida había tenido verdadero terror a los
golpes, y cuando alguno de sus hermanos era castigado en tal forma, él se escondía
siempre, miedoso e indignado.
La discusión de esta escena conmovió, desde luego, la negativa del paciente a
aceptar la existencia de una hostilidad contra el padre, adquirida durante la infancia y
latente luego. Pero el efecto sobre él no fue tan intenso como Freud esperaba. La con
vicción de que su actitud respecto a su padre tenía un complemento inconsciente la
recibió el enfermo por el camino de la transferencia. En los días subsiguientes comienza
a injuriar groseramente a Freud y a todos los suyos mediante sueños, fantasías diurnas
y ocurrencias, aunque en la relación directa siguiera tratándole con gran respeto. Las
sesiones del tratamiento llegan a ser muy angustiosas para el enfermo. Así, poco a
poco, adquirió la convicción que le faltaba.
En este punto crítico de la cura surgió una gran cantidad de material, retenido
hasta entonces, que permitió una visión total del caso. Y, por supuesto, una interpre
tación satisfactoria de la idea de las ratas. Su extraordinaria complejidad me hace
desistir de exponerla con detalle. El erotismo anal del paciente, entretenido durante
años por el prurito que las lombrices producían; y, por otra parte, una identificación
entre el capitán checo y el padre del enfermo, son las piezas centrales de esa inter
pretación.
El paciente sanó de su neurosis y murió, en el campo de batalla, unos años más
tarde 61.
” Véase, por ejemplo, el artículo “Kultur und iNeurose am Ausgang des 19. Jahr-
hunderts”, de G. Scheunert, en K yklos, III, 1930, págs. 258-272.
grasa o hidratos de carbono 6S; Langheinrich pudo observar un compor
tamiento análogo de la secreción biliar *69.. W ittk ow er, pocos años más
tarde, recopiló en un conocido libro cientos y cientos de hechos semejan
tes a esos dos 70. N o hay duda: las vicisitudes dependientes de la vida
personal son capaces de modificar muy honda y sutilmente todos los pro
cesos fisiológicos de todas las células del organismo.
Si así es la vida somática del hombre, ¿por qué no estudiar las neuro
sis orgánicas conforme a la total realidad del ser humano? ¿Acaso no
lo estaba exigiendo la evidencia experimental? Eso pensaron entre 1920
y 1925 los médicos geográfica y espiritualmente más próximos a la obra,
divergente ya, de Freud y de A dler. Fruto de tal disposición de la mente
fué la publicación de un libro colectivo, importante como pocos en la
historia de la “ hominización” de la medicina: el titulado Psychogenese
und Psychotherapie kórperíicher Symptome (V ien a, 1925) 71. Lo dirigió
un urólogo, Osw ald Schwarz (Urosoph, “ urósofo” , le llamaban en V ie
n a ); y en él colaboraron psiquiatras y neurólogos (Schilder, Allers,
H oepfn er), internistas (J. Bauer, L. Braun, H e y e r), el dermatólogo
Strandberg, el ginecólogo A . M a y er y el pediatra C. Pototzky. El “ círcu
lo de V ien a ” — Schwarz, Schilder, Allers, Bauer, Braun— daba cuerpo y
coherencia a la común empresa.
U n prólogo de O . Schwarz expresa muy bien el espíritu que la in
formó. La intención del libro es, se nos dice, rigurosamente actual, ínti
mamente fiel a la época en que aparece. N o se trata de un caprichoso
"fenómeno de postguerra” , como entonces era moda decir. Desde la
última década del siglo X I X , y como reacción contra una ciencia excesi
vamente analítica y mecanicista, se ha hecho cada vez más patente un
cambio en la estimativa del europeo: la preferencia ha pasado de lo mate
rial a lo ideal, de lo racional a lo emocional, de lo cuantitativo a lo cuali
tativo, del naturalismo al expresionismo, de la aristocracia a la democra
cia. D ejo intacta la tarea de revisar esta abigarrada y no muy coherente
73
Op. cit.j págs. 25-28.
el problema de la historia clínica, siquiera sea de modo fugaz. Habría dos
modos de concebir el relato patográfico: la “ historia clínica neutral” y
la “ historia de un hombre enfermo” . La misma realidad— la enfermedad
de un individuo humano— es descrita en ella según dos intenciones radi
calmente distintas entre sí. La “ historia clínica neutral” describe, valga
este ejemplo, “ un caso de tuberculosis” ; el otro modo de la patografía
se propone hacernos conocer al “ enfermo de tuberculosis llamado N . ” .
Dos actitudes intelectuales ante la enfermedad, ante el síntoma— y, a la
postre, ante el ser del hombre— sirven de supuesto a esas dos intenciones
patográficas.
Consideremos el problema gnoseológico del síntoma. A poyado en las
Investigaciones lógicas, de Husserl, distingue A llers dos modos de con
cebirlo: el síntoma como “ señal” (A nzeige) y el síntoma como “ expre
sión” (Ausdruck) T4. En los dos casos es “ signo” de algo; pero el género
de Ja signación es radicalmente distinto en uno y en otro. ¿En qué con
siste tal diferencia? Para entender con plenitud el pensamiento de Allers
y la significativa mudanza que su autor, impone a las ideas matrices de
Husserl, volvamos los ojos a las Investigaciones lógicas.
H ay, dice Husserl, dos modos del signo, la señal o signo indicativo
y la expresión o signo expresivo. La relación entre el signo y lo signado
es, en el caso de la señal, ininteligible en sí misma; o, con otras palabras,
arbitraria. El estigma como signo del esclavo y la bandera como signo
de la nación son "señales” . ¿Qué relación inteligible tiene con el ser de
Francia, por ejemplo, la coloración roja, blanca y azul de su bandera?
Evidentemente, ninguna. Reconocida la existencia de una señal, no cabe
sino concluir la existencia de lo por ella señalado. “ Ciertos objetos o si
tuaciones objetivas, de cuya existencia tiene alguien conocimiento actual
— escribe Husserl— , indican a ese alguien la existencia de ciertos otros
objetos o situaciones objetivas, en el sentido de que la convicción de que
los primeros existen es vivida por dicho alguien como un motivo (n o ba
sado en intelección) para la convicción o la presunción de que también
los segundos existen.” La señal no hace, pues, sino “ mostrar indicativa
mente” (Hinweisen); en modo alguno llega a “ demostrar” (Beweisen).
O tro es el caso del signo expresivo o "expresión” . La signación se
hace ella significación; la relación entre el signo y lo significado es ahora
plenamente inteligible. T a l es el caso de la palabra hablada, expresión
Una mujer de cuarenta y cinco años se lamenta de que sólo puede tomar el ali
mento en pequeñas cantidades; nunca puede ingerir toda la comida; no soporta alimen
tos sólidos, porque todo intento le produce malestar y vómitos. Por consejo de su
médico se efectuó una radioscopia, basándose en la cual se le recomendó una opera
ción, puesto que presentaba un estómago en relej de arena y otros trastornos. No obs
tante, por un motivo que no hace al caso, la enferma, antes de aceptar la operación,
prefirió solicitar mi opinión. Adquirí la impresión de que se trataba de una personali
dad sumamente neurótica, con tendencia a lamentarse y a llorar, y que el centro de
sus pensamientos era su propia persona, mientras que sus molestias anímicas y corpo
rales giraban en torno a sus relaciones con su esposo. La idea de que, a pesar de los
trastornos, indudablemente orgánicos, pudiera tratarse de una neurosis, quedó fortifica
da cuando la paciente me comunicó que sufría, con frecuencia, desvanecimientos, tanto
en su casa como en lugares públicos, en sociedad o a solas; de modo que su esposo,
al regresar al hogar, la encontraba, con frecuencia, tendida en el suelo, en la cocina
o en el vestíbulo. Como el internista citado a consulta no consideró excluida la psico
génesis, se decidió intentar primero una psicoterapia, que en el transcurso de tres
meses consiguió una curación completa. No es posible exponer detalladamente la es
tructura de su neurosis; el sentido del “arrangement" neurótico resultó hallarse en una
actitud de lucha contra el marido. Por motivos religiosos, rechazaba ella el empleo de
medios anticoncepcionales; en cambio, su esposo, por motivos económicos, se negaba a
tener un segundo hijo—el que ya tenían contaba trece años— ; se habían interrumpido
enteramente las relaciones sexuales; la mujer sospechaba que su esposo se satisfacía
extramatrimonialmente. También había oído que su situación era peligrosa para la
salud. Por otra parte, creía que se le tenían pocas consideraciones y que se le imponía
un exceso de labor doméstica. Gracias a su enfermedad consiguió, en efecto, que dis
minuyera su trabajo; por ejemplo, el de lavar, puesto que temía caer, desmayada en el
cubo de la ropa, o causarse daño de algún modo (lo cual no ocurrió nunca). El senti
do del síntoma era claramente el siguiente: “Mira cómo me has hecho desgraciada" ;5.
” “Begriff und Methodik der Deutung-”, op. c it., págs. 86-128, El texto de la his
toria clínica ha sido tomado de la traducción española.
N o obstante su deliberada concisión, esta historia clínica de Allers
muestra muy bien cómo puede ser la patografía de una neurosis orgánica,
si el médico se decide a “ interpretarla” según la condición personal de
quien la hace y padece. U n síntoma— el vómito— simbólicamente expre
sivo de la repulsión y dél asco, es “ comprendido” por lo que “ significa”
dentro de la vida personal de la enferma. La historia clínica constituye
de nuevo el relato de una respuesta vital; pero la visión de esa respuesta
“ desde” los fines y proyectos del paciente otorga un cariz singular e
inédito al modo como el médico la conceptúa: más que una “ improvisa
ción biológica” , como en la patografía de von.M onakow y Goldstein, el
patógrafo ha relatado un “arrangement biográfico” , por usar el término
adleriano a que apela el propio Allers. Igual que en el caso de Freud, y
aun con mayor motivo, la visión del enfermo como un ser íntimo, libre
y racional— en una palabra: como “ persona” — es el supuesto primario de
la patografía. Ciertos síntomas corporales son ya entendidos1.y descritos
conforme a la dignidad ontològica del sujeto a que p^çtenecejju,
Pero hasta ahora no se nos ha hablado sino de neurqs^ orgánicas.
¿Será posible dar un paso más, y aplicar el nuevo punto'-dé1vista a cual
quier enfermedad, aun cuando su cuadro clínico diste foto coelo de cuan
to solemos llamar “ neurosis” ? ¿Nos será dado entender la génesis y la
apariencia de una neumonía, de una litiasis biliar o de un tumor hipofi-
sario según la índole personal del enfermo? Esa fué la meta entrevista
por uno de los más eminentes internistas de nuestro siglo: Ludolf Krehl.
B. Intentemos convivir con Ludolf Krehl (1861-1937) la experien
cia íntima de un médico inteligente y sensible durante los cuatro años
de la Pf¡hiera Guerra Mundial. El año 1914 ha cumplido Krehl los cin
cuenta y tres de su edad. Hállase en su plenitud científica y docente. P o
cos han aplicado a la clínica con tanto provecho los métodos mensurativos
de la física y la química; ninguno con mayor entusiasmo. Sus trabajos
sobre la patología del músculo cardíaco, la fiebre y la termogénesis, el
metabolismo patológico y la regulación nerviosa de las funciones perte
necen ya al acervo mundial de la fisiopatología científica. Su famosa
Paíhologische Physiologie ha dado la vuelta al mundo. Recuérdese el
prólogo del autor a la primera edición: “ La anatomía, la fisiología y la
anatomía patológica son y serán siempre los fundamentos inconmovibles
de la ciencia médica; el poder, la importancia y el valor del médico se
rán tanto mayores cuanto menos se aleje de esta base, cuanto más fiel
sea a las ciencias de la naturaleza.” Pocos años antes, en 1899, había
dedicado el Deutsches Archiv für klinische Medizin un extenso volumen
a la celebración del primer centenario de la Clínica M édica de Leipzig.
En él publicó Krehl, ya profesor de Jena, el trabajo titulado "Clínica y
experimento” , un canto a la concepción científiconatural de la medicina.
"L a patología teórica— afirma— es una ciencia pura, en el mismo sentido
que la fisiología, la botánica y las demás ramas de la biología.” Sabe
bien el joven docente que el fin principal del médico no es hacer patolo
gía, sino curar a los enfermos, aunque el tratamiento pueda hallarse a
veces en desacuerdo con las ideas importantes acerca de la esencia y
mutua conexión de los fenómenos morbosos. Tanto más, cuanto que
"acerca del estado patológico del enfermo mejor conocido, el médico más
inteligente entiende relativamente poco” , si uno llama “ entender” , de un
modo estricto, a la posibilidad de “ referir los fenómenos desconocidos a
otros conocidos, en el sentido de las leyes de la causalidad” . Pero por
debajo de estas salvedades, muy coincidentes con las de Cl. Bernard en
la Introduction h l'éíude de la médecine expérimentale, alienta la fe en los
métodos y ,en las perspectivas de una medicina concebida como pura
"ciencia de la naturaleza” . El uso "de los mismos métodos que la ciencia
natural exacta” es la mejor garantía "contra los abusos interpretativos y.
los errores del pensamiento” le. Con Thiersch, el gran cirujano de Leip
zig, pensaba el joven patólogo que “ la medicina había pasado de ser hija
de la filología a ser hermana de las ciencias de la naturaleza” .
N o hay duda: hasta los años decisivos de 1914 a 1918, Krehl ha en
tendido la “ ciencia médica” según el consejo de Cl. Bernard y ha visto
en el laboratorio su “ verdadero santuario” . A sí lo hicieron casi todos los
clínicos alemanes de su generación. “ La visita hospitalaria del asistente
joven— ha escrito un buen conocedor de la época— no duraba mucho:
pero su trabajo en el laboratorio consumía horas y horas del día y de
la noche.” Ese parecía ser el único “ camino real” de la ciencia; der
kónigliche W e g der Wissenschaft, como había enseñado a decir— y a
pensar— Immanuel Kant, el oráculo.
Llega así la guerra de 1914. Ludolf Krehl es movilizado como direc
tor de un hospital de campaña. Cumple su nuevo deber con entusiasmo
cotidiano y eficaz. Pero, ¿cuál es, en verdad, su deber? Ahora no tiene,
allende la sala hospitalaria, el perenne incentivo de un laboratorio lleno
de calorímetros, galvanómetros, kimógrafos y alambiques. La sala del
hospital no es atrio, sino meta. Ahora está el médico solo consigo mismo
y con un puñado de enfermos que exigen— y de los que se exige— cura
ción rápida y segura. La sutileza “ científica” del diagnóstico se halla
rigurosamente subordinada a la eficacia práctica del tratamiento. El pro-
TS Verhandl. der deutschen Gesellsch. f ü r inn. Med., 36. Kongr., 1924. En el año
1926 apareció otro de los escritos “innovadores” de Krehl: Ueber ¡Standpunkte in der
infieren Medizin.
Krehl la memoria de los grandes maestros lipsienses— W underlich,
Ludwig, Curschmann, His, Cohnheim, Heubner, Thiersch— y se declaró
heredero de su obra: “ N os apoyamos todavía sobre el suelo que dieron
a nuestros pies: Ja ciencia natural como uno de los fundamentos de la
medicina.” N o quiere, no puede y no debe renunciar a la primera mitad
de su vida, aunque ahora no la asuma orlada por "el sueño del gran M a -
gendie”-. “ Pero no seríamos dignos discípulos de tan grandes maestros
— prosiguió diciendo Krehl— si con nuestras débiles fuerzas no colaborá-
semos en la ulterior evolución de la medicina. La cual consiste, a mi pa-
recer, en el ingreso de la personalidad del enfermo en el quehacer del
médico, como objeto de investigación y estimación. Es decir, en la reins
tauración de las ciencias del espíritu y de las relaciones de la vida entera
como el otro de los fundamentos dé la medicina, y en igualdad de dere
chos con la ciencia natural.”
Sería la medicina, por tanto, un cuerpo de saberes teoréticos y prác
ticos acerca del hombre enfermo, apoyado sobre dos pies: las ciencias de
la naturaleza (física, química, biología) y las ciencias del espíritu (psico
logía de la persona humana, sociología). La antropología médica de Krehl
es todavía compositiva, como la de Schwarz. M u y con su época, llama
Krehl “ racionales” a los saberes correspondientes al primero de esos dos
dominios, e “ irracionales" a los procedentes del segundo, “ porque la vida
y la personalidad son, en última instancia, irracionales, al menos para
nosotros” , ¿Logrará la patología reducir a unidad esos dos modos de sa
ber acerca del hombre y la enfermedad? “ Una experiencia y un análisis
progresivos— responde nuestro innovador— muestran cómo se van ten
diendo hilos de conexión entre lo nuevo y lo viejo, primero entre los di
versos miembros aislados, luego trabándolo todo en unidad.”
El problema fundamental del patólogo Ludolf Krehl es ahora la com
prensión de la forma de la enfermedad en el paciente individual. ¿Qué
es lo que en cada proceso morboso determina la apariencia del cuadro
sintomático? En la concreta enfermedad de un individuo humano, ¿qué
es lo que de su propia existencia pertenece a tal enfermedad? La respues
ta debe ser tajante: “ En principio, todo.” El modo de enfermar “ depende,
por supuesto, del género, la forma, la extensión y la causa del daño or
gánico; pero todavía más de la índole corporal y anímica del enfermo” .
Frente a las más diversas afecciones morbosas— enfermedades cardíorre-
nales e infecciosas, el vómito, la tos— va mostrando el gran clínico cómo
la apariencia de cada proceso individual viene determinada por una plé
yade de momentos causales: la etiología de la enfermedad, el órgano
afecto, la correlación interorgánica, la constitución psicofísica del enfer
mo, la vida anímica consciente e inconsciente. N o pronuncia Krehl expre
samente la palabra biografía; pero no deja de aludir a ella con viva cla
ridad: “ La forma de un proceso morboso depende siempre de ¡a totalidad
de cuanto en el hombre enfermo acaeció y acaece.”
La relación entre el pensamiento de Krehl y el movimiento suscitado
por Sigmund Freud— arrollador ya, respecto a toda disciplina antropo
lógica— logra concisa expresión en las palabras del primero: “ Los prin
cipios fundamentales del proceder de Freud— dice— abren, a mi juicio,
considerables perspectivas para el futuro.” En boca de un fisiopatólog 3
formado entre 1880 y 1890, ¿no es pasmosa, literalmente, la expresión?
Krehl no es psiquiatra, ni “ especialista en psicoterapia” , como se titulaba
G. R. H eyer, sino internista y fisiopatólogo. Su clientela no está consti
tuida por muchachas histéricas, sino por enfermos con lesiones corporales
graves y visibles. Lo repito: ¿no es literalmente pasmoso que este hombre
— un Ordinarias de Heidelberg, uno de los mandarines de la medicina
“ oficial”— proclame su esperanza en las posibilidades del psicoanálisis?
¿Qué podía esperar un internista de la perturbadora y escandalosa cons
trucción de Freud?
Quien sepa prescindir de todo dogmatismo de escuela, advertirá que
la ingente contribución del psicoanálisis a la medicina puede cifrarse en
cinco puntos: l.° La estimación diagnóstica y terapéutica del componente
instintivo del hombre. 2.° El descubrimiento de la importancia dinámica
que tiene la diversa situación del recuerdo en la intimidad de cada hom
bre. 3.° La noticia de la gran eficacia que la vida psíquica puede alcan
zar sobre las funciones del cuerpo. 4.° El advertimiento de la rigurosa
necesidad del diálogo personal con el paciente, así desde un punto de
vista diagnóstico como terapéutico. 5.° La preocupación por ordenar com
prensivamente la enfermedad en la biografía del enfermo. El médico que
en 1928 tuviera en su mente estas verdades, no podía encontrar tan sor
prendentes las palabras de Krehl que antes mencioné. Y todavía menos
estas otras, testimonio de un alma clara y profunda: “ Dentro de ciertos
límites, pertenece a mi enfermedad, por una parte, aquello que yo quiero
que pertenezca. Pero, fuera de esos límites, aquello que mi ser pone en
ella. Esto se halla sustraído a mi intelección directa, y depende de lo que
Dios, la vida y yo hicimos de mí mismo” T9.
Después de la obra inicial del “ círculo de V ien a ” , la gran voz había
sido dada. Cuenta von W eizsacker que en los últimos años de Krehl ha-
8(5 I b i d e m , págs. 281 y 492. Marañón ha expresado, lo mismo muy certera y gra
ciosamente. Le preguntó una vez un periodista cuál era, a su juicio, el aparato que;
más ha hecho progresar a la medicina. Marañón contestó: “L a silla.”
87 I b i d e m , págs. 335 y 487.
Léanse los muchos y hermosos relatos patográficos contenidos en el libro
Medizin in Bewegung— cuyo estudio recomiendo con instancia— y se
tendrá prueba fehaciente ss.
Siebeck ha sabido recorrer un buen trecho del camino planteado por
Krehl y audazmente jalonado por von W eizsacker. H a sido fiel a su
maestro del mejor modo posible: haciendo más que él en aquello que él
quiso hacer. M as no sólo así. A lg o hay en Siebeck en que perdura inva
riable el espíritu de Ludolf Krehl: su ponderación científica y la religiosa
gravedad de su mente.
La visión del cuerpo como “ expresión simbólica” -— una de las más
fecundas conquistas del psicoanálisis— puede conducir y está conducien
do a no pocas exageraciones y ligerezas interpretativas. Bueno es no
conformarse con la “ explicación” de un síntoma según el aspecto físico-
químico de su causa eficiente; bien está la tendencia a ponerlo en rela
ción con la biografía del paciente, y a dar a la “ psicogénesis” su im
portancia congrua. Pero muchas de las interpretaciones a que llegan los
psicoanalistas a ultranza, ¿no son ligeras e infundadas? N o resisto la
tentación de transcribir dos cautelosos párrafos de Siebeck: “ Procesos
corporales, actitudes y actividades inadecuadas, trastornos en la vida
psíquica y somática son interpretados como símbolos de un desorden en
la economía del instinto; búscanse en las alteraciones de la vida instin
tiva las raíces invisibles de enfermedades orgánicas y de psicosis endó
genas; la historia clínica es entendida en íntima coherencia con la hz'o-
grafía. Conozco muchos, muy serios y muy valiosos esfuerzos en esta
dirección, y el principio de la tendencia es, no hay duda, especialmente
importante para mejorar nuestros conocimientos e intuiciones, y para
orientar nuestras ideas acerca de la vida sana y enferma. Pero ¡cuánto
en ello parece ser fantástico, enmarañado y confuso! Debo confesar que
ini actitud respecto a esta labor es ambivalente. Encuentro muy intere
santes muchas cosas, pero muchas las creo insuficientemente fundadas;
con frecuencia echo de menos la autocrítica. Comprendo muy bien que
tales conexiones pueden- ser señaladas en el curso vital de un individuo.
Pero, ¿hasta qué punto son ellas las realmente esenciales? ¿Cuántas, aca
so más importantes, han sido inadvertidas o descartadas? ¿En qué medida
la experiencia obtenida con un solo hombre enfermo— los así estudiados8
Ibidem.
tres: la doctrina del conocimiento patográfico, la idea de la realidad co
nocida y la íntima contextura de la historia clínica.
1. La estructura radical de nuestro conocimiento de la realidad sen
sible, cualquiera que sea la índole específica del objeto conocido, trans
curre'siempre, dice von W eizsacker, conforme a lo que él llama “ círculo
figural” (Gestaltkreis). Para entender la novedad histórica de su pen
samiento, situémoslo en la línea de las diversas actitudés intelectuales en
torno a la relación entre el ser viviente y su medio.
a. La más simple es la cartesiana o reflexológica pura: el movi
miento vital consiste en que una energía exterior afecta al ser viviente,
el cual responde con otra energía dirigida hacia afuera. A este proceso
se le llama “ reflejo” ; a la energía incidente, “ estímulo” . E L reflejo se ca
racteriza por su gran regularidad; pero sólo es regular en una situación
experimental enteramente determinada. “ Puede decirse— escribe von
W eizsacker— que el reflejo no existe como proceso vital, puesto que sólo
se produce bajo la condición de una situación determinada, en la cual
debe ser necesariamente puesta la formación viviente.”
b. D e la etapa cartesiana \se pasó a la halleriana. N o basta la con
sideración del estímulo para explicar la conducta fisiológica del ser v i
viente, A lg o hay en éste que influye en ella: Albrecht von H aller llamó
a ese algo “ irritabilidad” . Y a no se habla de “ reflejo", sino de “ reac
ción” . La . figura de la reacción no depende sólo de la energía estimu
lante, sino de la interna irritabilidad de la formación viviente estimulada.
La psicofísica de Fechner y W u ndt, la fisiología clásica de los sentidos
(d e Joh, M üller a von K ries) confiesan esta doctrina halleriana de la
reacción vital.
c. M ás tarde pudo verse que la índole del estímulo y el modo ¿de la
interna irritabilidad no bastan para dar cuenta de la reacción: es preciso
considerar, también, da configuración del estímulo. Los estímulos que en
cada momento actúan sobre el animal se ordenan en “ figuras” , las cua
les componen una “ figura total” o situación estimulante. Un determinado
interés biológico (e l hambre, el impulso sexual, la conservación de la
existencia, las ordenaciones habituales de la vida, los fines y las ideas
del individuo) centra y da su ocasional configuración a la totalidad.de
los estímulos del mundo en torno.
d. Llegamos así al límite mismo de lo que von W eizsacker llama
“ círculo figural” . Sucede, en efecto, que la figura del estímulo no de
pende sólo del objeto estimulante, no es meramente “ objetiva” . Supon
gamos que con los ojos cerrados vo y palpando un objeto, a fin de reco
nocerlo. La forma y la sucesión de los estímulos que actúan sobre mis
órganos táctiles dependen, como es obvio, de la forma y la sucesión de
mis movimientos de palpación; pero estos movimientos dependen, a su
vez, de lo que voy tocando, de los estímulos y sensaciones, O sea: "L a
figura del estímulo está determinada por dos lados: por el objeto y por
la reacción. El curso total del fenómeno puede ser concebido como un
proceso circular, puesto que la cadena de causas y efectos vuelve sobre
sí misma, desde el punto de vista de la configuración de tal proceso.”
Este círculo en que se hallan biológica y mutuamente implicados la sen
sación y el movimiento es el “ círculo 1figural” , y constituye una de las
más importantes estructuras dinámicas de la existencia viviente, si no la
fundamental. En la incesante relación del ser viviente/con su medio, la
sensación depende del movimiento, y el movimiento depende de la sen
sación. Por tanto, lo mismo puede decirse,«dentro del círculo figural, que
el estado A es causa del B, como que el estado B es causa del A . La to
talidad del círculo figural no es intuitiva y "lóg ica ” (en el sentido del
principio de contradicción), sino equívoca, desde el punto de vista de la
intuición, y "antilógica” " .
Vengam os al caso del hombre y consideremos la estructura de su
conocimiento del mundo. Para conocer el mundo— para “ contemplarlo” -—
el hombre se ve obligado a interrumpir el círculo figural en un punto
cualquiera. Esto es, a "detener" de algún modo el proceso vital, si se
prefiere atender al aspecto dinámico de la relación organismo-medio. Para
conocer el objeto que palpo con mis ojos cerrados— con conocimiento
plenario o deficiente,‘ esto no hace al caso— necesito interrumpir el círcu
lo figural de mi contacto con la realidad, contemplar in mente la figura
del estímulo e integrarlo con mi pasada experiencia. Entonces y 'sólo
entonces puedo decir: “ Lo que toco es tal cosa.” (O tro tanto cabe decir
relativamente a la causalidad: la condición causal de una instancia o de
una realidad y la condición efectiva de la instancia o la realidad corres
pondientes, sólo pueden ser unívocas cuando el hombre se decide a rom
per el círculo figural de su relación con el mundo^La “ de-cisión” , la ac
ción de'separar cortando (decidere — caedere de, “ cortar de” ), perte
nece constitutivamente a todos los modos de la existencia humana, no
sólo al moral. “ El hombre— escribe von W eizsácker— no está en la ca
tegoría de sujeto 'y predicado, sino en la categoría de la de-cisión ( Ent -
scheidung); no sólo en la decisión ética o moral, sino también en ella.”
too £>er GestaltlcreiSj págs. 133-134. Más detalles acerca del “círculo figural” serían
aquí ociosos. Vea el lector las publicaciones originales. No deja de ser curioso obser
var cómo la partida de ajedrez ha sido elegida también por Unamuno (H is to ria de
don SandaliOj jugador de ajedrez) para ejemplificar novelísticamente lo que es “oo-
nocer a un hombre”.
por'tanto, radicalmente imprevisible. El buen médico y el buen jugador
de ajedrez pueden “ conjeturar” con gran probabilidad de acierto, mas no
“ prever” con certidumbre. Si lograsen esto, no habría juego de ajedrez
y la medicina sería1pura ingeniería.
T o d o ello acontece porque la realidad del camarada de juego, aje
drecista o enfermo, es realidad personal, “ persona” . N o “ a lgo” , sino
“ alguien"; no un “ objeto” , sino un “ y o ” ( “ Y o estoy enfermo” , d ice), que
en el diálogo se hace “ tú” ( “ ¿Qué te pasa?” , le dicen); no una totalidad
individual compuesta de propiedades, fuerzas y procesos vitales, sino
aquel en quien aparece ese mundo y por quien ese mundo habla 101. Y
una persona es, por esencia, un ser libre, una “ realidad determinada por
el espíritu” 1021
.
3
0
^ Pero la realidad a que se refiere el conocimiento patográfico no queda
totalmente definida diciendo de ella que es un hombre o una persona
corporal; debe decirse, además, que es un hombre enfermo. Recuérdese
lo que para von W eizsácker constituye la esencia del estado de enfer
medad. Recuérdese, por otra parte, la estrecha relación metafísica entre
la enfermedad de un hombre y la verdad de su ser. Sólo caemos en es
tado de necesidad y sólo nos duele de veras— sea ese dolor la opresión
precordial del anginoso o la angustia psicológica del obseso— cuando
aquello que necesitamos o aquello que nos duele pertenecen de algún
modo a la verdad de nuestro ser propio. El dolor es un hilo de Ariadna,
el más decisivo, acaso, respecto a la verdad de nuestra vida: muéstranos,
según una espléndida frase de von W eizsácker, cuál es la encarnación
de ta verdad. Metafísicamente, salud es “ verdad” y enfermedad es “ no
verdad” . Por eso la meta del conocimiento médico no es diagnosticar una
enfermedad, en el sentido habitual de esta expresión, sino entender la
verdad de una vida humanad
3. Esta actitud frente al problema patográfico— o, más ampliamen
te, frente al problema médico— trae necesariamente consigo un cambio
en la estructura exterior e interior de la historia clínica. Programática
mente lo expresó von W eizsácker en un artículo de 1928 titulado D ie
Krankengeschichte, Distinguía en él dos modos fundamentales de la pa
tografía: la “ historia clínica auténtica” .(eigentliche Krankengeschichte)
y la “ historia clínica científiconatural” o "externa” ( naturwissenschaft-
liche Krankengeschichte) 103. T o d o lo hasta ahora dicho permite vislum
brar cuál es la diferencia entre ellasfjVlas para hacerla del todo patente,
Un campesino siente que algo le molesta "dentro del cuerpo" y quiere saber “qué
puede ser eso". No pregunta lo que ha de hacer contra su molestia, sino lo que ésta
significa, lo que es. Quiere “un nombre”. El joven médico a que acude le explora con
cuidado y no encuentra nada anormal. Dice al campesino: “No tienes nada." El hom
bre sale del consultorio perplejo y, en el fondo, disgustado. Ha pagado al doctor y
no ha obtenido de él lo que de él pedía. Sin haber estudiado psicología médica, ha
procedido c o m o s i s u p i e r a q u e t a m b i é n e l s a b e r p u e d e a y u d a r .
Va a un segundo médico, ya entrado en años. Este comprueba que el primero te
nía razón; nada se encuentra en los órganos. Pero el nuevo médico descubre muy
pronto que el campesino pleitea por la posesión de un campo. Le dice: “De la excita
ción te vienen los dolores; procura no excitarte." Pero con esto no le resuelve su pro
blema, porque nuestro hombre no acierta a comprender cómo la excitación puede lle
gar a producir dolores. ¿Es posible, además, no excitarse ante lo que uno estima
injusto?
Un tercer médico comprueba que los dos anteriores no estaban del todo equivoca
dos, pero logra entender algo más. Si el campesino pleitea por un campo sin valor, es
por causas muy hondas. Ya de niño era muy respondón frente a su padre, un hombre
poco tolerante. Se acostumbró a la subordinación, pero a regañadientes; y ahora va a
demostrar que también él puede ser el más fuerte. En el proceso, la parte contraria
simboliza al padre, y el campo, a la madre; el padre siempre había tratado de incli
narla hacia sí. Este es un médico psicoanalíticamente orientado. Pero no tiene tiempo
para una psicoterapia analítica. No dice nada al campesino, y le da una receta, anun
ciándole la curación. Sabe que ha producido impresión al paciente, y que una receta
puede ayudar cuando el paciente cree lo que no cree el médico: a saber, que el medi
camento prescrito es adecuado a la dolencia.
El campesino espera que la receta le vaya bien. Este médico le ha impresionado
más que los anteriores. Durante una temporada se siente mejor. ¿Qué ha sucedido?
Cuando acudió al tercer médico, el paciente había olvidado que al comienzo quiso tan
sólo saber “qué podía ser aquello”. Luego ha aprendido a imaginarse que buscaba un
remedio contra la enfermedad, y no un nombre con que designarla. Hay en ello un
error, el cual comienza a ser expiado: en efecto, los dolores vuelven. Creía el paciente
que el remedio del tercer médico le iría bien, y había olvidado la índole de su pro
blema inicial. Creencia y olvido han sido sinceros, reales. Por eso no puede encontrar
el campesino el camino hacia su p r i m e r a pregunta.
Ha incurrido en un error de creencia, susceptible de más precisa descripción. El
“doctor” se ha hecho para él “médico". En su primera visita, creía el campesino en el
saber; en la tercera, ha aprendido a freer en el titular de ese saber, en el médico.
Porque el tercer médico le impresionó, el paciente fué infiel, sin saberlo, a su creencia
en el saber. Creyó así en el hombre, y ahora comienza a dudar. Los dolores vuelven
con violencia.
Una conclusión se impone en su espíritu: es que no ha dado con el médico que
necesita. Sin duda no es fácil encontrarlo, se dice ahora; mi caso debe ser un caso
muy especial, y mi enfermedad, una enfermedad rara. En otra ciudad hay un médico
también especial, un famoso homeópata. Todo es ahora distinto, y todo debe decidirse
ahora. En verdad—comenta von Weízsácker—, muchos enfermos con análogos erro
res en su pasado han hallado asi mejoría. También la encuentra el campesino. Durante
unos meses parece haber curado. Por entonces perdió definitivamente su proceso.
Volvemos a encontrarle al cabo de varios años. Le han ocurrido no pocas cosas.
Súbitamente, sufrió un día un cólico hepático; poco después fué operado, y el cirujano
encontró una vesícula con pus y piedras. Le dicen que las molestias anteriores ya
procedían de su litiasis. Entre tanto, han muerto el padre y la madre. No se siente
mal, no ha vuelto a tener dolores, pero está descontento y lleno de contrariedades. No
cree que valga la pena gastar dinero en consultar con otro médico.
Hasta aquí la historia. ¿Qué puede pensarse acerca de ella? Un médico de forma
ción muy amplia y moderna podría, en verdad, analizar e interpretar todas las fases
de esa historia clínica. Sabe que los trastornos de las vías biliares dependen a veces de
factores psíquicos; sabe también que la disposición neurótica se implanta siempre sobre
procesos de la vida animica muy tempranos, infantiles; sabe, en fin, que ninguno de
los médicos consultados ha cometido un "error técnico’’, en el sentido tradicional de la
expresión, y que si el arte de los cinco hubiera estado reunido en el primero, no por
ello hubiese cambiado la suerte del campesino. A los tres primeros médicos les haría,
m u t a t i s m u t a n d i s , una misma objeción: no haber emprendido una psicoterapia enérgica,
con la cual ta l v e z hubiesen logrado impedir los espasmos de las vias biliares y, por
tanto, la peligrosa inflamación final, así como la indefinida prosecución de un proceso
judicial insensato y la amargura final. Todo ello es posible; pero lo que efectivamente
h u b i e r a sucedido, no nos es dado saberlo. Un médico moderno puede también pensar
que no por azar ha llegado a ser colelitiásico nuestro hombre. Una y otra cosa, la
peculiaridad psicológica y la enfermedad biliar, son expresiones distintas de un mismo
tipo de la personalidad. Todos estos médicos pertenecen a distintas generaciones y
actúan según direcciones distintas. La cosa, al fin, ha transcurrido soportablemente.
Hubiera podido ir mejor, mas también peor, siendo menos diestro el cirujano.
Pero estas reflexiones epicríticas no son suficientes, a juicio de von Weizsacker.
A lo largo de toda la historia corre un tenue hilo rojo que ese médico de formación
amplia y moderna no es capaz de analizar, porque la índole de sus hebras trasciende
del actual estado del saber104. Algo hay en todo ello que se debe imputar al paciente
mismo. Es su infidelidad a su primer propósito: preguntar al médico "qué podía ser
aquello”. Entonces pudo decirle el médico: “Tú sabes lo que es. Es el maligno y necio
afán de pleitear. Si dejas el pleito, sanarás.” Entonces cabía la esperanza de que el
campesino advirtiese que también él había pensado en ello; pero que se sentía dema
siado cobarde y medroso, y acaso poco seguro objetivamente. Más tarde olvidó todo
esto, y cuando fué al segundo médico ya estaba semicegada esa vía. El segundo mé
dico se expresó erróneamente cuando dijo que las molestias procedían de la excitación
consecutiva al pleito: encontró un nombre, pero falso. El pleito le excitaba, en efecto,
porque era un pleito injusto e insensato, y porque el paciente lo entreveía así en un
oscuro rincón de su alma. De este modo, el tercer médico se encontró con un completo
olvido del comienzo real: una "represión". Su prescripción "sugestiva” confirmó en el
campesino la enfermedad e intensificó la represión, porque le fué útil como r e m e d i o
105 “En una. terapéutica integral—no sólo “objetiva”— el médico debe dejarse mo
dificar por el paciente; toda la plenitud de las incitaciones que parten de la persona
del enfermo ha de actuar sobre él; no se reducirá a un sistema de diagnóstico y a
un catálogo de unidades morbosas; será receptivo pasivamente, y no sólo con el
sentido de la vista, más objetivo, sino con el del oído, en el cual se funden más el
yo y el tú, y con todos los órganos del alma; se dejará afectar, en suma..., por toda
suerte de simpatías y antipatías, desde las tocantes al olfato hasta los matices de
las afinidades electivas del espíritu” (K ra n k er und A rzt, 1929).
dico y el enfermo, no a pesar de la técnica y la racionalización, en contra
de ellas, sino por ellas y con ellas. Entonces se hace perceptible el fenó
meno originario de todo acontecer patológico: la conexión entre enfer
medad y verdad, entre el sufrir y el sabed! Entonces puede ser superada
la visión de la enfermedad— pagana, pese a todo— como lo maligno, lo
extraño, lo azaroso, lo enviado por el “ dios” de la necesidad o por el
mago del azar. La enfermedad no es entonces sino un “ suspirar de la
criatura” , un estado de la creatureidad; "necesario” , ciertamente, pero
sólo referido a Dios y respecto a él necesario, no ante mundo alguno o
ante alguna ley de la naturaleza. N o como si debiéramos estar enfermos
para aprender, ni como si el fruto del árbol de la sabiduría fuese la causa
de la enfermedad. Caso a caso, la enfermedad es más bien el real ofre
cimiento de un saber acerca de la verdad. D e ahí que pueda decirse: se
gún la experiencia, la enfermedad es un desarrollo de la conciencia pro
ducido por un suceso corporal. Pero a esto debe añadirse— y se dice lo
mismo— que la enfermedad es, según la experiencia, un suceso corporal
producido por un desarrollo de la conciencia.” .Ello supone una idea de
la medicina mucho más amplia que la habitual y ácadémica: “ Los límites
de la medicina deben ser ampliados hasta que comprenda en sí el domi
nio de la historia clínica auténtica. N o debe haber necesidad y dolor a
donde el médico no llegue; y, por lo menos, en espíritu, debe educarse
respecto a tan inmenso ámbito, y ejercitar sus ojos frente a la totalidad
de cuanto en el hombre requiere ayuda.”
B. Las páginas anteriores expresan, creo, el punto de partida del
pensamiento patográfico de von W eizsacker. Esas cavilaciones— latentes
en su espíritu desde la mocedad 106, expresas en la linde de la madurez'—
son a la vez una declaración de principios y un programa. Es ineludible
ahora llevar el pensamiento a la actividad clínica; hay que mostrar a los
ojos ciegos y a los oídos sordos que todo enfermo es susceptible de “ pa
tografía auténtica” . Eso intentó, relativamente a las enfermedades gastro
intestinales, un trabajo del año 1927: D er neurotische Aufbau bei den
Magen-Darmerkrankungen. Pero la plena manifestación patográfica de
este esfuerzo por conquistar al hombre para la patología acontece en los
Studien' zur Pathogenese (1935) y en las Klinische Vorsteüungen de
1937 a 1943.
[i Reduzcamos a sus momentos esenciales la relación entre el médico y
el enfermo, tal como la describe von W eizsacker. Un hombre se siente
en “ estado de necesidad” y acude al médico en busca de ayuda. Entre
106 Zum B e g riff der Kranfáheit, 1919; Seelenbehandlung und Seelenführung, Gü-
tersloh, 1926.
los dos se establece un “ contacto personal", paradigmáticamente iniciado
por un “ Y o estoy enfermo” y proseguido por un “ ¿Qué te pasa?” El
contacto se ha resuelto en diálogo; un coloquio enderezado hacia la “ bio
grafía” y, en último término, hacia la “ verdad” del paciente. Desde en
tonces hasta la curación o hasta la muerte del enfermo, entre él y el mé
dico se establece una “ camaradería itinerante” . En ella se instala el médi
co verdadero, y según ella va adquiriendo paulatinamente su "experiencia
de la realidad” . El diálogo y la exploración “ objetiva” son sus instru
mentos para acceder a un conocimiento idóneo y suficiente de la singular,
viviente y menesterosa realidad del enfermo.
La sucesiva experiencia de esa “ camaradería” es la historia clínica
vivida; la intuición, la observación, la inferencia y la interpretación son
las instancias que van constituyendo su trama, expresa en la conciencia
del médico. La historia clínica puede quedar sólo “ vivida” ; mas también
es posible que el médico se decida a cristalizar su experiencia en palabras
habladas o escritas. La versión oral de una historia clínica vivida es la
“ lección clínica” . Bajo el nombre de klinische Vorstellung o “ presenta
ción clínica” , ha recreado von W eizsácker en forma especialmente su
gestiva la gran invención de Giambattista da M onte 107. La versión es
crita de la historia clínica vivida es el “ relato patográfico’V^
Como todos los clínicos creadores, von W eizsácker ha publicado un
gran número de relatos patográficos: no en vano es la historia clínica el
documento inicial, elemental y fundamental— “ principio y fundamento” ,
según la conocida expresión ascética de San Ignacio— de todo saber mé
dico. “ La historia clínica— dice, en efecto, nuestro autor-— posee el valor
y ocupa el lugar que las observaciones experimentales o sistemáticas tu
vieron en las ciencias de la naturaleza” 10s. En las páginas subsiguientes
trataré da .mo strar J a _ jy r n 1 ia r id a d de los relatos patográficos de VOn
W eizsácker.
La patografía de von W eizsácker es radicalmente biográfica, como
la de Freud, pero según una idea distinta de la biografía. Krehl confiaba
en las perspectivas abiertas a la medicina interna por el proceder de
Freud; la obra clínica de su discípulo ha mostrado la legitimidad de aque
lla esperanza. N o porque von W eizsácker sea un freudiano ortodoxo:
“ Todas las observaciones particulares y todos los juicios de causalidad
Un hombre de 30 años se enamora de una muchacha que parece reunir todas las
condiciones necesarias para hacer favorable un matrimonio. Descubre, sin embargo.
con creciente apasionamiento, que las razones aparentes de esa impresión son dudosas,
y que el enlace seria difícil. Mientras se consume sopesando motivos en pro y en con
tra, enferma de fiebre la que hace contrarios sus sentimientos, y, puesto que él es
médico, es llamado para atenderla. Cuando la explora, siente súbitamente que el cuerpo
de la muchacha le inspira una viva repulsión, la cual provoca inmediatamente la clara
idea de que con ello se han resuelto sus dudas: el compromiso debe ser roto. En se
guida enferma él de una angina difteroide, en cuya convalecencia, a raíz del primer
baño de agua caliente, le aparece una urticaria general de pocos minutos de duración:
luego sufre durante algunos meses una i r r e g u l a r i t a s c o r d i s y depresión psíquica. Al
fin cura, y se siente alegre de haber podido salvarse a tiempo de su error m.
Hasta trece historias análogas a ésta han sido publicadas por von
W eizsácker, y no pocas más por otros investigadores. La angina tonsilar
comienza a veces súbitamente, con ocasión de una crisis dramática en la
biografía del paciente, y es parte esencial de su solución. En el cuerpo
de ese drama biográfico deben ser distinguidos el “ contenido” y la " fo r
ma” . La materia que otorga su contenido al drama es casi siempre de
carácter sexual. El “ aprieto” que da motivo a la “ angina” (d e angere,
oprimir o angustiar) atañe con gran frecuencia a la vida erótica del en
fermo. A la forma del drama anginógeno pertenece, sobre todo, su estruc
tura crítica dentro del curso vital. H e aquí cómo la expresa la ceñida
fórmula biográfica de von W eizsácker: “ Prodúcese una situación espe
cial, surge una tendencia, se intensifica una tensión, apunta una crisis,
acontece la irrupción de la enfermedad, y con ella y tras ella la decisión;
créase una nueva situación y se llega a la calma; ahora la mirada puede
abarcar ganancias y pérdidas. El todo es como una unidad histórica:
peripecia, suspensión crítica, transformación” 112. Había escrito Krehl:
“ Dentro de ciertos límites, pertenece a mi enfermedad, por una parte, lo
que y o quiero que pertenezca, Pero, fuera de esos límites, aquello que mi
ser pone en ella. Esto se halla sustraído a mi intelección directa, y depen
de de lo que Dios, la vida y yo hicimos de mí mismo.” Dejando aparte
la voluntad de Dios, que está a la vez sobre todo y dentro de todo, von
W eizsácker trata de mostrar cómo en la realidad de cada enfermo coin
ciden formalmente dos términos que Krehl enunció separados: la vida y
el “ sí mismo", la biología y la personalidad. Hace ver, además, que la
experiencia y la intelección del médico pueden llegar a comprender— si
quiera sea por la vía subsidiaria y conjetural de una "interpretación” —
una buena parte de lo que en cada enfermedad pone el ser del enfermo.
M as para descubrir plenamente cuál es el estilo patográfico de von
Segundafase
efe/aenfermedad
Amenorrea Trasf. visuales
O/igomenoñvd
23 a.
.. t
Menargoia 20 a. 27a. 34 a.
Matrimonio
Prim era Segunde
adopción adopción
E s e n v ia d o a la C lín ic a un m u ch a c h o de 14 a ñ o s c o n u n a d ia b etes in s íp id a g r a v e :
h a d e b e b e r h a sta 11 litr o s d ia rio s d e a g u a . S e d es cu b re q u e e l m u ch a c h o h a b ía c o
m e n z a d o a m a stu rb arse, y q u e sien te su p o lid ip s ia c o m o la p o s ib ilid a d d e “ la v a r " y
r e s o lv e r su p r o b le m a de c o n c ie n c ia . U n tr a ta m ie n to p s ic o a n a lít ic o l le g a a " c u r a r le ”
d e ta l m o d o , q u e la c a n tid a d d e o r in a d e s c ie n d e a 1,5 1. U n a m a ñ a n a se le e n c u e n tra
m u e r to en la cam a . L a n e c r o p s ia p e rm ite d e s c u b r ir un g r u e s o tu m o r d el d i e n c é f a l o 116.
116 Amer. Arch. of Psychoanalisis, 1939. Cit. por H. M arx: “Innere Sekretion”
(Handbuch der inn. Medizin, de Bergmann, V I, 1, pág. 422).
del andén. A cuántos distintos, eso depende de lo que tenga que hacer
entonces y, necesariamente, de lo que establece la guía de ferrocarriles;
de ahí la importancia de conocerla. La guía es imprescindible; pero no
dice nada acerca del país y de las gentes que la hicieron y para que fué
hecha” 117'. El símil es aplicable al caso de la señora H . Ella hubiera pre
ferido ser esbelta, apasionada y madre de varios niños. N o conocemos el
secreto de sus posibilidades incumplidas; sólo sabemos que la enferme
dad las malogró. La frigidez, la esterilidad y la vida matrimonial en tales
condiciones hubieran podido determinar una grave neurosis y, como con
secuencia, la catástrofe de su vida. La solución orgánica del conflicto,
aparentemente fatal, queda exenta de tan perturbadora .respQpsabilidad.
T ra e consigo, ciertamente, pérdidas y sufrimientos; pero, a la postre,
protege a la vida contra la eventualidad de un drama total. En la situa
ción personal y biográfica creada por la segunda adopción, el tumor hipo-
fisario era uno de los trenes que ofrecía la “ guía de ferrocarriles” . La
enferma, inconscientemente, subió a él.
3. A lg o dicen respecto a la intención de este relato patográfico las
consideraciones precedentes en torno a su forma y a su contenido, mas
ño todo lo necesario. ¿Qué se propone su autor, publicándolo? N o parece
arcana la respuesta. A parte otros fines, von W eizsácker quiere mostrar
el modo y la posible meta de una nueva actitud del médico ante el en
fermo: la que aspira a “ introducir el sujeto" en la patología, según la
letra de su propia fórmula. Pero la real contextura de esa actitud quedará
mejor expresada contestando adecuadamente a tres cuestiones: qué es
lo que busca el médico cuando, como ahora von W eizsácker, hace pato
grafía biográfica; para qué lo busca; cómo lo busca.
Busca.eLmédico la “ verdad" del enfermo, mirado según su realidad
más plena e individual. Parte esencial de esa verdad es la existencia de
un tumor en la hipófisis de la paciente. El núcleo de la verdad buscada
no se halla constituido, sin embargo, por la existencia y las secuelas del
tumor hipofisario, sino por lo que una y otras “ son” — esto es, “ signifi
can"— en la vida de la persona que las padece. La afección expresada
por el sujeto en el tácito juicio que dió comienzo a la historia— su “ yo
estoy enferma” — es el ámbito primario de la verdad que se busca: qué
es, cómo es, por qué es, para qué es esa afección del “ y o ” que dice "estar
enfermo” . La respuesta a todas estas cuestiones no puede ser el nombre
de una alteración morfológica, ni la descripción de un proceso energético
y material; tiene que ser, por ineludible necesidad, una “ interpretación”
118 Apenas es necesario advertir que las posibilidades terapéuticas otorgadas por
un conocimiento de la “plena verdad” del enfermo son mucho más amplias en otros,
casos.
lo que hace posible la “ camaradería itinerante” entre el médico y el en
fermo, y lo que otorga unidad a todos y cada uno de los saberes con
cretos en ella obtenidos— el “ lazo espiritual” , según la repetida fórmula
de Goethe— , es el diálogo oral, la anamnesis. E l coloquio anamnésico,
así el de índole testifical como el de intención'interpretativa, ha presidi
do y ordenado el “ cómo” de esta inquisición de la verdad. N o podía ser
de otro modo. Si lo que se pretende conocer es “ la verdad de un pul
món” , el recurso príncipe podrá ser la auscultación o tal vez será la
radiografía; pero si el médico aspira a conocer “ la verdad de un hom
bre” , su método principal tiene que ser el diálogo: un diálogo que no
excluya, sino “ exija” , auscultación precisa y examen radiográfico eficaz,
P-££Q—gsta experiencia que de la entera realidad del enfermo obtiene
el médico, ¿cómo podrá ser expresada? T a l como la entiende von W e iz -
sácker, la experiencia del médico se expresa en dos tiempos, uno des
criptivo y otro intelectivo. O con mayor rigor: uno preponderantemente
descriptivo y otro preponderantemente intelectivo.
El primero es el relato patográfico stricto sensu. En él consigna el
médico todos los datos que integran su experiencia, en cuanto esos datos
son importantes respecto a la "verdad médica” del enfermo; y por impe
rativo de la constitución misma de la existencia humana, su forma lite
raria debe ser la narración. Una historia clínica no puede ser la “ des
cripción” de un cuadro ni la sucesiva “ mensuración” de un proceso; tiene
que ser la “ narración” de un fragmento de vida humana. Lo cual no
impide que la narración patográfica incluya en sí, por estricta necesidad,
descripciones y mensuraciones.
El tiempo intelectivo de la expresión patográfica es la epicrisis. En
su reflexión epicrítica dice el médico cómo entiende la historia clínica a
que esa reflexión pertenece. Y así como la índole temporal de la exis
tencia humana impone al relato patográfico un carácter narrativo, su con
dición íntima— hablo de la intimidad como propiedad ontològica— exige
que la epicrisis de una historia clínica “ auténtica” sea de naturaleza in
terpretativa. Si la verdad, perceptible de una vida humana nos es cono
cida, por necesidad, mediante una narración, el conocimiento de su ver
dad esencial requiere, con no menor necesidad, una interpretación. Nunca
es perfecta la transparencia con que a un hombre se le muestra su pro
pio ser, y menos en estado de enfermedad. Por tanto, nuestras expre
siones acerca de nosotros mismos no pueden ser nunca— salvo cuando
se refieren a nuestras “ ideas claras y distintas” -— absolutamente directas
y unívocas, y esto hace necesaria la interpretación. Para conocer a un
hombre hay que interpretarle.
N o tardaremos en descubrir lo que ese aserto significa, desde el
punto de vista de los datos obtenidos por anamnesis. Ahora sólo pre
tendo discernir ordenadamente los puntos de vista parciales en que se
diversifica la interpretación epicrítica de von W eizsácker. En la situación
de la enferma cuando el médicco la exploró se articulaban dos instancias
causales y la reacción a las dos consecutiva. Eran aquéllas la acción no
civa del tumor hipofisario y la situación familiar que de consuno habían
determinado la esterilidad, la frigidez y la adopción. La reacción se ha
llaba constituida por el cuadro sintomático subjetivo y objetivo. Pues
bien: la interpretación que de esa situación global nos ofrece von W e iz -
sacker supone su análisis desde los siguientes puntos de vista:
a. La índole de los estímulos somáticos movilizados por la lesión
local. Descuella entre ellos el desorden hídrico, sentido en la conciencia
de la enferma en forma de sed y de impulso mictivo, E l estímulo somá
tico incita y remueve la vida instintiva.
b. La constitución individual de la enferma y el estado ocasional
de esa constitución: sexo, edad, temperamento, status anatomofisiológico
determinado por la enfermedad. U na idea del hombre subyace al juicio
sobre la constitución psicofísica: el hombre, un ser corpóreo, en cuya
radical unidad viviente se articulan su estructura anatomofisiológica, su
vida instintiva y su actividad personal. La índole apacible y resignada
de la señora H .— constitucional, sin duda— no es ajena a la interpreta
ción de su “ verdad” . Y tampoco una idea relativamente precisa acerca
de las correlaciones hormonales y en torno a la economía de la vida
instintiva.
c. El estado de la conciencia psicológica mientras fueron obtenidos
los datos a que se refiere la interpretación; así en su aspecto formal (cla
ridad o turbiedad, unidad o parcelación del campo de la conciencia),
como en lo tocante a los “ elementos descriptivos” que integran su con
tenido total (ideas, sentimientos, recuerdos).
d. El pasado de la paciente; o, con otras palabras, su biografía. N o
sólo el fragmento que ella recuerda, mas también los que no recuerda y
los que conserva con imprecisión mnémica.
e. Los proyectos de vida tocantes a su personal existencia, tanto los
que fracasaron, como los perdurables y los improvisados por necesidad.
“ La señora H . hubiera querido ser esbelta, apasionada y madre de va
rios hijos” , escribe von W eizsácker.
f. Las creencias respecto al propio ser y respecto al mundo sobre
que se apoya la personal existencia de la enferma. La confesión católica
de la señora H. es parte del juicio con que von W eizsacker interpreta
su situación.
g. La idea de la enferma acerca de sí misma: cómo en lo hondo de
su conciencia juzga la señora H .— con mayor o menor explicitud— su pe
culiaridad personal, su valía, su puesto en el mundo.
A mi modo, he procurado discernir los diversos puntos de vista uni
tariamente integrados en la interpretación de von W eizsacker. M as no
debe creerse que el arte interpretativo es una mecánica adición de lo
obtenido según cada uno de ellos; y mucho menos que la meta hacia que
tienden— el conocimiento del estado de enfermedad “ en” la total biogra
fía del enfermo— viene a ser algo “ añadido” a los recursos del arte pato-
gráfico tradicional. “ N o procede— escribe von W eizsacker— la automá
tica aplicación de esta consideración biográfica a todo cuanto se presenta
en la anamnesis o en la exploración objetiva. El método biográfico no es
una explicación, sino un modo de percibir observando. Con él no se obtie
nen nuevos factores o sustancias, algo así como radiaciones o vitaminas
anteriormente desconocidas. Varían, en cambio, las categorías fundamen
tales de la explicación misma. La introducción del sujeto en el método
de la investigación es el punto sobre que se aplica esa variación en el
fundamento” 119. T o d o lo dicho muestra, creo, lo que ese método es y el
modo como su autor lo aplica.
C. En la página final de los Studien zur Pathogenese son concisa
mente expuestos los primeros resultados del método biográfico. "Hallóse,
en primer término, que ciertas enfermedades orgánicas aparecen en los
puntos de inflexión de las crisis biográficas agudas o se hallan entreteji
das en la crisis sinuosa de una vida entera. Hemos observado, además,
que esta implicación no es externa, azarosa y mecánicamente grosera. A l
contrario: la enfermedad y el síntoma adquieren valor de aspiraciones
anímicas, posiciones morales y fuerzas espirituales; y de ahí que se ori
gine en la biografía algo así como un suelo común para las porciones cor
poral, anímica y espiritual de la persona humana. Sobre este suelo com
partido y universo pueden ser luego observadas ciertas transiciones caó
ticas, bruscas o esfumadas; mas también se descubre una ley estilística
precisa y una ordenación del transcurso, que atestiguan la necesaria exis
tencia de una estructura en la entraña misma del drama vital. Sólo cuan
do ese orden en la estructura del curso y en la configuración ha sido
comprendido, sólo entonces pueden ser determinados en su singularidad
Iqs diversos términos que lo integran.” La psicogénesis y el orden bio-
™ B eitrd ge aus der allgemeinen Medizin. “Falle und Probleme”, Stuttgart, 1947.
Prepárase una traducción española.
el camino emprendido veinte años antes: “ N o debemos explicar ni debe
mos comprender— escribe ahora— ; debemos concebir, y esto sólo se hace
mediante conceptos. Puedo asegurar que yo no ceso en esta tarea, aun
cuando no alcance a mandar sobre las condiciones de su ejecución" 121.
3.a Una más honda y expresa preocupación por el fundamento re
ligioso de la actividad médica, afín a la ya mencionada de Richard Sie-
beck, aunque intelectualmente más cautelosa. N o creo que la conmoción
espiritual producida en los alemanes por el drama de su país sea ajena
a esta radicalización del pensamiento y del sentimiento. El opúsculo
D e r Begriff sittlicher Wissenschaft y la meditación sobre la responsabi
lidad de la medicina y del médico (D ie Medizin in der Verantwortung)
acreditan una templada, pero profunda voluntad de ser a la vez, según
la feliz expresión de W e rn er Leibbrand, “ médico" y “ más-que-médico” .
Basta aquí tan escueta reseña. A lg o nuevo añadiría a la doctrina de
la historia clínica un cernido minucioso de los escritos correspondientes a
estos Meisterjahre de von W eizsácker. Prefiero, no obstante, respetar
la ineludible provisionalidad de un pensamiento que se declara peregrino
y apenas ha perdido el contacto con la pluma que lo expresó. En la se
gunda edición de su libro D e r Gestaltkreis, aparecida durante los meses
centrales de la última guerra, negaba von W eizsácker la vigencia inexo
rable de un repetido aforismo latino: ínter arma silent musae. Dejemos
que ahora, cuando ya han callado las armas, hablen las musas con más
firme y continuada voz: loquantur post arma musae.
121 F a lle und P roblem e, págs. V -V III. Los escritos Anonyma (Berna, 1946), D er
B e g riff der allgemeinen Medizin (Stuttgart, 1947), Grundfragen medizinischer A n th ro-
pologie (Tubinga, 1948) , Begegnungen und Entscheidungen (Stuttgart, 1949) dan tes
timonio de ese propósito.
La moda del vocablo es patente, y no menos patente su incorporación
al léxico familiar. Cuenta Fl. Dunbar que cuando en 1945 aparecía el
término en alguna revista popular, iba siempre impreso en cursiva ( psy~
chosomatic), con ese retintín entre irónico y resentido del pueblo semi-
culto frente a las palabras polisilábicas y muy técnicas: “ sixty-four dollar
words’’, “ palabras de sesenta y cuatro dólares", suelen llamarlas en N o r
teamérica; sexquipedalia verba, decían, más retóricos, nuestros mayores.
T res años más tarde, el vocablo era impreso por doquier en caracteres
normales. Tras breve lucha, se había impuesto al vulgo. Y , por supuesto,
a los médicos, todos los cuales saben, siquiera sea por referencia, que
desde enero de 1939 viene publicándose en los Estados Unidos una re
vista titulada Psychosomatic Medicine, y que desde la décimocuarta edi
ción del famosísimo manual de Osler, Principies and Practice o [ Medicine
(1942), figura entre sus capítulos uno consagrado a la “ medicina psico-
somática” .
El “ movimiento psicosomático” es ya universal. Pero en él es preciso
distinguir con cuidado el nombre y la actitud intelectual.
¿Quién usó por vez primera, con una intención genuinamente clínica,
el adjetivo “ psicosomático” ? T a l vez se encuentre el vocablo en los tra
bajos de Groddeck antes mencionados; acaso en los de Ferenczy. Por
mi parte, lo he visto en la edición de 1920 de la Pathologische Physio-
logie, de Krehl. Cinco años después, F. Deutsch habló expresamente de
una psychosomatische Medizin. Hacia 1928, G eorge Draper, que había
estudiado patología constitucional bajo la dirección de V iola, publicó en
el J. A . M . A . un artículo significativamente titulado Disease: psychoso~
matic Reaction. Por fin, a partir de 1934, Fl. Dunbar lo ha difundido en
Norteamérica, y la Segunda Guerra M undial ha hecho de él un término
relativamente vulgar.
Pero, como diría un escolástico, de nominibus non esl disputandum.
Los términos han de basarse en datos, no en discusiones filosóficas so
bre la teoría de la palabra” , escribe hoy, más pragmáticamente, Flanders
Dunbar 122. M ás que el vocablo “ psicosomático” importa la intención con
que ese vocablo es usado; o, si se quiere, la actitud intelectual a que alu
de. Tratemos de percibirla a través de los textos norteamericanos, puesto
que en ellos ha llegado a ser terminas technicus esa palabra.
En_ la N ota-E ditorial qué_£iicabezó el primer número de la reyjsía
Psi^hosomatic_M_sdicine (enero de 1939), se decía: “ Los fenómenos psí-
quicos y somáticos _ocugnn j>u lugar en el mismo sistema biológico, y son
m Synopsis of psychosomatic Diagnosis and Treatm ent, St. Louis, 1948, pág. 16.
probablemente dos aspectos de ün mismo procesa»” Tres años más tarde
era incorporada la “ medicina psicosomática” al manual d e Q¿ler. En el
capítulo correspondiente, escribía Christian: “ La medicina psicosomática
es aquella parte de la medicina concerniente a la estimación de los me
canismos emocionales y físicos que intervienen en los procesos morbosos
de cada paciente individual, atendiendo muy especialmente a la influen
cia que cada uno de esos factores ejerce sobre el otro y sobre la indivi
dualidad como un todo.” M u y poco después, Fl. Dunbar se expresaba
así: "E l criterio psicosomático de la salud es el mantenimiento de un
equilibrio homeostático, así consigo mismo como con el medio am
biente” 123.
Son suficientes los textos que preceden para advertir una discrepan
cia o tal vez una transición en el modo de interpretar la “ medicina psico
somática” . Para C hristian es “ una parte” de.la.. .medicina entera; y su.
modo de entender .la.Jgalidad d d enfermo supone la concepción dualista
del hombre: alma y cuerpo, o, si se quiere^ “ mecanismo emocional” y
"mecanismo físico” . Para los editores de Psychosomatic Medicine y para
Fl. Dunbar, en cambio, la medicina psicosomática tiende a ser “ un modo”
de considerar toda la medicina^ y la realidad del enfermo aparece ante,
sus ojos como una unidad entitativa, cuyas operaciones ofrecen ~aT con
siderador dos "aspectos” : uno psíquico y otro somático. X a correlación
entre estos dos aspectos dependería, por tanto, de su radical unidad en
la constitución del individuo humano.
Atengámonos a esta visión del problema, más elaborada y, a la vez,
más representativa de la tendencia general del “ movimiento psicosomáti
co” . Según ella, la medicina psicosomática queda suficientemente defini
da en virtud de dos notas o tendencias principales: 1.a Porque considera
los dos aspectos de la entidad individual del enfermo, el psíquico y el
somático— o, precisando más, las “ emociones” y las “ alteraciones somá
ticas" 124, así como su mutua relación y su papel en la génesis y en la
configuración de la enfermedad individual. 2.a Porque entiende la salud
y la enfermedad en función del equilibrio biológico interno y externo del
individuo, mirado éste según los dos mencionados aspectos de su
entidad, el psíquico o emocional y el somático o corporal.
Entonces, ¿será la medicina psicosomática no más que un agregado
de psicología y ciencia natural, y su método una suerte de pura visión
123 Dunbar and Arlow, “C'riteria for Therapy *n psychosomatic Disorders”, Psycho-
som. Med., 6, 1944, págs. 283-286.
124 E m otions and bodily changos (2.a ed., New York, 1938) es el título de una de
las obras fundamentales de Fl. Dunbar (3.a ed., 1946)-
binocular o estereoscópica del “ individuo” humano? En este juicio coinci
den López Ibor y von W eizsacker. Para el primero, la patología psico-
somática no habría llegado a descubrir la condición “ personal” del “ indi
viduo” humano. “ La patología psicosomática, formulada al modo ameri
cano— escribe— ■, no agota el problema. La unidad de la persona es esen
cial y antecede a sus manifestaciones morbosas. Como dijo Humboldt: el
hombre no es concepto ni cosa, es persona. Es decir, un modo de existir
que encierra en sí manifestaciones psíquicas y físicas.” D ebe distinguirse,
por tanto, entre “ diagnóstico individual" y "diagnóstico personal” . A n te
un enfermo de colecistitis, el diagnóstico individual consiste en determinar
cómo y en qué se distingue “ su” colecistitis de todas las restantes. Pero,
visto de un modo plenario— añade López Ibor— , “ un hombre tiene más
estratos, vertientes, líneas y curvas de los que supone poseer una cole
cistitis. La enfermedad está enclavada en su vida. N o es un hecho bioló
gico cualquiera: es un acontecimiento personal... E l diagnóstico personal
supone una valoración de la enfermedad como acontecimiento en la his
toria del enfermo” 125. La patología psicosomática vendría a ser, pese a
su mayor juventud, una etapa entre la patología somática tradicional y
Ja patología personal o biográfica de von W eizsacker.
Esta es también, incluso por otras razones, la opinión del propio von
W eizsacker. En un opúsculo reciente sobre los fundamentos de la antro
pología médica, discierne von Weizsácke5N tr.es etapas históricas en la
sucesiva constitución de la medicina antropológica: “ La primera etapa es
el psicoanálisis; la segunda, la medicina psicosomática; a la tercera la
llamo, nolens volens, antropológica^Esta comprende a las dos anteriores,
como un porvenir actual, si vale hablar así, encierra en sí el pasado his
tórico. Trátase, pues, de un camino, en el cual hay que hacer, una tras
otra, todas las etapas, sin saltar sobre ninguna.(’i La “ medicina psicoso
mática” aparece históricamente como “ un enlace del psicoanálisis y la
medicina” , favorecido por las condiciones espirituales y nacionales de
la vida norteamericanaÜNo creo impertinente reproducir de modo textual
las reflexiones de von W eizsacker:
121 Véase la “Introducción” del libro Psychosom atic Diagnosis, de F. Dunbar, New
York-London, 1943.
15s G-rinker and Spiegel, M en under StressJ Philadelphia, 1945; y J. Rof Car-bailo,
"El hombre a prueba”, Actas lusoesp. de N eu r. y Psiq., V I, 1947, pág\ 180.
129 Véase la mencionada Synopsis de Fl. Dunbar.
tados Unidos (e l behaviorism). La visión “ conductista” de un enfermo
crónico o de un neurótico terminará siendo, por necesidad, estrictamente
“ psicosomática” , en el sentido de Fl. Dunbar. N o creo muy descaminado
considerar a la medicina psicosomática norteamericana como un “ con-
ductismo dialógico y estadístico” . Dialógico, porque la conducta de un
hombre no puede ser estudiada sin apelar al diálogo. Estadístico, porque
la visión conducista de la vida— la vida tal como se la ve, desde fuera,
en cada uno de los individuos vivientes— exige recurrir a la evidencia
que da "e l gran número” 130.
Este breve análisis genético permite descubrir desde ahora la diferen
cia entre la "medicina psicosomática” de los norteamericanos y la “ me
dicina personal” de los alemanes. Aparte la fecha— aquélla es ulterior a
ésta— , tal diferencia puede ser reducida a la que existe entre dos pala
bras, convertidas ya en otros dos términos técnicos del saber psicológico:
Verstehen y Behavior, “ comprensión” y “ conducta” . La “ medicina per
sonal” es "comprensiva” , según la acepción técnica del vocablo: se es
fuerza por aprehender el "sentido” de la existencia individual enferma y
tiende a buscar, como último apoyo del espíritu, los supuestos metafísicos
de la experiencia médica. La “ medicina psicosomática” , en cambio, es
“ conductista", a la manera del “ behaviorismo” psicológico: aspira, por
tanto, a determinar “ tipos de conducta” (el characteristic behavior pat
íem , de Fl. Dunbar) y opera necesariamente con el método estadístico.
P o r lo demás, cada una según su estilo, ambas estudian la configura
ción biográfica de la enfermedad; o, en otras palabras, la conexión entre
la enfermedad individual y la biografía del enfermo. Basta contemplar
las historias clínicas a dos columnas que a modo de paradigma estampa
Fl. Dunbar en su Psychosomatic Diagnosis. En la primera columna son
consignados los acontecimientos de mayor importancia en la vida fami
liar, social, profesional, sexual y religiosa del paciente; en la segunda son
descritos cronológicamente los diversos accidentes de la enfermedad, de
modo que pueda seguirse a simple vista la correspondencia entre aquéllos
y éstos. Los resultados de la anamnesis cobran así muy singular relieve.
H e aquí un ejemplo:
Se trata de una mujer casada, de 32 años, que ingresa en el hospital por vez pri
mera, con un síndrome hípertensivo de nueve años de duración. Se queja de ataques
de cefalalgia, con vértigos, náuseas y vómitos, y de insomnio. Es alta, delgada y
de cabello oscuro.
130 Sobre los supuestos históricos del conductismo, véanse las agudas reflexiones
de W . Kohler en Psychologische Problem e. Berlín, 1933.
S u m a rio c ro n o ló g ic o del m a te ria l m ás im p o r ta n te o b te n id o en la e n tr e v is ta
a n a m n é s ic a .
A c o n te c im ie n to s b io g r á fic o s . R e sp u es ta de la p a c ie n te .
135 Ante todo, la empresa que Hollmann y Hantel llaman “psicología clínica y
terapéutica social’’.
minarla— prestan a la anamnesis psicosomática un cariz propio, tal vez
susceptible de ser expresado por una sola palabra: la palabra “ tecnifica-
ción” . La anamnesis “ psicosomática” — hablo de la que propone y enseña
Fl. Dunbar, la figura más representativa del movimiento— se halla muy
rigurosamente tecnificada.
Tres son los términos principales en que se expresa esta tecnificación
de la anamnesis: la norma metódica, la pauta y el artificio. Examinémos
los sucesivamente.
1. T o d o un capítulo del libro Psychosomatic Diagnosis, de Fl. Dun
bar, se halla consagrado a explanar las reglas de la patografía psicoso
mática. Hace ver al lector, en primer término, los errores y las deficien
cias a que suele conducir la rutina de los interrogatorios tradicionales,
por culpa del médico o por culpa del paciente, y muestra a continuación
cuál es el punto de vista cardinal de la historia clínica psicosomática: la
concurrencia del “ carácter” del paciente y de su “ hábito somático” (des
de la constitución biológica a la lesión local) en la producción del sín
toma. Lo cual determina un despliegue del quehacer patográfico según
varios objetivos principales: la “ norma de conducta” del individuo en
fermo, esto es, su respuesta habitual a la dificultad (paítern o [ behavior);
su actitud frente al mundo en que existe, según las diversas “ esferas de
adaptación" (adaptación económica, social, sexual, vocacional, fam iliar);
la “ reacción a las situaciones límite” (Veaction to stress); la "reacción al
propio cuerpo y a la propia personalidad” ; la correlación cronológica en
tre las situaciones extremas de la biografía y el curso de la dolencia; y,
por fin, los factores predisponentes a la enfermedad.
Basta haber leído la relación anterior para advertir que la anamnesis
constituye el recurso principal de la exploración psicosomática. Pues
bien; Fl. Dunbar prescribe minuciosamente las normas metódicas para
obtener todo lo concerniente a los epígrafes mencionados: qué se debe y
qué no se debe preguntar; cómo ha de ser hecha cada pregunta; qué va
lor tienen los informes espontáneos del enfermo y su reacción frente a
los que de él se solicitan; qué significación ha de concederse a las diver
sas tensiones musculares en el cuerpo del paciente durante el interroga
torio; cuándo es preciso recurrir a investigaciones o a métodos especiales:
la plena relajación muscular, la asociación libre, el examen del contenido
emocional de la conciencia cuando los síntomas se agudizan, la apelación
a los diversos “ tests” psicológicos. La norma metódica permitiría al mé
dico obtener de la anamnesis cuanto de ésta cabe esperar.
2. Todas esas normas se hallan determinadas por el presunto con
tenido del interrogatorio psicosomático 136. La serie, antes consignada, de
los objetivos a que ese interrogatorio se endereza es en sí misma una
pauta' para su obtención. Pero la tecnificación de la anemnesis exige
mayor concreción en el esquema orientador. H e aquí el que propone
F1 Dunbar.
C o n te n id o :
P u n t o s d ia g n ó s tic o s :
2. Respuesta del paciente cuando se llama su atención acerca del material espe
cífico, en relación con las incidencias sucesivas durante la entrevista.
3. Reacciones del paciente frente al médico.
4. Indicios obtenidos p o r asociación libre.
5. “ T e s t s ” especiales1
3s.
138 Psychosom atic Diagnosis, págs. 83-85. Por un error de impresión, falta en el
libro el primer apartado de estas “Observaciones especiales”. P e él no aparece im
presa sino la palabra final: tensions.
139 Headache and oth er head pain, N ew York, 1948, págs. 319-342 y 364-366.
140 In trodu cción a la medicina psicosomática, Lima, 1948, págs. 137-184.
141 Cierta “esauema.tigaoiór)” Qci ,supuesta inevitable, aunque el punto de vista
no sea ^onductista”, sino “comprensivo”. Von Weizsácker aconseja dirigir la aten
ción hacia seis “circuios vitales” : sexo, familia, profesión, dinero, política y religión.
Ese imperativo de la esquematizaron se hace,bien perceptible comparando las histo
rias clínicas de von Weizsácker con las de sus seguidores: las de E. Hantel, por
ejemplo, en el libro KUnische Psychologie und so&iale Therapie,
tación de la enfermedad individual, que vimos iniciarse en la segunda
mitad del siglo X V I I I . El signo físico artificial— tipo: la percusión— re
presenta la intervención del médico para hacer patente una lesión ana
tómica; con la prueba funcional— tipo: las pertinentes a la capacidad del
hígado o el riñón— , el médico interviene para conocer el “ estado reac
tivo” de un organismo viviente; el artificio anamnésico— tipo: las llamadas
“ narcosíntesis” con pentotal o amital sódico— lleva la intervención explo
ratoria hasta ^la intimidad psicológica del paciente. La estructura, la fun
ción y la intimidad han sido los términos sucesivos de este activo asedio
del ser del enfermo por parte del médico. ¿Cuál será, cabe preguntar, el
próximo objetivo de la intervención exploratoria?
B. N o todo es anamnesis en la patografía psicosomática, y no es el
coloquio directo entre el médico y el enfermo la única fuente de los da
tos que la integran. Una parte de ellos es proporcionada al patógrafo
por los servicios de información social. La historia clínica contiene, ade
más, todos los hallazgos de la exploración tradicional, así de las funcio
nes más visiblemente somáticas como de la actividad genuinamente psí
quica (historia psicopatológica o psiquiátrica). M as para hablar con
pleno fundamento, parece imprescindible transcribir previamente un re
lato patográfico representativo del común proceder. El que puede leerse
a continuación figura en las páginas de la Psychosomatic Diagnosis, de
Fl. Dunbar, y es muy semejante a todos los de la misma autora:
tenía 79 años y su padre 82. Ninguna historia de cardiopatía. Su madre era algo
nerviosa, con tendencia a padecer del estómago. Un hermano muerto en guerra; dos
hermanas muertas de pulmonía a los 45 y a los 52 años, respectivamente: una tercera,
la favorita del enfermo, murió de parto poco antes de que él ingresase.
A n t e c e d e n t e s p e r s o n a l e s .—Era el enfermo el más joven de siete hermanos y muy
afecto a su madre, que siempre ha sido algo dominadora. Obedecía a su madre más
que a su padre, aunque éste era también rígido. En general, su educación fué muy
estricta, y nunca se le permitió “contestar". El padre ha sido bastante severo, pero el
enfermo no recuerda haber sido abofeteado más que una vez: había cruzado una calle
de mucho tráfico, pese a la prohibición de su padre, y éste le dió una bofetada.
C u r s o d e l a s a l u d .—En los primeros años de su vida gozó de espléndida salud.
Hace catorce años, "reumatismo agudo". Estuvo en cama dos meses, con fiebre. Sólo
tuvo otra enfermedad grave: pulmonía. Como otros muchos enfermos con enfermeda
des cardiovasculares hipertensivas, ha sufrido de su obesidad.
L e s i o n e s a n t e r i o r e s . —Ninguna.
cuando sufría una tensión emotiva. A d a p t a c i ó n s e x u a l : Igual que todo típico enfermo
con un proceso cardiovascular hipertensivo, el paciente solía ponderar las preocupa
ciones domésticas. Su mujer hizo un relato completo. Mostraba una tendencia caracte
rística al dominio sobre su mujer, pretendiendo ser el cabeza de familia, aunque los
hechos no parecen indicarlo. La esposa era griega y representaba tener bastantes años
menos que él. Hablaba el inglés con dificultad, y al parecer se enojaba cuando su
marido se oponia a que lo aprendiese. Opinaba el enfermo que no necesitaba ese co
nocimiento, pues siempre habia de ocuparse de la casa. Ella consideraba que eso era
un gran obstáculo, y que jamás podría obtener un empleo. En contraste, hablaba de
su padre, un protestante griego, que dominaba tres idiomas, además del suyo. El visi
tador social notó un fondo de descontento relativamente a su condición de cabeza de
familia, pues incluso en el hospital se le debía considerar como tal. El enfermo se
hacía responsable de las precauciones anticoncepcionales, pues no se fiaba de su mu
jer; las relaciones sexuales entre los dos no han sido muy satisfactorias. “Es más con
veniente ocuparse de todo eso fuera de casa, pagando dinero y despachándolo de
una v e z . ”
A c t i t u d f r e n t e a s u s p a d r e s y a s u f a m i l i a .—Declaró que el tener sólo un hijo era
debido a su situación económica; no le parece bien no tener más hijos, pero tampoco
no poderlos cuidar como es debido.
T i p o c a r a c t e r í s t i c o d e c o n d u c t a .—El enfermo dice que ha tenido la costumbre de
vigilarse y de reprimir sus sentimientos. No ha sido persona que hablase claro”, aun
que confesó que esto le aliviaba. Su hábito corporal es ancho, de cabeza redonda;
ofrece una mezcla curiosa de amabilidad infantil con una personalidad un tanto hostil
y agresiva. Se le indicó en el hospital que podía hacer trabajos ligeros.
R a s g o s n e u r ó t i c o s .—Los datos sobre rasgos neuróticos infantiles fueron insuficien
tes; pero el enfermo recuerda pesadillas, en particular de peleas, que sigue teniendo en
la actualidad.
A f i c i o n e s e i n t e r e s e s .—El enfermo dice que duerme y come bien, y que no se había
dedicado a beber y a fumar hasta hacía cinco años, cuando los negocios empezaron a
ir mal. “Entonces empecé a vivir desordenadamente, yendo a reuniones sociales, dur
miendo poco, comiendo demasiado y bebiendo de dos a cuatro litros al día." (En cinco
años su peso ha aumentado de 180 a 225 libras.)
S i t u a c i ó n v i t a l i n m e d i a t a m e n t e a n t e s d e i n i c i a r s e l a e n f e r m e d a d . —El enfermo achaca
irse con un amigo a Staten Island, donde podria descansar plenamente en un medio
familiar integrado por un hombre ya mayor y su esposa. Les había prestado dinero
■srx tiempos, y juzgaba que podía ir a su casa en cualquier momento. Fué llevado en el
coche de un amigo.
Una visita a su casa reveló que no había ido a Staten Island, dando como pretexto
que su amigo estaba enfermo. Al ser dado de baja se le indicó que notificase al hos
pital cualquier cambio de planes, pues a la semana siguiente quedaría una vacante en
una casa de reposo. Al efectuar el visitador social su visita, el enfermo se encontraba
en Coney Island con su hijo.
El informe de baja del enfermo después de su primer ingreso fué el siguiente: Pri
mer ingreso de un griego de 40 años, hostelero, con edemas y disnea progresivos en el
último mes. Siempre ha abusado de la comida y en los últimos diecisiete años ha
engordado de 130 a 225 libras.
S a l u d a n t e r i o r . —Gripe en el año 1918, sin secuelas. Un ataque de poliartritis en
ciencia cardíaca.
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¡
148 Sprachtheorie. D ie Darstellungs fun ktion der Sprache. .Tena, 1934. Está, en vías
de publicación una edición española. El P. R. Ceñal, S. J., ha consagrado a la psico
logía del lenguaje de Bühler un excelente estudio (L a teoria del lenguaje de Garlos
B ühler, Madrid, 1941). Hace notar el P. Ceñal que ya Santo Tomás había distinguido
tres modos de entender el “decir” : el indicativo o p er modum enuntiationis; el impe
rativo o per modum causae; y el optativo o per modum expresiones affectus (Summa,
2, 2, 76).
119 En otro lugar (Estudios de H istoria de la M edicina y de A n tropología médica,
Madrid, 1943) he distinguido la “catarsis ex ore”, producida por la elocución activa
—por el hecho de hablar adecuadamente—, y la “catarsis ex auditu” , determinada
por el hecho de oír hablar adecuadamente. No es posible construir una doctrina de
la psicoterapia sin discutir a fondo estas dos formas de la catarsis verbal.
c. La “ función esclarecedora” o de articulación interior. Es, hacia
la intimidad, simétrica de la “ función representativa” o de nominación.
Nombrando aquello que es susceptible de nominación— directa, metafó
rica o interpretativa— el que lo hace va esclareciendo su mundo interior;
lo cual acontece con una configuración, una articulación y una ordena-
ción sucesivas del contenido de la conciencia. La elocución siempre es
clarece al que habla: bien lo saben aquellos cuyo oficio es enseñar ha
blando.
Todas estas funciones del habla— en modo alguno independientes
entre sí— entran en juego en la anamnesis médica. Durante el interroga
torio, el enfermo invoca, notifica y nombra; y, a la vez, da y recibe com
pañía, se sosiega y se esclarece. H e aquí otros tantos capítulos para una
teoría completa de la anamnesis. M as para que la indagación acerca de
cada uno de ellos sea adecuada, convendrá no olvidar que el habla del
enfermo no versa acerca de cualquier tema: el enfermo habla al médico
siempre de sí mismo.
Conviene aquí una aclaración. El hombre habla siempre de sí mismo.
Cuando describo el árbol que veo, lo que describo es la impresión que la
realidad del árbol ha dejado en mi retina y en mis centros ópticos; esto
es, en mí. Cuando hablo de los ángeles, me refiero a mi idea de ellos;
esto es, a un contenido de mi mente. A sí, en cualquier caso, hasta cuando
el hombre dice “ estar fuera de sí” o escribe “ vivo sin vivir en mí” . Pero
el enfermo habla de sí mismo en sentido inmediato: de su cuerpo, de sus
vivencias. La realidad y la impresión de que habla son “ él mismo". Lo
cual nos plantea, como dije, el segundo de los grandes problemas de la
anamnesis: qué es hablar de sí mismo.
Debemos a X . Zubiri una lúcida exposición del diverso modo como
se actualiza la unitaria relación del hombre con su “ sí mismo” . Es el
hombre, por una parte, agente de sí mismo: así en las operaciones bio
lógicas. Es, además, actor de sí mismo, ejecutor de un “ papel” en el tea
tro del mundo: el término de esta acción suele ser llamado “ biografía".
El hombre es, en fin, autor de sí mismo, creador o semicreador de su
propia vida desde la intimidad ontològica de su ser personal. Esta fe
cunda explanación de Zubiri nos brinda la posibilidad de indagar el
reverso pasivo de esas tres operaciones fundamentales. En la digestión,
por ejemplo, el ser del hombre es agente de sí mismo. Pero el hombre
no es sólo agente de su digestión; es también “ paciente" de ella, en
cuanto la experimenta o “ padece” . O tro tanto cabe decir de las dos ope
raciones restantes. Además de actor de su vida, es el hombre “ especta
dor” de su propia biografía y, por tanto, posible testigo de ella. Y a su
condición de autor de sí mismo corresponde pasivamente otra, según la
cual vive su personal acción creadora y trata de comprender su íntimo
sentido; es decir, la “ interpreta" en su propia intimidad. Podemos con
cluir, en suma, que el hombre es, a la vez que agente, actor y autor,
paciente, espectador e intérprete de sí mismo.
Creo que esta consideración es fundamental para una comprensión
adecuada de la anamnesis. Permítenos, por lo pronto, establecer con
fundamento suficiente una distinción formal que juzgo primaria. H ay, en
efecto, dos primarios modos formales del diálogo anamnésico: la anam
nesis testifical y la anamnesis interpretativa. En la primera, el enfermo,
con expresión directa o perifrástica, da cuenta al médico de lo que sabe
acerca de su propia realidad presente o sobre el curso de su vida. Dice;
“ M e duele aquí, y el dolor es punzante” ; o bien; “ A los quince años se
me hincharon las articulaciones” . Pero hay zonas y procesos de la reali
dad de un hombre— aquellos, sobre todo, pertinentes a su condición de
“ autor de sí mismo” o, más ampliamente, a su verdadera intimidad-— cuya
experiencia no es susceptible de expresión directa o perifrástica. En tal
caso, el enfermo debe recurrir a la metáfora o a la interpretación; la
anamnesis hácese “ interpretativa". Muchas de las expresiones usadas por
los neuróticos, por los esquizofrénicos incipientes, por los pacientes de
las que M arco Merenciano ha llamado “ psicosis mitis” — y, bien interro
gados, por cualesquiera enfermos— son interpretaciones y metáforas, des
cripciones de realidades no susceptibles de nominación.
M as para aplicar estas ideas a la totalidad de una anamnesis clínica,
es preciso distinguir en ésta sus componentes y sus modos. Hállase inte
grado el coloquio anamnésico por tres grandes componentes materiales,
correspondientes a los tres principales dominios de la existencia humana:
el mundo, el cuerpo y la intimidad del paciente. Es cierto que los tres
se hallan implicados en casi todas las expresiones del enfermo— el mun
do es vivido a través del cuerpo y conocido en la intimidad; y así en los
restantes casos— , pero siempre el contenido de cada expresión pertenece
primariamente a uno de esos tres dominios. Téngase en cuenta, además,
que los datos del enfermo relativos a su cuerpo pueden proceder de una
percepción “ desde dentro” (una cenestesia) o “ desde fuera” (la visión
o el tacto de la propia piel). Los informes atañederos a cada uno de
estos componentes principales del diálogo anamnésico adoptan, a su vez,
dos modos diversos, según la época de la vida del enfermo a que se re
fieren: su pasado o su presente. Hay, pues, una “ anamnesis retrospecti
v a ” y otra “ presencial” o “ inspectiva” acerca del mundo, el cuerpo y la
intimidad del enfermo. Cada una de las cuales puede ser, en fin, “ testi-
fical" o “ interpretativa", según lo anteriormente dicho. Un cuadro sen
cillo mostrará sinópticamente la total estructura del coloquio anamnésico:
Mundo
Retrospección Modo testifical.
! desde dentro
Componentes. Cuerpo
desde fuera
Inspección Modo interpretativo.
Intimidad
is® Pensarán algunos que el párrafo precedente es pura logomaquia. Otros, menos
resueltos y despectivos, le atribuirán tal vez una intención sibilina. No hay tal-
Imaginemos que un enfermo localiza interpretativamente en el cuadrante inferior
derecho del abdomen un autosentimiento de malestar. Pongamos junto a él otro que
percibe en autovislumbre una molestia cuyo estímulo asienta “realmente” en el mis
mo territorio abdominal. ¿Qué diferencia existe entre los dos? Si la percepción hipo
condríaca del primero ha “realizado” orgánicamente su sentimiento interpretado—toda
vivencia relativa al cuerpo, aunque sea imaginaria, tiende a su realización somáti
ca— , la diferencia podrá ser mínima o nula. Si esa “realización somática” no ha
acontecido o es muy tenue—leves trastornos “funcionales”—, cabrá establecer un
diagnóstico diferencial entre ellos. ¿Cómo? Sólo de un recurso dispone el clínico:
demostrar la existencia de una leve alteración “anatómica” o “funcional”—mejor fuera
decir: “permanente” o “transitoria”—en la región mencionada. Esto es, convencerse
de la correspondencia “objetiva” entre lo que el enfermo dice en la anamnesis y su
modo de sentir el propio cuerpo.
cambios cualitativos y cuantitativos, discierne su relación con todo lo que
él siente y piensa. Dígase otro tanto de la sed, del hambre, de las viven
cias sexuales o de cualquier otro de los sentimientos determinados por
una alteración somática.
El grado de la configuración de un sentimiento depende, como hé
dicho, de la índole del sentimiento mismo y de la peculiaridad del sujeto
que lo percibe. Ninguna de las vivencias del propio cuerpo puede alcan
zar la perfecta y clara configuración que poseen las suscitadas por el
mundo exterior, y singularmente las de la vista. M as también entre las
cenestesias cabe señalar diferencias: el dolor es más susceptible de per
cepción configurada que el hambre, y ésta más, por ejemplo, que el can
sancio o la hipertermia. Unase a ello la personal capacidad discriminativa
de cada individuo, desde los romos para el sentimiento orgánico hasta los
virtuosos de la autopercepción. A éstos puede ser derechamente aplicada
la insospechable definición que da Plinio de la enfermedad: per sapien-
íiam morí.
Apenas es preciso decir que también en el caso de la noticia configu
rada del propio cuerpo puede ser directa o interpretativa la expresión
verbal. La primera es ahora algo más que pura nominación; tiene que ser,
necesariamente, descripción. Edificada sobre ella o sutilmente imbricada
con sus diversos detalles, la expresión interpretativa somete a compren
sión psicológica el contenido de la vivencia y lo incorpora a la porción
más consciente y central de la biografía del sujeto. En su monografía
antes citada cuenta Groddeck el caso de un médico que comenzó a sentir
una opresión interna claramente localizada en la región anterior e infe
rior del cuello. Se trataba de un bocio incipiente. El hombre, que era muy
dado al autoanálisis y había leído a Freud, interpretó aquel sentimiento
— enteramente real y percibido con toda la precisión posible— como la
consecuencia de una “barrera” objetiva, siempre deseada por él, entre el
mundo exterior y su yo íntimo; y lo puso en relación con un absurdo
deseo de su infancia, producto tal vez de lecturas mitológicas: “ tener un
hijo en el cuello” . Poco a poco fué creciendo el bocio. D ice Groddeck que
el autoanálisis del sujeto hizo desaparecer la hiperplasiá tiroidea. D ejan
do aparte el costado terapéutico del caso y los problemas que necesaria
mente suscita, he aquí el ejemplo de una cenestesia muy bien configura
da, con la cual se engarza o se funde la interpretación psicológica que de
su contenido ha hecho el enfermo. Quien sea minucioso en la práctica
de la anamnesis, hallará no pocos casos semejantes, aun cuando no todos
los pacientes sean capaces de una hermenéutica de sí mismos tan erudita
y alquitarada como la del bocioso de Groddeck.
La vivencia del propio cuerpo puede ser, en suma, autosentimiento,
autovislumbre o noticia configurada; y la manifestación verbal de esa v i
vencia durante la anamnesis adopta siempre una de estas dos formas
cardinales: la expresión directa— nominación pura o descripción— y la
expresión interpretativa. Apenas es preciso decir que tanto las expresio
nes directas como las interpretativas pueden ser hígidas o morbosas: ante
cada enfermo deberá resolver el médico ese grave y perentorio dilema.
N o es, sin embargo, el único. M ás o menos coincidente con él, otro dile
ma, el de la verdad y la falsedad de lo declarado por el paciente (o el
de la verosimilitud y la inverosimilitud, si se trata de una expresión in
terpretativa), aparecerá en el espíritu del investigador. Las cuestiones
fundamentales de la nosología— salud y enfermedad, verdad y falsedad—
laten bajo esas dos sencillas e ineludibles decisiones del médico.
Conviene, sin embargo, no entregarse con excesiva ligereza a la có
moda tendencia disyuntiva del “ o esto, o lo otro” . Si a la verdad se apli
ca, y es justo hacerlo, el tradicional aforismo sobre el bien— verum ex
integra causa— , la disyunción dilemática podrá ser usada sin paliativos
para discriminar la verdad y la falsedad de las expresiones del enfermo.
M a s no relativamente a otras faenas del diagnóstico personal.
Pensemos, por ejemplo, en la que atañe al modo de expresar la vi
vencia de sí mismo. H e distinguido con tenacidad la expresión directa y
la expresión interpretativa del enfermo. Dos modos formales del coloquio
anamnésico— la anamnesis testifical y la anamnesis interpretativa— co
rresponden a esos dos géneros de la expresión. Pero la discriminación
entre uno y otro, ¿será siempre fácilmente hacedera? Cuando el paciente
dice “ M e duele aquí", señalando con el índice un punto de su cuerpo,
su expresión es, no hay duda, directa y nominativa. Pero hay no pocos
casos en que la percepción es también, en cierta medida, interpretación;
y salvo en la simulación flagrante, la construcción psicológica más sutil
y compleja acerca del propio cuerpo lleva siempre como almendra un
sentimiento real, cuya expresión directa es parte en la declaración del
enfermo. En rigor, el límite entre la anamnesis testifical y la anamnesis
interpretativa no puede ser trazado sin artificio.
Lo mismo debe decirse de otra distinción conceptual tácita en las
páginas anteriores: la que existe entre vivencia y operación; o, si se quie
re, entre percepción y movimiento. T a l distinción es necesaria y se halla
fundada en la realidad misma del ser humano. Pero esa realidad, ¿per
mite siempre discriminar tajantemente el movimiento corporal y su vi
vencia? H e venido hablando de cómo alcanzan expresión verbal los sen
timientos del propio cuerpo. Adm ití siempre la previa existencia de una
alteración somática real, suscitadora de la vivencia expresada. Lo cierto
es que toda vivencia relativa al propio cuerpo, aunque haya sido arbitra
riamente forjada por el sujeto, tiende a su realización, como toda altera
ción corporal tiende a su expresión consciente. La doctrina del “ círculo
figural”— recuérdese lo dicho sobre el pensamiento de von W eizsácker—
debe ser aplicada ahora; ella nos hace advertir la relativa convencional^
dad que requiere la distinción entre la sensación y el movimiento; o, en
este caso, entre la vivencia del propio cuerpo y la alteración corporal. D e
nuevo remito a la experiencia del clínico, si éste sabe serlo con plenitud.
Volvam os, sin embargo, al problema antropológico de la expresión
interpretativa, el más importante, tal vez, de todos cuantos plantea la
anamnesis. La oposición conceptual entre “ alienidad” y “ apropiación”
— aplicada sin extremar la intención dilemática— hace patente la diferen
cia esencial entre el procesó de la expresión directa y el de la expresión
interpretativa. La interpretación, por otra parte, puede ser oscura y con
fusa o clara y distinta, en lo que atañe a su acabamiento expresivo. Es
la primera una interpretación en autovislumbre; la segunda es una her
menéutica psicológicamente configurada. N o constituye el grado de la
expresión, sin embargo, el único punto de vista posible. M irada según
la índole y el movimiento de su contenido, la interpretación puede ser,
decía, moral, simbólica o asimilativa. M as con todo ¿lio no han sido plan
teadas todavía las tres cuestiones principales acerca de la expresión in
terpretativa: su “ por qué” , su “ cómo” y su “ para qué".
. ¿Por qué unos sentimientos del propio cuerpo son interpretados y
otros no? En la respuesta a tal interrogación tiene parte la índole del
sentimiento, la peculiaridad del sujeto y el tipo de la situación vital a que
el sentimiento pertenece. Por razones pertenecientes a su propia natura
leza biológica, hay vivencias del propio cuerpo mucho más interpretables
que otras. Los sentimientos de bienestar y malestar suelen ser espontánea
y fácilmente interpretados; y también los pertinentes a la vida sexual, a
juzgar por la abrumadora experiencia de los psicoanalistas. Es casi irre
ductible, en cambio, la alienidad del sentimiento de hipertermia, aunque
éste no llegue a ser formalmente morboso, y no parece muy susceptible
de interpretación la vivencia del hambre. M ás frecuente es, según las his
torias clínicas, la elaboración psicológica del sentimiento de sed ¿Por
qué todo ello? Todavía estamos esperando una doctrina de la vida ins
tintiva suficientemente comprensiva y profunda.
Con la índole del sentimiento colaboran la peculiaridad del sujeto y
el tipo de la situación vital. H a y individuos que nativamente o por edu
cación se hallan mucho más dispuestos que otros a la interpretación psi
cológica de sí mismos. Son mayores su autosensibilidad y su fantasía. La
imagen sentimental de su propio cuerpo parece ser en ellos más plástica;
más adecuada, por tanto, a una volatilización psicológica en interpreta
ciones capaces de incorporarla a la vida personal. N o sólo en las sensa
ciones externas puede manifestarse el eidetismo de un sujeto; también
es posible observarlo en las cenestesias, y parece seguro que una investi
gación idónea permitiría ampliar considerablemente la conocida doctrina
de Jaensch.
H ay, en fin, situaciones vitales y estados de conciencia favorables a
la interpretación psicológica de los sentimientos orgánicos, y hay tam
bién situaciones y- estados refractarios a ella. Los momentos de lucidez
y equilibrio interiores son especialmente adecuados a la visión objetiva y
muy poco idóneos para la interpretación equívoca: el sujeto tiende a ver
y a sentir la realidad propia o ajena tal como es en sí, en su pura y dis
tante objetividad. Las vivencias del propio cuerpo suelen ser entonces
“ objeto” de expresión directa; el y o se repliega hacia una intimidad con
templativa y se sitúa "ante” todos o casi todos sus posibles contenidos.
Su actitud es, en cierto modo, contraria a la de Terencio. La fórmula
podría ser: omm'a a me aliena puto.
M u y otras son -las cosas en los estados psicológicos alejados de ese
claro y templado término medio, así en dirección hacia la oscuridad de la
conciencia como en camino hacia el arrebato espiritual o manía, según la
palabra de Platón en el Fedto. Cuando la conciencia se halla enturbiada
■
— fatiga, sueño, intoxicaciones, acmé instintivo, estados oniroides o cre
pusculares— prevalece la interpretación simbólica: las percepciones del
mundo exterior o del mundo interior tienden a evaporarse, transmutarse o
multiplicarse en símbolos de carácter vagamente figurado y de significa
ción equívoca. “ En la oscuridad, los dedos se hacen huéspedes” , podría
decirse, combinando dos conocidas frases tópicas. Prepondera la inter
pretación asimilativa, en cambio, cuando se extrema la tensión de la vida
espiritual: estados místicos o seudomísticos, raptos de la genialidad poéti
ca o intelectual. En tales casos, el sentimiento del propio cuerpo— sea
higido o morboso— desaparece totalmente o queda asimilado, “ sublima
do” , en el contenido total de la conciencia.
«7 Allgem eine Psychopatologie, .5.a ed., Berlín-Heidelberg, 1948, págs. 567-568, 199
y 208.
cuencia en un excesivo “ optimismo de la comprensión". Para el que la
padece y para el que la contempla, la enfermedad humana se halla siem
pre integrada por un "momento comprensible” y un “ momento opaco” ,
de valencia complementaria. H a y enfermedades (tipo: una neurosis de
situación) muy transparentes a la intelección comprensiva: desde el pun
to de vista de su aparición, es posible discernir en ellas una oportunidad
dotada de sentido (su kairós b iográfico); desde el punto de vista de su
entidad, cabe descubrir y entender su integración psicológica en la exis
tencia personal del hombre que las hace y padece. H ay, en cambio, otras
dolencias (tipo: una fiebre tifoidea) casi enteramente opacas a la com
prensión psicológica del enfermo y del médico: su aparición debe ser
vista casi siempre como un azar; su entidad parece radicalmente ajena a
la existencia personal del enfermo, el cual sufre la enfermedad sin poder
hacerla “ suya” 16S. Pero las
enfermedades más "opacas” tienen siempre
en su estructura un “momento comprensible", y en el fondo de las más
" comprensibles” fluye una vena de "opacidad” . A sí lo exige la misma
naturaleza humana, nunca tan “ opaca” como la piedra a los ojos del
hombre— de una piedra podemos saber la “ composición" química, no el
“ sentido” de su pétrea existencia— y nunca tan “ transparente” y com
prensible como la piedra y el hombre puedan serlo a los ojos de Dios.
Consideremos, por ejemplo, la aparición de una enfermedad en la
biografía del que la padece. ¿Tiene esa aparición un sentido biográfico
comprensible, o es un evento azaroso? Recordemos el diálogo entre P o -
lífemo y los Cíclopes, cuando Ulises ha logrado cegar el ojo de aquél.
Pregúntale si alguien le mata con engaño o violencia. Contesta Polifem o,
a quien Ulises ha dicho llamarse “ N a d ie” : “ N adie me mata con engaño,
y ninguno con violencia.” A lo cual responden los Cíclopes: “ Pues si
nadie te hace fuerza, ya que estás solo, no es posible evitar la dolencia
que te envía el gran Zeus; pero ruega a tu padre Poseidón, soberano de
los mares” (O d . IX , 406-412). Muchos siglos más tarde dirá Sydenham
que las enfermedades agudas tienen su autor en Dios, y las crónicas, en
nosotros mismos.
Tanto la reflexión sydenhamiana como el texto homérico disciernen
dos modos de enfermar, relativamente a la génesis de la enfermedad y,
por tanto, a su aparición en la existencia del que la padece. U no de
ellos parece ser humanamente comprensible; otro sería radicalmente aza
roso, sólo inteligible por la Divinidad. Habría una línea escueta entre las1
*
8
5
m» Sólo en parte. Ese carácter conjetural de los últimos juicios del médico autén
tico depende también de otro momento: la condición “íntima” de la persona humana..
Debe el médico proceder por conjeturas porque la existencia del hombre es a la vez.
radicalmente íntima y azarosa.
ahora sabemos— así lo demuestra la breve historia de la patología antro
pológica— que la transparencia psicológica de la afección morbosa más
opaca es bastante mayor de lo que nos permitía pensar la patología tra
dicional.
La radical azarosidad del enfermar humano ha suscitado y mantiene
vigente una actitud venerativa del hombre ante la enfermedad; la par
cial posibilidad de explicar y comprender humanamente el evento mor
boso ha dado existencia y permanencia a la medicina científica. M ien
tras no cambie la naturaleza del hombre, no parece previsible la extinción
de esa antinomia metafísica e histórica. La figura de la tensión entre una
y otra instancia— el azar de la enfermedad y la capacidad intelectiva del
médico— irá cambiando en el transcurso del tiempo “ como cambia la
figura del vestido” , según la vigorosa expresión del Salmista. N o cabe
esperar, sin embargo, el triunfo definitivo de uno de los dos perennes
agonistas M0.
C. H e procurado esclarecer los distintos problemas que plantea la
patografía antropológica: el metódico, el ontológico, el gnoseológico, el
descriptivo. U n estudio completo de la mentalidad a que pertenece esa
patografía obligaría a estudiar sucesivamente todas las cuestiones inte
grantes del "acto médico” , desde las nosológicas en sentido estricto has
ta las terapéuticas y sociales; y esas cuestiones suscitarían, a su vez, otras
nuevas, relativas a las tres grandes disciplinas que en todo instante sir
ven de marco al saber y a la actividad del médico: la Filosofía, la H isto
ria y la M oral.
La cuestión filosófica tiene un epígrafe muy concreto: idea del hom
bre. Páginas atrás expuse su problematismo radical. La pregunta es:
¿qué idea del hombre sirve de supuesto a la mentalidad que vengo lla
mando antropopatológica?
La cuestión histórica atañe, como es obvio, a nuestro propio tiempo.
¿Qué relación existe entre el modo antropológico de considerar la enfer
medad y la situación histórica en que ha comenzado a cobrar vigencia?
Si el modo "comprensible” de enfermar es real y se ha hecho más fre
cuente en nuestra época, ¿no será porque la existencia individual del
hombre se «defiende con la enfermedad frente a su invasión por lo que
H egel llamaba el "espiritu objetivo” ?
La cuestión moral afecta al sentido mismo del ejercicio médico. Este
debe tender formalmente hacia la curación del enfermo, y el mejor modo1
0
100 El tema de este libro me obliga a dejar en mero esbozo la discusión de tan
Importante problema nosológico. E s en la historia de la nosología donde tiene el em
peño su lugar natural.
de conseguir esa curación es su objetivo inmediato. Pues bien; si el auge
de la mentalidad antropopatológica puede llevar consigo, como reato
indeseable, una relativa preterición de los saberes conquistados por la
medicina científiconatural, ¿traerá consigo una merma en la real eficacia
terapéutica del médico? ¿N o lleva en sí delicados problemas morales, por
otra parte, la consigna de “ diagnosticar y tratar al hombre entero” ? Hace
más de veinte años escribió von W eizsacker que esa consigna es “ in
mensurable” ; poco después añadía Krehl que además de “ inmensurable"
(ungeheuertich) es impía, profanadora, atentatoria contra el sagrado de
la intimidad personal (freventlich). ¿Qué debe pensarse hoy acerca de
este ineludible problema?
Desde Hipócrates hasta los técnicos de la narcosíntesis, la historia
clínica ha sido, invariablemente, arma de penetración en la realidad, tes
timonio de saberes intelectuales y semillero de problemas nosoíógicos y
descriptivos. Como término de nuestra indagación, tratemos de ver el
sentido de haber descubierto y descrito a lo largo de tantas páginas la
historia de su creciente eficacia.
CAPITULO VIII
T E O R I A D E L A H I S T O R I A C L IN IC A .
L A H IS T O R IA D E U N P R O B L E M A : S U E S T R U C T U R A ,
S U S E N T ID O
E D IF IC A C IO N Y P R O B L E M A T 1 Z A C IO N
D E L A H IS T O R IA C L IN IC A
P R O B L E M A S C O N S T IT U T IV O S
s Véase, por ejemplo, el contraste entre las biografías alemanas y las francesas
que describe Julián Marías en su M igitel de Unamuno (Madrid, 1 3 4 3 , págs. 413-40).
y principal: la radical singularidad del hombre cuya vida se describe. El
“ tipo” a que pertenece esa vida— metafísico, sociológico, psicológico, his
tórico, etc.— viene a ser la forma terminal de su íntima originalidad crea
dora; el hombre aparece antes como “ autor” que Como “ ejemplo” , salvo
cuando se trata de biografías a d usum delphini.
Leamos luego la historia clínica más fiel al imperativo biográfico. El
patógrafo relata el origen, la estructura y el curso temporal de un pro
ceso morboso. Describe no pocas veces “ cuasicreaciones” sintomáticas
y vivencias de la intimidad del enfermo. U n sentimiento de sed, por ejem
plo, es vivido como un acto personal cargado de responsabilidad. Hállase
en contacto el descriptor con la raíz misma de la individual existencia
del paciente; convive y concrea, en cuanto es posible, la operación con
que un hombre se constituye en “ autor de sí mismo". La vicisitud bio
gráfica descrita es original e irrepetible. P ero si ios actos personales de
ese enfermo no pudieran ser repetidos por otro, de un modo más o menos
semejante, su descripción pato gràfic a carecería de significación médica;
sería, a lo sumo, una sutileza psicológica, historiogràfica o literaria. La
patología más individual debe ser, inexorablemente, universal; en otro
caso no sería verdadera “ patología” , porque para la mente humana non
est scientia nisi de universalibus.
H e ahí el problema: para que una patografía sea auténtica, debe ser
personal; para que sea científica, debe ser, én alguna medida, universal.
Si el patógrafo extrema la “ autenticidad” de sus historias clínicas, se
convierte en homme de lettres o en historiador, si acentúa con exceso la
condición "científica” de sus relatos, se convierte en naturalista. Hállase
tan obligado al imperativo de la autenticidad personal como al de la
ciencia. En tal caso, ¿cómo podrá salir de la aporía?
Sin vivirla de un modo expreso, Hipócrates la resolvió subrayando el
carácter individual de la realidad observada y descrita. El relato hipo-
crático nos hace ver, ante todo, la individualidad del proceso morboso;
pero— muy helénicamente— en cuanto el sujeto de ese proceso es un puro
ser natural, un trozo de naturaleza. En el enfermo ve el patógrafo un
zoon lógon ékhon individual, cuya afección se halla peculiarizada por la
cualidad, la intensidad o cuantía y la situación temporal de los síntomas
observables. La enfermedad de Filisco, el que vivía junto a la muralla,
fué individual en cuanto Filisco tuvo fiebre y orinó negro, alcanzaron tal
y tal intensidad la fiebre y la negrura de la orina, y éstas aparecieron
a los tantos días y tantas horas de haber comenzado el proceso febril. Es
cierto que en la patografía hipocrátíca son perceptibles ciertos rasgos de
tipificación; pero, como vimos, en forma meramente incoativa. Lo pri
mario para el médico es todo aquello en que el enfermo se muestra como
un ser individual.
Otra fué la actitud de los médicos medievales. Estos resolvieron la
aporía destacando en sus descripciones la tipicidad o la universalidad
de lo observado. ¿Fueron ciegos, entonces, a la individualidad del caso?
En modo alguno. El patógraf'o nos la hace ver a favor de dos expe
dientes: la condición individual y substante del sujeto mencionado al co
mienzo de la historia y la intensidad o cuantía de los síntomas que la
narración patográfica consigna. Estos son los que “ específicamente” co
rresponden al epígrafe del relato; pero su quaníitas molis o su quantitas
virtuíis respectivas les otorgan una peculiaridad individual. El individuo
enfermo es, relativamente a su enfermedad, materia quantitate signata,
según la célebre fórmula tomista.
¿Cuál es, entonces, la estructura ontològica de la individualidad del
enfermo? Este posee, en cuanto hombre, una sustancia individual; la cual
actúa como soporte de los accidentes cuantificados que son los síntomas,
específicos por razón de la causa morbi o de las proprietates naturales
del ente que los padece. La individualidad del “ caso” se halla constituida,
en suma, por la cuantía de los accidentes morbosos, es su resultado.
La solución medieval de esta honda aporía patográfica ha sido, en
cierto modo, el paradigma de todos o casi todos los patógrafos, hasta
bien entrado el siglo X X . Dejemos a un lado las versiones sydenha-
miana y ontologista del proceder medieval; vengamos a la patografía
que he llamado cosmopatológica. El pensamiento anatomoclínico tendió
a ver la individualidad de cada enfermo según un esquema constante;
una lesión corporal “ típica” (mioma, inflamación) quedaría individua
lizada por su "dónde” (útero, meninge cervical), por su “ cuándo" (edad
del enfermo que la padece, tempo de su producción) y por los diversos
momentos integrantes de su “ cuánto” (extensión, consistencia, etc.); to
dos estos elementos individualizadores, susceptibles de reducción, en úl
timo extremo, a un “ cuánto” , determinarían causalmente la peculiaridad
sintomática del proceso, no menos cuantificable que su causa lesional o
inmediata. El sujeto afecto por la enfermedad sería el soporte pasivo de
todas esas alteraciones de sus órganos: a la postre, materia quantitate
signata.
Lo mismo debe decirse, mutatis mutandis, del pensamiento fisiopatoló-
gico. El proceso energético y material en que la enfermedad parece con
sistir hállase patográficamente individualizado por la cuantía y el ritmo
temporal de sus determinaciones mensurables. Si el enfermo es un su"
jeto” — y como tal le presenta siempre la descripció subjecti— ■> su PaPe^
es servir de sustrato paciente a los movimientos energéticomateriales de
su cuerpo. El pensamiento etiopatológico añade a la patología y la pato
grafía de los fisiopatólogos la influencia determinante de la causa pro-
catárctica; pero su última actitud respecto a la individualidad y a la
universalidad del relato patográfico es sensiblemente igual. En la histo
ria son consignadas notas descriptivas más o menos universales, más o
menos propias de la “ especie morbosa” a que por definición pertenece
el enfermo. Todas son, sin embargo, universales, y todas reciben su indi
vidualidad del quantum local, intensivo, temporal, etc. El “ caso” parece
hallarse individualizado por la cuantía de sus accidentes morbosos.
Ta n pronto como se vió en el enfermo un ser viviente y en la en
fermedad una respuesta vital— sea biológica o personal la índole de la
“ vid a ” y la respuesta— cambió radicalmente el planteamiento del proble
ma. M ás que un “ estado” del ente individual o una nota definitòria de
su constitución ontològica y física, en la individualidad se ve un “ pro
ceso” emergente y seudocreador (en el caso del ser biológico) o cuasi-
creador ( en el caso del ser humano). La individualidad no es el resultado
de una “ atribución” pasiva, sino el término visible y provisional de una
suerte de activa “ creación” . Con otras palabras: no hace individual al
enfermo la cuantía de los accidentes visibles o invisibles de su enfer
medad; al revés, esos accidentes son cuantitativamente individuales por
que, como término provisional de su emergente entidad, los produjo un
individuo vivo. La resolución de la aporía individualidad-universalidad
ha experimentado en nuestro siglo un verdadero “ giro copernicano” .
La “ individualidad” ha venido a ser genuina “ individuación” . ¿Cómo
es posible, entonces, la relativa universalidad de lo producido en el actus
individuationis? La ictericia de dos colelitiásicos es el término de dos
originales actos de individuación biológica y personal. Parece convenir
inmediatamente al modo de su producción que las dos'ictericias sean dis
tintas, y primariamente lo son; pero eso no excluye que se parezcan
entre sí hasta el punto de merecer un mismo nombre: las dos son “ icteri
cia” . ¿Cómo puede entenderse la universalidad resultativa del síntoma,
siendo éste primariamente original e individual?
La individualidad, decía, es el término de un constante proceso de
activa individuación. Cada acto del ser viviente, sea espontáneo o reac
tivo, va individuando a su protagonista. Pero la naturaleza de los seres
vivos materiales es, por esencia, específica y finita: su limitada estructura
anatómica y funcional se repite de individuo en individuo. N o es esto
sólo. Cuando el acto es reactivo, la índole del estímulo coopera necesa
riamente en la configuración de la respuesta. La conjunción de esas dos
instancias-— finitud específica, adecuación al estímulo— presta a la forma
terminal del acto viviente e individuante, por modo ineludible, un ca
rácter típico. El “ repertorio” formal de los actos de individuación se
halla primariamente definido por la específica finitud de las estructuras
anatómicas y funcionales: la fiebre, por ejemplo, es un mecanismo de
respuesta a la infección microbiana, común, parece, a todos los animales
homeotermos; de la idea obsesiva, una respuesta psicopatológíca a situa
ciones diversas, somos capaces, en principio, todos los individuos huma
nos. M as también la identidad de la causa externa tiene parte en la se
mejanza formal de las reacciones individuales: es natural que el bacilo
de Eberth produzca en todos los hombres una reacción análoga, especial
mente cuando son iguales la vía y la cuantía de su penetración en el
organismo. E l acto vital, original e individuante en su génesis, alcanza
así terminal apariencia típica.
Cuanto llevo dicho puede ser genéricamente aplicado a los actos de
la vida biológica stricto sensu y a los actos de la vida humana; pero la
condición personal de estos últimos impone una sutil diferencia en la
individuación originaria y en la terminal tipificación del acto vital. La in
dividuación es ahora, en mayor o menor grado, deliberada y proyectiva.
Tiende deliberadamente hacia algo, y esa “ intención” concede al acto su
doble sentido transbiológico: “ hacia adentro” , en la intimidad de su pro
tagonista o autor; “ hacia afuera” , en el ámbito histórico de su existencia
personal, en su "mundo” . La tipificación, por su parte, no es sólo somática
o colectiva, como la del animal en su grey; es también social e histórica,
en lo que atañe a su figura externa, y susceptible de comprensión psico
lógica, desde el punto de vista de su interna estructura. El “ repertorio"
de los “ tipos” fórmales de la operación individuante crece y se com
plica de un modo extraordinario cuando el individuo vivo es una “ per
sona” .
En tal caso, ¿cómo deberá proceder el patógrafo actual, si quiere re
solver “ a la altura de su tiempo” la tensión entre la necesaria individua
lidad y la necesaria universalidad del relato patográfico? Puesto que la
enfermedad es una respuesta vital y personal— sea más o menos amplio,
expreso e inteligible este último carácter— , su descripción debe atenerse
a la peculiar índole de su producción y de su estructura. La condición
individual e individuante del proceso morboso debe ser el punto de
partida de todo relato patográfico. Las diversas vicisitudes de la enfer
medad, refiéranse a su génesis o a su curso, serán descritas como re-
puestas emergentes desde la entidad viviente e individual de un hombre,
y determinantes de esa misma individualidad. Cuando un enfermo tose,
esa tos "suya” es, en el tiempo, la última de las diferencias individuales;
que ha producido su viviente y humana entidad.
Pero con ello no se agota la tarea del patógrafo. El no es historiador,
sino médico, tekhnites de la medicina. Necesita, por tanto, hacer ver la
universalidad genética y resultativa de toda vicisitud morbosa. En la es
tructura de esa universalidad— cuyo conocimiento es la verdadera meta
de una patología “ general” y “ comparada” -— habrá elementos genéri
camente animales; otros serán específicamente humanos; otros, en fin,
nosográficos o tipificadores. Muchos animales tosen, pero hay una tos
humana; y, dentro de ella, toses neumónicas y bronquíticas; y en cada
una de estas toses, modos típicos, según sea varón o hembra y longito-
rácico o braquitorácico el individuo tosedor. La consideración universa-
lizadora deberá referirse, por otra parte, a la estructura formal de la
respuesta y al modo de su producción. Por ejemplo: ¿qué mecanismos
animales, humanos y típicos se ponen en juego para que se produzca el
acto de toser, por personales que puedan ser su posible “ intención” se
creta y el matiz último de su forma externa? La descripción patográfica
debe dar cumplimiento a esta exigencia de visión e intelección bajo es
pecie de universalidad.
Dos reglas dan expresión concisa a este deber del patógrafo:
1. a Frente a toda respuesta morbosa en que prevalezca su primaria
individualidad genética o formal, el patógrafo se esforzará por descubrir
y mostrar, junto a esa relevante individualidad de la respuesta, la uni
versalidad de su mecanismo y de su apariencia.
2. a Frente a toda respuesta morbosa aparentemente universal o típi
ca, la solicitud del patógrafo se orientará hacia el descubrimiento y la
exposición de la individualidad genética y formal que por modo necesa
rio subyace siempre a la apariencia genérica del trastorno.
Tipificar lo personal, personalizar lo típico: tal debe ser la norma
constante. T a l es, por otra parte, el recurso del patógrafo que quiera ser
a la vez transhipocrático y transmedieval. Transhipocrático, porque la
individualidad no la recibe ahora el enfermo de ser “ naturaleza” , natura
ut quo, sino de ser “ persona” ; transmedieval, también, porque el sujeto
personal de la historia clínica, su suppositum ut quod, no es el mero so
porte pasivo de los accidentes morbosos, sino— en alguna medida— su
activo cuasicreador.
B. El autor de una historia clínica debe resolver con su relato la
segunda de las aporías ontológicas inmanentes a la realidad que intenta
describir: la interna tensión entre la necesidad y la contingencia en la
figura y en la sucesión de los “ estados” que integran el cursus morbi.
Elijamos dos ejemplos extremos. Alguien, a corta distancia, dispara
un tiro de pistola sobre la cabeza de un hombre. La bala atraviesa su
cráneo y penetra en su cerebro con rigurosa necesidad mecánica. La
reacción del lesionado a la lesión— su enfermedad— es una consecuencia
del disparo necesariamente determinada por éste. Pasemos al extremo
opuesto. U n hombre vomita cuando se encuentra en una situación que le
es sobremanera enojosa; trátase de una enfermedad “ neurótica” . ¿Vom i
tará, necesariamente, siempre que se encuentre en ella? En modo alguno.
Unas veces— tal vez muchas— lo hará; otras, no. La situación emetizante
es la “ causa externa” del vómito; pero el vómito no se encuentra respecto
a ella en la misma relación que el cuadro traumático respecto al disparo.
La presentación del cuadro traumático es una necesidad; la del vómito,
una contingencia. Con otras palabras: en la reacción morbosa al disparo
sobre su cráneo, nada o casi nada “ pone” el sujeto, todo o casi todo le
es impuesto; en su respuesta a la situación emetizante, el sujeto “ pone”
algo o mucho: la reacción no le es totalmente impuesta por las circuns
tancias causales externas a él.
Apenas es necesario decir que entre uno y otro extremo existen, gra
dualmente situados, todos los términos medios imaginables; el lector en
contrará sin esfuerzo ejemplos idóneos. Pero no es esto lo grave. Lo
grave, desde el punto de vista patológico y patográfico, es la coexisten
cia de momentos necesarios y de momentos contingentes, con mayor o
menor predominio de unos u otros, en todas las vicisitudes morbosas
imaginables, tanto las iniciales de la enfermedad (patogénesis stricto
sensu), como las pertenecientes a las etapas ulteriores del cursus morbi.
Veám oslo a través de algunos ejemplos.
U n sujeto recibe un balazo penetrante en la cavidad craneal. En el
cuadro consecutivo a la herida es posible distinguir:
1.° Lo que en él se presenta con necesidad cuasiabsoluta 7. Esta ne
cesidad, determinada por la acción de la bala y por la constitución ana
tómica y funcional del individuo herido, puede revestir, a su vez, tres
formas distintas: a. Letal. H a y lesiones “ mortales de necesidad” , como
técnicamente suele decirse, b. Biológica. Es de necesidad biológica, por
ejemplo, que los síntomas producidos por la herida cerebral pertenezcan
a la patología del sistema nervioso (movimiento, sensibilidad, expresión,
regulación); o que sean de naturaleza respiratoria los correspondientes a1
31 ¿Qué se diría, por ejemplo, del médico que practicase el narcoanálisis sin otro
fin que el de curiosear— “frivola” o “científicamente”—en el alma de sus pacientes?
¿Qué juicio pueden merecer todos los posibles M e n s c h e w v é r s u c h e ?
visión: uno imaginativo, la concreta realidad del enfermo descrito y de
las maniobras exploratorias y terapéuticas a que fué sometido; otro in
telectual, los tipos, especies y géneros de todo orden (etiológico, patoge-
nético, anatómico, etc.) de que ese enfermo es ejemplo. Pero el fruto de
la lectura debe ser algo más que una pura “ visión” ; tiene que ser, a la
vez, el aprendizaje de una “ operación” . Quien lea una historia clínica,
debe aprender el ejercicio de las técnicas exploratorias que el patógrafo
empleó y la práctica de los tratamientos a que juzgó oportuno recurrir.
La feliz resolución de este problema didascálico depende de la habi
lidad descriptiva del patógrafo. Habilidad exige, ciertamente, hacer ver
con claridad lo universal mediante un relato limitado a describir sin fá
rrago lo particular. Y no menor el empeño de “ enseñar a hacer” sin
caer en una descripción minuciosa de todo lo que se ha hecho. En ri
gor, no pertenece a la historia clínica de un enfermo la exposición por
menorizada de las técnicas quirúrgicas que en su tratamiento pudieron
emplearse. M as tampoco sería perfecta esa historia, si no hiciese ver la
razón por la que tales técnicas fueron empleadas. U n relato patográfico
no enseña, ciertamente, a operar; debe enseñar, sin embargo, la indica
ción de las operaciones en él mencionadas 12.
P R O B L E M A S M E T O D IC O S
í i3 puede verse alguna idea acerca del tema en la mencionada A llgem eine Psycho-
pathologie, de Jaspers, págs. 571-593. Véase también el libro de Ch. Bühler E l curso
de la vida humana como problem a psicológico, trad. esp., Madrid-Buenos Aires, 1943.
ó « L a visión de la biografía como cumplimiento o malogro de un proyecto (o de
una serie sucesiva de ellos) admite, a su vez, dos métodos principales de estudio:
uno “comprensivo” y otro "conductista”. Recuérdese lo apuntado al hablar de la
“medicina psicosomátiea”.
Basta aquí tan somero apunte. Trátase de dos puntos de vísta res-'
pecto a la existencia humana— biológico uno, proyectivo el otro— menes-;
terosos de unificación y, por supuesto, susceptibles de ella. La clave del
empeño unificador consiste en elaborar una idea genuinamente antropo
lógica de la “ edad” , y a eso tiende el esquema aprendízaje-peregrinación-
maestría. N o es esto, sin embargo, lo que ahora importa. Sólo debo in
dicar que cada uno de los dos puntos de vista ha constituido la pauta
fundamental de un peculiar estilo patográfico.
La patografía psicoanalítica es radicalmente biográfica. M ás aún:
ha sido Freud el primero en concebir de un modo biográfico la patogra
fía. Pero la visión freudiana del cursus vitae no es proyectiva, sino cra
samente biológica y sólo atenida a una interpretación libidinosa de la
existencia del hombre. Las “ edades” descriptibles en el desarrollo de la
libido— correspondientes a las del curso vital y psicoanalíticamente in
terpretadas— son los períodos cardinales del relato patográfico. La neu
rosis es para Freud una alteración en la evolución biográfica de la libido,:
a través de las distintas edades biológicas. D e ahí que toda historia clí
nica psicoanalíticamente orientada comience estudiando la primera in
fancia del sujeto.
Opuesta y afín a la patografía de Freud, la de A d ler es fundamen
talmente proyectiva: el sujeto y su enfermedad son descritos desde el
punto de vista de los fines que aquél se propuso conseguir en su vida.
M ás tarde, las historias clínicas antropológicamente concebidas— “ círculo,
de V ien a ” , “ escuela de H eidelberg” , von W eizsácker, medicina psicoso-
mática— han tratado de reunir los dos puntos de vista. Pero siempre que
Ja consideración de la "obra” parece dominar sobre la consideración del
“ desarrollo” — o el “ proyecto" sobre el “ instinto” — se hace más laxa e
incierta la partición de la biografía y la patografía en fracciones crono
lógicamente independientes: lo que el hombre ha hecho se ve desde el
punto de vista de su particular modo de hacerlo, no conforme a una
pauta general. “ La estructura de una historia clínica biográfica— ha es
crito Jaspers, haciendo suya esta visión proyectiva de la patografía— no
puede ser planeada según un esquema previo; debe corresponder al ma
terial. E l concepto es tan sólo un camino para la aprehensión articulada!
Esta supone la entregada contemplación de la realidad total y concreta
de cada individuo. El arte de mirar y la sucesiva presentación espontá
nea de los diversos cuadros descriptivos constituyen la ordenación natu
ral y el acierto de una formulación adecuada" 15. Después de todo, eso1
3
in la t a s in q u e fe ri cu rva ra c o m p a g ib u s á lv u m
c o n t o r s i t : s t e t i t illa t r e m e n s , u t e r o q u e r e c u s s o
(A e n . II, 5 0 -5 3 .)
“ Dijo, y tiró con poderosa fuerza una gran lanza, que entró por un cos
tado en el combado y ancho vientre de la bestia. A llí quedó clavada y
vibrante, y, estremecido el seno, resonaron las cóncavas cavernas y die
ron un gem ido” , según la versión de Lorenzo Riber.
Leamos a continuación un fragmento patográfico de Laénnec: “ N o
podía el enfermo responder a ninguna pregunta. Ten ía fiebre viva; su
rostro estaba rojo y un poco lívido; los párpados se hallaban semicerra-
dos, y dilatadas las pupilas; era el oído muy duro; veíanse los labios
secos y negruzcos, los dientes y las encías cubiertos de un moco negruzco
también, la lengua bastante limpia y mucho más húmeda que los labios,
la respiración natural; el abdomen era doloroso a la presión, sobre todo
hacia la región epigástrica; el enfermo tenía diarrea; la piel, seca y ar
diente; todo el cuerpo se hallaba agitado por un temblor espasmódico
bastante violento” 16.
— que m i p a la b r a sea
la cosa m is m a
debiera ser la constante oración del patógrafo. Tanto más, cuanto que
para la mente del hombre no hay claridad posible sin una previa re
creación intelectual de la realidad.
La inteligencia del hombre no es y no puede ser un puro espejo de
la realidad: no entiende si no construye y recrea activamente, y en ha
berlo mostrado con evidencia consiste la parte más Válida de la teoría
kantiana del conocimiento. El imperativo de la recreación constituye el
orgullo y la flaqueza del conocimiento humano. Pero la actividad recrea
dora de nuestra mente— no haber sido fiel a esta verdad elemental es el
fallo del idealismo— decrece, hasta hacerse casi nula, a medida que nues
tro conocimiento de la realidad deja de ser intelectual y se hace intuitivo.
D e ahí las dos formas extremas de la “ claridad" descriptiva: transpa
rencia ante aquello en que prepondera la intuición sensible: fiel y orde
nada integridad sistemática ante aquello que exige construcción intelec
tual. En el primer caso decimos cómo “ es” la apariencia de la realidad:
en el segundo, cómo “ entendemos” el ser de la realidad. La narración
patográfica debe ser clara en los dos sentidos. Laénnec y Charcot son
dos grandes modelos de la claridad intuitiva 17; los fisiopatólogos y los
psicopatólogos, desde Traube y Frerichs hasta von W eizsacker y los
paladines del movimiento psicosomático, vienen esforzándose por conse
guir en sus historias alguna claridad intelectiva.
Adem ás de clara, la narración del patógrafo debe ser “ precisa” . Esto
es: bien recortada sobre la realidad, bien ajustada a ella. Una descrip
ción clara es, decía, como una piel transparente; una descripción precisa
es una piel escuetamente ceñida a la realidad descrita. N o puede ser
correcta una historia clínica si su estilo descriptivo no es, además de
claro, preciso.
M as también hay dos modos de precisión, como hay dos de claridad,
en las narraciones científicas. H a y una precisión intuitiva, y consiste en
el empleo del menor número de palabras exactas para mostrar al lector
* Las cifras en negrita indican la parte del libro en que ha sido especialmente
estudiado el autor a que se refieren.
Beneke: 470, 471, 472. Bromfield: 265.
Benivieni: 110, 112, 136, 181, 184, 191, Broussais: 20, 293, 294, 297.
202, 208, 264, 354. B ro w n : 13.
Bennet: 187. Brown-Séquard: 3 4 9 .
Benzi (U g o ): 69, 113. Brugnatelli: 4 4 4 .
Bergmann (v .): 603, 611, 621, 624. Brugsch: 571.
Bergson: 30, 491, 508, 607, 610. Brun: 515, 521, 522, 527, 582.
Bernal Diaz del Castillo: 121. Bruno (G .): 129.
Bernard (C l.): 22, 273, 311, 314, 340, 374, Bühler (C h .): 756.
375, 401, 409, 490, 560, 568, 605, 606, Bühler ( K . ) : 553, 6 8 8 , 689.
618, 619. Bulgetio: 199, 243.
Bernardo (S a n ): 672. Bumke: 453, 454.
Berzelius: 323. Burckhardt: 129, 134.
Blchat: 177’, 181, 232,, 243, 263, 271, 273, Burdach: 339, 340, 368, 369, 370.
275, 276, 284, 285, 286, 288, 291, 308,
309, 311, 312, 314, 341, 365, 375, 685,
733.
B ie r: 7. Caballo (Ant.) : 70.
B ilz : 662. Cabanis: 280.
Binswanger: 610. C a ja l: 7.
B lackall: 316. Camper: 263.
Blaekmore: 137. Cannon: 578, 6 6 8 .
B la n k : 210, 217. < Cantani: 394, 427.
Blankaart: 190, 191. Cañizo: 408.
Caramuel: 202.
Bleuler: 607.
Cardano: 44, 109.
Bloch: 475.
C arrel: 704.
Bocangelino: 107.
C asal: 176.
Boe (Franz de l e ) : V. Silvio.
Boecio: 109, 603, 708. Casares: 629.
Casiodoro: 109.
Boerhaave: 9, 13, 22, 106, 119. 159, 177, Cassirer: 130.
181, 188, 191, 202, 203, 206, 209, 216-231,
Castaigne: 406.
232, 234, 238, 242, 243, 247, 248, 249,
Cathelineau: 432.
254, 255, 257, 258, 259, 261, 263, 270, 271, Cayol: 288.
276, 279, 282, 284, 310, 376, 532, 680,
Celio Aureliano: 42, 6 6 , 315.
713, 733, 734, 758. Celsius: 255.
B ohr: 567. Celso: 18, 50, 6 6 , 107, 211, 262.
Boisseau: 275. Ceñal: 689.
Bonald: 327. Cermisone (A n t .): 69, 70, 113.
Bonet(T e o f.): 136, 189, 190, 191, 192, Cesalpino: 151, 152, 153, 159.
196, 198, 206, 264. Champier (S .): 91.
Bonnet: 406. Chareot: 7, 313, 338, 340-351, 354, 358,
Bordeu: 176, 386. 359, 362, 363, 364, 365, 369, 432, 435,
B orel: 722. 453, 457, 458, 462, 468, 480, 481, 484,
Borelli: 137, 208, 492. 485, 583, 584, 585, 586, 596, 599, 602,
Borsíeri; 176. 734, 752, 753, 761.
Bostock: 316, 416. Oheyne: 423.
Bottoni: 106. Chomel: 314.
Bouchard: 475. Christian: 665.
Boucher (G . ) : 103. Christian (P .): 662.
Bouiilaud: 326, 327, 339,. 376. Christison: 320, 324, 416.
Bourneville: 462. Chvostek: 405.
Boutroux: 745. Claudino: 188, 199, 200, 201, 236, 261.
Boyer (P h . ): 327. Clauser: 109.
B oyle: 190. Ciernen tino: 109.
Brandis: 444. Cohnheim: 410, 622.
Brassavola: 107. Colé: 112, 137, 151, 161, 163, 165, 167, 172.
B rau n: 609. Colombo: 183.
B rau s: 7. Colrat: 401.
Bretonneau: 314, 480. Comte (A .): 295, 311, 352.
Breuer: 435, 583, 584. Condillae: 293.
Brieger: 395. Condorcet: 12.
Bright: 308, 314, 315-326, 337, 392, 405, Conrad: 467, 468.
406, 415, 482. Copérnico: 132. •
Briquet: 359. Cornarius (D io m .): 111.
Brissot: 109. Corral: 67, 484.
Broca: 308, 326-338, 339, 347, 358, 375, Corrigan: 314;
426, 457, 493, 494, 495, 496, 497, 505, Corvisart: 22, 273, 275-284, 285, 288, 291,
511, 522, 536, 537, 538. 296, 309, 314, 386.
Broglie (d e ): 730. Costa ben L ú e a : 326.
Cottet: 406. Erasístrato: 179, 606.
Cotugno: 176, 316. E rb: 340, 347, 351.
Couturier: 401. Escalígero: 147.
Crato von Krafftlieim : 111, 112, 113, Escipion Ferrario: 91.
, 126, 185. Escoto (D u n s): v. Duns Escoto.
Croce: 131, 135. Escoto Eriúgena: 78.
Cruickshank: 316. Esquivel ( O . ) : 500.
Cruveilhíer: 275, 308, 314, 341, 338, 363. Eulenburg: 390.
Cullen: 176, 314. Eustaquio: 183.
Curie: 182. Ewald (D. A . ) : 462, 463, 464.
Currie: 376. Eyerel: 281.
Curschmann: 448, 622.
Cusa (Nicolás d e ): 128.
Cushing: 7, 656. Fabricio de Acquapendente: 107.
Cuvier: 13. Fabríclus: 2E5.
Czermak: 352, 354. Fahrenheit: 255.
Czerny. 424, 475. Falk: 266.
Falopio: 183.
Fantonl: 263.
Feehner: 371, 634.
Dalbiez: 602, 704. Ferenczi: 582, 664.
Dam erow: 730. Fernel: 109, 110, 116, 117, 118, 119, 126,
Dante: 134. 127, 132, 137, 185, 186, 188, 195, 201.
D arw in : 145, 312, 451. Ferrari da Gradi: 105, 113.
D avaine: 445. Fiorentini: 266.
Dax: 326, 327. Flechsig: 339.
Dejerine: 350. Flourens: 327, 339, 495.
Descartes: 63, 138, 202, 230, 234, 330, Foerster: 662.
492, 685, 762. Fonseca (R. d e ): 111.
Desmars: 31. Foreest (v a n ): 111, 126, 185, 186, 187,
Destutt de Tracy: 280. 235, 243.
Deutsçh: 600, 664, 674. Forestus: v. van Foreest.
Dice Duckworth: 406. Forti: 189.
Diemerbroek: 187, 189. Fotherglll: 176.
Diepgen: 6 , 85, 89, 266, 373, 451. Fourcroy: 323.
D'ieuiafoy: 482-487. Fracastorio: 107.
Dilthey: 96, 130, 491, 607, 626, 710. Fraentzel: 382.
Diocles de Caristo: 6 6 , 114. Francanziano: 113, 133.
Discórides: 71, 151. Frank: 176, 249, 276.
Dobzhansky: 460. Frankel: 440, 443, 444, 446, 448, 449, 450,
Dodoens: 111, 152, 181, 185. 453.
Dollinger: 368, 370. Freind: 31, 44, 265.
Donato: 111, 243. Frerichs: 7, 313, 326, 371, 372, 373, 375,
Dondi (de) : 95. 376, 379, 391-399, 401, 406, 409, 415, 427,
Donné: 376. 431, 436, 443, 455, 458, 470, 559, 761.
Donzellini: 111. Fresnél: 730.
Dónalas Singer: 504, 505. Freud: 9, 100, 363, 365, 435, 454, 457,
D raper: 664. 458, 481, 484, 487, 583-804, 610, 614, 623,
Driesch: 13, 14, 491, 607, 611. 625, 626, 644, 645, 646, 6 6 8 , 680, 698,
Du Boys Reymond: 311. 704, 709, 719, 757.
Duchenne (de Boulogne): 339, 341. Friedlánder: 410, 449, 450.
Dudgeon: 387. Friedreich: 420, 459, 462.
Dunbar (F l.): 664, 665, 668-683, 704, 705, Frisimelica: 113, 115, 117, 118, 133, 134.
713, 738. Fuchs (C. H .): 314.
Duns Scoto: 80, 81, 89, 100, 155, 570. Fuchs (R.) : 55, 57.
Dupuytren: 275. Fueter: 135.
Durando: 80. Fuetscher: 79, 80.
Fürbrmger: 417, 418, 419, 420.
Eberth: 384.
Ecluse (Ch. de 1’) : 152. Galeno: 7, 13, 18, 22, 23, 26, 31, 34, 37,
Edelstein: 54. 42, 44, 48, 49, 50, 64, 6 6 , 67, 71, 75, 76,
Edlefzen: 417, 419. 83, 84, 92, 94, 95, 98, 104, 107, 108, 127,
Edwín Smíth: 29. 139, 140, 141, 147, 150, 151, 153, 180,
Ehrenfels: 551, 552, 607. 18?, 186, 199, 200, 201, 204, 206, 220,
Ehrlich: 391, 395. 230, 303, 315, 339, 355, 386, 431, 436,
Einhorn: 352. 54á, 656.
PJmpédocles: 5 3 . G a lile o : 110, 133, 159, 311, 492, 726, 762.
Empereur: 432. G a ll: 326.
Eppinger: 473. Garbo (T. d i ) : 95.
García (M anuel): 352. Helmholtz: 311, 351, 377.
García Rodríguez: 472. Helmont (v a n ): 13, 22, 110, 139, 151,
Garrison: 340. 202, 315, 482.
Gavarret: 324. Henle: 314, 371, 372, 373, 436, 445, 455.
G elb : 545, 546, 547, 549, 551, 552, 554, Heráelito: 397, 454, 459.
555, 579, 580. H eredia: 44,
Gen tile da Foligno: 69, 95, 123. Herder: 367.
Gerhardt: 394. Hering: 390.
Gerlach: 11. Herodoto: 18.
Germain (J. B . ) : 49. H ess: 473.
Gieon: 416. Hesse: 315.
Gilíes de la Tourette: 359. Heubner: 622. ..
Gillespie: 54. Heurne (Jan v a n ): 106.
Giovannl: 470, 472. Heurne (Otto v a n ): 188, 195, 201.
Glatzel: 671. Heurteloup: 327.
Glisson: 187, 271, 339. Heusinger: 369.
Gmelin: 323, H ewson: 324.
Goethe: 370, 566, 577, 585, 659. Heyer*. 608, 609, 623, 646.
Goldschmidt: 402. Hipócrates: 18, 25, 31, 37, 38, 39, 40, 41,
Goídstein: 9, ICO, 336, 484, 494, 535-581, 42, 43, 44, 45, 47, 48, 49, 50, 51, 52, 53,
. 587, 602, 617, 693, 713, 746, 751. 54, 55. 56, 57, 59, 60, 64, 65, 67, 71, 75,
G olgi: 12. 92, 100, ;107, 109, 119, 120, 126, 123,
Goltz: 339. 139, 142, 146, 149, .161, 211, 230, 248,
Gómez O rbaneja: 747. 2á9, 257, 259, 280, 315, 462, 724, 731,
Gómez Pereira: 109, 141. 735, 738, 740, 758.
Gonzalo ( J . ) : 555. Hirschfeld: 368.
Goodhall: 163, 165. H is: 622. .
Gottstein: 476. Hitzig: 339.
Graefe (A. v .): 351-333. Hochheimer: 555.
Grabám L u s k : 385. H oefer: 189, 190.
Granada (Fr. Luis de) : 130. Hoenfner: 609.
Grasso: 628. Hofbauer: 391.
Gratioíet: 327. Hoffmann ( F r . ) : 159, 176. 232, 235-243,
,Graves: 314, 480. 247, 248, 261, 263, 270, 437, 462, 734.
Gravesande (s’) : 255. Hoffmann (K. R . ) : 368.
Gregory: 320. Hofmeister: 402.
Griesinger: 371, 372, 455. HoÚmann: 662, 671, 672.
Grinker: 668, 675. H om e: 176,
Groddeck: 609, 664, 698, 704, 722. Homero: 722, 762.
Groethuysen: 202. Horacio: 9, 759.
Grote: 570, 571, 611. Horst: 189.
Grund: 688. Hueppe: 476.
Gruner: 106. H ufeland: 376.
Guicciardini: 130, 134. , Humboldt: 666.
Guillermo de Champeaux: 78, 84. Hunter (J . ): 176, 324, 376.
Gulielmini: 266. Huntington: 462, 463, 467.
G u ll: 416. H usserl: 611, 612, 613, 614, 719.
Gtinther Just: 460, 469, H uxham : 176.
Huygens: 190, 730.
Haberling: 180.
Haeckel: 13, 14. Ibn -an -N afis: 22.
Haen (A. d e ): 9, 248, 249, 251, 253, 254, Ideier: 340, 368.
255, 256, 257, 258, 259, 260, 261, 263, Ignacio (S a n ): 644.
279, 323, 376. Ingelfinger: 406.
Haeser: 106, 180, 265. Iohannitius: 68, 94.
H aller: (A . v o n ): 22, 191, 276, 634. Isócrates: 38.
H alliday: 683.
Hanhart: 466, 469.
H antel: 662, 671, 672, 675. Jackson: 340, 375, 457, 484, 487, 494-508,
H arris: 385. 535, 543, 570, 576.
H arvey: 22, 28, 107, 110, 161, 190, 444. Jaeger: 66.
Hauptmann (A. H .): 444. Jaenseh: 701.
Head: 457, 505, 546, 704. Jahn: 368.
Hegel: 59, 312, 367, 577, 737. James ( W . ) : 668.
Heíberg: 30. Janet: 583, 584.
Heidegger: 538, 629. i Jaquet: 387.
Heilbronner: 527. j Jaspers: 611, 719, 720, 751, 756, 757, 758,
Heímsoeth: 130. i 759, 763.
Jiménez (J. R . ) : 761. Xjangheinrich609.
Jiménez Díaz: 408, 469, 688. Laplace: 273, 307.
Jimeno, 186. Lauter: 395, 396.
Joffroy: 346, 3S1, 752. L au th : 244.
Jo hnson: 41. Lavoisier: 377.
Jones <W. H. S.) : 54. Decorché: 420.
Jordán: 567. Legallois: 339, 340.
Joubert: 109. Leibbrand: 9, 368, 663.
Joule: 376, 377. Leibniz: 190, 367, 654, 685.
Jouvencel (d e ): 327. Leigh: 166, 169, 170, 171, 173, 176.
Joyce: 521, 751. Lemos (L. d e ): 31, 44.
Juan Damasceno (S a n ): 326. León (Fr. Luis d e ): 132.
Jung: 604, 607, 646. Leonardo da V inci: 129, 132.
Leonieeno: 109.
Lepois: v. Piso.
Letamendi: 472.
K a a u : 210, 222, 223. Leube: 416, 417, 603, 607.
Kant: 63, 618. Leyden ( v . ) : 340, 348-351, 354, 358, 371,.
Kaulich: 394, 426, 427. 385, 414, 415, 446, 447, 448, 450, 480, 606.
Kepler: 190. Lieeti: 112.
Kerckring: 189. Lichtheim: 338.
Kielmeyer: 314, 367. Liebermeister: 375, 382, 385.
Kieser: 340, 367, 369. Liebig: 314, 371, 377, 378, 391, 399.
Kiliian: 352. Lieppmann: 522, 523, 524.
Kircher: 444. Lieutaud: 263.
Kirsch: 203. Linneo: 133, 138.
Kirstein: 352. Linossier: 402.
K laber: 747. Lissauer: 551.
Klages: 573, 577, 702. Littré: 6, 31, 34, 35, 38, 40, 41, 42, 43,
Klebs: 314, 445, 450, 451, 452, 456, 457. 44, 47, 49, 55, 56, 57, 142.
Kleist: 338, 493, 555. Lobstein: 275.
Kleudgen: 420. Locke: 80, 138, 154, 155, 156, 157, 158, 159.
Kobert: 444. L oeb: 7.
Koch: 314, 440, 445, 446, 448, 450, 456. Lom (v a n ): 110.
Kohnstamm: 582. L o n g: 180.
Kolliker: 371. López Ibor: 582, 666.
K8rner: 30. Lorenz: 164.
Kr&mer: 422. L o rry : 176.
K ra u s: 401. Lotze: 372, 273.
Kraus ( F r . ) : 472, 473, 475, 491, 571, 576, Lower: 198.
602, 608, 611, 620, 624. Luciani: 390.
Krehl: 415, 480, 484, 583, 611, 617-624, Ludwig: 401.
626, 627, 629, 644, 647, 649, 664, 724, 753. Ludwig (Chr. G . ) : 276, 281.
Kretschmer: 472, 582, 614, 704, 711, 717. Ludwig (K .): 371, 622.
Kretzschmer: 689. Luria: 582.
Kries ( v . ) : 634.
Külz: 401.
Kussm aul; -338, 352, 372, 375, 394, 423-427,
443. Mac A u liííe : 472.
Küssner: 444. Mackenzie: 391.
K yper: 201. Magendie: 311, 314, 375, 444, 619.
Magnus-Levy: 385, 402.
Maillot: 41, 42.
M alguigne: 7.
Laennec: 7, 20, 22, 232, 273, 275, 277, Malpigio: 192, 193, 195, 196, 199, 200.
284, 286, 288, 291-308, 309, 311, 312, 314, Manget: 190, 194, 206.
315, 319, 324, 335, 337, 341, 351, 355, M anser: 80.
356, 357, 358, 363, 365, 366, 369, 373, Maquiavelo: 134, 135.
375, 382, 385, 400, 414, 421, 425, 438, M arañón: 626, 687.
477, 478, 484, 602, 606, 734, 760, 761, Marco Merenciano: 691.
762. Marey: 386, 390, 391, 413, 434.
Lallemand : 326, 327, 339. M arías: 739.
Lí&marck: 312. Marie (P .): 354.
Lancisi: 199, 202, 203;, 206, 207, 208, 209, M arine: 376.
231, 235, 238, 243, 244, 245, 246, 248, Marshall H a ll: 339.
258, 259, 260, 263, 265, 271, 272, 274, Marsilio Fiem o: 109, 129.
276, 279, 314, 733. Martius: 310, 420, 466, 469, 473, 476.
Landois: 387, 390. Marx ( B . ) : 339.
Lanfranco: 181. Marx (H .) : 656, 662.
Lange: 444. i' Masaceio: 115, 728.
M avin: 402. I Otto: 275.
Mayer (A .): 609. Ovidio: 205.
Mayer (J. R .): 371, 376, 377, 385.
Meche]: 266.
Medre!; 275. P a a w : 189.
Mehríng: 391, 402. P a b lo de 'G em a : 67, 71. 74,
Meli: 41. Palm ario: 116.
Mendel: 461. P a m a n : 166.
Mennlneer: 671, 749. Panlagua: 85.
Mercado: 107, 111. Paracelso: 20, 22; 107, 109, 110, 173, 185-
Mercurial' 31, 44. 462.
M erian: 201. Parkinson:' 314, 480.
Meeué: 71. Pascal: 685.
Miitulicz: 352. Pasteur: 314, 445, 450, 456.
Minko-wski: 402. Pechlin: 190.
M iu ra: 405. Pende: 470, 472.
Monako-w ( v . ) : 100, 336, 4C6, 457, 484, Perier: 327,
487, 491, 491, 497, 505-535, 542, 5*3, Peter: 482.
5*9, 560, 563, 66*, 569, 5*0, 571, 576, Peters: 430.
579. 582, 602, 608, 617, 736, Petersen: 201.
Mondino de Luzzi: 69, 180, Petters: 394, 426, 443.
M onro: 176. Peyer: 268.
Montasrnana: 69, 70, 74, 75, 76, 95, 97, Pfahler: 468.
98, 99, 100, 101, 102, 103, 104, 105, 108, Pfaundler: 475.
113, 114, 115, 116, 118, 119, 123, 126, Pfeuffer: 372.
127, 134, 174. Pflüger: 311.
Montanus: 44, 106, 110, 112, 113, 115, PIck: 523.
V6, 117, 1(8, 121, 126, 130, 131, 133, Pico della Mirándola: 109.
134, 1?5, 195, 201, 484, 644, 733. Pidoux: 482.
Monte (Giambattista d a ) : v. Montanus. Piedvache: 332.
M orel: 462. Pletro d’Abano: 85, 90, 91, 92, 93, 94-
More-a-eni: 177, 191, 245, 264-272, 274, 275, 95, 96, 230.
276, 296, 314, 325, 621, 733. Pierret: 350.
Morton: 169, 187, 198, 285. Piéry: 421.
Mosso: 391. Pinel: 176, 314, 437.
Mnnrcue * 506, 535, 582. Piorry: 376.
Müller (F ried r.): 620. Piquer: 31, 32, 44, 49.
Müller (F ritz ): 13. P iso: 188.
Müller (Joh.): 22, 311, 314, 371, 372, 379, Pissino: 199, 243.
392, 634, Planelc: 730.
Müller-Freienfels: 589. Platón: 7, 53, 107, 577, 642. 701, 763.
Munthe (A x e l): 607. Platter (F élix): 111, 123, 125, 126, 128-
135, 166. 185, 187. 188, 189, 195, 202-
Platter (F ra n z ): 189.
Nachtsheim: 560. Plenck: 176.
Nasse: 370, 376. Plinio: 107.
N aun yn : 375, 391, 395, 399, 402, 405. Poisson: 728.
Nemesio de Em esa: 326. Politzer: 352, 354.
Neuburger: 6, 106. Pomponazzi: 129.
Neumann: 421, 422. Poppelreuter: 555, 693.
Newton: 159, 190, 73Ó. Porcell: 107.
Nietzsche: 491, 607. P o rta: 109,
N itze: 352, 354. Poseidonio: 326.
Noorden ( v . ) : 402, 420. Pototzky: 609.
Nothnagel: 326. 395, 572. Potter: 239.
N ovalis: 367, 368. Potzl: 555.
Nóvoa Santos: 408, 420. Pozzi: 332.
N ysten : 316. P rln gle: 176.
Prochaska: 339, 340, 370.
Prout: 323, 444.
Ockam: 80, 128. Puccinotti: 69, 181.
Oddi: 106. Puschmann: 106.
Oerum: 406. Putnam : 656,
Oken: 368, 370.
Ollivier d’A ngers: 339.
Oppenheim: 362. Quincke: 391.
Orfila: 440, 444.
Ortega y Gasset: 23, 705, 728, 729.
Ortner: 607. Ranke: 419, 421, 422.
Osler: 7, 606, 664, 665, Raphael: 402, 401, 405.
Ray (John) : 133, 152, 153, 154, 158. Seitz: 521.
Rayer: 330-3ÏS, 405, 416. Semon: 525, 526.
Réaumur: 255. Sénac: 199, 243, 265, 276, 386.
Récamier: 351. Senator: 375, 402, 420, 426.
Reil: 340. Serapion: 66, 71, 180.
Rem ak: 350, 371. Serveto: 109.
Renzi (S. d e ): 6, 103. Siebeck: 415, 529, 583, 624-629, 662, 633.
Rhazes: 67, 71, 95, 180. Sigaud: 472.
R iber: 760. Sigerist: 6,. 8.
■Rieg-el: 387, 391, 410-414, 434, 435. Silvio: 70, 103, 110, 138, 151, 169, 198,
Riñeseis: 368. 199, 201, 202, 208, 230.
Riolano: 189, 198. Skoda: 314.
Riverio: 315. Smet: 123.
Bivinus: 444. Sócrates: 727.
Robinet: 367. Solano de Luque: 386.
Roederer: 176. Solenander: 111, 122, 123, 126, 135.
Roentgen: 352. Sollier: 364.
R of Carballo: 668, 671, 674, 683, 715, 747, Sommerbrodt: 388, 387, 389, 390, 399, 400,
750. 418.
Rohmann: 397. Sümmering: 12.
Rokitansky: 191, 275, 308, 314, 339, 340, Sorano: 66, 71.
341, 372, 373. Spencer: 375, 494, 496, 570.
Rolfink: 198. Spiegel: 668.
R ollo: 316. Spinoza: 202.
Romberg (M. H .): 245, 339, 340, 341. Spittal: 416.
Roque: 402. Spitzer: 704.
Roschlaub: 367. Spurzheim: 326.
Rosenbach: 420, 457, 472. Stahl: 159, 232-235, 242, 305, 505, 734.
Rosenbersr: 402. Stalvart: 189.
Roser: 372, 455. Stanley Barnes: 504.
Rossle: 688. Stein: 555.
Rostan: 326, 327, 339. Stenhanelius: 113.
Roux: 41. Stich: 390.
R o u x : 406. Stieker: 432, 434, 435.
Roziére de la Chassagne: 276. Stiller: 472.
Rubner: 385. Stirner: 485.
Rühle: 391. stoll: 176, 248, 249, 255, 258-263, 276, 279,
Runeberg: 419. 281, 386.
Runstein: 395. Stokes: 313, 314. 414, 422, 423, 480.
Rutherford: 727, 728. Storcher: 232.
Ruysch: 189. Storck: 249.
Strandberg: 609.
Strauss: 402, 405, 406.
Strübing: 435.
Saliceto: 180, 315. Strümpell: 476.
Sanctorio: 107, 255. Strutbius: 109.
Sandifort: 263. Stuart Mili: 439, 613.
Santa Sofía: 95. Sus rez: 80.
Sarcone: 176. Sudhoff: 6, 103, 106.
Sauvages: 81, 84, 176, 314. Swieten (van ): 176, 248, 249, 255, 3^6.
Scheler: 202, 573, 577, 629, 686. Sydenham: 22, 32. 40, 45. 70, 84, 105, 108,
Schelling: 312, 367, 370. 126, 133, 135, 137-177. 203, 204, 221, 222,
Schenck von Grafenberg: 111, 126, 185. 230, 232, 242, 248, 258, 259. 303, 358,
243, 315. 359, 571, 572, 668, 721, 722, 733.
Scheunert: 608.
Schilder: 609, 614, 704, 717.
Schlayer: 406, 407, 408, 409. Talamon: 420.
Schlegel: 662. Takayasu: 407, 409.
Schleiermacher: 739. Taylor: 54.
Schmiedeberg: 440. Teiesio: 109.
SchSnlein: 176, 314, 371, 372. Temkin: 8, 40, 44, 45, 46, 47, 48, 49, 50,
Schneider: 205. 51, 52, 53, 56, 57, 62, 63, 103, 143, 149,
Schreiber: 265, 268. 201, 286, 369.
Schrevelius: 106. Teofrasto: 151, 152, 153.
Schwann: 371, 377, 379, 391. Terencio: 701.
Schwarz: 609, 610, 611, 622. Thannhauser: 397, 399, 409.
Schwenninger: 27, Thiersch: 7, 618, 622.
Sée (Germain) : 482. Thomsen: 362, 462.
Seguín: 675 . Thomson:
Seidel: 109: Tiedemann; 323.
Timoféeff-Ressovsky: 467. Vógt: 467.
Tissot: 176. Voigtel: 275.
Tomás de Aquino (S an to ): 79, 89, 93. Voit: 385.
99, 257, 689. V olhard: 406.
Torre (G. d ella): 95. Vulpian: 339, 347.
Torrigiano de Torrigiani: 95.
Torti: 176.
Traube: 372, 375, 377, 385, 410, 431, 436, W a g le r: 176.
470, 484, 560, 761. W agner: 391.
Trew: 265, 267, 268. W aldenburg: 390, 413.
Trinca vella: 110, 126. W aller: 339.
Trousseau: 332, 338, 415, 445, 480, 481, W einberg: 465, 466.
482, 483, 485. Weizs&cker ( v . ) :, 100, 484, 583, 601, 620,
Troxler: 368. 623, 624, 625, 627, 628-663, 688, 671, 672,
Tucídides: 53, 113. 675, 694, 700, 702, 704, 705, 706, 713,
Tulp: 189, 191. 718, 719, 720, 722, 724, 738, 746, 750,
Turban: 421. 757, 758, 761.
Türek: 339, 352. W ellm ann: 66.
Twinning: 41. W ells: 316.
Welch (G. H .): 189.
W epfer: 187, 191, 192, 194, 201, 204, 339.
Uexküll (J. v.) : 491, 572, 607. W erlhof: 176.
TJexküll (Th. v . ) : 683. Wernicke: 338, 340, 354, 426, 495, 505,
U ffenbach: 70. 511, 522, 536, 537, 538, 734.
Ultzm ann: 416. Wertheimer: 551, 552, 553, 607.
Dnamuno: 636, 686. Westphal: 340, 347, 351.
W e y e r: 123.
W ichm ann: 176.
V alla (Lorenzo): 128. Wickersheimer: 103.
Vallentin (Antonina): 648. W illis: 110, 138, 151, 187, 191, 208.
Valleriola: 107, 110, 119, 120, 121, 126, Windelband: 155, 399.
128, 132, 133, 134, 135, 185, 195, 205. W intrich: 420.
Valles: 31, 44, 49, 108, 137, 186. Wittkower: 609, 747.
V alsalva: 263, 264, 267, 400. Woerkom: 546.
V alverde: 183. W oh ler: 323, 371.
Vaquez: 406. W o líf : 390.
Varignana ( B . ) : 95. W o lff (C. F r . ) : 367.
Varignana (G .): 180. W o lff (H. G.) : 675.
V a sa ri: 135. W o lff (Id o ): 189.
Vauquelin: 323. W olff (J .): 220.
Verzascha: 194, 195, 200, 201, 204. W orm -M üller: 402, 405.
Vesalio: 12, 107, 108, 110, 132, 182, 183. Wunderlich: 7, 9, 314, 371, 372, 375, 378-
Vetter: 275. __ 385, 414, 431, 436, 455, 470, 4S2, 484,
Vierordt: 372, 375. 386, 390, 434, 455. 560, 622.
Vieussens: 199, 243, 244. / W u n d t: 634.
V illani: 135. j
Viola: 470, 472, 664.
Virchow: 7, 22, 177, 181, 191, 220, 266, Zacutus Lusitanus: 126, 203.
275, 308, 314, 355, 364, 368, 372, 375, Zadek: 413.
379, 451, 455, 456, 490. Zimmermann: 176.
V irgilio : 71. Zubiri: 23, 30, 50, 531, 683, 685, 690, 706,
Vogel ( G . ) : 416. 717, 728, 729.
Vogel (P .) : 662. Zwinger: 267.
N O T A —El lector atento habrá advertido que en la página 129 debe leerse con
sistit por con sisitit; y en la 161, G uilielm um por G u ilielm u n ; y en la 468, M acquart
por M a rq u a rtj y en la nota al pie de la 444, "se hatla por vez primera de una”, en
lugar de “se halla por vez primera una". Si, como es probable, descubre alguien,
sobre éstos, otros errores de impresión, cuide benignamente de subsanarlos.
INDICE
P rologo .............................................................................................. 5
INTRODUCCION.
L O S S A B E R E S D E L M E D IC O Y S U H IS T O R IA ................................... 11
L a M e d ic in a y s u h i s t o r i a ........................................................................ 14
E l ac to m édico y su s p ro b le m a s ............................................................ 23
C apítulo I.
L A H I S T O R I A C L I N I C A H I P O C R A T I C A .................................................... 29
E l m a rc o ...................................................................................................... 31
L a s h isto rias en sí .................................................................................... 33
N o t a s d ife ren c iale s .................................................................................... 36
L it t ré ............................................................................................................. 40
T e m k in .................................................................................................... . 44
T e r c e r a po sició n ........................................................................................ 48
C o m pren sió n de la s d ife re n c ia s ............................................................ 60
Capítulo II.
L A H I S T O R I A C L I N I C A M E D I E V A L ............................................................ 65
L o s Oonsilia ................................................................................................ 68
E l m u ndo intelectu al de lo s Consilia ......................... 76
T e o r ía del Consüium ................................................................................ 96
Capítulo m .
LA H IS T O R IA C L IN IC A E N E L R E N A C IM IE N T O ............................... 10 5
LA H IS T O R IA C L IN IC A S Y D E N H A M IA N A ....................................... 137
C a p ít u l o V . ' <
L A P A T O G R A F IA D E L M E T O D O A N A T O M O C L IN IC O .............. 179
CAPÍTULO V I.
L A H IS T O R IA C L I N I C A E N E L S IG L O X IX ............................................ 309
P A T O G R A F IA Y V ID A .................................................................................... 489
P a t o g r a f ía y v id a b io ló g ic a .................................................................... 490
I. J. H . J a c k so n : la e n fe rm e d a d n e u ro lò g ic a com o u n a r e s
p u e s ta a rtic u la d a , 494.— I I . n vnn ^ ¡ l a k n w ; el sentido
biológ ic o de la re s p u e s ta m o rb o sa, 505.— I I I . K . G a ld s -
t«¿Ln-i-análisis y co m pren sió n de la re s p u e s ta m o rb o sa, 535.
IV . L a m en talid a d b io p a to ló g ic a , 570.
P a t o g r a f ía y v id a p e rs o n a l .................................................................... 583
;• I . L a p a t o g r a fí a de S ig m u n d F re u d , 583.— P a r a lip ó m e n o s : el
“círcu lo de V ie n a ” , la “escu ela de H e id e lb e r g ” , 604.—
n i. P a t o g r a f ía y b i o g r a fí a : V ik t o r von YV eizsacker, 629.
IV . L a h is to ria clín ica en la “m ed icin a p s ico so m ática ",
663.— V . L a m en talid a d an tro p o n a to ló gic a. 683.
C a p it u l o V IH .
T E O R IA DE LA H IS T O R IA C L IN IC A ........................................................ 725
I n d ic e d e a u t o r e s .............................................................. 765
I n d ic e ........................................................................................................................ 773