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Facultad de Filosofía, Antropología y Ciencias de la

Educación

La libertad y el derecho a morir

Maite Menéndez Ferreras

Grado en Filosofía
Debates Éticos Contemporáneos
Curso 2019/2020
Maite Menéndez 09/01/2020
Debates Éticos Contemporáneos Grado en Filosofía

Índice
Introducción.............................................................................................................3

Cómo hemos llegado hasta aquí..............................................................................4

¿Cuándo una vida merece ser vivida?.....................................................................5

Cuando la muerte se pide a gritos............................................................................6

Qué futuro nos espera..............................................................................................8

Bibliografía............................................................................................................10

Si no se le concede al individuo el derecho a una muerte racional,


voluntariamente decidida, la humanidad no podrá llegar a aceptar
culturalmente su propia mortalidad. Y, si no se entiende el sentido de la
muerte, tampoco se entiende el sentido de la vida.

Carta de Ramón Sampedro para los jueces, 1996

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Introducción

En el presente trabajo es mi intención indagar cuáles son los argumentos a favor y en


contra de la práctica del suicidio asistido y la eutanasia. Al estar ambas prácticas
penalizadas por la ley vigente en España, no creo necesario hacer una distinción precisa
de la diferencia entre ambas para la cuestión a tratar.

Lo que se debate es el derecho a la vida y el derecho a la muerte, y lo que se rebate


es la supuesta obligación de vivir que se nos ha impuesto. Y si es la vida lo que se está
juzgando, solo se está juzgando en tanto que existencia biológica, nada más. Pero las
luchas por mantener y aumentar el estado de bienestar en los países desarrollados
señalan que nuestra mayor preocupación no es la vida en su sentido biológico, sino
cómo vivimos, en qué condiciones. El concepto calidad de vida cada vez está más
presente en nuestro pensamiento, en los discursos políticos y en los medios de
comunicación. El creciente apoyo hacia el derecho a una muerte digna son un claro
ejemplo de esa presencia. Si no podemos llevar lo que nosotros consideramos una vida
digna, deseamos cada vez más poder elegir cómo despedirnos de la vida de la forma
más digna posible, a nuestra elección (dentro de unos parámetros legales, claro está).

La negativa a que un ser humano decida cuándo ha llegado el momento de dejar de


vivir, en el caso de situaciones irreversibles, como la tetraplejia, o enfermedades
terminales, como el ELA, es el motivo que impulsa la realización de este trabajo:
alejarse poco a poco de la medicina y el derecho paternalista para ir abrazando
progresivamente la autonomía de los pacientes y la libre voluntad del sujeto.

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Cómo hemos llegado hasta aquí

En el mundo occidental, las culturas se han desarrollado sobre la creencia


prácticamente incuestionable de que morir supone no solo un mal, sino el peor de los
males. Esto se debe en gran medida a la influencia desmedida que las religiones
judeocristianas han tenido en el desarrollo de las sociedades. La máxima más
importante que trajo consigo el cristianismo fue la sacralización de la vida, un aspecto
no muy considerado en las religiones politeístas precedentes.

Esta máxima ha constituido el aspecto central de nuestra forma de vida, y su


influencia se ve patentada en ámbitos legislativos, como las condenas por homicidio o
asesinato; médicos, plasmado en el juramento hipocrático de la medicina: tendré
absoluto respeto por la vida humana1, y en los límites de la investigación científica,
como la prohibición de realizar experimentos con seres humanos, sobre todo después de
los horrores de la Alemania Nazi.

Tras los sucesos de la Segunda Guerra Mundial, esta máxima se vio reforzada, y se
plasmó en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, su expresión
legal más conocida y extendida. En este documento se define la vida como algo valioso
por sí mismo, con un valor intrínseco. En esta lectura, todo acto de interrupción de la
vida de un ser humano es un atentado contra los derechos que le corresponden por ser
humano, sin importar las circunstancias que se den. En esta postura se han mantenido
los representantes del cristianismo en todo debate que haya abierto la cuestión del valor
de la vida. En el caso de la eutanasia o el suicidio asistido, antes que considerarlo como
un acto para acabar con el sufrimiento en vida de una persona, únicamente se percibe
como un tipo de homicidio, como la interrupción voluntaria de la vida, algo que atenta
contra su concepto sagrado de la vida, que abarca desde el momento de la concepción
hasta el de la muerte por causas naturales. En esta concepción de la vida, la dignidad y
el sufrimiento no parecen tener mucho que decir, solo importa que sea dios (en estos
casos) el que otorgue y arrebate la vida. La vida es en última instancia un don divino,
más que un derecho.

Para entender esta actitud, debe recalcarse el principio de servidumbre y sufrimiento


que impera en la religión cristiana: el mundo es un valle de lágrimas, y si nos toca sufrir
ahora es por un bien ulterior. Los seres humanos no somos nadie para decidir cuánto
1
Versión del juramento hipocrático de la Convención de Ginebra adoptada por la Asociación
Mundial de Medicina (AMM) en 1948.

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sufrimiento es suficiente para rendirse ante la muerte. La vida es un don, un regalo
divino, pero un regalo que no podemos rechazar. Y si no se puede rechazar, ¿sigue
siendo un regalo? ¿no se convierte en una obligación?

¿Cuándo una vida merece ser vivida?

Acatando firmemente las doctrinas del cristianismo, no hay demasiado espacio para
la libertad y la decisión, y menos aún para la dignidad. Lo que tiene importancia es la
vida biológica, el acto de vivir el tiempo natural, se den las condiciones que se den.

Pero estos valores se han empezado a cuestionar a lo largo del siglo XX, hasta llegar
a tambalearse como lo están haciendo ahora a comienzos del siglo XXI. Los términos
“calidad de vida” y “vida digna” han impregnado nuestro día a día, a medida que se ha
ido creando y afianzando el estado de bienestar en los países desarrollados. Ya no solo
preocupa la mera supervivencia, la mera conservación de la vida en las condiciones que
sean. Ahora lo que queremos es vivir bien. Pero como todo concepto, no existe una
única definición para el concepto de vivir bien. (Mismamente, el modo de vida
anteriormente citado es la definición de buena vida del cristianismo).

Para tratar de definir cómo queremos vivir, mejor comenzar por cómo no queremos
hacerlo. Algo en lo que la mayoría de la gente está de acuerdo, incluso gran cantidad de
cristianos aunque vaya en contra de su código ético, es que no queremos sentir dolor o
sufrir. El dolor se refiere a una aflicción física aguda y se manifiesta de muchas
formas2, y el sufrimiento se refiere a un estado de preocupación o agobio psicológico,
típicamente caracterizado por sensaciones de miedo, angustia o ansiedad3.

El dolor es algo que rechazamos instintivamente, y si soportamos ciertos dolores,


suele ser en vista de un bien posterior. Este pensamiento sale a la luz cuando nos
sometemos a tratamientos o procesos clínicos dolorosos, como la quimioterapia, con la
esperanza de un futuro en el que ese dolor no esté presente. En cambio, una enfermedad
que no provoca dolencias en un momento concreto puede generar un sufrimiento
insoportable por razones psicológicas o sociales. El sufrimiento no es inherente al dolor.
La medicina se ha centrado en paliar el dolor físico, pero aún no ha descubierto cómo

2
Definición de “Determinación de los fines de la medicina” en Los fines de la medicina (p. 40).
3
Ibid., p. 40.

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aliviar el sufrimiento humano, ya que con frecuencia se ha atendido esa necesidad con
el uso de fármacos, y no con la atención psicológica y humana que el paciente necesita.

Podemos afirmar que nadie querría vivir una existencia dolorosa, pero ante la
presencia de casos en los que la vida se da de esa desagradable manera, lo mejor que
podemos desear es acabar con ella de forma también indolora. Ante esta situación, y en
el caso de las enfermedades terminales, donde muchas veces el sufrimiento del paciente
no cesa aunque el dolor haya sido aliviado, ¿es correcto continuar la trayectoria que la
medicina ha seguido hasta ahora?

Cuando la muerte se pide a gritos

Muchos han sido los casos que se han mediatizado en los últimos 50 años en los que
este debate ha sido el tema central. En España mismamente, los casos de Ramon
Sampedro en 1998 y María José Carrasco en 2019 han sido objeto de debate y de
posicionamiento tanto en medios de comunicación como por parte de los representantes
políticos del país.

Ramón Sampedro sufría de tetraplejia provocada por un accidente, y María José


Carrasco se encontraba en una fase terminal de esclerosis múltiple. En ambos casos la
petición de una muerte digna, proporcionada por personal sanitario y de manera
controlada, fue denegada. Los propios pacientes estaban solicitando, de manera racional
y deliberada, una muerte que, no solo acabe con el sufrimiento vigente, sino que lo haga
de forma indolora. Estas personas han concluido premeditadamente que no quieren
seguir viviendo en esas condiciones, que la suya no es lo que ellos consideran una vida
digna, y solicitan que se les preste ayuda profesional para el cese de su sufrimiento.

La solución que proponen los sectores que se declaran contrarios a la legalización


del suicidio asistido se basa principalmente en que se intensifiquen los cuidados
paliativos para enfermos terminales, algo que sigue sin ser aceptado por la totalidad de
pacientes que se encuentra en esas condiciones. Entonces ¿dónde queda la autonomía
del paciente? Nadie puede obligar a alguien a recibir un tratamiento, hasta ese punto se
ha superado el paternalismo de la medicina en este país. Si un enfermo terminal quiere
no recibir tratamiento o cuidados paliativos en su fase final, o quiere detenerlos en algún
momento y así esperar a que sus funciones cardiorrespiratorias cesen o que sea incapaz

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de ingerir alimentos por sí mismo, hasta llegar de esta manera a una muerte agónica y
dolorosa, está en su pleno derecho.

No lo está sin embargo si su deseo es una muerte indolora en el momento que él vea
preciso, antes de tener que llegar a esos extremos que se podrían considerar fácilmente
como una vida indigna. Y en estos casos ni si quiera es necesaria la distinción entre
suicido asistido o eutanasia (activa o pasiva), pues cualquier intervención está penada
por la ley. La vida como derecho inviolable se vuelve una obligación, retoma como
nunca su concepción de sacralidad por encima de todas las cosas, y se impone a
aquellos que no quieren continuar viviendo y quieren hacerlo de como ellos deseen.

En España, “inducir el suicidio”, “cooperar con actos necesarios para el suicidio de


otra persona”, “ejecutar la muerte” o “cooperar de forma activa con actos necesarios y
directos a la muerte de otro, por la petición expresa, seria e inequívoca de éste, en el
caso de que la víctima sufriera una enfermedad permanente y difícil de soportar” están
penados con entre 1 y 10 años de prisión según el grado del delito 4. En este artículo
queda plasmado que la sacralidad de la vida se sitúa sin duda alguna por encima de la
voluntad del paciente y de su libertad. El derecho no se ha visto aún del todo
desprovisto del paternalismo religioso que habita en la sociedad.

Lo que se vive en España y en la mayoría de las legislaciones del mundo es que


debido a las creencias religiosas de unos, se obliga a otros a llegar hasta el final de
enfermedades irreversibles sin posibilidad de detenerse en el momento que deseen. Para
Ramón Sampedro, las acciones legales para aquellos que prestan su ayuda ante
situaciones como la suya o la de muchos enfermos terminales es un acto de venganza
legal5 ante un acto libre y voluntario.

Carlos Martínez, en su aparición en el programa Salvados de Jordi Évole, reclamaba


su derecho a decidir cuándo y dónde morir debido a su condición de enfermo terminal
de esclerosis lateral amiotrófica. Ya había dejado por escrito que no quería que se le
alargara la vida mediante asistencia cardiorrespiratoria o alimenticia, pero se le había
denegado el derecho a poder frenar el sufrimiento que le provocaba su enfermedad
cuando él lo considerara suficiente. En la entrevista, manifiesta su rechazo a los
cuidados paliativos para su caso, porque lo que a él le provoca sufrimiento es ver su
deterioración progresiva, que no se puede aliviar mediante ningún método. Afirma que

4
España. Ley orgánica 10/1995, de 23 de noviembre del Código Penal, artículo 143.
5
Testamento de Ramón Sampedro, 1998.

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merece la pena luchar cuando hay alguna posibilidad de ganar, pero no entiende por qué
debe hacerlo cuando no tiene ninguna. Lamenta que su deseo de morir se vea
penalizado por la ley y que, como muchos otros, tenga que esperar a morir por culpa de
su enfermedad sufriendo hasta el final de sus días. Si hay algún enfermo que por sus
creencias o por el motivo que sea quiere morir así, perfecto, pero que no se imponga
como el único final posible para todos los que se encuentran en su situación.

Qué futuro nos espera

En Holanda, país pionero en despenalizar la eutanasia y el suicidio asistido, el


proceso se dio cuando a la hora de juzgar algunos casos de asesinato piadoso, como se
contemplaba en la ley vigente en 1971, se percibió una aceptación general por parte de
jurados populares al negarse a condenar a los médicos que habían cometido el delito.
Debido a la persistencia de esta actitud, se acabó aprobando una ley que permitía a los
médicos realizar eutanasias sin asumir consecuencias legales en determinadas
circunstancias.

Encuestas realizadas en los últimos años a poblaciones donde este debate se


encuentra abierto han demostrado que el apoyo público a la eutanasia y el derecho a la
muerte digna no ha parado de crecer6. Según las sociedades se van secularizando, la
calidad de la vida le va ganando terreno a la santidad de la vida. Cada vez somos más
conscientes de los finales que nos esperan, hospitalizados y dolorosos, en muchas
ocasiones incluso inconscientes. La batalla por elegir la muerte de uno mismo sigue
abriéndose camino cada vez en más países en el mundo.

Creo que el derecho a la decisión sobre la propia vida puede ser un buen comienzo
para el debate sobre la eutanasia y el suicidio asistido. Las fronteras que dividen la
legalidad de la ilegalidad en esos ámbitos son muy borrosas, como sucede con la
aplicación de eutanasia a terceros incapaces de decidir. Tal vez la sociedad no está
preparada aún para determinar la legislación sobre la toma de decisiones sobre la muerte
piadosa hacia terceros, pero sí creo que debería estar preparada para asumir la voluntad
libre y razonada de una persona sobre su propio cuerpo y, en última instancia, su propia
vida.

6
Artículo de Eldiario.es “El apoyo social a la eutanasia en España es muy alto y sigue creciendo”
https://www.eldiario.es/sociedad/apoyo-social-eutanasia-Espana-creciendo_0_885412147.html (Revisado
08/01/2020).

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De hecho, en España es uno de los puntos que llevaban en sus programas los
partidos que han formado este último gobierno en 2019, algo que lleva luchándose
desde finales del siglo pasado. Tal vez podamos vivir próximamente una respuesta legal
ante tantas peticiones que a lo largo de los años han sido ignoradas. Ni la Iglesia como
institución tan bien asentada en España, ni aquellos que profesan dicha fe deberían tener
la capacidad de imponer su modo de vida, aunque más bien modo de muerte en este
caso, a la totalidad de la población. Como se olvida en muchos casos, la despenalización
de un acto mediante una ley no implica necesariamente la obligación de realizar ese
acto. Que sea legal auxiliar a aquellos que desean morir no significa que se vaya a
realizar una eutanasia a todo el mundo. El peligro de la pendiente resbaladiza es
minúsculo si se comienza contemplando únicamente los casos en los que el solicitante
es el propio paciente, y se dan ciertas condiciones.

Cada vez es más usual que los individuos realicen un testamento vital, que
especifique hasta qué punto quieren ser tratados si se dan situaciones irreversibles o la
pérdida irrecuperable de la consciencia. Que este acto se haya vuelto cada vez más
común implica, por un lado, que la población no apoya totalmente las condiciones en las
que generalmente se llega a la muerte, y por otro lado, que apreciamos nuestra libre
voluntad hasta el punto que queremos que esté presente cuando nosotros no seamos
capaces de manifestarla.

No queda más remedio, pues, que asumir el punto de inflexión en el que nos
encontramos, en el que la calidad de vida tiene más defensores que la sacralización de la
vida, pero esta última sigue estando blindada en la mayoría de las legislaciones del
mundo. Espero que poco a poco vayamos ampliando miras y encaminándonos más
hacia sociedades como Holanda, donde el derecho a la muerte está ya casi igualmente
blindado que el derecho a la vida.

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Bibliografía

 Cuadernos de la Fundación Víctor Grífols i Lucas, Los fines de la medicina,


Barcelona: Fundación Víctor Grifols i Lucas (2004).
 Discurso del Papa Francisco en la celebración del 70 aniversario de la
Asociación de Médicos Católicos. Revisado a 07/01/2020.
https://www.romereports.com/2014/11/17/francisco-denuncia-que-tras-aborto-y-
eutanasia-hay-a-una-falsa-compasiona/
 Singer, P., (1997) “Tony Bland y la santidad de la vida humana”, “Juzgando
conforme a la calidad de la vida” y “Pidiendo la muerte” en Repensar la vida y
la muerte, Barcelona: Paidós, pp. 67-83; 113-158.
 Gascón, M., De Lora, P., (2008) “Bioética en el final de la vida” en Bioética.
Principios, desafíos, debates, Alianza: pp. 207-265.
 Reivindicación del derecho a la muerte digna de Carlos Martínez, revisado a
07/01/2020. https://www.lasexta.com/programas/salvados/mejores-
momentos/carlos-martinez-enfermo-de-ela-reivindica-el-derecho-a-la-eutanasia-
lo-mio-es-una-muerte-en-vida_20161023580d111f0cf2d6cc9cb95f1f.html
 Sampedro, R., Carta de para los jueces (1996)

 Évole, J., Lara, R. (productores/directores). (2016). Salvados: la buena muerte.


España: Producciones del barrio.

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