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Pastoral de los Enfermos

No es lo mismo muerte digna que eutanasia


Comunicado del episcopado colombiano sobre eutanasia y suicidio asistido

Por: . | Fuente: Zenit.org 

El Presidente de la Conferencia Episcopal de Colombia (CEC), monseñor Luis Augusto Castro Quiroga, aseguró
que pese al lenguaje que se utilice en un proyecto de ley que se presenta al Senado, la eutanasia «es un homicidio,
que no lo atenúa, ni la falsa piedad, ni la solicitud del paciente, en el caso del suicidio asistido».

«Los argumentos planteados por los Senadores que presentan dicho proyecto atentan contra los valores propios de
nuestra cultura, que desde siglos, siempre ha experimentado el dolor y la muerte con un sagrado respeto y un sentido
trascendente», afirma Mons. Castro Quiroga en un comunicado al respecto.

El Presidente de la CEC reitera que la muerte es el «destino inevitable» de todo ser humano y de los seres vivos,
pero aclara que morir dignamente «no puede entenderse como el derecho a terminar con la vida de acuerdo a
condiciones propicias creadas artificialmente por los servicios médicos o por un equivocado sentimiento de
misericordia con el enfermo».

COMUNICADO DEL PRESIDENTE DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL EN RELACIÓN CON EL


PROYECTO DE LEY ESTATUTARIA05 DE 2007 SENADO SOBRE LA LEGALIZACIÓN
DE LA EUTANASIA Y EL SUICIDIO ASISTIDO

No es lo mismo muerte digna que eutanasia

1. VIVIR DIGNAMENTE Y MORIR DIGNAMENTE: La vida humana es un bien superior y un derecho


inalienable que no puede estar al arbitrio de la decisión de otros, ni de la de uno mismo. Todo ser humano tiene
derecho a una vida digna que le permita realizarse como tal y buscar su propia felicidad. El sentido de la dignidad
humana implica la búsqueda y el desarrollo de las condiciones físicas, psicológicas, espirituales y morales propias
de la persona humana.

La muerte es el destino inevitable de todo ser humano, una etapa en la vida de todos los seres vivos que -quiérase o
no, guste o no- constituye el horizonte natural del proceso vital. Morir dignamente no puede entenderse como el
derecho a terminar con la vida de acuerdo a condiciones propicias creadas artificialmente por los servicios médicos
o por un equivocado sentimiento de misericordia con el enfermo. El verdadero sentido de la muerte digna está en la
conclusión natural del proceso vital en condiciones humanas de asistencia médica, familiar y espiritual.
2. VALOR HUMANO DEL SUFRIMIENTO Y DEL DOLOR: Muchos creen que la dignidad humana se
degrada por el hecho del sufrimiento y del dolor. Esta es una manera parcial de mirar a la persona que sabe que el
dolor y el sufrimiento son parte integrante de su existencia, del cual no puede huir sino asumirlo y vivirlo como un
valor fundamental.

El dolor y el sufrimiento no son obstáculos para la vida del ser humano, por el contrario, la experiencia de todos los
seres humanos nos dice que esta realidad es parte integrante de la persona considerada en su integridad y totalidad.
Tener dolor no significa sin más carecer de dignidad, es la gran oportunidad de reconocer la fragilidad humana y el
natural desafío a superarla. La dignidad de un ser humano no entra en conflicto con la propia naturaleza, de tal
manera que, envejecer, padecer y morir no son fenómenos que degraden la dignidad de un ser humano.

3. EUTANASIA Y SUICIDIO ASISTIDO: El proyecto de ley que se presenta al Senado pretende ofrecer la
posibilidad de «terminar con la vida de una forma digna y humana o de la previsión de la asistencia al suicidio». No
existe forma digna y humana posible cuando se trata de terminar con la vida de cualquier ser humano. Aunque el
lenguaje emplee términos, presumiblemente suaves, estamos hablando de eutanasia, que es un homicidio, que no lo
atenúa, ni la falsa piedad, ni la solicitud del paciente, en el caso del suicidio asistido.

Los argumentos planteados por los Senadores que presentan dicho proyecto atentan contra los valores propios de
nuestra cultura, que desde siglos, siempre ha experimentado el dolor y la muerte con un sagrado respeto y un sentido
trascendente.

4. LA VIDA ES INVIOLABLE, NO HABRÁ PENA DE MUERTE (Art. 11): Agrava la situación del proyecto
de ley el hecho de que haya sido avalado por el Ministerio de la Protección Social. Esta propuesta pone a unos seres
humanos en situación de vulnerabilidad y desprotección, por parte del Gobierno que está en la obligación de respetar
la vida como el primero y fundamental de los derechos de los colombianos.

Hay graves problemas en el campo de la salud, inasistencia, paseos de la muerte, pocas oportunidades de una
atención con calidad para los enfermos de nuestro país y ahora sumamos otro elemento agravante, se aprueba la
legalización de la pena de muerte.

La Iglesia siempre ha atendido al ser humano en todas sus circunstancias y ha dedicado personas y esfuerzos a asistir
espiritual y humanamente a los enfermos, porque considera que todos merecemos una muerte digna, con cuidados
que atenúen el dolor y el sufrimiento, pero permitiendo que el ritmo natural de la existencia termine sin decisiones
apresuradas y sin prolongar innecesariamente el dolor de los enfermos.

EXHORTACIÓN FINAL: Invito a todos los colombianos, hombres y mujeres de buena voluntad, para que nos
expresemos y rechacemos enérgica y valerosamente ante este proyecto que atenta contra la dignidad y la vida de
nuestro pueblo. A los legisladores un llamado especial a la honestidad frente a los graves problemas que sufre
nuestro país y especialmente que busquen legislar en bien de la vida y no se conviertan en los verdugos de quienes
un día les confiaron el favor mediante el voto popular.

Invitación final a todo el pueblo católico para orar por esta intención y para seguir trabajando desde la atención
pastoral a los ancianos y a los enfermos por una dignificación de la ancianidad, del dolor y de la muerte, que en
Cristo Jesús ha recibido el don de la salvación y la gracia de la redención.

Bogotá, D.C., 3 de octubre de 2007

+ Luis Augusto Castro Quiroga


Arzobispo de Tunja
Presidente de la Conferencia Episcopal

o sacramentos)
o Lo que hemos de creer (Credo)
o Lo que hemos de hacer (moral, mandamientos)
o Otros temas
 
Bioética y pastoral de la vida
Cuidar cuando no se puede curar: sufrimiento y cuidados paliativos

Cuidados paliativos
Están “destinados a hacer más soportables el sufrimiento en la fase final de
la enfermedad y de asegurarle al mismo tiempo al paciente un adecuado
acompañamiento humano”

Por: Fernando Chomali | Fuente: Fernando Chomalí 

Cuidados Paliativos
Etimológicamente el término paliativo viene del Latin pallium que quiere decir manta. Paliar significa cubrir con
una manta los síntomas sin entrar en sus causas. Desde este punto de vista paliar significa un tratamiento o remedio
que tiene por finalidad disminuir o suprimir los síntomas de una enfermedad sin actuar sobre la enfermedad misma.
Teresa Vanier definió los cuidados paliativos como “todo aquello que queda por hacer cuando no hay nada que
hacer” . Los cuidados paliativos responden a una manera nueva de comprender y asumir al enfermo terminal. Su
aproximación es interdisciplinar, por lo que toman en consideración no sólo el aspecto biológico de la enfermedad
sino que otros ámbitos de la realidad del hombre.

Una definición que me parece muy adecuada es la siguiente:

“...son acciones tomadas en diferentes planos (médico, psicológico, social, espiritual) en un paciente después
de un diagnóstico de enfermedad incurable en fase terminal” . Los cuidados paliativos dejan en evidencia que el
hecho de no poder sanar a una persona no implica que no haya que cuidarla. Una persona en la fase terminal de su
vida requiere de cuidados que hagan menos penosa su situación. Se trata que los últimos momentos de su vida los
viva de una manera serena y pacífica, en lo posible acompañado.

Dentro de las especialidades de la medicina los temas relativos a los cuidados paliativos han ido adquiriendo cada
vez más relevancia. Según Juan Pablo II están “destinados a hacer más soportables el sufrimiento en la fase
final de la enfermedad y de asegurarle al mismo tiempo al paciente un adecuado acompañamiento humano” .

Toda esta nueva forma de comprender la medicina en la fase terminal de un enfermo se resume así: “Si no puedes
curar, alivia; si no puedes aliviar, al menos consuela”.

Conclusión

Situado el contexto cultural en el cual se desarrolla la reflexión de estos temas que tocan un punto neurálgico de la
vida del hombre cual es el momento de su muerte, y definidos los términos que van a acompañar esta tarde de
estudio, estamos en condiciones de apreciar, por una parte, la complejidad del problema presentado, puesto que
cubre múltiples esferas de la vida personal y social, y por otra parte, las grandes repercusiones que pueden tener para
la sociedad a nivel antropológico, ético, médico y jurídico, tomar la opción de despenalizar o legalizar la eutanasia.

Para hacer un juicio respecto de la sociedad y la cultura que la impregna y anima, no basta con mirar sus índices
económicos o el nivel de desarrollo alcanzado en el ámbito científico y tecnológico. Más bien habría que centrar la
mirada en la manera como la sociedad toda, y cada uno de sus miembros se relaciona con los más débiles, con los
más desamparados, con los más enfermos. Resulta notable el hecho que en Francia la proporción de decesos
acaecidos en establecimiento hospitalarios y en el domicilio se invirtió en cuarenta años. En el año 1961 los
enfermos morían en su mayoría en sus casas (65,7%). En el año 1990, el 67% de las personas murieron en
hospitales, preferentemente público.
Una sociedad que no es capaz de hacerse cargo de los enfermos, de dar lo mejor de sí para hacer más humana su
precaria existencia es una sociedad que ha perdido el norte. Y frutos de esta desorientación es la exacerbación de la
libertad individual, la falta de solidaridad hacia los enfermos, y como corolario, la incapacidad de hacerse cargo de
ellos.

La medicina y la muerte
No menos preocupación y debate ha producido el hecho de personas que
han solicitado la muerte como salida a situaciones de gran sufrimiento, que
no ven en el horizonte ninguna posibilidad de mejoría, y menos un sentido al
sufrimiento que padecen

Por: Fernando Chomali | Fuente: Fernando Chomalí 

I. La medicina y la muerte

El tema en cuestión ha sido una preocupación constante de la Iglesia Católica que nos ofrece un rico magisterio
sobre la materia. Cito solamente a modo de ejemplo la Encíclica de Juan Pablo II, Evangelium Vitae, acerca
del valor y el carácter inviolable de la vida humana, así como su exhortación Apostólica acerca del sentido cristiano
del sufrimiento humano, Salvificis Doloris. De la Congregación para la Doctrina de la Fe nos encontramos con
el documento “Declaración sobre la eutanasia” , y del Consejo Pontificio Cor Unum, el documento “Algunas
cuestiones éticas relativas a los enfermos graves y a los moribundos”. El tema también es tratado en el Nuevo
Catecismo de la Iglesia Católica, así como en múltiples discursos.

El contexto próximo de este magisterio es el hecho que la medicina ha logrado en este último tiempo un desarrollo
espectacular. Lo que ha significado que en la actualidad, técnicas altamente sofisticadas y de alto costo han
permitido por una parte, pronosticar la muerte con anticipación y, por otra, prolongar el proceso que conducirá
inevitablemente a la muerte de una persona. Situación de hondo contenido humano que ha de ser analizado
cuidadosamente por las implicancias antropológicas y éticas que lleva grabada.
II. El contexto cultural

Bajo estas nuevas condiciones, sumado a un específico contexto cultural, el modo de enfrentar la etapa final de la
vida ha sido objeto de acalorados debates públicos, con gran cobertura por parte de los medios de comunicación, a
raíz de algunos casos de personas que han sido, gracias a los medios que se disponen actualmente, mantenidos en
vida en condiciones muy precarias y de modo artificial.

No menos preocupación y debate ha producido el hecho de personas que han solicitado la muerte como salida a
situaciones de gran sufrimiento, que no ven en el horizonte ninguna posibilidad de mejoría, y menos un sentido al
sufrimiento que padecen. Estas peticiones, que sobrepasan con creces el ámbito de la medicina, han terminado en
manos de la justicia, la que ha tenido que pronunciar una sentencia.

El tema de la eutanasia no es nuevo, Platón planteaba en el libro tercero de su citado libro La República que: “Cada
ciudadano tiene un deber que cumplir en todo Estado bien organizado. Nadie puede pasarse la vida en enfermedades
y medicinas. Tu establecerás, oh Glaucón, una disciplina en el Estado y una jurisprudencia tales como nosotros la
entendemos, limitándote a dar cuidados a los ciudadanos bien constituidos de alma y cuerpo. En cuanto a los que no
son sanos, se les dejará morir”. En Esparta los neonatos malformados se mataban, y en la Isla de Cos, a los viejos se
les daba una gran fiesta que concluía con el envenenamiento de los invitados.

Hoy, el tema está latente, sólo que presenta otra cara, otras circunstancias, otro contexto cultural. Ya no son razones
de Estado o sociales las que permitirían llegar a la eutanasia, sino que el hecho que cada vez más se le reconoce al
paciente un cierto derecho a disponer de su propia vida, especialmente en la fase terminal de su existencia en
nombre de la libertad y del sentido que le atribuya a la vida. En efecto muy difundida está la idea que “sólo el
enfermo puede decidir el sentido de su vida. Si él juzga que su existencia ha perdido definitivamente todo valor, está
en el pleno derecho de sacar sus conclusiones y de buscar abandonar esta vida. Con la ayuda de los otros. En nombre
de la libertad individual” .

Esta manera de enfrentar la enfermedad y la muerte ha encontrado eco en varios estados. Así, por ejemplo, en los
Países Bajos la eutanasia se ha despenalizado , y en algunos estados de Estados Unidos de América ha sido motivo
de referendum.

Son muchos los movimientos que han surgido especialmente en los países desarrollados que reclaman este derecho.
Estos movimientos son: Voluntary Euthanasia Society, en Gran Bretaña, Australia y Nueva Zelandia. Exit, en Gran
Bretaña y Suiza. Society for the right to Die, en Estados Unidos. Association pour le droit de mourir dans la Dignité,
en Francia, Bélgica y Canadá. NVVVE, en Holanda .

En este contexto, se percibe que detrás de estos grupos el concepto de calidad de vida se ha ido abriendo camino,
pero a costa de ir dejando cada vez menos espacio al valor de la vida y a su sacralidad, como premisa
antropológica y ética fundante de la convivencia social, de la justicia y de la paz.

La Iglesia Católica, que se reconoce como experta en humanidad, postula que la aceptación social de la eutanasia
hunde sus raíces en una cultura que, marginándose cada vez más de la trascendencia, se ha ido caracterizando por la
costumbre de disponer de modo arbitrario de la vida cuando aparece; de tender a estimar la vida personal sólo en la
medida que comporte riqueza y placer; de valorar el bien material y el placer como bienes supremos y, en
consecuencia, de considerar el sufrimiento como el mal absoluto que se debe evitar a toda costa y con todos los
medios; y de considerar la muerte como final absurdo de una vida que todavía proporciona gozos, o como liberación
de una vida carente de sentido porque está destinada a continuar en el dolor .

Por otra parte, un creciente número de personas enfermas en estado terminal solicitan la muerte como única
salida a su situación de soledad y muchas veces, especialmente en los países más desarrollados, de abandono .

Este contexto cultural es el que hay tener presente a la hora de tratar el conjunto de problemáticas que giran en torno
al tema de la muerte.

III. La respuesta a nivel jurídico-legislativo de algunos países


Estos elementos culturales, por lo demás muy asimilados en la conciencia de la población, han encontrado una
favorable acogida en algunas legislaciones. En Holanda, por ejemplo, la eutanasia ha sido despenalizada. Los
médicos pueden evitar acciones legales en su contra si actúan de acuerdo a ciertos criterios y líneas de acción: Que
se trate de un enfermo terminal; Que esté experimentando sufrimientos insoportables; Que el paciente requiera en
forma clara y persistente que su vida termine; Que haya habido una consulta previa a otros médicos que estén en
conocimiento de la ficha clínica del enfermo y lo hayan examinado; y, por último, y esto si que deja perplejo, que la
eutanasia sea practicada en el respeto de las reglas deontológicas aplicadas a todo acto médico. En algunos estados
de Estados Unidos de América, ha sido motivo de referéndum. Observando algunos estudios de derecho comparado
hay que decir que poco a poco esta es la tendencia que se va imponiendo en los países europeos. En Suiza la
eutanasia, dicha activa, es condenada según el artículo 114 del Código Penal, pero según el artículo 115 del mismo
Código, el médico que haya practicado podría no ser condenado si no fue movido por un móvil egoísta. En Noruega,
la eutanasia es considerada en el Código Penal un delito privilegiado cuya pena debe ser mínima. El texto dice así:
“Si un individuo fue muerto con su propio consentimiento o si sufre de una grave lesión corporal o de un grave daño
a su salud, o si alguno mata a un enfermo incurable, por piedad o contribuye a su muerte, la pena debe ser muy
ligera”

IV. La urgencia de una reflexión

Es evidente que decisiones de este tipo trascienden el objeto propio de la medicina. Llevan grabadas una serie de
interrogantes acerca del valor de la vida humana, de su indisponibilidad e inviolabilidad, de su sentido, del valor,
alcance y límites de la libertad humana y del sufrimiento, así como de la profesión médica y todo el complejo
aparato sanitario, y su modo de relacionarse con los enfermos en tales situaciones. Desde el punto de vista
social, resulta legítimo preguntarse si una sociedad que permite que se disponga de la vida, aunque se
encuentre en condiciones precarias, más aún que lo constituya en un derecho, es verdaderamente humana, o
se está deslizando hacia una concepción utilitarista de la vida que necesariamente irá en desmedro de las
personas más vulnerables de la sociedad. Resulta legítimo preguntarse si bajo esta concepción de la vida y de la
muerte, no terminará el médico siendo un mero ejecutor de los deseos del paciente y no un profesional con un ethos
ampliamente conocido y valorado cual es el de no dañar, el de sanar en la medida de lo posible y el de suavizar los
sufrimientos del paciente cuando se enfrenta a una situación tal que lo llevará inevitablemente a la muerte.

Todas estas interrogantes obliga a conducir el tema al ámbito de la antropología filosófica y teológica, así como de
la ética y del derecho.

Otro factor que se ha de tener presente, además de la interdisciplinaridad, es el hecho que el tema que nos ocupa
tiene gran relevancia no sólo a nivel personal sino que también social. Las voces de médicos, juristas, filósofos y
teólogos, resultan fundamentales puesto que lo que está en juego en este nuevo panorama no es sólo la enfermedad
del paciente, cuanto su dignidad de persona en el ocaso de la vida y próximo a la muerte, así como el ethos cultural
de la sociedad y los valores o desvalores que la anima en torno a la muerte. Espero que esta reflexión ilumine a los
legisladores de tal forma que las leyes por ellos emanadas, por una parte, salvaguarden la dignidad de la persona
que se encuentra en tan importante y a veces dramática etapa de la vida, y por otra, contengan un elemento
educativo que contribuya a que todos los miembros de la sociedad se hagan cargo de los más débiles .

La medicina ante la eutanasia


La eutanasia, tal y como la plantean los defensores de su legalización, afecta
de lleno al mundo de la Medicina

Por: Arbil | Fuente: Arbil 


III. La medicina ante la eutanasia

21. La cuestión de la eutanasia, ¿Es un problema médico?

La eutanasia, tal y como la plantean los defensores de su legalización, afecta de lleno al mundo de la Medicina,
puesto que las propuestas de sus patrocinadores siempre hacen intervenir al médico o al personal sanitario. Pero la
cuestión de la eutanasia no es, propiamente hablando, un problema médico, o no tendría que serlo.

La eutanasia merece la misma calificación ética si la practica un médico o una enfermera en el técnico ambiente de
un hospital que si la practica, por otro medio cualquiera, un familiar o un amigo de la víctima. En ambos casos se
trata de un hombre que da muerte a otro.

La eutanasia no es una forma de Medicina, sino una forma de homicidio; y si la practica un médico, éste estará
negando la Medicina.

22. ¿Por qué la eutanasia es la negación de la Medicina? 

Porque la razón de ser de la Medicina es la curación del enfermo en cualquier fase de su dolencia, la mitigación de
sus dolores, y la ayuda a sobrellevar el trance supremo de la muerte cuando la curación no es posible. La eutanasia,
por el contrario, no sólo es la renuncia a esa razón de ser, sino que consiste en la deliberada decisión de practicar
justamente lo opuesto a la Medicina, ya que es dar muerte a otro, aunque sea en virtud de una presunta compasión.
Cualquiera es perfectamente capaz de advertir la diferencia sustancial que existe entre ayudar a un enfermo a morir
dignamente y provocarle la muerte.

La eutanasia no es una técnica, un recurso de la Medicina: la eutanasia expulsa a la Medicina, la sustituye. La


eutanasia, además, precisamente por ser la negación de la Medicina, se vuelve contra el médico que la practique.

23. ¿Por qué la eutanasia se vuelve contra el médico que la practique? 

Por dos razones: por un lado es fácil que el médico se deslice hacia una habitualidad en la práctica de la eutanasia
una vez admitido el primer caso; y, por otro lado, la eutanasia acaba con la base del acto médico: la confianza del
paciente en el médico.

Cuando un médico ha dado muerte a un paciente por piedad hacia él, ha dado ya un paso que tiene muy difícil
retorno. Los que padecen una misma enfermedad se parecen mucho entre sí en los síntomas, las reacciones, los
sufrimientos. Cuando un médico se ha sentido "apiadado" de un enfermo hasta el punto de decidir quitarle la vida
para ahorrarle padecimientos, será ya relativamente fácil que experimente idéntico estado de ánimo ante otro que
padezca el mismo mal; y esta circunstancia puede sobrevenir con relativa frecuencia, porque la especialización
profesional impone a la práctica totalidad de los médicos la necesidad de tratar a enfermos muy semejantes unos de
otros. En tal situación, las virtudes propias del médico (la no discriminación en el tratamiento a unos u otros
enfermos, la previsión de dolencias o complicaciones futuras) se convierten en factores potencialmente
multiplicadores de la actividad eutanásica, porque es muy difícil determinar la frontera que separa la gravedad
extrema de la situación crítica, o los padecimientos enormes de los padecimientos insoportables, sean físicos o
anímicos.
Por otro lado, no es posible que exista la Medicina si el paciente en vez de tener confianza en su médico hasta poner
su vida, salud e integridad física en sus manos, llega a tenerle miedo porque no sabe si el profesional de la Medicina
o la enfermera que se ocupan de su salud van a decidir que su caso es digno de curación o susceptible de eutanasia.

Si se atribuyese a los médicos el poder de practicar la eutanasia, éstos no serían ya una referencia amiga y benéfica
sino, por el contrario, temida y amenazadora, como sucede ya en algunos hospitales holandeses.

La humanidad ha progresado en humanitarismo retirando a los gobernantes y los jueces el poder de decretar la
muerte (abolición de la pena de muerte). Los partidarios de la eutanasia pretenden dar un paso atrás, otorgando tal
poder a los médicos. De conseguir tal propósito lograrían dos retrocesos por el precio de uno: recrearían una
variedad de muerte legal y degradarían, tal vez irreversiblemente, el ejercicio de la Medicina.

24. ¿No es muy sutil la línea divisoria entre la eutanasia y la cesación de unos cuidados ya inútiles? 

Sólo en contadas situaciones terminales sin esperanza humana, la apariencia de los gestos del médico puede guardar
semejanza en ambos casos; pero el médico sabe, sin género de dudas, lo que hay en su intención: sabe si lo que
realiza tiene por objeto causar la muerte del enfermo o si, por el contrario, está renunciando al encarnizamiento
terapéutico. Lo primero nunca será admisible; lo segundo lo es.

25. ¿Qué es el encarnizamiento terapéutico?

Con esta denominación, o la de "ensañamiento terapéutico" - que acaso sean menos acertadas que la de "obstinación
terapéutica", que refleja mejor la intención con que se practica -, se quiere designar la actitud del médico que, ante la
certeza moral que le dan sus conocimientos de que las curas o los remedios de cualquier naturaleza ya no
proporcionan beneficio al enfermo y sólo sirven para prolongar su agonía inútilmente, se obstina en continuar el
tratamiento y no deja que la naturaleza siga su curso.

Esta actitud es consecuencia de un exceso de celo mal fundamentado, derivado del deseo de los médicos y los
profesionales de la salud en general de tratar de evitar la muerte a toda costa, sin renunciar a ningún medio,
ordinario o extraordinario, proporcionado o no aunque eso haga más penosa la situación del moribundo.

En otras ocasiones cabe hablar más propiamente de ensañamiento terapéutico, cuando se utiliza a los enfermos
terminales para la experimentación de tratamientos o instrumentos nuevos. Aunque esto no sea normal en nuestros
días, la historia, por desgracia, nos aporta algunos ejemplos.

En cualquier caso, la obstinación terapéutica es gravemente inmoral, pues instrumentaliza a la persona subordinando
su dignidad a otros fines.

26. ¿No se plantea aquí otra frontera imprecisa para distinguir la obstinación terapéutica de unos cuidados
solícitos y constantes? 

Ciertamente, así es. No hay una regla matemática para calibrar si existen o no esperanzas fundadas de curación. La
práctica médica cuenta con abundantes experiencias de enfermos que parecían irrecuperables y que, sin embargo,
salieron adelante de trances muy comprometidos. La solución de esos conflictos sólo puede venir del criterio claro
según el cual hay que hacer un uso proporcionado de los medios terapéuticos. El médico ha de respetar la dignidad
de la persona humana y no dejarse vencer por un tecnicismo médico abusivo.

27. ¿Y no es ésta una forma de eutanasia?

No. Refiriéndonos siempre al enfermo terminal y ante la inminencia de una muerte inevitable, médicos y enfermos
deben saber que es lícito conformarse con los medios normales que la Medicina puede ofrecer, y que el rechazo de
los medios excepcionales o desproporcionados no equivale al suicidio o a la omisión irresponsable de la ayuda
debida a otro, sino que significa sencillamente la aceptación de la condición humana, una de cuyas características es
la muerte inevitable.
Pueden darse casos concretos en que sea difícil adoptar una decisión ética y profesionalmente correcta, como sucede
en otros muchos aspectos de la vida: el juez que debe decidir si alguien es culpable o inocente cuando las pruebas no
son claramente taxativas; el profesor que debe optar entre aprobar o suspender a un alumno y tiene dudas razonables
del acierto o desacierto de cualquiera de las opciones; el padre de familia que duda entre la severidad o la
indulgencia ante un hijo con problemas, etc. En estos casos, una norma moral adecuada es prescindir de los posibles
motivos egoístas de la propia decisión y aconsejarse de otros expertos para decidir prudentemente. Con estos
requisitos, un médico - como un juez, un profesor o un padre - puede equivocarse, pero no cometerá un crimen.

28. Pero, ¿cómo distinguir los medios terapéuticos ordinarios de los extraordinarios?

Evidentemente, es inútil establecer una casuística objetiva de los medios ordinarios y extraordinarios, porque eso
depende de factores tan cambiantes como la situación del paciente, el estado de la investigación en un momento
dado, las condiciones técnicas de un determinado hospital, el nivel medio de la asistencia sanitaria de uno u otro
país, etc. Lo que respecto a un paciente en unas circunstancias concretas se estima como medio ordinario, puede
tener que considerarse como extraordinario respecto a otra persona, o pasado un tiempo, o en otro lugar. De hecho,
así ocurre constantemente en la realidad cotidiana.

Ante estos problemas ciertos de interpretación, algunos prefieren no hablar de medios ordinarios y extraordinarios,
sino más bien de medios proporcionados y desproporcionados a la situación de cada enfermo, pues de este modo se
puede aquilatar mejor la decisión en cada caso.

De acuerdo con esto, cuando existe en un enfermo en peligro próximo de muerte la posibilidad cierta de
recuperación (por ejemplo, un paciente joven en coma por un traumatismo producido en un accidente), la Medicina
considera que son proporcionados todos los medios técnicos posibles, porque existe una esperanza fundada de
salvarle la vida. El problema se manifiesta cuando no se confía ya en la recuperación sino sólo en un alargamiento
de la vida o, más exactamente, de la agonía. Entonces es cuando la prudencia del médico debe aconsejarle rechazar
la actitud de obstinarse en prodigar unos medios que ya son inútiles y, en todo caso, respetando la voluntad del
propio enfermo moribundo, si está en condiciones de manifestarla.

Por otra parte es legítimo que un enfermo moribundo prefiera esperar la muerte sin poner en marcha un dispositivo
médico desproporcionado a los insignificantes resultados que de él se puedan seguir; como es legítimo también que
tome esta decisión pensando en no imponer a su familia o a la colectividad unos gastos desmesurados o
excesivamente gravosos. Esta actitud, por la ambigüedad del lenguaje, podría confundirse, para los no avisados, con
la actitud eutanásica por razones socio - económicas, pero existe una diferencia absolutamente esencial: la que va de
la aceptación de la muerte inevitable a su provocación intencionada.

29. ¿Existen, pues, unos derechos del enfermo moribundo?

Ciertamente. El derecho a una auténtica muerte digna incluye:

· el derecho a no sufrir inútilmente;

· el derecho a que se respete la Libertad de su conciencia;

· el derecho a conocer la verdad de su situación;

· el derecho a decidir sobre sí mismo y sobre las intervenciones a que se le haya de someter;

· el derecho a mantener un diálogo confiado con los médicos, familiares, amigos y sucesores en el trabajo;

· el derecho a recibir asistencia espiritual.

El derecho a no sufrir inútilmente y el derecho a decidir sobre sí mismo amparan y legitiman la decisión de
renunciar a los remedios excepcionales en la fase terminal, siempre que tras ellos no se oculte una voluntad suicida.

30. Y estos derechos ¿no pueden legitimar alguna forma de eutanasia "pasiva" (por omisión)? 
No. Cuando la muerte aparece como inevitable porque ya no hay remedios eficaces, el enfermo puede determinar, si
está en condiciones de hacerlo, el curso de sus últimos días u horas mediante alguna de estas decisiones:

· aceptar que se ensayen en él medicaciones y técnicas en fase experimental, que no están libres de todo riesgo.
Aceptándolas, el enfermo podrá dar ejemplo de generosidad para el bien de la Humanidad;
· rechazar o interrumpir la aplicación de esos remedios;

· contentarse con los medios paliativos que la Medicina le pueda ofrecer para mitigar el dolor, aunque no tengan
ninguna virtud curativa; y rechazar medicaciones u operaciones en fase experimental, porque sean peligrosas o
resulten excesivamente caras. Este rechazo no equivale al suicidio, sino que es expresión de una ponderada
aceptación de la inevitabilidad de la muerte;

· en la inminencia de la muerte, rechazar el tratamiento obstinado que únicamente vaya a producir una prolongación
precaria y penosa de su existencia, aunque sin rehusar los medios normales o comunes que le permiten sobrevivir.

En estas situaciones está ausente la eutanasia, que implica - repitámoslo - una deliberada voluntad de acabar con la
vida del enfermo. Es un atentado contra la dignidad de la persona la búsqueda deliberada de su muerte, pero es
propio de esa dignidad el aceptar su llegada en las condiciones menos penosas posibles. Y es en el fondo del corazón
del médico y del paciente donde se establece esta diferencia entre provocar la muerte o esperarla en paz y del modo
menos penoso posible, mediante unos cuidados que se limiten a mitigar los sufrimientos finales.

31. ¿Cómo se puede paliar el dolor del enfermo terminal? 

Uno de los derechos del enfermo es el de no sufrir un dolor físico innecesario durante el proceso de su enfermedad.
Pero la experiencia nos muestra que el enfermo, especialmente el enfermo en fase terminal, experimenta, además del
dolor físico, un sufrimiento psíquico o moral intenso, provocado por la colisión entre la proximidad de la muerte y la
esperanza de seguir viviendo que aún alienta en su interior. La obligación del médico es suprimir la causa del dolor
físico o, al menos, aliviar sus efectos; pero el ser humano es una unidad, y al médico y demás personal de enfermería
compete, junto a los familiares, también la responsabilidad de dar consuelo moral y psicológico al enfermo que
sufre.

Frente al dolor físico, el profesional de la sanidad ofrece la analgesia; frente a la angustia moral, ha de ofrecer
consuelo y esperanza. La deontología médica impone, pues, los deberes positivos de aliviar el sufrimiento físico y
moral del moribundo, de mantener en lo posible la calidad de la vida que declina, de ser guardián del respeto a la
dignidad de todo ser humano.

32. ¿Qué significa " Medicina paliativa" ? 

La Medicina paliativa es una forma civilizada de entender y atender a los pacientes terminales, opuesta
principalmente a los dos conceptos extremos ya aludidos: obstinación terapéutica y eutanasia.

Esta es una nueva especialidad de la atención médica al enfermo terminal y a su entorno, que contempla el problema
de la muerte del hombre desde una perspectiva profundamente humana, reconociendo su dignidad como persona en
el marco del grave sufrimiento físico y psíquico que el fin de la existencia humana lleva generalmente consigo.

En definitiva, la Medicina paliativa es, ni más ni menos, un cambio de mentalidad ante el paciente terminal. Es saber
que, cuando ya no se puede curar, aún podemos cuidar; es la consciencia de cuándo se debe iniciar ese cambio: si no
puedes curar, alivia; y si no puedes aliviar; por lo menos consuela. En ese viejo aforismo se condensa toda la
filosofía de los cuidados paliativos.

33. ¿Cómo está organizada la Medicina paliativa?

La Medicina paliativa, que parece tener sus antecedentes en la Gran Bretaña, está aún escasamente contemplada en
la organización sanitaria española, y sería deseable que los poderes públicos reconocieran con mayor sensibilidad su
existencia. Se asienta básicamente en el reconocimiento de la triple realidad que configura el proceso de la muerte
inminente en la sociedad actual: un paciente terminal con dolor físico y sufrimiento psíquico, una familia angustiada
que no acaba de aceptar la situación y sufre por el ser querido, y un médico educado para luchar contra la muerte.
Todos ellos están inmersos en una sociedad que parece no querer admitir el fracaso cuando la muerte se considera
un fracaso.

En las Unidades de Cuidados Paliativos, que son áreas asistenciales incluidas física y funcionalmente en los
hospitales, se proporciona una atención integral al paciente terminal. Un equipo de profesionales asiste a estos
enfermos en la fase final de su enfermedad, con el único objetivo de mejorar la calidad de su vida en este trance
último, atendiendo todas las necesidades físicas, psíquicas, sociales y espirituales del paciente y de su familia. Todas
las acciones de la Medicina paliativa van encaminadas a mantener y, en lo posible, aumentar, el sosiego del paciente
y de su familia.

34. ¿Y cuáles son las necesidades que estos pacientes terminales presentan? 

Son necesidades físicas, psíquicas, espirituales o religiosas, y sociales.

Las necesidades Físicas derivan de las graves limitaciones corporales y, sobre todo, del dolor, especialmente en las
muertes por cáncer, donde éste está presente en el 80 por ciento de los enfermos terminales. Con tratamientos
adecuados se pueden llegar a controlar un 95 por ciento de los dolores.

Las necesidades psíquicas son evidentes. El paciente necesita sentirse seguro, necesita confiar en el equipo de
profesionales que le trata, tener la seguridad de una compañía que lo apoye y no lo abandone. Necesita amar y ser
amado, y tiene necesidad de ser considerado, lo que afianza su autoestima.

Las necesidades espirituales son indudables. El creyente necesita a Dios. Es una grave irresponsabilidad civil y
política que la atención religiosa de los pacientes no esté claramente presente en todas las clínicas e instituciones
hospitalarias.

Las necesidades sociales del paciente terminal no son menos importantes para dar sosiego al penoso trance. La
enfermedad terminal produce a quien la padece y a su familia unos gastos y no pocos desajustes familiares. Toda la
atención de los componentes de la unidad familiar se concentra generalmente en el miembro enfermo y, si la
supervivencia se alarga, el desajuste puede ser duradero. El paciente lo ve y también lo sufre.

35. ¿La Medicina paliativa es la alternativa a la eutanasia? 

En realidad, no. La Medicina paliativa es más propiamente alternativa al llamado "encarnizamiento terapéutico" u
"obstinación terapéutica". No es alternativa a la eutanasia, porque la eutanasia no es sino un grave atentado a la vida
humana y a su dignidad.

Se puede decir que la Medicina paliativa ha existido siempre y ha sido ejercida tradicionalmente por los médicos,
aunque no se haya considerado técnicamente como una especialidad. Sus principios están impresos en el juramento
hipocrático y en la concepción histórica del ejercicio médico. Pero, ciertamente, como especialización dentro de la
organización sanitaria representa una novedad, que es hacer frente a las peculiaridades del proceso de la muerte en el
campo sanitario. Este proceso se ha complicado de forma extraordinaria, y exige la aparición de un nuevo médico,
atento al máximo a los adelantos científicos y conocedor profundo de las necesidades del paciente terminal.

36. ¿No puede considerarse, entonces, una forma de eutanasia el aplicar sustancias analgésicas, a sabiendas
de que eso puede acortar la vida del paciente? 

No. Cuando el tratamiento del dolor es ya prácticamente lo único que se puede hacer por el enfermo terminal, el
efecto secundario que ciertos analgésicos tengan respecto del acortamiento de la vida no puede considerarse como
una forma de eutanasia, porque no se persigue el destruir esa vida, sino aliviar el dolor; y este propósito paliativo
puede, ante la inminencia de la muerte, ser preferente para esperar la llegada de la muerte en las condiciones menos
angustiosas.
Es lo mismo que sucede con quien - alpinistas, bombero... - asume un riesgo cierto, pero pretende una cosa buena
sin ánimo suicida alguno. Esto es legitimo aunque eventualmente pueda ser causa de muerte.

Por otra parte, se puede en muy buena medida dar por superada la vieja pugna entre tratar el dolor y acortar la vida:
los recientes avances en el tratamiento eficaz del dolor y de la enfermedad terminal han reducido casi por completo
el riesgo de anticipar indebidamente la muerte de ciertos pacientes.

37. ¿En qué consiste el argumento de la "muerte digna" a que se refieren los partidarios de la eutanasia para
intentar justificarla?

Este argumento es uno de los principales que se utilizan hoy para promover la legalización de la eutanasia. En
síntesis puede formularse de esta manera: La técnica médica moderna dispone de medios para prolongar la vida de
las personas, incluso en situación de grave deterioro físico. Gracias a ella es posible salvar muchas vidas que hace
unos años estaban irremisiblemente perdidas; pero también se dan casos en los que se producen agonías
interminables y dramáticas, que únicamente prolongan y aumentan la degradación del moribundo. Para estos casos,
la legislación debería permitir que una persona decidiera, voluntaria y libremente, ser ayudada a morir. Esta sería
una muerte digna, porque sería la expresión final de una vida digna.

38. ¿Es aceptable este argumento? 

No lo es, porque en él, junto a consideraciones razonables acerca de la crueldad de la obstinación terapéutica, se
contiene una honda manipulación de la noción de dignidad. En este argumento subyace la grave confusión entre la
dignidad de la vida y la dignidad de la persona. En efecto, hay vidas dignas y vidas indignas, como puede haber
muertes dignas y muertes indignas. Pero por indigna que sea la vida o la muerte de una persona, en cuanto tal
persona tiene siempre la misma dignidad, desde la concepción hasta la muerte, porque su dignidad no se fundamenta
en ninguna circunstancia, sino en el hecho esencial de pertenecer a la especie humana. Por eso los derechos
humanos, el primero de los cuales es el derecho a la vida, no hacen acepción de personas, sino que, muy al contrario,
están establecidos para todos, con independencia de su condición, su estado de salud, su raza o cualquier otra
circunstancia.

Es digno, ciertamente, renunciar a la obstinación terapéutica sin esperanza alguna de curación o mejora y esperar la
llegada de la muerte con los menores dolores físicos posibles; como es digno también el preferir esperar la muerte
con plena consciencia y experiencia del sufrimiento final. Nada de eso tiene que ver con la eutanasia; la provocación
de la muerte de un semejante, por muy compasivas que sean las motivaciones, es siempre ajena a la noción de
dignidad de la persona humana.

39. ¿Estamos, pues, ante un ejemplo concreto de manipulación del lenguaje?

Consciente o inconscientemente, sí. So capaz de rechazar el empecinamiento terapéutico sin expectativa ninguna de
mejoría, lo que se patrocina en realidad es el acto positivo (por acción u omisión, tanto da) de dar muerte a otro,
como si eso mereciese la misma consideración que la de abstenerse de emplear medios irrazonables de prolongar
una existencia precaria y dejar que el moribundo pueda vivir lo más dignamente posible su propia muerte cuando
ésta llegue.

Por otra parte, la expresión "ayudar a morir" es otro ejemplo concreto de tergiversación del sentido de las palabras,
pues no es lo mismo ayudar a morir a alguien que matarlo, aunque se le dé muerte por aparente compasión y a
petición suya. La expresión "ayudar a morir" evoca una actitud filantrópico y desinteresada, generosa y compasiva,
que se desvanecería inmediatamente si lo que se lleva a cabo mediante la eutanasia se expresara con la palabra dura,
desde luego, pero precisa, que es matar.

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"La eutanasia": 100 cuestiones y respuestas
 

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