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(1) El estado es impersonal: el argentino sólo concibe una relación personal. Por
eso, para él, robar dineros públicos no es un crimen. Compruebo un hecho, no lo
justifico o excuso.
¿Y a mi que me importa? Notas sobre sociabilidad y
politica en Argentina y Brasil
Guillermo O'Donnell (1984)
(1) Otras situaciones en las que O’Donnell observa diferencias son aquellas relacionadas
con el trato, la actitud que tienen los mozos, los empleados de comercio o los taxistas en
uno y otro país. En Brasil, generalmente sirven bien, se muestran solícitos y simpáticos, es
decir ellos mismos interponen la distancia social existente. En Buenos Aires, “suelen hacer
una serie de gestos, aproximaciones y omisiones” para dejar en claro que ellos no están
sirviendo sino trabajando. Si en Brasil esto se relaciona con una sociedad serialmente
ordenada, con prolijas y tajantes demarcaciones, en la Argentina nos está hablando
nuevamente de una sociedad que era más igualitaria, y de la construcción de una identidad
social, la del trabajador (con la conquista de derechos, sindicalización, etc.) en la cual los
que trabajaban no necesitaban ser obsequiosos (cosa que ahora, desempleo y
marginalización mediante se podría relativizar). Como señala O’Donnell, deberíamos tener
en cuenta que en la Argentina tales comportamientos y actitudes –como tantas otras
cosas–, tendieron a ser cambiados por la fuerza, reprimidos durante la última dictadura
militar que tuvo como objetivo “poner orden o poner en su lugar” a una sociedad “insolente”,
rebelde y contestataria. Sin embargo, más allá de extendernos sobre esto ahora, lo que nos
interesa rescatar de esta contrastación, es que estas micro-escenas nos hablan de
cuestiones más generales de las sociedades en que ocurren.
Es decir, si contextualizamos (tenemos en cuenta la tradición cultural en la que se insertan,
la relación con otras formas de comportamiento, con las formas de organización y de
demanda de la sociedad) expresiones tales como “yo trabajo, no soy sirviente” o “a mí qué
mierda me importa”, en nuestro país se relacionan con una sociedad que era bastante
igualitaria, o más equiparadora de las distancias sociales que la sociedad brasileña, pero a
su vez autoritaria y violenta. Una sociedad que mandaba a la mierda a quien invocaba la
jerarquía social, pero no por ello la superaba o disolvía, sino que en ese mismo acto la
ratificaba (aunque sembrando odios). Una sociedad en la que fue y es difícil construir
espacios de generalización de intereses, y en la que se aprende que en el corto plazo gana
el que puede amenazar o dañar más al otro.
Esto nos muestra, por un lado, cómo analizando pequeñas situaciones, microescenas, es
posible comprender formas de sociabilidad, de trato, rasgos más generales de una
sociedad. Es decir, estas microescenas nos hablan de una trama de relaciones sociales,
políticas, de poder que es preciso analizar para que nuestro abordaje comparativo no sea
solo una colección de diferencias y semejanzas, o de actitudes exóticas. Confrontar estas
diferencias y semejanzas nos ayuda a entender distintas formas de organización social y, al
comparar nuestras propias formas de marcar o reforzar la jerarquía con otras, nos vemos
obligados a problematizar y contextualizar nuestras propias prácticas, para entender su por
qué y cómo.
La anomia, una patología social argentina
Carlota Jackisch (1997)
La escena transcurre en Berlín, corre el año 1938. Dos diplomáticos de carrera, uno
alemán y el otro argentino, conversan sobre las cada vez más intensas tareas
propagandísticas que el nacionalsocialismo realizaba en el exterior,
específicamente en la Argentina.
El tema había cobrado actualidad por la denuncia que habían hecho asociaciones
de derechos humanos y algunos legisladores socialistas de la Argentina, obligando
al gobierno de turno a presentar una queja formal ante el gobierno del Tercer Reich.
El diplomático alemán, von Weizsäcker, inquirió al argentino, el embajador
Labougle, ¿cómo era posible que grupos de agitadores nacionalsocialistas hubieran
logrado durante seis años desarrollar sus actividades sin que se hubiese producido
ninguna reacción por parte de las autoridades argentinas?
El embajador de Argentina contestó: "porque la Argentina es un país donde, en
general, cada uno hace lo que quiere".
Esta inobservancia de las normas, muchas veces el desdén despectivo hacia las
mismas, no es patrimonio exclusivo de la Argentina, pero distintos indicadores
tienden a mostrar que el "todo vale" es un rasgo fuertemente arraigado en la
sociedad argentina.
Las violaciones a las normas del tránsito son un buen ejemplo de lo dicho. Según
una investigación realizada en Buenos Aires, cada automovíl particular viola un
semáforo en rojo una vez por día, aproximadamente. Los colectivos, cada uno,
violan semáforos a razón de casi dos por hora, cada día. En términos comparativos,
la Argentina es el país con el mayor número de muertos en accidentes del tránsito
en el mundo.
Cuesta encontrar entre los candidatos que se disputan los favores de los votantes
para estas elecciones propuestas que pasen la doble prueba de la consistencia y el
detector de mentiras.
Lo graficó hace unos días el economista Roberto Frenkel refiriéndose a las
promesas contradictorias de Alberto Fernández. "Está en campaña; lo que se dice
en campaña...". ¿Pero si ese fuera el programa?, le repreguntó el periodista Carlos
Pagni. "Encomendémonos al Señor, porque es inconsistente", resumió el
entrevistado.
Ese cortoplacismo (lo que importa es ganar la elección, después vemos) no se da
solo en la política. En ocasiones, las relaciones personales y la vida cotidiana
también apelan al autoengaño y la lógica del "vamos viendo" porque luce en
apariencia como lo más sencillo.
Manda entonces lo que no decimos, lo que no encaramos, lo que no resolvemos. Y
vivimos pateando hacia delante ciertas decisiones de fondo.
De la pareja a los hijos, pasando por los lazos que nos unen a padres y amigos
evitamos a veces confrontar, definir, sanar, creyendo que tal vez sea mejor no
hablar de ciertas cosas.
Como si no aclarar un gesto que nos hirió o decir con todas las letras que la
respuesta que esperábamos y no llegó nos dejó "pedaleando sin cadena", nos
ahorrara los costos amargos de solucionar lo pendiente.
La negación colectiva nunca es gratuita ni indoloros sus efectos. Cuando los
números no cierran, por ejemplo, el precio es el que imponen recurrentemente los
malos conductores para compensar sus errores: devaluación y suba de impuestos.
Siempre pagan los mismos y la recaída, sabemos, está garantizada más temprano
que tarde.
El mundo privado también devalúa y se empobrece cuando eludimos los diálogos
necesarios. Aunque no todas sean palabras amables, quien te quiere bien no te
arregla con silencios.