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UNIVERSIDAD NACIONAL DE INGENIERÍA


Facultad de Ingeniería Industrial y de Sistemas
Área de Humanidades y Ciencias Sociales
Curso: SOCIOLOGÍA HU – 201 U
Profesora: RAQUEL CHAVARRI ARCE

LA CULTURA DE MASAS REFUERZA LA REPRESIÓN POLÍTICA


HERBERT MARCUSE (1898-1979)

Durante el siglo XX se hizo del todo evidente que la transformación social teorizada por Karl Marx no se había
materializado. El sociólogo y filósofo Herbert Marcuse quiso determinar qué había sucedido e instó a los marxistas a
que fueran más allá de la teoría y tuvieran en cuenta la experiencia real de la vida de las personas.
Marcuse argumentó que el capitalismo había integrado a la clase trabajadora, los trabajadores que tenían que ser los
agentes del cambio habían aceptado las ideas e ideales de la clase dirigente. Habían perdido la percepción de sí mismos
como clase o grupo y6 se habían convertido en “individuos” en el seno de un sistema que ensalzaba el individualismo.
Aunque aparentemente ese era el camino hacia el éxito, al abandonar a su grupo, los trabajadores habían perdido todo
poder de negociación.

LIBERTAD PARA ELEGIR


¿Por qué había sido tan fácil silenciar a los trabajadores? No había un momento claro en que esto hubiese
sucedido, y Marcuse se propuso estudiar cómo se había logrado sofocar con tanta eficacia la rebelión contra el statu
quo a lo largo del siglo XX. Empezó a buscar explicaciones mucho más atrás, al final de la sociedad feudal europea de
la Edad Media. En esa época de transición las personas pasaron de estar ligadas al trabajo realizado para un señor
feudal a tener libertad para buscar trabajo en cualquier lugar y en beneficio propio. Sin embargo, “ya desde el principio
esta libertad de iniciativa, no fue enteramente una bendición” dice Marcuse: Aunque era libres de trabajar donde
quisieran, la mayoría de las personas debía hacerlo en condiciones muy duras y sin garantía de continuidad, por lo que
vivían con miedo al futuro.
Siglos después las máquinas de la Revolución Industrial prometieron impulsar las economías nacionales hasta
tal punto que se creía que las personas ya no tendrían que preocuparse por la supervivencia y “serían libres de ejercer
su autonomía sobre una vida que ahora sería sólo suya”. Este fue el “sueño americano” y la esperanza de la mayoría de
los occidentales en el Siglo XX, si la ansiada libertad era sinónimo de elección, las personas eran más libres que nunca,
porque las posibilidades de elegir en cuestiones de trabajo, vivienda, alimentación, moda y actividades de ocio fueron
creciendo de forma constante, década tras década.

FALSAS NECESIDADES
Sin embargo, al examinar la cuestión más de cerca, Marcuse descubrió que “en la civilización industrial
avanzada prevalecía una cómoda. Tranquila, democrática y razonable no-libertad”; lejos de ser libres, las personas eran
manipuladas por regímenes “totalitarios” que se auto proclamaban democracias. Y lo que era peor, las personas no eran
conscientes de esa manipulación, porque habían internalizado las normas, valores e ideales de esos regímenes.
Marcuse describió entonces a los gobiernos como aparatos estatales que imponen sus exigencias económicas y
políticas influyendo en el trabajo y el ocio de la población. Y lo hacen mediante la creación de “falsas necesidades”
que les permiten manipular a la gente. En esencia consiguen controlar a la población convenciendo a la gente de que
tiene ciertas necesidades, y mostrándole luego que hay un modo de satisfacerlas (aunque no lo haya).
Las falsas necesidades no están basadas en necesidades reales, como el alimento, la ropa y la vivienda: se
generan artificialmente y son imposibles de satisfacer. Marcuse habla de la necesidad de “relajarse, divertirse y
consumir según lo que sugiere la publicidad, anhelar y detestar lo que los demás anhelan y detestan”. El contenido real
de esas necesidades (como el último aparato electrónico imprescindible) es propuesto por fuerzas externas, no surge de
forma natural en las personas, a diferencia de lo que sucede, por ejemplo, con la necesidad de agua. Sin embargo,
sentimos esas necesidades como si procedieran de nosotros mismos, pues los medios de comunicación nos bombardean
con mensajes que nos prometen la felicidad si hacemos esto o vamos allí. Así es como empezamos a creer que las
necesidades falsas son reales. Marcuse sugiere que “las personas se reconocen en los objetos que poseen; encuentran su
alma en su automóvil, su aparato de música, su departamento o sus electrodomésticos”.
Todo es personal, el individuo es lo primero y sus necesidades son lo más importante. Este aparente
fortalecimiento del individuo, es en realidad, según Marcuse todo lo contrario. Las necesidades sociales (la seguridad
laboral, un nivel de vida digno, etc.) se traducen en necesidades individuales. Como la necesidad de tener trabajo para
comprar bienes de consumo. Si uno cree que le pagan poco, es posible que su jefe le invite a hablar de “lo suyo”. El
sentido de pertenencia a un grupo al que se trata injustamente ha desaparecido: ya no queda esperanza alguna de
rebelión marxista.
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La cultura siempre ha desempeñado una Pero a partir de la década de 1960, incluso


función clave a la hora de plantear maneras de formas de arte antes consideradas
vivir fuera de la “norma” social. subversivas pasaron a formar parte de la vida
cotidiana y fueron apropiadas por los medios
de comunicación.

La población absorbe los mensajes de los


La posibilidad de rebelión ha sido medios de comunicación y acepta las normas
aplastada: la cultura de masas refuerza la y los valores de la sociedad como propios;
represión política. entiende que no cumplirlos resultaría algo
neurótico.

UN MUNDO ADIMENSIONAL
Según Marcuse estamos atrapados en una burbuja, porque vivir fuera del sistema se ha vuelto prácticamente
imposible. Antes solía haber una “brecha” entre cultura y realidad que apuntaba a otras formas posibles de vivir y de
ser, pero esa brecha ha desaparecido. Las formas de arte que se consideraba que representaban “la cultura” (como la
ópera, , la literatura o la música clásica) trataba de reflejar las dificultades a la que se enfrentaba el alma humana
trascendente obligada a vivir en la realidad social. Apuntaban a la posibilidad de un mundo más allá de la cruda
realidad.
Las tragedias, explica Marcuse, solían tratar sobre oportunidades perdidas, esperanzas incumplidas y promesas
traicionadas. Cita a Madame Bovary, protagonista de la novela homónima de Gustave Flaubert (1856), como el
ejemplo de un alma incapaz de sobrevivir en la sociedad en la que vivía. Sin embargo, en la década de 1960, la
sociedad había alcanzado tal nivel de pluralismo que, aparentemente podía acoger a todo el mundo y cualquier estilo de
vida. La tragedia ya ni siquiera era posible como motivo cultural: el disgusto era solo un problema que había que
resolver.
Así el arte ha perdido la capacidad de inspirar la rebelión, dice Marcuse, porque ahora forma parte de los
medios de comunicación de masas. Los libros sobre personas que no se conforman con lo establecido ya no son
llamadas a la revolución, sino “clásicos modernos” de lectura imprescindible que uno puede leer como parte de un
programa de crecimiento personal. Ahora la avant-garde y los beatniks entretienen sin agitar las conciencias de nadie.
La cultura ya no está en la posición de “otro” peligroso: la han despojado de todo su poder. Marcuse afirma que las
grandes obras sobre la alienación se han convertido en productos que venden, consuelan o excitan: la cultura se ha
convertido en una industria.
Este allanamiento de las dos dimensiones de la alta cultura y de la realidad social ha llevado a una cultura
unidimensional que determina y controla con facilidad nuestra perspectiva individual y social. No hay otro mundo ni
otra manera de vivir. Marcuse señala que hablar así no es subestimar el poder de los medios de comunicación, pues los
mensajes sociales que recibimos como adultos no hacen más que reforzar los mismos que hemos escuchado desde que
nacimos, ya de niños nos condicionaron para recibirlos.

DESAPARICIÓN DE LAS CLASES


La comprensión de la cultura y de la realidad se refleja en la nivelación aparente de la estructura de clases. Si
todas las formas de arte y los medios de comunicación forman parte de un todo homogéneo, donde nada queda fuera de
la aprobación social, es inevitable que las personas de todas las clases sociales acaban haciendo las mismas cosas.
Marcuse pone el ejemplo de la mecanógrafa que se acicala tanto como la hija de su jefe, o el del empleado que ve el
mismo programa de tv. Que su empleador. Sin embargo, según Marcuse este proceso de asimilación no implica que las
clases hayan desaparecido, sino que pone de manifiesto hasta qué punto la población general ha asimilado las
necesidades que sirven a la clase dirigente.
La consecuencia de todo esto es que las clases ya no están en conflicto, se han internalizado los controles
sociales y según Marcuse, se nos ha hipnotizado hasta dejarnos en un estado de conformismo extremo en el que nadie
se rebela. Ya no hay un reino sublimado del alma o el espíritu del hombre interior, porque todo se ha traducido o puede
traducirse en términos operativos, problemas y soluciones. Hemos perdido el sentido de la verdad interior y de la
necesidad real y ya no podemos criticar la sociedad, porque no encontramos el modo de salir de ella sin que parezca
que nos hemos vuelto locos.
Las ideas de Marcuse sobre una sociedad omniabarcante, en la que el pluralismo acaba con el poder opositivo
de cualquier idea, son relevantes en una era global dominada por la proliferación de nuevos medios de comunicación.
Marcuse siempre fue consciente de la importancia del conocimiento científico para modelar y organizar no solo la
sociedad, sino una miríada de aspectos de la vida cotidiana. Desde una perspectiva a menudo radical y politizada,
Marcuse veía su potencial tanto para la emancipación como para la dominación, y su énfasis en el diálogo cultural y el
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papel de las nuevas tecnologías a su servicio resulta especialmente pertinente. Estos medios ¿Traen realmente el
cambio social y la liberación o son meras herramientas para intensificar la manipulación y la opresión social por parte
de la clase dirigente?
EL PELIGRO DEL FUTURO ES QUE LOS HOMBRES SE CONVIERTAN EN ROBOTS
El sociólogo y psicoanalista Erich Fromm (1900-1980), observó que, durante la industrialización del Siglo
XIX, cuando se declaró muerto a Dios e “inhumanidad” significaba crueldad, el peligro inherente era que las personas
acabaran convirtiéndose en esclavas. Sin embargo, durante el S. XX el problema cambió: alienada del sentido de
identidad personal, la gente perdió la capacidad de amar y de razonar por si misma. El “hombre” había muerto;
“inhumanidad” pasó a significar falta de humanidad. Y Fromm advirtió que las personas corrían el riesgo de
convertirse en robots.
Fromm atribuyó este sentido de alienación al surgimiento de las sociedades capitalistas occidentales, y creía que los
factores sociales, económicos y políticos de un Estado se unen para producir un “carácter social” común a todos sus
ciudadanos. En la era industrial a medida que el capitalismo aumentaba su dominio global, los Estados alentaron a la
población a hacerse competitiva, explotadora, autoritaria, agresiva e individualista.
En el siglo XX, en contraste, los Estados capitalistas remodelaron a sus ciudadanos para convertirlos en
consumidores colaboradores, con gustos estandarizados y susceptibles de ser manipulados por la autoridad anónima de
la opinión pública y de los mercados, mientras que la tecnología garantizaba que el trabajo fuera más rutinario. Fromm
advirtió que a no ser que las personas salgan de la rutina y recuperen su humanidad, enloquecerán en su empeño de
vivir una vida robótica y sin sentido. “Las sonrisas sintéticas han sustituido a las risas genuinas, el desánimo sordo ha
ocupado el lugar del dolor verdadero”

HERBERT MARCUSE
Nacido en Berlín en 1898, Marcuse sirvió en el ejército alemán durante la Primera Guerra
Mundial, antes de doctorarse en literatura en la Universidad de Friburgo, en 1922. Después
de un breve periodo como librero en Berlín, estudió filosofía con Martin Heidegger.
En 1932 se unió al Instituto de Investigación Social, pero nunca llegó a trabajar en
Frankfurt. En 1934 huyó a EE. UU y se asentó allí. Estando en Nueva York con Max
Horkheimer, este recibió una oferta de la Universidad de Columbia para reubicar allí el
Obras principales Instituto, y Marcuse se unió a él. En 1958 comenzó a impartir clases en la Brandeis
University (Massachusetts), pero en 1965 tuvo que dimitir por su postura abiertamente
1941 Razón y revolución
1964 El hombre unidimensional
marxista. Se fue a la Universidad de California, y en la década de 1960 obtuvo el
1969 Un ensayo sobre la liberación reconocimiento mundial como teórico social, filósofo y activista político. Falleció de un
ictus a los 81 años de edad.

FUENTE: THORPE, Christopher. Chris YUILL, “El libro de la sociología” Ed. Penguin Random House, China, 2015, 183-186 pág.

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