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Durante el siglo XX se hizo del todo evidente que la transformación social teorizada por Karl Marx no se había
materializado. El sociólogo y filósofo Herbert Marcuse quiso determinar qué había sucedido e instó a los marxistas a
que fueran más allá de la teoría y tuvieran en cuenta la experiencia real de la vida de las personas.
Marcuse argumentó que el capitalismo había integrado a la clase trabajadora, los trabajadores que tenían que ser los
agentes del cambio habían aceptado las ideas e ideales de la clase dirigente. Habían perdido la percepción de sí mismos
como clase o grupo y6 se habían convertido en “individuos” en el seno de un sistema que ensalzaba el individualismo.
Aunque aparentemente ese era el camino hacia el éxito, al abandonar a su grupo, los trabajadores habían perdido todo
poder de negociación.
FALSAS NECESIDADES
Sin embargo, al examinar la cuestión más de cerca, Marcuse descubrió que “en la civilización industrial
avanzada prevalecía una cómoda. Tranquila, democrática y razonable no-libertad”; lejos de ser libres, las personas eran
manipuladas por regímenes “totalitarios” que se auto proclamaban democracias. Y lo que era peor, las personas no eran
conscientes de esa manipulación, porque habían internalizado las normas, valores e ideales de esos regímenes.
Marcuse describió entonces a los gobiernos como aparatos estatales que imponen sus exigencias económicas y
políticas influyendo en el trabajo y el ocio de la población. Y lo hacen mediante la creación de “falsas necesidades”
que les permiten manipular a la gente. En esencia consiguen controlar a la población convenciendo a la gente de que
tiene ciertas necesidades, y mostrándole luego que hay un modo de satisfacerlas (aunque no lo haya).
Las falsas necesidades no están basadas en necesidades reales, como el alimento, la ropa y la vivienda: se
generan artificialmente y son imposibles de satisfacer. Marcuse habla de la necesidad de “relajarse, divertirse y
consumir según lo que sugiere la publicidad, anhelar y detestar lo que los demás anhelan y detestan”. El contenido real
de esas necesidades (como el último aparato electrónico imprescindible) es propuesto por fuerzas externas, no surge de
forma natural en las personas, a diferencia de lo que sucede, por ejemplo, con la necesidad de agua. Sin embargo,
sentimos esas necesidades como si procedieran de nosotros mismos, pues los medios de comunicación nos bombardean
con mensajes que nos prometen la felicidad si hacemos esto o vamos allí. Así es como empezamos a creer que las
necesidades falsas son reales. Marcuse sugiere que “las personas se reconocen en los objetos que poseen; encuentran su
alma en su automóvil, su aparato de música, su departamento o sus electrodomésticos”.
Todo es personal, el individuo es lo primero y sus necesidades son lo más importante. Este aparente
fortalecimiento del individuo, es en realidad, según Marcuse todo lo contrario. Las necesidades sociales (la seguridad
laboral, un nivel de vida digno, etc.) se traducen en necesidades individuales. Como la necesidad de tener trabajo para
comprar bienes de consumo. Si uno cree que le pagan poco, es posible que su jefe le invite a hablar de “lo suyo”. El
sentido de pertenencia a un grupo al que se trata injustamente ha desaparecido: ya no queda esperanza alguna de
rebelión marxista.
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UN MUNDO ADIMENSIONAL
Según Marcuse estamos atrapados en una burbuja, porque vivir fuera del sistema se ha vuelto prácticamente
imposible. Antes solía haber una “brecha” entre cultura y realidad que apuntaba a otras formas posibles de vivir y de
ser, pero esa brecha ha desaparecido. Las formas de arte que se consideraba que representaban “la cultura” (como la
ópera, , la literatura o la música clásica) trataba de reflejar las dificultades a la que se enfrentaba el alma humana
trascendente obligada a vivir en la realidad social. Apuntaban a la posibilidad de un mundo más allá de la cruda
realidad.
Las tragedias, explica Marcuse, solían tratar sobre oportunidades perdidas, esperanzas incumplidas y promesas
traicionadas. Cita a Madame Bovary, protagonista de la novela homónima de Gustave Flaubert (1856), como el
ejemplo de un alma incapaz de sobrevivir en la sociedad en la que vivía. Sin embargo, en la década de 1960, la
sociedad había alcanzado tal nivel de pluralismo que, aparentemente podía acoger a todo el mundo y cualquier estilo de
vida. La tragedia ya ni siquiera era posible como motivo cultural: el disgusto era solo un problema que había que
resolver.
Así el arte ha perdido la capacidad de inspirar la rebelión, dice Marcuse, porque ahora forma parte de los
medios de comunicación de masas. Los libros sobre personas que no se conforman con lo establecido ya no son
llamadas a la revolución, sino “clásicos modernos” de lectura imprescindible que uno puede leer como parte de un
programa de crecimiento personal. Ahora la avant-garde y los beatniks entretienen sin agitar las conciencias de nadie.
La cultura ya no está en la posición de “otro” peligroso: la han despojado de todo su poder. Marcuse afirma que las
grandes obras sobre la alienación se han convertido en productos que venden, consuelan o excitan: la cultura se ha
convertido en una industria.
Este allanamiento de las dos dimensiones de la alta cultura y de la realidad social ha llevado a una cultura
unidimensional que determina y controla con facilidad nuestra perspectiva individual y social. No hay otro mundo ni
otra manera de vivir. Marcuse señala que hablar así no es subestimar el poder de los medios de comunicación, pues los
mensajes sociales que recibimos como adultos no hacen más que reforzar los mismos que hemos escuchado desde que
nacimos, ya de niños nos condicionaron para recibirlos.
HERBERT MARCUSE
Nacido en Berlín en 1898, Marcuse sirvió en el ejército alemán durante la Primera Guerra
Mundial, antes de doctorarse en literatura en la Universidad de Friburgo, en 1922. Después
de un breve periodo como librero en Berlín, estudió filosofía con Martin Heidegger.
En 1932 se unió al Instituto de Investigación Social, pero nunca llegó a trabajar en
Frankfurt. En 1934 huyó a EE. UU y se asentó allí. Estando en Nueva York con Max
Horkheimer, este recibió una oferta de la Universidad de Columbia para reubicar allí el
Obras principales Instituto, y Marcuse se unió a él. En 1958 comenzó a impartir clases en la Brandeis
University (Massachusetts), pero en 1965 tuvo que dimitir por su postura abiertamente
1941 Razón y revolución
1964 El hombre unidimensional
marxista. Se fue a la Universidad de California, y en la década de 1960 obtuvo el
1969 Un ensayo sobre la liberación reconocimiento mundial como teórico social, filósofo y activista político. Falleció de un
ictus a los 81 años de edad.
FUENTE: THORPE, Christopher. Chris YUILL, “El libro de la sociología” Ed. Penguin Random House, China, 2015, 183-186 pág.