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RESUMEN CRÍTICO

La dictadura de las masas: Un problema


posrevolucionario
Por Deborah Vásquez Tejada

Análisis y reflexiones sobre la obra De los medios a las mediaciones: Comunicación,


cultura y Hegemonía. Primera Parte: Pueblo y masa en la cultura: Los hitos del debate
de Jesús Martín-Barbero

Definitivamente este es uno de esos libros que


le demuestran a uno cuánto falta por aprender.
Como comunicadora social este libro aunque
denso es una exhortación a preocuparnos más
por los conceptos, cómo surgen ciertos
términos en determinado fragor político y que,
con el tiempo adquieren significados distintos.

Pueblo y masa en la cultura: Los hitos del debate

I. AFIRMACIÓN Y NEGACIÓN DEL PUEBLO COMO SUJETO

El autor analiza el concepto de pueblo desde dos visiones distintas: La Ilustración y el


Romanticismo. Recordemos que ambos movimientos nacen en el seno de la burguesía y
que el romanticismo, como la variante cultural del nacionalismo era pues, un movimiento
conservador con un discurso liberal oportunista, con el solo fin de conseguir
independencia territorial frente a las grandes potencias. La burguesía pues utilizó al
pueblo para acceder al poder político y desde ahí la censuró y la alejó de su activa
participación prometida. Los románticos enarbolan al pueblo como un ente orgánico
generador de cultura, en cuanto a la emoción estética y a las pasiones heroicas de sus
hombres y sus ideas.

Entre los anarquistas y los marxistas el concepto de pueblo parece ser más complicado. El
término se politiza al relacionarlo con la opresión de la aristocracia hacia las clases
populares, donde pueblo se configura necesariamente como un conjunto de seres
desfavorecidos y pobres. Los anarquistas se oponen a todo tipo de opresión, su ideal
radica en la obtención plenas de libertades individuales que van mucho más a allá de la
caricatura de libertad que proclaman los liberales burgueses. Los anarquistas ven la
historia como una continuidad y entienden la memoria de las luchas conectadas

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íntimamente con la cultura popular. El anarquista ve al arte como un instrumento hacia la
justicia social.

El marxismo cae en el fundamentalismo de tomar como sinónimos las palabras pueblo y


clase obrera, de esa manera excluye a un grupo importante de individuos que no pueden
ser “categorizables” como obreros: lo popular reprimido.

El marxismo al negar lo popular cae en la homologación del concepto de cultura con el de


ideología y con ello, el marxismo se vuelve reduccionista.

II. NI PUEBLO NI CLASES: LA SOCIEDAD DE MASAS

El siglo XIX es un siglo de crisis políticas y como


tal un momento importante para el surgimiento
de las ideologías políticas más trascendentes de
la historia universal. El siglo además de la sífilis y
la tuberculosis, que aparecieron en el contexto
del caos del industrialismo y el poder burgués
que traicionó a las clases populares. El autor
menciona a la revolución de 1848 –y específicamente esta, en vez de referirse también a
la de 1830- puesto que esta ola de justicia social canalizó muy bien a los obreros que
terminaron siendo utilizados en esta “primavera de los pueblos”. La ilustración y los
burgueses en el poder habían creado a un monstruo: el pueblo desencantado.

Para Tocqueville las masas van tomando el poder de determinación de todo en el


escenario urbano, un concepto que podría ser la clave de la democracia moderna. Pero,
¿Esto no es acaso la dictadura de las mayorías? Una masa que no toma en cuenta la virtud
ni la razón, solo la cantidad. La masa ignorante, vulgar, hedonista e irracional guía a la
sociedad moderna y prostituye sus acciones. Esto me recuerda mucho a nuestro escenario
nacional en momento electoral y los cuestionables sujetos que son elegidos por las masas.
Stuart Mill considera que las masas son “la mediocridad colectiva” que dominan y
gobiernan, puesto que los gobiernos obedecen los caprichos de las masas.

Le Bon y Freud teorizan sobre la psicología de las muchedumbres, donde las masas
adquieren en conjunto conductas primitivas que serían incompatibles muchas veces con la
individualidad. Son una energía pero sin control, según Le Bon. Freud parece ser más
optimista respecto a las masas, cree que el alma colectiva puede ser potencialmente
creadora, como lo prueba el folklore y la cultura popular en su conjunto.

Durante mis estudios de pregrado leí La Rebelión de las masas de Ortega y Gasset y
definitivamente la lectura me dejó una escena mental imborrable: Ortega haciendo ese

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gesto de asco que poseen las élites frente a la masa. La masa, el hombre-masa es para él
el símbolo de la vulgaridad y el conformismo. Una invasión vertical de bárbaros emulando
la caída del Imperio romano de occidente en manos de germanos y hunos. Ortega le niega
al pueblo toda capacidad de cultura. Spengler en su obra La decadencia de occidente habla
sobre la democracia de masas que marca el principio del fin de occidente. Si la cultura es
el alma de la Historia, la muerte de la cultura es por ende el fin de la historia.

Frente al pesimismo europeo está el positivismo norteamericano frente a las masas.


Considera que son la máxima expresión de igualdad y libertad. Hay que entenderla como
sugiere Bell en El fin de la ideología como una sociedad de consumo, contrapuesta a la
vieja burguesía y a la obsesión con la producción de los marxistas. La prensa, el cine y la
radio son los nuevos agentes de tal democratización. Por ello la sugerencia es estudiar a
las masas “positivamente” no solo en sus manifestaciones, sino también en sus hábitos y
referencias, en un escenario moderno, urbano y mestizo.

III. INDUSTRIA CULTURAL: CAPITALISMO Y LEGITIMACIÓN

La Escuela de Frankfurt es la prueba de que el capitalismo es más que economía para


teorizar sobre política y cultura. La tendencia totalizadora del capitalismo hace que se
torne una actividad filosófica su análisis.

Horkheimer y Adorno reflexionan sobre el “caos cultural” respecto al arte. El cine atrofia
la actividad del espectador. Ya había notado yo personalmente, que el cine
norteamericano es “muy rápido” en contraposición con el cine europeo o el cine
independiente. Esto no es gratuito, se busca adoctrinar al espectador hacia el “no pensar
ni fantasear”, se recrea un escenario hiperrealista donde no hay espacio para la reflexión.
La cultura se degrada en la industria de la diversión.

La desublimación del arte es muestra de la degradación de la cultura. El arte se


mercantiliza y pierde toda funcionalidad social. Se desvirtúa. Y es algo que todos los que
nos dedicamos a la labor artística notamos: Que del arte solo queda el cascarón. Que se
siguen estilos, se busca perfección “estética” solo para el goce hedonista y vacío. El arte
actual es imitativo, carente de significado, donde los procesos y las tecnologías para
lograrlos importan más que el arte mismo.

La disonancia es signo de todo lo moderno, sostiene Adorno. La disonancia es su negación


al compromiso. Se aliena, es inesencial. Adorno rechaza el pastiche, que no emociona
pero conmociona. Benjamin en contraste defiende la idea de que los medios han hecho
posible “acercar” el arte a las masas. Reconoce además en este nuevo escenario de
popularización del arte un interesante momento para sacar al arte del rigor del
puritanismo burgués.

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Morín trata de ser conciliador entre ambas posturas extremas, el positivismo
norteamericano y el pesimismo europeo. Ve en la industria cultural un espacio para el
intercambio cotidiano entre lo real y lo imaginario. El anonimato social del hombre actual
y su impotencia política necesitan ser sublimados con una dosis de imaginario cotidiano.
Sea este el sentido de la mediación, donde los medios cumplen el rol de comunicar lo real
con lo imaginario.

Los medios exponen lo mercantil, el sexo y la intimidad al espectáculo y terminan


politizándolos. Como sostiene McLuhan “El medio devora al mensaje”. Los medios
producen un real más verdadero que lo real. Los medios moldean a las masas, las crean y
las reproducen, provocan su implosión: El fin de lo político.

IV. REDESCUBRIENDO AL PUEBLO: LA CULTURA COMO ESPACIO DE HEGEMONÍA

Aquí se empieza tratando de conciliar con el análisis intelectual lo real histórico y lo real
social. Un repaso histórico sobre lo popular desde la Edad Media nos puede dar una pista
del rol de la masa en la evolución social. Aquí me pareció muy lúcido el análisis poco
convencional de la Edad Media, etapa en la que siempre se adjetivado como oscurantista.
A la Baja Edad Media se le da la importancia que tiene: Surgimiento de los burgos y con
ello la burguesía, la Universidad entre otros conceptos e instituciones.

En resumen se puede decir que lo popular –en el decir de Le Goff- tiene una dialéctica de
permanencia y cambio, de resistencia y de intercambio. Y sea este la dinámica propia del
proceso cultural. Lo popular es una fuerza viva que no ha de ser juzgada por su belleza o
su autenticidad, sino en lo que representa y muestra de las clases subalternas y su
impacto en la historia. Creo esto mismo es su esencia estética. La cultura hegemónica es
tomada como dominante y la cultura subalterna es de resistencia, es a decir de muchos,
sus naturalezas. Pero, es solo una visión polarizada y fundamentalista de las mismas. La
relación es dialéctica, en realidad.

La cultura casi siempre es entendida como sinónimo de educación. Pero educación es la


mayoría de veces una afirmación de la cultura hegemónica, una forma de reproducción.
Lo culto es tomado como cultura legítima, esto es el “etnocentrismo de clase”.

Lo popular ten despreciado por los intelectuales, reivindicado por ciertos movimientos
políticos es el eje de la discusión de este capítulo. Lo popular debe ser entendido como el
conjunto de consecuencias sociales masivas del régimen político reinante. Despreciar lo
popular es ver el fracaso de la cultura hegemónica y culpar a terceros. Toda causa tiene su
efecto y toda dinámica, su dialéctica.

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