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¿EL INFIERNO ES SIMBÓLICO?

En 2003, un grupo de investigación descubrió que el 64% de


los estadounidenses esperan ir al cielo cuando mueran, pero
menos del 1% piensa que irán al infierno. Hay mucha gente
hoy en día que no cree en la enseñanza bíblica del castigo
eterno, e incluso aquellos que sí creen en ella muchas veces
lo consideran un concepto irreal y remoto. Sin embargo, es
una parte muy importante de la fe cristiana, por varias
razones.

1. Es importante porque Jesús enseñó acerca del infierno


más que todos los otros autores bíblicos juntos. Jesús
habla de “fuego eterno y castigo” como la morada final de
los ángeles y los seres humanos que han rechazado a Dios
(Mt. 25:41,46). Él dice que los que ceden ante el pecado
estarán en peligro del “fuego del infierno” (Mt. 5:22; 18:8-
9). La palabra que Jesús usa para ‘“infierno” es Gehena, un
valle en el que montones de basura eran quemados
diariamente, así como los cadáveres de los que no tenían
familias que los enterraran. En Marcos 9:43 Jesús habla de
una persona que va al “infierno [gehena], donde el gusano de
ellos no muere y el fuego nunca se apaga”. Jesús se refiere a
los gusanos que viven en los cadáveres en el montón de
basura. Cuando se consume toda la carne, los gusanos
mueren. Jesús está diciendo, sin embargo, que la
descomposición espiritual del infierno nunca termina y es
por eso que “el gusano de ellos no muere”.

En Mateo 10:28, Jesús dice: “No teman a los que matan el


cuerpo, pero no pueden matar el alma; más bien teman a
Aquél que puede hacer perecer tanto el alma como el cuerpo
en el infierno”. Él está hablando a los discípulos, algunos
quienes eventualmente serían torturados, aserrados por la
mitad, desollados y quemados vivos. Sin embargo, dice que
todo eso es un día de campo en comparación con el infierno.
Es evidente que para Jesús el infierno era un lugar real, ya
que dice que después del día del juicio, las personas lo
experimentarían en sus cuerpos. El infierno es un lugar no
solo de miseria física, sino también espiritual.

Jesús describió constantemente al infierno como fuego


doloroso y “tinieblas de afuera” (Mt. 25:30; cf. Judas
6,7,13), un lugar de horrible miseria e infelicidad. Si Jesús,
el Señor del amor y Autor de la gracia, habló sobre el
infierno más que cualquier otra persona, y de una manera
más vívida y espeluznante que cualquier otra persona,
entonces debe ser una verdad crucial. Pero ¿por qué era tan
importante para Jesús?

2.  Es importante porque muestra cuán infinitamente


dependemos de Dios para todo.  Prácticamente todos los
comentaristas y teólogos creen que las imágenes bíblicas de
fuego y tinieblas de afuera son metafóricas. (Si hay almas en
el infierno ahora, sin cuerpos, ¿cómo podría el fuego ser
literal y físico?). Incluso, Jonathan Edwards señaló que el
lenguaje bíblico para el infierno era simbólico, pero, añadió,
“cuando se usan metáforas en las Escrituras acerca de las
cosas espirituales. . . estas quedan cortas de la verdad literal”
(de “Los tormentos del infierno son en sobremanera
grandes”, en el volumen 14 de la edición de Yale de las
obras de Edwards). Decir que la imagen bíblica del fuego del
infierno no es del todo literal no es de ningún consuelo. La
realidad será mucho peor que la imagen. Entonces, ¿qué
simbolizan el “fuego” y la 'oscuridad'? Son formas vívidas
para describir lo que sucede cuando perdemos la presencia
de Dios. La oscuridad se refiere al aislamiento y el fuego a la
desintegración de estar separados de Dios. Al estar lejos del
favor y del rostro de Dios, literalmente, nos caemos en
pedazos de forma horrible y eterna.

En la enseñanza de Jesús, la condena definitiva de la boca de


Dios es: “Apartaos de mí”. Es importante notar que
¡simplemente estar lejos de Dios es lo peor que nos puede
pasar! ¿Por qué? Fuimos creados originalmente para caminar
en la presencia inmediata de Dios (Gn. 2). En un sentido, por
supuesto, Dios está en todas partes y lo sostiene todo. Solo
en Él todos hablamos, movemos y tenemos nuestro ser (Hch.
17:28). En ese sentido, entonces, es imposible apartarse del
Señor; aun el infierno no puede existir a menos que Dios lo
sostenga. Pero la Biblia dice que el pecado nos excluye del
“rostro” de Dios (Is. 59:2). Toda la vida, la alegría, el amor,
la fuerza y el significado que hemos buscado y anhelado se
encuentran en su rostro (Sal. 16:11), es decir, en su favor,
presencia, compañerismo y placer.

El pecado nos aleja de ese aspecto de su poder que nos


sostiene y apoya. Es por ello que, para Pablo, el fuego y la
destrucción del infierno eterno es estar “excluidos de la
presencia del Señor” (2 Tesalonicenses 1:9). La separación
de Dios y sus bendiciones para siempre es la realidad a la
que apuntan todos los símbolos. Por ejemplo, cuando Jesús
habla de ser “destruido” en el infierno, la palabra usada
es apollumi, que no significa ser aniquilados por completo,
sino ser 'destrozado' y arruinado hasta ser inútil en cuanto al
propósito por el cual fuimos creado.

Entonces, ¿qué es un alma humana “destrozada”? No deja de


existir, sino que llega a ser totalmente incapaz de hacer todo
aquello para lo que fue creada: razonar, sentir, elegir, dar o
recibir amor o alegría. ¿Por qué? Porque el alma humana fue
construida para adorar y disfrutar del verdadero Dios, y toda
vida verdaderamente humana se deriva de esto. En este
mundo, toda la humanidad, incluso aquellos que se han
alejado de Dios, es sostenida por 'benevolentes providencias'
o 'gracia común' (Hch. 14:16-17; Sal 104:10-30; Stg. 1:17)
que nos mantiene capaces de sabiduría, amor, alegría y 
bondad. Pero cuando perdemos la presencia solidaria de
Dios por completo, el resultado es el infierno.

3. Es importante porque revela la gravedad y el peligro


de vivir la vida por uno mismo.  En Romanos 1-2, Pablo
explica que Dios, en su ira contra los que lo rechazan, “los
entrega” a las pasiones pecaminosas de sus corazones. Los
comentaristas (cf. Douglas Moo) señalan que esto no puede
significar que Dios impulsa a la gente a pecar, ya que
en Efesios 4:19 se dice que los pecadores se entregan a sí
mismos a sus deseos pecaminosos. Esto significa que el peor
(y más justo) castigo que Dios puede dar a una persona es
permitirles tener el deseo más profundo de sus corazones
pecaminosos.

¿Qué es eso? El deseo del corazón humano pecador es la


independencia. Queremos elegir y seguir nuestro propio
camino (Is. 53: 6). Esto no es un ‘caminar fuera del camino’
casual. Como dice Jeremías: “Nadie se arrepiente… cada
uno persigue su propio curso como un caballo de carga en la
batalla” (8: 6). Queremos alejarnos de Dios, pero, como
hemos visto, esto es lo más destructivo para nosotros. Caín
es advertido de no pecar porque el pecado es esclavitud. (Gn.
4:7; Jn. 8:34). Destruye la capacidad de elegir, de amar y
disfrutar. El pecado también trae ceguera: entre más se
rechaza la verdad sobre Dios, más incapaz se es percibir
cualquier verdad sobre sí mismo o el mundo (Is. 29: 9-
10; Ro. 1:21).

Entonces, ¿qué es el infierno? Es Dios activamente


entregándonos a lo que hemos elegido libremente: seguir
nuestro propio camino, ser nuestro propio “amo de nuestro
destino, capitán de nuestra alma”, para alejarnos de Él y de
Su control. Es Dios exiliándonos a las regiones en las que
hemos tratado desesperadamente de entrar toda nuestra vida.
J.I.Packer escribe: “La Escritura ve al infierno como una
decisión propia… El infierno aparece como un gesto de
respeto por la elección humana de Dios. Todos reciben lo
que realmente desean, ya sea estar con Dios para siempre,
adorándole, o sin Dios para siempre, adorándose a sí mismos
” (J.I.Packer, Concise Theology, pp.262-263). Si lo que más
te interesa es adorar a Dios en la belleza de Su santidad,
entonces eso es lo que tendrás (Sal. 96:9-13). Si lo que más
te interesa es ser tu propio amo, entonces la santidad de Dios
se convertirá en una agonía, y la presencia de Dios un terror
del que huirás por siempre (Ap 6:16; cf. Is 6:1-6).
Corremos de la presencia de Dios y por lo tanto Dios nos
entrega activamente a nuestro deseo (Ro. 1:24, 26). Por lo
tanto, el infierno es una prisión en la que las puertas están
cerradas primero desde el interior por nosotros y, por lo
tanto, cerradas desde el exterior por Dios (Lc. 16:26). Todo
indica que las puertas siguen para siempre cerradas desde el
interior. Aunque toda rodilla y lengua en el infierno sabe que
Jesús es el Señor (Fil. 2:10-11), nadie puede buscar ni quiere
que Él sea su Señor sin el Espíritu Santo (1 Corintios 12:3).
Es por esto que podemos decir que nadie va al infierno que
no elija tanto ir como quedarse allí. ¿Qué podría ser más
justo que eso?

4. La doctrina del infierno es importante porque es la


única manera de saber lo mucho que Jesús nos amó y lo
mucho que hizo por nosotros. En Mateo 10:28, Jesús dice
que ninguna destrucción física puede compararse con la
destrucción espiritual del infierno, de perder la presencia de
Dios. Pero esto es exactamente lo que le sucedió a Jesús en
la cruz: Él fue abandonado por el Padre (Mt. 27:46).
En Lucas 16:24, el hombre rico en el infierno se encuentra
desesperadamente sediento (v.24) y en la cruz Jesús dijo:
“Tengo sed” (Jn. 19:28). El agua de vida, la presencia de
Dios, le fue quitada. El punto es que si no aceptemos esta
doctrina “terrible”, ni siquiera vamos a comenzar a
comprender la profundidad de lo que Jesús hizo por nosotros
en la cruz. Su cuerpo estaba siendo destruido de la peor
manera posible, pero eso fue una picadura de pulga
comparado con lo que estaba sucediendo a Su alma. Cuando
gritó que Su Dios le había abandonado, estaba
experimentando el mismo infierno. Pero tengan en cuenta
que si nuestra deuda por el pecado es tan grande que jamás
se podrá pagar en el infierno, sino que el infierno se extiende
por toda la eternidad, entonces ¿qué podemos concluir del
hecho de que Jesús dijo que el pago fue “consumado” (Jn.
19:30) después de solo tres horas? Vemos que lo que Él
experimentó en la cruz fue mucho peor y más profundo que
todos nuestros merecidos infiernos juntos.

Y esto cobra un sentido emocional cuando consideramos la


relación que Jesús perdió. Si un conocido te denuncia y te
rechaza, eso duele. Si un buen amigo hace lo mismo, eso
duele mucho más. Sin embargo, si tu cónyuge te abandona,
eso es mucho más devastador aún. Cuanto más larga,
profunda e íntima la relación, más dolorosa es la separación.
Pero la relación del Hijo con el Padre era sin principio e
infinitamente superior a la relación humana más íntima y
apasionada. Cuando Jesús fue separado de Dios, entró en el
hoyo mas profundo y en el horno más poderoso, más allá de
todo lo imaginable. Él experimentó toda la ira del Padre, y lo
hizo voluntariamente, por nosotros.

Bastante a menudo me encuentro con gente que dice: “Yo


tengo una relación personal con un Dios de amor, y sin
embargo, yo no creo en Jesucristo en absoluto”. Les
pregunto “¿Por qué?”. Ellos responden, “Mi Dios es
demasiado amoroso como para derramar infinito sufrimiento
sobre alguien a causa del pecado”. Sin embargo, esto
demuestra un profundo desconocimiento de Dios y de la
cruz. En la cruz, Dios mismo, encarnado como Jesús, tomó
el castigo. No castigó a un tercer voluntario.
Entonces, la pregunta es: ¿qué le costo a tu clase de dios
amarnos y abrazarnos? ¿Qué tuvo que soportar para
recibirnos? ¿Dónde agonizó este dios, dónde clamó, y donde
quedaron sus clavos y espinas? La única respuesta es: “No
creo que eso fuera necesario”. Pero entonces, irónicamente,
en nuestro esfuerzo por hacer a Dios más amoroso, lo hemos
hecho mucho menos amoroso. Su amor, al final, no tenía que
tomar ninguna acción. Era sentimentalismo, no amor. La
adoración de un dios como este será impersonal, cognitiva y
ética en el mejor de los casos. No habrá ningún alegre
abandono de uno mismo, ninguna valentía humilde, ningún
sentido constante de maravilla. No podremos cantar con él
“amor tan grande y sin igual, demanda toda mi vida y mi
ser”. Solo a través de la cruz podría ser removida de nuestra
separación de Dios, y vamos a pasar toda la eternidad
amando y alabando a Dios por lo que ha hecho (Apocalipsis
5:9-14).

Y si Jesús no experimentó el mismo infierno por nosotros,


entonces nosotros mismos perdemos valor. En Isaías, se nos
dice: “Debido a la angustia de su alma, Él lo verá y quedará
satisfecho” (Is. 53:11). ¡Este es un pensamiento increíble!
Jesús sufrió infinitamente más que cualquier alma humana
en el infierno eterno, sin embargo, nos mira y dice: “Valió la
pena”. ¿Qué podría hacer que nos sintamos más amados y
valorados que eso? El Salvador presente en el evangelio se
abrió paso por el mismo infierno para no perdernos, y ningún
otro salvador nos ha amado a un costo tan alto.

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