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¿Por qué Dios se hizo hombre?

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POR SINCLAIR FERGUSON

Por qué Dios se hizo hombre, preguntaba Anselmo de Canterbury en su famosa obra con el título en latín Cur
Deus Homo ¿Cuál es la significación del hecho de que el Logos se hiciera carne (Juan 1:14)?

Ningún libro del Nuevo Testamento está más directamente interesado en la respuesta a la pregunta de Anselmo
que la carta a los Hebreos. Si bien este libro nos lleva al mundo relativamente desconocido del ritual y la
teología del Antiguo Testamento, un poco de paciente estudio a sus capítulos nos convencerá de que aquí
tenemos una de las más profundas revelaciones bíblicas de Cristo. Esto es así particularmente en lo que nos
enseña acerca de su humanidad.

¿Por qué Dios se hizo hombre? Entre las razones que nos da Hebreos están las siguientes:

CONQUISTA
La Conquista de Satanás requería una encarnación. Este podría parecernos un extraño punto de partida —hasta
que recordamos que la primera promesa de salvación de la Biblia (en Génesis 3:15) no se refiere al perdón del
pecado de Adán, sino a la derrota del enemigo de Adán, el Diablo. Así, en Hebreos, la salvación implica ser
librado de las garras de Satanás. Él tiene “el poder de la muerte” y sujeta a hombres y mujeres en “esclavitud”
por su “temor a la muerte” (2:14-15).

Nosotros necesitamos liberación lo mismo que perdón.

¿Cómo podemos ser liberados? Solo si se debilita la atadura de Satanás en nosotros. Esto solo puede lograrse si
alguien puede saldar el pago del pecado, el cual le da a la muerte su agarre y a Satanás su dominio. Para hacerlo,
es necesario pasar por la experiencia de la muerte —morir— pero en la muerte vencer a la muerte.

La persona que pudiera hacerlo tendría que cumplir tres requisitos:

Ser personalmente libre de la necesidad de morir por su propio pecado.


Ser capaz y estar dispuesto a morir a fin de enfrentar la muerte.
Estar en posesión del poder de recobrar su vida nuevamente.

Ningún hijo natural de Adán podría cumplir con estos requisitos; nosotros ya hemos ganado la recompensa que
el pecado paga inexorablemente al morir (Romanos 6:23).

Al mismo tiempo, sin embargo, nadie fuera de la raza humana está en capacidad de poseer estas calificaciones.
Esta es nuestra lamentable situación. Miremos entonces, con gozo, la brillante sabiduría divina en el evangelio:
“Él [Cristo] también compartió esa naturaleza humana para anular, mediante la muerte, al que tiene el dominio
de la muerte —es decir, al diablo—, y librar a todos los que por temor a la muerte estaban sometidos a
esclavitud durante toda la vida [como pago por el pecado]” (Hebreos 2:14-15 NVI). Al tomar nuestra naturaleza
humana, Jesús el Hijo de Dios vivió la vida, murió la muerte, y luego obtuvo la victoria en la resurrección que
hace de la libertad de la esclavitud de Satanás una realidad (ver Juan 8:36).

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Este artículo sobre Por qué Dios se hizo hombre fue adaptado de una porción del libro Solo en Cristo, publicado por Poiema Publicaciones.
EXPIACIÓN
La expiación era imposible sin encarnación. Hebreos explica por qué al Hijo de Dios “le era necesario ser
semejante a sus hermanos en todo”. Tenía que ser así “a fin de expiar los pecados del pueblo” (Hebreos 2:17,
NVI).

Nuestra salvación no solo requiere de la conquista de nuestro enemigo, Satanás, sino de la eliminación de una
enemistad aún más aterradora: la ira del santo Dios del cielo. “Purificación” y “expiación” son imprescindibles
para “los pecados del pueblo” (Hebreos 1:3; 2:17).

Lo anterior se le dejó en claro al pueblo de Dios en el Antiguo Testamento con la constante repetición de los
sacrificios rituales que se requería que ellos hicieran. De esta forma, ellos aprendieron que merecían la muerte
por causa de sus pecados; pero también se les enseñó que por gracia Dios mismo proveyó un sacrificio para que
tomara su lugar.

No obstante, incluso un creyente del Antiguo Testamento podía ver que el sacrificio de animales por sí mismo
no podía hacer una expiación adecuada (Hebreos 10:11). De lo contrario, no habría sido necesario que se
repitieran. ¡La carne y la sangre de toros y machos cabríos no podían expiar los pecados de la carne y la sangre
humanas! (Hebreos 10:4). Solo la carne y la sangre humanas podían ser un sacrificio y substituto apropiados.
Por eso, el autor de Hebreos escribe:

Entrando [Cristo] en el mundo dice:

“Sacrificio y ofrenda no quisiste, más me diste un cuerpo. Holocaustos y expiaciones por el pecado no te
agradaron. Entonces dije: ‘He aquí, vengo, Dios, para hacer tu voluntad’, como en el rollo del libro está escrito
de mí”. —Hebreos 10:5–7

¡Jesús se ofreció a sí mismo como la expiación sustitutoria!

A veces los teólogos han hablado en términos confusos, como si la encarnación fuera en sí misma la expiación
(la “unificación” de Dios y el hombre en Cristo). Pero no lo es. Pero sin aquella no podría haber expiación. Él
tomó nuestra naturaleza para cargar con nuestro castigo. Solo así podemos estar en paz con Dios.

CONSUELO
En nuestra continua fragilidad nos consuela el conocimiento de la encarnación de Cristo. Él entró en nuestra
frágil constitución humana, siendo “semejante a sus hermanos en todo” (Hebreos 2:17). ¿“En todo” —aunque él
no cometió pecado (Hebreos 7:26)? ¡Sí! Recordemos: El no tener pecado no lo inmunizó contra los efectos del
pecado, ni durante su vida ni en la cruz.

De hecho, él probó nuestras tentaciones con una sensibilidad que ninguno de nosotros ha conocido precisamente
porque él las resistió. Cualquiera sea tu experiencia de la tentación o el sufrimiento, la de Cristo fue más
profunda porque su humanidad no tenía pecado.

Solo un Salvador sin pecado puede morir por nuestros pecados. No puede morir por nuestros pecados si debe
morir por los propios. Más aun, aquellos que han sido vencidos por el pecado a fin de cuentas no pueden
ayudarnos a ser vencedores. ¡Pero el Hijo de Dios encarnado y sin pecado puede hacerlo!

Gocémonos, pues, porque “tanto el que santifica como los que son santificados tienen un mismo origen, por lo
cual Jesús no se avergüenza de llamarlos hermanos” (Hebreos 2:11, NVI). ¡Gocémonos, también, por conocer
al “solo mediador entre Dios y los hombres, que es Jesucristo hombre” (1 Timoteo 2:5)!

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