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RAHAB

Bosquejo bíblico para predicar de Josué 2:8-24


«De cansancio muerto en mi búsqueda sin fruto, Con un corazón doliente
que el reposo anhela; Negras memorias mi alma sobrecogen, Y viejos
pecados cual fuego griego me bombardean; A tu Cruz me postro Señor,
yo culpable, Del infierno digno, y sin embargo… tuyo.»

Josué envió espías para que reconocieran la tierra, pero esto no sirvió en
absoluto de ayuda para la promesa de Dios. Su Palabra es cierta tanto si
la vemos como si no. Por fe andamos, no por vista.

Nadie puede justificar los dudosos tratos de Rahab con el rey de Jericó


(vv. 3-6); pero nadie es un ángel porque esté buscando la salvación.

El Dios de toda gracia sabe que es solo de las profundidades de las


tinieblas y de la culpa que nadie puede entrar a la luz de la vida. Que
arroje la piedra el que esté sin pecado de pretender lo que no es.
Sigámosla paso a paso hasta la vida sublime. Ella:

I. Oyó. «Hemos oído que Jehová hizo secar las aguas del Mar Rojo
delante de vosotros», etc. (v. 10). Las nuevas de la gran salvación de
Dios habían llegado a sus oídos. ¿Cómo creerán en Aquel de quien no
han oído? Contad sus maravillosas obras en medio del pueblo. La
apertura del Mar Rojo, y la apertura del camino nuevo y vivo por medio
de la sangre expiatoria de Cristo: estas cosas no fueron hechas en un
rincón.

II. Confesó. «Oyendo esto ha desmayado nuestro corazón» (v. 11). Las


noticias de lo que Dios había hecho por su propio pueblo quebrantó el
orgullo de que estaban poseídos e hizo que sus fatuos corazones se
fundieran dentro de ellos como cera. ¡Ah, que fuera así ahora! Ella hace
una confesión honrada de su total impotencia y desesperanza. No hay
intento alguno de justificación propia. Sin fuerza.

III. Creyó. «Sé que Jehová os ha dado esta tierra» (v. 9). El terror del
Señor había caído sobre todos los moradores de la tierra, pero solo
Rahab creyó. La suya fue una fe producida por el temor, pero una fe así
salvará tan bien como la fe que obra por medio del amor. El temor de
Jehová es el principio de la sabiduría. Así, conociendo el terror del
Señor persuadimos a los hombres.

IV. Oró. «Os ruego, pues, ahora, que me juréis por Jehová», etc. (v.12).
Habiendo creído ruega ahora que se le conceda un lugar en esta gran
liberación que Jehová estaba llevando a cabo por su pueblo. Era una
gran petición por parte de una ramera bajo sentencia, pero su fe la hizo
osada. «Por la fe», dice el apóstol, «Rahab la ramera no
pereció» (Hebreos 11:31).

Su petición no fue solo para ella misma, sino también por «la casa de mi
padre», e incluso esto no fue todo. Ella rogó pidiendo una prenda
aseguradora de que su ruego le sería concedido, porque añadió: «de lo
cual me daréis señal segura».

Hay una deliciosa sencillez en esta pecadora pero anhelante buscadora.


Y cada creyente puede tener una señal segura (He. 6:18). El Espíritu da
testimonio con nuestro espíritu. Él es la SEÑAL SEGURA.

V. Recibió. «Ellos le respondieron: Nuestra vida responderá por la


vuestra, nosotros haremos contigo misericordia y verdad» (v. 14). Ella ha
recibido ahora la promesa. Si ella reposó en la promesa de los hombres,
desde luego mayor es la promesa de Dios.

La fe se ase de la Palabra de Dios. Si no creyeron en Moisés y en los


profetas, tampoco se persuadirán aunque uno se levante de entre los
muertos. «El que no cree a Dios le ha hecho mentiroso».

VI. Obró. «Ella los hizo descender con una cuerda por la


ventana» (v.15). El apóstol Santiago emplea este acto para demostrar
que fue justificada por sus obras (Stg. 2:15).

Sus obras justificaron la fe de ella a la vista de los hombres con las que
estaba tratando, y también la justificaron con toda nobleza y
perfectamente. Muéstrame tu fe sin obras (imposible), y yo te mostraré
mi fe por mis obras.

La fe sin las obras que den evidencia de vida es fe muerta en sí


misma. Somos justificados ante Dios son obras, solamente por la fe;
pero la fe en Dios quedará justificada delante de los hombres mediante
obras de amor y de bondad. Fe que obra por medio del amor.

VII. Obedeció. Los hombres le dijeron: «Atarás este cordón de grana a


la ventana por la cual nos descolgaste; y reunirás en tu casa a tu padre y
a tu madre», etc. Y ella les dijo: «Sea así como habéis dicho... y ella ató
el cordón de grana a la ventana» (vv. 18-21).

El marino cree en el viento, y por ello extiende sus velas. Rahab honró a
su padre y a su madre al buscar anhelantemente la salvación de ellos así
como la suya propia. Ponlo todo en regla en la casa de tu corazón, y
refúgiate bajo el cordón de grana de la preciosa sangre de Cristo que
siempre habla en nuestro favor.

Es horrendo contar como inmunda la sangre del pacto (He. 10:39). El


cordón de grana era para Rahab la señal del pacto, por lo que lo ató a la
ventana en el acto.

VIII. Triunfó. «Josué salvó la vida a Rahab la ramera, y a la casa de su


padre, y a todo lo que ella tenía; y habitó ella entre los israelitas hasta
hoy» (Jos. 6:25). Ella recibió mucho más allá de lo que había pedido o
pensado, porque después se convirtió en mujer de un príncipe de Israel y
madre de Booz, que tomó como esposa a la gentil Rut. Así entró en la
honrosa y gloriosa línea genealógica de nuestro Señor (Mt.1:5).

Todos los que creen se convierten en hijos e hijas de Dios, son


introducidos a su familia, y hechos partícipes de la naturaleza
divina. Rahab, por su fe, fue salvada y santificada.
Dios, ¿Por qué me está sucediendo esto?

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