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Desarrollo de la Industria Azucarera

Diseño: J. Arvelo Dibujo: A. Verdejas, Betsy Arvelo

Se establece que en el 1527 en la Española funcionaban 18 ingenios y 2


trapiches, encontrándose otros 12 en construcción. Para 1545 Gonzalo
Fernández de Oviedo brinda la cifra, más factible, de 20 ingenios y cuatro
trapiches en producción. Gran parte de los ingenios pertenecían a funcionarios
coloniales o a sus hijos, ya que Carlos I había dictado leyes protectoras
estableciendo que estas unidades productivas eran bienes no embargables por
deudos o hipotecas, y que su traspaso a descendientes se efectuara siguiendo
la tradición española del mayorazgo (heredada solo por el hijo mayor barón).
Desde finales de la década de 1520, varias poblaciones fundadas por Ovando
habían sido abandonadas. Los vecinos de las villas de Santiago, La Vega, San
Juan de la Maguana e Higuey, apenas llegaban a las 20 o 30 familias. Tal fue
la salida de la Española, medida que no ayudo mucho a detener a los que no
poseían intereses considerables en la isla. Solo Santo Domingo por su posición
administrativa y comercial continuó un crecimiento estable como ciudad
principal. Más adelante la Corona trataría de repoblar algunas zonas enviando
grupos de familias labriegas españolas, especialmente gallegas y canarias que
se asentaron en villas como Monte Cristi y Bayajá.
La mayoría de los ingenios y trapiches operaron entre Santo
Domingo y Azua de Compostela, ubicados aquí por la proximidad al puerto de
embarque y como medida de seguridad ante posible ataques de piratas o de
negros e indios alzados llamados “cimarrones”.
Las grandes plantaciones incluían tierras dedicadas al cultivo de la caña,
alrededor de un acre por cada tonelada de azúcar producida; diversas ardas
eran destinadas al pastoreo y al cultivo de tubérculos para la alimentación de
esclavos, capataces y señores. Otras zonas de terreno se utilizaban en el corte
y recogida de leña para combustible. También se encontraba la estancia o casa
principal, regularmente una pequeña iglesia, así como las viviendas de
empleados y los barrancones de esclavos. En sus predios se organizaban
mercados donde los vecinos y comerciantes de Santo Domingo acudían con
diversos productos, al igual que pequeños agricultores que vendían sus
excedentes a los grandes ingenios. Poco a poco la población de la isla se fue
concentrando alrededor de las zonas de ingenios para vivir del negocio
indirecto con los mismos. 
El molino en sí podía ser de dos maneras: los de trapiches, impulsados por
tracción animal y de rendimiento limitado, o los de ingenios, impulsados por
energía hidráulica, utilizando molinos de agua o canales de ríos, y que
proporcionaban una mayor producción. El establecimiento de un gran ingenio
requería de una inversión original de alrededor de 10,000 castellanos o pesos
de la época, que se gastaba en esclavos, capataces, técnicos experimentados,
y en las maquinarias, que aunque podían introducirse libres de impuestos, eran
importadas mayormente de Holanda e Italia, lo que aumentaba su costos.
El cultivo de la caña era realizado por mano de obra esclava y arados de reja
movidos por bueyes. La caña cortada era transportada en carretas hasta el
molino. Su jugo era entonces hervido en calderas a un calor determinado hasta
obtener el punto de meladura o melaza que se trasladaba a otros recipientes o
piscinas para un primer enfriamiento. Esta melaza era luego introducida en
hormas o recipientes de barro y reubicadas en la llamada casa de purgas para
ser sometida a un proceso de cristalización, logrado a base de cambios
bruscos de temperatura. Tras cristalizarse el dulce, se quebraban las hormas
transfiriendo los bloques o pan de azúcar a cajas de madera, donde se
transportaba en carretas hasta el puerto de embarque, con destino a Europa. 
Para la realización de todo este proceso, la cantidad de esclavos necesarios
oscilaba entre los 60 y 400 esclavos dependiendo de las dimensiones del
ingenio. Estos eran supervisados por capataces españoles o negros de
confianza. La dirección técnica de la elaboración del dulce era llevada a cabo
por maestros del azúcar, traídos especialmente desde las Islas Canarias o
Portugal.
Aunque con considerable margen de riesgo y altos costos, el negocio
azucarero dejaba buenas ganancias, vendiéndole la arroba a dos ducados en
Sevilla y llegando a producir los ingenios grandes algunas 10,000 arrobas (125
toneladas) anuales. 
De esta manera, en la isla se sembraron grandes extensiones de una planta
nueva en su suelo, dentro de un esquema diferente de cultivo y producción.
Desde la llegada de los conquistadores, la ecología local había empezado a
cambiar drásticamente con la introducción de nuevas especies y plantas que
aseguraron el desplazamiento y la destrucción de muchas de las originales,
situación que se agravo tras la tala de grandes extensiones de bosques que
fueron dedicados a una intensiva agricultura de monocultivo a la Europea,
efectuada con arados, lo que provoco que la superficie del terreno se erosione
con las lluvias mucho más rápido que en el sistema de montículos y conucos
anteriores. Con los años, muchos ríos, lagunas y otros estuarios naturales
desaparecieron invadidos por la abundancia de sedimentos. En la perdida
paulatina de la densa cubierta de arboles del suroeste de la isla, en esta zona
el clima también se fue alterando, provocando poco a poco la diminución de las
lluvias y, eventualmente, el aumento del calor. 
Asimismo, la producción de ganado vacuno y porcino había alcanzado cifras
tan altas que desde Santo Domingo se exportaba ganado vivo para cría y
alimentación en las demás colonias. También el comercio de cueros de vaca
fue aumentando interrumpiblemente hasta convertirse en otro renglón muy
importante de la economía. El ganado invadió los campos y villas
abandonados, agotando muchas especies de hierbas nativas y despojando la
tierra de parte de la cubierta vegetal que ayudaba a detener la erosión. Muchos
hatos contaban con buen numero de cabezas de ganado, pero la mayor
cantidad de vacas y cerdos crecieron salvajes o cimarrones, siendo atacados
por grandes jaurías de perros también salvajes que rondaban los campos. 
Cabe señalar la disociación metal al respecto por parte de los colonistas de la
época que, “con el obvio y espectacular fenómeno biogeográfico que estaba
sucediendo bajos sus narices”,4 muchos sencillamente no lo asimilaron.
Fernández de Oviedo y Joseph de Acosta nos brindan descripciones
maravillosas de la flora y fauna americana, pero poco nos refieren acerca de la
desaparición de algunas especies. Con la eliminación de gran parte de su
población nativa, la introducción de cantidades de seres humanos, plantas y
mamíferos extranjeros, el viejo mundo cambio las características biológicas y
ecológicas de las Antillas para siempre.
 

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