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Contestaciones:
Esta liberalización junto a factores como el éxito de la Revolución Francesa (1789) que
influenció la rebelión esclava haitiana (porque no se extendió a la colonia la abolición de
la esclavitud decretada en la metropoli) trajo un aumento en la producción azucarera de
P.R. Esto porque el incremento de mano de obra aumentó nuestra capacidad productiva y
coadyuvado al aumento de la demanda en Europa, consecuente a la destrucción de las
plantaciones haitianas durante las revueltas, le abrió mercado al azúcar isleño.
De nuestra producción durante este s.18 tenemos que la caña de azúcar a pesar de
cultivarse comúnmente no era la cosecha principal de agricultores dado el uso intensivo
de esclavos que requería y los altos costos de procesarla. Los productos que sobresalían
eran aquellos de fácil cultivo y gran demanda por los contrabandistas como achiote, añil,
algodón, jenjibre, tabaco y la cría de ganado, el interés de lucro rápido era evidente. Por
contrabando se obtenía vinos, aceites, aguardiente, harinas, telas, armas, alhajas,
quincallería y vestidos. Cultivos como el arroz, el maíz, la yuca, el plátano y las
habichuelas eran la base de la alimentación diaria general, éstos se complentaban con la
miel, la leche de vaca, el café, los jueyes y el pescado que se conseguían fácilmente. Para
España se exportaba desde la isla azúcar, jenjibre, café, malagueta, cueros, algodón en
bruto e hilado, guayacán, naranjas y otros frutos, de la metropoli recibíamos vinos,
aceites y granos. Otros productos, como las especias, que crecían silvestres en la isla no
se les daba mayor importancia económica.
En otro intento por estimular la economía local se establece la factoría del tabaco (1785),
que buscaba estimular la producción de éste y evitar fraudes en su comercio. La empresa
tuvo gran éxito a manos del irlandés don Jaime O'Daly.
En la última mitad del s.18 es importante destacar la aparición de la planta del café en
nuestra isla. Esta fue introducida por don Felipe Ramírez de Estenós en 1735. Para
cuando éste ocupó la gobernación de P.R en 1753, el auge comercial del grano era
evidente y desde éste momento su producción estaría compitiendo con la del azúcar,
llegando a ser la principal cosecha de la isla, por ser muy apreciado y solicitado en
Europa, hasta que nos sucede el cambio de amo colonial.
Durante el s.18 sucede un desplazamiento del corso español por el corso puertorriqueño.
Esta actividad que continuaba siendo muy provechosa y principal fuente de ingresos para
la colonia se comenzó a realizar por los nativos, distinguiéndose por su éxito económico
el mulato Miguel Henríquez. El marco de acción de estos corsarios o guardacostas isleños
se extendía a menudo más allá de los límites marítimos legales a veces con pleno
consentimiento de gobernantes inescrupulosos (como Matías de Abadía). Mientras más
permisivo fuera el gobernante con los corsarios, mayores beneficios recibían los colonos.
El contrabando, en contra de todos los esfuerzos Reales, persistiría complementario a esta
actividad en su función de suplidor colonial. Esto a pesar de que al contumaz asedio
corsario no escapaban muchos barcos, independientemente que tuvieran fines ilícitos o
no. Los barcos británicos recibieron lo peor de este azote corsario. Además como
constante benefactor de nuestra aún débil aunque mejorada economía persitía el dinero
del situado, que, cuando no era interceptado por piratas, era de gran alivio para la
hacienda puertorriqueña. Estos tres elementos fueron la base principal de la subsistencia
colonial durante la mayor parte del s.18.
La conocida escasez de mano de obra en la isla no se lograba aliviar con los sistemas de
trata negrera que se practicaron durante la mayoría del s.18. Y el contrabando continuará
siendo la fuente principal de abastecimiento de negros a través de casi todo el siglo.
Algunos colonos fomentaron las uniones consensuales entre esclavos en un intento de
aumentar esta población, pero tan lento proceso era predeciblemente infructoso. Será sólo
cuando España, en las postrimerías del siglo, liberaliza por completo las restricciones
inmigratorias de obreros católicos y de comercio esclavista que pesaban sobre sus
colonias, que habrá un aumento poblacional acelerado y vigoroso. Con esto aumentará no
sólo la población africana sino además la de blancos en buscas de oportunidades,
convirtiéndose este elemento extranjero caucásico en un beneficioso catalítico de nuestro
desarrollo agrícola. Parte de esta inmigración blanca será el resultado de colonos huyendo
de la devastación acaecida en Haití durante la rebelión esclava. Pero otra parte,
fundamentalmente española, simplemente vendrá atraída por las conseciones de tierras
que se estaban dando en la isla como parte de la reforma agraria.
A pesar de que los incentivos económicos más generosos se observan a partir y/o
alrededor de la década del 1780, desde mediados del s.18 se comienza a notar una
mejoría en las condiciones económicas. Comenzando un aumento poblacional que
permitió, tan temprano como en el 1759, la organización de 18 pueblos y
establecimientos rurales adicionales a los 4 centros urbanos predominantes hasta la fecha.
Con la exploción demográfica del último tercio de siglo propendida por: la reforma
agraria, la mejoría económica, la liberalización inmigrante, comercial y negrera, y un
consecuente aumento en producción; al cerrar el s.18 la isla contaba con 34 pueblos y
unos 163,000 habitantes (1802). Finalmente P.R. adquiría el perfil de un pueblo en
desarrollo dejando atrás la identidad de bastión militar empobrecido y despoblado.
Ahora bien, aunque la meta administrativa era aglutinar las comunidades en centros
urbanos, la población puertorriqueña era fundamental y eminentemente rural. El
campesino de P.R., referido por el patronímico de "jíbaro" desde el s.18, llevaba una vida
muy sencilla y con pocas ambiciones materiales. Sus viviendas seguían el modelo usado
por los indígenas que respondían a la realidad tropical (calor y lluvias), el piso de tabla
estaba sostenido a una distancia prudente del suelo por vigas de madera, el bohío se
dividía en dos habitaciones (una sala y un dormitorio para toda la familia), y preferían
dormir en hamacas; que resultaban cómodas y más inaccesibles para las sabandijas. Los
cubierto y utensilios de cocina se hacían de higüera. El vestido del hombre se limitaba a
cubrir su desnudez con ropa de lienzo y tanto éstos como las mujeres andaban descalzos.
Sus entretenimientos favoritos eran el juego, el baile y las peleas de gallo. El alcohol
nunca faltaba. Su concepto de propiedad recuerda al indígena en el sentido que lo propio
se ponía a disposición ajena con la mayor liberalidad, esto los hacía increíblemente
hospitalarios con el extraño. El compadrazgo era un vínculo muy respetado entre los
jíbaros y en ocasiones se anteponía a los lazos de sangre. Eran buenos jinetes, buenos
marinos y diestros pescadores de mar y de ríos, pero la caza no les interesaba. A pesar de
su aire pausado y reservado eran muy arrojados e intrépidos en las acciones militares,
demostrándo gran valor en todo tipo de hazañas que les pudiesen traer prestigio. En
general preferían la vida sedentaria y tranquila. La jíbara se consideraba incansable,
exelente jinete y físicamente voluptuosas. Preferían unirse a penisulares por darles mayor
estatus social y seguridad económica. Se casaban jóvenes y gustaban vestir con ropas
limpias, eran exelentes amas de casa y madres abnegadas.
Este era el poblador de la ruralía isleña. Biológicamente era el producto del mestizaje
comenzado primeramente con las indígenas y continuado con las africanas. Y
culturalmente era el resultado de la fusión hispánico-indígena, siendo posteriomente
integrado elementos culturales africanos. De los nativos tenían el conocimiento de su
medio natural y como utilizarlo, y de los españoles el bagaje cultural oficialmente
establecido (religión, lengua, cultura, política). La cultura metropolitana desarticula las de
los pueblos sometidos e impone su estándar adquiriendo elementos foráneos en la
cotidianeidad con sus vasallos. El mestizaje se llevó a cabo en las colonias hispanas
espontáneamente dada la disposición sicológica de éstos a la mezcla, ya que éllos mismos
habían sido parte de un mestizaje centenario en la propia España. En este proceso de
integración la mujer juega un papel esencial. En primer término la mujer indígena se
tomará como esposa legalmente dada su condición de vasalla de la Corona. Estas uniones
fueron promovidas para facilitar la aculturación de los sometidos, establecer relaciones de
parentescos con figuras principales de la élite social nativa y por la escasez (sino total
ausencia) de mujeres blancas españolas. La mujer africana se introdujo buscando
aumentar la fuerza laboral naturalmente y promover la sumisión de los esclavos varones.
Ante la escasez de mujeres indígenas y españolas ésta fue tomada por el blanco para
saciarse sexualmente con la seguridad de que los resultados no acarrearían niguna
responsabilidad social. A todo esto la mujer blanca española siempre representó el ideal
cristiano moralizante a seguir en América. En fin la mulatización fue un proceso
generalizado en P.R. que definió la posterior composición racial del criollo.
La administración de la isla estaba regida por el estado oficial impuesto por la metropoli.
Aunque, algunas instituciones se adaptaron a la realidad americana transformándose casi
irreconocibles del organismo original. Todos los puestos administrativos respondían a
unas exigencias mínimas que en ocasiones fueron selectivamente pasadas por alto. La
autoridad máxima la ostentaba el gobernador, que a su vez era capitán general de la
colonia. Era pues la máxima autoridad política y militar. Todos los gobernadores de P.R.,
a partir de la suspensión del gobierno de los jueces letrados, fueron militares. Otras
funciones relativas al cargo eran las de superintendente de Real Hacienda, vice-patrono
real, juez superior de todos los tribunales del país y presidente nato de los cabildos de San
Juan y San Germán. Gozaban de autonomía legislativa sujetos a la confirmación real.
Entendía en todas las causas civiles y veía sus apelaciones (auxiliado por un asesor legal).
Era responsable de conseguir fondos para la erección de iglesias y su mantenimiento. Y
estaba a encargado de la defensa y seguridad del territorio bajo su jurisdicción.
Los alcaldes ordinarios administraban justicia ordinaria dentro de los límites de sus
jurisdicción. Eran jueces de primera instancia en causas civiles y criminales que no
correspondieran a fueros especiales. A éstos no se les exigía conocimientos jurídicos
aunque se recomendaba tuviesen un asesor legal para las causas en que entendieran. Sus
decisiones no siempre estaban libres de parcialidad, llegando a utilizar su puesto para
perseguir enemigos. Sus decisiones eran apelables al Cabildo, al gobernador o a la
Audiencia de Sto. Domingo. Las partes en los pelitos debían remunerar su trabajo de
acuerdo a un arancel establecido. Gobernaban su jurisdicción junto a los regidores y eran
electos por los Cabildos. Existía el alcalde de primer y segundo voto, este último era el
que le seguía al vencedor en el conteo de votos y básicamente sustituía al primero en su
ausencia.
La figura del teniente a guerra surge a finales del siglo 17 y eran representantes
personales de los gobernadores en los pueblos. Eran dirigentes de las Milicias Urbanas,
así como jueces pedáneos y además eran responsables del servicio de correo. Estos los
nombraba el gobernador directamente y se llegaron a ser extensivos a todos los pueblos.
Su período de incumbencia era de dos años. Las Milicias Urbanas, que eventualmente
dirigirían, estaban encargadas de vigilar las cárceles y las costas para evitar el
contrabando así como las deserciones de esclavos. Tenían que mantener los caminos
limpios, llevar órdenes y pliegos de un pueblo a otro y conducir presos a la capital. El
teniente a guerra era responsable de la recaudación de tributos sobre la tierra, de los
tributos correspondientes a la iglesia y de repartir entre los vecinos la prorrata para la
fabricación y mantenimiento de iglesias, cuarteles y cárceles públicas (todo esto se
prestaba para fraudes). Enjuiciaban a sus enlistados independientemente de la justicia
ordinaria y entendían en demandas civiles de sumas bajas, además de aplicar penas
correctivas en casos de crímenes menores. Tenían que rendir un informe al capitán
general sobre los sucesos importantes sucedidos dentro de su jurisdicción.
El mariscal señaló que el comercio de la isla con España era insignificante, con
exportaciones por la vía legal que no sobrepasaban los 10,000 pesos anuales. El
contrabando, por su parte, resultaba perjudicial para la penísula por la pérdida de
producción, moneda y ganacias en arbitrios; sin embargo este tráfico fomentaba la
producción colonial. Argumentaba que el comerciante español tenía que vender más caro
porque pagaba mayores impuestos y decía que conducir los productos del interior de la
isla a la capital, que tenía el único puerto autorizado, resultaba muy oneroso por lo
accidentado de los camino y la falta de puentes, esto encarecía los productos. Los vecinos
preferían vender o intercambiar su cosecha a menos de su valor al primero que apareciese
en la costa. La transportación por mar de estos productos a la capital era imposible por
estarle prohibido a los vecinos tener embarcaciones que pudieran utilizar en el
contrabando.