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Camilo Torres

1. Explico la situación económica, social, el sistema político y el desarrollo poblacional


de Puerto Rico en el siglo 18.

2. Explico la situación militar de P.R. en el siglo 18 y qué recomendaciones hizo O’Reilly


tanto en el aspecto militar como económico para la isla.

Contestaciones:

1. El siglo 18 (en adelante referido como s.18) encontrará a P.R. estancado en su


reconocida pobreza durante su primera mitad para luego verse un auge progresivo en los
renglones del desarrollo económico, poblacional y urbanista. Todo esto dentro de la
suceptibilidad que tradicionalmente padecía la isla a los vaivenes políticos de la Corona y
sus conflictos en Europa. Muy en particular se verá reflejada en la isla la histórica y
renovada rivalidad anglo-española, así como el ascenso de la dinastía Borbona francesa a
la Corona española comprometiendo a los hispanos y sus recursos en un tratado de mutua
ayuda. Esta alianza arrastrará a España en más de una ocasión a conflictos no deseados,
en circunstancias a veces en que podía ofrecer poca ayuda y con resultados a menudo
perjudiciales para sí (como la pérdida de Gibraltar). La Guerra de Sucesión Española será
el primer conflicto generado por el advenimiento Borbón al trono Español, esto porque
Inglaterra recurre a las armas para evitar la consolidación de la corona Francesa y
Española que resultaría en obvio detrimento de un balance equitativo de poder entre
europeos.

La nueva situación política española bajo la casa de los Borbones afectará


indudablemente sus pertenencias de ultramar en muchos aspectos incluyendo el
económico. Así se evidencia con el tercer sistema esclavista que se aplica como intento
de suplir las colonias con mano de obra negra, el régimen de compañías en la trata
negrera. Los franceses, a principios del s.18 (1702), se verían favorecidos por la
concesión privilegiada del comercio negrero en la América hispana. Privilegio
interrumpido por el asiento monopolístico negrero otorgado a Inglaterra consecuencia del
Tratado de Utrech (1713) realizado por las conversaciones de paz posteriores al fin de la
Guerra de Sucesión. Esta concesión, sin precedentes por su liberalidad en los términos,
duración de treinta años y la enorme cantidad de negros pactados a introducirse
(144,000), no fue honrada por los Ingleses que fueron sumamente irregulares e
ineficientes en introducir la mercancía humana. Esto redundó en la consabida escasez de
mano de obra que afectara históricamente a P.R. Luego de numeroso inconvenientes para
España, Inglaterra renunciará a su privilegio monopolista en 1750 al ofrecérsele una
compensación monetaria.

Los intentos de suplir esclavos a la isla, a través de compañías mercantiles españolas


posteriores al fracaso Inglés, tuvieron los mismos resultados ya que la pobreza de P.R. la
obligaban a recurrir al contrabando. Comercio que también resultaba más beneficioso
para las compañías autorizada legalmente ya que en esta manera evitaban los impuestos
elevados que la Corona exigía por el negocio esclavista. En vista de la persistente escasez
de negros y el incontrolable contrabando de éstos, S.M. Carlos III comienza
paulatinamente a reducir las exigencias tributarias sobre aquéllos y a ofrecer incentivos
sobre el comercio de éstos para promover su entrada e inhibir su contrabando. En este
interés elimina el uso del carimbo, se reducen tanto los aranceles de importación, como el
precio por negro y los impuestos aduaneros, todo durante la primera mitad de la década
del 1780. Por esta época también se permitió suplirse libremente de negros de las islas
francesas; y a finales de la década y ante la inminencia de que Inglaterra abandonara la
trata por completo se ofrece una prima de 4 pesos a los nacionales que importaran negros
de calidad en barcos españoles. Estas iniciativas culminan en 1791 con la total (aunque
algo tardía) eliminación de las restricciones que gravaban el comercio negrero, esta
libertad era extensiva a nacionales como a extranjeros aunque a éstos últimos se les
prohibía permanecer en los puertos más de 24 horas. Indudablemente este nuevo
acercamiento a la trata favoreció un incremento marcado en la adquisición de mano de
obra esclava en P.R. con evidentes beneficios económicos.

Esta liberalización junto a factores como el éxito de la Revolución Francesa (1789) que
influenció la rebelión esclava haitiana (porque no se extendió a la colonia la abolición de
la esclavitud decretada en la metropoli) trajo un aumento en la producción azucarera de
P.R. Esto porque el incremento de mano de obra aumentó nuestra capacidad productiva y
coadyuvado al aumento de la demanda en Europa, consecuente a la destrucción de las
plantaciones haitianas durante las revueltas, le abrió mercado al azúcar isleño.

De todas formas la utilización de las tierras productivas de la isla no era la mejor, el


interés de maximizar la producción agrícola en beneficio de nuestra economía propulsó
una reforma agraria a mediados de siglo que perjudicó a los ganaderos isleños. Dada la
falta de mano de obra el ganado presentaba una de las opciones más cómodas para
muchos por requerir poca atención. Pero la falta de barreras físicas apropiadas
degeneraba en que el ganado pastara realengo destruyendo a menudo las cosechas que no
estuviesen fuertemente cercadas. Los agricultores incurrían en gastos de cercado que
encarecía los cultivos. Entonces a mediados del s.18 el gobernador Felipe Ramírez de
Estenós ordenó la demolición de los hatos ganaderos cercanos a la capital para dar paso a
la siembra de tabaco, algodón, jenjibre, café y otros productos agrícolas, ya que se había
permitido a la Real Compañía Barcelona de Cataluña comerciar con P.R. y convenía el
cultivo de los productos que estaban en demanda por la compañía. Los ganaderos que
rehusaran trasladarse deberían cercar sus hatos fuertemente o estos les serían demolidos
para bienestar público. Además existía un problema craso en la delimitación y posesión
de títulos de propiedad. Invasiones, huracanes, incendios y sabandijas habían destruído
sustancialmente los archivos que evidenciaban posesión. Así existían una gran cantidad
de hatos realengos, sin ninguna titularidad legal. La solución fue una especie de borrón y
cuenta nueva ya que toda persona que no pudiese acreditar eficazmente título de
propiedad perdería todo terreno que tuviese bajo su dominio. Los motines y protestas no
se hicieron esperar aunque la orden persistió. Se procedió a la repartición de tierras
realengas entre desacomodados. Estos debían cosechar las tierras so pena de embargo de
las mismas. Luego (1759) se reconoció el derecho a las tierras a quienes las habían
cultivado efectivamente y más tarde (1776) se procedió a otorgarles títulos de propiedad
sobre los terrrenos que podían atender eficazmente. Estas disposiciones se extendieron a
todo el partido de San Juan obligando a los hatos a mantener su ganado bajo control y a
los poseedores de tierras a cultivarlas. La reforma resultó en estímulo beneficioso que
rindió frutos palpables casi finalizando el siglo al observarse un elevado aumento en las
tierras cultivadas y un desarrollo estable de la producción ganadera tradicional (vacuno,
porcino, bovino, cabrío, yeguadas y becerradas). Como incentivo adicional a la
agricultura se liberalizó el comercio negrero con las islas francesas y se establece un
impuesto anual menor por los esclavos de tala que los usados en tareas domésticas.
Además a finales del s.18 se comenzó a autorizar la participación de extranjeos en estos
repartimientos de tierras, relajando el exclusivismo en favor del progreso económico de
la colonia. La isla se convertía poco a poco en fuente productiva de materia prima y
adquiría mayor autosuficiencia económica.

De nuestra producción durante este s.18 tenemos que la caña de azúcar a pesar de
cultivarse comúnmente no era la cosecha principal de agricultores dado el uso intensivo
de esclavos que requería y los altos costos de procesarla. Los productos que sobresalían
eran aquellos de fácil cultivo y gran demanda por los contrabandistas como achiote, añil,
algodón, jenjibre, tabaco y la cría de ganado, el interés de lucro rápido era evidente. Por
contrabando se obtenía vinos, aceites, aguardiente, harinas, telas, armas, alhajas,
quincallería y vestidos. Cultivos como el arroz, el maíz, la yuca, el plátano y las
habichuelas eran la base de la alimentación diaria general, éstos se complentaban con la
miel, la leche de vaca, el café, los jueyes y el pescado que se conseguían fácilmente. Para
España se exportaba desde la isla azúcar, jenjibre, café, malagueta, cueros, algodón en
bruto e hilado, guayacán, naranjas y otros frutos, de la metropoli recibíamos vinos,
aceites y granos. Otros productos, como las especias, que crecían silvestres en la isla no
se les daba mayor importancia económica.

En otro intento por estimular la economía local se establece la factoría del tabaco (1785),
que buscaba estimular la producción de éste y evitar fraudes en su comercio. La empresa
tuvo gran éxito a manos del irlandés don Jaime O'Daly.

En la última mitad del s.18 es importante destacar la aparición de la planta del café en
nuestra isla. Esta fue introducida por don Felipe Ramírez de Estenós en 1735. Para
cuando éste ocupó la gobernación de P.R en 1753, el auge comercial del grano era
evidente y desde éste momento su producción estaría compitiendo con la del azúcar,
llegando a ser la principal cosecha de la isla, por ser muy apreciado y solicitado en
Europa, hasta que nos sucede el cambio de amo colonial.

Durante el s.18 sucede un desplazamiento del corso español por el corso puertorriqueño.
Esta actividad que continuaba siendo muy provechosa y principal fuente de ingresos para
la colonia se comenzó a realizar por los nativos, distinguiéndose por su éxito económico
el mulato Miguel Henríquez. El marco de acción de estos corsarios o guardacostas isleños
se extendía a menudo más allá de los límites marítimos legales a veces con pleno
consentimiento de gobernantes inescrupulosos (como Matías de Abadía). Mientras más
permisivo fuera el gobernante con los corsarios, mayores beneficios recibían los colonos.
El contrabando, en contra de todos los esfuerzos Reales, persistiría complementario a esta
actividad en su función de suplidor colonial. Esto a pesar de que al contumaz asedio
corsario no escapaban muchos barcos, independientemente que tuvieran fines ilícitos o
no. Los barcos británicos recibieron lo peor de este azote corsario. Además como
constante benefactor de nuestra aún débil aunque mejorada economía persitía el dinero
del situado, que, cuando no era interceptado por piratas, era de gran alivio para la
hacienda puertorriqueña. Estos tres elementos fueron la base principal de la subsistencia
colonial durante la mayor parte del s.18.

A pesar de persistir el contrabando como un "mal necesario" para la colonia, se logró


reducir este tráfico en menor medida. Así sucede con la legitimación del comercio con las
Trece Colonias inglesas rebeladas, que además de estimular los ingresos a la hacienda
Real estimuló la producción de la isla. También reduce el comercio ilícito la
liberalización paulatina del comercio legítimo permitido por España dándole acceso a
mercados legales a los productos nativos. En otra instancia se amenazó con pena de
muerte a quienes vendiesen ganado a colonos de islas extranjeras. E incluso se requirió a
la Iglesia que conscientizara a los colonos de que esta actividad constituía un pecado
perjudicial a la Corona. A pesar de todo el contrabando estaba lejos de erradicarse.

La población de la isla, tradicional y notoriamente escasa por la pobreza de la colonia,


comenzará a aumentar a partir de la segunda mitad del s.18 como consecuencia de las
políticas orientadas a mejorar la situación económica de P.R A la vez que sucede un auge
urbanista según mejora la situación.

La conocida escasez de mano de obra en la isla no se lograba aliviar con los sistemas de
trata negrera que se practicaron durante la mayoría del s.18. Y el contrabando continuará
siendo la fuente principal de abastecimiento de negros a través de casi todo el siglo.
Algunos colonos fomentaron las uniones consensuales entre esclavos en un intento de
aumentar esta población, pero tan lento proceso era predeciblemente infructoso. Será sólo
cuando España, en las postrimerías del siglo, liberaliza por completo las restricciones
inmigratorias de obreros católicos y de comercio esclavista que pesaban sobre sus
colonias, que habrá un aumento poblacional acelerado y vigoroso. Con esto aumentará no
sólo la población africana sino además la de blancos en buscas de oportunidades,
convirtiéndose este elemento extranjero caucásico en un beneficioso catalítico de nuestro
desarrollo agrícola. Parte de esta inmigración blanca será el resultado de colonos huyendo
de la devastación acaecida en Haití durante la rebelión esclava. Pero otra parte,
fundamentalmente española, simplemente vendrá atraída por las conseciones de tierras
que se estaban dando en la isla como parte de la reforma agraria.

A pesar de que los incentivos económicos más generosos se observan a partir y/o
alrededor de la década del 1780, desde mediados del s.18 se comienza a notar una
mejoría en las condiciones económicas. Comenzando un aumento poblacional que
permitió, tan temprano como en el 1759, la organización de 18 pueblos y
establecimientos rurales adicionales a los 4 centros urbanos predominantes hasta la fecha.
Con la exploción demográfica del último tercio de siglo propendida por: la reforma
agraria, la mejoría económica, la liberalización inmigrante, comercial y negrera, y un
consecuente aumento en producción; al cerrar el s.18 la isla contaba con 34 pueblos y
unos 163,000 habitantes (1802). Finalmente P.R. adquiría el perfil de un pueblo en
desarrollo dejando atrás la identidad de bastión militar empobrecido y despoblado.

Ahora bien, aunque la meta administrativa era aglutinar las comunidades en centros
urbanos, la población puertorriqueña era fundamental y eminentemente rural. El
campesino de P.R., referido por el patronímico de "jíbaro" desde el s.18, llevaba una vida
muy sencilla y con pocas ambiciones materiales. Sus viviendas seguían el modelo usado
por los indígenas que respondían a la realidad tropical (calor y lluvias), el piso de tabla
estaba sostenido a una distancia prudente del suelo por vigas de madera, el bohío se
dividía en dos habitaciones (una sala y un dormitorio para toda la familia), y preferían
dormir en hamacas; que resultaban cómodas y más inaccesibles para las sabandijas. Los
cubierto y utensilios de cocina se hacían de higüera. El vestido del hombre se limitaba a
cubrir su desnudez con ropa de lienzo y tanto éstos como las mujeres andaban descalzos.
Sus entretenimientos favoritos eran el juego, el baile y las peleas de gallo. El alcohol
nunca faltaba. Su concepto de propiedad recuerda al indígena en el sentido que lo propio
se ponía a disposición ajena con la mayor liberalidad, esto los hacía increíblemente
hospitalarios con el extraño. El compadrazgo era un vínculo muy respetado entre los
jíbaros y en ocasiones se anteponía a los lazos de sangre. Eran buenos jinetes, buenos
marinos y diestros pescadores de mar y de ríos, pero la caza no les interesaba. A pesar de
su aire pausado y reservado eran muy arrojados e intrépidos en las acciones militares,
demostrándo gran valor en todo tipo de hazañas que les pudiesen traer prestigio. En
general preferían la vida sedentaria y tranquila. La jíbara se consideraba incansable,
exelente jinete y físicamente voluptuosas. Preferían unirse a penisulares por darles mayor
estatus social y seguridad económica. Se casaban jóvenes y gustaban vestir con ropas
limpias, eran exelentes amas de casa y madres abnegadas.

Este era el poblador de la ruralía isleña. Biológicamente era el producto del mestizaje
comenzado primeramente con las indígenas y continuado con las africanas. Y
culturalmente era el resultado de la fusión hispánico-indígena, siendo posteriomente
integrado elementos culturales africanos. De los nativos tenían el conocimiento de su
medio natural y como utilizarlo, y de los españoles el bagaje cultural oficialmente
establecido (religión, lengua, cultura, política). La cultura metropolitana desarticula las de
los pueblos sometidos e impone su estándar adquiriendo elementos foráneos en la
cotidianeidad con sus vasallos. El mestizaje se llevó a cabo en las colonias hispanas
espontáneamente dada la disposición sicológica de éstos a la mezcla, ya que éllos mismos
habían sido parte de un mestizaje centenario en la propia España. En este proceso de
integración la mujer juega un papel esencial. En primer término la mujer indígena se
tomará como esposa legalmente dada su condición de vasalla de la Corona. Estas uniones
fueron promovidas para facilitar la aculturación de los sometidos, establecer relaciones de
parentescos con figuras principales de la élite social nativa y por la escasez (sino total
ausencia) de mujeres blancas españolas. La mujer africana se introdujo buscando
aumentar la fuerza laboral naturalmente y promover la sumisión de los esclavos varones.
Ante la escasez de mujeres indígenas y españolas ésta fue tomada por el blanco para
saciarse sexualmente con la seguridad de que los resultados no acarrearían niguna
responsabilidad social. A todo esto la mujer blanca española siempre representó el ideal
cristiano moralizante a seguir en América. En fin la mulatización fue un proceso
generalizado en P.R. que definió la posterior composición racial del criollo.

La clase dominante americana se había formado en América misma en base a su esfuerzo


y mérito personal, su hidalguía no procedía de título de nobleza alguno. Socialmente el
color blanco era el de mayor prestigio y éste imponía con sus actitudes un
distanciamiento insalvable que debían respetar tanto pardos como negros,
independientemente de que fueran o no esclavos. Este estatus de superioridad era
reforzado por la ley (Código Negro Carolino de 1784) que restringía los derechos de
negros y mulatos a la vez que les imponía deberes o roles a éstos, así los privilegios de la
clase blanca estaban garantizados por ley. A pesar de que en la vida diaria se mezclaban
todos, la distancia era real y el desprecio podía relucir espontáneamente. La vida de
mulatos y negros siempre sería a la sombra del blanco que generalmente vivía en las
casas y condiciones más cómodas. Los mulatos (resultado de unión entre blanco y negra)
constituían la mayor parte de la población pero a menudo vivían peor que los mismos
esclavos.

La administración de la isla estaba regida por el estado oficial impuesto por la metropoli.
Aunque, algunas instituciones se adaptaron a la realidad americana transformándose casi
irreconocibles del organismo original. Todos los puestos administrativos respondían a
unas exigencias mínimas que en ocasiones fueron selectivamente pasadas por alto. La
autoridad máxima la ostentaba el gobernador, que a su vez era capitán general de la
colonia. Era pues la máxima autoridad política y militar. Todos los gobernadores de P.R.,
a partir de la suspensión del gobierno de los jueces letrados, fueron militares. Otras
funciones relativas al cargo eran las de superintendente de Real Hacienda, vice-patrono
real, juez superior de todos los tribunales del país y presidente nato de los cabildos de San
Juan y San Germán. Gozaban de autonomía legislativa sujetos a la confirmación real.
Entendía en todas las causas civiles y veía sus apelaciones (auxiliado por un asesor legal).
Era responsable de conseguir fondos para la erección de iglesias y su mantenimiento. Y
estaba a encargado de la defensa y seguridad del territorio bajo su jurisdicción.

El Cabildo era el organismo o consejo encargado de reglamentar la vida de ciudades,


villas y demás lugares en su jurisdicción. Tenían poderes de índole política, legislativa,
económica, judicial y policial. La injerencia del gobernador en la organización y
funcionamiento de estos organismos era un deber. Los Cabildos contaban con cierta
cantidad de regidores de acuerdo a la importancia y densidad poblacional del partido a
que pertenecían. El puesto de regidor era vendible al mejor postor que cumpliera con los
requisitos mínimos. La ausencia de licitadores al puesto permeó los procesos hasta que
mejoró la condición económica de la isla. Dentro de estos consejos habían cuatro tipos de
puestos: los electivos, designados por elección anual del consejo; los nombrados, por el
consejo; los vendibles, al mejor postor; y los capitulares, nombrados por el gobernador.
Las elecciones consejiles se realizaban anualmente, pero el pueblo no ejercía votación
alguna en el proceso, sólo los alcaldes ordinarios y los regidores participaban de esta
votación. Las reeleciones inmediatas estaban prohibidas. El Concejo Municipal se reunía
periódicamente en Cabildo ordinario; cuando surgía una emergencia en Cabildo
extraordinario; y cuando se reunían con la asistencia de vecinos particulares conocedores
en materia de interés para la comunidad en Cabildo abierto. La naturaleza de estos
consejos no era democrática ya que para ejercer posiciones dentro de éstos se necesitaba
dinero e influencias. Su función general era la de velar por el bienestar del partido en
todos sus aspectos y necesidades.

Los alcaldes ordinarios administraban justicia ordinaria dentro de los límites de sus
jurisdicción. Eran jueces de primera instancia en causas civiles y criminales que no
correspondieran a fueros especiales. A éstos no se les exigía conocimientos jurídicos
aunque se recomendaba tuviesen un asesor legal para las causas en que entendieran. Sus
decisiones no siempre estaban libres de parcialidad, llegando a utilizar su puesto para
perseguir enemigos. Sus decisiones eran apelables al Cabildo, al gobernador o a la
Audiencia de Sto. Domingo. Las partes en los pelitos debían remunerar su trabajo de
acuerdo a un arancel establecido. Gobernaban su jurisdicción junto a los regidores y eran
electos por los Cabildos. Existía el alcalde de primer y segundo voto, este último era el
que le seguía al vencedor en el conteo de votos y básicamente sustituía al primero en su
ausencia.

Los regidores gobernaban la municipalidad junto a los alcaldes ordinarios, entendían


fundamentalmente en materia de abastos, pesos y medidas, fijando precios y evitando la
especulación usurera de comerciantes. Desempeñaban básicamente las tareas que le
encomendara el gobernador o el Consejo desde presenciar nombramientos, hasta dar
posesión de tierras, practicar visitas de sanidad y ordenar remates públicos.

La figura del teniente a guerra surge a finales del siglo 17 y eran representantes
personales de los gobernadores en los pueblos. Eran dirigentes de las Milicias Urbanas,
así como jueces pedáneos y además eran responsables del servicio de correo. Estos los
nombraba el gobernador directamente y se llegaron a ser extensivos a todos los pueblos.
Su período de incumbencia era de dos años. Las Milicias Urbanas, que eventualmente
dirigirían, estaban encargadas de vigilar las cárceles y las costas para evitar el
contrabando así como las deserciones de esclavos. Tenían que mantener los caminos
limpios, llevar órdenes y pliegos de un pueblo a otro y conducir presos a la capital. El
teniente a guerra era responsable de la recaudación de tributos sobre la tierra, de los
tributos correspondientes a la iglesia y de repartir entre los vecinos la prorrata para la
fabricación y mantenimiento de iglesias, cuarteles y cárceles públicas (todo esto se
prestaba para fraudes). Enjuiciaban a sus enlistados independientemente de la justicia
ordinaria y entendían en demandas civiles de sumas bajas, además de aplicar penas
correctivas en casos de crímenes menores. Tenían que rendir un informe al capitán
general sobre los sucesos importantes sucedidos dentro de su jurisdicción.

2. Carlos III en su interés de atajar el contrabando enviará a la isla al mariscal Alejandro


O'Reilly para conocer la realidad colonial. Este le envió a S.M. los hallazgos realizados
así como una serie de recomendaciones para mejorar la situación isleña. Ante la situación
militar encontrada señaló la necesidad de proveer a la isla de defensas apropiadas para el
futuro. Los soldados se habían acostumbrado a la indisciplina, vivían amancebados con
negras y mulatas preocupándose más por su vida familiar que por sus deberes. A esto se
sumaba la corrupción de los oficiales. Luego de oír las quejas de los militares impuso
penas procedió a reorganizar las fuerzas para proteger las costas de cualquier amenaza de
invasión y del comercio de contrabando. Además ordenó la instalación de 415 cañones
adicionales y el aprovisionamiento de 10,000 quintales de pólvora.

El mariscal señaló que el comercio de la isla con España era insignificante, con
exportaciones por la vía legal que no sobrepasaban los 10,000 pesos anuales. El
contrabando, por su parte, resultaba perjudicial para la penísula por la pérdida de
producción, moneda y ganacias en arbitrios; sin embargo este tráfico fomentaba la
producción colonial. Argumentaba que el comerciante español tenía que vender más caro
porque pagaba mayores impuestos y decía que conducir los productos del interior de la
isla a la capital, que tenía el único puerto autorizado, resultaba muy oneroso por lo
accidentado de los camino y la falta de puentes, esto encarecía los productos. Los vecinos
preferían vender o intercambiar su cosecha a menos de su valor al primero que apareciese
en la costa. La transportación por mar de estos productos a la capital era imposible por
estarle prohibido a los vecinos tener embarcaciones que pudieran utilizar en el
contrabando.

O'Reilly responsabilizaba el atraso de la isla a la falta de una política pública de


desarrollo progresivo, además de entender que por estar la isla habitada básicamente por
soldados, polizones y desertores, no se estimulaba la producción agrícola que a éstos
grupos desagradaba. La isla era escencialmente rural y no contaba con mercados para un
intercambio comercial doméstico. Pocas de las tierras repartidas habían sido desmontadas
y preparadas para la agricultura. Esta población rural vivía conectada al mundo a través
del contrabando que le proveía los artículos necesarios aunque a mayor precio y de menor
calidad. Al comparar la isla con el desarrollo logrado en las antillas menores, entendía
que se tenía que aprovechar mejor las tierras. Recomendaba que las tierras sin dueño se le
entregaran a labradores españoles a la vez que se estimulara oficialmente la inmigración
de gente con capital dispuestas a invertir en el negocio azucarero. El mariscal entendía
que debía dársele un súbito impulso a la industria del azúcar en la isla para que sirviera
de ejemplo a otras colonias españolas.

Se pueden resumir sus recomendaciones en tres puntos escenciales: canalización del


comercio hacia la legalidad; aumento de la producción isleña mediante ayuda oficial y el
estímulo de la inmigración selectiva; y fortalecimiento de las defensas de la isla.

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