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EL OBJETO TRANSFORMACIONAL

Sabemos que la considerable prematurez de la criatura humana al nacer la hace depender de


la madre para su supervivencia. La madre obra como un yo suplementario (Heimann, 1956} o
un ambiente facilitador (Wlnnicott, 1963): así mantiene la vida del bebé y, al mismo tiempo, le
trasmite, por el idioma de cuidado materno que le es propio, una estética de existir que se
convierte en un rasgo del self del infante. La manera en que lo ampara, en que responde a sus
gestos, selecciona objetos y percibe las necesidades internas del infante constituye su aporte a
la cultura infante-madre. En un discurso privado que sólo puede ser desarrollado por madre e
hijo, el lenguaje de esta relación es el idioma de gesto, mirada y expresión intersubjetiva.

En su estudio de la relación madre-hijo, Winnicott destaca lo que llamaríamos su constancia: la


madre provee una continuidad de existir, Ampara al infante en un ambiente por ella creado y
que promueve su crecimiento. No obstante, contra el fondo de esta constancia que les da
recíproco relieve, madre e hijo negocian de continuo una experiencia intersubjetiva que se
cohesiona en torno de los rituales de la necesidad psicosomática: amamantamiento, cambio
de pañales, consuelo, juego y sueño. Es innegable, creo, que en su condición de self «otro del
infante, la madre trasforma el ambiente exterior e interior del bebé. Edith Jacobson apunta
que

“cuando una madre pone al infante boca abajo. lo alza de la cuna, le cambia los pañales, lo
tiene en sus brazos o lo sienta en su regazo, lo hamaca, lo acaricia, lo besa, lo amamanta. le
sonríe, le habla y le canta,

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no Hólu le hrluda toda clmw ele grnllfh'udotws lll>hlhrn· les, sino que al mismo tiempo
estimula y prepara sus acciones de sentarse, ponerse de pie, gatear, caminar. hablar, y asf
sucesivamente, o sea, el desarrollo de una actividad funcional del yon (1965, pág. 37).

Winnicott (1963b) denomina madre 11ambienteua esta madre abarcadora. Es que, para el
niño. ella es el am- biente total. Por mi parte. agregaría que la madre es significante e
identlflcable menos como un objeto que como un proceso que es identificado con trasforma-
ciones acumulativas interiores y exteriores.

Me propongo definir como objeto trasformacional la experiencia subjetiva primera que el


infante hace del objeto. Y en este capítulo abordo la huella que ese vínculo temprano ha
dejado en la vida adulta. Un ob· jeto trasformacional es identificado vivencialmente por el
infante con procesos que alteran la experiencia de sí. Es una identificación que emerge de un
allegamien- to simbiótico, donde el objeto primero es 11sabidou co- mo una recurrente
experiencia de existir. y no tanto porque se lo haya llevado a una representación de ob- jeto:
un saber más bien existencial, por oposición a uno representativo. Mientras la madre concurre
a integrar el existir del infante (instintivo, cognitivo, afectivo, am- biental), son los ritmos de
este proceso -que va de la no integración a la integración, o de uno a otro de es- tos términos
en plural- los que plasman la naturale- za de esta relación de «Objeto.., en mayor medida que
las cualidades del objeto como tal.

Aún no individualizada plenamente como otra. la madre es experimentada como un proceso


de trasfor- mación, y este aspecto de la existencia temprana per- vive en ciertas formas de
búsqueda de objeto en la vi- da adulta, en que este es requerido por su función de significante
de trasformación. En tales casos, en la vi- da adulta, lo que se ansía no es poseer el objeto; más
bien se lo busca para entregarse a él como un elemen- to que altere al self; entonces el sujeto-
como-suplicante se siente receptor de un cuidado ambiento-somático, identificado con unas
metamorfosis del self. Esta iden- tificación comienza antes que la madre sea represen-

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tac.la mentahn~ote romo otni: en <·onHc<'.1w11c1a. ~e trata de una rehwl()n <k ohjt'to que
emerge no del deseo, si- no de una idcntlfkadón perceptual del objeto con su fu.nelón: r:l
objeto como trasformador arnbiento·somá- tlco del sujeto. La memorla de esta temprana
relación de objt'to st~ manifiesta en la búsqueda, por parte de IRpersona, de un objeto
(persona. lugar, suceso, ideo- lo&lal que traiga la promesa de trasformar al self.

Varlm1 argumentos avalan esta concepción según la cual la madre es experimentada como
trasforma· gfón, J<;n primer lugar, ella toma sobre si la función del objeto trasformacionaJ
porque altera de continuo el am- bltmte del Infante para ir al encuentro de sus necesl- dldt:H.
SI el infante, en su saber simbiótico, identifica 11 In madre con una trasformación de existir, no
es por r.kdo de un delirio: se trata de un hecho; es verdad que dla trasforma su mundo. En
segundo lugar, tam- bién las emergentes capacidades del yo del infante ·-en motilidad.
percepción e integración- trasforman au mundo. Tal vez la adquisición del lenguaje sea la
traaformación más significativa, pero aprender ama- nejar objetos y a diferenciarlos, y
recordar objetos que no están presentes, son logros trasformativos porque 6U resultado es un
cambio del yo, que altera la índole del mundo interior del infante. No sorprende que este
Identifique esos logros del yo con la presencia de un oh.Jeto, ni que el desmayo de la madre en
la provisión Nostenida del ambiente facilitador, tal vez por una ausencia prolongada o por una
deficiente asistencia corporal, pueda suscitar un colapso del yo y precipi- tar un dolor físico.

Cuando el infante crea el objeto transicional, el pro- ceso trasformacional se desplaza de la


madre-ambiente (donde se originó) a innumerables objetos-subjetivos; por este camino, la
fase transicional es heredera del período trasformacional con tal que el infante pase de la
experiencia del proceso a la articulación de la expe- riencia. El objeto transicional da al infante
la posibili-

dad de jugar con la ilusión de su propia omnipotencia (lo que mitiga la pérdida de la madre-
ambiente con de-

lirios generativos y fásicos de creación self-y-otro); la posibilidad. también, de concebir la idea


de eliminar

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al objeto, y que a pesar de ello este sobreviva a su tm- to despiadado, y de descubrir, en esta
experiencia tran- sicional, la libertad de la metáfora. Lo que fue un pro- ceso real se puede
desplazar a ecuaciones simbólicas que. si la madre las favorece, mitigan la pérdida de la
madre-ambiente original. En cierto sentido, el uso de un objeto transicional es el primer acto
creativo del infante, un acontecimiento que no sólo pone de mani- fiesto una aptitud del yo
-como la de asir-, sino que es indicativo de la experiencia subjetiva que el infante hace de esas
aptitudes.
La búsqueda del objeto trasformacional en la vida adulta
Creo que hemos omitido registrar en la vida adulta el fenómeno de la generalizada búsqueda
colectiva de un objeto que se identifique con la metamorfosis del self. En muchas religiones,
por ejemplo, el sujeto cree que la divinidad tiene .la potencia real de trasformar el ambiente
total: de ese modo da sustento a los tér- minos del lazo de objeto primerísimo dentro de una
estructura mítica. Ese conocimiento no pasa de ser simbiótico {o sea, refleja la sabiduría de la
fe) y coexis- te con otras formas de conocimiento. En el mundo pro- fano, vemos que la
esperanza depositada en diversos objetos (un nuevo trabajo. el traslado a otro país, unas
vacaciones, un cambio vincular) puede representar una demanda de experiencia
trasformacional y. al mis- mo tiempo, prolongar el uvínculo• con un objeto que significa la
experiencia de trasformación. Sabemos que el mundo de la publicidad explota la huella de este
ob- jeto: lo usual es que el producto anunciado prometa alterar el ambiente exterior del sujeto
y, desde ahí, mo- dificar su estado de ánimo interior.

La búsqueda de esa experiencia puede generar es· peranza. hasta una sensación de confianza
en sí y cla- rividencia. Pero si estas parecen fundadas en el tiem- po futuro, en la perspectiva
de encontrar en el futuro algo que trasforme el presente, en realidad se trata de

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Un llf•n de nhjr.to t¡U~ ~Hc~ntl°h'U Ck tnancra recurren· te un rer.urrdo pre-verbal del yo.
Suele suceder, con OCHlón del momento estético (lo describo en el capi- tulo 1lgulente), que
un individuo viva una honda co- munión subjetiva con un objeto (una pintura, un poe- ma, un
aria o una sinfonía, o un paisaje natural) y ex- perimente una numinosa [uncannyJ fusión con
él: este acont.ecimlento re-evoca un estado del yo que preva· lectó en la temprana vida
psíquica. Pero esas ocasio· nt"s, por significativas que lleguen a ser. se destacan menos como
logros trasformacionales que por su cua- lidad numinosa, la sensación de memorar algo que
nunca se aprehendió cognitivamente sino que se su· po existencialmente, la memoria del
proceso ontoge- néttco mismo, más bien que de pensamientos o fanta- 11fl:H1 que
sobrevivieron una vez establecido el self. Ta- lr~ momentos estéticos no auspician memorias
de un acontecimiento o de un vínculo especificos. sino que r,vocan una sensación
psicosomática de fusión, que es la memoración. por el sujeto, del objeto trasfonnacio· nal. Esta
anticipación de que habrá de ser trasforma- do por un objeto -q u e·a su vez es una memoria
yoica rlcl proceso ontogenético- instila en el sujeto una ac- 1llud reverencial hacia aquel; de ahí
que, aun si la tras- formación del sel{ no se produce en la escala que al- canzó en la vida
temprana, el sujeto adulto tienda a rlenominar sagrados a estos objetos.

Aquí discurro sobre la experiencia estética positi- va, pero conviene recordar que una persona
puede bus- car una experiencia estética negativa si una ocasión así jjcalca~ sus experiencias
yoicas tempranas y regís· tra la estructura de lo sabido no pensado. Ciertos pa- cientes
fronterizos, por ejemplo, repiten situaciones traumáticas porque de ese modo recuerdan
existen· cialmente sus orígenes.

En la vida adulta, en consecuencia, buscar el obje· to trasformacional es memorar una


experiencia obje· tal temprana, recordar no cognitiva sino existencial- mente -en una
experiencia afectiva intensa- un vincu- lo que se identificó con experiencias trasformacionales
acumulativas del self. La intensidad de esa relación de objeto no se debe a que se trate de un
objeto de de-
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seo, sino a que el objeto CH ldcntlllcaclo con aq11c-\lu1:1 potentes metamorfosis del existir.
En el m om ento c-~s tético, el sujeto re-experimenta. por la fusión del yo con el objeto
estético, una vislumbre de la actitud sub- jetiva hacia el objeto trasformacional, si bien estas
ex- periencfas son m emorias re-escenificadas, no recrea- ciones.

La búsqueda de equivalentes simbólicos del objeto trasformacional. y la experiencia con la cual


este es identificado, continúan en la vida adulta. Llegamos a tener fe en una divinidad cuya
ausencia, curiosamen- te, se considera prueba tan im portante para la exis- tencia del hombre
como su presencia. Vamos al tea- tro. a1 museo. visitamos nuestros paisajes predilectos para
encontrar experiencias estéticas. Acaso imagine- mos el self como el facilitador
trasformacional, o nos revistam os de capacidades de alterar el am biente que no sólo son
imposibles sino desconcertantes a poco que reflexionemos. En esos suefios diurnos, el self
como objeto trasformacional está en alguna parte en el tiem- po futuro, y justam ente una
rumia de proyectos para el futuro (qué hacer. adónde ir, etc.) suele hacer las veces de plegaria
psíquica por el advenimiento del ob- jeto trasformacional: un segundo adviento secular de una
relación de objeto que se experimentó en el pri- merísimo período de la vida.

No debe sorprender que diversas psicopatologías em erjan del fracaso (según la expresión de
Winnicott) en ser desilusionado de este vínculo. Las apuestas del jugador vicioso son ese
objeto trasformacional desti- nado a metamorfosear todo su mundo interior y exte- rior. Un
criminal intenta el crimen perfecto que tras- forme el self interiormente [repare defectos del
yo y llene necesidades del ello) y exteriormente (traiga ri- queza y felicidad). Ciertas formas de
erotomanía qui- zá sean ensayos de establecer el otro como el objeto trasformacional.

Querer alcanzar el crimen perfecto o la mujer per- fecta no es sólo requerir un objeto
idealizado. También im porta cierto reconocimiento, en el sujeto, de una de- ficiencia en la
experiencia del yo. Esa búsqueda, aun- que concurra a escindir la mala experiencia de sí del

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s11ber cognitivo dcl auJcto. CM empero u11 a<'lo Hcmloló- gtrn ílllf' "lgnllka rl empeño rle la
persona en una par- Ucular relación de objeto que se asocia con una tras- formación del yo y
una reparación de la «falta básica" (Hallnt. 1968).

Tal vez también se dé el caso de que personas que udquleren el vicio del juego reflejen la
convicción de <1w· Ja madre (la que ellos tuvieron como su madre) 110 vendrá con
provisiones. La experiencia del juego por dinero se puede considerar un momento estético rn
el que se figura la índole de esta relación personal 1·on la madre.

Ejemplo clínico
Una de las psicopatologías más comunes de la re- lación de objeto trasformacional se presenta
en el seJf csquizoide, el paciente que acaso tenga sobra de do- nes del yo (inteligencia, talento,
logros, triunfos), pero que en su persona se siente desolado y triste. sin estar clínicamente
deprimido.

Peter es un hombre soltero de veinticinco años, ex- presión triste, desaliñado, viste ropa de
colores apaga- dos; lo que apenas contrarrestan un sardónico senti- do del humor que no lo
alivia, y una inteligencia y edu- cación que emplea en beneficio de otros pero nunca para si.
Me lo derivó su médico clinico a título de de- presión, pero su problema consistía más en una
tris- teza inexorable y una soledad personal. Desde su rup- tura con una novia, había vivido
solo en un departa- mento, y durante la jornada se dispersaba en las más desparejas tareas. Si
sus días eran un tropel de activi- dades organizadas, él las cumplía en un estilo de pasi- vidad
agitada, como si los trabajos que él mismo se imponía lo sometieran a un trato agresivo. De
regreso a casa, se desarmaba en Ja dudosa comodidad de su departamento, recalaba frente al
televisor. tomaba una comida frugal de alimentos enlatados. se masturbaba y, sobre todo, se
entregaba a rumiaduras obsesivas so- bre el futuro y lamentaba su actual "mala suerte•. To-
das las semanas, sin faltar una, iba a su hogar a ver

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a su madre. Constdernba que ella vlvia paru hablar so- bre él. y debía dejarse ver por allí para
tenerla contenta.

La reconstrucción de los primeros años de su vida reveló lo siguiente. Peter nació en un hogar
de clase obrera durante la guerra. Mientras su padre defendía la patria. el hogar estuvo
ocupado por numerosos pa- rientes políticos. Peter era el primogénito de la fami- lia; lo hacían
objeto de una idolatría desmedida, sobre todo su madre. quien no cesaba de hablar a sus pa-
rientes sobre las grandes hazañas con las que Peter los rescataría de su miseria. Inveterada
soñadora de los dorados días por venir, la genuina depresión de la madre se manifestó en su
desganado cuidado de Pe- ter. puesto que ponía todas sus ganas en él como obje- to mítico. no
como niñito real. No bien comenzó el aná- lisis de Peter, se me hizo evidente que él lo sabía:
te- nía prendada su existencia a un mito que compartía con su madre; sabía, en efecto. que
ella no le prestaba de hecho atencíón por su ser real. sino en tanto era el objeto de sus sueños.
Como objeto mítico de la ma- dre, sentía su vida en suspenso, y de esa manera vivia
efectivamente. Parecía estarse preservando, y atendía a sus necesidades somáticas en espera
del dia en que realizaría al fin el sueño de ella. Pero siendo un mito de la madre, no podía
hacer nada, sólo esperar que al- go sucediera. Parecía compelido a vaciarse de las ne-
cesidades de su seJfverdadero a fin de crear un espa- cio interno vacío donde recibir los
pensamientos de en- sueño de su madre. Cada visita al hogar tomaba la extraña apariencia de
una madre qué diera a su hijo un amamantamiento narrativo. No podía menos, en- tonces.
que vaciarse de deseos y necesidades perso- nales para cumplir el deseo de la madre, y
preservar- se en un estado de vida suspendida, en espera de que el mito lo convocara a una
realidad trasformada.

Porque su madre le ha trasmitido su función cru- cial, que es la de ser el objeto mítico de ella,
Peter no experimenta como suyo su propio espacio psíquico in- terior. Este existe para el otro,
una región que no es el "desde mí• sino el upara ella11; por eso Peter informa sobre estados
interiores con una narrativa desperso- nalizada. Hay en Peter una ausencia notable de todo

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1entimlr.nlo cif'! tii(, no npltrrer IH cualidad de un "Yº"· y nl i!ilqukru dr. un "" mili. Al contrario:
en un plano exlltt~ndal. su representación de sí presenta más bien la lndole de un "eso». Ser
un "eso» significa para él ser como durmiente, estar suspendido, inerte. Las asocia- t'loncs
Ubres de Peter testimonian sobre estados «eso•: tnformes rumiativos sobre los sucesos de su
cuerpo co- rno objeto despersonalizado. La mayor preocupación de su madre era que él se
mantuviera con buena sa- lud para que pudiera cumplirle los sueños. Por eso lo nbscslonaba el
menor problema somático, sobre el cual informaba casi con el desapego de un clínico.
Poco a poco comprendi que la estructura mitica (t~xtstir dentro de una narrativa más que
tener una rea- lidad existencial) disfrazaba el discurso secreto de la cnltura perdida de la
tempranísima relación de Peter con su madre. Sus estados yoicos eran una manifesta- dón
para la madre. quien los usaba como el vocabula- rio del mito. Si se sentía como un mutilado
de guerra u causa de defectos del yo y de la falencia de necesida- des del ello. se debía a que
era su caballero andante que había librado batallas para ella, y tenía que repo- sar con miras a
futuras misiones. Si se sentía desahu- ciado en sus relaciones personales, era porque, como
dios carísimo, no podía esperar mezclarse con las ma- sas. Si hablaba a su madre por medio de
un suspiro, ella respondía, no con un intento de averiguar la cau- sa del suspiro, sino diciéndole
que no se preocupara, que pronto ganaría dinero, se haría famoso, aparece- ría en televisión y
atraería para la familia toda la ri- queza de que era merecedora.

Su desesperanza existencial era volcada de conti- nuo en una narrativa mítica, un orden
simbólico don- de lo real se usaba para poblar lo fantástico. Las pocas ocasiones en que
intentó obtener de su madre algún miramiento real por su vida interior, ella se enfureció y le
dijo que su miseria ponía en peligro la vida de la familia. como si sólo él pudiera salvarla.
Estaba·desti- nado a seguir siendo la larva dorada, el héroe nonato, quien. si no hacía añicos su
función mítica con sus ne- cesidades personales, estaba prometido a un mundo de riquezas y
de fama que rebasaba su imaginación.

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