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SEMINARIO MAYOR LOS SAGRADOS CORAZONES

SINTESIS DE TEOLOGIA DOGMATICA

FORMADOR: P. JUAN SEBASTIAN RIVERA FELLNER


REVISADO POR SEMINARISTA: ANDRÉS FELIPE LASPRILLA OCAMPO.

TESIS 20: MUERTE E INMORTALIDAD

INTRODUCCION

Es muy diciente el constatar la proyección hacia lo último y definitivo de la serie de


interrogantes mas profundos de la persona humana, que en varios lugares de sus
documentos consigna el Concilio Vaticano II (GS 10,1; NA 1,3). Es una preocupación del
sentido del dolor, del mal, de la muerte, de la vida, y en una palabra del “último e inefable
misterio que envuelve nuestra existencia, del cual procedemos y hacia el cual nos dirigimos”
(NA 1). Esto nos confirma que el tema escatológico es una inquietud fundamental e
imprescindible.

1. EL PROBLEMA DE LA ESCATOLOGÍA HOY

La escatología se ha ido relegando a un conjunto de objetos desligados, a un apéndice sin


importancia esencial y sin relación con el misterio central del cristianismo, y sin incidencia en
el compromiso cristiano.

Para la teología de la esperanza la escatología es el centro de la fe cristiana y la clave


interpretativa de la teología. Ya no abarca sólo lo esperado (el último destino, el final
definitivo), sino el mismo esperar vivificado, estimulado por eso que se espera.
El futuro es el centro de la fe y el único problema auténtico de la teología. Vive de la
resurrección del Crucificado y se dilata hacia las promesas del futuro universal de Cristo. Lo
que no alcanzamos ni a pensar ni a imaginarnos, con base en el mundo actual y en nuestras
experiencias, se presenta como promesa de algo nuevo y como esperanza de un futuro
asentado en Dios [ CITATION Mar05 \l 9226 ].

El Concilio Vaticano II expuso una doctrina escatológica que propiciaba una renovación del
tratado llamado De novissimis (De las cosas últimas). En la Constitución Dogmática Lumen
Gentium, el Concilio afirma que la Iglesia alcanza su realización en la gloria del cielo;
realización que implica la restauración de todas las cosas, del género humano y también del
mundo, en Cristo. La restauración prometida, y que esperamos, "ya ha comenzado en Cristo,
continúa impulsada por el envío del Espíritu Santo y por medio de Él persiste en la Iglesia" (n°
48). Es decir que la renovación del mundo está fijada de manera irrevocable y, de manera que
podemos llamar real, está anticipada en la Iglesia que vive en la tierra.

Puesto que poseemos la primicia del Espíritu, gemimos dentro de nosotros con la esperanza
de entrar con Cristo en el banquete nupcial, pero antes de reinar con Cristo glorioso, estamos
sometidos al juicio, y por lo tanto, tenemos que estar alerta. Al respecto nos dice el catecismo:
Creemos firmemente, y así lo esperamos, que del mismo modo que Cristo ha resucitado
verdaderamente de entre los muertos, y que vive para siempre, igualmente los justos después
de su muerte vivirán para siempre con Cristo resucitado y que Él los resucitará en el último
día (cf. Jn 6, 39-40). Como la suya, nuestra resurrección será obra de la Santísima Trinidad:

«Si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros,
Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos dará también la vida a vuestros
cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros (Rm 8, 11; cf. 1 Ts 4, 14; 1 Co
6, 14; 2 Co 4, 14; Flp 3, 10-11). (CEC 989)

En la Constitución Pastoral Gaudium et Spes, el Vaticano II dedica una atención mayor y


especial al misterio de la muerte, a través de una reflexión filosófica iluminada por la fe (18). A
su vez, echa luz sobre el aspecto cósmico de la escatología, por medio de la expectativa de
una tierra nueva y de un cielo nuevo (39), que se identifican con el reino eterno y universal
que Cristo ha de entregar al Padre.

La relación escatología-cristología es hoy comúnmente reconocida. El discurso escatológico


surge enteramente condicionado y permanentemente acuciado por el hecho-Cristo. El es
nuestro éschaton y nuestro reino, como tendremos ocasión de comprobar repetidamente en
estas páginas; es el fundamento de nuestra esperanza y, simultáneamente, el contenido de la
misma, puesto que es el lugar donde todas las promesas de Dios han tenido su sí y su amén
(2 Cor 1,20). Por eso ha podido afirmarse con verdad que la escatología no es sino «una
cristología desarrollada», o que «lo que no puede ser entendido y leído como afirmación
cristológica tampoco es una afirmación escatológica»

El diálogo en tomo al futuro del hombre se trata no sólo del futuro, sino también del hombre,
de este hombre de carne y hueso, en este mundo y en esta historia. Y que, por tanto, no
puede haber salvación para este hombre si no se salva también su mundo y su historia, y si
no se hace visible ahora que tal salvación es real.

2. TEOLOGÍA DE LA MUERTE

La muerte es una necesidad inherente de la naturaleza humana: el hombre es mortal porque


el cuerpo tiene un límite vital necesario. Una exigencia de orden superior, basada en el
designio divino de salvación, convierte a la muerte también en un misterio. La muerte de
Cristo otorga a nuestra muerte un significado más elevado. Dicho significado está vinculado
con el drama del pecado.

"Frente a la muerte, el enigma de la condición humana alcanza su cumbre" (GS 18). En


un sentido, la muerte corporal es natural, pero por la fe sabemos que realmente es
"salario del pecado" (Rm 6, 23; cf. Gn 2, 17). Y para los que mueren en la gracia de
Cristo, es una participación en la muerte del Señor para poder participar también en su
Resurrección (cf. Rm 6, 3-9; Flp 3, 10-11). (CEC 1606)

Cristo ha afirmado los frutos abundantes del grano de trigo que muere (Jn 12,24). Con todo su
amor, se compromete con su destino de muerte para cumplir la voluntad del Padre, y le
reprocha a Pedro que deseara que el suplicio fuera evitado: "La copa que me ha dado el
Padre, ¿no la voy a beber?" (Jn 18,11). Se trata de un don del amor paterno, al cual Él
responde con una entrega total de confianza: "Padre, en tus manos pongo mi espíritu" (Lc
23,46). El Padre dispone de nuestra vida y determina de manera soberana la hora de nuestra
muerte para recibirnos en su casa. Y no nos es dado decidir lo más mínimo sobre esa hora.

La muerte recapitula la historia personal. Como acción traspasa toda la historia; el instante
final sella irrevocablemente la obra creada.
Por lo tanto, la opción final, propiciada por la gracia, acontece en condiciones de vida terrenal.
La conversión del buen ladrón es, pues, un ejemplo de la opción final que corrige la vida
anterior y expresa una nueva disposición última para entrar en la vida eterna (Lc 23,42).

La muerte fue transformada por Cristo. Jesús, el Hijo de Dios, sufrió también la muerte,
propia de la condición humana. Pero, a pesar de su angustia frente a ella (cf. Mc 14,
33-34; Hb 5, 7-8), la asumió en un acto de sometimiento total y libre a la voluntad del
Padre. La obediencia de Jesús transformó la maldición de la muerte en bendición (cf.
Rm 5, 19-21). CEC 1009

El mismo Jesús ha encomendado la vigilancia constante, durante la vida terrenal, con vistas a
su llegada, muchas veces inesperada, en la hora de la muerte. Dichosos los siervos a quienes
el amo halle despiertos al llamar a la puerta a su regreso. De regreso de la boda, el amo, que
se presenta como esposo, invita a los siervos que lo han esperado despiertos al banquete
nupcial; es más, él mismo les servirá en la mesa (Lc 12,35-37). La parábola de las diez
vírgenes, en la que cinco de ellas encuentran la puerta cerrada y no pueden entrar con el
esposo, encierra la misma enseñanza: "Velad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora" (Mt
25,13).
La muerte en la perspectiva de la realidad meramente humana la veíamos como un fin del
hombre entero. Cristo ha muerto para resucitar. La resurrección es la recuperación de la
existencia del hombre entero, no ya en un retorno a un periodo pasajero, destinado de nuevo
a la muerte, sino en el estado definitivo de la existencia eterna, con un tipo de corporalidad o
racionalidad ilimitado, abierto, no restringido, definitivo. De ser-para-la-muerte vuelve a ser-
para-la-vida. La muerte cristiana no es fin, sino un paso, tránsito. Como Cristo, el cristiano no
muere para quedar muerto, sino para resucitar [ CITATION Mar05 \l 9226 ].

3. INMORTALIDAD DEL ALMA Y RESURRECION DE LOS MUERTOS

Como declara la Congregación de la Doctrina de la Fe (AAS 71, 1979, p. 941) "la resurrección
se refiere al hombre entero", pero existe también la supervivencia y la subsistencia, después
de la muerte, de un elemento espiritual dotado de conciencia y libertad, el "yo humano" que
subsiste sin el complemento del cuerpo; para designar a este elemento, la Iglesia recurre a la
palabra "alma". La existencia de esta alma "racional e intelectiva" ya había sido definida por el
Concilio de Vienne (DS 902).

El problema de la retribución del alma de los difuntos, retribución anterior a la resurrección


final de los cuerpos, provocó en la edad media una crisis doctrinal. En distintas homilías
pronunciadas entre 1331 y 1334, el Papa Juan XXII había afirmado que las almas de los
santos no ven la esencia divina y los condenados no van al infierno antes del fin del mundo.
Pero él mismo, poco antes de morir, revocó su posición. Su sucesor, Benedicto XII, publicó la
Constitución Benedictus Deus en 1336, que definía la doctrina de fe: las almas de todos los
santos, inmediatamente después de la muerte (y la purificación de quienes la necesitaran)
están en el cielo y, después de la pasión y la muerte de Cristo, ven la esencia divina con una
visión intuitiva y, a la vez, directa, cara a cara: "la esencia divina se les manifiesta inmediata,
directa, clara y abiertamente" (DS 1000). De esta manera, el alma separada del cuerpo recibe,
por medio de la visión beatífica, el beneficio de la vida de Cristo resucitado.

La idea cristiana de la inmortalidad del alma quiere decir ni más ni menos que esto: la acción
resucitadora de Dios no se ejerce sobre el vacío absoluto de la criatura, sobre la nulidad total
de su ser, sino que se apoya en la alteridad reclamada por la relación dialógica interpersonal
Dios-hombre. Que por tanto hay «algo» en el hombre que, pese a la muerte, no es amortizado
por la nada y se impone a la atención de Dios. Que, en fin, a partir de ese «algo» (llámese
como se llame), que ciertamente por sí solo ya no es hombre, es como Dios restaura la vida
del sujeto mortal en su cabal identidad, obrando así una resurrección, y no una creación
desde la nada.

Ya desde el cristocentrismo de la resurrección podemos entender por qué somos participes


esta condición divina, en tres asertos; Resucitamos: a)porque Cristo ha resucitado (Cristo,
causa eficiente de la resurrección); b) a imagen de Cristo resucitado (Cristo, causa ejemplar
de la resurrección); c) como miembros del cuerpo resucitado de Cristo (Cristo, cabeza de la
Iglesia, su cuerpo, y sujeto complexivo de la resurrección); aqui radica la razón del carácter
escatológico de la resurrección, que no acontece al término de la historia porque ésta precise
—al igual que los movimientos sinfónicos— de una suntuosa coda conclusiva, o porque Dios
lo haya decretado así discrecionalmente, pudiendo haber sido de otro modo, sino porque
nuestra suerte está ligada, por naturaleza, a la de la comunidad eclesial; la resurrección sólo
puede tener lugar cuando el cuerpo de Cristo está completo, en la cabeza y en los miembros.

Sobre la resurrección de los muertos nos dirá el Catecismo: 997-1001

¿Qué es resucitar? En la muerte, separación del alma y el cuerpo, el cuerpo del hombre
cae en la corrupción, mientras que su alma va al encuentro con Dios, en espera de reunirse
con su cuerpo glorificado. Dios en su omnipotencia dará definitivamente a nuestros cuerpos la
vida incorruptible uniéndolos a nuestras almas, por la virtud de la Resurrección de Jesús.

¿Quién resucitará? Todos los hombres que han muerto: "los que hayan hecho el bien
resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la condenación" (Jn 5, 29; cf. Dn
12, 2).
¿Cómo? Cristo resucitó con su propio cuerpo: "Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo"
(Lc 24, 39); pero Él no volvió a una vida terrenal. Del mismo modo, en Él "todos resucitarán
con su propio cuerpo, del que ahora están revestidos" (Concilio de Letrán IV: DS 801), pero
este cuerpo será "transfigurado en cuerpo de gloria" (Flp 3, 21), en "cuerpo espiritual" (1 Co
15, 44).

Este "cómo ocurrirá la resurrección" sobrepasa nuestra imaginación y nuestro entendimiento;


no es accesible más que en la fe. Pero nuestra participación en la Eucaristía nos da ya un
anticipo de la transfiguración de nuestro cuerpo por Cristo:

«Así como el pan que viene de la tierra, después de haber recibido la invocación de
Dios, ya no es pan ordinario, sino Eucaristía, constituida por dos cosas, una terrena y
otra celestial, así nuestros cuerpos que participan en la eucaristía ya no son
corruptibles, ya que tienen la esperanza de la resurrección» (San Ireneo de Lyon,
Adversus haereses, 4, 18, 4-5).

¿Cuándo? Sin duda en el "último día" (Jn 6, 39-40. 44. 54; 11, 24); "al fin del mundo" (LG
48). En efecto, la resurrección de los muertos está íntimamente asociada a la Parusía de
Cristo:

«El Señor mismo, a la orden dada por la voz de un arcángel y por la trompeta de Dios,
bajará del cielo, y los que murieron en Cristo resucitarán en primer lugar» (1 Ts 4, 16).

¿Cómo se interpreta el acontecimiento de la parusía?

Lo aguardado al final de los tiempos no es un conjunto de sucesos plurales: (parusía,


resurrección, juicio, nueva creación), independientes entre sí, distintos, inconexos. La
resurrección, el juicio y la nueva creación son dimensiones del único acontecimiento que es la
venida de Cristo en majestad, llevando el reino de Dios a su plenitud. En último término
nuestro eschaton es Cristo; la esperanza cristiana aguarda a alguien.

La parusía será ciertamente “revelación” de lo que, en parte, ya es actual: Cristo, cabeza y


salvador universal. El nuevo testamento nunca habla de “retorno” o “vuelta” de Cristo.
Estrictamente él no se ha marchado; su presencia en el mundo es real y actual (sacramentos,
comunidad, Mt 18,20; 28,20), aunque en el misterio. Luego solo hay una venida de Cristo: la
encarnación, a partir de la cual la presencia de Cristo se va desplegando históricamente
(kenosis del Jesús siervo – señorío de Cristo resucitado – manifestación de este señorío en la
parusía) [ CITATION Mar05 \l 9226 ].

4. LA FE CRISTINA EN LA VIDA ETERNA

Según la Constitución promulgada por Benedicto XII, la vida gloriosa del más allá, tiene como
propiedad distintiva, la de poseer una visión inmediata de Dios: "estar en el cielo" equivale a
ver la esencia divina. Esta visión expresa una intimidad plena: Dios no esconde nada de su
ser; hace que el alma del santo penetre en la profundidad de su misterio divino. Los cuatro
adverbios utilizados expresan la intención de una transparencia absoluta: inmediata, directa,
clara y abiertamente. En nuestra existencia terrenal no podemos comprender el valor de tal
visión, porque podemos conocer a Dios sólo por medio de las criaturas y no entendemos qué
significa ver a Dios sin recurrir a esa mediación. Es por eso que el acceso a la visión beatífica
se revela siempre como una inmensa sorpresa para los elegidos.

Unidos a Cristo por el Bautismo, los creyentes participan ya realmente en la vida


celestial de Cristo resucitado (cf. Flp 3, 20), pero esta vida permanece "escondida [...]
con Cristo en Dios" (Col 3, 3) "Con él nos ha resucitado y hecho sentar en los cielos
con Cristo Jesús" (Ef 2, 6). Alimentados en la Eucaristía con su Cuerpo, nosotros
pertenecemos ya al Cuerpo de Cristo. Cuando resucitemos en el último día también
nos "manifestaremos con él llenos de gloria" (Col 3, 4). (CEC 1003)

Jesús reserva a la fe la posesión de la vida eterna, posesión que es inaugurada en la tierra y


está destinada a desarrollarse plenamente en el más allá: "Quien cree en el Hijo, ya posee la
vida eterna" (Jn 3,36). La eucaristía proporciona, de manera muy especial, esa vida: "Quien
come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna y yo lo resucitaré el último día" (Jn 6,54).

Otro aspecto, también importante, consiste en la unión íntima con Cristo. Jesús les promete a
sus discípulos una vida con él: "Os tomaré conmigo, para que donde esté yo también estéis
vosotros" (Jn 14,3). Al buen ladrón le ofrece esa misma unión: "Hoy estarás conmigo en el
paraíso" (Lc 23,43). Las palabras de Pablo son muy significativas: "Estaremos siempre con el
Señor" (1 Ts 4,17) y también su deseo supremo: "Deseo irme y estar con Cristo" (Flm 1,23).
Decir: "en la casa de mi Padre hay muchas moradas" (Jn 14,2) es como invitar a los discípulos
a entrar en una familiaridad completa con el Padre. No se trata sólo de ver al Padre en el
cielo, sino de vivir en un continuado contacto con él, compartiendo el amor filial de Jesús.

La imagen del banquete nupcial muestra que la vida eterna es una fiesta del amor. El Esposo
es Cristo (Mt 22,1-14; 25,1-13). Él es fuente de felicidad, que difunde el gozo de su amor y
crea un ambiente de amor fraternal. "Muchos son los llamados", es decir, los invitados que
asisten al banquete, después del rechazo por parte de algunos "elegidos". Ante ese rechazo,
el Padre ha reaccionado con una generosidad más universal, dirigiendo a todos la invitación.

Aunque el objeto de la visión sea el mismo para todos, el concilio de Florencia (1439) ha
proclamado una diversidad de grados en la visión beatífica: las almas puras o purificadas "son
acogidas inmediatamente en el cielo y contemplan abiertamente a Dios tal como es, uno y
trino, pero unos lo hacen más perfectamente que otros, según sus méritos" (DS 1305). La
perfección de la visión es, pues, proporcional a los méritos.

La visión cristiana de la muerte (cf. 1 Ts 4, 13-14) se expresa de modo privilegiado en la


liturgia de la Iglesia:

«La vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma; y, al deshacerse


nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo. (Misal Romano,
Prefacio de difuntos).

La muerte es el fin de la peregrinación terrena del hombre, del tiempo de gracia y de


misericordia que Dios le ofrece para realizar su vida terrena según el designio divino y para
decidir su último destino. Cuando ha tenido fin "el único curso de nuestra vida terrena" (LG
48), ya no volveremos a otras vidas terrenas. "Está establecido que los hombres mueran una
sola vez" (Hb 9, 27). No hay "reencarnación" después de la muerte. (CEC 1013).

Es importante vivir el cielo como relación de intimidad y plenitud (estar-con-Cristo) en todas


las dimensiones. Esta se va anticipado en forma precaria en el bien, la paz, la amistad, el
amor que ya vivimos. La perspectiva cristológica ayudará a discernir una fe en la vida eterna
muy mezclada con elementos extraños y esotéricos (horóscopo, adivinación, superstición)
[ CITATION Mar05 \l 9226 ].

REFERENCIAS

- Sobre la Escatología en: http://www.clerus.org/clerus/dati/2002-02/12-


999999/02ESSPA.html
- La Pascua de la Creacion. J. Ruiz De La Peña. BAC. Madrid 1996
- Catecismo de la Iglesia Católica.
- Concilio Vaticano II.
- Gutiérrez, M. (2005). La Esperanza de la Vida. Bogotá: Colección Apuntes de Teología
(PUJ).

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