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SEMINARIO MAYOR LOS SAGRADOS CORAZONES

P. BERNABÉ ECHEVERRY MARIO ANDRÉS CÓRDOBA ACOSTA


SÍNTESIS DE TEOLOGÍA DOGMÁTICA IV DE TEOLOGÍA

TESIS 12. LOS SACRAMENTOS COMO SIGNOS DE CRISTO Y DE SU IGLESIA

1. NOCIÓN DE SACRAMENTO, INSTITUCIÓN Y EFICACIA

Noción de Sacramento

La presencia de Cristo en el mundo no termina con su ascensión a los cielos, sino que, por
su alcance salvífico debe contemporizar con la historia humana. Esta contemporaneidad es
propia del Verbo encarnado que hecho hombre seguirá siendo hombre siempre. La presencia
de Cristo tiene lugar entre nosotros a través de signos misteriosos y eficaces que nos
comunican la redención obrada por él.

Afirma Scheeben: “Entendemos por sacramentos de la Iglesia, en sentido estricto, aquellos signos
externos que significan y nos comunican la gracia de Cristo. Con ello queda dicho también, en
principio, que contienen un misterio grande y, por consiguiente, precisamente en su calidad de
sacramentos son grandes misterios.”

El término sacramento es la acomodación latina del término griego mysterion y que a partir
de Tertuliano se usó para referirse a las acciones más sagradas de la Iglesia, el bautismo, la
Eucaristía, el matrimonio. San Agustín denomina al sacramento “signo sagrado”, mientras
que Santo Tomás, con categorías formales y esencialistas, los llama signos eficaces de la
gracia.

Actualmente, con el intento de acercarse a la verdad cristiana con categorías más


existenciales y personalistas, algunos teólogos, entre ellos Schillebeeckx, han definido los
sacramentos como “encuentro con Cristo”, resaltando la importancia de la corporeidad en
todos los fenómenos auténticamente humanos, como también en la relación del hombre con
Dios. El Catecismo de la Iglesia también se ha servido de esta categoría para definir los
sacramentos como “encuentro entre Cristo y la Iglesia” o de los hombres con la Trinidad (cf.
CCE n. 1097, 1153). Otros teólogos, como L. Lies, H. Koch y P. Hünermann, han optado por
la categoría de “comunicación”, porque a través de los sacramentos se da un nuevo modo de
ser-con-los-hombres del Verbo encarnado, comunicándoles los efectos de la redención.
También esta acepción significativa del sacramento ha entrado en el Magisterio (cf. CCE n.
79, 947, 1076, 1088).

Institución de los sacramentos

El origen divino de los sacramentos es una verdad definida en el Concilio de Trento, contra la
doctrina de Lutero que afirmaba que algunos de ellos tenían un origen humano, en la praxis
eclesial:

“Si alguno dijere que los sacramentos de la nueva Ley no fueron instituidos todos por Jesucristo
nuestro Señor, o que son más o menos de siete, a saber, bautismo, confirmación, Eucaristía,
penitencia, extremaunción, orden y matrimonio, o también que alguno de éstos no es verdadera y
propiamente sacramento: sea anatema” (DzH 1601).

La reflexión teológica en este campo ha respetado siempre el hecho según el cual Jesucristo
instituyó todos los sacramentos, a la vez que se ha preocupado por ahondar en el modo de
su institución. Para responder a esta inquietud han sido ideadas las siguientes posibilidades,
todas ellas, aunque no expliquen de la misma manera las variaciones que a través del tiempo
ha experimentado la celebración ritual de los sacramentos, son genuinamente católicas:

1) Institución inmediata o in individuo: sostiene que Cristo instituyó los siete sacramentos en
cuanto su esencia e incluso determinando la materia y la forma de los mismos.
2) Institución mediata o in specie: que admite dos posibilidades. a) Cristo instituyó los
sacramentos en su esencia, pero sin fijar el signo sacramental que había de usarse,
tarea que llevaron a cabo los apóstoles; b) Cristo instituyó unos sacramentos de forma
específica y otros en modo genérico, dejando a la Iglesia la posibilidad de fijar el signo
sacramental. Esta es la teoría más común entre los teólogos actualmente.

La eficacia de los sacramentos por la presencia de Cristo en ellos

La eficacia de los signos sacramentales reside en el hecho de que a través de ellos, es Cristo
mismo quien está presente y actúa. El Magisterio actual ha destacado los “modos” de la
presencia de Cristo en la Iglesia y en el mundo: en cada hombre, en la comunidad de los
creyentes, en los pobres y los que sufren, y de manera especial en la Palabra de Dios
expuesta y predicada al pueblo (cf. SC n. 7; MF n. 5). Pero, en comparación con la
permanencia real de Cristo en los sacramentos, especialmente la Eucaristía, aquellos
“modos de presencia” son apenas pálidos reflejos.

La densidad de la presencia de Cristo en los sacramentos supera esencialmente a los


distintos modos, grados o maneras de su presencia en la Iglesia, porque en ellos se
encuentra su presencia personal por la cual actúa de manera especial y eficaz. En los
sacramentos se revela la presencia actuante de Jesús, presencia que se personaliza en la
Eucaristía: en ella Cristo no solo actúa, sino que su misma persona se hace realmente
presente, con su cuerpo, sangre, alma y divinidad, en lo que antes de la consagración era
pan y vino. De esta manera, los sacramentos se convierten en signos misteriosos que
manifiestan el proyecto de Dios mediante la obra salvadora de Cristo y la acción del Espíritu,
en el marco de la Iglesia, referidos siempre a una presencia permanente y real de Jesús en
la vida de los creyentes. La misteriosa grandeza que ellos encierran sólo puede ser
vislumbrada considerando dos realidades previas:

1) Cristo es el “sacramento del Padre” o “sacramento original, primigenio o


protosacramento”
2) La Iglesia es, a su vez, “sacramento de Cristo”

2. CRISTO JESÚS, SACRAMENTO ORIGINARIO

Según las categorías formales, se entiende por sacramento “un signo sensible, que encierra
una significación trascendente y, al mismo tiempo, causa aquello que significa.” Esta noción
se cumple de manera excelente en el Verbo encarnado: la humanidad del hombre Jesús de
Nazaret es un signo sensible que encierra una significación plenamente trascendente ya que
no solamente evoca a Dios sino que él es realmente aquello que significa, es decir, no solo
refiere a Dios sino que él mismo es Dios.

Pensando en la definición personalista de sacramento como encuentro, podemos afirmar que


la relación entre Cristo y el Padre se da en la mismidad de naturaleza de ambos en el seno
de la Trinidad, es por eso que Jesús afirma que quien le ve, ve al Padre (Jn 14,9), e incluso
que el Padre y él son uno (Jn 10,30). Además, entendiendo sacramento como comunicación,
es posible afirmar que la comunión de Cristo con el Padre es de naturaleza, ellos comunican
en la mismidad de su ser divino en el seno de la Trinidad. Lo anterior justifica que los
teólogos denominen a Jesucristo como “protosacramento”, el primer sacramento o
sacramento de Dios.

3. LA IGLESIA-SACRAMENTO

La definición formal de sacramento confluye en la Iglesia en sus tres características:

1) La iglesia es signo sensible porque es una realidad visible y social, instituida


jerárquicamente por Cristo. A eso confluyen las imágenes que se refieren a ella como
“sociedad espiritual”, “pueblo de Dios”, “cuerpo de Cristo”, templo del Espíritu”,
“comunión”.
2) Estas nociones no se quedan en la materialidad del signo externo sino que evocan una
realidad trascendente y sobrenatural: la Iglesia no es una simple sociedad, ni un cuerpo
físico, un templo material o una simple comunidad de personas.
3) La Iglesia no solamente evoca una realidad ideal a través de estas imágenes, sino que
ellas son trascendentes, es decir, realmente significan –causan- lo que evocan. Ella es
verdaderamente una “sociedad sobrenatural”, es “el nuevo pueblo de Dios”, “el cuerpo
misterioso de Cristo”, “el templo del Espíritu”, “comunión” real con la vida de Cristo, de él
con sus fieles y de los fieles entre sí.

La Iglesia es, en definitiva, “sacramento de Cristo”, puesto que es el signo visible que en el
tiempo evoca a Cristo y lo confiere, lo comunica, al identificarse en cierta manera con él. Su
presencia en la Iglesia subsiste como sacramento, haciendo posible el encuentro con él. Esta
estrecha unidad entre Cristo y la Iglesia es la razón última que explica el tema teológico de la
necesidad salvífica de la Iglesia, como también el axioma de los Padres: “fuera de la Iglesia
no hay salvación”.

4. EL SACRAMENTO COMO SIGNO EFICAZ DE LA GRACIA: EX OPERE OPERATO Y


EX OPERE OPERANTIS

Al afirmar que Cristo es el “sacramento del Padre” y que la Iglesia es el “sacramento de


Cristo” se deduce que la estructura de la Iglesia es sacramental: ella está constituida, en lo
más profundo de su ser por los sacramentos, al tiempo que se manifiesta a través de ellos.
Por tanto, los siete signos sacramentales de la Iglesia no son un elemento secundario en ella
sino que brotan de su ser sacramental. Mediante ellos la Iglesia comunica a los creyentes la
gracia salvadora de Cristo, porque re-presenta, (hace presente) las acciones históricas de
Cristo, llevando a efecto su obra salvadora por la acción del Espíritu Santo. Lo que Cristo en
su vida terrena llevaba a cabo de un modo externo mediante su poder humano-divino, lo
realiza hoy mediante los sacramentos de la Iglesia:
"Sentado a la derecha del Padre y derramando el Espíritu Santo sobre su Cuerpo que es la Iglesia,
Cristo actúa ahora por medio de los sacramentos, instituidos por él para comunicar su gracia. Los
sacramentos son signos sensibles (palabras y acciones), accesibles a nuestra humanidad actual.
Realizan eficazmente la gracia que significan en virtud de la acción de Cristo y por el poder del
Espíritu Santo.” (CCE n. 1084).

Los sacramentos son signos eficaces por los que la acción de Dios se realiza a través del
Verbo encarnado, el cual, glorificado en el cielo, actúa por mediación de la Iglesia, quien a su
vez cumple su misión fundamentalmente por los sacramentos, presencias cualificadas del
mismo Cristo. Ellos son, según la expresión de Santo Tomás de Aquino, los “instrumentos
separados” o las “huellas de Cristo” que prolongan su misterio entre nosotros. Los
sacramentos están referidos directamente a la persona misma de Cristo porque en él tienen
su origen, además comunican su misma vida (gratia Christi), son también signos sensibles
del Cristo encarnado, o, en expresión del Aquinate, “reliquias divinas de la encarnación”; y
por último, están referidos directamente a la Iglesia y la constituyen.

Una cuestión diversa es el cómo actúan los sacramentos. La respuesta es que actúan por sí
mismos, obran por su propia naturaleza, es decir, son eficaces o causativos (ex opere
operato) y su efecto no está determinado por el ministro (ex opere operantis) ni por quien los
recibe. Al respecto enseña el Catecismo de la Iglesia Católica:

“Tal es el sentido de la siguiente afirmación de la Iglesia (cf Cc. de Trento: DS 1608): los
sacramentos obran ex opere operato (según las palabras mismas del Concilio: "por el hecho
mismo de que la acción es realizada"), es decir, en virtud de la obra salvífica de .Cristo, realizada
de una vez por todas. De ahí se sigue que "el sacramento no actúa en virtud de la justicia del
hombre que lo da o que lo recibe, sino por el poder de Dios" (S. Tomás de A., STh 3,68,8). En
consecuencia, siempre que un sacramento es celebrado conforme a la intención de la Iglesia, el
poder de Cristo y de su Espíritu actúa en él y por él, independientemente de la santidad personal
del ministro. Sin embargo, los frutos de los sacramentos dependen también de las disposiciones
del que los recibe” (CCE n. 1128).

5. LAS SIETE ACCIONES SACRAMENTALES EN LA IGLESIA

En sus orígenes el término sacramento era polisémico, es decir, era usado con múltiples
significaciones para referirse a los signos o cosas sagradas en las que se desarrollaba el
culto y la piedad cristiana. Sin embargo, hacia el siglo XII comienza a restringirse el término
sacramentum a los siete signos eficaces de la gracia, designando a los demás ritos
sagrados, sacramentalia.

La justificación del porqué son siete los sacramentos es un tema complejo. Los argumentos
aportados por la teología son solo pruebas a posteriori o argumentos de conveniencia, pero
la razón última se debe a la decisión divina. Tomás de Aquino referirá el septenario
sacramental a la perfección espiritual del hombre en el culto divino y al remedio ofrecido
contra el pecado. Este tipo de argumentación fue continuado en la reflexión teológica e
incluso se halla presente en el Catecismo de la Iglesia Católica (CCE n. 1210-1211).

Estos razonamientos no son superfluos, sino que permiten profundizar el sentido último de
las acciones sacramentales. Es normal que el número de los sacramentos responda a las
situaciones especiales por las que discurre la vida personal y social, otorgando la gracia de
Cristo a los momentos concretos de la existencia humana. Por medio de los sacramentos de
la Iglesia, Cristo se hace presente en las situaciones vitales que marcan la vida: el
nacimiento (Bautismo), la maduración (Confirmación) y el fortalecimiento (Eucaristía), la
reincorporación a Cristo (Penitencia), la preparación para el fin de la existencia terrena
(Unción de los enfermos). Un especial encuentro con Cristo debe acontecer también cuando
un hombre y una mujer se juran amor fiel (Matrimonio) o cuando un bautizado es llamado
para ser ministro y dispensador de la gracia de Dios (Orden sagrado).

6. MINISTRO Y SUJETO DE LOS SACRAMENTOS

Es principio general que “los Sacramentos son para los hombres” (sacramenta sunt propter
homines). Esto, además de referirse a los vehículos de la comunicación humana, que son el
gesto corporal (materia) y la expresión verbal (forma), indica también la necesaria
preparación de quien los recibe.

El hecho de que el efecto sacramental se realice en virtud de Cristo presente en ellos ( ex


opere operato), no significa que los sacramentos sean eficaces por una especie de
automatismo mágico, sino por el poder de Dios que actúa. No obstante, la actitud del ministro
y la disposición del sujeto destinatario también son importantes, porque acrecientan el fruto
de los sacramentos en quien los recibe. Las disposiciones del ser humano actúan mediante
las operaciones propias: inteligencia y voluntad, dos operaciones que se pueden considerar
como causas dispositivas que preparan al sujeto para la gracia sacramental. Además, para
cada sacramento es necesaria la fe, como también otras disposiciones que no impidan su
válida y lícita celebración.

Respecto al ministro, quien verdaderamente administra los sacramentos es Cristo mismo.


Ellos son signos eficaces de la gracia, espacio de encuentro y comunión con él. Pero Cristo
los administra por medio de la Iglesia. Ella es también el ministro de los sacramentos, a
modo de “vicecristo”, en virtud de ser su cuerpo místico. La Iglesia, a su vez, se sirve de
otros ministros que, por el sacramento del Orden que les ha conferido la potestad venida de
Dios (exousía) para apacentar al pueblo santo, administran los sacramentos a los fieles,
ejerciendo una función vicaria, como ministros de Cristo en y para la Iglesia.

El presbítero es ministro ordinario de los sacramentos del Bautismo, la Eucaristía, la


Penitencia y la Unción de los enfermos. Del bautismo y como delegado del matrimonio, lo es
también el diácono. De la Confirmación el Obispo es ministro ordinario y el presbítero
ministro extraordinario. Del Orden sagrado sólo el Obispo es ministro. Respecto al
matrimonio no existe consenso. La Iglesia oriental sostiene que el presbítero asistente es el
ministro del sacramento, mientras que, en la Iglesia latina se ha extendido la opinión de que
los ministros son los contrayentes.

Bibliografía

Dezinger - Hünermann (1999). Enchiridion Symbolorum definitionum et declarationum de


rebus fidei et morum. Editorial Herder, Barcelona, España.
Fernández, A. (2015). Teología dogmática II: Sacramentos. Biblioteca de Autores crstianos,
Madrid, España.
Juan Pablo II (1992). Catecismo de la Iglesia Católica.

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