Está en la página 1de 5

SEMINARIO MAYOR LOS SAGRADOS CORAZONES

JAIRO ARTURO BOTINA SÍNTESIS TEOLÓGICA


IV TEOLOGÍA PBRO. BERNABÉ ECHEVERRY

TESIS No. 21: LA VIDA FUTURA

1. LA PARUSÍA.
En la primitiva comunidad cristiana se vivía la expectación definitiva, gloriosa de la venida de
Jesús. Esto es obvio en el N.T. Toda la vida de los cristianos se orienta hacia una especie de
evento finalizador que da su sentido a la historia y la termina; este acontecimiento se llama
Parusía (pareimi) -Adsum- Presencia. Tiene un sentido de llegar, llegada o presencia de
personas o sucesos. La palabra preexiste en el helenismo y se usa para referirse a la
manifestación de personas divinas a la tierra y visitas de reyes a sus ciudades, con un sentido
tanto sacro como profano y siempre tiene una nota de triunfo.
Los escritos neotestamentarios designan siempre con la palabra parusía la llegada gloriosa de
Cristo al final de los tiempos, presencia porque ha habido llegada. Esta llegada de Cristo se
conecta con tres ideas:
1. El fin del mundo: 1 Tes 2,19; Mt 24,3 ¿cuál será la señal de tu venida y del fin del mundo?
2. Resurrección de los muertos: 1 Cor 15, 23; 1 Tes 4,15 “Los que vivamos hasta la venida del
Señor no nos adelantaremos a los que murieron”.
3. Juicio final universal: 1 Tes 5,23 “Que todo vuestro ser se conserve sin mancha hasta la
venida del Señor Jesucristo”.
La Parusía tiene un carácter revelador, hay una oscuridad -la de la fe- que se iluminará, pero
esto no agota el contenido de la Parusía. Esta trae algo nuevo con respecto a lo que ahora
experimentamos; el cristiano aguarda no simplemente un revelamiento sino un cumplimiento
de algo que ya está incoado, pues de lo contrario ¿para que servirá el tiempo entre la
revelación y la Parusía? Sería un tiempo neutro, aparte de que la consumación entraña
novedades como son: La resurrección, el juicio y la nueva creación.
Si se tiene de esto una visión simbólica (protestante) la Parusía no añade nada, pero la
Escritura nos habla de los acontecimientos que se aglutinan en torno a la Parusía:
- Aparición de Cristo, correlativo al aparecer nosotros gloriosos con Él. (Cor 3,4)
- Una nueva creación (Rom 8,19).
La Parusía completa la revelación, no es solo desvelar, el escatón posee un carácter
cristológico, nos desvela la capitalidad ontológica y salvífica que tiene Cristo. La Parusía
elimina la distancia ontológica que separa todavía a Cristo y el mundo, porque la humanidad y
el mundo no son todavía lo que deben ser, ni yo soy todavía lo que debo ser. Desde el punto
de vista cristológico, la Parusía es el último estadio de nuestra transformación en Cristo, es
metahistórica, hace saltar el marco histórico.

1.1 La esperanza cristiana: La fe es la esperanza (Benedicto XVI, 2007, no. 2), y la


esperanza cristiana es la esperanza de la fe[CITATION Jür04 \p 34 \l 9226 ]. Por un lado,
podemos garantizar que la esperanza es una virtud, luego, ella no sucede apenas por el
ímpetu humano, sino que es suscitada por el propio Dios. Por lo tanto, es un don. Por otro
lado, esta esperanza que emana de Dios y toca el fuero más íntimo del ser humano se
enfrenta con un mundo invertido en el cual aquel que espera y vive de esta esperanza se
siente desafiado a dar sus razones. Se trata de tener esperanza contra toda esperanza (cf.
Rm 4,18). Visto de esta forma, la esperanza cristiana provoca al ser humano a actuar,
colocándolo en un movimiento, hacia adelante.
Esta es la mejor manera de entender hoy la esperanza cristiana, aproximándola al discurso
escatológico, y haciendo esto de forma dialéctica, sin que la esperanza aparezca como una
fuga del mundo rumbo a lo desconocido y sin que también se pierda la inmanencia de la
historia. Teniendo como referencia a Cristo resucitado – que en su manifestación señala al
crucificado y el camino que transitó – la esperanza cristiana nunca será una fuga de la historia
y de las responsabilidades, aunque sí, una forma de fe encarnada, un auténtico compromiso
con todo lo que circula en nuestra existencia (Piazza, 2004, p.68). Hace valer en el mundo la
voluntad de Dios y percibe en este mundo, los momentos de manifestación de su presencia,
tiempos y momentos favorables de la gracia de Dios (kairós – kairói). La esperanza será
siempre una virtud (cf. 1Cor 13,13), porque viene de Dios y emana de su voluntad, siendo
perceptible para nosotros por medio de la fe (cf. Hb 11,1). O como dice W. Pannenberg: “lo
que vale para la esperanza cristiana es que su fundamento está fuera de nosotros mismos, es
decir, en Jesús Cristo” [CITATION Wol96 \p 245 \l 9226 ]. Sin embargo, esta esperanza será
siempre fuerza, porque sucede en el grito del pueblo que sufre, que trabaja y que clama a
Dios que se haga su justicia y espera ansiosamente su futura liberación. Esto se hace sentir
desde la experiencia del Éxodo (cf. Ex 3,7-8) hasta los tiempos actuales. La relación dialéctica
entre estas dos nociones de la misma esperanza es lo que garantizará que se llegue a la gran
esperanza, la Esperanza final [CITATION Lib85 \p 35 \l 9226 ] que, como fue puesto de
manifiesto en la Exhortación Verbum Domini, tiene rostro humano y nos amó hasta el fin
(Benedicto XVI, 2010, n.91b). Lo que es específico en la esperanza cristiana y que da a ella
todo este carácter escatológico no es apenas una espera de algo, sino la espera en Cristo, y
en Cristo se realizan todas las cosas, en él todo se vuelve nuevo (cf. Ap. 21,5).
1.2 Signos de la Parusía: El Nuevo Testamento ofrece varias señales que indicarán la
proximidad de la Parusía, o segunda venida de Cristo a la tierra; estas señales son las
siguientes: a) El enfriamiento de la fe (Lc 18,8); b) La aparición del Anticristo (2Ts 2, ls; 1 Jn
2,18-22; 4,1-4;2; Jn 7-9); c) La conversión de las naciones paganas; d) La conversión de los
judíos (Rom 1 1,25ss); e) la predicación del Evangelio en todo el mundo (Mt 24,14: Mc 13,10);
f) grandes aflicciones y calamidades (Mt 24,29). Todos los textos bíblicos en que se habla de
la Parusía pertenecen al tipo literario llamado apocalíptico; en dicho estilo los signos son
imágenes que evocan lo inaudito, tales como catástrofes cósmicas, la lucha del bien y el mal,
las persecuciones, el hambre universal, en fin, dramatizaciones; y si bien es cierto que se
presentan estos signos en conexión con la historia, hay que saber identificarlos como signos
apocalípticos para poder interpretarlos en su justo valor[ CITATION mer1 \l 9226 ].
1.3 La fe de la Iglesia en la Parusía: Es el acontecimiento y la manifestación definitiva de
Cristo en gloria. Como acontecimiento universal y cósmico, en el que están recogidos y
plenamente revelados todos los signos de la presencia de Dios en el mundo, será el
cumplimiento de la espera del hombre y de la humanidad entera, de la espera del
adviento glorioso del Señor resucitado, en la certeza de que toda la historia de la
salvación concluirá y se consumará en él. El anuncio de la venida de Cristo al final de los
tiempos se contiene en todas las manifestaciones de la fe de la Iglesia, aunque nunca fue
objeto de discusión o reflexión específica, así:
a) La fe en la parusía queda registrada en los Símbolos desde sus primeras redacciones:
“ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos” (Símbolos Apostólico, Niceno...).
Conviene notar que el juicio no ocupa el primer lugar, sino la parusía o la manifestación
del poder de Cristo, por lo que posteriormente se añadió: “que ha de venir con gloria...”
(Símbolo Niceno-constantinopolitano; Credo del Pueblo de Dios de Pablo VI). Sin
embargo, el juicio está íntimamente unido a la venida gloriosa del resucitado, de modo
que sólo puede entenderse en conexión con ella.
b) La liturgia de la Iglesia: es una anticipación mística del reino de Dios: lo que ahora
acontece produce algo que será realidad permanente al final de los tiempos. El Concilio
Vaticano II en la Constitución Sacrosanctum Concilium (1963) nos recuerda la parusía en
un contexto litúrgico: “aguardamos al salvador, nuestro Señor Jesucristo, hasta que se
manifieste él, nuestra vida, y nosotros nos manifestaremos con él en gloria”, (n. 8). En la
Eucaristía, los creyentes reafirman su esperanza en la venida gloriosa de Cristo, a la vez
que confiesan la fe en su actual presencia bajo las especies sacramentales: como el
Señor ha venido ahora y está realmente entre nosotros respondiendo a la petición de la
Iglesia, del mismo modo vendrá al término de la historia, respondiendo a su invocación,
en la que expresa el anhelo vehemente de que venga gloriosa y manifiestamente su
Esposo. La reforma litúrgica, que siguió al Concilio Vaticano II (1962-1965), ha
incorporado esta aclamación multisecular “marana-tha”, a la celebración eucarística:
“Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección: ¡ven, Señor Jesús!”. Este anhelo
también está presente en la oración, particularmente, en el Padre nuestro: “venga a
nosotros tu Reino”.
c) Los Padres de la Iglesia: El término ya se encuentra en el Discurso a Diogneto
(finales del siglo ll), en el Pastor de Hermas (h. 150) y en San Justino (h. 165), que es el
primero de los Padres que emplea esta significativa expresión, “primera y segunda
venida, venida sin gloria y venida en gloria”, reflejo del sentir de la Iglesia sobre la
encarnación del Verbo y la manifestación final del resucitado. También San Ireneo (+ h.
202) habla de la doble venida del Señor. San Agustín (354-430), no sólo testifica la fe de
la Iglesia en la parusía, sino que también la purifica de algunos elementos accesorios, en
particular, los que versan sobre la interpretación de los signos precursores y sobre la
fecha de la misma.
d) Los Concilios: Nos remitimos al Concilio IV de Letrán (1215) y a la Profesión de fe del
emperador Miguel Paleólogo, leída en el Concilio II de Lyón (1274). Prácticamente hemos
tenido que esperar hasta el Vaticano II para que la parusía volviera a recuperar el lugar
privilegiado, que le otorga el Nuevo Testamento. La Constitución dogmática Lumen
Gentium (1964) recoge los elementos más importantes de la doctrina católica: índole
triunfante de la venida de Cristo al final de los tiempos; talante de expectación gozosa y
confiada, propia de los cristianos; parusía como plenitud de la obra salvífica ya
comenzada, tanto a nivel individual como al de la comunidad eclesial (nn.43-50). La
Constitución pastoral Gaudium et Spes (1965) enseña que “el Reino presente en la tierra
de una manera misteriosa se consumará con la venida del Señor” (n. 39). El Decreto Ad
gentes (1965) nos recuerda la expresión de San Justino: “El tiempo de la actividad
misionera discurre entre la primera y la segunda venida del Señor, en que la Iglesia, como
la mies, será recogida de los cuatro vientos en el reino de Dios” (n. 9).
2. EL JUICIO FINAL Y PARTICULAR
2.1 Sobre el Juicio Particular: El Catecismo de la Iglesia Católica en el numeral 1022
enseña: “Cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna en
un juicio particular que refiere su vida a Cristo, bien a través de una purificación (cf. Concilio
de Lyon II: DS 856; Concilio de Florencia: DS 1304; Concilio de Trento: DS 1820), bien para
entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo (cf. Concilio de Lyon II: DS 857; Juan
XXII: DS 991; Benedicto XII: DS 1000-1001; Concilio de Florencia: DS 1305), bien para
condenarse inmediatamente para siempre (cf. Concilio de Lyon II: DS 858; Benedicto XII: DS
1002; Concilio de Florencia: DS 1306)”.
2.2 Sobre el Juicio Final o Universal: El “juicio universal” se dará al final de la historia, en el
que todos los hombres serán juzgados y en el que será juzgado el hombre en su totalidad
(con cuerpo y alma)[CITATION Fra84 \p 89 \l 9226 ].
Respecto al hecho del juicio universal, es dogma de fe que después de la resurrección el
mundo será juzgado. La Iglesia profesa este dogma siempre que confiesa la vuelta de Cristo.
Hasta qué punto conforma la vida, se deduce del hecho de que la Iglesia ha recogido ese
dogma en su oración diaria (Símbolos apostólico y niceno-constantinopolitano). Muchos juicios
particulares preceden al juicio final; en ellos son determinados definitivamente los destinos de
los hombres en particular. Los juicios particulares no serán ni revisados ni corregidos en el
juicio universal, sino que serán confirmados y dados a conocer públicamente. En esto sentido,
el juicio universal es llamado juicio final[CITATION htt \l 9226 ].

La Constitución Benedictus Deus nos dice sobre este juicio lo siguiente: “Definimos además
que, según la común ordenación de Dios, las almas de los que salen de este mundo con
pecado mortal actual, inmediatamente después de su muerte bajan al infierno donde son
atormentadas con penas infernales, y que no obstante en el día del Juicio todos los hombres
comparecerán con sus cuerpos ante el tribunal de Cristo”[ CITATION mer \l 9226 ].
3. CIELO, PURGATORIO E INFIERNO.
3.1 Cielo: La definición del Cielo que nos da el Catecismo de la Iglesia Católica es: “El Cielo
es la participación en la naturaleza divina, gozar de Dios por toda la eternidad, la última meta
del inagotable deseo de felicidad que cada hombre lleva en su corazón. Es la satisfacción de
los más profundos anhelos del corazón humano y consiste en la más perfecta comunión de
amor con la Trinidad, con la Virgen María y con los Santos. Los bienaventurados serán
eternamente felices, viendo a Dios tal cual es.” (Catecismo de la Iglesia Católica, 1023-1029,
1721-1722)
3.2 Purgatorio: Leonardo Boff en su libro “Hablemos de la otra vida”, considera que el
purgatorio es un proceso de plena maduración frente a Dios. La muerte es el paso del hombre
a la eternidad, por ella se puede decir que acaba de nacer totalmente; si es para bien su
nuevo estado se llamará “cielo” y en él alcanzará la plenitud humana y divina en el amor, en la
amistad, en el encuentro y en la participación de Dios. El purgatorio significa la posibilidad que
por gracia de Dios se concede al hombre de madurar radicalmente luego de morir. El
purgatorio es ese proceso, doloroso como todos los procesos de ascensión y educación, por
medio del cual el hombre al morir actualiza todas sus posibilidades y se purifica de todas las
marcas con las que el pecado ha ido estigmatizando su vida, sea mediante la historia del
pecado y sus consecuencias o sea por los mecanismos de los malos hábitos adquiridos a lo
largo de la vida.
En la Constitución Dogmática Lumen Gentium No. 49, el Concilio Vaticano II describe la
realidad eclesial en toda su amplitud y coloca al purgatorio como uno de los tres estados
eclesiales al decir “Algunos de sus discípulos peregrinan en la tierra; otros, ya difuntos, se
purifican, mientras otros son glorificados”. Más adelante, en el número 50, se recuerda la
práctica de la Iglesia de orar por los fieles difuntos (práctica que se remonta hasta los tiempos
primitivo) y con las palabras de 2 Mac 12,46 alaba este uso diciendo “porque santo y
saludable es el pensamiento de orar por los difuntos, para que queden libres de sus pecados”.
En el número 51 el Concilio propone de nuevo, trayéndolos así a la memoria, los acuerdos de
los concilios de Florencia y Trento en las partes que se refieren al purgatorio y a la oración por
los difuntos.
Con lo que hasta aquí se ha dicho se pone en claro el significado esencialmente cristiano de
la doctrina del purgatorio: Se trata de un proceso radicalmente necesario para la
transformación del hombre, gracias al cual se hace apto para recibir a Cristo, apto para recibir
a Dios, y en consecuencia apto para entrar en la comunión de los santos.
2.3. El infierno: El Catecismo de la Iglesia Católica enseña: “Salvo que elijamos libremente
amarle no podemos estar unidos con Dios. Pero no podemos amar a Dios si pecamos
gravemente contra El, contra nuestro prójimo o contra nosotros mismos: “Quien no ama
permanece en la muerte. Todo el que aborrece a su hermano es un asesino; y sabéis que
ningún asesino tiene vida eterna permanente en él” (1 Jn 3,15). Nuestro Señor nos advierte
que estaremos separados de El sí omitimos socorrer las necesidades graves de los pobres y
de los pequeños que son sus hermanos (cf. Mt 25, 31-46). Morir en pecado mortal sin estar
arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de Él
para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la
comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra “infierno”
(Catecismo de la Iglesia Católica; no. 1033; 2000).
“La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad. Las almas de los
que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después
de la muerte y allí sufren las penas del infierno, “el fuego eterno” (cf. DS 76; 409; 411; 80 1;
858; 1002; 135 1; 1575; SPF 12). La pena principal del infierno consiste en la separación
eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que
ha sido creado y a las que aspira” (Catecismo de la Iglesia Católica; no. 1035; 2000).

REFERENCIAS

Benedicto XVI. (2007). Spe Salvi. Vaticano: Libreria Editrice Vaticana.


Catecismo de la Iglesia Católica. (2000). Santa fe de Bogotá: San Pablo.
Libanio, J. B., & Bingemer, M. C. (1985). Escatología cristiana. El nuevo cielo y la nueva tierra.
Madrid: Paulinas.
mercaba.org. (s.f.). Obtenido de http://www.mercaba.org/FICHAS/ESCATO/juicio_final.htm
mercaba.org. (s.f.). Obtenido de http://www.mercaba.org/Cristologia/01/parte_4_capitulo_07.htm
mercaba.org. (s.f.). Obtenido de http://www.mercaba.org/Cristologia/01/parte_4_capitulo_06.htm
Moltmann, J. (2004). La venida de Dios. Escatología cristiana. Salamanca: Sígueme.
Nocke, F. J. (1984). Escatología. Barcelona: Herder.
Pannenberg, W. (1996). Teología Sitemática. Universidad pontificia Comillas.

También podría gustarte