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INTRODUCCIÓN
La Pascua es la fiesta de las fiestas, la solemnidad de las solemnidades, porque es el acontecimiento de
Cristo quien ha aplastado la muerte. Con su triunfo nos abre las puertas del cielo. Por eso
conmemoramos la resurrección gloriosa de Jesús, quién resucitó al tercer día después de haber sido
crucificado. El Misterio Pascual, es decir la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, es para la
teología el principal artículo de la fe y el contenido esencial de la predicación y la misión de la Iglesia,
pues es donde Cristo configuró el plan de la salvación que había sido trazado desde antiguo. (CEC 638)
La Pascua es una celebración muy importante y tradicional en la cultura del pueblo judío y cristiano, la
cual se remonta hasta 1,500 a.C. Aproximadamente, cuando según la tradición, el pueblo judío
emprende su salida de Egipto buscando la libertad hacia la tierra prometida cruzando por el Mar Rojo. El
término «pascua» proviene del hebreo ( פֶּ סַ חPésaj), que deriva en el arameo ( פַּ סְ חָ אpásja). En latín se
escribe pascha transliteración del griego πάσχα (pásja).
La Pascua (pésaj) es la fusión de dos fiestas: una agrícola y otra “pastoral”. En el Antiguo Israel
inicialmente era una festividad agrícola celebrada el día 14 del primer mes del año (Abib, también se le
conoció como Nisán después del exilio) Y que pone fin al tiempo del desierto donde se comían los frutos
y ya no el Maná bajado del cielo (cf. Jos 5,10-11). Posteriormente se vincula con la cena del cordero y la
comida de los panes ázimos, estableciendo una fiesta como conmemoración de los acontecimientos
salvíficos del paso por el Mar Rojo, cuando el Señor Dios liberó a su pueblo de Egipto. (Ex 12; Nm 9; Dt
16,1-8). Entiempo de la reforma del rey Josías se comienza a transformar en fiesta de peregrinación en
Jerusalén (2R 23,21-23), tradición que se mantiene hasta la época de Jesús (Mt 26,2; 26, 17-18; Mc 14,
1; 14, 14; Lc 22,1ss; Jn 2, 13; 6,4; 11, 55; 13,1). (Ulloa, 2016)
2. LA CENA PASCUAL.
La Pascua está enmarcada por un contexto importante: el Evangelio según san Marcos relata que desde
el comienzo del viaje hacia Jerusalén Jesús había comenzado a instruirlos sobre su pasión y muerte (Mc
8, 31). Además, precisamente en los días en que se preparaba para despedirse de sus discípulos, la
vida del pueblo estaba al pendiente de la cercanía de la Pascua, o sea, del memorial de la liberación de
Israel de Egipto. La última Cena se inserta en este contexto, pero con una novedad de fondo. Jesús mira
a su pasión, muerte y resurrección, siendo plenamente consciente de ello pues quiere vivir esta Cena
con sus discípulos con un carácter totalmente especial y distinto. El ofrecimiento de la Cena que celebró
Jesús con sus discípulos es algo totalmente nuevo, ya que no se ofrece el cordero (Ex 12, 3) sino que
ahora se dona a Sí mismo (Lc 27, 7ss; Mt 26, 2. 2; 1Cor 5, 7). De este modo, Jesús al celebrar la
Pascua se anticipa a la muerte en la cruz como verdadera victima Pascual, (cf. Jn 19, 36).
Esta novedad se encuentra en las bendiciones rituales destinadas al pan y el vino donde Jesús inserta la
institución de la Eucaristía al dar de comer su Cuerpo y beber su Sangre derramada, pues describe su
muerte como el sacrificio de la Pascua, cuyo nuevo “Cordero” es Él (Mc 14, 22-24); posteriormente Juan
subraya el hecho de la alusión a Jesús-Cordero (Jn 1, 29.36), haciendo coincidir la muerte de Jesús con
la inmolación del cordero (Cf. Jn 18, 28; 19, 14-31).
Los dos gestos judíos de Jesús en la Última Cena manifiestan el relieve eucarístico de la Pascua
cristiana. Hay una bendición sobre el pan y la copa; se ofrece el pan partido y la copa de vino, y se
acompaña esta entrega con palabras significativas y eficaces. Uno de estos gestos, el de la Fracción del
pan, Dará nombre a la Eucaristía, denominada por Pablo «Cena del Señor». (1Cor 11). Así, en la Última
Cena, Cristo instituyó el sacrificio y el banquete pascuales. Por estos misterios el sacrificio de la Cruz se
hace continuamente presente en la Iglesia, cuando el sacerdote representando a Cristo, realiza lo mismo
que él hizo, prolongando a lo largo de la historia el Memorial de su Pasión.
3. LA PASIÓN Y LA MUERTE
Los Evangelios ofrecen una narración muy detallada de la Pasión de Jesús, y es que luego de instituir la
Eucaristía, comienza el camino del Misterio Pascual de Cristo donde se presenta el cumplimiento de
algunas profecías sobre el Mesías en el cruento hecho de la Pasión: sus amigos se quedan lejos (Sal
38, 11); fue traicionado por un amigo (41, 9); acusado por testigos falsos, (27, 12); fue burlado e
insultado (Sal 22, 7-8); los soldados tiraron a suerte su manto (22, 18); le dieron y hiel y vinagre, (69, 21);
antes de morir encomienda su espíritu (31, 5). En la muerte de Jesús, existieron unas causas remotas y
unas causas próximas. Sin aquéllas no se hubiera llegado a una situación final que llevó a las
autoridades religiosas y civiles a deshacerse de Jesús.
Causas Próximas: El Sanedrín declaró a Jesús "reo de muerte" (Mt 26, 66) como blasfemo, pero,
habiendo perdido el derecho a condenar a muerte a nadie (cf. Jn 18, 31), entregó a Jesús a los
romanos acusándole de revuelta política (cf. Lc 23, 2) lo que le pondrá en paralelo con Barrabás
acusado de "sedición" (Lc 23, 19). Son también las amenazas políticas las que los sumos
sacerdotes ejercen sobre Pilato para que éste condene a muerte a Jesús (cf. Jn 19, 12. 15. 21).
(CEC 596)
Mientras que los sinópticos enumeraron como causas de su condenación en el proceso judío la
provocación en el Templo y la pretensión de ser Mesías-Hijo de Dios bendito-Hijo del Hombre (Mc 14,58-
64), Juan pone sólo una como decisiva: siendo hombre se ha equiparado en autoridad con Dios (5,18;
10,33; 19,7).
En una lectura general, se puede afirmar que Cristo, tanto en palabras y obras, fue un desafío cuádruple:
moral, social, salvífico y teológico:
a) Desafío moral: al reconducir la ley a sus intenciones más profundas en la línea de un profetismo y
monoteísmo éticos, donde la pureza del corazón y no la de las manos la justicia real y no el
cumplimiento formal eran lo decisivo, siendo restaurada la intención originaria de la ley frente a
acomodaciones posteriores. (cf. Lc 11, 38).
c) Desafío salvífico: al actualizar mediante sus acciones el amor y el perdón de Dios; al realizar milagros
curando en sábado, mostrando la superioridad del hombre sobre la ley y el amor del Padre para con sus
hijos necesitados frente a los preceptos humanos; al declarar llegado el Reino de Dios y mostrar su
victoria sobre los demonios, curando enfermos, devolviendo la vista a los ciegos y evangelizando a los
pobres. (cf. Mc 3, 2; Lc 13, 10-17).
d) Desafío teológico: porque arrancaba a Dios del lugar, función, poderes y categorías donde el
judaísmo vigente lo ponía; reveló su majestad como cercanía, su justicia como misericordia (Lc 15), su
poder como compasión, su amor como perdón (cf. Mt 6, 14) y la elección de Israel no como privilegio de
un pueblo particular sino como servicio para todos los que vendrán de lejos a sentarse en el Reino con
Abrahán. Con todo esto estaba asumiendo para sí mismo una autoridad que sólo correspondía a Dios,
pues Jesús pretende clarificarnos la concepción de Dios.
Además de la remisión de los pecados, la acción redentora de Cristo tiene otros muchos efectos
positivos los cuales definen y ensalzan la nueva condición del redimido, tales como la “filiación divina”
que se le otorga (Rom 8, 14-17; Gál 4, 6-7); la inhabitación del Espíritu Santo en el hombre salvado
(Rom 5,5; 8, 23; 2 Cor 1, 22; 5,5; Jn 14, 23); la futura resurrección ( 1 Cor 15, 35-57); la herencia de la
vida eterna (Rom 6, 22; Gál 6, 8), etc. En resumen, como enseña san Pablo en la carta a Timoteo, Dios
es único y único también es Cristo como mediador, dado que “el hombre Cristo Jesús se entregó a sí
mismo como rescate por todos” (Tim 2, 5). En palabras de san Juan, Cristo murió” no sólo por nuestros
pecados, sino también por los de todo el mundo” (1 Jn 2, 2). Y san Pedro constata la finalidad última de
la muerte del Hombre-Dios: “Cristo murió una vez por los pecados, el Justo por los injustos, para
llevarnos a Dios” (1 Pe 3, 18) (Fernández, 2012).
B) La muerte de Cristo, señal del gran amor de Dios al hombre: Al entregar a su Hijo por
nuestros pecados, Dios manifiesta que su designio sobre nosotros es un designio de amor benevolente
que precede a todo mérito por nuestra parte: "En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos
amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (1
Jn 4, 10; cf. Jn 4, 19). "La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía
pecadores, murió por nosotros" (Rm 5, 8). (CEC 604).
Jesús afirma "dar su vida en rescate por muchos" (Mt 20, 28); este último término no es restrictivo:
opone el conjunto de la humanidad a la única persona del Redentor que se entrega para salvarla (cf. Rm
5, 18-19). La Iglesia, siguiendo a los Apóstoles (cf. 2 Co 5, 15; 1 Jn 2, 2), enseña que Cristo ha muerto
por todos los hombres sin excepción: "no hay, ni hubo ni habrá hombre alguno por quien no haya
padecido Cristo" (CEC 605)
4. LA RESURECCIÓN
Si Jesús no hubiese resucitado de entre los muertos, el cristianismo consistiría solamente en un grupo
de amigos de Jesús que mantendrían vivo el recuerdo de su enseñanza y que reproducirían, de la mejor
manera posible, su ejemplo. En este caso, Jesús, aun siendo uno de los más grandes genios religiosos
de la humanidad, no sería «el Señor». Y el cristianismo sería un noble moralismo, no la Buena Nueva
para todos los hombres y mujeres de hoy. (Dupuis, 1994)
Las apariciones del Resucitado: Jesús se revela en primer lugar a María Magdalena y a las santas
mujeres, que iban a embalsamar su cuerpo (cf. Mc 16,1; Lc 24, 1) enterrado a prisa en la tarde del
viernes Santo por la llegada del sábado (cf. Jn 19, 31. 42) fueron las primeras en encontrar al
Resucitado (cf. Mt 28, 9-10; Jn 20, 11-18). Así las mujeres fueron las primeras mensajeras de la
Resurrección de Cristo para los propios Apóstoles (cf. Lc 24, 9-10). Jesús se apareció en seguida a
ellos, primero a Pedro, después a los Doce (cf. 1 Co 15, 5). Pedro, llamado a confirmar en la fe a sus
hermanos (cf. Lc 22, 31-32), ve por tanto al Resucitado antes que los demás y sobre su testimonio es
sobre el que la comunidad exclama: "¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!"
(Lc 24, 34) (CEC 641).
El sepulcro vacío: "¿Por qué buscar entre los muertos al que vive? No está aquí, ha resucitado" (Lc 24,
5-6). En el marco de los acontecimientos de Pascua, el primer elemento que se encuentra es el sepulcro
vacío. No es en sí una prueba directa. (Aunque la ausencia del cuerpo de Cristo en el sepulcro podría
explicarse de otro modo cf. Jn 20,13; Mt 28, 11-15). A pesar de eso, el sepulcro vacío ha constituido un
signo esencial. Su descubrimiento por los discípulos fue el primer paso para el reconocimiento del hecho
de la Resurrección. Es el caso, en primer lugar, de las santas mujeres (cf. Lc 24, 3. 22- 23), después de
Pedro (cf. Lc 24, 12). "El discípulo que Jesús amaba" (Jn 20, 2) afirma que, al entrar en el sepulcro vacío
y al descubrir "las vendas en el suelo"(Jn 20, 6) "vio y creyó" (Jn 20, 8). Eso supone que constató en el
estado del sepulcro vacío (cf. Jn 20, 5-7) que la ausencia del cuerpo de Jesús no había podido ser obra
humana y que Jesús no había vuelto simplemente a una vida terrenal como había sido el caso de Lázaro
(cf. Jn 11, 44) (CEC 640).
Para hablar de la resurrección de Jesús el NT no utiliza nunca el término βίος (vida) y los derivados de
él, sino ζωή (vivir). Aquélla es la vida de los mortales en caducidad y temporalidad; ésta es la vida de
Dios en integridad y perennidad. La vida nueva de Jesús y de los resucitados con Él no es una
revitalización sino una palingenesia (Mt 19,28; Tit 3,5), una transformación o metamorfosis (Mt 17,2;
Rom 12,2; 2 Cor 3,18), una innovación de realidad por el Espíritu (2 Cor 5,17; Col 1,15; Gal 6,15; Ef
2,13; 4,24; Rom 7,6) (Cardedal, 2001).
Sin la resurrección de Cristo y con Èl de todos nosotros sería vana nuestra fe; no habríamos sido
justificados, permaneceríamos en nuestros pecados (1 Cor 15,14.17-19). En Cristo resucitado Dios se
revela como el Dios de la esperanza, del consuelo y de la paz; y con ello el Dios de nuestra justificación
(Rom 15,5.13.33; 16,20; 2 Cor 13,11; Flp 4,7-9; 1 Tes 5,23; 2 Tes 3,16). El Resucitado es nuestro
defensor en el juicio de Dios sobre el mundo y su pecado (= ira de Dios [1 Tes 1,10]). Él es el amén, el sí
incondicional que Dios da al mundo, y con ello es su salvación (2 Cor 1,20; Ap 3,14). Adherirse a él es
entrar en el ámbito de la justicia, santidad y poder de Dios. Compartir su santidad y filiación es quedar
sustraído al ámbito de los poderes malignos (Cardedal, 2001,)
En conclusión “Estamos salvados porque este hombre que pertenece a nosotros ha sido salvado por
Dios y con ello Dios ha hecho presente en el mundo su voluntad salvífica; la ha hecho presente de
manera históricamente real e irrevocable” (Rahner, pág. 333)
REFERENCIAS
Cardedal, O. G. (2001). Cristología. Madrid: Biblioteca de autores cristianos.
Catecismo de la Iglesia Católica. (s.f.).
Dupuis, J. (1994). Introducción a la cristología. Navarra: Editorial Verbo Divino.
Fernández, A. (2012). Teología Dogmática I. Madrid: Biblioteca de autores cristianos.
Rahner, K. (s.f.). Curso fundamental sobre la fe. Herder.
Concilio vaticano II, 2006, Bogotá, San Pablo.
Pagola, José Antonio, Jesús aproximación Histórica (2013), ppc, Bogotá.
Holman Bible Publishers. (2003). Diccionario Bíblico Ilustrado. China: B&H Publishing Group.
Edward Broom, OMV, El significado del Misterio Pascual, (2016)
http://fatherbroom.com/es/2016/11/el-significado