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Betancur
Maestría en estudios políticos
Universidad de Caldas
Para el caso de América Latina, Tim Marshall evalúa, más que las virtudes de las que
goza la región dadas por sus circunstancias geográficas, las desventajas que para su
desarrollo económico y social éstas implican. Como un gesto recurrente en cada uno de los
capítulos de su libro, en el que está consagrado a Latinoamérica el autor acompaña sus
reflexiones con un epígrafe. Para el evento utiliza al chileno Pablo Neruda quien, en lo que
luego se nos mostrará como un optimismo ingenuo, se refería a América como el
“continente de la esperanza”; el poeta agregaba que “esta esperanza es algo así como el
cielo prometido, una promesa de pago cuyo cumplimiento se aplaza” (citado en Marshall,
2017, p. 277). No exageramos al afirmar que las conclusiones de Marshall cambian
radicalmente el tono de esta declaración. Su desesperanzadora visión hace pensar que la
geografía obliga a que esta promesa nunca se cumpla, a que el plazo para su cumplimiento
se extienda indefinidamente.
Ante todo, el primer acercamiento que el autor hace de la cuestión refleja un
comparativo entre, por un lado, Estados Unidos y, por otro, la región situada al sur de sus
fronteras (esto es, los demás países del continente). En sus palabras,
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La expresión ‘vida política’ la empleo al no poder imaginar otra mejor. Con ello quiero significar, no
obstante, no solo los factores propiamente políticos de los países, sino también los económicos, los
culturales, etc., que -si entiendo bien la conclusión del estudio de Marshall- resultan configurados también
debido a las condiciones geográficas. Este condicionamiento geográfico traduce la idea de que no basta con
voluntad política o con el ingenio de los hombres que viven en un territorio para conseguir una prosperidad
social o comercial: antes bien, la ubicación en el mapa fija, de algún modo, un destino. Así, pues, pretendo
que con la expresión ‘vida política’ se tomen en cuenta las configuraciones institucionales (en distintos
órdenes) internas y externas de los países en este caso latinoamericanos: la geografía impone determinados
retos y una específica línea de acción política que el Estado debe afrontar, tanto en lo que se refiere a su
propia organización interna como a su relación con los demás Estados.
Así como la geografía de Estados Unidos ayudó a que se convirtiera en una gran
potencia, la de los veinte países situados al sur garantiza que ninguno de ellos será
capaz de suponer un desafío serio para el gigante norteamericano, y que tampoco
unirán fuerzas para conseguirlo de manera colectiva (Marshall, 2017, p. 281).
Antes bien, aún bajo el supuesto de que los países latinoamericanos coincidieran, a la
manera de los europeos, en sistemas políticos y económicos e, incluso, aunque adoptaran
una moneda común; aún cuando aquellos igualaran los niveles de educación e instituyeran
legislaciones laborales similares a las de los últimos; aún, entonces, el proyecto de
unificación regional en Latinoamérica se vería impedido por una circunstancia simple:
sencillamente, por ser un proyecto lationamericano. Porque, tal como explica el autor, los
paises latinoamericanos “también deben superar los obstáculos que generan las grandes
distancias y los derivados de la altura de las montañas y de la densidad de las junglas que
los separan” (Marshall, 2017, p. 301).