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ASÍ SE FUE EL MAESTRO SALLAS, EL ÚLTIMO GAITERO

NEGRO DE LOS MONTES DE MARÍA


Por DAVID LARA RAMOS

El 26 de diciembre de 2009 murió, en la región de Pita ‘el Medio, el maestro Sallas, último
gaitero negro de los Montes de María.

A las once de la mañana del domingo 27 de diciembre de 2009, con una sentida despedida
acompañada de canciones e historias conmovedoras, familiares y amigos gaiteros del
maestro Jesús María Sallas lo recuerdan tras su fallecimiento en la madrugada del día 26 de
este mismo mes en un hospital de Sincelejo. El maestro, reconocido músico de la región de
Pita’ el Medio, presentó dificultades de salud y se trasladó en compañía de uno de sus hijos a
la capital sucreña el día 19 de este mes. Murió a los 89 años de edad. Su música y alegría
permanece en la memoria de quienes lo conocieron y, por supuesto, en los corazones de sus
queridos.

TODAS LAS FOTOS DAVID LARA RAMOS 


La mañana del 19 de diciembre de 2009, el maestro
Jesús María Sallas Silgado se levantó a orinar, muy
temprano.

Caminó por entre el sembrado de plátanos frente a su


pequeña casa, y se asustó al ver el color de su orina.

Dice Virgilio, su hijo menor, quien acudió al grito


asustado de su padre, que lo que vio en la tierra fue
una enorme mancha de sangre. Se miraron… y al
instante comprendieron que tenían que irse de
inmediato a Sincelejo. 

A medio día, ya estaban en el hospital regional de la


capital sucreña, en la habitación 219.

Tenía la hemoglobina en 4, y hasta el viernes 25 de


diciembre, luego de varias transfusiones, lograron
llevarla a 7. Ese mismo día el maestro preguntó si ya
le habían avisado a los gaiteros, si le habían avisado a
Urián, quien en 2003, produjo el trabajo discográfico
titulado: “Sayas, tradición negra en la gaita”, que le
avisaran a los gaiteros de Ovejas, a los de San Onofre,
a los de Corozal, a los de Sincelejo…

Dice Máximo, su hijo mayor, quien estuvo con él todo


el tiempo en el hospital, que su papá preguntaba no
para que le dieran aviso de su enfermedad, sino que
estuvieran preparados para su muerte. 
“Él presentía su partida, porque decía: ‘Le avisan a los
gaiteros de Sincelejo, a Mariano Julio’, un gaitero que
estuvo con él desde que eran muchachos, ‘a todos…
los atienden bien, que siempre haya tinto, buena
comida, le tienden las hamacas si se quieren echar
una arrecostadida (dormir), les preparan un sancocho’,
eso era lo que repetía”.

A las dos de la mañana del sábado 26 de diciembre de


2009, Máximo contó que escuchó respirar muy fuerte a
su padre. Se acercó a él: “Papá abrió los ojos, y le
pregunté qué se sentía… comencé a sobarle el pecho,
y le eché fresco con mi sombrero… luego hizo una
respiración fuerte… como pa’ entro y cayó blandito (sin
fuerzas) en la cama”. Minutos más tarde, el médico de
turno confirmó: “El hombre se nos fue”. Recuerda
Máximo.

El maestro Jesús María Sallas, un hombre de


movimientos lentos y virtuoso en la ejecución de la
gaita, cumpliría 90 años el 16 de enero de 2010, fecha
en la que más de 30 gaiteros entre seguidores y
discípulos preparaban un gran fandango en su honor.

***

La familia Sallas Silgado vive en la vereda de Pita ‘el


Medio, parte central del arroyo Pita, el cual riega los
corregimientos del municipio de San Onofre, conocidos
como Pita Alta, Pita ‘el Medio, y Pita Baja.
En Pita ‘el Medio, Jesús María Sallas comenzó a tocar
la gaita cuando tenía 14 años, luego de ensayar desde
muy niño con pitos de papaya o varas de corozo.

En esa región a la gaita la llaman chuana, término


empleado por los indios zenúes que habitaron la zona
en tiempos precolombinos. Es la parte baja de los
Montes de María; de gran presencia afro, por eso al
hablar de cómo tocaba Jesús María Sallas, se habla
de gaita negra, una denominación que está
relacionada con la manera de ejecutar el instrumento:
fraseos cortos, pausados y llenos de energía.

La influencia del son de negro, presente en la zona y


las celebraciones para recibir la pascua de Semana
Santa o Navidad llamadas bailes de olandés, por la
repetición de la voces olelé olalá, para acompañar los
tambores, penetraron en la gaita que tocaba el
maestro Sallas, de esos ritmos afro su gaita tomó su
sello, marca y cadencia.

La entrada a Pita ‘el Medio está ubicada a unos 8


kilómetros del municipio de San Onofre, en la vía que
conduce a Sincelejo. Una entrada que para el año
2002 fue bautizada como “Pasa corriendo”.
En ese tramo hubo desapariciones, homicidios y
atentados. Aún se pueden ver dos casas ruinosas en
la entrada, pruebas de la violencia guerrillera y
paramilitar que vivió la región desde el año 2000. 
Por allí, de regreso a Pita ‘el Medio, pasó el ataúd con
los restos del maestro Sallas. Fue velado en su propia
casa durante la noche del sábado 26. Allí se dispuso el
altar con una imagen de la Virgen del Carmen y tres
candelabros de cobre, que la familia trajo de la
funeraria.
Algunos amigos de la casa, se dedicaron a pegar
carteles en los caminos que conducen al Chorro,
Aguas Negras, Berlín y en las entradas de las fincas
cercanas. Allí se anunciaba que el maestro Sallas
sería enterrado a las 11 de la mañana del domingo 27
de diciembre de 2009 en el cementerio de San Onofre.

En la tarde del 26, pasaron todos sus vecinos,


sorprendidos con la noticia de que el viejo Sallas,
como le decían sus amigos de Pita, había muerto.

A eso de las diez de la noche, en la casa sólo estaban


Virgilio, su esposa Patricia, Cecilia, Dora, Eulalia y
Mayo, que llegó de San Andrés a pasar vacaciones y
se encontró con la muerte de su tiopapá. Los sobrinos
lo llamaban tiopapá; los nietos abuelopapá, términos
que recogían el afecto que todos sentían por el viejo
Sallas.

Casi a la media noche, cuando las mujeres terminaron


los rezos y dormían al pie del cajón, las historias de
Facundo, amigo de la familia, y José Francisco,
sobrino del maestro, se escuchaban con atención.
Facundo, con absoluta claridad contó la historia de su
perra Gaviota: “Vea, un perro de caza es más que un
amigo… eso que dicen que un perro es el mejor amigo
del hombre es verdad, la purita (absoluta)… pero si es
de caza es más que eso, es como un hermano leal. Yo
he tenido perros de caza buenos, pero nada como la
Gaviota, esa perra mordía las guartinajas, el ñeque, o
un conejo, sin hacerlos sangrar, mordía sin clavar los
colmillos, y apenas cogía algo, se lo llevaba a usted a
los pies, luego daba vueltas jadeando. Uno la veía y
parecía que se estuviera riendo, alegre de la felicidad,
yo le estiraba la mano y ella me lamía. Vea…
guartinaja que uno correteara, ella la capturaba donde
se metiera, era una cazadora de verdad.

“Vea usted… y a esa Gaviota le tocó una muerte tan


rara, que a cualquiera se le salían las lágrimas. Uno ni
se explica cómo un animal tan bueno, tuvo una muerte
como la de Gaviota.

“Una tarde, luego de regresar del monte, mi papá vio


que Gaviota tenía un punto de sangre en el codillo de
la pata izquierda. Cogió una espina de naranja y la
puyo, comenzó a salir un chorrito de sangre. Entonces
mi papá le amarró unas hojas de plátano y le enrolló la
pata, vea, dejó de sangrar… pero a la media hora, la
sangre comenzó a manarle por la nariz y las orejas. En
unos segundos, la Gaviota estaba muerta en su propia
sangre, se le salió toda. Esa es una muerte que uno no
se explica todavía para una perra tan buena. A mí
enseguida se me salieron las lágrimas, y cuando miré
a mi papá, el hombre ya estaba llorando.

“¿Qué fue? ¿Qué pasó? ¿Una culebra? ¿Un alacrán


maligno? No se sabe, pero Gaviota, José Francisco,
se merecía otra muerte…”.

Facundo, pregunta por un tinto, y Cecilia, sobrina del


maestro, dispuso un termo para todos en una mesa de
seis puestos en el centro del patio.

José Francisco, aprovechó el silencio de Facundo y


comenzó a contar la historia del perro de Gregorio,
vecino de Pita ‘el Medio.

“Era bueno para coger venaos (venados), pero su gran


habilidad era para detectar el lugar donde se
escondían las culebras, pero esa misma habilidad, lo
llevó a la muerte. Vea… una tarde, luego de regresar
de cacería ese perro comenzó a ladrar, después
supimos el porqué… pero ya era demasiado tarde.
DAVID LARA RAMOS 

“Gregorio caminaba y el perro le ladraba, le mordía la


bota del pantalón, se le metía por entre las piernas, le
ladraba como para morderlo y Gregorio desesperado
cogió la escopeta, creyendo que tenía mal de rabia, le
pegó un tiro, cayó muerto enseguidita, pero cuando
Gregorio se fue a sentar en un taburete, se dio cuenta
que en el espaldar, allí enrollada, estaba una serpiente
de las más venenosas de por aquí… Gregorio, cuando
se dio cuenta de lo que había hecho, se maldecía, ya
para qué… vea, lo cargó, así como estaba, llenito de
sangre y él mismo lo enterró en el patio de su casa…
con los lagrimones que se le salían solito de los ojos…
todavía es la hora, y cuando uno pregunta por el perro
de Gregorio la gente dice… a ese perro lo mató la
lealtad, porque hasta el final advirtió a su amo de los
peligros del monte…”.

La madrugada llegó en medio de nuevos llantos de las


mujeres y el rezo de un nuevo rosario para pedir por el
descanso eterno del viejo Sallas.

***
A las seis de la mañana del 28 de diciembre, la
preocupación de Cecilia, sobrina del maestro, era el
desayuno para los que venían en camino. Máximo,
Virgilio, y algunos vecinos que llegaron temprano,
organizaron la recolección de un saco de yuca,
mientras comentaban que en casa de Máximo se
había matado un novillo de unos 200 kilos.

A las ocho, los que llegaban eran recibidos con yuca


recién cocida, carne en salsa de tomate y cebolla, y un
pocillo de café con leche.

A las 9 de la mañana, los vecinos de Pita ‘el medio


rodeaban la casa del maestro Sallas, unas setenta
personas que con absoluto respeto pasaban por el
ataúd y observaban su rostro rígido, sus ojos cerrados
y su cabeza descubierta que parecía reclamar su
sombrero vueltiao.

A la 9:30, la rezandera María Hernández convocó a


todos para hacer el último rosario. Solo acudieron las
mujeres, los hombres se quedaron afuera, recordando
la última vez que habían visto al maestro.

El rosario terminó cuando faltaban cinco minutos para


las diez de la mañana, hora en que se debía partir
para San Onofre. Máximo dijo que ya era hora, pero
una gaita sonó fuerte en la distancia. Todos buscaron
el origen del sonido y el golpe seco de los tambores
dio paso a una melodía que se robustecía por entre las
matas de plátano.

El conjunto integrado por gaiteros de Sincelejo,


Corozal y San Onofre puso al momento un matiz de
triste festejo. El grupo entró hasta la pequeña casa
donde estaba el ataúd y las mujeres rompieron en
llanto. Las gaitas sonaban con vigorosa tristeza.

Los hombres dispusieron sacar el ataúd al patio,


algunas mujeres bailaron, y a los coros se unieron
gaiteros que habían llegado de Ovejas, Tolú y Colosó.

Luego de tocar El barrote, tema insigne del maestro


Sallas, un grupo de vecinos dijo que era hora de partir
al cementerio. Los voluntarios para cargar el ataúd
estaban dispuestos, y en medio de sones como Toro
ve, La guacamaya, El son del loro, El tetero y El porro
de Manuel Zúñiga, el maestro Sallas volvió a andar
hacia la carretera principal de Pita ‘el Medio. Allí lo
esperaba un jeep Willys que lo llevaría hasta la
entrada de San Onofre.
Algunos comentaban que a un hombre como ese
había que hacerle el honor de llevarlo caminando
hasta el cementerio, pero José Francisco, sobrino del
maestro, contradijo la propuesta, diciendo que “Eso
era antes, cuando no había carro y todo había que
hacerlo a pie… Lo llevamos hasta la entrada de San
Onofre y luego vamos caminando hasta la iglesia y así
hasta el cementerio”, sugirió José Francisco.

Al llegar a la entrada de San Onofre, los grupos de


gaitas se organizaron: adelante, los gaiteros de
Ovejas, guiados por José Álvarez. Detrás del féretro el
grupo Me voy con el gusto, liderados por Rusbel Mesa,
y los hermanos Arias. Y Sones de toro ve, de San
Onofre, liderados por Felipe Julio, quien tocó la gaita
macho con el maestro Sallas desde que tenía 12 años.

Camino a la iglesia, los curiosos aparecían de ambos


lados de la calle, todos con la misma pregunta “¿Quién
es ése, quién se murió?” Las respuestas eran de
variada factura: “Es Jesús Sallas, el gran gaitero
negro”. “El maestro Sallas, el último gaitero de la zona
de la región de María la baja”. “Es Sallas, el gran
gaitero de los Montes de María”.
DAVID LARA RAMOS 

Cuando el cortejo se aproximó a la iglesia, las


campanas tocaron a muerto convocando a la misa de
difunto. Las tres agrupaciones hicieron una calle de
honor frente a la entrada frontal de la iglesia y el ataúd
entró a la iglesia en medio de una tonada suave pero
vigorosa y un canto cargado de melancólica alegría.

La misa fue tranquila, con irrupciones de llanto de


alguno de sus familiares o amigos. Al final, el maestro
fue conducido en medio de nuevos aires gaiteros hasta
el cementerio de San Onofre. Allí los gaiteros tocaron
por más de una hora temas como La acabación, El
tetero, El son del loro, El son de las mujeres, El sábalo
mayero, La guacamaya, Toro ve, y Ron camará
Con la música de fondo, y con gritos de amigos que
repetían “Gózalo Sallas”, “Escucha tus sones”, los
gaiteros recordaron la grandeza de este hombre que
siempre tocó su gaita con suave vigor, con bajos y
altos que conversaban con vitalidad, y fraseos llenos
de improvisación y sorprendente creatividad.
Elver Álvarez, gaitero de Colomboy, dijo que el
maestro Sallas,  fue su guía, su luz. “Nos va a hacer
falta su inmensa humildad, el hombre más humilde que
he conocido. A sus 89 años jamás se creyó un
maestro, ni le gustaba ese título, porque decía que él
estaba aprendiendo, que era siempre un aprendiz”.

Felipe Julio, a sus 84 años, lo recordó como un


verdadero hermano. Cada vez que se sentía enfermo
se iba para Pita ‘el Medio a tocar con Sallas, y
regresaba lleno de vigor a San Onofre. Sallas lo
animaba y le decía que un son de gaita sanaba
cualquier dolencia del cuerpo.

Rafael Arias recordó que hace 11 años, luego de la


muerte de Pedro Alcázar, comenzó a tocar el macho
en compañía de Sallas. Para él, la gaita del maestro se
caracterizaba por dulces floreteos llenos de
creatividad. Recogió la vitalidad de viejos gaiteros
como Juan del Toro y Medardo Padilla, glorias del
folclor gaitero de las zonas negras de la parte baja de
los Montes de María.
Para Rafael, temas como Toro ve, Ron camará, El son
del loro y La guacamaya recogen la esencia de la
gaita de Sallas.

Para Rafael Arias la su sencillez es su verdadero


legado. “Ser como el maestro no es fácil en estos
tiempos, él siempre pensaba en los demás, en que los
otros estuvieran bien, que la pasaran bien, sin importar
que él estuviera pasando penalidades”.

Danuil Montes, quien hizo parte del grupo Me voy con


el gusto, expresó que la gaita de Sallas tenía sabor
negro, un estilo muy diferente al sabanero: "Una gaita
sentá, es decir una gaita cadenciosa, suave, pausada".
Para Danuil, sones como El alfiler de oro y El
mochuelo deben ser parte de la tradición gaitera del
Caribe. Reconoció también lo reservado que era con
sus temas. “Jamás ensayábamos para un festival
cuando subíamos a la tarima, era cuando
descubríamos las novedades que había compuesto.
En una noche de gaita, jamás repetía tema, porque su
repertorio era muy grande”.

Danuil, lo reconoce como un ser de pocas palabras, al


que había que incentivar para que les contara su vida
y la forma como componía sus sones.
***

La última vez que vi al maestro Sallas fue en el


Festival de Ovejas. Todos querían tocar la gaita macho
a su lado. Su gaita sonaba como una extensión de su
corazón. En una pausa para tomar aire, sonreía con
una timidez como si se avergonzara, encogía aún más
su 1.63 metros de estatura, bajaba entonces su
cabeza, apretaba la pluma de la gaita con sus labios y
soltaba unos fraseos llenos de explosiva alegría. Lucía
entonces más inmenso. Tocaba con la plenitud de su
alma.

La ronda que le hicieron sonreía con él y él hacía


sonar su chuana en señal de agradecimiento. Hacía
una pausa y daba paso para que los tamboreros de
turno se lucieran también.

Con su párpado caído, lucía frágil, inocente,


vulnerable. Había perdido su ojo izquierdo cuatro años
atrás, una historia que comenzó hace más de 10,
cuando al tratar de enlazar un ternero, falló en su
intento, la cuerda se le devolvió y un nudo en el canto
le golpeó el ojo, que se fue debilitando con los años. 

El tambor repicaba, entonces retomaba su gaita y


apretaba sus ojos como si estuviera solo.

Esa era la gaita que más de 30 gaiteros despedían


apretujados en la pequeña capillita del cementerio de
San Onofre.
DAVID LARA RAMOS 

Por último, como anuncio de que ya era hora de la


despedida final, los gaiteros entonaron El porro de
Manuel Zúñiga: El amigo Manuel Zúñiga,/ me
mandaste a buscar,/ al pueblo ‘e Guacamayal/ para
que te acompañara/ si el cementerio te llama/ señores
déjenlo ir/ Manuel Zúñiga decía/ compañero venga
aquí, /no nací para semilla, /yo nací para
morir.//  (coro) Adónde me meto yo… Adónde…
Adónde me meto yo…Adónde…
Las lágrimas fueron más generosas en ese instante, el
maestro fue conducido hasta un nicho en cuyos lados
reposan sus dos mujeres, allí fue depositado en medio
de Francisca Ávila Díaz, mamá de Virgilio, y Juana
Salsa Blanco, mamá de Máximo.

“Fue su voluntad —advierte Máximo— con lágrimas en


sus ojos. Hace muchos años compró ese espacio y
enterró allí a sus dos mujeres. Siempre dijo que quería
reposar allí, al lado de las únicas mujeres que amó”.

Luego la gente partió y los gaiteros comenzaron


dispersarse. Patricia, yerna del maestro, comenzó
desesperada a llamarlos a todos, les dijo que no se
podían ir, que el maestro había dicho que luego de su
entierro, los invitara a almorzar, que les tenía
preparado en su casa de Pita ‘el Medio, un sancocho
de costilla y arroz de ají dulce para acompañar.

Los gaiteros regresaron tristes a la casa de Jesús


Sallas. Algunos advirtieron que ahora sí era verdad
que el maestro ya no estaba, pero estaba la muestra
de su inmensa generosidad servida en la mesa.

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