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Por Manuela Ríos, Luisa Fernanda Rodríguez, Daniel Restrepo y Manuel Sepúlveda
Historia social de la Medicina, Grupo 1.
Se transmite a los seres humanos a través de la picadura de diversos mosquitos del género
Anopheles (Anofeles) infectados. Después de la infección, los parásitos (llamados
esporozoítos) viajan a través del torrente sanguíneo hasta el hígado. Allí maduran y
producen otra forma de parásitos, llamada merozoítos. Los parásitos ingresan en el torrente
sanguíneo e infectan a los glóbulos rojos.
Los parásitos se multiplican dentro de los glóbulos rojos. Estos glóbulos se rompen al cabo
de 48 a 72 horas e infectan más glóbulos rojos. Los primeros síntomas se presentan por lo
general de 10 días a 4 semanas después de la infección, aunque pueden aparecer incluso a
los 8 días o en algunos casos extraordinarios los síntomas se pueden presentar hasta un año
después de esta. Los síntomas ocurren en ciclos de 48 a 72 horas. La malaria clínicamente
se clasifica en aguda, crónica y grave:
Los otros desarrollos notables surgen del avance en el entendimiento de las sutiles
interrelaciones genéticas entre el genoma del huésped y el genoma del parásito. De tiempo
atrás se conoce que los sujetos heterocigotos (portadores) de la mutación del gen
responsable de la anemia de células falciformes y que por consiguiente tienen un alelo
normal de la beta globina y el otro alelo alterado (Hemoglobina S), resisten mucho mejor la
infestación por P. falciparum que los individuos homocigotos para los genes normales
(Hemoglobina A ó Hemoglobina del Adulto). Lo interesante del hallazgo es que los
pacientes homocigotos para el gen de la hemoglobina S fallecen muy tempranamente en la
infancia, antes de alcanzar la edad reproductiva, y por consiguiente, no pueden transmitir el
gen recesivo a la siguiente generación. En estas condiciones, la heterocigocidad para la
hemoglobina S confiere una ventaja selectiva en aquellas regiones infestadas por el
Plasmodium falciparum. Lo que constituye un hallazgo revolucionario es la reciente
demostración de que una variante de la β–globina, la hemoglobina C, que no ocasiona
patología clínicamente, también ejerce un efecto protector contra la infestación de
Plasmodium falciparum.
Las enfermedades no respetan los límites establecidos por la sociedad, es más, en pro de
existir debe presentarse por lo menos carencia de uno de los diversos determinantes de la
salud. La inmigración (sobretodo su incremento en los últimos años), el sincretismo cultural
y/o científico, el sinfín de particularidades que cada paciente tiene consigo de base -como la
inmunosupresión- han cambiado el paradigma de la atención en salud. Las infecciones
provocadas por diversos agentes etiológicos se llegaban a considerar limitadas a áreas
tropicales en países en vía de desarrollo -los cuales viven bajo el estereotipo de tener
medidas sanitarias pobres-, premisa que ha cambiado los últimos años primordialmente con
la globalización de la sociedad e intercambio cultural que vivimos en pleno siglo XXI, en
donde actualmente se reportan casos de infecciones -por agentes etiológicos como los
mencionados anteriormente- en países del primer mundo, las cuales básicamente se
presentaron porque estos en primer lugar tuvieron falencias en los condicionantes de la
salud y/o son países receptores de inmigrantes.
Por último, la relación e interacción de factores que se intenta plantear es la del genoma y el
ambiente, en condiciones del paciente. Para ilustrar la complejidad genética en la etiología
de las patologías mencionadas, primero debemos desarrollar una apreciación de los
numerosos e intrincados mecanismos de expresión génica. En el nivel de la estructura
genética, las mutaciones en el ADN -que pueden causar una alteración significativa en la
estructura molecular tridimensional de la proteína expresada- lo que podría conducir a
cambios drásticos en los rasgos del organismo. Además, la naturaleza de la interacción
entre genes o productos génicos puede diferir según los parámetros temporales,
bioquímicos y espaciales presentes durante la expresion genica. En la búsqueda por
explicar los mecanismos específicos que sustentan la enfermedad, lo que intentamos es se
han aventurarnos más allá del alcance de la genética y prestarle más atención a la
interacción de los genes con factores ambientales peligrosos. Específicamente, comprender
el concepto de adaptación y plasticidad del desarrollo requiere una deliberación de los
impactos de los determinantes genéticos, ya sea solos o en combinación con factores de
riesgo ambientales (es decir, estado nutricional, enfermedades hereditarias, toxinas
ambientales, entre otros). En resumen, una multitud de enfermedades y/o trastornos surgen
del encuentro de una susceptibilidad genética y un contexto ambiental específico. Después
de la identificación de esta interacción, el primer paso para desarrollar tratamientos
eficientes requiere el diseño de guías de atención médica óptimas.
La discusión anterior nos prepara para abordar el siguiente tema, que se refiere a la falta de
la examinación sistemática de las variables ambientales en los estudios genómicos. Es poco
común que los estudios consideren tanto los extremos positivos como negativos del
espectro ambiental, lo que conduce a una gama restringida de ambientes investigados y una
descripción incompleta del desarrollo de las condiciones sociales de salud. Por ejemplo, los
estudios que están interesados en los efectos de eventos vitales negativos categorizan la
ausencia de factores de estrés ambiental en el extremo de la escala negativa, por lo que no
consideran la parte positiva del espectro. La ampliación del alcance y la precisión de los
datos ambientales críticos que se analizan idealmente deberían ir acompañados de la
incorporación de un marco de “susceptibilidad diferencial”, de modo que las influencias
ambientales positivas y negativas se aborden en los estudios genómicos tanto a nivel
teórico como metodológico.
BIBLIOGRAFÍA:
https://medlineplus.gov/spanish/encyclopedia.html
https://parasitesandvectors.biomedcentral.com/articles/10.1186/1756-3305-5-69
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